Introducción
n años recientes se han desarrollado repositorios significativos para la producción de literatura digital latinoamericana. Antología Lit(e)Lat Volumen 1 de literatura electrónica latinoamericana (http://antologia.litelat.net/), Cartografía de la literatura digital latinoamericana (https://www.cartografiadigital.cl/), y Atlas da literatura digital brasileira (https://www.observatorioldigital.ufscar.br/atlas-da-literatura-digital-brasileira/). En ellos es posible encontrar una gran diversidad de formas, expresiones y exploraciones estéticas y políticas de la literatura digital, lo cual permite una visión de conjunto para explorar la pregunta sobre qué significa hacer literatura o escritura digital desde América Latina. Estos archivos resultan valiosos y prolíficos para el análisis panorámico desde un punto de vista cultural que permita desentrañar posibles visiones de mundo, así como también procesos de agencia y transformación frente a las condiciones materiales impuestas desde los mismos medios digitales, basados, principalmente, en una condición codificada. Esta característica vuelve a las obras digitales un espacio complejo en términos ideológicos: por una parte suponen una apertura a lo común en términos de interconectividad y acceso, pero también implican posibles procesos elitistas o excluyentes respecto a la configuración de la materia prima que los constituye y permite su representabilidad en términos materiales: el código y su ejecución, sus acciones posibles, sus implicancias semióticas y sus posibilidades de transformación mediante interacciones con lugares situados en un mundo en el que la experiencia digital constituye relaciones, vínculos, formas de capitalización, nexos y afectos.
La magnitud de estos archivos y su cartografía continental de obras permiten tratar de entender la literatura digital desde una perspectiva latinoamericana y, por ello, dan pie a explorarla, comprenderla y sistematizarla desde un punto de vista culturalista y situado, a pesar de su materialidad digital que tiende a ser difusa, compleja, cosmopolita y global. Las representaciones digitales, sus interfaces y materialidades codificadas reúnen, desde su origen, dos improntas paralelas y a menudo paradójicas que perduran hasta el día de hoy: el ejercicio de procesos del compartir abiertos, por una parte, y por otra, una recurrencia a la sistematización, regulación y administración de la red mediante procesos privatizadores que implican dinámicas de expropiación, apropiación de lo común y acumulación.2 Como producto, la escritura digital performatiza de diversos modos estos dos modelos de comprensión de lo común, desplegando diversas estrategias respecto al medio y elaborando sofisticados artificios, a veces críticos o lúdicos, en relación a los procesos de apropiación que implica el capitalismo informacional y la bioeconomía sobre los espacios situados.3 Este artículo revisará una serie de formas subversivas que apuntan a la desapropiación4 y el reconocimiento de los acontecimientos como base biopolítica que constituye estrategias comunes en ciertos proyectos de escritura digital. Estos procesos de agencia en la literatura digital latinoamericana se desglosarán a partir de dos obras: Permanente Obra Negra de Vivian Abenshushan y Resonar de Israel Martínez, Manuel Guerrero, Leonardo Santiago, Icetrip (Miguel Ángel Estévez), Humberto Muñoz, Luis Llorens y Leonardo Aranda. A través de dicha exploración se buscará reconocer si es posible postular características particulares respecto a la producción latinoamericana de artificios literarios digitales, sobre todo desde el punto de vista de la gestión de lo común y sus estrategias de subversión frente a las formas de expropiación y acumulación normalizadas por el capital.
