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Secuencia

versión On-line ISSN 2395-8464versión impresa ISSN 0186-0348

Secuencia  no.116 México may./ago. 2023  Epub 09-Jun-2023

https://doi.org/10.18234/secuencia.v0i116.2039 

Artículos

José Revueltas y el origen del espartaquismo en México (1960-1963)

José Revueltas and the Origin of Spartacism in Mexico (1960-1963)

Victoria Citlalmina Herrera Valle1 
http://orcid.org/0009-0009-1248-4691

1Universidad Nacional Autónoma de México, México victoria.hv@comunidad.unam.mx


Resumen:

El estudio del comunismo y del marxismo en México ha experimentado recientemente una revaloración; sin embargo, los comunismos locales, las corrientes alternas e incluso los intelectuales y militantes siguen en espera de análisis académicos. En ese sentido, este artículo se enfoca en una etapa de la vida y obra de José Revueltas en función de la vertiente del comunismo nacional que él mismo fundó: el espartaquismo. Pretendo analizar la “etapa espartaquista” del escritor, es decir, la actividad teórica y política que realizó a finales de la década de 1950 e inicios de la siguiente. Aquí, argumento que la lectura que Revueltas efectuó sobre algunos acontecimientos de relevancia política del periodo y su propia experiencia como comunista orientaron su ideario en contra del comunismo estalinista, razones que lo impulsaron a fundar el espartaquismo.

Palabras clave: José Revueltas; comunismo; marxismo crítico; nacionalización del marxismo; espartaquismo

Abstract:

Although the study of communism and Marxism in Mexico has recently been reappraised, local forms of communism, alternate trends, and even intellectuals and militants have yet to be analyzed in the academic sphere. Accordingly, this article focuses on a stage in the life and work of José Revueltas concerning a brand of national communism he himself founded: Spartacism. It attempts to analyze the writer’s “Spartacist stage”, his theoretical and political activity in the late 1950s and early 1960s. It argues that Revueltas’s interpretation of certain politically significant events during the period and his own experience as a communist shaped his opposition to Stalinist communism, leading him to found Spartacism.

Keywords: José Revueltas; communism; critical marxism; nationalization of marxism; spartacism

INTRODUCCIÓN

La bibliografía concerniente a la vida de José Revueltas, desde su acción política y su obra literaria hasta su obra teórica, es prolífica. Al respecto se han escrito varias biografías o remembranzas que destacan la “etapa espartaquista” de Revueltas (González Rojo, 1987, p. 7), entre las cuales sobresalen por su investigación académica los libros de Jorge Fuentes Morúa (2001) y de Arturo Anguiano (2017) . El primero por la ardua labor heurística de su autor y el segundo por el esfuerzo hermenéutico que Anguiano realizó durante varios años, dando como resultado un análisis completo y sustentado argumentativamente de los textos políticos más importantes de Revueltas, incluso los elaborados en el transcurso de su etapa espartaquista, la cual hasta el momento ha sido una fase poco estudiada, omitida o desdeñada en algunas de sus biografías.

En ese sentido, hay ciertas obras que tratan, aunque parcialmente, la historia del espartaquismo en México, unas desde un escenario general de las corrientes de izquierda, como la de Barry Carr (1996) en La izquierda mexicana a través del siglo XX, y otras desde las tendencias marxistas que en ese momento -a finales de los cincuenta- abundaban en el territorio mexicano, tal como lo hace Carlos Illades (2018) en El marxismo en México. Una historia intelectual. Cabe subrayar que sólo existe un libro que recoge, por medio de documentos, la historia del espartaquismo en México, El espartaquismo en México, de Paulina Fernández Christlieb (1978) . Sin embargo, su límite reside en que el esfuerzo de la autora se restringió a hacer una recopilación de algunos documentos de los diversos grupos que se agremiaron bajo la corriente espartaquista.

Hay algunas obras escritas por miembros de la Liga Leninista Espartaco (LLE) después de la disolución de la misma. En esta sección se encuentran los testimonios de Francisco González Gómez (2017) con el texto “Recordando a Revueltas” y el documental de Julio Pliego (1994), Días terrenales. Otro libro, aunque no se trata precisamente de un testimonio, es el Ensayo sobre las ideas políticas de José Revueltas, elaborado por Enrique González Rojo (1987) , quien aborda el pensamiento político de Revueltas desde sus inicios como comunista y escritor hasta sus últimos días, dando un peso mayúsculo a las ideas de Revueltas en su etapa espartaquista.

Existen otras obras que, si bien no tienen al espartaquismo como objeto de estudio, refieren a la etapa preespartaquista de Revueltas y su grupo, estas son La izquierda cercada. El Partido Comunista y el poder durante las coyunturas de 1955 a 1960, de Antonio Rousset (2000) , y En busca de la convergencia. El Partido Obrero Campesino Mexicano, de Jorge Alonso (1990) , cuyas historias se centran en estudiar el conflicto entre el grupo de Revueltas con el Partido Comunista Mexicano (PCM) y con el Partido Obrero Campesino Mexicano (POCM), respectivamente.

Sin duda, todas estas obras resultan importantes para conocer la historia del espartaquismo en México. Aun así, la distancia entre aquellos trabajos y este radica en que aquí se pretende estudiar el origen de esta corriente comunista a través de las ideas políticas y la militancia de su fundador, lo cual implica que, en oposición a los estudios mencionados, no sólo se analiza la etapa espartaquista de Revueltas en sí misma, sino que se remite a la formación ideológica y trayectoria política previa de este personaje para, en función de ello, indagar la génesis del espartaquismo en México. El trabajo se divide en tres secciones, en primer lugar, se exponen las ideas que Revueltas formuló desde su juventud, las cuales dieron pie a la fundación de LLE; enseguida se abordan las razones por las que Revueltas y su grupo fueron expulsados del PCM, por último, se analiza la historia de la LLE en relación con los dos incisos precedentes.

JOSÉ REVUELTAS Y LA NACIONALIZACIÓN DEL MARXISMO

Desde el primer ensayo político que José Revueltas escribió en 1938 -El marxismo ante nuestra realidad nacional-, esbozó su idea de adaptar el marxismo a la realidad mexicana, es decir, de nacionalizarlo, tentativa que, en sus propias palabras, equivalía a “la tarea importantísima de trazar desde el punto de vista teórico los caminos propios sobre los cuales se desenvuelve la revolución en México” (Revueltas, 1985, p. 84). Para el marxismo mexicano ese ejercicio resultó una idea original en tanto que no existían intentos similares. Por ejemplo -siguiendo la genealogía que Carlos Illades realizó sobre los marxistas mexicanos-, la primera generación de intelectuales marxistas conformada por los “historiadores protomarxistas”: José Mancisidor, Alfonso Teja Zabre, Rafael Ramos Pedrueza y Luis Chávez Orozco (Rajchenberg, 1994, pp. 49-64), Vicente Lombardo Toledano y el joven José Revueltas estuvo influida directamente por la interpretación soviética del marxismo (Illades, 2018). De modo que, para ellos, el asunto de la adaptación de dicha teoría a la realidad nacional no significó un problema fundamental como lo fue para el resto de los marxistas latinoamericanos. Admitían que el desarrollo histórico de México como el del mundo entero seguiría los cuatro estadios evolutivos -según el marxismo ortodoxo: comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo y capitalismo- y, en ese sentido, sólo entonces se podría fraguar la nueva revolución.

El propósito de los historiadores protomarxistas era hacer de la historia una disciplina científica, pese a que “todavía proyectan en su obra rasgos de romanticismo, idealismo y fe en la humanidad que en cierta medida obedecen a su participación en el proceso revolucionario” (Sánchez Quintanar, 1994, p. 31). Para Lombardo Toledano, la cuestión fundamental hasta la década de los treinta residía en “la exaltación del nacionalismo como uno de los rasgos positivos de la revolución mexicana, por lo que la difusión del conocimiento de esa herencia cultural mexicana es un importante contrabalance a la amenaza del imperialismo de los Estados Unidos” (Millon, 1964, pp. 60-61).

En cambio, el ideario de Revueltas se nutrió de lecturas que estaban fuera del marxismo ortodoxo, en particular de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 de Carlos Marx -traducidos al español a principios de los años treinta por Otto y Alice Rühle, socialdemócratas alemanes radicados en la ciudad de México, de acuerdo con las investigaciones de Fuentes Morúa (2001) -, así como de los escritos de Lenin, del marxista peruano José Carlos Mariátegui, de las obras nacionales de los historiadores protomarxistas y de las ideas de Lombardo Toledano. Con tal bagaje intelectual llegó a conclusiones distanciadas del marxismo ortodoxo, como la necesidad de crear un verdadero partido leninista que fungiera como “el cerebro” de la clase obrera mexicana porque, a decir de Revueltas, esta se encontraba enajenada. Para él, el primer paso consistía en realizar un estudio profundo de la historia nacional con el fin de crear las “vías propias hacia el socialismo” (Revueltas, 1984c, p. 40) y no de un marxismo dogmático, “de importación, zafio y de repetición de fórmulas”. Estas ideas comenzaron a madurar y adquirir nuevos tonos. Así lo demuestra su primer escrito político, en el cual planteó, siguiendo a Lenin y a Mariátegui, que “el proletariado no puede arribar a los frutos que espera en la lucha de clases, si no se ocupa, sobre la base del conocimiento del marxismo, elaborar la teoría propia, los métodos propios, el camino propio que sigue la revolución de acuerdo a características nacionales” (Revueltas, 1985, p. 83).

