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Espiral (Guadalajara)

versión impresa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.16 no.47 Guadalajara ene./abr. 2010

 

Sociedad

 

La diversidad y el contexto cambiante del voluntariado en México

 

Diversity and the changing context volunteering in Mexico

 

María Guadalupe Serna*

 

* Profesora-investigadora del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. gserna@mora.edu.mx.

 

Fecha de recepción: 12 de enero de 2009.
Fecha de aceptación: 26 de mayo de 2009.

 

Introducción

Este artículo pone énfasis en una temática poco analizada en México, las distintas formas por las que ha transitado el voluntariado organizado y la diversidad de acciones llevadas a cabo por estos grupos mayoritariamente femeninos. El texto analiza los distintos contextos en que se han generado las acciones del voluntariado y cómo han impreso en el imaginario popular una imagen de caridad femenina a la que el Estado contribuyó durante el siglo XX, marginando otras actividades y acciones organizadas. Propongo que esta diversidad y especificidad del voluntariado mexicano se inscribe en formas culturales específicas y que éstas son particularmente contrastantes con la visión y actuar que la sociedad anglosajona tiene de dichos grupos. A la luz del concepto de voluntariado, se analizan las distintas expresiones que éste ha tenido desde el siglo XIX hasta el presente.

Palabras clave: voluntariado, organizaciones sociales, roles femeninos, compromiso, caridad.

 

Abstract

This article lays emphasis on an issue that has been analyzed very little in Mexico, the different forms that organized volunteering has adopted and the diversity of actions carried out by these groups which are largely made up of women. In an attempt to explain what has happened in connection with this issue, this paper analyzes the different contexts in which the actions of volunteering have been generated and how they have printed on the popular belief an image of feminine charity to which the State contributed in the 20th Century, marginalizing other organized activities and actions. I propose that this diversity and specificity of the Mexican volunteering movement is embedded in specific cultural forms and they are particularly contrasting with the vision and acting that the Anglo-Saxon society has of these groups. On the light of the concept of volunteering, the different forms of expression that it has had since the 19th Century up to the present are analyzed.

Key words: Volunteering, social organizations, feminine roles, compromise, charity.

 

Introducción

Históricamente, en México el voluntariado organizado ha estado vinculado a valores y creencias religiosas de ayuda a los necesitados; al mismo tiempo que se ha caracterizado por tener un rostro femenino. Derivado de esto, en el imaginario social actual aún prevalece la idea de las "Damas Voluntarias" como mujeres de los sectores acomodados quienes, alrededor de organizaciones filantrópicas, se dedican a la caridad y al asistencialismo para los pobres. Así, al referirse a estas "Damas Voluntarias" el referente inmediato es la sección de sociales en un periódico o revista de moda en donde las notas aluden, por lo general, a elegantes desayunos en exclusivos clubes en donde las prominentes integrantes de la sociedad mexicana se reúnen para conversar sobre cómo ayudar a los desamparados. Tarea que llevan a cabo gracias a que no requieren participar en la actividad económica pues cuentan con un proveedor masculino que les proporciona recursos suficientes para vivir con holgura.

Durante mucho tiempo, estas imágenes y descripciones han sostenido la idea de que las causas caritativas son una actividad femenina excelente y socialmente aceptable para cubrir los espacios de ocio de estos sectores, al mismo tiempo que les brinda a sus partícipes la oportunidad de limpiar sus conciencias cristianas y las de sus cónyuges. De ahí que sus actividades se circunscriban a ámbitos tradicionalmente femeninos como cuidar a enfermos o huérfanos, o bien a reunir fondos para ayudar a habitantes de algún pueblo marginado en donde poseen alguna propiedad.

Es evidente que ésta es una imagen estereotipada y distorsionada de la realidad. Sin embargo cabe preguntarse: ¿Por qué esta imagen está tan extendida entre la población mexicana? ¿Por qué es un referente tan fuerte que incluso ha dejado fuera otras formas de participación social femenina mas recientes? ¿Qué eventos han tenido lugar en nuestro pasado que ha logrado invisibilizar a otros actores comprometidos con acciones sociales que no son ni caritativas, ni asistencialistas y que por ende están alejadas del peso religioso que arrastramos? Sobre todo por el hecho de que es evidente que en México se ha contado y se cuenta con una multiplicidad de formas de participación. De entre ellas destacan las llevadas a cabo en las comunidades y pueblos indígenas a través de formas de reciprocidad como el tequio o las mayordomías, para las festividades. Así como otras que cumplen una importante función social y de servicio a la población como la Cruz Roja, sostenida por el trabajo voluntario de profesionales y por las donaciones de la población en general. O bien los muy famosos grupos de Topos que cumplieron un papel clave durante el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, o los grupos de los Scouts o las asociaciones de Alcohólicos y Neuróticos Anónimos. U otras con enfoques diferentes, como las organizaciones de ambientalistas o las que atienden a los enfermos de sida, o bien las que se preocupan por la salud integral de la población, por su educación, o los grupos de mujeres profesionales que ayudan a otras mujeres, e incluso otros dedicados al desarrollo productivo, a conseguir una vivienda y servicios urbanos, por mencionar algunas. Desde mi perspectiva, la respuesta a estas interrogantes se encuentra en eventos del pasado y acciones del presente que aún deben ser explicadas mediante estudios sistemáticos para contar con mayor información al respecto.

