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Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.25 no.49 México ene./jun. 2017

https://doi.org/10.18504/pl2549-014-2017 

Reseñas

Ryan E. Carlin, Matthew M. Singer y Elizabeth J. Zechmeister (eds.). The Latin American Voter: Pursuing Representation and Accountability in Challenging Contexts, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2015, 428 pp.

Alejandro Moreno* 

*Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Profesor de Ciencia Política, Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

Carlin, Ryan E.; Singer, Matthew M.; Zechmeister, Elizabeth J. The Latin American Voter: Pursuing Representation and Accountability in Challenging Contexts. Ann Arbor: University of Michigan Press, 2015. 428p.


Las elecciones y las campañas que les preceden son eventos políticos fascinantes. El interés que generan no se limita a los especialistas, sino que suele extenderse a una gran parte de los ciudadanos (de los votantes), los principales convocados a las urnas. Desde que empezó la tercera ola democratizadora, la mayoría de países de América Latina ha celebrado varias elecciones democráticas y, como consecuencia, el comportamiento electoral en la región ha recibido un más profundo estudio. La literatura académica resultante ha sido rica pero dispareja, produciéndose con mucha más intensidad y recursos metodológicos en países como Brasil y México, y aguardando más atención en otros. La investigación estrictamente comparativa ha sido escasa; apenas ha comenzado a producir estudios sobre los electorados a nivel regional (Telles & Moreno, 2013), y a insertar casos latinoamericanos en un marco comparativo más amplio (Dalton & Anderson, 2011; Gunther, Beck, Magalhaes & Moreno, 2016).

The Latin American Voter, volumen editado por Carlin, Singer y Zechmeister, es una reciente e interesante colección de análisis sobre distintos aspectos del comportamiento electoral latinoamericano. Tanto por el título como por su estructura conceptual, el libro sigue los pasos del modelo definido hace medio siglo por The American Voter (Campbell, Converse, Miller & Stokes, 1960), el cual ha sido replicado en diversas versiones de votantes nacionales y regionales, incluidos los votantes mexicano (Moreno, 2003) y el europeo (Thomassen, 2005), por citar dos ejemplos. La estructura conceptual referida se guía por la noción del "embudo de la causalidad", en la que el voto es el producto final de una amplia gama de factores explicativos de la realidad social que define las orientaciones políticas, partidarias e ideológicas de la gente y que se van reduciendo y especificando en factores ligados a las campañas, temas y candidatos específicos de un proceso electoral. Así, los modelos explicativos del voto contemplan variables estructurales (rasgos socioeconómicos, demográficos y geográficos), actitudes de largo plazo (orientaciones ideológicas y partidarias) y opiniones de corto plazo influidas por el contexto económico, los candidatos, la información de las campañas y otras temáticas relevantes.

Además de considerar este esquema que enfatiza las características individuales de los votantes, el libro también abreva de la literatura acerca del estudio comparativo de los sistemas electorales (cses, por su sigla en inglés), la cual establece que el comportamiento electoral está moldeado por los rasgos del contexto y las instituciones de los países. Por ello, los autores de The Latin American Voter incorporan variables de ese tipo como el grado de polarización, el número efectivo de partidos y la naturaleza programática del sistema de partidos, entre otros. La obra tiene un gran valor por las preguntas que plantea, por las discusiones teóricas y normativas que ofrece, por los datos y las estrategias metodológicas que utiliza y por los hallazgos que reporta. Pero también por derivar una serie de cuestionamientos todavía sin respuesta, y por las controversias que tendrán que ponerse a prueba con una más adecuada evidencia empírica. En suma, es un libro con un lugar asegurado como referente en la literatura sobre conducta electoral en las democracias nuevas, y como detonante para la investigación futura sobre el tema en América Latina.

