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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.43 Ciudad de México sep./dic. 2013

 

Legados

 

Eric Hobsbawm, marxista perseverante

 

Eric Hobsbawm, the Inveterate Marxist

 

Daniela Spenser

 

Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Distrito Federal spenser@prodigy.net.mx.

 

Eric Hobsbawm murió el 1 de octubre de 2012. Hobsbawm llegó a la conclusión de que los problemas del siglo XX no sólo no se resolvieron sino que se potenciaron debido a la catástrofe ambiental del planeta. Un año antes de morir, a sus 94 de edad, el historiador inglés publicó un libro de ensayos en el que quería decir a aquellos lectores que reflexionaban "sobre su futuro y el de la humanidad en el siglo XXI" que en el contexto histórico actual volvieran a prestar atención a la interacción entre las ideas de Karl Marx y las que emanaron del marxismo (Hobsbawm, 2011a).1 Marx y el marxismo, advirtió, seguían siendo los instrumentos indispensables del análisis del capitalismo, si bien dejaron de ser las palancas de la acción política. El renacimiento del interés por Marx y la actualidad del marxismo se debe a la continua inestabilidad del desarrollo capitalista que genera crisis económicas periódicas con repercusiones políticas y sociales, y a que el mundo capitalista globalizado se parece al mundo que Marx y Friedrich Engels anticiparon en el Manifiesto comunista: la pobreza, la injusticia, la inequidad; y del otro lado el laisser-faire del mercado y la dinámica del desarrollo económico global con su capacidad de destruir todo lo que le precedía, incluso aquellas partes de la herencia del pasado humano del que el capitalismo se benefició, como las estructuras de la familia. El otro elemento de la actualidad del marxismo es el análisis del mecanismo de crecimiento capitalista que genera sus contradicciones y produce una concentración económica en una crecientemente concentrada economía globalizada. Un factor adicional para la resurrección de Marx es la liberación del marxismo de su identificación con el leninismo teórico y con los regímenes leninistas que hicieron del marxismo la ideología del Estado en la Unión Soviética y los países bajo su hegemonía.

 

MARX Y EL MARXISMO

Cuando Marx murió, en marzo de 1883, no había mucho por lo que se le recordara. Escribió unos brillantes folletos y el torso de una obra sin completar: Das Kapital. La Primera Internacional, que fundó en 1864, fracasó en 1873. Tampoco dejó una impronta en la vida política e intelectual en Inglaterra, donde vivió en exilio durante más de la mitad de su vida. El éxito de Marx es póstumo y en parte se debe a la colaboración financiera y dedicación intelectual de su amigo Engels, quien terminó la obra que Marx había iniciado y accionó su legado político. Unos 25 años después de la muerte de Marx se fundaron partidos políticos obreros que se inspiraron en su obra publicada y traducida a varios idiomas y que participaron en elecciones en los países que las tenían. Muchos de estos partidos llegaron al gobierno, y no sólo a la oposición. En los países no democráticos aquellos que se autodenominaban discípulos de Marx formaron grupos revolucionarios. 70 años después de la muerte de Marx, una tercera parte de la humanidad vivía en regímenes gobernados por partidos comunistas que decían representar sus ideas y llevar a cabo sus aspiraciones. Hasta el magnate y experto financiero George Soros se interesó en Marx y su inusual descubrimiento del funcionamiento del capitalismo. En suma, Marx dejó una marca indeleble sobre el siglo XX (Hobsbawm, 2011b: viii, y 2011c; Hunt, 2009).

Destaca Hobsbawm que en la vida de Marx y Engels y en las décadas subsecuentes fue el marxismo de el Manifiesto comunista, más que el de El capital, la obra del pensamiento maduro sobre la política económica del capitalismo, que tuvo un impacto provocador sobre sus lectores. El Manifiesto, que consiste en frases lapidarias, en retórica política, libro escrito con convicción apasionada, casi aforístico, atrapaba a los lectores con fuerza bíblica. El Manifiesto se refería a partidos no como organizaciones sino como tendencias y corrientes de opiniones en los que la plusvalía y el origen de la explotación no estaban elaborados. El Manifiesto no contiene análisis económico, sino análisis histórico, en el centro del cual está la demostración del desarrollo de las sociedades por etapas, en el que la anterior crea las condiciones para su inevitable sustitución. Allí, Marx y Engels diagnosticaron el carácter revolucionario de la sociedad burguesa, el estado transitorio del capitalismo, el potencial revolucionario de la economía capitalista a largo plazo con el triunfo eventual del proletariado, el sepulturero de la burguesía. Advirtiendo contra las posteriores interpretaciones economicistas de Marx, la lectura de Hobsbawm era que el comunismo de Marx no derivó de su análisis del carácter y desarrollo del capitalismo, sino del argumento filosófico, escatológico, sobre la naturaleza humana y su destino. La idea —fundamental en Marx y de allí en adelante— de que el proletariado era una clase que no se podía liberar sin liberar a la sociedad en su conjunto fue una deducción filosófica más que producto de la observación. El análisis económico de la política del capitalismo fue elaborado a partir de los años cincuenta del siglo, cuando Marx se sumergió en los tesoros de la Biblioteca del Museo Británico en Londres (Hobsbawm, 2011d).

