La publicación en México de un nuevo libro dedicado al paisaje es una buena noticia. Significa que, al menos desde el mundo académico, ha dejado de ser un tema marginal; que es parte de la reflexión multidisciplinaria de diversos grupos de investigación, y que debemos guardar la esperanza de que algún día el paisaje sea tenido en cuenta en las políticas públicas.
Aparte, la obra que aquí presentamos merece otra felicitación: es resultado de las conferencias de la Cátedra Reclus organizadas en el Instituto Mora, en San Juan Mixcoac, en octubre de 2020, en plena crisis mundial de salud por el virus SARS-COV-2 (2020-2022). Los organizadores de la Cátedra2 consiguieron mantener vivo el interés de un público ávido de actividades y concitó también el de unos académicos que, en esos primeros meses de pandemia, se animaron a participar vía remota en el ciclo sobre Geografía y paisaje para poner, finalmente, negro sobre blanco los textos que hoy conforman esta obra.
Geografía y paisaje parece un nuevo retorno a la tópica relación entre ambos términos. Sin embargo, como muestra la escueta y clarividente presentación de Eulalia Ribera Carbó, investigadora del Instituto Mora e impulsora de la obra, sus autores proponen una nueva mirada a temas que no por conocidos son menos fructíferos. Propongo en este espacio centrarme en los siguientes puntos: país y paisaje; el paisaje como palimpsesto; caminos, caminantes y paisajes, y el paisaje y su derecho.
1. Del país y paisaje
Los que procedemos de la Europa romanizada, sabemos de lo que habla Federico Fernández Christlieb a lo largo de “El país como fundamento del paisaje”,3 cuando vincula ambos términos tanto en las culturas europeas como en las mesoamericanas. Es una buena introducción al concepto y a las ideas que siguen dominando sobre este asunto.
Se llama todavía “país”, en la Europa mediterránea, al lugar donde se vive; donde se tienen las tierras de cultivo y las proximidades familiares y sociales. En muchas ocasiones, los límites son precisos; en otros, en las extensas planicies glaciares y aluviales del norte europeo, cuesta más delimitarlos y es la actividad humana la que contribuye principalmente en su formación: el landschaft germánico, el röt, danés. El ejemplo de Ukraïna, “tierra de frontera”, parece evidente. Fernández apunta además al trabajo comunitario. Para él, el país es “donde la historia de una comunidad tiene lugar” (p. 41) y esta idea la extiende a Mesoamérica, por ejemplo, al altepetl de la lengua náhuatl (p. 35 y ss.), sin duda, el país, el lugar en el que se vive, se habita, se recorre, se trabaja y se defiende.
Pero una cosa es el país y otra el paisaje. Apuntaba Alain Roger (1997) que no siempre se ve el paisaje de un país, ni siquiera el propio, sobre todo cuando su formación acarrea sufrimiento. Para hacer del país un paisaje4 se requieren además otras condiciones, como las que menciona Augustin Berque (2009) en una conocida obra. Entre ellas su representación hablada, pictórica o escrita, ya sea en los frescos del palacio público de Siena (s. XIII) (p. 23-26) como en las pinturas de las Relaciones Geográficas.5 Así, Fernández Christlieb nos descubre los países del mundo náhuatl prehispánico (altepeme) (p. 33 y ss.) y sus paisajes representados en ellas.
Fernández se desenvuelve bien en los paisajes rurales, sin embargo ¿cómo aplicar sus ideas para entender los paisajes urbanos, cuando no es siempre la comunidad quien los conforma sino agentes inmobiliarios con amplio poder de coerción y persuasión, que deforman inmisericordemente los entornos urbanos?
2. El paisaje como palimpsesto
Una afirmación extendida entre especialistas del territorio es la de que el paisaje es un palimpsesto (p. 8). En el capítulo “Entre transformación y transmisión: la multitemporalidad del paisaje”, su autora Karine Lefebvre, da argumentos para reconsiderar esa idea (p. 52). Su texto es una elocuente lección de interpretación y análisis del paisaje y recuerda el rigor de la escuela geográfica francesa y su extraordinaria capacidad para explicar los lugares que recorren. Destaco su valor para el estudio geográfico-histórico del territorio.