Pero otra virtud del libro es que unifica a diversos autores bajo un mismo enfoque y una similar estrategia de análisis. No es un logro menor si consideramos que entre los autores se encuentran Herbert Kitschelt y Scott Mainwaring, especialistas no estadounidenses ampliamente conocidos en la literatura como Mariano Torcal, y una generación emergente de investigadores con nuevas líneas de investigación electoral para la región. El resultado es una secuencia de capítulos con un tratamiento más o menos estandarizado para responder a las preguntas a las que cada uno se enfoca. Aunque con excepciones, todos los capítulos emplean una base de datos común: el Barómetro de las Américas que elabora el lapop (Latin American Public Opinion Project). Como los editores lo señalan, no se trata de una encuesta electoral como el Comparative Study of Electoral Systems (CSES) o el Proyecto Comparativo de Elecciones Nacionales (CNEP, por su sigla en inglés), por lo que no necesariamente refleja las preferencias y las actitudes políticas en una coyuntura electoral; no obstante, proporciona mediciones que permiten adentrarse de modo comparativo en la mente del votante regional. A continuación enuncio algunos de los principales hallazgos del libro, así como otros aspectos singulares para quienes estudian la conducta de los votantes. Posteriormente, listo algunas críticas y señalo algunas carencias que percibo en esta obra.

De acuerdo con los coordinadores, el libro intenta responder tres preguntas centrales: ¿quién vota?, ¿qué influye en la decisión de voto?, ¿qué papel juega el contexto y cómo distingue a los electores latinoamericanos entre sí y respecto a los votantes en otros contextos? Para elaborar las respuestas, el libro se organiza en cuatro partes: la primera, que consiste de un solo capítulo, trata la participación electoral. En la segunda, cuatro capítulos se dedican a la conexión entre las características socioeconómicas y el voto, a saber: clase social, religión, identidades étnicas, y género. La tercera parte, también de cuatro capítulos, se enfoca a los vínculos temáticos (issues), ideológicos, partidarios y clientelares de los electores con los partidos. La cuarta y última, se enfoca en el papel que juegan las evaluaciones de desempeño de gobierno en el voto, enfatizando en la economía, la corrupción y el crimen o inseguridad. Hay, además, unas conclusiones para el volumen en su conjunto. A cada una de las partes principales la precede un breve texto introductorio de los coordinadores, en el que se delinean las principales expectativas para los capítulos. Es importante mencionar que los análisis de este libro abordan el voto en elecciones nacionales para presidente, pero no para congresos, ni elecciones locales.

¿Quién vota? El capítulo de Ryan Carlin y Gregory Love sobre participación electoral analiza el voto autorreportado, esto es, si la persona dice que votó o no en la última elección presidencial. A pesar de que esa clase de participación con más frecuencia es más alta que la real, los correlativos de la que documentan los autores tiende a cumplir con las expectativas teóricas, de modo que en mayor o menor medida importan la demografía -la edad en un sentido curvilíneo, el estado civil, el número de hijos-, los recursos individuales -nivel de escolaridad, ingreso, estatus del empleo-, la movilización de los políticos (redes clientelares), el partidismo y, sorpresivamente menos de lo esperado, los factores psicológicos como el interés en la política. En particular, el efecto de la demografía en la participación crece en sistemas con voto obligatorio pero que no cuentan con mecanismos de castigo, como México. Carlin y Love señalan que aspectos como el voluntarismo cívico aportan poco a la explicación del voto, pero confirman que el entorno social y la familia sí lo son; una conclusión muy similar a la de Magalhães (2016) en su análisis del CNEP. La conclusión es que el votante latinoamericano se parece en muchos aspectos al de los países democráticos más avanzados -una premisa que el lector encuentra en casi todos los capítulos-, pero que se diferencia por la presencia del elemento clientelar.

La segunda parte, relativa a la influencia de factores demográficos en el voto, plantea un primer problema metodológico que enfrentan los estudios comparativos sobre comportamiento electoral: ¿cómo definir la variable dependiente? Los análisis dedicados a un solo país suelen explicar el apoyo a las diversas opciones políticas existentes, por ejemplo, quién vota en México por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido de la Revolución democrática (PRD), el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), etc. Pero como esto no procede en un estudio comparativo debido a que los partidos difieren en número y naturaleza, la opción es plantear una variable dependiente que sea comparable. Entre las estrategias están el ordenar a los partidos en un continuo que los diferencie entre sí, en lo general a lo largo de un eje izquierda-derecha, o distinguirlos como partido(s) gobernante(s) versus partido(s) de oposición. Tanto en esta parte II del libro como en la III, los factores explicativos son considerados de largo plazo (demografía, ideología, partidismo), mientras que la variable dependiente corresponde al ordenamiento de los partidos en un eje diferenciador de izquierda-derecha. En contraste, los capítulos de la parte IV emplean la variable dependiente que distingue entre gobierno y oposición, en tanto que las variables explicativas centrales son las referentes al desempeño. La decisión no es mala, pero cambiar de una variable dependiente a otra a mitad del libro limita la comparación del efecto en el voto de los factores de largo y corto plazo. Revisemos los hallazgos.