Hobsbawm descubre lo vital y lo obsoleto en Marx, como pocos han podido, recurriendo en los textos originales a las raíces etimológicas de las palabras para entender su significado de entonces y de hoy. Por ejemplo: en el Manifiesto comunista Marx habla de que la sociedad burguesa rescató una parte de la población de la idiotez de la vida rural. Si bien es cierto que Marx compartió el desdén de la sociedad urbana por la ignorancia de la vida rural, la referencia no era a la estupidez, sino a la estrechez de horizontes y al aislamiento de la sociedad en que vivían los campesinos. Marx tomó la palabra de su origen griego, que se refería a persona centrada sólo en sus asuntos privados y no en los de la comunidad. El sentido original se evaporó con el tiempo y quedó la distorsión (Hobsbawm, 2011d: 108).

En How to Change the World el historiador inyecta vida en los escritos de Marx y Engels revelando el drama personal de los autores y la vida de las reimpresiones de los libros ligadas a la fuerza o la debilidad de los movimientos y partidos obreros y socialistas y a las preocupaciones del día. Nos recuerda Hobsbawm que el revisionismo del marxismo, las nociones del imperialismo y del nacionalismo, eran discusiones del siglo XX, no de Marx; que la economía socialista y sus futuros contornos eran discusiones y problemas reales después de la Primera Guerra Mundial y las crisis revolucionarias que la siguieron, no antes; que el socialismo estuvo en el centro del debate del siglo XX, no en los textos de Marx, quien anticipó la crisis de la producción del capitalismo y los conflictos sociales que este sistema no tenía la capacidad de resolver y a los que no sobreviviría. La discusión era de los partidos social-demócratas que se inspiraron en Marx, o de los partidos comunistas que dijeron haber establecido regímenes marxistas, no de Marx. La esperanza para el futuro de que los "expropiadores serían expropiados" fue una lectura basada en el análisis económico de producción de la inequidad entre diferentes partes del mundo y entre las clases, no en la observación empírica.

Hobsbawm destaca la universalidad del pensamiento de Marx, no como un cientista interdisciplinario sino como alguien que integró todas las disciplinas: la filosofía, la economía, la política y la ciencia. Hobsbawm es enfático cuando afirma que el marxismo de Marx no es un cuerpo de pensamiento terminado, sino en incesante evolución; el haberlo convertido en dogma y ortodoxia fue ir a contracorriente del propio Marx, cuyo método de investigación se prestó a diferentes resultados y perspectivas políticas: una lectura para Gran Bretaña de transición pacífica al poder y otra lectura para la Rusia zarista de transición de la aldea rural al socialismo. Hobsbawm niega la lectura correcta o incorrecta de Marx y aduce que era legítimo que Lenin leyera El capital como la teoría que enseñaba la transición del subdesarrollo a la modernidad por medio del desarrollo económico del tipo occidental, así como Marx especuló sobre la transición directa de la aldea rusa al socialismo. El argumento de algunos de que el experimento soviético de transición hacia el socialismo no podía construirse sin que el mundo entero fuera capitalista, dice Hobsbawm, no se derivaba de Marx. Rusia era demasiado atrasada como para producir más que una caricatura de la sociedad socialista. Aunque la Revolución Bolchevique de 1917 no hubiera tenido lugar, el capitalismo liberal no se habría producido bajo el zarismo (Hobsbawm, 2011e: 13).

El marxismo como método de análisis fue abandonado hacia el final del milenio. Hobsbawm arguye que el colapso de los regímenes comunistas y las crisis de las democracias laboristas no son suficientes explicaciones. De manera ostensible, los sistemas y movimientos marxistas que Marx inspiró fracasaron o abandonaron sus objetivos originales, con lo que hicieron innecesario política e intelectualmente dedicar tiempo a la teoría que la historia desacreditó. La otra fuente para desacreditar el marxismo fue el anticomunismo de la Guerra Fría. Lo que fue denunciado no fueron las teorías y los análisis de Marx, sino la perspectiva de la revolución como desorientadora de la gente joven y como el totalitarismo que desafiaba el liberalismo y la sociedad en el autorregulado y racional mercado. En esta lógica Marx fue identificado con el terrorismo y los campos de trabajo forzado. Paradójicamente, aun sin la Guerra Fría, el anticomunismo continúa, no contra un enemigo que dejó de existir, sino para realzar la supremacía y la superioridad del capitalismo liberal. El inesperado regreso de Marx al mundo en un contexto en el que la existencia del capitalismo está puesto en entredicho se explica no debido a una amenaza de la revolución social sino como consecuencia de las irrestrictas operaciones del capitalismo global a las que Marx fue sensible, más que los creyentes en las decisiones racionales y los mecanismos de la autocorrección del libre mercado (Hobsbawm, 2007f).