La gestión de lo común en las obras digitales
La data es la materia prima del mundo digital y, además de corresponder a información dispuesta a un lenguaje computable cuya materialidad representacional es el código, su etimología remite a lo común pues su sentido refiere, literalmente, a “las cosas que han sido dadas” (Corominas: 426), y que podríamos llevar al plano del bien, analizado y sistematizado por Roberto Esposito en su libro Communitas. Palabra compuesta por cum (lo que vincula, lo que hace depender a unos seres de otros) y munus (el don con el que se viene al mundo y que es, al mismo tiempo, una deuda inalienable) y que implica todo aquello que no es propio (cfr. Esposito: 25-26). De hecho, el devenir del francés donnés (data) vincula el mundo de lo común y los datos informacionales en tanto lenguaje compartido y materia creativa hecha de capital. Autores como Paolo Virno o Christian Marazzi han demostrado que lenguaje y capital pueden comprenderse como una misma forma en el capitalismo informacional. Este último autor ha planteado en Capital y lenguaje que, en la new economy, lenguaje y comunicación cruzan espacios de producción y distribución de bienes como esfera financiera. La financierización de todo lo existente bajo este tipo de economía basada en nuevas tecnologías implica reconocer al trabajo y a los mercados financieros como dependientes del lenguaje y sus formas, dándole a éste un lugar determinante y fundamental en las transformaciones del mundo como elemento clave de la economía. Corresponde al mismo lenguaje con el que se confeccionan obras literarias o escrituras digitales. Según Virno, la actividad sin obra se objetiva no en la mercancía sino en la ambivalencia del desencanto, esto es abstracción real, espacio público de cooperación, una intelectualidad de masas “depositaria de los saberes no divisibles de los sujetos vivos” (Virno: 86). Esto significa que para comprender los devenires históricos de las obras debemos poner atención a las trayectorias de las nuevas tecnologías y la financierización, que han forjado sus ciclos, sus crisis, así como a la misma nueva economía (Marazzi: 25). Por otra parte, una discusión que se ha llevado a cabo respecto al capitalismo informacional comprendido desde el punto de vista del bien común se relaciona con la propiedad intelectual y la creación colectiva, así como con su supuesto carácter material o inmaterial. El lenguaje, además de ser capital, es colectivo, es la síntesis de un resultado (enunciativo y performativo, y por ello actante) de una convención que se da por y en multitudes de sujetos hablantes. Andrea Fumagalli ha indicado que en el caso de los bienes inmateriales no existiría soporte físico que se pueda considerar como dato, y que “debe ser elaborado en procesos que conducen a fijaciones de convenciones con valor universal, en un proceso en el que la multitud de sujetos económicos se hace comunidad justamente a través del reconocimiento de una convención supraindividual” (Fumagalli: 67). En esta complejización de lo material y lo inmaterial en las obras, la subsunción formal del trabajo se ve alterada, y resulta difícil reconocer momentos en los que no exista trabajo cognitivo. Una propuesta que responde a este conflicto y permite resituarnos ecológicamente respecto a lo digital como lenguaje económico determinante es la de Jussi Parikka, para quien la data y los medios que la sostienen son parte de ecologías siempre situadas reconocibles en el hardware y su composición física hecha de minerales y metales, los cuales se sustentan en procesos que implican tiempos profundos planetarios. Esto nos retrotrae de aquella primacía del software postulada por Manovich5 así como también de la aparente volatilidad de los procesos comunes informacionales,6 su acumulación y sistematización a través de espacios no situados.
Insistir en la articulación de un pensamiento respecto a lo común resulta crucial en el mundo que habitamos, con sus codependencias ecosistémicas y tecnológicas. La imposición global sobre los lugares situados ha generado procesos de hegemonía, pero también de resistencia. Tanto la red como los espacios situados han sufrido cambios significativos respecto a las políticas del compartir en la sociedad informacional, en la cual priman formas sociales basadas, principalmente, en el valor de cambio, la individualidad, el consumo y los servicios capitalizables, ya sea a través del dinero o de la transformación de todo lo compartido en commodities o información capitalizable, lo cual incluye también a las obras digitales, constituidas por información cuantificable. Lo que promueve este sistema actual, esta red, es la apropiación y expropiación de las experiencias humanas mediante el extractivismo material y cognitivo, y aunque esto es factible en todo tipo de bienes producidos -incluyendo al lenguaje y sus representaciones, así como a vidas, relaciones y afectos-, la escritura digital resulta un objeto significativo respecto a este tipo de prácticas pues está compuesta, en sí, por información digital: requiere de un trabajo realizado en código, así como materialidades diversas y complejas ecosistémicamente, como son el hardware (Parikka) y el software (Manovich). Por estas condiciones de existencia, la literatura digital es susceptible de ser comprendida como un espacio significativo para reconocer estos procesos de apropiación en que se tienden a homogeneizar las necesidades de los seres humanos con el fin de sistematizar la oferta (el marketing inbound es un claro ejemplo de ello). El efecto de dicha homogeneización consiste en la expulsión de lo diverso y en la invisibilización de los deseos que no sirven, en su diferencia, a los nodos mayores de la red y a sus intereses capitalistas. Por lo general, y ya desde la sistematización de lo que Shoshana Zubboff ha llamado por el nombre de capitalismo de vigilancia,7 todo aquello que implica compartir de manera gratuita y recíproca parece una tendencia en retroceso