El capítulo de Mainwaring, Torcal y Somma sobre el voto de clase social es uno de los mejor logrados del volumen. Los autores abordan el ascenso de las izquierdas latinoamericanas al poder desde finales de los noventa y documentan el efecto de la clase social en el voto y el papel que esta juega en la institucionalización de los sistemas de partidos en la región, algo que ambos autores han trabajado durante gran parte de su trayectoria. Este tipo de contextualización resulta crucial para entender los fenómenos histórico-políticos que se llegan a esconder detrás de la estandarización de los esfuerzos empíricos comparativos. Para entender al votante, la historia también importa. Según Mainwaring y Torcal, la clase social juega un papel esencial en el voto de los segmentos más desfavorecidos de los electorados latinoamericanos: los pobres, los desempleados y los trabajadores con baja o nula especialización. Pero para que la clase social juegue un papel electoral relevante debe ser activada por los esfuerzos de movilización política de los partidos y sus candidatos. En particular, la presencia de candidatos competitivos de izquierda es una condición necesaria -aunque no suficiente, dicen los autores- para la activación del voto de clase. Este ha aumentado en la región sobre todo por el surgimiento de opciones de izquierda. Los casos más notables que se documentan en el capítulo son Brasil, Bolivia, Venezuela, Costa Rica y Argentina. El efecto luce más modesto en México, y casi nulo en Chile y Uruguay, lo cual refleja la posibilidad de que algunas izquierdas latinoamericanas tengan el apoyo de votantes de clase media, más atraídos por una agenda progresista que por políticas económicas redistributivas. La conclusión es que el voto de clase no surge de manera espontánea, sino que refleja los esfuerzos por activar temas de clase por parte de las opciones de izquierda. Su relevancia política actual y futura es producto de la politización.

La politización también es fundamental para activar otras esferas de competencia electoral. Las líneas religiosas de conflicto, por ejemplo, requieren de su politización para alcanzar efectos observables. Boas y Smith argumentan en su capítulo sobre religión y voto que las divisiones relevantes en América Latina son entre creyentes y no creyentes (religiosidad), y entre católicos y no católicos, sobre todo evangélicos (denominación). El efecto de la religiosidad se manifiesta más bien de forma ideológica: los electores más religiosos es más probable que apoyen opciones de derecha. No obstante, los autores concluyen que el efecto de la religión refleja en especial elementos de identidad: los electores son más propensos a votar por candidatos que comparten su fe. La identificación étnica se comporta de manera similar.

De acuerdo con Daniel Moreno Morales, en el quinto capítulo, el voto étnico se observa en muy pocos casos en América Latina, sobre todo en donde las líneas étnicas o raciales de conflicto han sido politizadas. El éxito electoral de Evo Morales en Bolivia se debe en parte a la activación del voto indígena. En contraste, el apoyo a Rigoberta Menchú en Guatemala se debió más al género que a una identificación indígena. Morgan, en un capítulo de temática similar, apunta que las mujeres prefieren votar por mujeres, aunque señala que las brechas de género observadas en los patrones de voto parecen ser más tradicionales que "modernas", es decir, que las mujeres en América Latina apoyan más a las opciones conservadoras y de derecha. No obstante, las brechas de género en la región son modestas, pero significativas.

En su conjunto, los capítulos sobre el efecto de variables demográficas en el voto denotan que algunas líneas de conflicto son muy importantes y otras no, y que reflejan el grado de activación por parte de políticos y partidos. La conclusión de Moreno Morales en el capítulo sobre etnia y voto es ilustrativa: "pareciera que los empresarios políticos que surgen en contextos oportunos pueden tener efectos transformadores en las preferencias políticas que expresan ciertos subgrupos en las elecciones nacionales". En otras palabras, el liderazgo importa.