Algunos estudiosos de la obra teórica-política de Revueltas ubican ese planteamiento en una etapa más tardía. Por ejemplo, Aureliano Ortega (2010) lo sitúa hasta 1950 con la publicación de “Posibilidades y limitaciones del mexicano”, cuando en México se producía la “filosofía del o de lo mexicano”. Para otros, dicho pensamiento tiene sus orígenes en periodos más tempranos, pero no precisamente en 1938. Enrique González Rojo, quien analiza la categoría de “inexistencia histórica del partido comunista en México”, fija su aparición en su periodo preespartaquista (1940-1943), llevado a sus últimas consecuencias en la fase plenamente espartaquista. Jorge Fuentes Morúa lo ubica en 1939, pero desde otro ángulo (no por ello menos importante): el de la prueba temprana de la influencia mariateguiana, dado que ese año, en un escrito sobre el poeta peruano César Vallejo, calificó a Mariátegui como el “marxista americano por excelencia” (Revueltas, 1983, p. 198).

En contra de las consideraciones hechas por estos investigadores, la preocupación de Revueltas por adaptar el marxismo a las condiciones vernáculas se vislumbra ya en su escrito más antiguo, inquietud que, por otra parte, no sólo derivó de la influencia de marxistas nacionales y extranjeros, sino también de los avatares que atravesó su militancia. Por un lado, la recepción sui generis del marxismo en América Latina y la crisis del comunismo soviético y, por el otro, una dinámica política a nivel nacional permeada desde las altas esferas políticas hasta las más bajas por una ideología acorde con la revolución mexicana. Esta idea o método ha sido denominada por Fuentes Morúa (2001) , González Rojo (1987) , el propio Revueltas y Adolfo Sánchez Vázquez (2000) como la “nacionalización del marxismo”; sin embargo, para entender qué significa es imperativo señalar que, en este contexto, nacionalización no es sinónimo de nacionalismo o antiimperialismo -como el que propugnaba Toledano-, sino el manejo del método marxista de estudio como instrumento dinámico (Revueltas, 1985) para comprender la realidad nacional con el objetivo de transformarla. Tampoco niega que las condiciones nacionales resulten relevantes para la praxis revolucionaria, por el contrario, las asume como imprescindibles y no omite el internacionalismo proletario que caracteriza a los comunistas.

Así se explican, quizá, los viajes que Revueltas realizó a la URSS (1935), Perú (1943), Europa del Este (1958) y Cuba (1960), siempre con la intención de sustraer significados de las coyunturas para el estudio, tanto de la situación nacional como de la internacional. Con base en esta lógica, y bajo la influencia de las lecturas de Marx y de marxistas europeos, así como de Lenin, Mariátegui y de los marxistas mexicanos contemporáneos a la revolución, José Revueltas formuló la “mexicanización del marxismo” a través de tres grandes líneas: en primer término, la categoría marxista de “enajenación”; en segundo lugar, la relectura de la revolución mexicana a partir de dicha categoría, y, por último, la teoría de la inexistencia histórica del partido comunista en México. En términos generales, Revueltas cifró su método en la combinación dialéctica de los tres aspectos anteriores.

CRISIS DEL PARTIDO COMUNISTA MEXICANO (1956-1960)

En febrero de 1955, mientras era incinerado el cuerpo de Frida Kahlo, José Revueltas expresó a David Alfaro Siqueiros su intención de regresar al partido comunista, luego de haber militado en las filas del Partido Popular desde 1948. Revueltas justificó esta determinación como una acción en contra del Partido Popular debido a que, hasta ese momento, no había sido capaz de convertirse en la fracción organizada apta para representar los intereses del proletariado y campesinado mexicanos, objetivo al que habían aspirado desde su fundación. De manera que decidió reingresar al PCM con el fin de “proseguir su lucha por la existencia en México de un verdadero partido de la clase obrera” (Revueltas, 2014, p. 315).

En su “Libreta de apuntes” de esos años, Revueltas reveló que el 8 de febrero de 1955, poco después de su plática con Siqueiros, solicitó al dirigente del PCM, Dionisio Encina, su reingreso al partido, a lo cual su interlocutor respondió que bastaría con un acuerdo del buró político, pero, al mismo tiempo, le advirtió que sus miembros andaban de viaje. Al día siguiente, Revueltas comunicó su decisión a sus compañeros del Partido Popular; pero estos -en palabras del propio Revueltas- se mostraron secos, sin escatimar una que otra ironía, muy características en ellos. En consecuencia, retrasaron su respuesta hasta el 11 de febrero, cuando la dirección del partido anunció que el escritor había sido finalmente “separado” del Partido Popular, de manera que tuvo que esclarecer en la prensa “esta pequeña mezquindad política de mis antiguos compañeros, incluso Vicente Lombardo Toledano” (Revueltas, 2014, p. 315).

Revueltas argumentó que no podía concebir que un marxista pretendiera “actuar dentro de la realidad mexicana -entre comillas- de la misma manera que actuaban los políticos y con mucho conocimiento de las lides políticas internas mexicanas” (Revueltas y Cheron, 2001, p. 144). Asimismo, durante esa época, en los años cincuenta, criticó la relación que Lombardo mantenía con el Estado y la mediatización de su partido. Le resultaba imposible un cambio social a favor de la clase trabajadora con el apoyo de la burguesía nacional, como sugería Lombardo, de manera que sus diferencias partidarias concluyeron con su salida del Partido Popular y su reincorporación al PCM. Sin embargo, esta nueva situación inició con complicaciones que continuaron hasta 1960, cuando volvió a ser expulsado.

Finalmente, José Revueltas reingresó al PCM en 1956, el mismo año en que Nikita Krushev presentó al XX Congreso del PCUS el “Informe secreto” y, aunque la reacción del comunismo global fue de desconocimiento al régimen soviético, encabezado en ese momento por José Stalin, la postura crítica de Revueltas respecto a las desviaciones del comunismo mexicano no se definió por esta razón (Rodríguez Kuri, 2021, p. 117). Las causas directas de naturaleza práctica que influyeron el pensamiento y la acción del Revueltas espartaquista fueron especialmente dos: la participación del PCM en los movimientos ferrocarrilero y magisterial de 1958-1959 (González Rojo, 1987, p. 37) y la postura que asumieron los comunistas en la contienda electoral de 1958. Cabe destacar, sin embargo, que la reacción de los comunistas mexicanos respecto al “Informe secreto” no fue de omisión, al contrario, exigieron a la dirección del partido una postura respecto a las acusaciones realizadas por Krushev. De manera que esta respondió por medio de un informe titulado “Sobre la situación política actual y las tareas de los comunistas mexicanos”, presentado al pleno del Comité Central del PCM en diciembre de 1956; sin embargo, no satisfizo las expectativas de los agremiados en tanto que consideraron que se trataba de una falsa autocrítica (Revueltas, 1984a, pp. 146-147). Del mismo modo, para el historiador Antonio Rousset se trató de una “cuasi-confesión” con la que se intentaba preservar la autorización del centro de mando internacional en lugar de realizar un verdadero cambio (Rousset, 2000, p. 23).

La postura de Revueltas sobre la “autocrítica” del PCM, más allá de encasillarse en aceptar falsamente el culto a la personalidad, de recurrir como lo hizo la dirección del partido a caer en una suerte de “traslación maquinal de las formulaciones más generales del XX Congreso”, señaló que el problema principal del PCM era la inadecuación del partido a su papel de “conciencia organizada” de la clase obrera (Revueltas, 1984b, p. 51). Desde su reingreso al partido asumió la necesidad de superar esa y otras fallas que, desde su perspectiva, impedían el funcionamiento de cualquier partido comunista (Revueltas, 2014, p. 322). La crítica realizada por Revueltas pronto hizo eco en la célula Carlos Marx, a la cual pertenecía, y en otras dos, en las que tenía una influencia importante: la Federico Engels, que tenía su base en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y la Joliot-Curie. . 1 Simultáneamente, la corriente integrada por el Comité del Distrito Federal, sin influencia de Revueltas, se opuso al documento presentado por la dirección.

