SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.30 número60¿Dónde surgen los independientes? Sesgo de participación en las elecciones mexicanasLa Patria ya es de él: presidencialismo plebiscitario, partido instrumental y élite legislativa en Ecuador índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.30 no.60 México jul./dic. 2022  Epub 31-Abr-2024

https://doi.org/10.18504/pl3060-009-2022 

Artículos

Confianza electoral y la opinión acerca del candidato ganador

Electoral confidence and opinion about the winning candidate

Héctor Gutiérrez Sánchez* 
http://orcid.org/0000-0002-2646-719X

*Doctor en Ciencias Sociales con mención en Sociología por El Colegio de México, jefe de Investigación y Posgrado, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Autónoma de Querétaro (México) | ciudadanohector@yahoo.com.mx


Resumen:

México tiene un sistema electoral mayormente robusto, aun así, la población suele sospechar fraudes. Este artículo propone que la desconfianza electoral podría también relacionarse con una mala opinión acerca del candidato ganador. Con modelos de regresión múltiple se muestra que la opinión que se tiene de él se relaciona con la confianza en la elección, independientemente de si se votó por quien ganó o perdió. Además, la evaluación del presidente parece relacionarse con la confianza en el instituto electoral. Estos análisis apoyan la idea de que cuando la ciudadanía ve ganar a un mal candidato o que lo juzga como tal, podría creer que el sistema electoral está fallando.

Palabras clave: elecciones; confianza; fraude electoral; opinión pública; instituto electoral

Abstract:

Mexico has a generally robust electoral system; nevertheless, suspicion of electoral fraud is common place. This article proposes that electoral distrust may be related to a bad opinion of the winner. Thru multiple regression models it was found that the opinion of the winner candidate is related to the confidence in the election, regardless of whether the voter supported a winning or losing candidate. Also, the president’s evaluation was related to trust in the electoral institute. This supports the idea that citizens may think something is off with the elections when a -according to them- bad candidate wins the election.

Keywords: elections; trust; electoral fraud; public opinion; electoral institute

Introducción

La confianza electoral -aquí referida sobre todo a la confianza en que las elecciones son limpias, pero también respecto al órgano que las lleva a cabo- generalmente se explica suponiendo que el ciudadano vota por un candidato del que tiene la expectativa que gane y, cuando no es así, comienza a creer que el árbitro electoral no es justo. Esta hipótesis tiene apoyo estadístico, pues consistentemente se ha encontrado que quienes votan por un candidato ganador tienden a mostrar más confianza en la elección y en sus organizadores.

Muchas veces, aunque no siempre, este mecanismo causal se suele construir con los partidos en mente. Se piensa que un votante partidista se inclinará a creer que su partido ganará y, cuando ve sus expectativas contrariadas, comenzará a suponer que la elección no fue limpia y que las instituciones electorales no son confiables. Esto tiene sentido en la medida en que el modelo Michigan incluye un componente cognitivo que podría dar cuenta de esa disonancia. Sin embargo, México parece alejarse de una lógica partidista; los partidos han perdido peso como determinantes de la conducta electoral.

Esto invita a considerar nuevas opciones y recurrir a otras propuestas explicativas que llevan años en circulación pero que han tenido poco éxito. Ese es nuestro objetivo: proponer un mecanismo explicativo distinto para ese fenómeno. Aquí se presenta la posibilidad de que la confianza en las elecciones y sus organizadores sea función del resultado del voto, particularmente de figuras ejecutivas. En términos llanos: se indaga en la posibilidad de que las personas confíen en el instituto electoral y en el resultado de una votación cuando el oficial las satisface, mientras que si el vencedor de la elección es una figura funesta, se pensará que “algo está mal” con la elección y/o con su organizador. Esta hipótesis no necesariamente se contrapone con la explicación basada en la disonancia cognitiva referida arriba y, como se verá más adelante, cuenta con evidencia a su favor.

El artículo comienza exponiendo la disonancia cognitiva, la principal explicación de la confianza electoral, para después vincularla al asunto de los partidos; enseguida se discute hasta dónde estas instituciones representan explicaciones efectivas de la conducta electoral, una duda que lleva a las que se enfocan en las figuras ejecutivas, sobre todo a la del presidente, es así como se genera la hipótesis que se pretende probar.

Hecha la propuesta, en la metodología se deducen las principales implicaciones empíricas que deberían observarse si la hipótesis fuera correcta y se señala el origen de los datos con los que ellas habrán de ser probadas. Se presentan, asimismo, los análisis estadísticos, y en las conclusiones se discuten los alcances teóricos de lo mostrado.

Confianza en los resultados electorales: disonancia cognitiva

Sonnleitner et al. (2013) anotan una interesante observación: “La evaluación técnica de la calidad de las elecciones y la percepción social de su legitimidad resultan paradójicas en México. Hoy en día pocos países del mundo cuentan con sistemas tan sofisticados y confiables de organización electoral; a su vez, pocas sociedades son tan críticas, escépticas y desconfiadas al momento de reconocer los resultados de las contiendas democráticas”. Un punto similar se plantea en Sonnleitner (2016) donde se habla de cómo desde 1990 “la calidad procedimental de los comicios no ha dejado de mejorar gracias a la consolidación de un organismo electoral autónomo y eficiente, con amplio reconocimiento internacional”, y aun así, la confianza en los resultados electorales parece estar disminuyendo con los años. No todos los autores ni todas las fuentes concuerdan tanto en que la confianza electoral mexicana está disminuyendo (Barreda & Ruiz, 2013; Heras, 2011), algunos datos en este mismo artículo muestran una tendencia un poco más compleja, pero sigue siendo claro que la organización de las elecciones en México ha mejorado, lo que la población parece no reconocer.

Visto objetivamente, hay pocas razones para suponer fraude en México: se cuenta con un organismo electoral autónomo y mecánicas de voto bastante buenas. Sin embargo, la población no confía en sus árbitros electorales y esto no es trivial. Prácticamente todos los académicos coinciden en que la confianza en las elecciones y en los institutos que las organizan es esencial para la vida democrática. De hecho, casi todo estudio sobre confianza en elecciones y en organismos electorales arranca con esta premisa.

Si bien las elecciones suceden tanto en sistemas políticos democráticos como en no democráticos, en los primeros su rol es de primer orden. Para las democracias, los votos son una fuente sustancial de legitimidad, razón por la que se da tanta relevancia a la participación formal y a su opuesto, el abstencionismo. Pero incluso si la población masivamente se vuelca a las urnas, mucha está condenada a no ver satisfechos sus deseos políticos y aquí es donde la confianza en la elección y sus organizadores cumple un papel fundamental.

Puesto que la democracia siempre producirá perdedores, es básico que este segmento de la población legitime y acepte su derrota, de otro modo no respetará al gobierno electo (Nohlen, 2004). Peor aún: el bloque perdedor puede volcarse contra las reglas y vulnerar el aparato político en búsqueda de llegar al poder recurriendo a medios poco democráticos.

Por el bien de la democracia, deben haber personas interesadas y participativas, pero que sean capaces de aceptar que perdieron justamente y que se mantengan participando dentro de las reglas del juego democrático, aun si esas reglas no las favorecieron (Anderson et al., 2005). La confianza en las elecciones y sus organizadores se ha relacionado con la legitimidad de las prácticas electorales (Pastor, 1999) y con las instituciones democráticas (Gronke & Hicks, 2009; Birch, 2008).

Dado el papel de esta confianza en las elecciones y en sus organizadores, se ha intentado saber qué la causa. Se trata de un área pequeña de la ciencia política: hay menos estudios sobre ello que respecto a qué determina el abstencionismo, el voto por un partido, o el apoyo a la democracia. No obstante, existe un volumen sustancial de literatura y algunas explicaciones consistentes.

Se ha propuesto que el entorno político podría estar detrás de la confianza en una elección. Así, Barreda & Ruiz (2013) incluyen entre sus variables independientes la competitividad electoral, la polarización -medida como distancia ideológica entre partidos con presencia en un parlamento- y la volatilidad electoral. La competitividad electoral mostró potencial para cumplir ese rol, sobre todo en ambientes de baja confianza en los órganos electorales, aunque la autonomía de los institutos electorales y la cultura política ciudadana han hecho lo mismo. Otros trabajos han considerado también este tipo de factores (Brenes, 2011; Barrientos, 2010).