No hay mejor ejemplo del papel que juega la politización de las líneas relevantes de conflicto que los temas relativos a la diferenciación ideológica o de posturas sobre política pública. Sobre esto el libro ofrece dos capítulos que llegan a conclusiones distintas. Por un lado, está presente el voto temático. Por otro, el voto ideológico luce débil. En ambos casos, las élites parecieran las responsables de la presencia o ausencia de significados programáticos de la competencia electoral.

En el capítulo sobre voto temático (issue voting), Andy Baker y Kenneth Greene argumentan que las posturas temáticas (issue positions) impactan más en el voto de lo que las investigaciones tempranas señalaban, en parte porque se habían empleado mediciones deficientes -fuzzy measures, not fuzzy citizens, para citar a Achen (1975)-. En su análisis reportan que en 14 de los 18 países analizados hay evidencia de voto temático, lo cual indica que es posible que las jóvenes democracias latinoamericanas estén desarrollando sistemas de partidos más programáticos. De hecho, esto se observa más claramente en sistemas de partidos con mayores niveles de polarización. Según dichos autores, el peso del voto temático es consecuencia de que se cumplan varias condiciones, entre ellas que los políticos expliciten sus posturas en los temas relevantes y que los votantes dispongan de información suficiente para darse cuenta de tales posturas. Con su análisis, Baker y Greene claman haber "resucitado" un campo en apariencia muerto en el estudio del comportamiento electoral.

El capítulo de Elizabeth Zechmeister sobre la relación entre las orientaciones ideológicas de izquierda y derecha y el voto mantiene la premisa de la movilización: el grado en que los electores usan las etiquetas de izquierda y derecha y las conectan con el voto refleja cómo las élites han politizado o enmarcado la competencia político-electoral en el marco de dichas etiquetas. A pesar de la fuerte expectativa de encontrar evidencia de voto ideológico, la conexión entre ideología y voto aparece débil en América Latina, según Zechmeister. Las únicas excepciones de voto ideológico son Chile, Uruguay y Venezuela. Más aún, gran cantidad de electores no usa, o prefiere no usar, las etiquetas ideológicas. De acuerdo con la autora, esto muestra una falta de familiaridad con los términos, y puede ser insatisfacción con o rechazo a la política. Si es inocencia ideológica o desafección política está por verse, lo cierto es que los electorados latinoamericanos no parecen guiar su voto por cuestiones ideológicas. Pareciera, entonces, que esta ausencia en el voto es signo de que las élites políticas no lo usan -fuzzy elites, not fuzzy citizens, ahora parafraseando a Achen-. Como Zechmeister concluye: "sólo cuando las élites políticas se guían ideológicamente en sus estrategias y, por consiguiente, en su lenguaje, el público tiene el potencial de reflejar y de utilizar una estructuración de izquierda-derecha políticamente relevante y robusta." Resulta muy difícil documentar la movilización o activación política de los temas ideológicos, pero observar y documentar los vínculos ideológicos entre electores y partidos a través de las encuestas y en el sentido teórico esperado puede ser un buen indicador de que tal movilización se ha dado en algún momento (Moreno, 2016).

En ausencia de un voto ideológico claro, el partidismo puede ayudar a la consolidación de los nuevos sistemas de partidos, dando cierta regularidad al voto y estableciendo fuertes vínculos afectivos entre electores y partidos. Así lo argumenta Noam Lupu en su capítulo sobre las orientaciones partidarias. Lupu documenta una evidente variación en el partidismo de los electorados latinoamericanos, y añade que los rasgos de los partidistas son muy similares a los vistos en democracias más longevas. Por ejemplo, los partidistas se interesan más en política, se enteran más de asuntos políticos y, por supuesto, votan más por los candidatos de su partido. Respecto a esto último, Lupu emplea datos de encuestas tipo panel para mostrar que la relación entre el partidismo y el voto no son enteramente endógenos, como se ha argumentado ante el enorme peso que el primero suele ejercer sobre el segundo. Además de documentar la naturaleza del partidismo latinoamericano, el capítulo señala una tendencia que seguramente atraerá mucho más atención académica en los próximos años: el declive de los partidistas en varios países latinoamericanos, y por consecuencia el aumento del electorado apartidista o independiente. Se trata de un segmento nutrido y creciente que en países como México adquiere ya un significado político diferente y muy importante, dada la proliferación que se espera de candidaturas independientes.

