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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.43 no.171 Zamora jul./sep. 2022  Epub 09-Jun-2023

https://doi.org/10.24901/rehs.v43i171.889 

Artículos originales

Geografía crítica: necesidades, límites y posibilidades

Critical geography: needs, limits, and possibilities

1 Universidade Federal da Grande Dourados, Brasil marcosmondardo@yahoo.com.br


Resumen

En el presente trabajo se procura hacer un análisis de los efectos geográficos de la pandemia en los territorios de los pueblos indígenas de Brasil. La metodología combina métodos cualitativos y cuantitativos. La pandemia impone para la protección territorial de los pueblos indígenas este juego entre cierre/apertura y contención/barrera sanitaria de las tierras en las más diversas escalas espaciales. Podemos afirmar que los conceptos de contención territorial, cuerpo-territorio y transterritorialidad son fundamentales para el análisis geográfico de la pandemia desde el punto de vista indígena/latinoamericano. Estas nociones se han convertido en herramientas para una geografía crítica comprometida con las luchas sociales. En este contexto, la geografía crítica puede promover un debate intercultural para la defensa del territorio y la existencia de otras formas de vida, así como mantener un diálogo abierto con los pueblos, sus espacios y sus luchas. Reconocer las ontologías nativas que se vinculan a las experiencias, luchas y r-existencias (existir para resistir) de los pueblos y territorios indígenas -víctimas del proceso colonial- pero sin renunciar al pensamiento crítico que nos ayuda en la tarea de la descolonización (desde las minorías, desde abajo), del poder y del saber. En un planeta enfermo, más que retomar o crear nuevos cánones -bibliotecas decoloniales- es esencial sacar a relucir y hacerse eco de la multiplicidad de memorias, voces, prácticas y luchas ancestrales por la justicia y la emancipación social.

Palabras clave: Geografía crítica; indígenas; r-existencias; pandemia; Brasil

Abstract

This paper seeks to analyze the geographic effects of the pandemic on the territories of Indigenous peoples in Brazil. The methodology combines qualitative and quantitative methods. The pandemic imposes for the territorial protection of Indigenous peoples this game between closure/opening and containment/sanitary barrier of lands in the most diverse spatial scales. We can affirm that the concepts of territorial containment, body-territory, and transterritoriality are fundamental for the geographical analysis of the pandemic from the Indigenous/Latin American point of view. These notions have become tools for critical geography committed to social struggles. In this context, critical geography can promote an intercultural debate for the defense of territory and the existence of other forms of life, as well as maintain an open dialogue with the peoples, their spaces, and their struggles. Recognizing native ontologies that are linked to the experiences, struggles, and r-existences (existing to resist) of Indigenous peoples and territories -victims of the colonial process- but without renouncing critical thinking that helps us in the task of decolonization (from minorities, from below), of power and knowledge. On a sick planet, rather than retaking or creating new canons -decolonial libraries- it is essential to bring to light and echo the multiplicity of memories, voices, practices, and ancestral struggles for justice and social emancipation.

Keywords: Critical geography; Indigenous people; r-existences; pandemic; Brazil

Introducción

En Brasil, ante la política de muerte adoptada intencionadamente por el actual gobierno, los pueblos indígenas han elaborado estrategias autónomas para llevar a cabo acciones concretas para contener la proliferación del virus de Covid 19. Como veremos, contra la negligencia del Estado brasileño con respecto a la salud indígena y el enfrentamiento con la pandemia, y el riesgo de genocidio de las minorías, los pueblos originales se organizan y adoptan nuevas tácticas de lucha, articuladas en múltiples escalas espaciales. Las estrategias se guían por la cosmología de cada pueblo, por las decisiones colectivas, y en las formas autónomas de organización territorial hay un conocimiento que proviene de la ancestralidad.

Objetivos

En el presente trabajo se procura hacer un análisis de los efectos geográficos de la pandemia en los territorios de los pueblos indígenas de Brasil. Se parte de tres preguntas: ¿Dónde estábamos antes de la pandemia? ¿Dónde estamos en esta pandemia? ¿Y qué se proyecta después? Para ello, se utilizan los conceptos de contención territorial, cuerpo-territorio y transterritorialidad para ofrecer un análisis geográfico de la pandemia desde un punto de vista indígena/latinoamericano.

Como parte del orden geográfico, las cuestiones indígenas están implicadas en la actual crisis planetaria y sanitaria provocada por la pandemia de Covid 19. En América Latina, y en particular en Brasil, los pueblos y comunidades originarias, como los indígenas y los quilombolas,1 son los más afectados. Esta situación es fundamental para verificar y actualizar las categorías geográficas a raíz de lo que está sucediendo en el mundo pandémico. Las reconfiguraciones territoriales -el territorio y los procesos de desterritorialización- nunca han sido tan evidentes y relevantes como hoy para los pueblos indígenas en la lucha contra la expansión y proliferación del virus. Por lo tanto, nuestro objetivo es presentar algunas reflexiones geográficas acerca de la situación actual de estos pueblos en Brasil, destacando la importancia del espacio como esfera/condición de la multiplicidad, idea propuesta por la geógrafa británica Doreen Massey (2005) para comprender el proceso pandémico, pero también para la reelaboración de conceptos que ayuden a entender la complejidad actual, sus tendencias, perspectivas y desafíos.