A pesar de que el informe “Sobre la situación política actual y las tareas de los comunistas mexicanos”, presentado por Dionisio Encina en diciembre de 1956, pretendía realizar una autocrítica de su práctica política y, en consecuencia, corregir sus fallas, en el primer semestre de 1957 el partido se dividió en dos tendencias: entre los comunistas del Distrito Federal y los miembros de la Comisión Política del Comité Central. Precisamente, en 1957, José Revueltas viajó a Europa por cuestiones de trabajo como guionista de cine y aprovechó para preparar dos documentos sobre la situación política en los países socialistas. El primero de ellos fue un “Testimonio sobre Hungría”, que aludía a la reciente represión del gobierno húngaro, en colusión con la Unión Soviética, en contra del movimiento “contrarrevolucionario”. El segundo fue la “Carta de Budapest”, en la que enfrentaba el problema del stalinismo, tanto por la represión húngara como por la manera en que a nivel internacional el “culto a la personalidad” afectaba el desarrollo del comunismo. Del mismo modo, elaboró un trabajo histórico titulado “Algunos aspectos de la vida del PCM”, en el que expresó su opinión acerca de los errores históricos del partido y cómo se relacionaban íntimamente con la política nacional. Revueltas envió este texto a México para solicitar su publicación en la prensa del partido; sin embargo, nunca apareció (Revueltas, 1984a p. 52). Cabe destacar que, después de su readmisión en 1956, era el primer documento crítico hacia el partido en el que retomó el análisis que en 1943 había hecho sobre la inoperancia del PCM como partido de la clase obrera (Revueltas, 1984a, pp. 126-129). Quizá la razón porque no se publicó dicho trabajo en La Voz de México, órgano de prensa del partido, fue que la dirección del PCM no aceptó las críticas expuestas por Revueltas.

En los meses posteriores, las discusiones en torno a las discrepancias de la oposición se intensificaron. De agosto a septiembre, cuando el escritor ya estaba de vuelta en México, la Comisión Política del PCM -órgano de la dirección del partido- organizó una conferencia con el objetivo de expulsar a un grupo presuntamente disidente (Revueltas, 1961). Los comunistas de base, en oposición a tal determinación, utilizaron la conferencia para debatir sus ideas en relación con los problemas planteados a raíz del XX Congreso del PCUS, entre otras, la falta de democracia interna. De manera que se debatieron tanto las ideas de la oposición (comunistas del Distrito Federal y las células) como las del Comité Central.

Para la mayoría de las células del PCM, incluso para las que encabezaba Revueltas, este evento fue un acontecimiento sin precedentes porque, por primera vez, los miembros de base cuestionaron el diletantismo de la dirección e impidieron la decisión de sancionar a quienes habían formulado observaciones en su contra2 No obstante, la conferencia se vio entorpecida por irregularidades (Revueltas, 1961), pues la Comisión Política, desde que realizó la convocatoria, calificó a un grupo de comunistas del Distrito Federal como “fraccionalista”, por lo que se propuso inducir a los agrupados a condenar y castigar a los aludidos sin escuchar sus puntos de vista. Aun así, dicho evento marcó un punto de inflexión en la historia del PCM, en virtud de que las posturas críticas comenzaron a dominar una parte importante del partido, luego de una década de aparente estabilidad.

La conclusión que extrajo Revueltas de la coyuntura fue que el PCM debía transformarse en “un verdadero partido marxista-leninista” y que bajo ese principio sus integrantes debían ser congruentes con los principios de un partido de ese tipo. Sin embargo, como indicó Barry Carr, los llamados a realizar una reforma más entusiasta del partido fueron en gran medida desoídos (Carr, 1996, p. 216). En la Conferencia, además de criticar a la dirección, se solicitó a la Comisión Política que convocara a un congreso extraordinario para los primeros meses de 1958; no obstante, se aplazó y “vino una larga época de posposiciones del Congreso ordinario: todos los comunistas del D. F. se hallaban, respecto al Congreso, en la misma relación en que Tántalo se encontraba respecto al agua: cada vez que nos acercábamos a la realización del mismo, se posponía” (González Rojo, 1960).

Durante ese año el PCM vivió dos sucesos de gran trascendencia en la política nacional que definieron de manera contundente el conflicto entre la oposición y la dirección del partido: por una parte, la campaña electoral y, por otra, la insurgencia sindical encabezada por los maestros y los ferrocarrileros. Sobre el primero, resalta que desde la conferencia de agosto-septiembre, los delegados plantearon la cuestión electoral como un punto a resolver; por lo que se manifestaron tres posiciones: una apoyaba la abstención, otra, la candidatura de Adolfo López Mateos, y la última se pronunciaba por una independiente (Rousset, 2000, p. 96).

Mientras dos grupos debatían la conveniencia de apoyar al candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) o lanzar una candidatura independiente, el grupo que encabezaba Revueltas sostuvo que el principal problema que tenía que atender el PCM no era la cuestión electoral, sino su situación crítica manifiesta un año atrás. El partido tenía que transformarse urgentemente en un partido marxista-leninista, de otro modo, jamás representaría a la clase obrera en México, a pesar de su actuación en la contienda electoral (Revueltas, 1984a, p. 150). La mayoría optó por una candidatura independiente. En febrero de 1958 se postuló a Miguel Mendoza López -fundador en Jalisco de la Liga de las Clases Productoras y de la Confederación Comunista de los Caballeros Cristianos de la Humanidad- (Martínez Verdugo, 2014, p. 271) como candidato del PCM en alianza con el Partido Obrero Campesino de México (POCM). Durante los meses en los que perduró la campaña, el PCM apoyó la organización de las actividades electorales y dejó de lado las concernientes a los problemas internos. En las elecciones celebradas el 6 de julio, la alianza del PCM, junto a otros contendientes independientes, obtuvo el 0.13% del total de los votos frente a 90.56% del candidato del PRI (Serrano, 2012, p. 563).

En el semestre subsecuente de 1958 se intensificaron tanto la lucha interna -que se libraba dentro del PCM- como la externa -contra los otros partidos de izquierda y de las políticas anticomunistas del gobierno-, sobre todo a raíz de los movimientos magisterial y ferrocarrilero. Ambos fueron discutidos en el seno del partido con opiniones encontradas: la dirección planteó como táctica la conservación de la “unidad obrera” -consigna que se había trazado en los años cuarenta como consecuencia de la fragmentación del movimiento obrero en relación con la política de “unidad a toda costa”-; empero, la oposición, conducida por el Comité del Distrito Federal, sugirió el apoyo a los trabajadores y denunció la táctica de “unidad” (Rousset, 2000, p. 98). A fin de cuentas, la dirección optó por declarar en un diario de circulación nacional que el movimiento magisterial debía llegar a un acuerdo con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y negociar con la Secretaría de Educación (SEP) en interés de la “unidad” (Carr, 1996, p. 218). En cambio, la actitud que asumió la dirección del PCM fue distinta con el movimiento ferrocarrilero, debido a que esta mantenía discrepancias con uno de sus líderes, Demetrio Vallejo.

En ese sentido, según Barry Carr (1996) , la dirección del PCM apoyó al gobierno para acabar con el movimiento ferrocarrilero una vez que los integrantes del Comité Ejecutivo del sindicato obligadamente renunciaron a sus cargos para cederlos al grupo de Vallejo. Hecha esa maniobra, la Comisión Política del PCM instruyó a quienes serían delegados en la próxima Convención Política del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM) para que apoyaran a los suplentes progobiernistas. Ante este escenario, el ala disidente del PCM y los ferrocarrileros comunistas rechazaron tal labor y en el mes de agosto el Comité del Distrito Federal convocó a una conferencia sindical donde definió su táctica: “unidad de acción con los dirigentes si es posible, sin ellos o contra ellos si es necesario, pero siempre con los trabajadores” (Rousset, 2000, p. 100). De modo que la dirección del PCM tuvo que replegar sus fuerzas hasta que decidió apoyar al movimiento ferrocarrilero.

Este cambio resultó conveniente para los intereses del PCM. La dirección aprovechó para legitimarse y, en breve, sin ambages, caracterizó la agitación como un movimiento politizado por las ideas socialistas recibidas gracias al partido. Cuando la oposición se percató de la artimaña, denunció a la dirección de “oportunista” (Rousset, 2000). Y, como era de esperarse, esta siguió rechazando las críticas de los comunistas del Distrito Federal, al grado de reprimirlos. En noviembre de ese año, la dirección destituyó del Consejo Editorial de La Voz de México a tres de sus miembros más destacados: Manuel Terrazas, Gerardo Unzueta y José Montejano, con el argumento de que habían permitido la publicación del artículo titulado “La debilidad esencial del movimiento revolucionario de México”, “el cual esbozaba algunas fallas del PCM respecto a la organización y dirección de la clase obrera” (Rousset, 2000).

El movimiento magisterial concluyó en septiembre de 1958 cuando su líder, Othón Salazar, fue detenido. El movimiento ferrocarrilero continuó hasta que, el 28 de marzo de 1959, fue reprimido por el gobierno de López Mateos. ¿Qué lectura hizo Revueltas tanto de la campaña electoral como de la participación del PCM en los movimientos sindicales?, ¿por qué se considera que el movimiento obrero fue la segunda influencia en la construcción de la teoría espartaquista?