Asimismo, se ha investigado si la confianza electoral se relaciona con variables sociológicas básicas como educación, clase social o la etnia; y se ha puesto atención al posible impacto de la mecánica física de la elección investigando aspectos tan operativos como el voto en papel contra el electrónico (Llewellyn, 2009).

De entre todas las explicaciones dadas, probablemente la más fuerte es la de que las personas tienen un sesgo poselectoral en función de si el candidato por el que votaron ganó o perdió la contienda. Hay una tendencia matemática muy común, según la cual quienes votaron por un candidato ganador se inclinan a confiar más en la elección que quienes lo hicieron por un perdedor (Alvarez et al., 2008; Maldonado & Seligson, 2014), y de esto trata Anderson et al. (2005).

Lo anterior se apoya en la noción de disonancia cognitiva: una persona que está muy convencida de una opción electoral no solo votará por ella, espera que además gane. Esto porque si su candidato es tan bueno, o así lo percibe, seguramente el resto lo verán del mismo modo. Pero cuando pasa la elección y la opción favorita no triunfa, quizá la persona no aceptará que se equivocó y que su preferencia no era tan buena -al menos no en la opinión general-, por lo que recurre a explicar el resultado como un posible fraude. Esta claridad en el mecanismo causal no es tan común en otras explicaciones del mismo fenómeno; se ha señalado y encontrado evidencia de que factores como la competitividad o la polarización podrían causar esa desconfianza, pero no cómo funcionan.

Regresando a la disonancia cognitiva, esta idea es cercana pero no inherente a los partidos políticos. Ya Anderson et al. (2005) ha identificado que el partidismo tiene efectos amplificadores sobre ese mecanismo. Y se ha descubierto que no solo cuenta si la persona votó por un partido perdedor, sino también por cuál lo hizo, lo que muestra que hay más desconfianza electoral entre los seguidores de ciertos partidos no favorecidos que entre otros (Cantú & García, 2015). En el caso estadounidense, se han hallado fuertes efectos del partidismo en esta explicación (Beaulieu, 2014).

De esta forma, el partidismo parece afectar directamente la cantidad de confianza electoral que se tiene y pareciera que quienes se identifican con ciertos partidos basan su confianza en determinados factores, en tanto que la de los seguidores de otros partidos se comprende por otras variables. La relación entre partido y confianza electoral tiene además sentido teórico. Recordemos que la variable de identificación partidista no es solo una variable popular en los estudios políticos, sino que tiene toda una teoría tras de sí y que esta comporta un componente cognitivo.

La perspectiva del partidismo determinando la conducta política es vieja, proviene de Campbell et al. (1960) y supone que los actores políticos no son figuras racionales sino que deciden buscando maximizar su ganancia personal. Aquí, en contraste, se propone que las personas crecen en una familia con predilección por un partido u otro y eso se transmite al niño que crece. Sin embargo, tal preferencia no es ni mera simpatía ni implica adhesión formal al partido, sino más bien un sesgo cognitivo que determina la interacción de la persona con el mundo y con la información política a su disposición.

Un verdadero partidista dudará de un ataque al candidato de sus colores; quizá piense que son noticias falsas o un embuste. Pero dudará menos de la información que perjudique a partidos rivales. Un partidista buscará activamente fuentes noticiosas que le reafirmen su partidismo y le generen una “visión de la realidad” que favorezca a su inclinación política, la cual se fortalece con el tiempo, pues la persona va acumulando datos que le confirmen su punto de vista, aunque omitiendo los que se oponen a ella. Los más partidistas son los más informados sobre política (Albright, 2009).

Este componente cognitivo es cercano a nuestra explicación sobre la confianza electoral: un partidista ante un resultado electoral adverso “sesga” su juicio y sospecha fraude, incluso si la evidencia empírica es contraria. Esto se repite en las relaciones empíricas ya descritas: los seguidores de algunos partidos tienen menos confianza electoral que los de otras fuerzas; las determinantes de la confianza son distintas entre partidistas de diferentes colores.

La explicación basada en la disonancia cognitiva y cercana a los partidos es sólida, cuenta con un nutrido cuerpo teórico y se apoya en numerosos datos empíricos. Es casi una constante que en toda elección quienes pierden confiarán menos en el procedimiento electoral. Pero esto invita a buscar otras explicaciones, quizá teorías más próximas a los candidatos en concreto que a los partidos que los postulan.

Ahora bien, el modelo Michigan y la “identificación partidista” son factores relevantes para entender el comportamiento político. Para el caso mexicano, Alejandro Moreno ha utilizado esta variable para aclarar el sentido del voto, la participación/abstencionismo, la evaluación de candidatos y la percepción del presidente en funciones o saliente (Moreno, 1999, 2009; Moreno & Méndez, 2007). Asimismo, un alto porcentaje de estudios sobre conducta electoral mexicana considera el tópico del partido en sus discusiones teóricas o en sus datos empíricos.

Sin embargo, en años recientes, tanto la academia como el contexto político parecen indicar que la relevancia de los partidos va en retroceso. Ellos son una de las instituciones que menos confianza genera entre los mexicanos (Del Tronco, 2012); y aunque la cantidad de personas que se dicen identificadas con alguno decrece, se afirma que no ha sido tanto y que hay errores en la medición de este indicador (Castro, 2019).

A esto se agrega el acontecer nacional que sugiere un giro hacia las personas, más que a los partidos que las proponen. La elección presidencial mexicana de 2018 la ganó por amplio margen un partido que contendía por primera vez. El modelo Michigan asume que el partidismo se inculca desde la infancia y en la familia, y aun así el partido que ganó en 2018 tiene personas identificadas con él. ¿Cómo es eso posible? El partido es nuevo y resulta difícil entender su triunfo desde una lectura rígida y partidista del modelo Michigan. Pero el candidato no lo era, el actual primer mandatario ya lo había sido dos veces solo que con distinto partido. El modelo Michigan con su embudo causal sí le da peso a los candidatos en el último momento de su explicación, pero se enfoca más en los valores políticos y en la crianza que en los candidatos concretos. Por otro lado, pareciera que los electores mexicanos no siguieron tanto a un partido, sino a una figura personal.

Que los candidatos pesen más que los partidos no es idea nueva. El enfoque racional en ciencia política es eterno rival del modelo Michigan y desde hace décadas ha sugerido que las personas evalúan racionalmente cada escenario electoral y eligen al candidato que más les conviene, sin que para ello obste que provenga de un partido por el cual no suelen votar. Esto suele englobarse en la “movilización cognitiva” y con frecuencia se apoya en Dalton (1984), Fiorina (1981) y otros; nótese que no es literatura reciente.

En un contexto de descrédito de los partidos y de una “despartidización” (Moreno, 2018) de la vida política nacional, sería útil revisar si la confianza electoral se explica más por las actitudes hacia las personas que a los partidos. Sin embargo, aunque la hipótesis que aquí se desarrollará se centra en candidatos/gobernantes, no es heredera del enfoque racional que por lo común acapara estas posturas.

La hipótesis que se propone más adelante no se basa en la movilización cognitiva u otra teoría cercana al enfoque racional, se inspira en investigación nacional reciente que apunta a la fijación de los electores mexicanos con las figuras ejecutivas, tanto en funciones como en campaña. No es nuevo, hace más de veinte años, Nohlen (1998) ya señalaba que en países como el nuestro, la mentalidad política del elector se orienta casi por completo al titular del Ejecutivo y su proceso de elección. Esto ha regresado recientemente por parte de quienes afirman que los mexicanos tienen más en mente a los candidatos que a los partidos, si bien estos trabajos se alejan del elector racional y pragmático, subrayando más un juicio personal y moral-irracional sobre los políticos (Gutiérrez, 2019a, 2019b; Gutiérrez & Ávila, 2019).