entre los modos de reparto que priman en la red,8 a pesar del hype experimentado recientemente en torno la web 3.0 y las criptomonedas con su sistema p2p. En la actualidad, la innovación tecnológica proviene indistintamente de este modelo de comprensión de la vida. El capitalismo informacional, así, se transforma en un sistema tecnológico con efectividad global gracias a los procesos de consumo y producción y, de este modo, busca marcar la pauta de las sociedades mediante transformaciones tecnológicas constantes cada vez más veloces y recurrentes. Lo que surge de este fenómeno es una dinámica tecnológico-social que tiende al determinismo, pues pocos de nosotros tenemos las capacidades técnicas, temporales y físicas de intervenir las epistemes inscritas en el diseño de los aparatos que nos permiten trabajar, pensar y relacionarnos, aunque esto es susceptible de ser transformado en el espacio de los usos comunes. Este determinismo tecnológico bloquea la acción de los usuarios y su posibilidad de inscribir otras epistemes en estos aparatos. Es decir, lo que promueve este sistema capitalista informacional basado en la tecnología, del cual la literatura digital es un producto más entre muchos, es la negación de la experiencia local, sus adaptaciones, adopciones, cambios y agencias, sin las cuales los procesos comunes resultan improbables. A pesar de esto, el modo en que las tecnologías se instalan no puede dejar de depender de los contextos en las que éstas se insertan. La experiencia local de la tecnología, ejercida por individuos y comunidades, genera procesos de desapropiación que readaptan las finalidades originales impuestas por el capital en las tecnologías, incluso a un nivel de usuario. La escritura y el lenguaje no quedan al margen de estos procesos, muy por el contrario, son elementos centrales en tanto articuladores del pensamiento proyectado por la episteme neoliberal y el semiocapital, así como también su materia prima. Este artículo busca aportar a esta discusión con una breve cartografía exploratoria y análisis respecto a un conjunto de escrituras digitales latinoamericanas que, durante el siglo XXI, han articulado artificios que constituyen políticas de lo común (Gutiérrez, 2017; Laval y Dardot, 2018), así como procesos de desapropiación e impropiedad. Además, se articularán reflexiones acerca de los temas, formas y estéticas que predominan en estas escrituras digitales. El artículo se enfocará en tratar de comprender las potencialidades que dichos textos contienen al generar propuestas alternativas de escritura respecto al semiocapital, no sólo mediante aspectos temáticos, sino también a través de su capacidad activa de reparación y acción de luchas por lo común en espacios de representación que pueden llegar a involucrar territorios y acciones concretas, tentativamente. Si, según Giorgio Agamben, lector de Guy Debord, el capitalismo no se dirige sólo a la expropiación de la actividad productiva, sino también y sobre todo a la alienación del propio lenguaje, de la propia naturaleza lingüística y comunicativa del ser humano, en este artículo se considerará la escritura como uno de los espacios privilegiados para el pensamiento de una política del lenguaje como impropiedad: un lenguaje que es común porque no le pertenece a nadie o, mejor, como diría Raquel Gutiérrez, nos pertenece a todos y porta en sí bienes compartidos, heterodoxos y complejos.
Las preguntas que guían este artículo son éstas: ¿son posibles la escritura de lo común en la literatura digital latinoamericana?, ¿cómo se articularían? ¿Puede la escritura digital reactivar procesos comunes y cómo?
Existe un elemento que diferencia radicalmente a estas escrituras en términos de confección pues suponen, de manera excluyente, códigos manejados por mediadores particulares para existir. Como su naturaleza es numérica, son escrituras computables, es decir, su constitución como imágenes, sonidos o texto son medibles algorítmicamente: son medios programados. Como bien ha indicado Carolina Gaínza (2018), existe una proliferación de productos narrativos digitales, y muy poca sistematización teórica que logre generar reflexiones específicas respecto a estos nuevos medios, escrituras, temas y estéticas, a pesar de los trabajos de Osvaldo Cleger, Thea Pittman y Claire Taylor o Claudia Kozak e, incluso, de la misma Carolina Gaínza. El hecho de que sean escrituras codificadas y su valor se juegue entre su capacidad abierta y su sistematización jerarquizada y ordenada permite reconocer que lo común es un elemento clave de las escrituras digitales, de sus formas de mediación codificada, así como de nuevas formas de elaboración y circulación que contrarresten los modelos del capital. Un acercamiento al fenómeno desde las políticas de lo común permitiría reconocer elementos que las ontologías de primer mundo no admiten, principalmente, porque no pueden imaginarlas desde sus perspectivas, sobre todo las vinculadas a las formas de subversión respecto al determinismo tecnológico. Este análisis se realizará desde el punto de vista de la tecnología como forma de confección que porta en sí los rasgos de una episteme (Heiddeger, 2008). Ésta impone formas hegemónicas de pensamiento, así como espacios para operar formas de subversión, respondiendo activamente al lenguaje del despojo, es decir, a “aquel sistema de representación de la realidad que transmite y difunde una visión del mundo […] que naturaliza y normaliza la experiencia de la separación y la negación de lo Otro” (Navarro: 59). Por lo “otro” se comprenden las formas de sentir, pensar y vivir que el capital no ha conseguido someter. Frente a un mundo en donde Estados y corporaciones promueven una lengua que legitima procesos y políticas de despojo a través de conceptos como recurso natural, el intento de articular lenguajes basados en la esperanza, el cuidado y la manutención de los bienes comunes naturales y simbólicos en pos de la vida humana y no humana resulta central y urgente.