José Revueltas, con base en una lectura leninista de la situación, planteó desde agosto de 1957 que participar en la campaña electoral era posponer las tareas “reales” del partido, de modo que sugirió que, por el momento histórico que atravesaba el PCM, este no podía aplicar la política de frente electoral. Arguyó que dicha situación omitía la gravedad de la crisis y otras desviaciones como “la pasividad de la dirección nacional unida al oportunismo […] la simulación y las prácticas diversionistas (la campaña electoral en Coahuila, entre otras) en que la dirección ya deslizándose por la pendiente inclinada, se veía en la necesidad de incurrir” (Revueltas, 1984a, p. 159). Aun cuando ya había sido aprobada la participación del PCM en la campaña electoral, el escritor desaprobó la lentitud con que el partido llevó a cabo la campaña electoral y concluyó que el PCM, lejos de hacer la política de la clase obrera, no ha hecho nada sino la política de la burguesía, apenas traduciéndola a un lenguaje radical y “comunista”. En otras palabras, que el PCM volvía a demostrar que no representaba a la clase obrera mexicana.

La postura que Revueltas asumió respecto a la llamada “insurgencia sindical”, de manera general, fue similar, es decir, para él la represión al movimiento obrero obedeció, además de al autoritarismo estatal, a que el PCM no supo dirigir los esfuerzos de los sindicalistas y no se erigió en la práctica ni en la teoría como su vanguardia, como el cerebro colectivo, por el contrario, permitió que se impusiera el movimiento espontáneo. A propósito de la colaboración del PCM en el movimiento ferrocarrilero, Revueltas escribió “Enseñanzas de una derrota”, en donde planteó que el objetivo esencial de las luchas sindicales debería ser la conquista de la independencia de la clase obrera; sin embargo, los ferrocarrileros, en su intento por crear un sindicato independiente del Estado, se habían enfrentado a problemas que obstaculizaron dicho objetivo. La primera dificultad fue que, tanto el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines como el de López Mateos, se empeñaron en impedir dicha independencia, debido a que aspiraban a seguir ejerciendo el tutelaje sobre los obreros bajo la apariencia de un Estado “revolucionario” y “obrerista”. El segundo problema fue la actuación de los comunistas representados por el PCM y el POCM, que, según Revueltas, no pudieron ni supieron dirigir el movimiento a su fin último: la independencia sindical. Porque, según él, los comunistas lo consideraron sólo como un movimiento reivindicativo y económico y no en su dimensión política, definida por la lucha por la independencia y la democracia sindicales.

En consecuencia, para Revueltas está situación confirmaba, una vez más, la inoperancia de los partidos comunistas frente a las necesidades de los obreros, por ello insistió en transformar al partido de acuerdo con los principios marxistas-leninistas. Lo trascendente de este suceso en la vida de Revueltas es que motivó su rompimiento radicalmente con la dirección del PCM. Si bien es cierto que desde su reingreso criticó constantemente a la dirección del partido, la “derrota” del movimiento obrero marcó el punto de quiebre entre Revueltas y sus seguidores con la dirección, primero encinista y, luego, la constituida por miembros del Comité del Distrito Federal.

En el pleno de julio-agosto de 1959, cuando el Comité del Distrito Federal sustituyó a la dirección de Encina, se acordó tomar medidas para la unificación del PCM y el POCM, así como nombrar a la Comisión Organizadora del XIII Congreso Nacional del PCM. De modo que en agosto el Comité Central lanzó la convocatoria al Congreso que se celebraría en mayo de 1960. Varios comunistas creyeron que este paso era alentador, puesto que pensaban que la celebración de un congreso nacional como el que se había postergado en enero de 1958 solucionaría definitivamente la crisis del partido (González Rojo, 1960). Sin embargo, la lucha interna y el desprestigio que el PCM se había echado a cuestas después del fracaso del movimiento ferrocarrilero, ocasionaron que los preparativos se hicieran bajo condiciones de extrema dificultad. Por ejemplo que la matrícula del partido decreciera, como cuando un grupo del PCM optó por integrarse al Frente Obrero dirigido por un antiguo comunista, Juan Ortega Arenas.

La nueva dirección actuó cautelosamente en la celebración del congreso y excluyó de la discusión un documento preparado por las células opositoras. En la VIII Convención -celebrada en enero de 1960- los puntos a tratar fueron suplidos para debatir un documento preparado por la dirección en contra de la célula Carlos Marx (Rousset, 2000, p. 112), en el cual se acusó a los miembros de incurrir en el centralismo democrático y dividir al partido. El documento concluía: “La VIII Convención del PCM en el D. F. considera que las posiciones revisionistas y liquidacionistas de la célula Marx son incompatibles con su pertenencia al Partido.” 3 De modo que el grupo de Revueltas consideró que esta sentencia lo condicionaba a renunciar a sus puntos de vista si quería permanecer en el partido (González Rojo, 1960) Así fue como, en abril de 1960, el grupo de Revueltas solicitó su ingreso al POCM como un acto de protesta y el 27 del mismo mes el partido resolvió expulsar a catorce de 29 integrantes de las células Marx, Engels y Joliot-Curie. 4

Finalmente, el XIII Congreso Nacional se realizó en la ciudad de México del 27 a 31 de mayo con aproximadamente 66 delegados, que se reunieron en secreto riguroso al sur de la ciudad, en una casa alquilada que alguna vez se había usado como burdel. 5 En relación a dichos sucesos, José Revueltas (1984b) planteó:

El aplastamiento por la VIII Convención, de la tendencia representada por la célula Marx significa, por ello, la cesación, el estrangulamiento de la lucha interna. Éste es el “grado” en que las direcciones distrital y nacional del PCM han contribuido a la autonegación por el PCM de su conciencia deformada como quien trata de apagar un incendio con chorros de gasolina, afirmando y agravando aún más esa conciencia deformada, desterrando del PCM los principios leninistas de organización y la posibilidad de que los militantes puedan luchar por dichos principios, sin la amenaza de que se les expulse o se les condene al silencio, a la inactividad y a la desmoralización (p. 147).

Para la dirección del PCM, este evento resultó ser el fin de la crisis interna, la derrota de las fuerzas contrarias y, por tanto, el gran viraje hacia la transformación marxista leninista; sin embargo, para Revueltas y sus compañeros no significó más que una especie de avenencia con la dirección encinista (González Rojo, 1960).

En conclusión, el XX Congreso del PCUS y la participación del PCM en el movimiento ferrocarrilero y en la contienda electoral de 1958, sumados a la concepción teórica del mundo que Revueltas había aprendido en sus años de juventud, definieron sus ideas durante este periodo. De modo que se dedicó a preparar una explicación histórica y teórica de la situación que atravesaba México y el movimiento comunista. Así construyó un análisis crítico sobre su tesis de la “inoperancia del movimiento comunista en México” y las tareas que el “nuevo” partido comunista debía realizar para poder transformarse en la vanguardia de la clase obrera. Esas ideas fueron plasmadas durante su etapa espartaquista en Ensayo sobre un proletariado sin cabeza.

JOSÉ REVUELTAS Y LA FORMACIÓN DE LA LIGA LENINISTA ESPARTACO (1960-1963)

Los miembros de las células Marx, Engels y Joliot-Curie ingresaron al POCM en abril de 1960. A propósito de este hecho, José Revueltas (2014) escribió:

Los caminos de la historia no son tan inescrutables como los de Dios, pero no dejan de ser sorprendentes. Hemos terminado por afiliarnos al POCM, única forma de proseguir la lucha interna. Asistimos a la convención nacional, Eduardo Lizalde, Enrique González Rojo y yo. Terminaron por elegirnos en la comisión ejecutiva. Ahora nuestro trabajo se plantea en otro plano. Por mi parte, considero que estamos ya en el camino de construir el partido de la clase obrera. La lucha ideológica ha de colocarse en un primerísimo plano, para superar cuanto antes la primera fase de esta segunda etapa (p. 377).

Lo anterior sintetiza las tareas que los proscritos debían realizar dentro del POCM como “la única forma de proseguir la lucha interna”, es decir, que la única posibilidad de llevar a la práctica su objetivo de “desenajenar” al movimiento comunista mexicano era actuar dentro del mismo organismo. Este razonamiento revestía un carácter estratégico, pues, siguiendo la propia argumentación de Revueltas desarrollada en su etapa preespartaquista, la crisis del comunismo mexicano -incluido el POCM- había comenzado desde el nacimiento “artificial” del PCM y se había extendido por medio de escisiones de los nuevos partidos comunistas. Dicho planteamiento llevó al escritor a concluir que la única solución estaba dentro del propio comunismo; sin embargo, en virtud de que Revueltas ya no podía cumplir su cometido dentro del PCM ni del Partido Popular, sugirió ingresar al único partido comunista restante, el POCM (Revueltas, 1984b, p. 150).