¿Son las huellas del pasado inertes, meros fantasmas, o afectan el comportamiento o la dirección que conllevan los procesos territoriales? Lo mismo acontece con el concepto de “larga duración” que puso en boga Fernand Braudel (1976). Se pregunta si es posible segmentar lo histórico en capas temporales independientes entre sí, como se ha interpretado a Braudel (p. 54) o más bien ¿la historia es una sola? Paralelamente, Lefebvre con los mismos argumentos arremete contra uno de los métodos clásicos que ha dominado los estudios de geografía histórica como es el de los “cross sections” (cortes sincrónicos o cronológicos).6 Apoyándose en Elissalde (2000), la autora alude a las “múltiples temporalidades del espacio” con afectaciones a componentes determinados del sistema paisaje con diferente velocidad e intensidad (p. 54). Apuesta por una lectura del paisaje como un sistema complejo del que no solo nos puede interesar su forma presente, sino y, sobre todo, distinguir su “tiempo morfológico interno” (Chouquer, 2000 y 2007) (p. 57): un paisaje que acumula rupturas, desfases y permanencias a los que su estudioso tiene que prestar atención.
3. De caminos, caminantes y paisaje
Los capítulos de Nicolás Ortega y Cantero (“La visión moderna del paisaje: dimensiones artísticas y científicas”) y de Luis Felipe Cabrales (“Cielo y tierra, arte y ciencia. El paisajismo de Gerardo Murillo, el Dr. Atl”), pese a tratar temas diferentes tienen en común su referencia a viajeros, aventureros, en definitiva, caminantes y paisajeros, en el sentido que le otorga Berque (2009). En el texto de Ortega desfilan, entre otros, Rousseau, Saussure, Ramond, Humboldt y Vidal de la Blache, mientras que el de Cabrales está dedicado a la figura del Dr. Atl (el pintor Gerardo Murillo). Todos ellos fueron grandes caminantes, buenos observadores y, sobre todo, capaces de transmitir mediante su pluma o sus pinceles los paisajes recorridos.
Ortega se remonta a la visión romántica de la naturaleza y su necesidad de entenderla como la vía que da lugar a la perspectiva moderna del paisaje. En ella, cobra relevancia el sentido de la vista y la atención a las formas. La forma de las cosas debía hablar necesariamente del orden del mundo y del sentido de sus elementos y procesos. Resume en “ver, pensar y sentir” la manera como desde Rousseau a Vidal de la Blache el paisaje entró a formar parte de la geografía.
Por su parte, el Dr. Atl indicaba en una entrevista “Yo no nací pintor, nací caminante, y el caminar me ha conducido al amor por la naturaleza y el deseo de representarla” (p. 125). Su actividad recuerda en cierta manera la frase conocida de Paul Klee que el pintor no pinta lo visible; sino que, al pintar, hace visible lo invisible. De cierta forma, esa es la gran aportación de Atl -y ¿por qué no?, de los caminantes citados-, hacernos ver los paisajes que tanto pintó y describió a lo largo de su vida. Recorrer el mundo, países y regiones del globo, la experiencia del caminar como primer acto del aprendiz de geógrafo, ha sido fundamental en ese “hacer país”, en descubrir los paisajes.
4. El paisaje y su derecho: ver los paisajes para hacer
Tomo de los ingenieros de montes la frase “saber es hacer”, lema de su profesión (Casals, 2007), para abordar el espinoso tema que expone Martín Checa en su capítulo “El paisaje en las leyes y políticas públicas en México”. La protección de los paisajes, desde el punto de vista jurídico, tiene como principal problema su inexistencia como objetos y, en consecuencia, su dificultad para ser delimitados y, por tanto, ser sujetos de protección. Los paisajes no están formados por “capas” aisladas de componentes; ni tampoco son estáticos, pues cambian con el tiempo; están dominados por múltiples procesos y flujos de materia, energía e información, son multiescalares, temporal y espacialmente. Y su mantenimiento depende de la propia conservación de la sociedad que los creó y alimenta. “Saber ver” el paisaje integralmente, junto con el territorio en el que se halla, la sociedad que lo conforma y su dimensión histórica, es el paso necesario para “hacer”. Para Checa la protección jurídica pasa, evidentemente, por su comprensión física, pero sobre todo por su consideración como “bien común” al que tenemos “derecho”, por ser parte fundamental de la vida humana.
Geografía y paisaje es una amplia propuesta para la reflexión sobre el paisaje. Desde la geografía. Federico Fernández expresa que “los geógrafos no estudiamos el paisaje porque sea bonito, sino porque es parte de la realidad” (p. 41). Remedándola, yo cambiaría el final, “los geógrafos no estudiamos los paisajes porque sean bonitos” sino, porque tienen una historia que contar.