Tal propuesta también parece próxima a los análisis sobre emociones en la política (Korstanje, 2009; Valdez, 2012) que sugiere que los mexicanos no son actores racionales. Si así fuera, quizá su disonancia cognitiva sobre una elección amañada no transita por la incapacidad de concebir que su partido favorito pierda, sino por su dificultad para aceptar que el candidato elegido fracasó. Ahora bien, esto supondría que los que votan por un candidato perdedor -en lugar de partido- son los que menos confían en las elecciones, por lo que la relación estadística observable sería la misma y esta discusión podría reducirse a solo una variación del mecanismo teórico que dejaría fuera a los partidos.

Pero el énfasis en el candidato abre otra posibilidad, pues si los mexicanos tienen fijación en la figura del Ejecutivo, no solo es cuestión de si su candidato favorito pierde, sino también de qué candidato ganó. Si no asumimos electores lógicos y racionales, pensaríamos que las personas carecen de confianza electoral basada en el funcionamiento real de los aparatos electorales mexicanos, y que partiendo de que la elección la gana una persona que la gente encuentra deleznable, el sistema no puede estar bien. Algo debe estar amañado si una persona muy mala llega a ser presidente. Esta propuesta explica la paradoja señalada por Sonnleitner (2016) mencionada al inicio del texto: una elección mecánicamente bien realizada que no genera confianza en la población porque a fin de cuentas arroja como ganador a una persona inaceptable; si la elección terminó con resultado insatisfactorio, seguro algo tiene mal.

Esta es la hipótesis que aquí se pone a prueba. Evidentemente, no es el espacio para afirmar categóricamente su verdad o falsedad, pero sí para refutar y elaborar un par de pruebas empíricas. Aun si, siguiendo a Popper, una teoría nunca se confirma del todo, sí se fortalece cuando se deducen consecuencias lógicas y observables de ella y esas consecuencias coinciden con lo empíricamente encontrado.

Para poner a prueba nuestra hipótesis, lo primero es averiguar si quienes creen que la elección fue limpia tienden a evaluar bien al ganador independientemente de si triunfó por quien votaron. Aquí la clave será el control de variables y los modelos de regresión: quienes votaron por un candidato perdedor tendrán peor opinión de quien ganó. No obstante, la hipótesis sugiere que incluso si solo tomamos a quienes votaron por el ganador, la opinión sobre este determinará la probabilidad de que se desconfíe de la elección; igualmente, si tomamos solo a aquellos que votaron por un perdedor, veríamos que su opinión del candidato vencedor determinará cuánto confían en la elección. Es decir, se trata de una relación “independiente” de otros factores, lo que nos lleva al control de variables y a regresiones, la manera más directa e inmediata de poner a prueba la hipótesis.

La segunda conclusión lógica y empíricamente observable de la hipótesis propuesta, es que la evaluación de los órganos electorales debería estar ligada a la del presidente. Esto porque el órgano electoral organiza las elecciones y son estas el procedimiento para elegir presidente, por lo que si todo estuvo bien en la votación, el presidente no debería ser muy malo; un mal presidente podría ser resultado de un mal órgano electoral. Así pues, no solo se revisará la relación entre creer que la elección fue justa y la opinión acerca del candidato ganador, sino que se abordará la relación entre el juicio acerca del último gran resultado electoral -el presidente en funciones- y la confianza en el organismo electoral: Instituto Nacional Electoral (INE) o Instituto Federal Electoral (IFE), según el año del que se trate.

Antes de pasar a los resultados y exponer las dificultades con esta segunda prueba, hay que decir que la relación de este último ejercicio con la hipótesis es menos directa. Esto porque se espera que los seguidores de un presidente tengan una opinión positiva del órgano electoral que lo declaró ganador, pero también hay casos en que los presidentes entran en disputa con el órgano electoral que les dio el triunfo. En México hubo rencillas entre Andrés Manuel López Obrador y el INE por la elección intermedia y la consulta popular en 2021; Trump se confrontó fuertemente en 2020 con el aparato electoral que lo había llevado a la presidencia. Cabe advertir que aquí no se estudia la relación entre los presidentes y el órgano electoral, sino la de la ciudadanía con este último. Aunque es posible que parte de la ciudadanía siga el ejemplo de su presidente y vea mal al árbitro electoral incluso si dio como ganador a la persona que apoyan.

Antes de pasar a la metodología y ver cómo se verifican estas relaciones empíricas en los datos, conviene anotar que los dos ejercicios cuentan con dos variables dependientes distintas. De hecho, mucha de la literatura citada hasta este punto tiene variables dependientes ligeramente distintas. Esto merece un breve comentario conceptual, ya que no hay acuerdo sobre cómo se define o en qué consiste la confianza/desconfianza electoral.

Casi toda la literatura referida hasta ahora en este artículo intenta explicar la pregunta sobre si la elección fue “limpia” o “justa y limpia”. Esta variable se mide después de una elección, está a nivel de persona, su connotación cronológica es muy precisa y, fuera de la hipótesis de la disonancia cognitiva, se maneja un puñado de explicaciones como los factores del contexto político (polarización, competitividad, volatilidad), la raza y las variables socioeconómicas (Alvarez et al., 2008; Dowling et al., 2019), la forma en que mecánicamente se lleva a cabo el voto y el conteo (Bowler et al., 2015; Llewellyn et al., 2009), todos elementos de la arquitectura del Estado: ser presidencialista/parlamentario, el rol de los tribunales y el grado de independencia del aparato electoral (Caballero, 2019).

Pero también hemos citado aquí análisis cuya variable dependiente es la confianza en los órganos electorales (Barrientos, 2008; Paramio, 2001). Contrario a las investigaciones sobre elecciones limpias y justas, estos estudios suelen ser de más largo plazo, pues la opinión de las personas sobre dichas instituciones se extiende más allá de las votaciones. Esta vertiente suele usar como unidad de análisis a los países para comparar tipos de órganos electorales, y describe la confianza electoral mexicana más bien como fluctuante y no solo a la baja (Barreda & Ruiz, 2013; Heras, 2011); e incluye la discusión sobre la arquitectura del aparato electoral y los tribunales electorales. Vale mencionar un trabajo que sugiere que la confianza en el órgano electoral está determinada por una confianza general en todas las instituciones políticas (García, 2016), lo que implicaría una especie de confianza en bloque. Este argumento será recuperado en la sección de resultados de este artículo.

Ambos tipos de estudios consideran entre las posibles causas el diseño del órgano electoral, su autonomía y factores del contexto político, como la polarización y la competitividad electoral. La evaluación en el órgano electoral se relaciona siempre con la creencia en que la elección es justa y limpia, lo que es lógico dado que los órganos electorales se dedican a organizar elecciones. Solo hay un análisis que discute la evaluación del órgano electoral independientemente de creer que la elección fue justa (Juárez & Rodríguez, 2019), pero se basa en una encuesta en línea que utilizó una muestra con muy alto ingreso y sofisticación política. Fuera de este caso, la confianza en el instituto electoral siempre aparece ligada a la evaluación de la elección; Ortega & Somuano (2013) lo dejan muy claro.

Entonces, creer que la elección fue limpia y justa y la evaluación del órgano electoral guardan relación, pero no es claro si son dimensiones de un mismo fenómeno, si es un vínculo causal entre ellas o si existe un tercer tipo. Esto se explica porque el campo que estudia la confianza electoral no está bien definido, de modo que sus conceptos no son claros ni fáciles de medir.

Nociones como votar por un partido son relativamente simples de observar y contabilizar, otras, como la identificación partidista, son más complejas, pero se les ha analizado tanto que disponemos de información suficiente sobre cómo medirlas. Confiar en las elecciones y aceptar democráticamente la derrota es algo muy importante para la sociedad, pero el análisis ha sido insuficiente para saber con precisión qué dimensiones, variables o indicadores lo componen. Ojalá en el futuro haya trabajos cualitativos que eluciden, por ejemplo, qué entiende la gente por elección justa o en función de qué se juzga a los órganos electorales, pero hasta que no suceda, los conceptos serán nebulosos.

Regresando a este artículo, se tomarán como base las variables dependientes de si se cree que la elección fue limpia y justa, y la evaluación del órgano electoral (INE/IFE, dependiendo del año). Es probable que ambas sean dimensiones de un mismo juicio ciudadano, sin embargo, con la información de la que se dispone, no es posible saberlo. Este par de variables dependientes no se eligieron por suponer con precisión su relación entre sí o con un tercer concepto, sino porque ambas son parte de relaciones que deberían ser empíricamente observables si la hipótesis planteada es correcta.