El tema del “aislamiento social” y las medidas de contención/confinamiento se han convertido en el centro de muchos debates en torno a la pandemia. Este problema se asocia a la discusión sobre la dimensión biopolítica de la sociedad de la “seguridad”, tal como la expuso Michel Foucault (2004), o del “control”, propuesta por Gilles Deleuze (1992), muy marcada en el actual tiempo de pandemia, aunque retomando características de la sociedad disciplinaria -como el confinamiento- en un mundo reestructurado por la distancia.

Estos temas relacionados con la distancia, la espacialidad, los conceptos de la Geografía, son fundamentales para entender el momento actual de epidemia mundial. En este sentido, Gilles Deleuze y Félix Guattari afirman que “el territorio es ante todo la distancia crítica entre dos seres de la misma especie” (1997, p. 127). Y esta distancia demarcada comienza y termina en el propio cuerpo. Se trata de mantener la distancia del cuerpo-vector de contagio; qué no debe tocarme para no infectar mi cuerpo-territorio con virus.

Así, en los periódicos, en los discursos y en las prácticas de los infectólogos y de los gobiernos, la defensa de la vida y de la existencia de los pueblos indígenas en sus territorios originarios, no siempre es una prioridad. Con la proliferación de una política de exclusión por parte del gobierno brasileño actual, estas poblaciones se tornarán aún más vulnerables.

En Brasil, sin embargo, estas tierras y territorios indígenas, históricamente considerados por el Estado como periferias, reclaman ahora su lugar como centro ontológico y epistémico. A pesar acentuarse la violencia, los conflictos, los retrocesos democráticos y la pandemia, los pueblos indígenas están organizando y adoptando nuevas estrategias de lucha, articuladas en múltiples escalas espaciales, y haciendo frente a la proliferación de un virus biológico en sus territorios. En esta lucha, las barreras sanitarias indígenas son fundamentales, más no suficientes, para su supervivencia y para la defensa y protección de sus tierras.

Hasta el 2 de septiembre de 2020 la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB) contabilizó 29,381 casos confirmados de la enfermedad y 775 muertes entre los indígenas. El número de pueblos afectados llegó a 156. La tasa de mortalidad por Covid 19 en el Brasil es de 58 muertes por cada 100,000 habitantes; en tanto que la enfermedad entre los indígenas es cuatro veces superior a la media brasileña (APIB, 2020)).

El Boletín Epidemiológico de la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESAI) del Ministerio de Salud registró 23,489 casos confirmados de contagio en tierras indígenas y 388 muertes, según datos oficiales actualizados al 2 de septiembre de 2020. La región del norte es la que presenta el mayor número de casos. El estado de Amazonas fue el primero en confirmar el contagio de población indígena y, al presente, concentra el mayor número de muertes. APIB llama la atención acerca del “hecho de que el SESAI es uno de los principales vectores de expansión de la enfermedad dentro de los territorios indígenas, llegando a la región con el mayor número de pueblos aislados del mundo: el Valle de Javari”. Esta discrepancia de datos, a escala regional y nacional, pone de relieve la negligencia del Estado brasileño en relación con la salud de los indígenas y la lucha contra la pandemia.

Metodología

Esta investigación se basó en el método cualitativo de análisis documental de informes periodísticos en línea, que consiste en la descripción de la fuente original; esto permite la localización, identificación, organización y evaluación de la información registrada en el documento. Además, proporciona una oportunidad para caracterizar los hechos en determinados momentos -acontecimientos que están anclados histórica y socialmente-, a su vez que reflejan aspectos de la vida social de un grupo particular (Moreira, 2005).

Se llevó a cabo un análisis documental de: 1) informes de prensa, nacionales e internacionales, sobre el avance de la pandemia entre los pueblos indígenas en Brasil publicadas entre 2020 y junio de 2021 (por ejemplo, los periódicos Folha de São Paulo, O Globo, Correio do Estado, O Progresso y Diário MS); 2) documentos e informes producidos por instituciones como la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB), y todas las organizaciones de base -con representación en las cinco regiones del país- que forman parte de ella, como organizaciones aliadas con movimientos sociales como el Movimiento de los Sin Tierra (MST), organizaciones no gubernamentales como el Consejo Indígena Misionero (CIMI), el Instituto Socioambiental (ISA) o la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), y organizaciones populares como la Federación de Organizaciones Sindicales Revolucionarias de Brasil (FOB); 3) el streaming de las organizaciones indígenas de base como el Aty Guasu.

Para los datos estadísticos sobre el panorama de la pandemia del Covid 19 en los pueblos indígenas de Brasil, se utilizaron los producidos por la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB) y El Boletín Epidemiológico de la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESAI) del Ministerio de Salud.

También se utilizó el enfoque cualitativo de la revisión bibliográfica de autores indígenas y no indígenas, para analizar los procesos de resistencia en las formas de autoorganización (autonomía) durante la pandemia del Covid 19. Para Duarte (2002) los estudios con este tipo de enfoque proporcionan la sistematización y el análisis de la diversidad de la literatura relacionada con el eje temático involucrado en la problemática de investigación. Para ello se combinaron los conceptos geográficos de contención territorial, cuerpo-territorio y transterritorialidad, que, como categorías de práctica y ejercicio múltiple, constituyen un fortalecimiento significativo en la autogestión y autonomía territorial de los pueblos originarios en el combate a la propagación del Covid 19.