El objetivo de este texto es analizar la diversidad y cambios que ha tenido y tiene la actividad voluntaria en México, así como apuntar algunas tendencias que se muestran en el presente. Propongo que esta diversidad y especificidad del voluntariado mexicano responde a formas culturales específicas que nos caracterizan como sociedad en donde el peso de la tradición religiosa ha tomado un papel preponderante, al igual que este sesgo clasista y de género que lo ha caracterizado por largo tiempo. Para explicar este proceso, divido el texto en cuatro secciones. En la primera discuto aspectos conceptuales que sirven de guía para el análisis del voluntariado, analizo algunas definiciones y las distintas posibilidades que ofrecen para comprender este tipo de procesos en México. Señalo también la carencia que se sufre en nuestro país de información empírica sistemática y la urgencia de realizar estudios sobre estos temas. En la segunda sección llevo a cabo un recorrido histórico para exponer las distintas formas que ha asumido el voluntariado en un país diverso en términos de su composición étnica y cultural. Dada la escasa información, analizo brevemente de la etapa colonial hasta fines del siglo XIX, fase en la que ya se destaca el cuño clasista de un voluntariado caritativo y de raíz cristiana que dejó una huella profunda en la forma en que concebirá al voluntariado en buena parte del siglo XX. En la tercera sección discuto los esfuerzos del Estado por fomentar la práctica de acciones voluntarias y el papel que desempeñó en el fomento de actitudes paternalistas y de un acendrado asistencialismo para con el enorme contingente de población vulnerable. En la cuarta sección analizo el último tercio del siglo XX en donde se observa la profesionalización y proliferación de una diversidad de organizaciones con preocupaciones solidarias hacia los grupos marginados y vulnerables. Así como el fomento de un aparato de caridad por parte de la Iglesia Católica y un alejamiento del aparato estatal con respecto a la problemática social para hacer descansar sus obligaciones en un precario y diverso sector asociativo. Para ello analizo algunos de los hallazgos derivados de una reciente investigación sobre el tema.

 

Discusión conceptual

El principal problema del estudio del voluntariado en México es su reciente incorporación a la agenda de investigación, por lo que se carece de información empírica y sistemática para avanzar en su discusión. Lo anterior contrasta con lo que sucede en Sudamérica, en donde esta temática cuenta ya con estudios sistemáticos que han sometido el concepto de voluntariado a un intenso debate y crítica. Thompson y Toro (2000) consideran que el abordaje de esta temática es difícil, al tratarse de un conjunto heterogéneo de situaciones que implica tener presente que el concepto de voluntariado no puede ser unívoco. Esto en razón de que se expresa durante las catástrofes naturales en donde la población se organiza para brindar ayuda, pero también entre los integrantes de una diversidad de organizaciones que donan tiempo y/o dinero para atender a la población con precariedades económicas, o bien para la defensa del medio ambiente, o en formas menos convencionales como los derechos reproductivos.

El concepto voluntario/voluntariado ha sido definido de diversas maneras. Autores como Seider y Kirshbaum (1977), Orr (1982), Hodgkinson (2001) y Butcher (2003 y 2006) consideran al voluntario como la persona que de manera libre presta sus servicios a terceros sin recibir por ello una compensación económica, aunque es aceptable recibir algún tipo de retribución mínima al realizar la actividad. En este caso la definición se ha orientado en términos operativos, intentando definir las actividades que realizan los sujetos particulares. En otros casos se ha enfocado específicamente al voluntariado, intentando una conceptualización analítica; es el caso de García Roca para quién (2001) "el voluntariado es una institución que se materializa en prácticas individuales de donación canalizadas, en general, a través de organizaciones solidarias y movimientos sociales" (2001: 17).