Metodología y datos

Si en efecto la limpieza de la elección y la confianza en el instituto electoral dependen de cómo las personas juzgan el producto de las elecciones, esto es, los funcionarios electos, y se asume que los ciudadanos albergan una particular fijación por el Ejecutivo, entonces deberíamos encontrar dos hechos: uno, los que tienen mejor opinión de quien ganó la elección presidencial deberían tender a creer que la elección fue limpia y/o justa. Y dos, sería esperable la correlación entre la confianza en el instituto electoral y la aprobación del presidente a lo largo de los años.

En el primer punto, hay que controlar la variable de si el candidato por el que votó la persona ganó o perdió. Recordemos que los electores cuyo candidato fracasa tienden a desconfiar y juzgan mal al candidato ganador por el que no votaron. Es decir, si la hipótesis aquí defendida fuera falsa y solo importara la desconfianza del elector perdedor, de todos modos se daría una relación entre la opinión acerca del candidato ganador y la confianza en la elección, pues los que votaron por el ganador lo evalúan mejor. Por otro lado, quienes no votaron por el candidato victorioso lo evaluarán peor, lo que da lugar a una relación espuria entre la evaluación del candidato ganador y la confianza en la elección. Es por esto que para la primera prueba será indispensable incluir la variable de si la persona votó por el candidato ganador, lo que implica usar modelos de regresión múltiple. Por razones teóricas se elaboraron también modelos de regresión que incluyeron si la persona se identificaba con el partido ganador, lo que responde al argumento de si la desconfianza del perdedor pasa por el tema del partidismo.

Para ambas pruebas se utilizaron datos de México. En las conclusiones se discute sobre la posible generalización a otros países, pero México es el caso de estudio. Se decidió trabajar solo con datos del año 2000 en adelante, porque las elecciones antes de esa fecha se llevaron a cabo con reglamentos y en contextos políticos distintos. Debemos recordar que México funcionó mucho tiempo como un sistema de partido hegemónico (Sartori, 1980), por lo que sus elecciones no eran competitivas y solo se ratificaban las decisiones cupulares del partido gobernante; y que hacia fines de la década de 1990, una serie de reformas legales cambiaron las reglas de la competencia electoral permitiendo la primera alternancia presidencial en 2000, y abriendo el tipo de disputas electorales todavía vigentes.

Para la primera prueba se necesitaban bases de datos que tuvieran tanto la variable de si la elección fue justa y limpia, como la evaluación del candidato ganador, y si la persona votó por quien triunfó. Es por esto que se recurrió al Mexico Panel Study, que analizó las elecciones presidenciales de 2000, 2006 y 2012. En ese estudio se levantaron varias encuestas para cada elección, algunas antes de la votación, otras después. En este artículo solo se consideran los datos posteriores a la elección, pues solo entonces se tiene un presidente electo sobre el cual hay una opinión. Infortunadamente el Mexico Panel Study (CESOP, 2012) no incluyó la elección de 2018, de forma que para esta se utilizó el Comparative National Elections Project (The Ohio State University, 2021). Sin embargo, esta base de datos no contiene la variable precisa sobre la limpieza de la elección pasada, por lo que terminó arrojando resultados insatisfactorios.

Sobre el segundo punto a probar, el objetivo era encontrar la posible relación entre la confianza en el INE/IFE y la evaluación del Ejecutivo. El problema fue que no muchas encuestas políticas incluyen la variable de confianza en el órgano electoral y además preguntan por la evaluación del presidente. Así, esta investigación se desarrolló con lo mejor que hubo: el Latinobarómetro y la Encuesta Nacional de Cultura Política (ENCUP). Como las variables necesarias a veces aparecían en una escala de 0-10 y en otras con respuestas tipo Lickert, se decidió transformar las variables en dicotomías para utilizar homogéneamente pruebas de chi² y eventualmente las regresiones logísticas. Finalmente, Mitofsky ha venido haciendo desde 2004 encuestas que incluyen la confianza en diversas instituciones, incluidos la presidencia y el INE/IFE. Aunque no se tuvo acceso a las bases de datos desagregadas y por ende no se elaboraron pruebas de hipótesis, se utilizaron esos datos para generar series históricas y ver cómo se han comportado ambas variables a través de los años.

Resultados

La Tabla 1 contiene los resultados del primer ejercicio, aunque antes hay que explicar cómo se llegó a esas regresiones, tomando como ejemplo principal la elección de 2000. Primero se generó la variable dependiente. Para la elección del año 2000 se encontró que 529 personas pensaban que la elección había sido “totalmente” limpia, 456 que “más o menos” limpia, 88 que “poco” y 72 que “nada”. Como se necesita hacer control de variables con el voto por candidato perdedor, se usaron modelos de regresión, pero evitando regresiones logísticas ordenadas porque estas constantemente se invalidaban al violar sus supuestos matemáticos -en gran medida por la cantidad limitada de casos y la falta de variabilidad en algunas permutas de variables independientes-. Para compensar, se hicieron modelos de regresión logística múltiple dicotómica dividiendo la variable dependiente en dos grupos: quienes pensaban que la elección había sido “total” o “más o menos” limpia, y quienes pensaban que había sido “poco” o “nada” limpia. Fueron 985 casos del primer tipo y 160 del segundo. Dada la importancia de la variable dependiente, se presenta su descriptivo previo a su transformación dicotómica y a través del tiempo en la Gráfica 1.

Tabla 1 Relación entre votar por candidato ganador/opinión acerca del ganador y creer que la elección había sido limpia 

Determinantes de creer que la elección fue “limpia” 2000 2006 2012
P OR P OR P OR
Votó por candidato ganador .000 3.76 .000 5.16 .000 6.69
Opinión acerca del candidato ganador .001 2.26 .000 3.68 .000 3.68

Fuente: Elaboración propia con datos del Mexico Panel Study (CESOP, 2012).

Fuente: Elaboración propia con datos de Mexico Panel Study (CESOP, 2012).

Gráfica 1 Opinión de la limpieza de las elecciones mexicanas a lo largo del tiempo 

Como se observa en la Gráfica 1, quienes creen “nada” en la limpieza de las elecciones aumentaron significativamente, pues pasaron de 6.3% en la elección de 2000 a 32.4% en 2012. Los que creen totalmente en la limpieza electoral han disminuido de 46.2 a 22.5%. En tanto que las otras dos categorías se mantienen más o menos estables con ligero descenso entre los que creen “más o menos” y un ascenso entre los que creen “poco”.

Regresando al ejemplo del año 2000. Después de obtener la variable dependiente de la limpieza de las elecciones, se obtuvo una variable sobre la opinión acerca del candidato ganador, en aquel año, Vicente Fox. Originalmente, esta variable tenía valores entre 0 (muy mala) y 10 (muy buena), pero como se buscaba producir modelos de regresión logística múltiple, no se incluyeron variables de muchas categorías so pena de violar supuestos matemáticos e invalidar el modelo. Debido a ello, la opinión de Fox se transformó en una dicotomía con valor 0 cuando la respuesta era entre 0 y 5, y valor 1 cuando la opinión iba de 6 a 10, con 438 casos del primer tipo y 691 del segundo.

Luego se generó una variable dicotómica de valor 1 cuando la persona había votado por el candidato, partido o alianza de partidos ganadores, y 0 cuando lo había hecho por otra opción política, pero se excluyó a los no votantes porque no podían experimentar la frustración de quien había votado por un candidato perdedor; el resultado fue de 438 electores “ganadores” y 492 “perdedores”. Finalmente, para la revisión secundaria del rol del partido se recurrió a otra variable dicotómica con valor 1 cuando la persona se “inclinaba” -no había pregunta con la palabra “identificarse”- con el partido ganador de esa elección (en 2000, fue el Partido Acción Nacional, el pan) y 0 cuando no lo hacía. En esta última categoría se incluyó a los que no se decantaban por ningún partido, porque no reducían la muestra que conducía a problemas matemáticos con el modelo. Este procedimiento se aplicó en las elecciones de 2000, 2006 y 2012; los resultados se presentan en la Tabla 1.