Para la revisión de la bibliografia, como principales referencias se tomaron los trabajos de intelectuales indígenas como el de Kopenawa y Albert (2015), Krenak (2019, 2020), Guajajara (2020), Veron y Guimarães (2020), Eloy Amado y Ribeiro (2020), y textos de no indigenas como el de Harvey (2020), Viveiros de Castro (2020), Wallace (2020), Haesbaert (2021) y Mondardo (2020, 2021). Para ello era imprescindible construir una geografía simétrica crítica en el sentido del diálogo intercultural de enfoques. De este modo, el método de investigación utilizado se encaminha hacia la construcción de una geografía crítica intercultural para y con los pueblos indígenas.

La interpretación y el análisis de la información y los datos generados se basaron en la geografia crítica (Santos, 1996; Massey, 2005), y decolonial (Porto-Gonçalves, 2007; Cruz, 2017; Haesbaert, 2021). Es fundamental tener en cuenta que en Brasil, en relación con otros contextos de la propia periferia global de América Latina, el pensamiento decolonial se sitúa en una determinada perspectiva ontológica o pluriontológica. En este sentido, en una cierta lectura decolonial indígena-latinoamericana, este conocimiento contextualizado geohistóricamente sobre la pandemia de Covid 19 debe dialogar con las prácticas autóctonas de los pueblos indígenas para subvertir el pensamiento centrado en el Estado y resaltar las luchas ontológicas, r-existencias, por la vida, la tierra y el territorio.

Por lo tanto, existir como pueblos originarios para resistir es enfrentar el autoritarismo (Schwarcz, 2019), el racismo estructural (Almeida, 2018) y la negligencia del gobierno del agronegocio globalizado y necropolítico en el Brasil contemporáneo. Así, en relación con las comunidades ancestrales, la estrategia metodológica adoptada fue delineada por la “investigación emancipadora” en la dirección de la descolonización de las metodologías, propuesta porSmith (1999), que valora la ascendencia, la cosmología y el punto de vista indígena, elaborados de los pueblos-territorios, las tierras indígenas y las periferias.

Resultados

La vulnerabilidad territorial de los pueblos indígenas en la pandemia

Los pueblos indígenas han sido más vulnerables debido a la precariedad de sus condiciones materiales de vida, la intensificación de los conflictos y los ataques a sus territorios. Líderes, organizaciones y estudiosos de los derechos humanos afirman que lo que está sucediendo es un proyecto genocida en curso. El gobierno brasileño alienta las medidas neoliberales en favor del agronegocio y de las compañías mineras, expropiando tierras a los pueblos indígenas.

Esta ofensiva amenaza territorios, derechos y conocimientos en nombre del neodesarrollo para avanzar en el neoextractivismo, como afirma Maristella Svampa (2019). Esto ha contribuido en gran medida al aumento de la deforestación, la acentuación de conflictos y de enfrentamientos territoriales, la especulación financiera con la tierra y el desencadenamiento del hambre en los territorios donde se presenta la pandemia. De esta manera, la Amazonia y el Pantanal registran un aumento de la deforestación e incendios con el desmantelamiento de las políticas públicas en materia de protección de estas áreas de bio y etnodiversidad.

Debido esta política de la muerte,2 anti-indigenista y anti-ambiental practicada por el actual gobierno brasileño, no sorprende la omisión y negligencia del poder público relacionado con la protección de las minorías étnicas, tomando como ejemplo el desamparo de las poblaciones originales contra la pandemia de Covid 19. La propagación viral se ha extendido rápidamente por los territorios, afectando 156 pueblos y provocando el fallecimiento de importantes líderes indígenas, como Aritana Yawalapiti, una referencia en el Alto Xingu, en el estado de Mato Grosso.

Ante la pandemia, el Estado ha actuado notablemente para reforzar el proyecto neoliberal en curso, especialmente en la cuestión territorial. Como afirmó Eduardo Viveiros de Castro en Brasil el Estado es un aliado de la pandemia y lo que ha estado ocurriendo es un genocidio por negligencia, aunque para otros sea un genocidio deliberado: “La epidemia tendrá el mismo efecto que la limpieza étnica para los que dependen de la asistencia pública” (Viveiros de Castro, 2020, p. 1).

Así, en detrimento del cuidado de la vida, el Estado ha dado prioridad al capital, privilegiando la propiedad privada y la explotación de los recursos naturales de los territorios tradicionales en nombre de la economía neoliberal. Con ello, el capital avanza sobre los territorios originarios de Brasil, que todavía hoy son los más preservados y los que más han contribuido a la lucha contra el calentamiento global. En el caso brasileño, se trata de un proyecto muy extendido de expoliación de estos territorios, ya que los discursos del gobierno contienen agresiones, palabras de orden y promueven el proyecto de explotación.

En este contexto, quienes llevan a cabo los ataques contra los pueblos y comunidades originarias forman parte de esta sociedad patológica, como afirma el filósofo Byung-Chul Han (2017), y del proyecto neoliberal de expoliación de territorios, según el geógrafo David Harvey (2004). El Estado refuerza este proyecto y actúa por medio de dispositivos en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, compuestos por las bancadas ruralista, evangélica y armamentista, que hoy en día forman un bloque mayoritario.

La destrucción de los territorios ha sido oportuna frente al proyecto de gobierno genocida que se vive. Los embates a los territorios tradicionales se basan en ataques patológicos que incitan a la violencia contra las minorías, a sus formas de vida, a sus particulares maneras de entender al otro y al mundo, todo esto en el marco de la lógica de explotación de los recursos naturales (la tierra, el agua, la madera, los minerales, etc.) y de la expansión hacia los territorios indígenas y las actividades agroindustriales.