Resonar: el acontecimiento como pilar biopolítico de las representaciones digitales en el capitalismo informacional
Resonar es un ensayo digital cuyo centro es el sonido (http://resonar.centroculturadigital.mx/). Si bien cada parte de esta obra se apoya en imágenes o gifs, su columna vertebral es, sin duda, el sonido, es decir, las frecuencias y los decibeles que no sólo se insertan en, sino que componen activamente una hebra más de los espacios y territorios. El lenguaje sonoro es el eje principal de esta obra, aunque sus procesos de significación surgen de una relación estrecha con las series de imágenes que corresponden a la cdmx. Entre la hipervelocidad urbana y los espacios abandonados o nocturnos se presenta el abanico de experimentaciones sonoras de este trabajo en el que se pueden encontrar ruidos de construcción o sonidos vehiculares, también derrumbes, procesos de síntesis sonora o elementos menos estridentes como la brisa o el silencio de un parque abandonado. El montaje se vuelve a veces indiscernible, como sucede con la contaminación acústica de los territorios urbanos. Dividida en cuatro partes (Obra en proceso, Tabula rasa, Escenas y Cimiento), explora las posibilidades del sonido en su relación con la Ciudad de México. Obra en proceso articula, mediante un montaje, sonidos de construcción y transporte con un mapa que mezcla huellas de vehículos, marcas geográficas, caminos y carreteras desde una perspectiva aérea que instiga a pensar las diferencias entre mapa y territorio, así como en todo lo que los mapas deben al sonido en la elaboración y constitución de sus territorialidades proyectadas. Tabula rasa se divide, a su vez, en cuatro partes más: Retrato CDMX, un conjunto de trece procesos de diversas zonas de la ciudad, en donde es posible reconocer la transformación urbana entre 2008 y 2016; Demolición es una serie de cinco paisajes sonoros con sus gifs correspondientes en donde se reconocen demoliciones de diversos edificios; Zona de riesgo, una serie de sonidos-imágenes de obreros de la construcción y Ciudad utópica, un collage de escenas urbanas que representan la CDMX entre 1600 y 2015, con sus abismales transformaciones y permanencias arquitectónicas. Escena, por su parte, articula textos y sonidos relacionados a diversas escenas del crimen, desperdigadas por la ciudad, mientras Cimientos juega con diversos espacios urbano-culturales significativos, generando un proceso creativo de azar en donde, a la manera de las máquinas tragamonedas, se generan collages textuales-espaciales-sonoros. Teniendo en cuenta este despliegue estrechamente relacionado a los espacios urbanos, el gran tema de Resonar es la potencialidad social y cultural del sonido y su rol en la composición activa de los territorios y espacios, en tanto acontecimiento biopolítico. El sonido, como el olor, es un estímulo que asalta e irrumpe nuestros sentidos y esta obra sitúa esa irrupción al centro de un proceso digital, experimentando con diferentes relaciones en diversos territorios de la CDMX. Según David Harvey, desde una perspectiva material, las concepciones objetivas de tiempo y espacio se crean necesariamente mediante prácticas y procesos materiales que sirven para reproducir la vida social. Las frecuencias sonoras son una materialidad de la que no solemos tener mucha conciencia -de hecho, físicamente, el rango del oído humano resulta limitado para abarcar su amplio espectro-. Resonar nos recuerda que las frecuencias constituyen espacios en territorios situados, así como en el espacio de flujos. Si el espacio y el tiempo no se pueden comprender de manera independiente de la acción social, esas frecuencias materiales son, en sí, acción, proceso social. Esto es lo que parece sugerir este trabajo, que se puede leer como una exploración multiterritorial que comprime digitalmente tiempo y espacio de, y en, una ciudad que se ha transformado incesantemente desde el siglo XVI hasta la fecha. Si aceptamos las cuatro formas que componen las ciudades globales propuestas por Saskia Sassen,9 también