En cuanto a la elección del año 2000, el modelo múltiple muestra que votar por el candidato ganador sí se relaciona con creer que la elección fue limpia, pues el valor P es mucho menor a .05. Esto confirma lo que ya se sabía: que los votantes derrotados confían menos en el resultado electoral. Pero quienes piensan bien del candidato ganador también tienden a creer más en la limpieza de las elecciones independientemente de si votaron o no por él, la impresión que tienen de este determina su confianza en la elección. Tal comportamiento se observa en todas las elecciones incluidas en esta investigación, pues en todos los casos los valores P son menores a .05, por lo que tanto votar por el ganador, como la opinión sobre este, determinan la confianza en la elección.

Un segundo punto es cuánto peso tiene cada factor, ya que aun si una variable independiente es estadísticamente significativa, esto no querrá decir que tenga un impacto grande en la dependiente. Para esto se incluyó la razón de momios (OR, “odds ratio”) en la Tabla 1. Para la elección del 2000, los momios de creer en la limpieza de la elección son 3.76 veces mayores entre quienes votaron por el candidato ganador respecto de quienes votaron por algún perdedor. Igualmente, los momios de creer que la elección fue limpia son un poco más del doble (2.26) entre quienes tienen buena opinión del candidato ganador, en contraste con quienes tienen mala opinión de él. Entendiendo que los momios son una unidad poco común y compleja de entender, en la Tabla 2 se presentan las probabilidades calculadas por el modelo para cada permuta de las variables independientes.

Tabla 2 Probabilidad estimada por el modelo de creer que la elección fue limpia en función de variables independientes, año 2000 

Probabilidad calculada de creer que la elección fue limpia 2000 Votó por candidato ganador Votó por candidato perdedor
Ve bien al candidato ganador .9653 .8809
Ve mal al candidato ganador .9249 .7659

Fuente: Elaboración propia con datos del Mexico Panel Study (CESOP, 2012).

Como lo señala la Tabla 2, votar por el candidato ganador tiene un efecto significativo, pues se avanza alrededor de .1 (.9653-.8809) en la primera línea y cerca de .2 en la segunda (.9249-.7659). Por su parte, la opinión acerca del candidato ganador tiene efectos más modestos, con cerca de .05 en la primera columna (.9653-.9249) y .1 en la segunda (.8809-.7659). Así, el efecto de votar por un ganador es aproximadamente 50% mayor que el de la opinión sobre el candidato victorioso, lo que se repite en los momios de la Tabla 1 y es una tendencia más o menos estable en las tres elecciones analizadas. Pareciera que ver bien al candidato ganador tiene mayor efecto cuando se votó por un perdedor.

Todo esto necesita dos aclaraciones. Los riesgos relativos, o relaciones entre probabilidades, no se pueden interpretar igual que las razones de momios y menos aún en probabilidades tan altas. Además, los efectos descritos son independientes de la otra variable, pues se trata de probabilidades estimadas por el modelo múltiple.

Como se dijo en la metodología, se incluyó la variable del partido en un último análisis, esto por la cercanía teórica entre la disonancia cognitiva y el tema de los partidos.

De acuerdo con la Tabla 3, la identificación con el partido ganador no se relaciona con creer que la elección fue limpia: todos sus valores P son mayores a .05. De este modo, parece que lo que se toma en cuenta es votar por un candidato ganador y la opinión de este, no que el partido con el que la persona se identifica gane la elección.

Tabla 3 Relación entre votar por candidato ganador/opinión sobre el ganador/identificación con partido ganador y creer que la elección fue limpia 

Variable independiente 2000 2006 2012
P OR P OR P OR
Votó por candidato ganador .023 7.11 .000 4.36 .000 5.81
Opinión sobre el candidato ganador .010 6.95 .000 3.64 .000 3.68
Se inclina por el partido ganador .356 .491 .275 .508 .236 1.32

Fuente: Elaboración propia con datos del Mexico Panel Study (CESOP, 2012).

Repetimos que no se encontraron datos útiles para la elección de 2018. Del Comparative National Elections Project se pudo extraer la opinión del candidato ganador y si la persona votó por él, pero no había una pregunta que directamente indagara si la persona creía que la elección había sido “limpia”; lo más parecido era una variable que preguntaba el grado de acuerdo con la frase “En nuestro País, las elecciones son libres y justas”, lo que es un reactivo general y sin enfocarse en la votación de 2018. Se repitieron los procedimientos usando esas variables y se encontró un valor P de .515 para votar por candidato ganador y de .716 para la opinión acerca del candidato ganador. Aun concediendo que la elección de 2018 y su ganador significaron un trascendental cambio para la política nacional, es difícil pensar que la gran diferencia en el resultado de la regresión se deba a ello. Parece más lógico concluir que dada la diferencia en la variable dependiente, los datos encontrados no fueron útiles para los fines de esta investigación.

Pasemos ahora a la relación entre la confianza en el INE/IFE y la opinión acerca del presidente. Como se explicaba en la sección metodológica, no todas las bases de datos de encuestas políticas contienen una pregunta sobre la confianza en el órgano electoral y la evaluación del Ejecutivo. Una encuesta que lo contiene es el Latinobarómetro, que en algunos años tiene ambos datos para México. En 2015 se preguntó el grado de confianza en el INE y se daban respuestas tipo Lickert que fueron transformadas en una dicotomía para homogenizar análisis y resultados. De esto se obtuvo que 515 personas confían en el instituto electoral y 651 no. Había también la pregunta sobre si aprobaban o no la gestión del presidente, y el dato fue de 422 informantes en el primer caso y 733 para el segundo. Al momento de aplicar la prueba de chi² se halló un valor P de .000, por lo que es posible decir que hay relación entre la confianza en el INE y la evaluación del presidente. Como se muestra en la Tabla 4, de todos los que aprueban al presidente, el 56.3% confía en el INE, cifra que es de 37% entre quienes desaprueban al primer mandatario. Esta tendencia se replicó en los Latinobarómetros 2016, 2017 y 2018.

Tabla 4 Relación entre aprobar la gestión del presidente y confiar en el órgano electoral 

Latinobarómetros
Confianza en el INE y evaluación presidencial
Aprueba la gestión del presidente No aprueba la gestión del presidente
2015 Confía en el INE 233 (56.3%) 267 (37%)
No confía en el INE 181 (43.7%) 454 (63%)
Valor P .000
2016 Confía en el INE 169 (58.7%) 273 (33.9%)
No confía en el INE 119 (41.3%) 532 (66.1%)
Valor P .000 .
2017 Confía en el INE 126 (55.5%) 255 (28.2%)
No confía en el INE 101 (44.5%) 648 (71.8%)
Valor P .000
2018 Confía en el INE 114 (54.5% 253 (27.8%)
No confía en el INE 95 (45.5%) 658 (72.2%)
Valor P .000

Fuente: Elaboración propia con datos del Latinobarómetro 2015, 2016, 2017 y 2018.

Algo muy similar sucede con la ENCUP. Esta no contiene un reactivo sobre aprobar la gestión del presidente, pero sí uno sobre cuánto se confía en el Ejecutivo. De nuevo se redujeron las variables a dicotomías y se aplicaron pruebas de chi2.

En la Tabla 5, se advierten relaciones de significación entre evaluación del presidente y confianza en el órgano electoral. Es muy fuerte en 2005 cuando el 92.3% de quienes confiaban en el Ejecutivo también lo hacían en el IFE; lo que solo es el 46.8% de quienes no confían en el presidente.

Tabla 5 Relación entre aprobar la gestión del presidente y confiar en el órgano electoral. 

ENCUP Confianza en el INE y confianza en el presidente Confía en el presidente No confía en el presidente
2003 Confía en el INE 2986 (93.6%) 585 (60.1%)
No confía en el INE 203 (6.4%) 388 (39.9%)
Valor P .000
2005 Confía en el INE 3118 (92.3%) 525 (46.8%)
No confía en el INE 259 (7.7%) 597 (53.2%)
Valor P .000
2008 Confía en el INE 2112 (82.1%) 933 (57.5%)
No confía en el INE 459 (17.9%) 689 (42.5%)
Valor P .000
2012 Confía en el INE 2021 (86.8%) 418 (30.4%)
No confía en el INE 307 (13.2%) 958 (69.6%)
Valor P .000

Fuente: Elaboración propia con datos de la ENCUP 2003, 2005, 2008 y 2012.