A raíz de este proceso, y ante el confinamiento impuesto por la pandemia, los territorios presentan una situación semejante. Muchos pueblos indígenas, de las diversas regiones, han iniciado campañas para luchar contra el hambre. Esta época de crisis sanitaria trae consigo la lección de la necesidad de fortalecer la seguridad y la soberanía alimentaria de los pueblos y comunidades tradicionales que están particularmente involucrados. Por consiguiente, es importante fortalecer las bases locales y regionales, impulsar la agroecología y crear alianzas y redes de solidaridad, habida cuenta de que se avecina una crisis económica grave y perversa.

Se han llevado a cabo muchas acciones de solidaridad durante la pandemia, como la entrega de canastas básicas, pero es necesario avanzar más a través de prácticas autónomas en materia de alimentación en los territorios. Muchos se preocupan por el hambre en estos lugares, por la entrada del nuevo coronavirus en las comunidades, la cuestión de la lucha por la tierra y toda la violencia que padecen. A pesar de la suspensión de los desalojos por parte del poder judicial en este periodo de emergencia sanitaria, se ha fortalecido la lógica de expropiación de la iniciativa privada, liderada por las empresas agroindustriales. Los ataques promueven el avance del proyecto neoliberal contra los territorios tradicionales y sus recursos naturales. La Amazonia es nuevamente un tema de gran importancia nacional debido a la irrupción que los pueblos originarios reciben sobre sus recursos naturales como el oro, la madera, el agua, la tierra, entre otros.

Por lo tanto, en vista de los embates recibidos por parte de las políticas genocidas del Estado, aunado a la actual situación sanitaria, es importante destacar una nueva estrategia de lucha adoptada por medio de la 16ª edición del Acampamento Terra Livre online, en el periodo del 27 al 30 de abril de 2020, organizado por la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB). Se transmitieron reuniones, encuentros, canciones, danzas tradicionales, espectáculos de películas y debates. El evento tenía como objetivo la protección de los pueblos indígenas, ya que los principales medios de comunicación no mostraban su vulnerabilidad territorial en el contexto de la pandemia. Lo que se observa es que las comunidades hacen uso de las nuevas tecnologías para crear redes sociales. Frente a la negligencia del Estado brasileño construyen de manera virtual redes de colaboración y visibilidad, realizan denuncias y llevan a la gente a promover la solidaridad, la ayuda y el diálogo.

Es importante analizar y articular diversas escalas en la lucha por los derechos humanos para acceder a otros espacios públicos que necesitan comprender la presencia indígena en Brasil. Por eso los derechos indígenas están intrínsecamente relacionados con los derechos ambientales. Los territorios y la forma de vida de estos grupos están inextricablemente vinculados a la protección del medio ambiente. Por lo mismo, estos eventos virtuales deben ser una tendencia cada vez más presente para la defensa y protección de los territorios.

Contención territorial, cuerpo-territorio y transterritorialidad

Es importante señalar las estrategias de contención territorial adoptadas por los pueblos. Para el geógrafo Rogério Haesbaert (2014), dicho término se refiere a la condición socioeconómica en la que los grupos subordinados se ven obligados a vivir en la periferia, ya que se convierten en territorios más vulnerables, distantes, con infraestructura insuficiente y acceso a bienes y servicios precarios. La crisis sanitaria ha hecho que estas personas marginadas sean contenidas como potenciales transmisores del virus. A su vez, los colectivos subalternos, como los pueblos indígenas, comenzaron a construir su propia lógica territorial ancestral de contención para subvertir la idea de sujeción de los subalternos por parte de los hegemónicos. Con la pandemia, los grupos minoritarios comenzaron a construir lógicas de autocontrol en sus territorios tradicionales para tener las condiciones, aunque mínimas, de distanciamiento o aislamiento social.

En Brasil, debido a la omisión y negligencia del Estado, los indígenas promovieron medidas de contención de las tierras ancestrales, dirigidas por organizaciones indígenas regionales y nacionales. Todas las barreras sanitarias generadas por las comunidades, en mayor o menor grado, están diseñadas para controlar la movilidad, especialmente fuera de las tierras tradicionales, así como la protección del cuerpo-territorio (Haesbaert, 2020). Este cuerpo-territorio, como en la perspectiva feminista latinoamericana, debe ser protegido en su doble sentido: como el cierre de territorios indígenas, así como el control del movimiento de los cuerpos, en el sentido de la inmovilidad de los pueblos. Es evidente que este territorio corporal nunca se disocia de la protección territorial y de otras escalas espaciales más amplias de articulación y alianzas políticas.

Sin embargo, esta contención territorial de las tierras indígenas creada por las barreras sanitarias es un cierre temporal y en algunos casos precario, debido a la acción de personas no indígenas, empresas mineras y madereras con actividades ilegales, lo que se traduce en la invasión de regiones étnicas, como ha ocurrido en la Amazonia, en particular la de mayor extensión de Brasil, la Tierra Indígena Yanomani en la frontera con Venezuela.

En otras regiones brasileñas, como el Centro-Oeste, en los estados de Mato Grosso y Mato Grosso del Sur, la proximidad de las tierras indígenas a las ciudades, zonas urbanas, carreteras y rutas de acceso, demuestra que, pese a la presencia de la barrera sanitaria, siempre hay un camino por el cual es posible desplazarse y transgredir los límites, que posibilita el flujo de individuos y/o bienes y que obedece los intereses de las personas no indígenas. En Brasil, las vías de contagio se producen por carreteras y ríos; los medios de transporte se convierten en vectores de un brutal virus biológico que infecta a los grupos étnicos de las más diversas regiones del país.