debemos reconocer el importante rol que el sonido compone en esta configuración espacial. Aquellas huellas sonoras que articulan rutas que, a su vez, interconectan estas construcciones, se pueden leer en Obra en proceso, donde los mapas que refieren al territorio abren paso a los sonidos que ningún mapa es capaz de captar o sistematizar. Tabula Rasa, por su parte, experimenta estéticamente con la fragilidad, la gentrificación y el paso del tiempo mediante “retratos” espacio-temporales, derrumbes y reminiscencias de antiguas representaciones de la ciudad, dando cuenta de la fragilidad de la permanencia a través de los edificios pero, aún más, la fragilidad de los sonidos que acompañan a estos eventos, difícilmente registrables en desmedro de la imagen y la palabra escrita. Cimiento cierra la obra, llevándonos a la piedra angular de todos estos procesos de construcción: el lenguaje. Con humor, Cimiento articula, en clave de máquina tragamonedas, territorios diversos, con registros de lenguaje estrechamente vinculados a ellos, desplegando universos semánticos situados en espacios característicos y muy puntuales de la ciudad. Los Oxxos, las telenovelas sobre clases privilegiadas, la Arena México, la cantina La Polar, el Estadio Azteca o la pulquería Los Duelistas y sus parroquianos albureando. Todos estos espacios se combinan al dar click al cursor, en un juego de jackpot que parece sugerirnos que hacer coincidir tal diversidad de tiempos, espacios, formas y clases sociales, resulta casi imposible y, a la vez, tal combinación de tiempos y espacios corresponde a una celebración, a un festejo vital y carnavalesco hecho de voces que encarnan cuerpos insustituibles. Por otra parte, el audio que enuncia estos discursos combinados en el jackpot corresponde a una voz computarizada que, de cierta forma, ironiza o anula la diversidad de los registros, unificándolos bajo la égida de lo digital en la voz de un asistente maquínico, abriendo la interpretación al empobrecimiento de la diversidad de registros, acontecimientos y formas que lo digital no sería capaz de sostener. Yuk Hui ha insistido en la necesidad de fomentar diversas cosmotécnicas que enriquezcan una tecnología caracterizada por su monolingüismo y empobrecimiento de la diversidad, como un requisito ecológico para revertir los daños homogeneizadores que promueven las monoculturas de la técnica (cfr. Hui: 56-57). Lo común también requiere este tipo de convivencias y gestiones de reparto. El montaje de todos estos elementos en Resonar sugiere que la base de toda esa construcción que son las ciudades globales (no lugar, sino proceso según Castells), así como los territorios situados, depende de esta viga maestra -hecha de lenguaje humano y, por ende, de capital en el marco del mundo capitalista en el que nos desenvolvemos-. Este cimiento basal que corresponde al sonido y su complejidad respecto al lenguaje, así como a su incesante creación, sería un elemento fundamental para los acontecimientos que permiten las diversas producciones de subjetividad que constituyen una de las bases no sólo de lo digital, sino del capital mismo por su carácter conectivo, al igual que del trabajo y los bienes comunes entre los que el lenguaje corresponde a uno más. Desde este punto de vista, y en clave de metarreflexión, Resonar también apela a la fragilidad y vaguedad de la obra en construcción, insistiendo en desnaturalizar las instancias de empoderamiento que lo sonoro supone de manera latente. Al recorrer esta obra de izquierda a derecha queda una sensación irónica de que todo ese complejo de concreto, conexiones viales, fierro y estrépito que son las ciudades capitalistas depende de formas sonoras y lingüísticas tan frágiles, móviles, antojadizas y hasta absurdas, que sean ellas su cimiento principal, su viga maestra. Esa sensación irónica es, sin duda, potencialidad del sonido, y posibilidad como herramienta de agencia respecto al espacio de los flujos, representada de manera compleja, reflexiva, humorística y colectiva en esta obra digital.