Se utilizaron asimismo datos de la encuesta Mitofsky que ha rastreado por varios años la confianza en diferentes instituciones, incluyendo la Presidencia y el órgano electoral. No se tuvo acceso a los datos desagregados, pero fue posible un seguimiento longitudinal para revisar si en los años en que la opinión acerca del presidente empeoraba, esto se replicaba en la confianza en el órgano electoral, y viceversa.

La Gráfica 2 muestra que la relación es algo laxa. Pareciera que la confianza en el presidente bajó mucho cerca de 2017 y que eso, aunque arrastró la confianza en el INE, no la impactó tanto. Vale la pena señalar que si se toma cada año como unidad de análisis, la serie de datos 2004-2019 de confianza en el INE y en el presidente están muy relacionados con un coeficiente de correlación de Pearsons de .8011 y un valor P de .000, esto pese a contar con 16 observaciones. Así pues, la confianza en el órgano electoral se relaciona con la evaluación sobre el presidente.

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta Mitofsky (2021).

Gráfica 2 Confianza en la Presidencia y en el INE/IFE, 2004-2019 

Recuperando nuestra revisión teórica, existe una hipótesis según la cual la confianza en varias instituciones y actores políticos se da en bloque más que de forma específica. De ser cierto, la relación entre la opinión acerca del presidente y del INE/IFE no se debe a que la primera cause la segunda, sino a que las personas evalúan indistintamente a todos los actores e instituciones de la política nacional.

Revisar esta posibilidad conlleva estadística multivariada y gran cantidad de análisis de pares de instituciones, lo que está fuera del alcance e interés del presente estudio. Aun así, se realizaron exploraciones para tener un dato mínimo de si la relación entre Presidencia e INE/IFE es especial, o si otras instituciones se vinculan estadísticamente entre sí. En el caso de la encuesta Mitofsky, se revisaron otras instituciones a manera de ejemplo, encontrando relaciones altas. La confianza en el Ejecutivo se correlaciona .801 con la confianza en los diputados, es de .595 con los sindicatos y de .685 con las universidades. Se emprendieron de igual modo exploraciones longitudinales (Gráfica 3).

Fuente: Elaboraciónpropia con datos de la encuesta Mitofsky (2021).

Gráfica 3 Confianza en Presidencia, en el INE/IFE, diputados, sindicatos y universidades 2004-2019 

Aunque las relaciones no son claras, parece haber una pendiente descendiente hacia el pozo de 2017 y luego una cierta recuperación de la confianza en varias instituciones. Se realizaron de igual modo exploraciones con las encuestas. Usando el Latinobarómetro 2015, se halló que, entre quienes aprueban la gestión del presidente, el 28.5% confía en los partidos, contra el 8.8% entre quienes no aprueban al Ejecutivo; asimismo, la prueba chi² es significativa. Similarmente, 36.7% de quienes aprueban al Ejecutivo confían en el Ejército, cifra que es de 19.2% entre quienes no aprueban al presidente, con prueba chi² significativa. Los ejemplos tomados de la ENCUP dan resultados parecidos. Entre quienes confían en el presidente, el 81.4% confía en el Congreso, pero esta cifra se reduce a 37.5% entre quienes no confían en el Ejecutivo, y la prueba chi² da un valor de .000. Algo muy cercano sucedió al revisar la confianza en el presidente y la confianza en la Suprema Corte de Justicia, con porcentajes de 86 y 41.7% y P de .000.

Las series de tiempo tenían muy pocos datos para intentar los controles de variables, pero la ENCUP y el Latinobarómetro permitieron realizar regresiones para conseguir un tanto más de certeza sobre la relación entre el órgano electoral y el Ejecutivo. Para estas regresiones todas las variables se transformaron en dicotomías con el fin de evitar que el nivel de medición afectara su posible control. Las regresiones se elaboraron con la variable dependiente de la confianza en el órgano electoral y la independiente de la evaluación del presidente, pero en todas se incluyó una segunda variable independiente: la evaluación de otro órgano político. Para el Latinobarómetro 2015 la segunda variable independiente fueron el Ejército, el Congreso, el gobierno, el Poder Judicial, los partidos y el Estado. Se hicieron seis regresiones con esa encuesta y, en todas, la evaluación del presidente se mantuvo estadísticamente significativa. Lo mismo pasó con el Latinobarómetro 2016, salvo que en este no se usó la confianza en el “Estado” porque no apareció. Los Latinobarómetros 2017 y 2018 tampoco contenían esta variable y dieron los mismos resultados.

Se realizaron regresiones parecidas con la ENCUP 2003 pero usando como tercera variable la evaluación sobre el Ejército, el Congreso, la Suprema Corte de Justicia y los partidos políticos; de nuevo la evaluación del presidente fue estadísticamente significativa. El ejercicio se repitió con la ENCUP 2005 y se obtuvo el mismo resultado, igual que en las de 2008 y 2012, aunque en esta última se cambió “Congreso” por “diputados” y se agregó “gobierno”. Aunque la evaluación del presidente siempre se mantuvo estadísticamente significativa, en el Latinobarómetro casi siempre fue con menor peso estadístico que la otra variable independiente, y en la ENCUP muchas veces fue la predominante. Estas regresiones muestran que hay una relación entre la evaluación del presidente y la del órgano electoral y que es independiente respecto a la evaluación de otros órganos políticos.

Conclusiones

Hay muchas formas de someter a prueba empírica una hipótesis desde una lógica popperiana-refutacionista. El presente artículo buscó las dos consecuencias empíricas más inmediatas y evidentes para la hipótesis propuesta. Conviene ponderar hasta qué punto la evidencia la favorece o la refuta.

Al revisar si la opinión del ganador de la elección se relaciona con la confianza en que ella fue “limpia”, se corroboró qué sucede. La evidencia empírica favorece la hipótesis aquí sugerida. Conviene recuperar la relevancia del control de variables, pues ello establece la posición de esta nueva hipótesis frente a la explicación hegemónica de disonancia cognitiva.

La principal explicación sugiere que las personas desconfían del resultado electoral cuando el candidato o partido que apoyaron fracasa, lo que provoca cierta disonancia cognitiva. Empíricamente esto significa que quienes votan por un perdedor confían menos.

Por otro lado, se esperaría que las personas tuvieran una mejor opinión del candidato por el que votaron que de aquel que no favorecieron, y que quienes votan por un ganador vean bien al vencedor, y quienes votaron por un perdedor no vean tan bien al ganador pues no votaron por él.

De esta forma, si como fue el caso, los que ven bien al ganador confían más en la elección, puede tratarse tanto de un apoyo a nuestra hipótesis, como una derivación de la explicación hegemónica. Aquí yace la relevancia del control de variables. Dado que esta prueba se llevó a cabo con modelos de regresión múltiple, se calculó el efecto de un factor independientemente del otro. Es decir, que esta afirmación se realiza considerando de si se votó por un ganador o un perdedor.

Esta independencia estadística de los efectos señala la relación entre explicaciones. Como ambos elementos resultaron significativos, ambas hipótesis son correctas. La confianza en la elección parece determinada tanto por si el candidato favorecido gana como por la evaluación general que se hace de quien haya resultado victorioso. Los mecanismos teóricos parecen paralelos, pues uno indica disonancia cognitiva de alguien que sí creía en un proyecto político, un razonamiento del tipo “¡Cómo es posible que haya perdido mi candidato si era tan bueno!, seguro hay algo malo en la elección”. Mientras que el otro apunta a una fijación en la figura del Ejecutivo cuya evaluación lleva a sesgos cognitivos y así determina otros juicios y evaluaciones: “¡Cómo es posible que alguien tan terrible haya ganado!, seguro hay algo malo en la elección”.

Es notable también que, al incluir la variable sobre partidos, no hubo relación con la confianza en la elección. Siguiendo la lógica del control de variables: lo importante no es que el partido con el que hay identificación pierda, sino que el candidato que se favoreció fracase.