La pandemia demuestra así la complejidad de los territorios indígenas actuales que, aunque son islas en la planificación territorial brasileña, no están del todo aislados de la sociedad nacional. Véanse también los ejemplos de los pueblos indígenas que tienen que abandonar sus aldeas para pedir asistencia de emergencia al gobierno en las ciudades, así como los equipos médicos de la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESAI), u otros organismos estatales como la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), que ingresan en las tierras y acaban siendo portadores del virus.

La pandemia impone para la protección territorial de los pueblos indígenas este juego entre cierre/apertura y contención/barrera sanitaria de la tierra en las más diversas escalas espaciales. Los territorios han comenzado a controlar mucho más la circulación de los cuerpos indígenas y no indígenas con el efecto de barrera sanitaria de tipo zonal de cierre, pero al mismo tiempo tienen que lidiar con los flujos locales, regionales y nacionales, o los circuitos globalizados de bienes y personas no indígenas en carreteras, ríos, áreas de acceso o ciudades cercanas.

Incluso con la pandemia, el “imperativo de la fluidez”, tal como lo propone Milton Santos (1996), hace que los territorios originales se vean afectados y deban ser reestructurados para adaptarse a las necesidades corporativas de circulación. Esto ha significado que el modo de vida de la comunidad tiene que ser, en cierto sentido, reconfigurado dentro de áreas o zonas, como las tierras indígenas que están tratando de controlar, con creciente dificultad, la proliferación del nuevo coronavirus. Por lo tanto, cuantas más entradas o vías de acceso posea una tierra indígena, más difícil será controlar la movilidad de los cuerpos y la protección del territorio.

Cuando se identifica una entrada como una forma de proliferación de virus, debe llevarse a cabo el bloqueo parcial y temporal de las tierras indígenas. Cuantas más formas de acceder existan, mayor será la dificultad de controlar, por eso es tan importante la regulación geográfica focal en dichos territorios. Así es como los propios indígenas se han esforzado por contener la proliferación del virus. En el estado de Pará, en la Amazonia, un grupo de 100 indios Kaiapós bloqueó la carretera 163, la principal ruta para el flujo de grano de soja y maíz desde Brasil a los puertos. Con estas acciones, por un lado buscan la expulsión de los madereros y mineros de sus tierras, pues señalan que el camino les ha traído enfermedades, y por el otro, también luchan por la compensación.

Para los pueblos originarios la tendencia es un intento de volver al control territorial zonal de la tierra, que había sido impuesto en algunos casos por la sociedad no indígena, pero que ahora, para combatir la propagación del nuevo coronavirus, lo hacen ellos mismos, en el sentido de contención hecha desde abajo, por las minorías étnicas como forma de protección. Los pueblos indígenas han elegido o se han visto obligados a hacer un control zonal de algunas fronteras de sus territorios, al imponer una cuarentena e incluso al aislar a los contaminados en sus tierras indígenas.

Un factor decisivo para los pueblos y comunidades ha sido que las organizaciones indígenas, así como las ONG y los movimientos sociales aliados, habiliten y mantengan barreras sanitarias en las tierras indígenas, mediante la distribución de Equipos de Protección Individual (EPI) -como máscaras, kits de protección y alimentos- para la vigilancia de la entrada de personas no indígenas con el papel fundamental de liderazgos y equipos basados en comités de área que vigilan la entrada y salida con pequeños grupos de familias.

El bajo o inocuo número de pruebas para la identificación, detección y aislamiento de portadores asintomáticos es decisivo. Además, la necesidad de inmovilidad de la transterritorialidad en relación con la contención y el desprendimiento social para las personas que tienen un modo de vida comunitario, con familias que comparten el mismo territorio, que cohabitan en la misma casa, es un ejemplo de uno de los obstáculos centrales para la difusión del nuevo coronavirus. La dinámica de cierre/apertura y contención/barrera, asociada a la organización cosmopolita de los pueblos, incluidos los conocimientos tradicionales, creencias, nunca ha sido tan importante para la protección territorial del asalto implacable del virus.

A partir de las medidas tomadas por los pueblos, se puede advertir cuán difícil es implementar un control territorial con rigidez para los territorios indígenas en un país periférico (donde la pandemia aún no parece haber alcanzado su punto máximo), en el contexto latinoamericano de regresión democrática, de acentuación de la violencia y de crisis sanitaria, y de la lucha por los derechos, en la defensa y vigilancia de los territorios ancestrales.

Una característica principal de esta pandemia, que tiene una importante connotación geográfica, es que, al extenderse desde China, comenzó a partir de la pirámide socioeconómica más alta: de las clases más pudientes a las menos favorecidas. En el caso de los pueblos indígenas, la contaminación en las aldeas surgió en los frigoríficos, mataderos, fábricas y empresas mineras.

Cuando se observa el mapa de Brasil sobre la propagación de la pandemia en las zonas periféricas, como las tierras indígenas, se aprecia que el coronavirus fue transportado por la red urbana y afectó inicialmente a las metrópolis brasileñas (los barrios más ricos), donde llegaron los turistas y los viajeros internacionales, es decir, los primeros cuerpos portadores y vectores del virus, y posteriormente se propagó a las ciudades medias hasta llegar a las pequeñas. En consecuencia, al arrivar a estas últimas, donde se encuentran la gran mayoría de las tierras indígenas brasileñas, el Covid 19 se asentó en los territorios originarios.