Permanente Obra Negra de Vivian Abenshushan: los trabajos y los días en la fábrica del lenguaje
Por su composición, su magnitud, su densidad y su capacidad combinatoria, Permanente obra negra es, probablemente, la obra literaria digital más ambiciosa realizada en América Latina, y podría considerarse entre las llamadas escrituras generativas. Trabajo de reescritura experimental en colaboración humanx-máquina, está basado en procesos de montaje de fragmentos de diversas textualidades correspondientes a diversas épocas. Este dispositivo de escritura y reescritura está compuesto por una base material de ficheros sistematizados a través de distintas tipografías, temas y subtemas, que articulan este trabajo mediante categorías descritas por la autora: Bakersville (Permanente Obra Negra o testimonio de una ex negra literaria), Bodoni (Archivo de escrituras negras o relaciones entre escritura y esclavitud), Corbel (La novela inexperta, o la ficción del motín en los buques factoría), Adobe Caslon Pro (El libro de los epígrafes o montaje de citas), Franklin Gothic Medium Pro (El arte de la ficha, o artistas del fichero y la dispersión) y Eurostile (Instrucciones de uso o imágenes, juegos poemas visuales). Gracias al diseño de un algoritmo, las fichas se combinan en cada proceso de escritura generativa dado en la interacción con los usuarios, diseñando cruces, relaciones y conexiones de sentido en cada uso de la máquina que representa el proceso en web, así como en cada lector que conecta dichos fragmentos en cada momento de producción y lectura. El gran tema de este trabajo corresponde a la cuestión de qué es la escritura en términos de lo común, quién la genera, quién se la apropia, cómo se desapropia, cómo circula, qué implica en su constitución colectiva y hasta qué punto existe la autoría; cuál es su materialidad y cómo se desarrolla en procesos de lecto-escritura digital. También trata sobre los límites difusos de los géneros, del archivo y la autoría, y los límites difusos entre la apropiación y los procesos del compartir, así como también sobre la pregunta respecto a quién pertenece, o no, el conocimiento construido a través de la lectura y la escritura, incluyendo pasajes con evidente crítica y sentido del humor. Asimismo, en la combinatoria se desarrollan temas como la explotación cognitiva (cognitariado) y, por ende, procesos coloniales que tienen como base fundamental el lenguaje y la escritura en un medio digital donde priman las relaciones entre capital y lenguaje en procesos de acumulación.
Un elemento importante de este trabajo corresponde a la reflexión respecto a la materialidad e inmaterialidad en el capitalismo cognitivo, considerando al lenguaje como un espacio de valor complejo y en disputa, por una parte, como base de las economías, y por otra, y a la vez, como materia a través de la cual generar procesos de subversión a formas de acumulación dadas en las mismas lógicas de sus mediaciones digitales. Como esta obra se elabora sobre continuos procesos de reapropiación, expone el carácter colectivo y común del lenguaje, al mismo tiempo que manifiesta en cada uso de la máquina generativa las potencialidades del lenguaje humano y maquinal en procesos de colaboración. Desde este punto de vista, ¿esta obra es un proceso de cercamiento o de emancipación? La tematización de procesos de esclavitud mediante la escritura y su ejercicio permiten reconocer una trama posible en el arte combinatorio de esta obra. Si la escritura tiene esta capacidad de destrucción, también podría recomponer o regenerar procesos de daño y acumulación o, tal vez, al menos, proveer espacios de liberación ante la tiranía del código. Esto es lo que sugiere esta obra de Abenshushan si tomamos en cuenta el modo en que la subjetividad de la voz principal se va tejiendo a partir de citas ajenas y un deseo profundo de liberación y encuentro. La idea de escritura negra también remite a esta opacidad, escritura esclavizada y esclavizante, pero también ambigua y opaca, fluida y en permanente reelaboración, como son las construcciones arquitectónicas que no acaban, las obras negras. Además, Permanente obra negra suma el uso de un algoritmo en su configuración web, lo que le confiere, aún más, aquel carácter de obra nunca acabada y en eterna reconstrucción, tan caro a las vanguardias europeas del siglo XX. Pero también esta obra articula un lenguaje vuelto sobre sí mismo. Los fragmentos (fichas) se encuentran divididos en categorías y subcategorías reunidas en torno a temas y subtemas. Una constante en las fichas de todos los archivos corresponde a la tematización de los procesos de explotación que toda escritura implica, así como también a sus potencialidades emancipadoras y de control en el espacio digital que, como capital, determina en cierta medida al espacio social. La consideración del lenguaje como capital basado en el trabajo colectivo y su proliferación genera un efecto de inabarcabilidad debido al exceso de combinaciones posibles para la construcción de sentidos, teniendo en cuenta que este trabajo mezcla más de mil fichas que se resumen en seis en cada acto combinatorio de lectura. ¿Qué implican estas rutas y combinaciones para los efectos de una lectura humana que reescriba y transforme esta materia prima transmitida en cada activación de la obra? Esta obra parece insistir que el suyo