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Tópicos (México)

versión impresa ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  no.65 México ene./abr. 2023  Epub 09-Jun-2023

https://doi.org/10.21555/top.v650.2577 

Reseñas críticas

Ornelas, J. (ed.). (2021). Rústicos versus urbanos: disputas en torno a la interpretación del escepticismo pirrónico. UNAM. 144 pp.

Pedro Stepanenko1 

1Universidad Nacional Autónoma de México. pedros@unam.mx

Ornelas, J. (ed.), 2021. Rústicos versus urbanos: disputas en torno a la interpretación del escepticismo pirrónico. UNAM, 144p.


Una buena manera de abordar temas filosóficos es analizarlos a través de sus disputas. Este es el caso de Rústicos versus urbanos, una compilación de autores latinoamericanos sobre la disputa acerca de la forma en que debe ser interpretada la posición o actitud filosófica del escepticismo pirrónico; más específicamente, acerca de su posición ante las creencias que parecen necesarias para sacar adelante nuestras vidas, es decir, las creencias que operan o de las cuales depende la acción en la vida cotidiana. La importancia de esta discusión deriva esencialmente de una de las dos o tres principales objeciones que los estoicos solían presentarle al escepticismo: la objeción de la apraxia, conforme a la cual, si la suspensión del juicio, hacia la cual este escéptico dirige las discusiones, abarca a todas las creencias, entonces sería imposible llevar a cabo la más sencilla de las acciones de la vida diaria.

El urbano, de acuerdo con la formulación original de Jonathan Barnes (1982, pp. 2-3), sostiene que el ámbito de discusión del pirrónico y, por lo tanto, el alcance de la suspensión del juicio es el de las posiciones teóricas o académicas. Las creencias de la vida cotidiana están fuera de peligro. De acuerdo con esta interpretación, el pirronismo solo pone en cuestión las teorías de otras corrientes filosóficas. La virtud de esta manera de enfocar la actitud del pirrónico ante las creencias de la vida diaria es que responde de manera sencilla y directa a la objeción de la apraxia. Su desventaja estriba en que limita “artificialmente” el alcance de los argumentos y tropos escépticos. “Artificialmente” porque no parece haber razones que se deriven de los tropos mismos para sostener que sus blancos se limitan a creencias teóricas o filosóficas y que no comprenden las creencias de la vida diaria.

El rústico, por el otro lado, enfatiza que el escepticismo pirrónico no solo es una posición académica, sino una actitud ante la vida. Una actitud que puede llevar a la ataraxia como consecuencia (no necesaria, no garantizada) de haber suspendido el juicio. Su virtud es darle sentido a la ataraxia pirrónica (claramente ilustrada por la figura de Pirrón) y al estrecho vínculo que deben tener la vida y las ideas de los filósofos helenísticos, de acuerdo con la tradición de la cual hemos heredado su imagen. Su defecto es no poder responder de manera tan directa y sencilla como el urbano a la objeción de la apraxia, ya que debe recurrir a cosas raras como reportes o pareceres que no lo comprometan con la verdad de ninguna creencia.

Esta discusión depende, por supuesto, de la manera en que se entiendan las creencias y la vida cotidiana; también del análisis de los tropos a los que recurre el pirrónico. Entre los ensayos que forman parte de este libro, solo uno de ellos, el de Alfonso Correa, se concentra en la noción pirrónica de creencia para mostrar cómo puede resolverse la disputa a favor de los urbanos. Jorge Ornelas y Plinio Junqueira Smith parecen darle más importancia al concepto de “vida cotidiana”, el primero convirtiéndola casi en un espacio libre de cargas teóricas, el segundo reconociéndola como un espacio en el cual se cruzan todo tipo de creencias. La mayoría se concentra en las razones derivadas de los tropos para determinar el alcance de la suspensión del juicio.

El libro que ha compilado Ornelas ofrece un abanico de posiciones a partir de esta disyuntiva entre rústicos y urbanos. Como lo destacan varios de los autores, esta disyuntiva ha sido muy fecunda en cuanto al análisis y al desarrollo de interpretaciones del pirronismo. Y lo que sucede es que esta discusión en realidad lo que hace es expresar una tensión que existe al interior del propio pirronismo o, mejor dicho, una tensión entre las distintas posiciones escépticas que designamos con la expresión “escepticismo pirrónico”. Porque no está claro que debamos hablar de una corriente filosófica en este caso y no más bien de un conjunto heterogéneo de posiciones escépticas. Por ello, me parece sensata la posición que expresa Ornelas en su ensayo cuando sostiene que debemos tomar en cuenta la historia del pirronismo para ver en qué momentos fue más rústico y en qué otros más urbano. En un extremo de esta pluralidad -propone Ornelas- podría colocarse la figura legendaria de Pirrón; en la otra, el Sexto Empírico de las Hipotiposis pirrónicas.