La problemática radica en que este virus llegó primero a los barrios más ricos de las ciudades, a las actividades de comercio y agroindustria, y después se llevó a las zonas más pobres y a las aldeas indígenas. Esto permite observar la complejidad de las estrategias espaciales de control de los territorios indígenas por contención/barreras sanitarias en la realidad periférica y colonial de uno de los países más desiguales de América Latina y del planeta.

En el estado brasileño de Mato Grosso del Sur, el primer caso de contagio indígena por coronavirus podría percibirse como sintomático de una sociedad espacialmente desigual: una mujer indígena de 35 años que trabaja en un frigorífico, residente en la aldea de Bororó, en el municipio de Dourados, fue diagnosticada el 13 de mayo de 2020. Los primeros diez casos de contaminación por Covid 19 en la Reserva Indígena de Dourados tuvieron su origen un matadero de la ciudad, según los dirigentes guaraníes. No obstante, los frigoríficos, las fábricas y las empresas mineras en Brasil no detuvieron sus actividades de producción durante la pandemia y se convirtieron en espacios-vectores de la transmisión del nuevo coronavirus a los cuerpos de los trabajadores indígenas y no indígenas.

En esta situación distópica que es la pandemia, los más afectados son, paradójicamente, los que más necesitan ser fortalecidos. Y esto se debe a que el colapso ecológico se considera casi inevitable debido a la vulnerabilidad de estos pueblos y comunidades contra un gobierno genocida. Las comunidades indígenas de Brasil son injustamente los más vulnerables. Frente a este contexto es difícil creer que tendremos transformaciones sustanciales en el futuro, incluso porque en el país las pretensiones electorales han acentuado las mediaciones neoliberales de disminución de derechos, de despojo de territorios y de rentistas con la tierra.

A su vez, los pueblos indígenas y los movimientos sociales, por medio de sus organizaciones, critican las políticas de austeridad y proponen la necesidad de un retorno al Estado social. Esto se justifica en un país con altos índices de desempleo, extrema pobreza y precariedad en la atención médica pública, aunque nunca ha sido tan importante defender al Sistema Único de Salud (SUS). Vale la pena señalar que una de las primeras medidas del actual gobierno fue el desmantelamiento de un programa completo de atención médica (Médicos sin Fronteras), y los intentos de municipalizar la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESAI), ambos programas fundamentales para las poblaciones más vulnerables: los pueblos originarios.

Por ello, estos pueblos luchan para que el Estado implemente un Plan de Emergencia en defensa de la vida de los indígenas. El 31 de agosto de 2020, el Supremo Tribunal Federal aprobó parcialmente el Plan de Emergencia del gobierno para la construcción de barreras sanitarias para proteger a los pueblos indígenas de la pandemia. El Ministro de Justicia determinó, en diálogo con las organizaciones indígenas, que en la aplicación de las barreras sanitarias se debía dar prioridad a las tierras del Valle del Javari, Yanomami, Uru Eu Waw Waw y Arariboia, consideradas las más vulnerables y con mayor riesgo de contagio.

Así, las organizaciones indígenas en múltiples niveles espaciales han actuado para que se tomen medidas de autocontrol territorial, como el impedir el acceso de personas ajenas a las aldeas por medio de barreras sanitarias, con todo y las dificultades que genera la proximidad a las ciudades, carreteras, ríos y vías de acceso a estos territorios originales. Algunos grupos más vulnerables, como los pueblos aislados de la Amazonia, solo tienen sus cuerpos como territorio a defender, espacio sobre el que buscan mantener cierto control ante las intenciones de los misioneros fundamentalistas y del actual gobierno por establecer contacto con ellos, acentuando el riesgo de contagio y exterminio de quienes no tienen inmunidad al coronavirus.

Para los pueblos aislados, esta ofensiva podría imponer un triste y perverso destino con la introducción de un virus biológico agresivo. Además, para los indígenas es prácticamente imposible cerrar por completo sus aldeas para controlar las entradas cuando ni siquiera hay suficiente agua y jabón para la higiene personal, como ocurre en asentamientos guaraníes y kaiowá en el estado brasileño de Mato Grosso del Sur.

Entonces, se puede afirmar que esta crisis sanitaria obliga a pensar en un futuro sombrío, en el que prime la desigualdad. Aun así, los pueblos indígenas luchan y denuncian, cada vez más, en múltiples escalas geográficas, la falta de atención oportuna en los hospitales públicos. El gobierno necropolítico, a su vez niega y subestima la gravedad de la crisis sanitaria, incluso después de que, a la fecha, han ocurrido 671,416 muertes de brasileños, de los cuales 1,312 son indígenas.3

La necropolítica adoptada por el gobierno ha dado prioridad a la economía sobre la vida, incluso en un sistema económico fallido, con efectos sociales perjudiciales (la desigualdad socioespacial se ha intensificado por la pandemia) y ecológicos perversos. Así, el nuevo coronavirus nos advierte de este siniestro patrón de extracción de riquezas del planeta, al evidenciar tanto el agotamiento los recursos naturales mediante el neoextractivismo en países latinoamericanos como Brasil, como la trivialización o deshumanización de las muertes.