La debilidad del voto ideológico estructurado y el encogimiento de los partidismos son indicios que contradicen las expectativas del desarrollo de sistemas de partidos más programáticos y responsables en la región. Por ello, el capítulo de Herbert Kitschelt y Melina Altamirano sobre clientelismo y voto añade un particular interés al volumen. Según estos autores, el estereotipo clientelista del votante latinoamericano es exagerado, ya que las prácticas clientelistas varían de manera relevante en la región y, un punto destacado, los esfuerzos de intercambio clientelista de los políticos no siempre son efectivos. Aun así, el clientelismo como estrategia política permea gran parte de la vida electoral en América Latina.

El desempeño gubernamental se aborda en los últimos tres capítulos temáticos, enfatizando en la economía, la corrupción y el crimen e inseguridad. La conclusión general es que los electores de la región emplean razonamientos de premio o castigo en su decisión de voto, pero la nitidez de aquellos depende del contexto. François Gélineau y Matthew Singer señalan que cuando la economía se activa como tema importante (salient), el razonamiento del voto que se le relaciona adquiere relieve, pero se reduce si los votantes perciben que el Ejecutivo no controla la toma de decisiones ante el parlamento o ante shocks externos. Dichos autores aseguran que los votantes en América Latina emplean juicios de carácter económico para evaluar al partido gobernante cuando acuden a las urnas.

De acuerdo con el capítulo de Luigi Manzetti y Guillermo Rosas, la corrupción también importa, aunque no tanto por las experiencias directas del votante sino por la percepción más o menos generalizada acerca de la corrupción que puede haber entre el electorado. Las percepciones importan más, y particularmente si las condiciones económicas son malas, cuando los electores son menos tolerantes hacia la corrupción. Finalmente, con el crimen sucede algo similar: las percepciones juegan un papel más influyente sobre el voto que la experiencia directa, o victimización. Según Orlando Pérez, el miedo a ser víctima del crimen importa más para el voto que haber sido víctima. Los tres capítulos sobre el impacto del desempeño del gobierno en el voto tienen en común que el votante se guía más por razonamientos sociotrópicos -cómo perciben la realidad nacional- que por una lógica egotrópica -cuáles son sus experiencias directas-. Los tres capítulos denotan la prevalencia de las percepciones sobre las vivencias.

Este breve repaso del libro se ha centrado en sus principales hallazgos, pero la metodología, el tratamiento y las propias mediciones de la encuesta merecen una mayor discusión que rebasa el espacio en esta reseña. Sin embargo, enuncio algunas críticas que pudieran ser de utilidad para el lector y para los investigadores que tomen el volumen como referencia.

Como suele pasar en los estudios del voto con base en encuestas, el enfoque primordial se pone en la demanda (los votantes) y no en los oferentes (los políticos). Por ello, los vínculos esperados entre votantes y partidos solo se plantean en teoría, pero rara vez se observan. Si esto resulta complicado en el estudio del votante en un país, la complejidad se acentúa más en los estudios comparativos. Una de las premisas centrales del libro es que los votantes reaccionan a los esfuerzos de movilización de los partidos y candidatos, pero estos últimos continúan siendo una caja negra en la literatura del voto.

El libro se guía por una inquietud casi obsesiva por encontrar similitudes del votante latinoamericano con el de las democracias avanzadas, lo cual dificulta preguntas como ¿en qué contribuye la experiencia electoral latinoamericana a las teorías del voto?, ¿cómo ayuda la experiencia latinoamericana de crisis económicas recurrentes a comprender el voto en España, Grecia y Portugal después de la crisis financiera internacional?, ¿en qué ayuda la experiencia latinoamericana de política personalista o carismas a comprender el apoyo a candidatos como Donald Trump en Estados Unidos o el triunfo de Justin Trudeau en Canadá? La disciplinada búsqueda de similitudes con votantes en democracias avanzadas parece cegar a los autores del libro de buscar lo que América Latina aporta a la literatura.