 

UNA INTERPRETACIÓN MARXISTA DE LA GLOBALIZACIÓN

Desde la perspectiva de hoy, la contribución de Marx a la comprensión de la globalización es invaluable y nadie mejor equipado que Hobsbawm el historiador para recordar lo que otros han olvidado o quieren olvidar. Su libro Globalisation, Democracy and Terrorism (2007a) no hubiera podido tener la extensión espacial y la profundidad temporal que tiene de no haber reflexionado Hobsbawm sobre el largo camino que llevó a la humanidad de The Age of Revolution (1962) a través de Industry and Empire (1968a) a The Age of Capital (1975) y de allí a Age of Extremes (1994). Al hacer un registro del presente en un contexto amplio y en una perspectiva de larga duración, el historiador se centra en áreas que requerían un claro e informado análisis: la guerra y la paz en el siglo XXI, el pasado y el futuro de los imperios, la naturaleza y el contexto cambiantes del nacionalismo, las perspectivas de la democracia liberal y la cuestión de la violencia y el terror políticos en el contexto de la globalización, entendida como el mundo en el que las actividades están interconectadas sin estorbo de fronteras locales; el mercado libre, que ha causado un crecimiento dramático de las inequidades económicas y sociales dentro de los Estados y a nivel internacional; el surgimiento de la inequidad especialmente en las condiciones de extrema inestabilidad económica que están en la raíz de las tensiones sociales y políticas del siglo XXI; la erosión de la capacidad de los Estados y de los sistemas de bienestar de proteger el nivel de vida de sus ciudadanos en los países industrializados, que compiten con los ciudadanos de fuera de sus fronteras, quienes suelen tener las mismas capacidades pero son pagados por una fracción menor del salario occidental; y finalmente, mas no por ello menos importante, la presión del ejército laboral de reserva de los inmigrantes de los pueblos en las grandes zonas globalizadas de la pobreza sobre el empleo de los ciudadanos en los países de las metrópolis (Hobsbawm, 2007b).

Caravana Proaborto, 2007

Hobsbawm analizó la globalización como historiador y como alguien que era hostil hacia el imperialismo, ya fuera de las grandes potencias que creían que les hacían un favor a sus víctimas conquistándolas, ya fuera de los hombres blancos que asumían su superioridad automática sobre los de otro color de piel. El imperialismo del siglo XXI de Estados Unidos y Gran Bretaña que Hobsbawm resaltó no era sólo la obviamente desdeñable guerra de Iraq, sino la propuesta de la legitimidad, y a veces de la necesidad, de la intervención armada para preservar los derechos humanos en la era de la barbarie, la violencia y el desorden globales. Argumenta Hobsbawm que el imperialismo de los derechos humanos se fundamenta en la creencia de que los regímenes de la barbarie y la tiranía son inmunes al cambio y que sólo la fuerza exterior puede acabar con ellos, difundir los valores y las instituciones políticas o legales aceptables al mundo occidental. Esta forma de pensar es la continuación de la denuncia del totalitarismo de la Guerra Fría basada en la fe de que la fuerza puede lograr transformaciones culturales. Este imperialismo de los derechos humanos estuvo en la discusión durante la desintegración de Yugoslavia en los años noventa del siglo pasado, que parecía sugerir que solamente la fuerza armada exterior podía acabar con las masacres entre los pueblos de las partes que buscaban su autonomía y la hegemonía que una parte buscaba sobre las otras, y que únicamente Estados Unidos podía y estaba dispuesto a recurrir a ella para poner orden en los Balcanes. Hobsbawm rechazó esta propuesta con la que Estados Unidos, que no tenía intereses históricos, políticos o económicos en la región de Europa del sur, intervino de una manera aparentemente desinteresada. En la visión política e histórica de Hobsbawm, la promoción de los grandes poderes de los derechos humanos era algo incidental a sus intereses fundamentales (Hobsbawm, 2007b: 11).