Durante esta nueva fase, Revueltas continuó afirmando que sólo mediante el conocimiento teórico de los planteamientos marxistas-leninistas, el autoconocimiento y la autocrítica de sus deficiencias, el movimiento comunista y sus partidos podían transformarse en la “vanguardia de la clase obrera”. En ese sentido, Revueltas estimaba alentador el paso que las células habían dado, pues veía la posibilidad de continuar con sus esfuerzos en torno a la construcción del partido proletario. Al mismo tiempo, tenía la impresión de que con este cambio se cerraba el ciclo de la crisis del PCM. En la III Convención Nacional del POCM, realizada en los primeros días de abril, los integrantes del partido recibieron con satisfacción a los miembros disidentes del PCM. En esa reunión se designó la nueva Comisión Ejecutiva constituida por cinco miembros propietarios y tres suplentes, de los cuales tres eran José Revueltas, Eduardo Lizalde y González Rojo (Alonso, 1990, p. 339).

Revueltas quedó al frente del periódico del POCM, Noviembre, y González Rojo comenzó a publicar Proletario, órgano local del partido en Michoacán. En su nuevo cargo, Revueltas pretendió realizar un libro sobre el problema ferrocarrilero, con el objetivo principal de combatir la enajenación del comunismo y, enseguida, de la clase obrera. De manera que intentó entablar una discusión en todas las instancias del POCM, por lo que propuso estudiar los documentos básicos del partido y la formulación de un proyecto para su transformación. No obstante, en el afán de construir el “verdadero” partido marxista-leninista por la vía de la discusión, Revueltas y compañía se enfrentaron a las propias determinaciones del partido. El 5 de mayo el POCM celebró una velada en conmemoración del natalicio de Marx. Revueltas presentó un documento titulado “El marxismo revolucionario y las deformaciones democrático-burguesas del socialismo en México”, que fue cuestionado por Tereso González -responsable de organización del partido- porque, según este, la tesis de la “inexistencia histórica” del partido comunista que Revueltas planteaba “se basaba en una serie de razonamientos antidialécticos y, además, no era del conocimiento del POCM, pues nunca se había discutido internamente” (Alonso, 1990, p. 339).

Otro suceso que reveló las discrepancias del POCM con el grupo recientemente integrado ocurrió dos días después, en razón de un texto que Revueltas preveía publicar como editorial en el número 202 de Noviembre. En esta ocasión, la dirección del partido arguyó que dicho escrito “expresaba puntos de vista en desacuerdo con la observancia del centralismo democrático y con la unidad del PCM, cuestiones admitidas en su solicitud de ingreso”. En suma, el POCM censuró el texto de Revueltas porque ponía en peligro la pretendida unificación de los tres partidos comunistas sobre la que estaban trabajando desde el fin del movimiento magisterial-ferrocarrilero.

Cuando se comenzó a discutir la agenda de la próxima reunión plenaria, las divergencias volvieron a salir a la superficie, sobre todo al momento de analizar el cambio del PP a Partido Popular Socialista. La mayoría de los integrantes de la Comisión Ejecutiva proponía no tratar el tema, en cambio, Revueltas y Eduardo Lizalde opinaban que era necesario discutir el asunto. A primera vista, esta injerencia resultaría extraña por ser tema de otro organismo, pero como ya se mencionó antes, los tres partidos comunistas habían estado colaborando. De cualquier modo, en septiembre, cuando se realizó la XVI Reunión plenaria y se abordó el asunto, la mayoría del POCM apoyó la iniciativa de Vicente Lombardo Toledano de renombrar a su partido. Sin embargo, Revueltas no coincidió en aceptar la proposición de Lombardo: en su opinión, tal propuesta “representaba un burdo escamoteo” (Revueltas, 1984c, p. 16.).

La dirección del POCM optó por rechazar la posición de Revueltas a favor de concertar una alianza con el Partido Popular, así que este y sus excompañeros de la célula Marx decidieron abandonar las filas del partido con el propósito de superar los errores que habían criticado al PCM. De modo que, inmediatamente después de concluida la XVI Reunión plenaria del POCM, Revueltas y sus compañeros se dispusieron a fundar su propio organismo, la Liga Leninista Espartaco. Se trataba de Eduardo Lizalde, Enrique González Rojo, Virginia Gómez Cuevas, Julio Pliego Medina, Antonio Cuesta Marín, Rosa María Phillips, Andrea Revueltas, Carlos Félix, Ernesto Prado, Alfonso Parabeles, Juan Brom, Manuel Aceves, Guillermo Mendizábal, Bernardo Bader y Jesús Rivero. Con este suceso comenzó la etapa espartaquista del escritor y, al mismo tiempo, el espartaquismo en México.

Para fundamentar la aparición de la LLE, Revueltas explicó en su carta de naturalización -¿Qué es, por qué nace, y qué se propone la Liga Leninista Espartaco?- que se debía a “conflictos nacionales e internos muy agudos. Nace después de una lucha severa y extrema contra las deformaciones espontaneístas y burguesas del marxismo dentro del PCM y el POCM. No nace como un partido comunista ni lo es aún; nace con la decisión revolucionaria de contribuir con todas sus fuerzas al máximo fin histórico de la clase obrera […]: la creación de un partido comunista, de un partido marxista-leninista.” 6En cambio, para los tres partidos comunistas dicho momento se presentó como la superación de la crisis en que estaban inmersos desde unos años atrás, incluso fue resignificado como una coyuntura propicia para continuar con la unidad que estaban propugnando. En sus palabras, era el momento de “salir del estado de debilidad orgánica en que se encuentra el partido7En términos generales, los miembros de la célula Marx fundaron la LLE con el fin de crear el “verdadero partido comunista de México”, porque consideraron que el PCM y el POCM habían sido incapaces de encabezar a la clase obrera, en tanto que no cumplían con los principales objetivos de un partido comunista por más que así se nombraran. ¿Qué objetivos prácticos se propusieron alcanzar y de qué modo?, ¿lograron cumplirlos?

En una carta que Revueltas escribió a González Rojo a mediados de 1961 se lee: “Recibí carta de Enrique [González Rojo], fechada en Morelia el 22 de julio [de 1961]. [Él] Plantea el problema de la transición de nuestro trabajo de la fase que hemos denominado ‘crítica de la conciencia’, a la de ‘extensión de la conciencia’” (Revueltas, 1984c, p. 218). Dichas líneas demuestran que el primer objetivo a cumplir de la LLE se centraba en una labor intelectual, en la crítica de la “conciencia deformada”. En otros términos, pretendían combatir teóricamente la enajenación que, a su juicio, padecían el PCM y el proletariado. Para ello los miembros de la LLE se concentraron en el estudio de la historia de México y del marxismo. Revueltas argüía que la efectividad de un partido marxista-leninista en el país consistía en no ser resultado de la transposición de otros partidos comunistas del mundo, como caracterizaba al PCM, sino que debía corresponder a las necesidades propias de la clase obrera nacional. Por tanto, para los integrantes de la Liga resultaba necesario el conocimiento de la historia del país y su interpretación en una clave marxista.

En voz del cinedocumentalista Julio Pliego Medina (1994) , miembro de la LLE, “la actividad casi única en la Liga Espartaco era la lectura, estudio y discusión de documentos teórico-políticos de espeso contenido, que exponían las divergentes, cuando no excluyentes, posiciones del irrecuperable rompecabezas que constituía el complejo mosaico del movimiento comunista local”. En ese sentido, José Revueltas se dedicó a escribir, de octubre de 1960 a abril de 1961, el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza y, simultáneamente, la Liga comenzó a publicar un órgano de difusión nombrado Espartaco, en el que se publicaron los documentos de fundación de la LLE y algunos otros sobre las discusiones que la antigua célula Marx había tenido con la dirección del PCM, por ejemplo las “Tesis Siqueiros-Revueltas” de 1957. Sin embargo, la revista sólo se publicó en tres ocasiones: octubre de 1960 y en enero y julio de 1961.

Paralelamente, en Morelia, González Rojo fundó la revista Revolución, cuyo núcleo estaba conformado por estudiantes de los seminarios que impartía en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). A diferencia de Espartaco, que publicó textos propios de la LLE, Revolución, en los tres números consecutivos que editó -de abril a junio de 1961-, expuso textos de índole teórico-político y cultural. Así, aparecieron al lado de resúmenes de El Capital, escritos por González Rojo, cuentos de Eduardo Lizalde y Rosa María Phillips, miembros de la LLE, igual que textos de Efraín Huerta y Nicolás Guillén. 8

Durante el año de 1961, la tarea principal de los espartaquistas fue el estudio, discusión y difusión de su línea teórica por medio de charlas, conferencias, órganos informativos o a través de círculos de estudio formados en algunas escuelas en las cuales los miembros de la LLE fungían como profesores, como la UMSNH y la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo. De modo que la actividad de la Liga se alejó conscientemente del contacto práctico con la clase obrera, debido a que sus metas estuvieron enfocadas en el trabajo teórico realizado por “marxistas”, es decir, por intelectuales concentrados en desarrollar las “vías propias al socialismo” en México. Revueltas, adelantando posibles polémicas, se preguntó: “¿Quiere decir esto que la Liga desdeñe a los obreros? No, no quiere decir esto, sino precisamente todo lo contrario. La liga debe dirigirse a los obreros partidarios del socialismo científico, a los obreros marxistas, a los obreros comunistas” (Revueltas, 1984c, p. 39). Tal planteamiento implicaba que la LLE sólo consideraba la participación en su seno de obreros ya concientizados. En ese sentido, Revueltas también expresó que “el espartaquista deberá ser el mejor y más abnegado combatiente, y debe colocarse a la cabeza de las luchas”. En las dos formulaciones precedentes se observa la perspectiva que Revueltas tenía sobre el intelectual y la militancia política. Para él, la relación entre ambas (teoría y práctica) presentaba un movimiento dialéctico, como lo había planteado Lenin (1974) en su ¿Qué hacer?: “Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario” (p. 8). En ese sentido, Revueltas reivindicó durante toda su vida la figura del intelectual comprometido.