Por su parte, la relación entre la evaluación del presidente y la del órgano electoral, pese a existir, ser fuerte y mantenerse en regresiones múltiples, parece apoyar con menos claridad nuestra hipótesis. La aprobación del presidente -como se haya medido en las encuestas utilizadas- se vincula con la confianza en el INE/IFE, tanto en las bases de donde se extrajeron datos desagregados, como en las presentaban promedios en el tiempo. Algo ya descrito en Ortega & Somuano (2018). Incluso se ha detectado que la evaluación del presidente es la tercera determinante más fuerte de la confianza en el IFE, después de la aprobación del trabajo de este instituto, y de la confianza en los partidos (Ortega & Somuano, 2013).

Sin embargo, la conexión entre esta regularidad estadística y nuestra hipótesis es menos clara. Podríamos decir que se encontró una conclusión observable de la hipótesis, que esta sucedió como la hipótesis sugiere y que por tanto no se refuta la propuesta al igual que con la primera prueba de regresiones. Pero no podemos olvidar lo dicho por García (2016), al sugerir que la evaluación política se hace en bloque, que la ciudadanía construye una especie de opinión general sobre todo lo político y por ende toda institución resultará o generalmente bien o mal evaluada, lo que arroja múltiples altas correlaciones entre la opinión de cualquier par de instituciones revisadas.

Dicha posibilidad concuerda con los ejemplos revisados. Tanto en las encuestas con pruebas de chi² como en los datos de Mitofsky, casi cualquier institución se relaciona con otra. Esto no refuta nuestra hipótesis, pero sí apunta a que la confianza en las instituciones políticas ocurre en bloque; aunque la INE/IFE-Presidencia tiende a ser fuerte y se mantiene como estadísticamente válida aun en presencia de las evaluaciones de otros órganos. Que no se descarte que es posible que ambas opciones sean válidas, pues quizá la gente sí evalúa lo político en bloque, pero bajo la influencia de su opinión acerca del presidente. Es decir, es probable que esta última determine en parte a las demás. Esto tendría sentido si aceptamos que los mexicanos acogen una fijación por sus figuras ejecutivas. Finalmente, es posible que los presidentes entren en conflicto con los órganos electorales, lo que complica aún más comprender cómo la gente juzga a estos últimos.

La primera prueba parece apoyar la hipótesis aquí sugerida. Y sobre la relación presidente y confianza en INE/IFE no la contradice, pero deja dudas. Los datos empíricos tampoco la refutan, y aunque esto no significa que sea correcta, invita a considerarla en estudios futuros, pues podría ser una pieza relevante para comprender cómo la ciudadanía se relaciona con su propia organización electoral.

En este mismo tenor, conviene detenernos en la posible generalización de nuestros hallazgos. Aunque concentrado en el caso mexicano es posible extrapolar lo encontrado a otros países. Por referir un ejemplo, las regresiones elaboradas con el Latinobarómetro y presentados en la sección de resultados no cambian mucho si en lugar de solo usar datos de México se usa la muestra completa que abarca a casi 20 países; tanto en Latinoamérica como en México parece haber una relación entre la evaluación del presidente y la del órgano electoral, y ello no se pierde al controlar por evaluaciones de otros aparatos políticos.

Dicha generalización se vuelve todavía más importante al advertir que México dista de ser el único país que ocasionalmente presenta problemas por la creencia popular en un fundamentado o no fraude electoral. Sin saber a ciencia cierta lo que la estadística diga para otras naciones, vale tener en cuenta tres puntos al explorar otros países. Primero: habrá que analizar el contexto político inmediato, dado que la volatilidad electoral, la polarización y la competitividad electoral determinan estos fenómenos. Segundo: se deberá tomar en cuenta la figura del presidente; la hipótesis aquí planteada señala que la población pone mucha atención al primer mandatario, lo que quizá sea general, aunque con matices, para Latinoamérica. Por ejemplo, tanto el actual presidente de México como el de Venezuela pueden catalogarse como figuras polarizadoras, pero tienen rasgos que los diferencian y se encuentran en contextos económicos, políticos e institucionales muy distintos. Y tercero: habrá que considerar el estado de la relación entre el presidente en cuestión y el órgano electoral, pues se supone que las personas valorarán bien una elección que les arroja un presidente “aceptable”, pero este puede confrontarse con los organizadores del voto y generar una opinión ambigua de modo que la población que apoya al jefe de Estado vea mal al órgano electoral que lo llevó al poder. Sería interesante explorar qué tanto lo aquí propuesto aplica o no a otros países y a otros contextos políticos.

Vale la pena plantear un argumento más. Pese a que la hipótesis aquí propuesta enfatiza en la figura del candidato/presidente, no es cercana al enfoque racional. Importa aclararlo porque, en la historia del pensamiento politológico, quienes subrayan el papel de los candidatos en general están dentro del enfoque racional y con frecuencia se oponen al modelo Michigan. Esto se entiende en la medida en que los candidatos cambian con cada elección, lo que sugiere un electorado volátil y poco cercano al modelo Michigan.

El enfoque racional, en los últimos años, ofrece un abanico completo de subvariantes. No se desea comparar lo aquí propuesto con todas estas, pero vale señalar dos puntos que alejan nuestra hipótesis de esa corriente: 1) aunque se ponga acento en candidatos para el Ejecutivo, aquí no se asume que los electores los evalúan con datos objetivos o que hacen cálculos racionales o informados sobre qué les conviene.

Y 2) se propone que los electores evalúan el resultado final de la elección y sobre ello juzgan su limpieza, pero no se asume que lo hagan de manera lógica. Es decir, si un candidato malo termina ganando, no se puede concluir en directo que la elección no fue limpia o justa, sería más lógico pensar que la cultura política del país hace que malos candidatos tengan éxito electoral, por ejemplo. Si seguimos la postura racional, se pensaría que las personas juzgan la limpieza de la elección por la evidencia empírica de cómo se llevó a cabo la jornada electoral y no en función de quién terminó ganando. Esta postura racional remite a la paradoja de Sonnleitner (2016) ya citada: la limpieza de la elección debería, lógicamente, juzgarse solo con base en los datos objetivos sobre cuán bien hecha fue la votación, pero México hace elecciones generalmente buenas y no confía en ellas. Lo aquí propuesto elude esa paradoja, pues el vínculo entre el resultado electoral y la limpieza de la votación -aunque comprensible y probablemente verdadero en la mente de los mexicanos- no es una conclusión lógica.

Referencias

Albright, J. J. (2009). Does political knowledge erode party atta chments? A review of the cognitive mobilization thesis. Electoral Studies, 28(2), 248-260. https://doi.org/10.1016/j.electstud.2009.01.001 [ Links ]

Alvarez, M. R., Hall, T. E., & Llewellyn, M. H. (2008). Are Americans confident their ballots are counted? The Journal of Politics, 70(3), 754-766. https://doi.org/10.1017/S0022381608080730 [ Links ]

Anderson, C., Blais, A., Bowler, S., Donovan, T., & Listhaug, O. (2005). Loser’s consent: elections and democratic legitimacy. Nueva York: Oxford University Press. https://doi.org/10.1093/0199276382.001.0001 [ Links ]

Barreda, M., & Ruiz Rodríguez, L. M. (2013). La cadena causal de la confianza en los organismos electorales de América Latina: sus determinantes y su impacto sobre la calidad de la democracia. Revista de Ciencia Política, 33(3), 649-673. https://doi.org/10.4067/S0718-090X2013000300004 [ Links ]

Barrientos, F. (2010). Confianza en las elecciones y el rol de los organismos electorales en América Latina. Revista de Derecho Electoral, (10), 1-35. [ Links ]

Barrientos del Monte, F. (2008). Organismos electorales y confianza en las elecciones en América Latina. Texto preparado para el Seminario de Investigación del Área de Ciencia Política y de la Administración Universidad de Salamanca, noviembre, Istituto Italiano di Scienze Umane, Programa de Doctorado en Ciencia Política, Florencia, Italia. [ Links ]

Beaulieu, E. (2014). From voter ID to party ID: How political parties affect perceptions of election fraud in the U.S. Electoral Studies, (35), 24-32. https://doi.org/10.1016/j.electstud.2014.03.003 [ Links ]

Birch, S. (2008). Electoral institutions and popular confidence in electoral processes: a cross-national analysis. Electoral Studies, 27(2), 305-320. https://doi.org/10.1016/j.electstud.2008.01.005 [ Links ]