En la primera contribución de esta antología, Andrea Lozano aborda el conflicto que debió enfrentar Diógenes Laercio en Vidas y opiniones de los filósofos ilustres al describir la vida de Pirrón para mostrar, como en el caso de los demás filósofos, la relación entre su filosofía y su vida. El problema con Pirrón era que no podía presentar sus ideas como partes de una doctrina conforme a la cual guiar su vida, pues ello equivaldría a contradecir el espíritu mismo de su escepticismo, que no suscribe creencias de ningún tipo. La solución que encuentra Diógenes Laercio, conforme a la interpretación de Lozano, es presentar los episodios mismos de la vida de Pirrón como si formaran parte de argumentos con los cuales deben exponerse sus ideas. Queda claro que, ante la disputa entre rústicos y urbanos, tanto Diógenes Laercio como Lozano adoptan una posición rústica, al menos con respecto a la emblemática figura de Pirrón.

Alfonso Correa, en el segundo capítulo, sostiene, a partir del análisis de un fragmento también de Diógenes Laercio, que las creencias que están en juego cuando el pirrónico discute con los estoicos no son creencias aisladas que puedan aceptarse por lo que experimentamos aquí o allá (2021, p. 42), sino creencias que están integradas a una red, a un entramado, a una teoría, incluso cuando de lo que se trata es de las creencias de las cuales depende la vida, pero no una vida cualquiera, sino una vida en sentido normativo: la vida del sabio o su ideal, es decir, algo empapado de una red de creencias y valores. Correa no lo dice con claridad, pero de aquí se desprende una posición urbana, ya que, para la vida cotidiana, como podría llevarla el pirrónico, no se requieren redes de creencias, sino las creencias que tienen un contacto puntual obvio con nuestras experiencias.

Mauricio Zuloaga, en el tercer ensayo, defiende de manera franca y clara una interpretación rústica a partir de una consideración sobre los tropos de Agripa a los que recurre el pirrónico para cuestionar creencias. Por sí mismos, estos tropos no tienen por qué detenerse ante algún tipo de creencias, es decir, tienen un carácter irrestricto, por lo cual no hay razón para limitar el alcance de la suspensión del juicio. Zuloaga también sostiene que la investigación que lleva a cabo el pirrónico no puede ser más que refutatoria, ya que no sería congruente pretender alcanzar la verdad cuando se busca la imperturbabilidad mediante la suspensión del juicio. Pero esto vuelve indistinguible la posición del pirrónico y la del escéptico académico o dogmático negativo.

Jorge Ornelas, en el siguiente trabajo, ofrece una visión histórica del pirronismo, en donde la posición rústica proviene de una maniobra de Enesidemo por deslindarse de los académicos (2021, p. 76) una visión histórica en la que las posiciones en disputa se alternan. Sin embrago, hay una tendencia de lo rústico a lo urbano para terminar con la “versión refinada” del pirronismo en Hipotiposis pirrónicas. En esta historia, Pirrón aparecería como un dogmático metafísico, pero escéptico epistémico, siguiendo la interpretación de Richard Bett. Timón sería el primero en destacar las incongruencias del fundador legendario y sería también el promotor de la idea según la cual las apariencias son suficientes para guiar la acción en la vida cotidiana; Enesidemo representaría una figura central para la imagen del pirronismo rústico al insistir en el discurso no asertivo y en la aplicación irrestricta de los tropos. Sexto Empírico pondría finalmente orden al adoptar una posición urbana que limita la suspensión de juicios al ámbito teórico-académico.

En el quinto trabajo, Daniel Vázquez defiende una tesis sobre el alcance de la suspensión del juicio que la considera “discreta, progresiva” e irrestricta, lo cual no significa que sea global; es decir, sostiene que la suspensión procede caso por caso y, como es indiferente al contenido de las creencias, es radical. Vázquez llega a esta tesis después de analizar las ocho posibles combinaciones de tres ejes estratégicos: restricción temática, restricción de acceso y suspensión individual o caso por caso. El énfasis en que la suspensión es irrestricta, pero procede caso por caso y solo acerca de juicios que pueden evaluarse de forma directa, excluye, de acuerdo con Vázquez, la posición urbana, pero también la rústica, porque no suscribe una suspensión global, acerca de cualquier juicio posible. Sin embargo, me parece que esta interpretación del alcance de la suspensión podría usarse como defensa rústica en contra de la objeción de apraxia, que, en última instancia, es el punto débil del rústico.