es un ejercicio comunitario, que surge de una exploración que se debe a las miles de citas y voces que componen cuerpos comunes que son, también, el mismo proceso de la “narradora” y su hacer que, tentativamente, se va encontrando con los motivos, con los sentidos, sus por qué, sus con quién y cómo. Este discurso se encuentra, principalmente, en las series 1 y 3 (la bitácora de una mujer que escribe, y el intento de crear un archivo de “escrituras negras”, o una comunidad sin nombre alrededor de un libro improbable): “Me empeñé mucho tiempo en escribir bien. Ahora tengo que desandar el camino” (Abenshushan), se lee. La escritura se plantea aquí como un ejercicio de desaprendizaje y desnaturalización de sus preceptos, una exploración en la cual “escribir bien” no es un camino deseable ni esperable, cuestionando el lugar de la “buena escritura” y los juicios normativos que la constituyen. En otro fragmento, la voz de la narradora dice: “Decenas de frases prestadas me mandan las primeras señales de lo que quiero decir, aunque aún no lo sepa” (Abenshushan). Aquel desaprendizaje respecto a las “buenas escrituras” parece radicar en la conciencia de lo colectivo, en la deuda que implica, en la retribución que supone y en la riqueza de posibilidades que provee situarse en un proceso, dispuesto a las vicisitudes del mismo, y no a un plan teleológico en donde la meta está trazada de antemano. La obra no sucedería, entonces, en un apriorismo ni en una teleología o programa, sino más bien en el proceso de vinculación con esas -literalmente- miles de voces encriptadas en miles de fichas dispuestas al arte combinatorio maquínico y su exacerbación de interpretaciones, combinaciones, representaciones y lecturas posteriormente dispuestas en su formato digital y algorítmico a los múltiples e infinitos lectores posibles. Por eso la apelación a “obra negra” remite a un juego con lo inacabado, inconcluso y en proceso de formación en espacios como el digital, en donde las obras, sus rutas, protocolos, interfaces y conexiones tienden a estar programadas a priori respecto a la experiencia estética. Resulta singular y sorprendente la familiaridad que generan las interconexiones realizadas en el proceso combinatorio entre fichas y lecturas, como si de las interconexiones del lector emergiera un libro que ya hemos leído antes, muchas veces, y que sucede en la relación de los fragmentos azarosos en la mente del lector a quien sitúa, también, entre una vasta comunidad de fantasmas y voces diversas -que involucran a la misma autora, de hecho-, y nos recuerdan que aquella materia que permite la escritura es, precisamente, el bien común del lenguaje, sus actos de sedimentación a través del tiempo, sus geologías y las posibilidades de interconexión significativa que lo actualicen y reelaboren sin cesar. Si bien el archivo de esta obra es finito (alrededor de 1000 fichas), las posibilidades de interconexión en series de seis hacen de esta lectura un universo en sí, vasto y heterogéneo, lo que genera una densidad combinatoria y una profundidad raramente vista en obras digitales hechas en América Latina, haciendo de éste un trabajo ambicioso en el panorama de las escrituras digitales. También es necesario decir que esta obra cuenta con correlatos impresos: un conjunto de fichas, por una parte, así como un libro que reúne las mismas fichas en series de tres por página, y que confrontados en sus diversos formatos permiten investigar con mayor holgura las diferencias entre obras digitales e impresas, gracias a la coincidencia de sus contenidos y la diferencia de sus mediaciones tecnológicas: el papel en una, el cartón en otra, el código en otra.
Conclusiones
Las obras de literatura digital y sus lenguajes, comprendidos como capital y cultura, corresponden a un espacio aún en disputa en la producción latinoamericana, a pesar de los incesantes y cada vez más veloces movimientos de expropiación, primacía del valor de cambio y acumulación acelerada que las componen en su contexto informacional y de vigilancia. Estos procesos de representación tienen características particulares en su producción latinoamericana. Esta disputa suele tener formas similares a las que se contraponían durante los orígenes de internet, y hace más de quinientos años en los primeros cercamientos que dejaron a agentes como los commons fuera del binomio Estado-Privados en Europa con su posterior expansión hasta la América colonial y moderna, es decir, estos productos se debaten entre procesos acumulativos de expropiación de lo común y agencias que subvierten dichas formas a través de procesos más horizontales y participativos. Vale decir, también, que dichas formas de respuesta a las lógicas del ser propietario no se alinean con las políticas del éxodo que suponían lo común y su liberación del capital gracias a la gestión de redes informacionales en torno a las propuestas de Hardt y Negri en su libro Commonwealth, sino más bien a estrategias de subversión activas que no se sustraen de apelar a institucionalidades, a pesar de su lugar outsider y que revelan, apuntan o accionan transformaciones mediante prácticas de escritura, motivando o, directamente, practicando instancias de desapropiación. Ellas se inscriben en diversos formatos, pero siempre en sistemas que, a pesar de su carácter codificado, tienden a la compartencia, la apertura y la horizontalidad, en desmedro y rechazo a cercamientos, ordenamientos, jerarquizaciones, control y naturalizaciones de la violencia sistémica. Carolina Gaínza -quien ha coordinado una de las cartografías citadas al principio de este trabajo- ha insistido en que ciertas formas de resistencia son posibles en la red y en la escritura digital, siempre y cuando se consideren en términos de resignificación donde los nodos sean algo más que outputs e inputs, es decir, actores de procesos creativos y productivos alternativos que impliquen tejidos interconectados de afectos y afectación recíproca y no jerarquizada, o no tan jerarquizada.10 Desde el punto de vista de la producción y gestión de lo común, estos trabajos nos muestran que la literatura y escritura digital resulta un espacio significativo para comprender estos procesos, potencialidades e implicancias en representaciones dialogantes con fenómenos situados y sociales que articulan, en sí, procesos, dinámicas y agonismos en los que siguen pugnando, al menos, dos formas de acercarse a la gestión de la vida y su representación, una que aspira a formas horizontales y participativas, involucrando la consideración de ambientes y ecosistemas, y otra que se dedica a gestionar la muerte y la acumulación mediante procesos de cuantificación, administración jerarquizada y cercamientos sistemáticos. Esta división taxativa no implica que la tecnología porte, en sí, los elementos que condicionen estas formas, pero sí permite reconocer las relaciones de dependencias entre lo digital y los ecosistemas de los cuales forma parte determinante en términos de tiempos profundos (cfr. Parikka). Estos trabajos nos permiten reconocer estrategias de gestión y representación que demuestran posibilidades menos jerarquizadas, más comunes, así como altamente reflexivas y actantes respecto a las políticas de acumulación que se han impuesto y normalizado gracias al capitalismo de vigilancia. Es posible especular que dichas marcas puedan relacionarse con los procesos coloniales de larga data continental, así como también a la demora latinoamericana en sumarse a procesos de globalización y modernidad que ya parecen terminar antes de que podamos disfrutar de ellos. Esto permite abordar dichos procesos de manera crítica, lúdica, irónica, festiva, e incluso coherentemente sistematizada en términos formales, es decir, desde prácticas concretas. Todos estos textos visibilizan las contradicciones y conflictos entre el hacer y el capital, “incomodando, interpelando y permitiendo reconocer entre esos pliegues el conjunto de polimorfas aspiraciones y prácticas políticas que habitan incómodamente el cuerpo social, ocultas y constreñidas por el orden dominante” (Gutiérrez: 26). Entonces, lo que estas escrituras visibilizan en su despliegue y acción es una tendencia a reapropiarse de bienes comunes contenidos en el lenguaje, con lo cual se disputan ciertas concepciones de un tiempo alternativo al del capital, así como cualquier riqueza social objetivada, e incluso los “recursos naturales”. Su forma de gestión hace que estas escrituras pongan en acción procesos comunes, ya sea mediante su ejercicio colaborativo de producción, su tendencia a fomentar la primacía del valor de uso por sobre el valor de cambio o su reflexión crítica acerca del reparto de su hacer y sus potencialidades como alternativas al lenguaje como capital, en tanto están configuradas por esta materia, sus contradicciones y violencias históricas respecto a la clase, la raza, la etnia y el género. Por lo mismo resultan un espacio privilegiado para reconocer sus marcas, huellas, dinámicas y patrones para, así, encontrar nuevas formas de desactivar dichos mecanismos violentos. En una era en que lo digital se expande como modelo de extractivismo, saqueo e inequidad, el espacio del pensamiento tiene una oportunidad para abordar estos fenómenos desde otras temporalidades y enfoques respecto a formas diversas de justicia. Los procesos, sus repartos, la decantación del pensamiento, su lentitud y retraso resultan ejercicios a contrapelo de la hipervelocidad acumulativa, y esta forma de abordar dichos fenómenos podría ser un valor desde el punto de vista de los académicos e investigadores que comienzan a revisar estos archivos donde se sistematiza la producción de literatura digital latinoamericana. Por otra parte, la reciprocidad que lo común implica, podría desdibujar -conectando- los límites entre usuarios y expertos para así ayudarnos no sólo a comprender estos fenómenos latinoamericanos digitales desde su autonomía, sino también desde la capacidad inventiva que portan, así como también sus subversiones y modos alternativos para pensar y actuar mundos y futuros posibles, en una crisis planetaria inédita que requiere diversas cosmotécnicas para enriquecer caminos, alternativas y opciones a fin de encontrar formas de habitar un planeta herido. Estas obras revisadas demuestran alternativas latinoamericanas, propuestas que cuestionan y proponen otro tipo de aproximación, más consciente de los ecosistemas y procesos situados, a contrapelo de la actual, y nunca antes vista -en términos de escala-, gran acumulación ejercida por el capitalismo de vigilancia y sus formas jerarquizadas, y se constituyen como alternativas ricas en términos formales de agencia, representación y política mediante la escritura.