De mayo a noviembre de 1961, es decir, en el transcurso del primer año de fundación de la LLE, José Revueltas viajó a Cuba por invitación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). En este periodo su actividad se concentró en los trabajos propios del ICAIC: escritura de guiones cinematográficos y cursos de cine. Asimismo, en horas extraordinarias se desempeñó como miliciano y atendió un círculo de estudios sobre fundamentos de la filosofía marxista (Revueltas, 2014, pp. 379-400). Al parecer, durante estos meses se mantuvo alejado de la dinámica de la LLE; sin embargo, su “Diario de Cuba” y la correspondencia que mantuvo en este periodo con sus compañeros y con amistades cercanas indican que estaba pendiente del desarrollo de la Liga y en la reproducción de sus órganos de difusión. De manera frecuente inquirió acerca de las actividades propias de la LLE; por ejemplo, la publicación del Ensayo sobre un proletariado sin cabeza quedó pendiente a su partida. Además, en una ocasión -cuando Espartaco dejó de publicarse-, Revueltas (2014) escribió a su pareja de entonces: “Diles a los muchachos que trabajo en una larga carta para ellos; resultará bastante extensa, por eso aún no la termino (A Labastida, magnífico su artículo en el segundo número de Revolución.) ¿Qué sucede con Espartaco, la revista? ¡Todo esto me tiene en un estado deplorable de ánimo!” (p. 403).

Cuando Revueltas regresó a México emprendió una reorganización del trabajo de la Liga, en tanto que consideró que las “tareas ideológicas” que se habían programado no se habían desempeñado correctamente por la “espontaneidad” con que se llevaban a cabo y, sobre todo, por la “autosuficiencia intelectual” con que los miembros de la LLE analizaban los problemas. De manera que propuso “la conversión de la Liga en un equipo colectivo de trabajo en cuyo proceso estén incorporados todos los miembros sin excepción”. Asimismo, planteó que Espartaco y los círculos de estudio tenían una importancia fundamental en el trabajo de la Liga y que, en ese sentido, los miembros de la LLE debían trabajar en ambos medios con el fin de buscar contactos para el crecimiento de esta. No obstante, durante este periodo, los mismos miembros del Comité Central (CC) de la LLE manifestaron su inconformidad con Revueltas, puesto que en varias ocasiones había faltado a algunas reuniones del mismo (Revueltas, 1984c, p. 219).

Finalmente, no se concretó el cambio de línea política que González Rojo había considerado como superada un año antes, dado que Revueltas, como líder de la LLE, asumió que los miembros no habían desempeñado cabalmente su papel de críticos. Resultaba necesario continuar con la misma tarea, criticar los aspectos que permitían la enajenación de la clase obrera y, asimismo, al movimiento comunista mexicano. A fin de cuentas, se trataba de demostrar teóricamente la “inexistencia histórica” del comunismo en México.

En 1962 la LLE publicó el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, que, a decir de González Rojo, fue el breviario del espartaquismo mexicano, la obra capital de Revueltas perteneciente a su etapa espartaquista (González, 1987, p. 39). Pero para que el libro se publicara tuvo que pasar un año debido a que no contaban con un editor y, sobre todo, porque los miembros de la LLE atravesaban por dificultades económicas. Revueltas señala en el prólogo que para que este libro pudiera salir a la luz, sus amigos y familiares realizaron bonos y donativos. Por tal razón el tiraje fue reducido y, en consecuencia, también el alcance fuera de la LLE, salvo por algunos miembros de la izquierda mexicana, sobre todo intelectuales cercanos a Revueltas o implicados en el análisis de las vicisitudes del comunismo en México que se interesaron en conseguir el ejemplar. La recepción de la obra capital del espartaquismo estuvo caracterizada por dos posturas: por un lado, la de quienes omitieron por completo la publicación del libro por tratarse de críticas puntuales hacia sus prácticas, como los tres partidos comunistas, y, por el otro, la de quienes, como los trotskistas, reconocieron que se trataba de un libro de “primerísima calidad […] que se yergue majestuoso en el desierto de nuestra pobre literatura marxista” (Revueltas, 1980, p. 8).

En este texto el autor abordó ampliamente las premisas que constituyen su tesis sobre la “inexistencia histórica” del movimiento comunista en México y, en consecuencia, ofreció una alternativa para la creación del “verdadero partido leninista” con la formación de la LLE. El análisis de Revueltas acerca de la situación nacional se sustentó en la revisión historiográfica de textos sobre la historia de México desde la Reforma hasta la posrevolución, a través de autores como Jesús Silva Herzog, Jorge Vera Estañol, Victoriano Salado Álvarez, Madame Calderón de la Barca, Andrés Molina Enríquez, Gildardo Magaña, Agustín Cué Canovas, Luis Chávez Orozco y Rosendo Salazar, entre otros; autores heteróclitos por su orientación ideológica, pero que Revueltas interpretó con el tamiz de la teoría marxista de la historia, en particular con los textos de juventud de Marx, como La sagrada familia y los Manuscritos de 1844.

Como resultado de la síntesis de ambas producciones de Marx, Revueltas reafirmó algunas hipótesis sobre la enajenación de la clase obrera mexicana. En primer lugar, que se trataba de una enajenación histórica comenzada poco antes de la revolución mexicana, esto es con el surgimiento de la burguesía nacional en el siglo XIX, cuyo desarrollo se había reproducido con la ideología democrático-burguesa representada -según él- por la “ideología de la revolución”. De igual modo, para el escritor duranguense, existían otras corrientes enajenantes que convivían con la anterior, una era la corriente del “marxismo democrático-burgués”, representada por Lombardo Toledano, y la otra era la “sectario-oportunista”, representada por los partidos comunistas mexicanos existentes.

En el mismo texto, José Revueltas caracterizó a la revolución mexicana como una revolución democrático-burguesa ya concluida y que había luchado “contra el feudalismo y por la liberación nacional” (Revueltas, 1985, p. 106). De manera que, de acuerdo con su propia prospectiva social, el paso siguiente debía ser la conquista de una sociedad socialista por medio de “la revolución proletaria” y no la culminación de la revolución democrático-burguesa y de liberación nacional. En cambio, el propósito que perseguía el PCM9 era consumar el “fenómeno histórico que la burguesía dejó a mitad el camino”, en virtud de que, a juicio de sus ideólogos, la revolución mexicana había sido una revolución inconclusa (Partido Comunista de México, 1964). Asimismo, Revueltas (1980) señaló en su Ensayo sobre un proletariado sin cabeza que, para alcanzar la “revolución proletaria” -el paso ulterior a la revolución democrático-burguesa- la clase obrera debía hacer alianzas con las capas populares de México y no con su clase social antagónica. Esta indefinición había repercutido en que, en el transcurso del siglo XX, el proletariado mexicano se encontrara sin una “verdadera vanguardia” que lo representara, a pesar de la impronta popular de la revolución, la fundación del PCM en la década de los veinte y el surgimiento de otras vertientes comunistas a partir de los años treinta.

En fin, la utilidad que Revueltas dio al estudio de la Historia estuvo determinada por una urgencia política y basada en una concepción marxista no ortodoxa de la historia que no sólo considera el “momento económico”, sino que incorpora o recupera el estudio de la “conciencia social” con el fin de construir un partido de clase que realice la desenajenación del proletariado nacional. Desde su perspectiva, la propia historia establece la “necesidad” de formar tal partido.

Para Revueltas, la “inexistencia histórica” del movimiento comunista consistía en que desde el arribo del comunismo a México en 1919 bajo la forma del PCM, este se asentó con características y principios ajenos o falsos a la situación nacional, los cuales ocasionaron que fuera incapaz de asumir las tareas de un partido de naturaleza comunista. En primer lugar, porque su nacimiento no fue producto de las necesidades de la clase obrera mexicana del momento y, en ese sentido, la aplicación del comunismo en el país no fue precedida por el esfuerzo teórico de aplicar los principios del marxismo-leninismo a las condiciones de la realidad nacional. Y, enseguida, porque ante esta situación los objetivos prácticos del PCM degeneraron en un “practicismo ciego” y un falseamiento de los principios fundamentales del partido leninista que, finalmente, provocaron la inoperancia histórica del partido comunista (Revueltas, 1984b, p. 71).