 

BALANCE Y PERSPECTIVAS

El siglo XX arrojó más muertes que los siglos previos. Las guerras causaron, directa e indirectamente, 187 millones de muertos. A las guerras calientes y frías han seguido guerras locales hasta la fecha. El mundo no ha tenido paz desde 1914 ni la tendrá, vaticinó Hobsbawm. La guerra y la paz en el siglo XXI no dependerán de mecanismos más eficaces para las negociaciones y los acuerdos, sino de la estabilidad interna de cada país. La guerra no surgirá de las disputas entre los Estados, sino del involucramiento de los Estados o los actores militares de fuera en conflictos internos de otros países. Las naciones con economías prósperas y distribución equitativa de los bienes entre los habitantes tendrán menor tendencia a la guerra que las más pobres, donde priva la inequidad y la economía inestable que reducen la posibilidad de la paz. La otra fuente de violencia armada proviene de la falta de legitimidad y de la carencia de un buen gobierno ante la opinión de los habitantes de un país. El mundo está dividido entre los Estados capaces de administrar sus territorios y ciudadanía con eficacia y Estados cuyos gobiernos nacionales oscilan entre débiles, corruptos e inexistentes, y son estas zonas las que producen luchas armadas internas y conflictos internacionales. Aunque la guerra en el siglo XXI no será de tanta fuerza como en el siglo XX, la violencia armada, pronosticó Hobsbawm, será endémica, y hasta epidémica (Hobsbawm, 2007c). Uno de los detonadores de la inestabilidad en el siglo XXI, visto en retrospectiva, es la desaparición de la Unión Soviética, la de su esfera de influencia y el fin de la Guerra Fría. Desde 1989 el sistema de poder internacional dejó de existir por primera vez en la historia de Europa desde el siglo XVIII. Después de la desintegración de la URSS se incrementaron los Estados soberanos, así como los Estados fallidos incapaces de establecer gobiernos centrales o de controlar endémicos conflictos armados internos. Por el otro lado, los intentos unilaterales por establecer el orden global no han prosperado.

Una de las consecuencias de la globalización y de la inestabilidad es la migración de millones de seres humanos cuya identidad principal dejó de ser el acta de nacimiento, que fue reemplazada por el pasaporte. La ciudadanía ha adquirido nuevas características en cuanto una parte de la población no vive en su territorio nacional, donde goza de plenos derechos, sino que reside de manera permanente en territorios nacionales en los que no tiene los mismos derechos que los nativos. Por tanto, los Estados perdieron el conocimiento y el control sobre aquella población que ilegalmente entra en tal o cual país. Un fenómeno que se ha acrecentado con el movimiento global de la población es la xenofobia, como uno de los resultados de la ideología del globalizado libre mercado que privilegia el movimiento internacional de capital y comercio pero que ha fallado en establecer el libre movimiento internacional del trabajo. El evidente aumento de la xenofobia es el reflejo del cataclismo social y de la desintegración moral, que es materia explosiva en los países y regiones étnica, religiosa y culturalmente homogéneos no acostumbrados al flujo de forasteros. La xenofobia refleja también la crisis de la identidad nacional en los Estados-nación. Las identidades nacionales forjadas en el siglo XIX se han ido resquebrajando en identidades de grupos como respuesta a la disminuida legitimidad de los Estados-nación y a las demandas que son capaces de ejercer sobre sus ciudadanos (Hobsbawm, 2007d).

Desde la perspectiva de la herencia del siglo XX, incluyendo la del gobierno liberal democrático, el desarrollo capitalista global está corroyendo la democracia liberal. Muchas son las razones, pero la común es el debilitamiento del poder del Estado y el regreso de la crítica ultrarradical del papel del Estado que, según ella, debía ser el menor posible porque el funcionamiento del mercado era más eficiente y barato. Adoptada esta fe, el Estado ha dependido de los mecanismos económicos privados, reemplazando la activa y pasiva movilización de sus ciudadanos. Si bien es cierto que en los países ricos la economía puso a la disposición de sus consumidores más que los gobiernos y la acción colectiva, el ideal de la soberanía del mercado no es un complemento a la democracia liberal, sino su alternativa, pues niega la necesidad de decisiones políticas sobre los intereses comunes, a diferencia de las decisiones racionales, o no, de los individuos que buscan preferencias privadas. La participación en el mercado sustituye la participación en la política. El consumidor reemplaza al ciudadano. Y sin embargo, concluye Hobsbawm, por la democracia liberal no han tocado las campanas y la utopía del mercado global sin Estado no llegaría. En el mundo gobernado por gobiernos populistas que tienen que tomar a la población en cuenta y en el que la población no puede vivir sin los gobiernos, las elecciones democráticas continuarán, pues siguen siendo el mecanismo mediante el cual éstos se legitiman y consultan a la población sin que necesariamente se comprometan a algo demasiado concreto. Sin embargo, los mecanismos políticos que los gobiernos nacionales tienen a su disposición están mal adaptados para tratar los problemas del siglo XXI, cuya solución no se encontrará en el conteo de votos o en la medición de las preferencias de los consumidores. La crisis global de la que la violencia política es expresión refleja una profunda dislocación social causada en todos los niveles de la sociedad gracias a la rápida y dramática transformación de la vida humana y de la sociedad. ¿Por dónde empezar, se preguntó el octogenario Hobsbawm en los años noventa? (Hobsbawm, 2007e, y 2007f: 137).

The Age of Hobsbawm

Eric Hobsbawm creó una generación de historiadores, hombres y mujeres, que maduraron en los años sesenta del siglo pasado y que fueron influidos por sus trabajos seminales Primitive Rebels ([1959] 1968b), Labouring Men (1964) y Captain Swing (con George Rude, 1969), además de la trilogía sobre el siglo XIX ya mencionada. Con otros historiadores marxistas, Hobsbawm inició la revista Past and Present, que introdujo en Gran Bretaña la noción de "historia de la gente" —"people's history"—, no sólo de la historia de la clase obrera o de las luchas populares, sino la idea de que cada clase hizo su historia para satisfacer sus necesidades. Hobsbawm develó la protesta rural en Europa y fuera de ella, las condiciones de vida y las experiencias de los obreros y los artesanos británicos, y refundó la historia económica de Gran Bretaña del siglo XIX. El siglo XIX fue su siglo y, al igual que Marx, logró diseccionar los patrones ocultos en el surgimiento e influencia de la burguesía sin esconder su admiración por la rápida acumulación de la riqueza y el conocimiento, promesas y visión optimistas del radiante y mejor futuro, junto al reconocimiento del costo en el sufrimiento de la población trabajadora (Ascherson, 1994; Judt, 1995). Por tanto, no dejó de sorprender el hecho de que Hobsbawm añadiera The Age of Extremes (1994) sobre el corto siglo XX a la trilogía sobre el siglo anterior: nacido Hobsbawm en 1917, aquél fue largo en su propia experiencia en gran parte de los procesos que analizó. Hobsbawm había escrito sobre el pasado revolucionario y radical, pero no sobre el tiempo contemporáneo que presentaba retos profesionales y personales diferentes, pues ese siglo terminó con el colapso de los ideales políticos, sociales e institucionales a cuya defensa Hobsbawm dedicó gran parte de su vida. Los problemas de interpretación del pasado reciente se combinaban con el hecho de que la línea del Partido Comunista de Gran Bretaña imponía a sus miembros áreas intocables, lo que era inaceptable para un historiador serio (Ascherson, 1994; Judt, 1995).

Después de analizar la época de las catástrofes de las dos guerras en The Age of Extremes, Hobsbawm trata la Posguerra como "era de oro": un periodo de crecimiento, de cambio social dramático y de dislocación en Europa y en el mundo colonial, que con la distribución de los beneficios de ese crecimiento entre una mayor cantidad de personas sembró a la vez las semillas de su corrupción y su disolución.

Hobsbawm leyó su material a la luz de un marxismo sofisticado, capaz de detectar que con las expectativas e instituciones movilizadas por la experiencia de la expansión rápida y la innovación que produjeron la democratización del conocimiento y de los recursos, incluyendo las armas, éstos se concentraron en manos privadas que amenazaban con la erosión de las instituciones del mundo capitalista que las originó. Sin compartir las culturas y las aspiraciones colectivas, nuestro mundo perdió la estabilidad y cayó en la crisis y el declive de la civilización, lo que traicionó la promesa del potencial material y cultural decimonónico. El siglo XX terminó con grandes avances materiales, pero con regresión moral en términos de la solidaridad social, un abismo entre los ricos y los pobres y un exaltado nacionalismo (Ascherson, 1994; Judt, 1995).

Antes de que Hobsbawm escribiera su autobiografía Interesting Times (2002a), The Age of Extremes fue su libro más personal. Hobsbawm estudió el siglo XX observando y escuchando, y el libro combina la perspectiva interpretativa con las experiencias de su propia vida. La inflación posterior a la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, es descrita como una calamidad para su abuelo austriaco, quien tuvo que redimir su vencido seguro y tener con ello apenas lo suficiente para comprarse una bebida en su cafetería preferida. Para poner de manifiesto el cambio social en Palermo, el desempleo en São Paulo o los riesgos de introducir el capitalismo en China, Hobsbawm se nutre de sus conversaciones con los bandidos sicilianos, con los obreros brasileños organizados y con los burócratas comunistas chinos. Hobsbawm admitió en varias ocasiones que no siempre tenía la razón y que los periodistas a veces detectaron lo que los historiadores, como él, perdieron de vista. Cuando el corresponsal de The Times vaticinó que en el siglo XXI el comunismo en China se convertiría en la ideología nacional, Hobsbawm fue sorprendido y concedió, siguiendo la misma admisión de Marx, que la humanidad no siempre se impone sólo las tareas que puede resolver (Ascherson, 1994; Judt, 1995).

 

EL HISTORIADOR COMUNISTA

El mundo conceptual de Hobsbawm, según un crítico más joven que él, quedó constreñido por la visión binaria que opacó su análisis complejo de algunos fenómenos. El otro brillante historiador inglés, Tony Judt, puso como ejemplo la Guerra Civil española, en la que se jugaron muchos intereses, entre ellos el de Josef Stalin por utilizar la guerra para resolver los conflictos locales e internacionales bajo la apariencia de apoyar el antifascismo. De allí en adelante la unidad antifascista forjó una nueva imagen del comunismo internacional, después del desastre militar, económico y estratégico que significaron las dos primeras décadas del siglo. Sin comprender este rehacer del comunismo no se entendía el siglo XX que Hobsbawm trataba en los términos de los años treinta y la historia que escribió cayó víctima de su memoria. Sin analizar críticamente el fenómeno del bolchevismo del que el comunismo realmente existente fue una de sus derivaciones, Hobsbawm 176 3 sostenía una interpretación de la experiencia comunista que dejó de ser la adecuada. Al llamar "dorada" la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, Hobsbawm, igual que Marx en el siglo XIX, hizo caso omiso de la experiencia de las pequeñas naciones, absortas en la esfera de influencia de la Unión Soviética en el siglo XX (Ascherson, 1994; Judt, 1995).

Hobsbawm llegó a ser comunista en 1932 en Berlín e ingresó al partido en 1936 en Cambridge. Nunca renegó de su compromiso con el comunismo ni abandonó el sueño de la Revolución de Octubre. Si bien en su autobiografía declaraba: "el comunismo ha muerto" —"Communism is now dead"—, ser comunista era uno de los temas centrales de la historia del siglo XX. Sin embargo, la lealtad de Hobsbawm al comunismo, que poco tenía que ver con el marxismo, no afectó su oficio como eminente historiador marxista, pero obnubiló su capacidad de historiar el comunismo. Hobsbawm se negó a ingresar a las legiones de los excomunistas con el argumento de que su lealtad no era hacia el partido, sino hacia "el sueño de la liberación general" y hacia los ejemplos de dedicados y abnegados comunistas. Tampoco se convirtió en un militante estalinista. La existencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), a pesar de sus debilidades, "fue una prueba de que el socialismo era más que un sueño", aunque el colapso de la URSS y de los países que fueron construidos a su imagen dejó detrás un paisaje en ruina material y moral (Hobsbawm, 2002b: 127; Judt, 2008). Pero Hobsbawm no llega al fondo de esa historia. El comunismo al que dedicó su vida envenenó la herencia radical de la que la Revolución de Octubre quería ser el adalid. Hobsbawm terminó sus memorias con el llamado a combatir la injusticia social, que sola no desaparecería, y Tony Judt le reclamó que para combatirla el punto de partida era decir la verdad en el siglo nuevo sobre el viejo: "Hobsbawm se niega a enfrentar el mal y llamarlo por su nombre; no critica la herencia moral y política de Stalin y sus obras". El horror comunista no lo perturbó de manera igual que el horror fascista sin que eso implicara que los extremos se tocaban y que el comunismo y el fascismo fueron análogos (Judt, 2008: 125-126).

Hobsbawm permaneció en el Partido Comunista durante 50 años, mientras la mayoría de sus camaradas lo abandonaron en los distintos parteaguas de la historia: en ocasión de la firma del Tratado de No Agresión entre Hitler y Stalin en agosto de 1939, después de que los comunistas en el mundo entero habían sido movilizados para la lucha contra el nazifascismo y contra Hitler; cuando los tanques soviéticos ingresaron a Budapest en 1956 para acallar la demanda de los húngaros por democratizar su régimen comunista, o cuando los tanques del Pacto de Varsovia volvieron a entrar a un país vecino y aliado en 1968 para aplastar el movimiento de los comunistas en Checoslovaquia para construir el socialismo con rostro humano. Hobsbawm se mantuvo fiel al partido porque fue allí donde experimentó la fraternidad, la solidaridad, la abnegación y la pertenencia, aunque racionalmente la "línea" del partido no se basaba en un análisis marxista de la realidad sino que se reducía a la retórica.

Manifestaciones contra la despenalización del aborto en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, 2007

Hobsbawm admitió que tenía una ventaja: pertenecer a un partido que no estaba en el poder y que su existencia profesional no dependía de la lealtad al partido, como era el caso de todos aquellos, incluyendo colegas suyos, que vivían en los países gobernados por los partidos comunistas. Es cierto que Hobsbawm, el comunista y destacado historiador, pagó un precio por su lealtad, pues en los años cincuenta en la universidad su avance en la jerarquía académica fue detenido. Para Hobsbawm este precio era menor frente a sus certezas del triunfo de la revolución proletaria en la sexta parte del planeta. Tal como había vaticinado Marx, que la clase obrera industrial sería el agente del cambio, no había sacrificio suficiente ni impedimento alguno para no luchar por la utopía. Los comunistas no eran liberales para detenerse ante los sufrimientos de las víctimas del estalinismo. Hobsbawm permaneció en el partido porque allí conoció a hombres y mujeres de excepcional calidad humana, lo que le dio la fe en la posibilidad del comunismo humanizado. O dicho de otra manera:

¿Puede la humanidad vivir sin ideales de libertad y justicia, o sin aquellos que dedican su vida a la consecución de éstos? ¿o quizás hasta sin la memoria de aquellos que lo hicieron en el siglo XX? (Hobsbawm, 2002a: 151).

 

ENCUENTRO CON AMÉRICA LATINA

El encuentro de Hobsbawm con América Latina fue diverso, de larga duración, de contacto directo y aprovechamiento mutuo. La influencia de Hobsbawm sobre los científicos sociales fue más palpable en los estudios económicos del siglo XIX y en los estudios sobre los bandidos que en la elaboración de una síntesis del siglo XX latinoamericano. Cuando empezó a viajar a América Latina en los años sesenta del siglo pasado, quedó asombrado por los vastos contrastes de todo tipo: económicos entre los pobres y los ricos, de educación entre una elite sofisticada y los analfabetas, pero lo que más llamó su atención fue la vitalidad de los movimientos campesinos en países como Colombia, en la era de la Revolución Cubana, lo que para el europeo fue un descubrimiento. Colombia, que en el papel era una democracia bipartidista, en realidad era "el campo de muerte de América del Sur" —"the killing field of South America"— después de que el fracaso de la revolución social en 1948 dio pie a una constante: la omnipresente violencia en la vida pública por un lado y el surgimiento de la guerrilla rural por el otro lado. Para el historiador y visitante marxista, América Latina se convirtió en el laboratorio del vertiginoso cambio social y de inéditos escenarios (Hobsbawm, 2002c).

Los movimientos campesinos de Perú y Colombia influyeron la primera edición de Rebeldes primitivos en español ([1959] 1968b) y de Bandits (1969). La impronta de Hobsbawm fue también en otra dirección, sobre todo en los estudios del bandidaje en América Latina. Aparecieron tanto investigaciones que imitaron el análisis de Hobsbawm como trabajos críticos de ese modelo que concibieron a los bandidos no como redentores sino como hombres en busca de su propio beneficio, no la solidaridad de clase sino la adaptación al régimen de explotación, no la resistencia sino la defensa del honor, clanes y familias que forjaban algún tipo de asociación con las elites. Un latinoamericanista, desde la perspectiva del estudio del bandidaje de los cangaceiros, criticó la influencia del marxismo de Hobsbawm sobre su tópico de imputarles a los bandidos motivos prepo-líticos por atacar la propiedad y las vidas sin que tuvieran la conciencia de ser rebeldes sociales. Similares críticas fueron hechas a Hobsbawm y su teleológico, unilineal, punto de vista de la historia al asumir que cada etapa histórica sería reemplazada por otra formación más moderna hasta llegar a una figura marxista-leninista madura.

En 1987, por ejemplo, Richard Slatta compiló algunos trabajos, y él mismo escribió varios, y retomó la venerable tesis de Hobsbawm para demostrar las divergencias entre aquel modelo y los casos regionales. El veredicto de Slatta fue que los nexos entre la clase y la camaradería, que según tesis de Hobsbawm conectaban a los bandidos sociales con los campesinos, estaban ausentes en los contextos latinoamericanos. La disputa del modelo de Hobsbawm dio pie a un fructífero debate entre Slatta y algunos de los otros colaboradores de la mencionada compilación, que fueron criticados por despojar a los bandidos de su carácter social, lo que empobreció los estudios campesinos, de estructuras agrarias y de las relaciones sociales en el campo latinoamericano (Slatta, 1987).

Esta crítica y un análisis del libro de Slatta a la luz de la tesis de Hobsbawm fue el foco de atención de dos artículos de Gilbert Joseph, profesor de la Universidad de Yale, "On the Trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance" y su respuesta al debate que desató el primer artículo, "Resocializing Latin American Banditry" (Joseph, 1990: 7-53 y 1991: 161-174). La recriminación principal de Joseph, que sometió a Hobsbawm a un escrutinio con los materiales de archivos latinoamericanos, fue que basó su investigación en fuentes oficiales, informes administrativos, criminales y policiacos, recreó discursos de poder y de control social, y no las cuestiones sociales relativas a la composición de grupo y la motivación, que eran determinantes para ver si un grupo o un individuo fue un exponente de la protesta social o no. Lo que aquellos científicos sociales escribieron fue historia de las elites, historia de los bandidos como individuos incorporados o sometidos al mundo del poder y a sus intereses, en el afán de demoler la tesis de Hobsbawm de la conexión entre los bandidos y los campesinos que el historiador inglés, era cierto, no documentó empíricamente (Joseph, 1991).

Joseph hace una crítica a Hobsbawm desde la perspectiva de América Latina y un cuestionamiento sobre el papel del bandidaje en los episodios de la insurgencia rural. Los bandidos de Hobsbawm eran campesinos fuera de la ley que representaban formas primitivas inconscientes de protesta popular sin ideología, organización o programa. Sus actividades tenían por blanco a los dueños de la tierra y a los funcionarios del intruso régimen capitalista, y gozaban del apoyo de las comunidades campesinas que se beneficiaban de sus operaciones material y psicológicamente. El bandidaje de Hobsbawm era un fenómeno arcaico, prepolítico, de comunidades aisladas que se extinguían cuando las sociedades se integraban a la economía capitalista y al marco legal del Estado-nación, y cuando perdían su base social y su liderazgo eran reemplazados por el poderoso Estado. Joseph señaló que las fuentes literarias y etnográficas de Hobsbawm para construir esa imagen no fueron complementadas con la investigación en los archivos judiciales y de la policía, que es el otro instrumento en el arsenal de los historiadores sociales (Joseph, 1990: 8).

Hobsbawm aseveró que los bandidos tenían una relación con el campesinado sin haber documentado esa conexión, falta que dio lugar a que fuera soslayada y a que en su lugar, de una manera dicotómica, los bandidos fueran caracterizados como colaboradores de las elites. Joseph se pregunta: ¿cómo colocar al campesinado en el centro de los estudios del bandidaje sin dejar de lado a las elites? Encontró la respuesta en el análisis de la conducta social desde la perspectiva de la conciencia de los actores, sus aspiraciones y los criterios morales que nutrían la acción social. Siguiendo esta búsqueda de resistencia campesina, no como propone Hobsbawm, espontánea, sino difusa, sin programa, los campesinos tienen por blanco la destrucción o erosión de la autoridad de la clase dominante que los ponía en el campo político (Joseph, 1990: 19). En el proceso de esta reflexión, Joseph abrió un abanico conceptual e incorporó al debate de Hobsbawm las contribuciones de Ranajit Gupta, de la corriente de estudios subalternos de la india poscolonial, y de James Scott, de la de las formas cotidianas de resistencia que surgió de los estudios de Asia y África —novedosas entonces y moneda de curso hoy en día—, lo que le permitió trascender la controversia en torno a Hobsbawm sobre el fenómeno del bandidaje y llevarla a un terreno más fructífero, como las múltiples formas de resistencia campesina, recurriendo a los estudios sobre el bandidaje como contribución a una mejor comprensión de las comunidades rurales.

Joseph ponderó de una manera elegante el efecto que tuvo el seductivo pero teleológico y monocromático retrato del campesinado tradicional prepolítico de Hobsbawm, inspirado en la experiencia mediterránea, que ha pospuesto la investigación de una variedad de temas sociales en la historiografía del bandidaje en América Latina. Ésta apenas se iniciaba cuando Joseph escribió su artículo. Y una vez que se documentó el bandidaje en diferentes regiones, se amplió el abanico de la composición social de los grupos de bandidos, disputando la noción de Hobsbawm de que éstos pertenecían a las filas de los desempleados, que eran jóvenes y sin compromisos. La investigación en los pueblos y en las haciendas de América Latina ha revelado una activa participación de pequeños agricultores con familias en las diferentes operaciones del bandidaje y se ha extendido a las relaciones de parentesco, de género y de redes dentro y fuera de las comunidades. En suma, siguiendo a Hobsbawm en los estudios de los bandidos y de la sociedad rural en América Latina y abriendo el campo a las nuevas corrientes conceptuales, la agenda del estudio del Hobsbawm de Rebeldes primitivos y de Bandits fue ampliada, enriquecida y puesta en una perspectiva comparativa para el bien de la investigación latinoamericana en los años subsecuentes.

 

EL INDISPENSABLE HOBSBAWM

Hobsbawm fue y sigue siendo una inagotable fuente de inspiración para los historiadores. Sus estudios sobre el siglo XIX, escritos de una manera elegante, sin ser cargados de erudición y verborrea, meticulosamente investigados, de claro pensamiento y exposición, son un ejemplo a seguir. La metodología marxista que subyace a sus libros se acompaña de un conocimiento de un hombre renacentista, a lo que hay que agregar su aguda capacidad de observación y de almacenamiento de información. Hobsbawm es también un sujeto de historia. Sus experiencias de Viena en los años veinte, de la República de Weimar en Berlín en los años treinta y del ascenso de Hitler al poder en 1933 lo hicieron testigo de la historia y explican su conversión al marxismo y al comunismo. Sus convicciones políticas le impidieron ser reclutado, como quería, por la inteligencia británica durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que su independencia de pensador marxista imposibilitó que sus libros fueran publicados en la Unión Soviética (Kettle y Wedderburn, 2012). Es esta conjunción del intelecto y el compromiso con la historia y el tiempo del historiador la que constituye el legado de Hobsbawm para el siglo XXI.

 

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NOTA

1 La mayoría de los ensayos había sido publicada de una forma u otra entre 1956 y 2009, y actualizada o reescrita para este libro.

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