Al no cerrar con eficacia las fronteras con otras naciones, el Estado brasileño dejó en claro la carencia de medidas efectivas para controlar el contagio y para evitar que las personas infectadas ingresaran a las tierras indígenas. Esto demuestra que la lucha por estos pueblos debe ser transnacional, transterritorial y transfronteriza en la medida en que se necesita un diálogo permanente entre los grupos étnicos que viven en las fronteras de los países de América Latina, con intervenciones y protocolos de bioseguridad que involucren a diversos actores institucionales, desde las organizaciones hasta los organismos de los respectivos Estados.

Lo anterior responde a los diferentes niveles de contagio que se observan entre los pueblos indígenas que viven en las fronteras de los países, así como al rápido aumento de la pandemia en Brasil. Este ir y venir, o tránsito transfronterizo, pone en riesgo a varios grupos de indígenas, como los guaraníes. La nueva situación caracteriza la construcción de la experiencia de la transterritorialidad. Entendemos por este término el tránsito entre regiones que permite el control de territorios-zona articulados mediante redes rizomáticas económicas, políticas y culturales (Mondardo, 2018).

La pandemia muestra que no hay nada democrático en el nuevo coronavirus. En Brasil el virus desencadena efectos perversos en las poblaciones más frágiles, como los indígenas, en específico entre los ancianos, los enfermos, las mujeres y los niños, siendo los primeros los más afectados por la enfermedad. Esto extingue las liderazgos políticos y religiosos, las bibliotecas vivas de las culturas nativas seculares, de las memorias, los mitos, las lenguas y la historia indígena. Lo anterior da cuenta de lo complejo que resulta el proceso de la autocontención para estos pueblos, las invasiones, amenazas y violencia sufridas en sus cuerpos-territorios responde a las condiciones mínimas de desprendimiento social (al final, solo los más ricos tienen las facilidades económicas para vivir en un espacio-burbuja), o a su forma de vida comunitaria.

En un mundo tan desigual, el acceso diferenciado a la tecnología, al flujo de información, facilita la operación de diferentes dispositivos de contención territorial, por lo que defender la vida, el cuerpo-territorio es la condición permanente para esta r-existencia (existir para resistir). Una de las lecciones geográficas de esta pandemia es que, para que los pueblos indígenas defiendan su territorio, es necesario defender la vida. Es esencial construir otra biopolítica mediante las luchas anticoloniales que se centran en la comunidad, el afecto y el cuidado.

Frente a un crecimiento económico desenfrenado, el mundo de la pandemia puede ayudar a construir o fortalecer las utopías. Contra la distopía del espacio-tiempo que es la pandemia, es necesario pensar en horizontes de decrecimiento y posextractivismo, reconociendo otras formas de vida, de convivencia y relación pluriontológica con la naturaleza, de “sentipensar con el territorio”, “pensar desde el corazón y desde la mente”, como propone Arturo Escobar (2014), y desde las perspectivas del buen vivir, la Madre Tierra, la Pachamama, teko porã, nhandereko, visiones particulares de los pueblos indígenas de América Latina. La insaciabilidad del uso de los recursos naturales afecta negativamente a la cosmología de cada pueblo y también a la vida de los no indígenas.

En la frontera de Brasil con Paraguay, los guaraníes y los kaiowá luchan por la defensa y la reanudación de los territorios de ocupación tradicional: tekoha (Mondardo, 2019). Este territorio indígena incorpora una dimensión religiosa que es constitutiva y vital para las disputas que envuelven la reanudación, además de fortalecer la resistencia. Los hombres orantes esbozan estrategias de acción colectiva en estos encuentros regionales -Aty Guasu- con los colectivos que se sitúan en los frentes de lucha contra los agricultores agroindustriales. Las estrategias de reocupación son elaboradas por los dirigentes políticos en las reuniones regionales -Aty Guasu- y los dirigentes religiosos -Jeroky-, ante la violenta desterritorialización que sufren las extensas familias de su tekoha tradicional. El tekoha es, pues, la espacialidad que encarna y da forma a un modo de vida marcado por su relación ancestral, sus prácticas comunitarias en las que destaca actualmente el protagonismo de la mujer en la lucha territorial a través del Kuñangue Aty Guasu (asamblea de mujeres).

Las mujeres indígenas han dicho que la humanidad debe tratar y reconocer al planeta tierra como una madre, sólo así el mundo la cuidará y protegerá mientras se reconecta con la naturaleza. El buen vivir está ligado a una sociedad de equilibrio entre los pueblos y la Madre Tierra, una relación heredada de los antepasados por medio de sus territorios originales. Para ello, es urgente romper con el modelo económico neoliberal altamente depredador y centralizador. No se puede volver al “lugar” donde estábamos antes de esta pandemia. Se necesita vivir un nuevo espacio y tiempo que requiere esta reconexión con la Madre Tierra para garantizar la vida, y las diferentes formas de vida, en el planeta.

Por eso es esencial construir horizontes en los que la Madre Tierra sea un ser vivo con derechos, un mundo en el que caben muchos mundos (el pluriverso), como en la visión ecofeminista indígena latinoamericana, o como afirma el líder ambientalista indígena brasileño Ailton Krenak (2019), para que tengamos ideas para aplazar el fin del mundo.

Conclusiones

Podemos afirmar que los conceptos de contención territorial, cuerpo-territorio y transterritorialidad son fundamentales para el análisis geográfico de la pandemia desde el punto de vista indígena/latinoamericano. Estas nociones se han convertido en herramientas para una geografía crítica comprometida con las luchas sociales. Si, por un lado, el coronavirus muestra actualmente que la vulnerabilidad o mortalidad humanas no es democrática, sino que depende de la clase social, la etnia, el género, el grupo de edad, el lugar de residencia y el trabajo, entre otras indicaciones sociales; por el otro, la pandemia debilita aún más la necesidad de luchar contra las desigualdades sociales, apoyando luchas concretas y diferencias en las respectivas sociedades.

No podemos negar que, ante la pandemia, en mayor o menor grado, se está acelerando la aplicación de un régimen de vigilancia biopolítica del espacio. No se trata solo de cómo nos comunicamos en una sociedad cada vez más tecnológica y desigual, sino de cómo el cuerpo-territorio estará condicionado a la vigilancia digital de la salud. La crisis sanitaria mundial es una crisis urbana e industrial causada por el modo de producción capitalista; este dilema de la civilización presagia el paso a un nuevo sistema de reglas y normas espaciales. El panorama crítico de la pandemia abre el camino para el control de los cuerpos de una sociedad disciplinaria, reestructurada por el distanciamiento o el aislamiento social, en el cual la biopolítica controlará y vigilará el estado de salud de los más variados segmentos sociales, al tiempo que restringirá de manera desigual las libertades individuales y colectivas de circulación. Ante la pandemia no podemos aceptar la restricción radical de los derechos fundamentales, anunciada por los gobiernos de extrema derecha. En este estupor que se ha apoderado del planeta no debemos renunciar a la sociabilidad, la comunidad y la proximidad. Para ello, la dimensión vivida del espacio -la multiplicidad- es indispensable.

La pandemia es el resultado de la explotación capitalista de la Tierra. Este modo de usufructo de la materia y la energía ha intervenido violentamente en los ecosistemas del planeta. En la era del Antropoceno, las aglomeraciones humanas periféricas están cada vez más amenazadas. En América Latina, esta globalización neoliberal marcó como única opción para el desarrollo socioespacial la profundización de la expoliación de sus riquezas naturales por parte del neoliberalismo -reforzando una tradición que se mantiene desde la época colonial, como analiza Eduardo Galeano (1987)-, para la intensificación agropredatoria del neoextractivismo de los territorios. Pero como recuerda Milton Santos (2002, p. 86), “la venganza del territorio” se produce ante el “desorden general que instala la globalización”, “del que el territorio brasileño es imagen y también actor”, “como venganza del territorio contra la perversidad de su uso”.

En este contexto, la geografía crítica puede promover un debate intercultural para la defensa del territorio y la existencia de otras formas de vida; así como mantener un diálogo abierto con los pueblos, sus espacios y sus luchas. Es importante destacar la dimensión espacial de la colonialidad mediante las geografías indígenas que interpelan ambientes y sociedades, especies y colectivos mundiales, humanidades y territorialidades, a través de dispositivos, geoestrategias, prácticas descolonizadoras y subversivas. Es fundamental pensar en la gobernanza ambiental para discutir la pandemia asociada a la crisis climática, pero sin promover un cambio en los modelos de desarrollo capitalistas y neoliberales -que siguen las premisas de los grandes organismos y empresas internacionales- ni en la promoción de la salud y la regularización de las tierras de los pueblos indígenas.

Por eso es importante criticar esta gobernanza más pasteurizada que busca un cierto consenso sin transformación social. En la lucha contra la pandemia, la crisis urbana y climática, es importante considerar una gobernanza ambiental guiada por los principios de la justicia ambiental, es decir, una que esté efectivamente dirigida a reducir las desigualdades, la opresión, la violencia y el racismo ambiental.

Para ello es necesario leer el espacio como la “esfera/condición de la multiplicidad” y la heterogeneidad, como lo propone Massey (2005), reconociendo en la espacialidad lo simbólico y lo vivido en prácticas y luchas que involucran la cultura, la cosmopolítica, la ascendencia, la espiritualidad y las trayectorias de vida. Reconocer las ontologías nativas que se vinculan a las experiencias, luchas y r-existencias (existir para resistir) de los pueblos y territorios indígenas -víctimas del proceso colonial- pero sin renunciar al pensamiento crítico que nos ayuda en la tarea de la descolonización (desde las minorías, desde abajo), del poder y del saber. En un planeta enfermo, más que retomar o crear nuevos cánones -bibliotecas decoloniales- es esencial sacar a relucir y hacerse eco de la multiplicidad de memorias, voces, prácticas y luchas por la justicia y la emancipación social.

Agradecimientos

Agradecezco la invitación de la Doctora Nubia Cortés y de David Solís Aguilar para la presentación de la ponencia magistral “Geografia crítica: necesidades, límites y posibilidades”, como parte del V Simposio de Geografía Humana, “Espacialidades emergentes. La visión geográfica en tiempos de contingencia global”, llevado a cabo el 3 de septiembre de 2020 en El Colegio de Michoacán.

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1“Un importante avance normativo fue la identificación de los quilombos con la territorialidad y el uso colectivo de la tierra, ocupada ancestralmente, de generación en generación. En el pasaje oficial, artículo 2 del Decreto 4887/03, se considera a los restantes quilombos como grupos étnico-raciales, según criterios de autodeterminación, con trayectoria histórica propia, dotados de relaciones territoriales específicas, con presunción de ascendencia negra relacionada con la resistencia a la opresión histórica sufrida” (Dealdina, 2020, p. 30-31).

2Necropolítica, término propuesto por el filósofo camerunés Achille Mbembe (2018).

3Datos actualizados al 01/07/2022.

Recibido: 25 de Noviembre de 2021; Aprobado: 10 de Mayo de 2022

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