En las últimas dos contribuciones, los autores pretenden suspender el juicio con respecto a cuál de las dos interpretaciones en disputa tiene razón. Plinio Junqueira Smith rechaza incluso el marco de la discusión entre rústicos y urbanos debido a que niega que el escéptico tenga que ofrecer un concepto de “creencia” diferente al usual para no comprometerse con la verdad. Rechaza también que la suspensión del juicio pueda ser universal como para preocuparnos por las creencias de la vida cotidiana. Expone primero, para cuestionar después, tres maneras de superar el debate: la de Bett, quien propone que Sexto Empírico propicia la suspensión del juicio acerca de la cuestión de si la propia suspensión alcanza las creencias de la vida cotidiana; la de Brito, que recurre a la noción de “acto de habla” y sostiene que el pirrónico solo evita las aserciones, teniendo a su disposición otros tipos de actos de habla; la de Fine, que considera que el escéptico solo acepta las creencias sobre sus afecciones. Para Junqueira Smith, la solución, o más bien la disolución, de la disputa entre rústicos y urbanos consiste en señalar que el pirrónico, al expresar sus creencias, solo se refiere a lo aparente, a lo evidente, no como algo que tenga un fundamento que podamos investigar o incluso que se considere inaprehensible, sino como algo que no es más que lo que aparece. Sin embargo, esta “disolución” parece darle la razón al urbano, es decir, a quien sostiene que el pirrónico solo suspende el juicio ante las creencias teóricas que pretenden explicar lo aparente.

Finalmente, Rodrigo Brito, tras hacer una evaluación de los pros y los contras de las posiciones en disputa, sostiene que, para defender al escéptico pirrónico de la objeción de la apraxia o de la incongruencia de investigar sin compromisos con la verdad, se podría recurrir a la teoría de los actos de habla de John L. Austin, ya que para esta teoría no todas las proferencias son actos de habla constatativos, abriendo de esta manera la posibilidad de que las proferencias escépticas sobre apariencias sean actos de habla performativos.

Si respetamos la suspensión del juicio de los dos últimos autores, el marcador de esta contienda entre rústicos y urbanos resulta ser 3-2 a favor de los primeros. Pero, lo justo sería hacer anotar a Plinio Junqueira Smith a favor de los urbanos, de suerte que este partido termine en un empate. A mí me parece que la respuesta más clara a la objeción de la apraxia (la objeción a la que responde el debate entre rústicos y urbanos) es que los tropos pirrónicos y la suspensión del juicio no operan de manera global, como la duda metódica en la filosofía de Descartes, sino que solo cuestionan y neutralizan las creencias que se van presentando. El escéptico pirrónico suspende el juicio con respecto a cualquier creencia, sí, pero no con respecto a todas las creencias al mismo tiempo, ni siquiera con respecto a todas las creencias de una determinada clase, de suerte que aquellas creencias que resulten indispensables para algún curso de acción, como sostienen algunos dogmáticos, seguirán operando hasta que se conviertan en un asunto a tratar. Creo que esta respuesta también se puede obtener de la diferencia que Michael Williams expone entre el escéptico moderno y el antiguo en su ya clásico artículo “Scepticism without Theory” (1988); por ello, me sorprende que ninguno de los textos de esta compilación haga referencia a este texto. De acuerdo con Williams, el moderno tiene preocupaciones teóricas, mientras que las preocupaciones del antiguo son prácticas y no tiene por qué defender una posición específica. El antiguo no solo está orientado hacia mantener un modo de vida, sino que las ideas con las que cuenta no conforman tesis que defender, sino solo instrumentos para desarticular creencias cuando sea necesario. Sus preocupaciones son prácticas en el sentido de que no está desarrollando una teoría sobre la imposibilidad de conocer, sino instrumentos para habérselas con creencias incómodas.

A veces tengo la impresión de que la disputa entre rústicos y urbanos, a la cual se han sumado con maestría los filósofos latinoamericanos que colaboran en este volumen, dice más acerca de quienes defienden una u otra posición que acerca de los antiguos escépticos. Quizá la disputa sea entre unos románticos que quisieran que la filosofía inspirara formas de vida distintas a las que llevamos y unos académicos conformistas que después de una jornada de trabajo no quieren ser cuestionados sobre la congruencia de sus vidas. Quizá eso sea lo que esté en el fondo de esta discusión. Sin embargo, para participar en ella, hay que dar buenas razones, sustentadas en habilidades filosóficas, filológicas e históricas, como lo hacen los colaboradores de esta excelente compilación.

Referencias

Barnes, J. (1982). The Beliefs of a Pyrrhonist. Proceedings of the Cambridge Philological Society, 28, 1-28. [ Links ]

Williams, M. (1988). Scepticism without Theory. The Review of Metaphysics, 41(3), 547-588. [ Links ]

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