Varios capítulos del libro concluyen que el liderazgo importa, pero ninguno incorpora variables de liderazgo o de imagen de personajes políticos en su análisis. Ello tal vez se debe a que el Barómetro de las Américas no contempla candidatos presidenciales o personajes políticos en su cuestionario, pero también a que los autores "quieren" encontrar señales de representación programática, no de política personalista. Dado el papel que los candidatos juegan en las elecciones y en el esquema del embudo de la causalidad como último eslabón con el voto, omitir el factor liderazgo disminuye el alcance de muchos de los hallazgos, dejando la posibilidad de que los modelos explicativos desarrollados sean incompletos.

Por su parte, otros capítulos del libro reconocen que las percepciones pesan más que las experiencias directas, por lo cual es relevante preguntarse cómo se forman tales percepciones y el papel que juegan los medios de comunicación. Desafortunadamente casi todos los análisis del libro omiten variables de uso y atención de medios. Esta omisión es importante si se considera que uno de los aspectos más significativos del comportamiento electoral en la actualidad es el cambio de medios tradicionales a nuevas tecnologías de información entre numerosos segmentos de los electorados, sobre todo los jóvenes.

Los capítulos sobre desempeño son también omisos sobre la variable de evaluación por excelencia en los estudios de voto, y de opinión pública en sentido más amplio: la aprobación presidencial. Parte de la literatura reconoce, por ejemplo, que ella sirve como una medición que resume diversas áreas, como la económica, la de corrupción y la de crimen. La ausencia de esta variable puede explicarse por la disponibilidad de datos (que no se pregunte en las encuestas), pero llama la atención que ninguno de los análisis sobre desempeño ni siquiera la mencionen.

Un tópico de creciente interés en la literatura comparativa sobre elecciones es la integridad electoral. Si bien esta temática puede tomar un rumbo distinto al que plantea el volumen reseñado, algunos estudios sobre comportamiento electoral han mostrado la trascendencia de confiar en las instituciones políticas; en particular, en las que tienen que ver directamente con lo electoral. Aunque el Barómetro de las Américas contiene diversas preguntas sobre confianza institucional, no se explica por qué dejar este aspecto de lado en el análisis. Si un rasgo diferencia al votante latinoamericano -o al votante de nuevas democracias para ser más general- es que no puede darse por hecho que considera que el sistema es democrático o que el voto cuenta (Mattes, 2016).

Finalmente, la estructura del libro que consiste en dedicar un capítulo a cada tema impide la posibilidad de un modelo comprensivo que ayude a entender el peso relativo de cada factor explicativo del voto. El cambio de variable dependiente de ordenar los partidos de izquierda a derecha para proponerlos como gobierno-oposición también obstaculiza esa posibilidad. Un modelo comprensivo del voto como el de Gunther et al. (2016) permitiría saber si el efecto de las diversas variables permanece cuando se controla por todo lo demás y cuál de esos factores es el que más influye en el voto. Asimismo se limita la posibilidad de saber cuánta de la varianza del voto es explicada en cada país. Quizás en las conclusiones se pudo haber ofrecido este análisis comprensivo del voto.

Por último, llama la atención que de veinte autores en el libro haya muy pocos latinoamericanos: tres, para ser exactos, y solo uno vive en la región. Para entender a los votantes latinoamericanos es necesario incorporar las visiones latinoamericanas a la discusión. Acaso estas podrían darle un giro a la perspectiva del volumen de querer hallar parecidos con el votante europeo y norteamericano y centrarse más en cómo la experiencia de América Latina puede contribuir a la teoría. Como concluyen los coordinadores del libro: "En suma, estos resultados muestran que el votante latinoamericano promedio se asemeja al votante promedio en Estados Unidos y Europa". Y agregan que, "de igual manera, estos patrones nos recuerdan que -a pesar de sus estereotipos y caricaturas- el cálculo de toma de decisiones de los votantes latinoamericanos generalmente incluye más que puro carisma o clientelismo". Uno de los retos en las investigaciones futuras es que los estudios sobre el comportamiento electoral en la región se ocupen más en definir cómo esta aporta al entendimiento global del voto y no a la búsqueda de imagen y semejanza con el votante americano o el europeo.

Referencias

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