Por esa razón, y también por la interpretación que Revueltas realizó sobre el curso de la historia nacional, la clase obrera mexicana se encontraba enajenada, es decir, mediatizada, por un lado, por la ideología de la clase en el poder y, por el otro, por la ideología del Partido Comunista y del “marxismo democrático-burgués” de Lombardo Toledano. De modo que Revueltas afirmó rotundamente que “la clase obrera mexicana se proyecta en la historia de los últimos 50 años del país como un proletariado sin cabeza, o que tiene sobre sus hombros una cabeza que no es la suya” (Revueltas, 1980, p. 75). Ello supone que los partidos comunistas no habían desempeñado la función de dirigir a la clase obrera.

La tesis principal del Ensayo sobre un proletariado sin cabeza parecía en algún sentido extraña y polémica. La primera objeción hipotética resulta comprensible de imaginar, en tanto que el partido era un ente existente, pero, ¿por qué el autor de la impugnación se empecina en negar la existencia de un partido que todavía actuaba en la práctica inmediata de la época?

En el presente punto conviene tomar en cuenta las palabras del propio Revueltas. El 1 de junio de 1960 escribió en la revista Política un párrafo que ayuda a elucidar el significado adecuado de la expresión:

Dicho concepto […] se sustenta sobre el desarrollo que hace Engels de la fórmula de Hegel: “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”. Dice Engels en su libro Ludwig Feuerbach: “[Pero]… para Hegel no todo lo que existe, ni mucho menos, es real por el solo hecho de existir. En su doctrina, el atributo de la realidad sólo corresponde a lo que, además de existir, es necesario”. La existencia de algo, como vemos por las anteriores palabras de Engels, puede ser entonces una existencia irreal cuando ese algo haya dejado de ser necesario. Si lo necesario, en la historia, es aquello que opera y se mueve dentro de las leyes de su desarrollo y como extensión de las mismas, cuando deja de ser necesario pierde su realidad histórica, deja de tener existencia histórica, aunque siga existiendo como una realidad práctica inmediata, pero ya no racional.

El PCM carece de existencia histórica, según mi punto de vista, porque no ha podido ser el partido necesario de la clase obrera, debido a una serie de circunstancias deformantes que no cabría analizar aquí (Revueltas, 1960, pp. 54-55).

Los renglones previos revelan el trasfondo filosófico del problema. En primer lugar, aclaran la genealogía del concepto relativo a la “inexistencia histórica” del PCM. En términos generales, la raíz histórica de la expresión se hunde en los principios fundamentales de la dialéctica hegeliana de la realidad y la necesidad. Engels (1974, p. 8) aclaró que en la doctrina hegeliana “el atributo de la realidad sólo corresponde a lo que, además de existir, es necesario”, ya que Hegel estableció la tesis subsecuente: “todo lo real es racional, y todo lo racional es real”.

La tesis central de Revueltas retoma la proposición de Hegel y hace suya la aclaración de Engels. En pocas palabras, el concepto de la “inexistencia histórica” del PCM no hace referencia a la existencia práctica o efectiva (fehaciente o fáctica) de dicho partido. Más bien designa el carácter no necesario de la existencia histórica del mismo organismo. Por supuesto que existía “como una realidad de la práctica inmediata”; sin embargo -arguye Revueltas (1960)-, “lo necesario, en la historia […] cuando deja de ser necesario pierde su realidad histórica, deja de tener existencia histórica” (pp. 54-55). En resumen, toda vez que “el atributo de la realidad sólo corresponde a lo que, además de existir, es necesario”: el PCM dejó de ser necesario en tanto no cumplía su función de vanguardia del proletariado y, por lo tanto, carecía de “existencia histórica”. En otras palabras, su existencia como una “realidad de la práctica inmediata” constituía una “existencia irreal”.

Este término fue rechazado y cuestionado tanto por los miembros de los partidos comunistas y otros grupos de izquierda como por los propios miembros de la LLE, en virtud de que algunos prefirieron asegurar que no se trataba, precisamente, de la “inexistencia histórica” del PCM, sino de la irrealidad, incapacidad o inoperancia de este por llevar a cabo sus tareas como organizadores del proletariado. González Rojo (1987) , por ejemplo, adujo que era más correcto hablar de irrealidad histórica que de inexistencia. La discusión no llevó a ningún acuerdo, de manera que en los documentos de Revueltas y Eduardo Lizalde se utiliza el término de “inexistencia histórica” y en los de González Rojo el de “irrealidad histórica”.

El debate en torno al término alcanzó las páginas de Política a partir de una reseña que González Rojo publicó en octubre de 1962 sobre el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, la cual obtuvo como respuesta la crítica de uno de los precursores de la revista y miembro del recién fundado Movimiento de Liberación Nacional (MLN), Francisco López Cámara. En este debate, López Cámara cuestionó la propiedad del término, en virtud de que le parecía inconcebible plantear la “inexistencia histórica” del PCM si este existía físicamente. No alcanzó a entender o no quiso entender la argumentación que José Revueltas había planteado sobre su tesis en esa misma revista dos años atrás.

En el año de la publicación del Ensayo se suscitaron nuevos problemas dentro del PCM que influyeron en el desarrollo de la LLE. A finales de 1961 algunos miembros del Comité del Distrito Federal fueron expulsados del PCM. A mediados de 1962 los defenestrados comenzaron a acercarse a la Liga con el objetivo de planificar una acción conjunta (Revueltas, 2014, p. 445); no obstante, la respuesta de la LLE fue mesurada. La LLE -en pluma de Revueltas- consideraba que para que los grupos expulsados del PCM que pretendían acercarse a la Liga, como el Comité del Distrito Federal, el Frente Obrero Comunista y algunos dirigentes individuales aislados, debían aceptar por medio de una discusión ideológica los principios de la teoría leninista del partido. Ante esta situación, la LLE emprendió una nueva tarea: la fusión con otros grupos marxistas; sin embargo, no se concluyó, pues algunos grupos discreparon de las posiciones de la LLE acerca de la organización del partido (Revueltas, 1984c, p. 43).

Aun así, Revueltas suponía que la Liga prometía el futuro partido que la clase obrera necesitaba porque, además de que era solicitada y reconocida por otros grupos de izquierda, la nueva crisis que atravesaba el PCM confirmaba su tesis de la “inexistencia histórica” de dicho partido. Más todavía, en el texto que preparó respecto a la unidad con otros grupos marxistas, se adelantó a sugerir que el Comité Central de la LLE estaba por convocar a su primera conferencia nacional para “sentar las bases orgánicas, ideológicas y políticas, con el fin de realizar, en el curso de 1963, el Congreso Constituyente del partido proletario de la clase obrera en México”. En el mismo documento abordó las tareas prácticas que de esta se derivaban, tales como trazar los lineamientos generales de su programa para las vías mexicanas al socialismo, elaborar una línea política, estratégica y táctica y, finalmente, elegir democráticamente al comité central del próximo partido. A grandes rasgos, así se revelaba la “exitosa” vida política de José Revueltas; en cambio, su vida personal no podía definirse del mismo modo (Revueltas, 2014, p. 466).

Durante este periodo el escritor atravesó una serie de problemas económicos porque no estaba empleado. Como ya se mostró arriba, su libro no le generó suficientes regalías, por lo que se vio en la necesidad de contraer deudas económicas que motivaron que fuera desahuciado de su departamento. Ante esta situación, a mediados de julio de 1962, Revueltas comenzó a escribir en el periódico El Día mientras preparaba su novela Los errores. Pasados unos meses como colaborador de dicho periódico, en abril de 1963, Revueltas escribió tres artículos sobre la situación de los partidos comunistas en el mundo -en particular de la polémica chino-soviética- que ocasionaron graves problemas dentro de la LLE, al grado de poner fin a la etapa espartaquista del escritor.