Bowler, S., Brunell, T., Donovan, T., & Gronke, P. (2015). Election administration and perceptions of fair elections. Electoral Studies, (38), 1-9. https://doi.org/10.1016/j.electstud.2015.01.004 [ Links ]

Brenes, D. (2011). El rol político del juez electoral. El Tribunal Supremo de Elecciones de la República de Costa Rica. Un análisis comparado. Tesis de Doctorado en Procesos Políticos Contemporáneos, Universidad de Salamanca, España. [ Links ]

Centro de Estudios de Opinión Pública (CESOP). (2012). Mexico Panel Study [Base de datos]. CESOP. https://mexicopanelstudy.mit.edu/mexico-panel-studiesLinks ]

Caballero Álvarez, R. (2019). ¿Cómo construir confianza en las instituciones democráticas desde la judicatura electoral federal? Revista Mexicana de Estudios Electorales, 3(21), 117-142. [ Links ]

Campbell, A., Campbell, A., Converse, P. E., Miller, W. E., & Stokes, D. E. (1960). The American Voter. Nueva York, Estados Unidos: Wiley. [ Links ]

Cantú, F., & García Ponce, O. (2015). Partisan losers’ effects: Perceptions of electoral integrity in Mexico. Electoral Studies, (39), 1-14. https://doi.org/10.1016/j.electstud.2015.03.004 [ Links ]

Castro Cornejo, R. (2019). Partisanship and question-wording effects: Experimental evidence from Latin America.Public Opinion Quarterly, 83(1), 26-45. https://doi.org/10.1093/poq/nfz006 [ Links ]

Dalton, R. J. (1984). Cognitive mobilization and partisan dealignment in advances industrial democracias. New Haven, Estados Unidos: Yale University Press. https://doi.org/10.2307/2130444 [ Links ]

Del Tronco, J. (2012). Las causas de la desconfianza política en México. Perfiles Latinoamericanos, 20(40), 227-251. [ Links ]

Dowling, C. M., Doherty, D., Hill, S. J., Gerber, A. S., & Huber, G. A. (2019). The voting experience and beliefs about ballot secrecy. PLoS ONE, 14(1), 1-6. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0209765 [ Links ]

García Reyes, C. U. (2016). La confianza en las instituciones electorales en las democracias contemporáneas. México en perspectiva comparada. Política y Sociedad, 6(27), 32-64. [ Links ]

Fiorina, M. (1981). Retrospective voting in American national elections. New Haven: Yale University Press. [ Links ]

Gronke, P., & Hicks, J. (2009). Reexamining Voter confidence as a metric for election performance. En Annual Meeting of the Midwest Political Science Association, Chicago. [ Links ]

Gutiérrez Sánchez, H. (2019a). Intención de voto y la evaluación de los candidatos: los jóvenes mexicanos en 2018. Revista de Investigaciones Políticas y Sociológicas, 18(1), 45-66. https://doi.org/10.15304/rips.18.1.5755 [ Links ]

Gutiérrez Sánchez, H. (2019b). La demanda moral hacia los políticos. Espiral, 26(76), 233-272. https://doi.org/10.32870/eees.v26i76.7097 [ Links ]

Gutiérrez Sánchez, H., & Ávila-Eggleton, M. (2019). Partidos o candidatos coyunturas; patrones espaciotemporales del voto mexicano 1994-2015. Tla-melaua, Revista de Ciencias Sociales, 12(46), 76-96. [ Links ]

Heras Gómez, L. (2011). Confianza en las instituciones electorales en México: el IFE bajo la mirada ciudadana. Revista Debates, 5(1), 9-23. https://doi.org/10.22456/1982-5269.20374 [ Links ]

Juárez Rodríguez, I. L. M., & Rodríguez Estrada, A. (2019). Confianza en el instituto nacional electoral: un análisis sistémico en el marco de las elecciones 2018 en México. Trabajo preparado para su presentación en el X Congreso Latinoamericano de Ciencia Política (ALACIP), organizado conjuntamente por la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política, la Asociación Mexicana de Ciencia Política y el Tecnológico de Monterrey. [ Links ]

Korstanje, M. E., & Corey, R. (2009). El miedo: historia de una idea política. México: Fondo de Cultura Económica. [ Links ]

Llewellyn, M. H. (2009). Electoral context and voter confidence: How the context of an election shapes voter confidence in the process. (Working Paper, no. 79). Pasadena, California: California Institute of Technology/Massachusetts Institute of Technology. [ Links ]

Maldonado, A., & Seligson, M. A. (2014). Electoral trust in Latin America 2004-2012. En P. Norris, R. W. Frank, & F. Martinez i Coma (Eds.), Advancing Electoral Integrity (pp. 229-245). Oxford: Oxford University Press. https://doi.org/10.1093/acprof:oso/9780199368709.003.0012 [ Links ]

Mitofsky. (2021). México Opina. http://www.consulta.mx/index.php/encuestas-e-investigaciones/mexico-opinaLinks ]

Moreno, A. (2018). El cambio electoral. Votantes, encuestas y democracia en México. México: FCE. [ Links ]

Moreno, A. (2009). La decisión electoral. Votantes, partidos y demo cracia en México. México: Porrúa. [ Links ]

Moreno, A. (1999). Ideología y voto: dimensiones de la competencia política en México en los noventa. Política y Gobierno, 6(1), 45-81. [ Links ]

Moreno, A., & Méndez, P. (2007). La identificación partidista en las elecciones presidenciales de 2000 y 2006 en México. Política y Gobierno, 14(1), 43-75. http://www.politicaygobierno.cide.edu/index.php/pyg/article/view/270/180Links ]

Nohlen, D. (2004). Elecciones y sistemas de partidos en América Latina. México: FCE. [ Links ]

Nohlen, D. (1998). Sistemas electorales parlamentarios y presidenciales. En D. Nohlen, D, Zovatto, J. Orozco, & J. Thompson (Comps.), Tratado de derecho electoral comparado de América Latina (pp. 294-319). México: FCE. [ Links ]

Ortega Ortiz, R. Y., & Somuano Ventura, M. F. (2018). Confianza y cambio político en México: Contiendas electorales y el IFE, México. Tla-melaua. Revista de Ciencias Sociales, 11(43), 248-252. https://doi.org/10.32399/rtla.11.43.377 [ Links ]

Ortega Ortiz, R. Y., & Somuano, M. F. V. (2013). Conclusiones y propuestas, En Estudio sobre la confianza en el Instituto Federal Electoral (pp. 125-131). México: El Colegio de México. [ Links ]

Paramio, L. (2001). Sin confianza no hay democracia: electores e identidades políticas. En J. Labastida Martín del Campo & A. Camou (Coords.), Globalización, identidad y democracia: México y América Latina (pp. 25-42). México: UNAM/Siglo XXI. [ Links ]

Pastor, R. A. (1999). The role of electoral administration in democratic transitions: Implications for policy and research. Democratization, 6(4), 1-27. https://doi.org/10.1080/13510349908403630 [ Links ]

Sartori, G. (1980). Partidos y sistemas de partidos. Madrid: Alianza. [ Links ]

Sonnleitner, W. (2016). La fábrica de la (des)confianza ciudadana: las percepciones cambiantes de la integridad electoral en México 49. En Premio Nacional de Investigación Social y de Opinión Pública 2015 (pp. 49-88). México: CESOP. [ Links ]

Sonnleitner, W., Alvarado, A., & Sánchez, L. I. (2013). La paradoja mexicana: de la evaluación de la calidad técnica de las elecciones de 2012, al debate sobre la calidad del voto y a la cuestión de la legitimidad democrática. Revista Mexicana de Derecho Electoral, (4), 369-392. https://doi.org/10.22201/iij.24487910e.2013.4.10044 [ Links ]

The Ohio State University. (2021). Comparative Nacional Elections Proyect [Base de datos]. The Ohio State University [ Links ]

Valdez Zepeda, A. (2012). El miedo y la ira como estrategia en las campañas electorales. Reflexión Política, 14( 27), 134-140. [ Links ]

Recibido: 07 de Enero de 2021; Aprobado: 06 de Marzo de 2022

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons