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Tópicos (México)

versión impresa ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  no.45 México dic. 2013

 

Reseñas

 

Jeffrey Edward Green: The Eyes of the People: Democracy in an Age of Spectatorship

 

María José Urteaga Rodríguez

 

USA: Oxford University Press, 2010, 284 pp

 

Departamento de Humanidades, Universidad Panamericana, México.

 

La democracia como forma de gobierno no sólo se ha extendido en el último siglo, sino que ha traído consigo innegables beneficios políticos y sociales. Sin embargo, a la par de la expansión de la democracia ha crecido una especie de pesimismo frente a los grandes ideales de las teorías democráticas de los siglos XVIII y XIX (p. 6). Según Green, la paulatina decepción que han generado la democracia y los valores democráticos reside principalmente en que la teoría democrática tradicional resulta insuficiente para atender a las democracias contemporáneas, a las democracias masivas. El hecho de que las democracias contemporáneas sean masivas supone una clara distancia entre éstas y la democracia ateniense, la cual era directa y no representativa. A pesar de ello, la democracia ateniense representa en muchos sentidos los ideales a partir de los cuales se modelaron las democracias de los siglos XVIII y XIX. La distancia entre las democracias contemporáneas y las de los siglos XVIII y XIX no es sólo histórica, sino que se debe a lo particular de las experiencias políticas actuales ampliamente dependientes de los medios masivos de comunicación como la radio, la televisión y el Internet (p. 19).

La experiencia ordinaria de quien no participa activamente en la política, es decir, de quien no ocupa un cargo público, ni es "portavoz" de la opinión pública, es la experiencia de un espectador. Los ciudadanos promedio son observadores de la vida política y no participantes directos en su construcción y preservación. Esta manera de relacionarse con la política es crucial para entender el objetivo que Green persigue en The Eyes of the People: proponer una teoría democrática alternativa a la teoría democrática tradicional, cuyo ideal de participación ciudadana resulta anacrónico e incompatible con nuestra realidad política. Realidad, insiste Green, que se caracteriza por la pasividad y no por la participación activa.

¿Es posible el empoderamiento de la gente sin que ello implique una participación más activa de su parte? Green cree que esta pregunta debería ser el punto de partida para desarrollar una teoría sobre la democracia actual. Las teorías políticas predominantes, como las deliberativas, las pluralistas o las participacionistas, parten de una concepción tradicional del poder, según la cual éste es el resultado de un ejercicio activo y constituye una expresión de la voluntad —o las voluntades— de la gente. La noción clásica de ciudadanía supone, siguiendo a Green, la capacidad de influir en la toma de decisiones políticas, pues sólo así se podría considerar a la ciudadanía como una fuerza política.

La relación entre poder y actividad es constatable en lo que Green denomina la teoría tradicional democrática, en la cual el empoderamiento ciudadano se representa a través de metáforas vocales, como vox populi, vox dei (p. 3). Pero es la preservación de estas metáforas en las teorías democráticas lo que las aleja de la realidad política contemporánea. Si la gente juega un papel pasivo en la vida política, su poder debería provenir de la pasividad propia del espectador, es decir, debería ser un poder pasivo y silencioso. En consonancia con lo anterior, Green propone un modelo de democracia plebiscitaria que se apoya no en metáforas vocales, sino oculares.

The Eyes of the People es un libro provocador, no sólo porque defiende la democracia plebiscitaria, sino por cómo interpreta a la tradición democrática. Decir que hay algo como una teoría tradicional sobre la democracia parece, a primera vista, ingenuo y poco justo con la pluralidad de teorías políticas que versan sobre la democracia. Sin embargo, la reconstrucción que hace Green de esta teoría tradicional es impecable y resulta bastante clarificadora. A partir de la figura de la voz, Green da cuenta de cuáles son las directrices de lo que podría considerarse la "ortodoxia democrática" desde su renacimiento a finales del siglo XVIII hasta nuestros días (véase el capítulo 3). El libro de Green es riquísimo en referencias que sirven para comprender de manera global los debates centrales, modernos y contemporáneos, que han dado lugar a una multiplicidad de teorías sobre la democracia y a la hegemonía del modelo vocal:

No sólo las instituciones democráticas mejor conocidas -elecciones y opinión pública- se prestan fácilmente a metáforas de la voz, sino que entre los distintos planteamientos de las teorías democráticas hay una pronunciada tendencia a teorizar sobre la democracia desde la perspectiva de la voz del pueblo (p. 3).

El planteamiento global de Green sobre la tradición democrática sienta las bases para su sobresaliente crítica a la concepción tradicional de ciudadanía. Me parece que son dos los aspectos centrales de su crítica. (i) Por un lado, muestra la discrepancia entre el ideal democrático de la autonomía ciudadana (self-rule) y lo que de hecho ocurre con los ciudadanos actuales. La idea de que "mandamos obedeciendo" es obscura y, quizá, inadecuada si lo que se quiere describir es la experiencia política de la mayoría de los ciudadanos. Lo último exige evaluar críticamente nociones democráticas básicas que tienden a darse por supuestas en muchas teorías democráticas. Entre estas nociones se encuentran: la representatividad y la soberanía del pueblo (véase capítulo 2, especialmente la sección 2.4). (ii) Por otro lado, la crítica de Green pone de manifiesto que existe una laguna normativa, cuando se duda de la viabilidad de que los ciudadanos influyan en la toma de decisiones políticas. Esto, porque resulta "muy difícil imaginar que la soberanía del pueblo (the rule of people) sea otra cosa que el poder de decisión con el que la gente se gobierna o elige a sus representantes" (p. 19).

Romper con el paradigma de que el mando ciudadano supone la participación activa de todos los individuos, no implica negar que la participación ciudadana sea necesaria para la consolidación de todo gobierno democrático. Simplemente exige atender a las condiciones objetivas bajo las cuales el ciudadano se desenvuelve y que dan pie al planteamiento de la mirada y no de la voz como medio de control. ¿Qué tipo de experiencias políticas son las más frecuentes para un ciudadano promedio? El tipo de experiencias que podrían representarse con la imagen de un sujeto viendo televisión, es decir, las de un sujeto cuyo papel en la vida política es pasivo e incluso marginal. El ciudadano promedio no gobierna, sino que es gobernado.

¿Acaso la aspiración de Green no está contaminada de pesimismo, al conformarse con la figura del ciudadano como espectador? ¿Por qué renunciar a la búsqueda de medios que confieran a los ciudadanos un poder efectivo de decisión? Si bien es cierto que la experiencia política reinante en las sociedades contemporáneas es la del espectador, este hecho no es razón suficiente para asumir la inviabilidad del proyecto democrático "ortodoxo". Después de todo, la teoría política, como bien señala Rawls, siempre tendrá rasgos utópicos, pues se concentra en lo que debe ser y no en lo que es (Rawls, 2001, pp. 1-5). Green se anticipa a la objeción anterior y señala que la teoría política moderna se caracteriza por ser pesimista. Ello se constata en el giro teórico que la postura de Maquiavelo representa frente al modo en el que se concebía a la política en la Edad Media y en la Antigüedad. ¿Por qué no extender ese pesimismo al papel que juegan los ciudadanos? En palabras de Green:

¿Por qué [...] los líderes y los estados pueden ser orientados a partir de la fría sagacidad distintiva de la educación política moderna, mientras que el discurso ético para el ciudadano común es profundamente sentimentalista? ¿Por qué los logros del modernismo tendrían que ser para unos cuantos, dejando a la mayoría en la ekklesia ateniense? (p. 25)

Simpatizo con la última observación y con la pretensión de establecer una normatividad política que parta del reconocimiento de las condiciones sociales preexistentes. De hecho, creo que el análisis de Green posee la cualidad de tener como base no sólo un amplio reportorio de teorías políticas, sino datos provenientes de investigaciones empíricas sobre el comportamiento cívico (véanse secciones 2.5 y 2.6).

El apego a las referencias empíricas y al contexto, no obstante, supone ciertos riesgos. Riesgos que son claros si se toma en cuenta la importancia que tienen la generalidad y la abstracción en las teorías políticas. La justificación política exige un alto nivel de abstracción, porque una teoría política sólo estará justificada si podemos mostrar que ella puede resolver problemas actuales, pero también permanecer estable a través del tiempo (Nussbaum, 2006, p. 1). El problema que encuentro en la propuesta de Green es que me parece una propuesta endémica. Es verdad que la experiencia del ciudadano como espectador representa un fenómeno prácticamente global. Sin embargo, me parece que el tipo de espectadores y fenómenos en los que está pensando Green representan lo que ocurre quizá sólo en Estados Unidos. Para justificar la afirmación de que la propuesta de Green es endémica explicaré brevemente lo central de su propuesta.

Atender al modelo ocular y no al vocal no significa sustituir al último con el primero. Más bien lo que se pretende es incorporar al debate una forma en la que los ciudadanos puedan tener poder sin participar en la toma de decisiones políticas. Este poder es el de la mirada (gaze), pues aunque pasiva y silenciosa, puede influir en la conducta, en este caso, de los líderes políticos. Proponer la mirada como medio de control, siguiendo a Green, no es algo nuevo. De hecho, forma parte de varias teorías teológicas, psicológicas y filosóficas. Así, la mirada divina propuesta por la teología deísta o la mirada en el sentido disciplinar de Foucault para controlar a los prisioneros, son muestra de que el poder no sólo se ejerce activamente (véase el capítulo 2). El reconocimiento del poder de la mirada es importante, pues partiendo de éste Green intenta dar cabida a una normatividad que no dependa de la noción de representatividad y que, en suma, permita resolver los problemas que desde la teoría democrática tradicional parecen irresolubles.

La postura de Green tiene su raíz en la teoría de Max Weber sobre la democracia plebiscitaria, la cual no se ha popularizado y resulta inaceptable para algunos, como Habermas, Ackerman y Fishkin (véase los capítulos 4 y 5). No puedo detenerme a analizar las razones por las que la teoría plebiscitaria es frecuentemente rechazada, pero vale la pena destacar que a diferencia de los autores mencionados, Green no considera que la democracia plebiscitaria equivalga a una democracia del espectáculo con la que una élite pretende manipular la decisión popular. Para Green la teoría plebiscitaria permite encontrar un modo de entender a la democracia desde la perspectiva del observador y, con ello, dotar de un sentido mucho más claro y verdaderamente colectivo a las nociones de "gente" y de "ciudadanía".

Son tres los aspectos que distinguen al modelo ocular, concretado en la teoría plebiscitaria, del modelo vocal. Recuérdese que estos modelos pretenden dar cuenta del poder popular, sea a través de la voz del pueblo o el de su mirada. La primera diferencia tiene que ver con el objeto que se quiere controlar. En el modelo vocal el objeto es la ley (estatutos y normas que modelan la vida pública). En cambio, en el modelo ocular el objeto lo constituyen los líderes políticos. La segunda diferencia reside en el órgano del poder popular. En el modelo vocal el órgano del poder popular es el de la decisión (de ahí la importancia de la representatividad). En el modelo ocular este órgano es el de la mirada. La tercera diferencia tiene que ver con lo que Green llama "el ideal crítico". El ideal crítico del modelo vocal es el de la autonomía (la habilidad de la gente para vivir bajo leyes cuya autoría es en parte suya). Por su parte, el ideal crítico en el modelo ocular es el de la franqueza (el control de las apariciones públicas de los líderes no debe estar en manos de los mismos, esto con el fin de que sus apariciones sean espontáneas y supongan riesgos para ellos). Algunos ejemplos de eventos que tienden a ser francos son: los debates presidenciales y las conferencias de prensa (véase el capítulo 7).

¿El modelo ocular pretende superar al modelo vocal? Lo importante no es la imposición de un modelo sobre otro, pues nadie negaría la importancia del poder popular de decisión representado por el modelo vocal. A fin de cuentas, si un líder puede modificar su conducta al sentirse públicamente expuesto es, generalmente, porque toma en cuenta que su imagen y desempeño repercutirá en las elecciones y, por consiguiente, en su carrera política. El principio de franqueza puede asociarse con otros principios fundamentales del modelo vocal como el de publicidad y el de transparencia, pero no son equivalentes. De hecho, el principio de franqueza pretende atender a casos en los que no es claro cómo se puede alcanzar la transparencia y la publicidad. Piénsese, por ejemplo, en casos en los que los partidos políticos o los medios de comunicación manipulan las campañas electorales. La franqueza da pautas para juzgar qué se debe mirar o, en otras palabras, qué eventos vale la pena observar y por qué.

Coincido con Green en que la franqueza puede contribuir a que las prácticas políticas sean más democráticas. También creo, como Green, que los ideales críticos del modelo vocal y del ocular son relacionables. Es más, estos modelos se relacionan de tal manera que el modelo vocal es lo que permite al modelo ocular cobrar fuerza. Pero es justamente por esto que considero que el alcance del modelo plebiscitario es estrecho y no podría adoptarse sin más para repensar las prácticas políticas, por ejemplo, de Latinoamérica. La mirada colectiva constantemente recae sobre los líderes políticos, ya que éstos son figuras públicas. Esta mirada colectiva influye en la conducta de los líderes, pero ese influjo puede ser gradual. En la medida en que exista una opinión pública crítica y consolidada es que se puede esperar un mayor control a partir del medio que representa la mirada colectiva. Además, si bien la mirada es pasiva, ésta implica un acto previo: el de decidir mirar. Puede, como de hecho ocurre, que los espectadores no aprecien la espontaneidad en los eventos políticos o que ni siquiera aprecien los eventos políticos en general. Esto, porque son muchos y muy diversos los criterios que se utilizan para establecer qué vale la pena observar, qué representa un espectáculo.

Difícilmente la propuesta The Eyes of the People pasará inadvertida en las discusiones contemporáneas sobre la democracia. Lo novedoso de su enfoque muestra la necesidad de repensar los ideales fundamentales de la "ortodoxia democrática", muchos de los cuales se aceptan más por el peso de la tradición que por su facticidad.

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