El Comité Central de la Liga se inconformó por las publicaciones de Revueltas en las que plasmó su postura frente al problema chino-soviético, en virtud de que, argumentaron los miembros del comité, no se habían discutido en su estructura. Además, algunos discrepaban con las opiniones del escritor, sobre todo porque “las publicaciones generaron en la LLE discrepancias respecto al derecho que todo militante tiene de opinar pública e internamente sobre la situación internacional del comunismo” (Revueltas, 1984c, p. 57). El Comité se reunió para resolver la situación; no obstante, no pudo solucionar nada porque surgieron dos opiniones encontradas respecto a cómo abordar la cuestión. El órgano directivo se dividió entre la “mayoría” que consideraba que el problema era interno y que, por lo tanto, su solución se debía dar internamente, y la “minoría”, conformada por Revueltas y Eduardo Lizalde, quienes sugerían que el debate podía ser tanto interno como público. Aun así, en esa reunión se acordó debatir con todos los miembros de la Liga el asunto que de este problema se derivaba: “el centralismo democrático”, y a partir de la discusión se convocaría a una asamblea nacional para que esta concluyera el problema. 10

Antes de agotar los acuerdos mencionados, Revueltas y Lizalde publicaron en El Día su opinión respecto al estado actual de la LLE, pues consideraban que esta coartaba sus derechos de expresión pública. No obstante, esta situación contradecía el razonamiento que el propio Revueltas había hecho unos años antes cuando abordó lo concerniente al “centralismo democrático”. Esa ocasión expresó que este era el método que ponía en práctica el partido y que se caracterizaba por la “libertad de discusión en el seno del partido en relación con todos los problemas del movimiento, el sometimiento de la minoría a la mayoría, después de discutido y votado un problema y sometimiento de los órganos inferiores a los superiores y, por último, la disciplina única, dirección única y unidad monolítica del partido” (Revueltas, 1984a, pp. 68-69). En pocas palabras, todos los asuntos que concernieran al funcionamiento de la LLE debían ser discutidos y consensuados por sus miembros, y en caso de no ser así, la minoría debía someterse a la mayoría.

En conclusión, a pesar de respaldar el centralismo democrático como eje rector de la disciplina partidaria leninista, la minoría (Lizalde y Revueltas) transgredió sus propios principios. En primer lugar, Revueltas omitió su libertad de discusión respecto al conflicto internacional entre los partidos comunistas, aunque, en su opinión, este asunto rebasaba la estructura de la LLE. Incluso cuando la Liga acordó discutir internamente la situación, Revueltas decidió primero publicar en la prensa sus apreciaciones. El 2 de junio, cuando se reunió la asamblea nacional -a la cual no asistió Revueltas-, por medio de una votación se resolvió por mayoría (80%) a favor de las posturas del Comité Central. La resolución de Revueltas, Lizalde y otros cuatro miembros fue de “suspender temporalmente su militancia”, es decir, no aceptaron el principio de sometimiento de la minoría a la mayoría.

El debate concluyó el 17 de junio con la expulsión de José Revueltas y sus seguidores, la cual marcó rotundamente el fin de la etapa espartaquista del escritor. Para la mayoría de los miembros, este hecho resultó insólito, toda vez que, aun cuando consideraban que se trataba de un asunto relevante, no habían previsto que la situación escalara a esos niveles, especialmente porque Revueltas los había formado políticamente. Algunos, incluso, esperaban una respuesta de su parte. Franciso González Gómez, por ejemplo, considera que Revueltas y sus seguidores “adoptaron una postura irreductible. No aceptaban ningún camino que permitiera encontrar un mínimo acuerdo […] Rechazaron toda mediación” (González, 2017, p. 100).

Aun así, los planteamientos que realizó en sus escritos de finales de la década de los cincuenta e inicios de los sesenta en relación con la “inexistencia histórica del verdadero partido comunista” en México y la necesidad de su construcción, continuaron vigentes en el imaginario de algunos grupos comunistas y espartaquistas todavía hasta finales de los años ochenta. En suma, José Revueltas se erigió como el fundador original de la corriente del comunismo mexicano que recibió el apelativo de “espartaquismo” y que adoptó como bandera la tesis sobredicha.

CONCLUSIONES

Las causas fundamentales o las fuentes nutricias que determinaron el surgimiento del espartaquismo en México se desdoblan en dos. Por un lado, las fuentes teóricas y, por otro, las prácticas. Dentro de las primeras es posible agrupar la obra de juventud de Marx, la teoría leninista del partido y la idea de Mariátegui -también de origen leninista- de adaptar el marxismo a la realidad nacional, para lo cual los espartaquistas mexicanos concluyeron que el conocimiento de la historia de México resultaba necesario e imprescindible para el objetivo de aplicar las tres fuentes precedentes a la interpretación y eventual transformación del contexto nacional. Revueltas resumió esta operación adaptativa en la fórmula de “mexicanizar” el marxismo. En el plano de las fuentes prácticas resaltan como puntos de inflexión, en primer lugar, la propia experiencia que Revueltas adquirió en los tres partidos comunistas en que militó desde los años cuarenta hasta principios de los sesenta. En segundo término, la postura crítica que asumió respecto a la participación de los partidos comunistas en los movimientos ferrocarrilero y magisterial, además de la censura explícita a la participación del PCM en las elecciones de 1958. De hecho, la publicación de México: una democracia bárbara en ese año es reflejo de la importancia con que Revueltas trató la cuestión; aunque, en este caso, es cierto que la crítica fue principalmente para los partidos de oposición, es decir, tanto para el Partido Acción Nacional (PAN) como para el Partido Popular de Lombardo. En suma, ambos sucesos marcaron el inicio de una nueva etapa en la vida de José Revueltas, pero, sobre todo, en el devenir del comunismo mexicano.

Después de lo anterior, Revueltas consideró que construir un partido comunista que “verdaderamente” representara a la clase trabajadora mexicana era una tarea apremiante e impostergable, lo que significaba formar un partido distinto, en la práctica, del comunismo oficial, aunque con una táctica organizativa similar de raigambre leninista. Así inició una nueva etapa en la vida del escritor: la etapa espartaquista y con ello la fundación concomitante de la LLE, cuyo ciclo vital comprendió no menos de cinco años, hasta que fue expulsado junto a otros miembros de la Liga. Aun cuando la LLE prescribió en 1963, el espartaquismo sobrevivió todavía algunas décadas, materializado en diferentes corrientes que reivindicaron la tesis central acerca de la inexistencia histórica del PCM y la necesidad de crear la vanguardia del proletariado. Entre estos grupos espartaquistas posrevueltianos la corriente más extendida se mimetizó con el maoísmo, cuyas ideas terminaron por persuadir a varios movimientos y organizaciones sociales en México en los años sesenta. De esta síntesis surgió la Liga Comunista Espartaco (LCE).

José Revueltas, en cambio, en los años posteriores a su expulsión de la LLE optó, decisivamente, por alejarse de la militancia en partidos o grupos comunistas hasta que en 1968 se adhirió al movimiento estudiantil. Y aunque durante gran parte de su vida perteneció a distintos grupos comunistas y de izquierda, cuyos principios o prácticas llegaron a contradecir sus propios principios, el objetivo final de su pensamiento y la razón principal por la que se distanció de todos ellos, más allá de explicarse con el expediente fácil del “rebelde sin causa” radical, encuentra su explicación en que sus esfuerzos estuvieron encaminados a combatir la enajenación del mexicano y, en ese sentido, en primer lugar, a buscar la “desenajenación” de sus compañeros comunistas. De manera que, en 1968, cuando José Revueltas fue encarcelado, intervino en una de las audiencias que se realizaron en Lecumberri por los cargos que se le imputaron a causa de su participación en el movimiento estudiantil, y entonces aseveró lo siguiente: “Dice el Ministerio Público que intentamos cambiar la esencia de México o de su Estado. ¿Cambiar su esencia? ¡No, señores del Ministerio Público! ¡Encontrarla, descubrirla! Desenajenar la esencia de México, hacerla del hombre, objetivar en ella al ser humano. Pero no sólo por cuanto a México, sino por cuanto al mundo” (Revueltas, 2013, p. 275). Esa fue siempre su línea a seguir, pese a las contradicciones en las que se encontró y en las que él mismo se debatió internamente a lo largo de su vida, las coyunturas adversas y los grupos a que perteneció.

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1El PCM estaba constituido jerárquicamente por un comité central, un órgano de difusión, comités en cada estado, los cuales, a su vez, se dividían en células. El número de integrantes variaba. La división se hacía con base en los centros de trabajo de cada una.

2Resoluciones de la Conferencia del Partido Comunista en el D. F., 19 de septiembre de 1957. Caja 31, clave 28, exp. 08. Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista (en adelante CEMOS), México.

3¡Defendemos con firmeza los principios leninistas de la edificación del partido! Caja 35, clave 31, exp. 09. CEMOS, México.

4Caja 32, clave 29, exp. 11. CEMOS, México.

5Política, vol. 1, núm. 4, 15 de junio de 1960.

6 “¿Qué es, por qué nace, y qué se propone la Liga Leninista Espartaco?”, Espartaco, vol. 1, núm. 2, enero, 1961, pp. 3-7. CEMOS, México.

7Resolución general del XIII Congreso Nacional Ordinario del PCM, 31 de mayo de 1960. Caja 36, clave 32, exp. 02, p. 20. CEMOS, México.

9Resolución general del XIII Congreso Nacional Ordinario del PCM, 31 de mayo de 1960. Caja 36, clave 32, exp. 02. CEMOS, México.

10¿Así se forma la cabeza del proletariado? (reseña de la lucha interna), LLE, México, 1963. Recuperado de http://enriquegonzalezrojo.com [Consulta: 15 de abril de 2019. ]

Recibido: 01 de Octubre de 2021; Aprobado: 03 de Abril de 2022

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