O bien, como en el caso de Wilson (2000: 216), que se refiere al voluntariado como una actividad en la que las personas proporcionan tiempo libre para el beneficio de otras personas, grupos o causas. El comportamiento de este voluntariado se enfoca sobre todo a ayudar a otros mediante el establecimiento de un compromiso por asistir al otro, es decir que no es espontáneo, y que además se abre hacia un ámbito que va mas allá del que se circunscribe a la atención de familiares y amigos. Esta última definición incorpora tanto la pertenencia a un grupo organizado, como el hecho de que éste sea apoyo sistemático en el sentido de establecer un compromiso del sujeto, el destinar tiempo y que éste trascienda los límites del grupo con el que se interactúa cotidianamente. Deja de lado, por tanto, a los sujetos individuales que eventualmente realicen actividades para otros y sus familias, así como la donación en dinero, que podría ubicarse más como filantropía.

Por su generalidad, esta propuesta resulta sugerente para analizar al voluntariado ya que deja abierta la puerta a una diversidad de formas de participación en las que se puede incluir la particularidad que presenta éste en un contexto específico como el de México. Esto en parte como un esfuerzo por atender a la proposición de Thompson y Toro (2000) de que hay una fuerte e importante trayectoria del voluntariado social en Latinoamérica, el cual ha pasado por diversas etapas que incluso pueden ser ambiguas y contradictorias.

 

El camino hacia la feminización del voluntariado: su inicio y consolidación

La información que se tiene sobre las acciones caritativas para la época colonial es escasa y más bien de orden general. Se apunta que desde la época colonial la Iglesia católica, mediante sus distintas órdenes religiosas, fue un actor clave para la difusión de la caridad. Son reconocidas las acciones de generosidad emprendidas por agustinos, franciscanos y dominicos. Destaca en el conjunto la figura de Don Vasco de Quiroga y su impulso a la fundación de hospitales donde se atendía a los enfermos, su preocupación por la ayuda a los indígenas en donde se trabajaba en conjunto para capacitarlos en las artes y oficios, además de catequizarlos. U otros como Fray Pedro de Gante o Fray Juan de Zumárraga quienes también fundaron hospitales-albergues para trabajadores, artesanos y obreros de las ciudades que eran atendidas por las cofradías gremiales (Muriel, 1990). Todo ello con el apoyo de monjas y enfermeras encargadas de cuidar enfermos y atender a la población necesitada. En este periodo la Iglesia y la Corona se dieron a la tarea de crear una infraestructura de ayuda al necesitado, a la que se incorporaron también miembros prominentes de la aristocracia colonial, mediante el establecimiento de albergues, colegios y hospitales (PNPV, 1994). Fue así que la Iglesia católica coordinó las acciones que estuvieron enfocadas prioritariamente hacia los pueblos indígenas y las comunidades en expansión, es decir, al sector que concentraba enormes contingentes de menesterosos.

Sin embargo, a fines del siglo XVIII, se fortaleció la idea del Estado como gestor de la economía y la salud; esto es, una postura secular que implicó, entre otras cosas, evitar la injerencia de la Iglesia en los asuntos relacionados con la ayuda a los menesterosos. Lo anterior dio como resultado que al inicio del siglo XIX se dictara la Real Cédula sobre enajenación de bienes raíces y cobro de capitales de capellanías y obras pías para la consolidación de vales reales, lo que trajo como consecuencia el poner en circulación los bienes que se consideraban estaban en manos muertas. Derivado de esta acción, los hospitales, albergues, orfanatos, las casas de misericordia y las de cuna pasaron a manos de los ayuntamientos, con excepción de aquéllos fundados por particulares, lo que provocó que los donantes y filántropos restringieran sus aportaciones para el mantenimiento de esas instituciones (Muriel, 1990). A esto le sucedió un periodo de gran inestabilidad en todos los ámbitos —entre 1821 y 1857— con convulsiones sociales y políticas y constreñimiento de la economía. Las formas de ayuda caritativa continuaron, aunque en medio de una gran desorganización.

Respecto al siglo XIX, prácticamente no se cuenta con estudios sobre la diversidad de organizaciones que existieron y las acciones que llevaron a cabo los grupos de voluntarias/os. Aunque sí contamos con un análisis elaborado por Arrom (2002, 2003, 2007) centrado en la segunda parte del XIX que proporciona información relevante sobre dos organizaciones establecidas en ese periodo: la Sociedad de San Vicente de Paul (1845), integrada por hombres, y la Asociación de Damas de la Caridad de San Vicente de Paul (1863), integrada por mujeres. Ambas organizaciones fueron los primeros brazos de la organización francesa Dames de la Charité que se fundaron en América Latina para asistir a los pobres y fueron promovidas por miembros prominentes de la élite mexicana (Arrom, 2002: 4). Aun cuando ambas organizaciones eran homólogas, la femenina estaba bajo la supervisión directa de los padres vicentinos y la masculina se mantuvo independiente de la Iglesia. En sus inicios la asociación femenina contó con el apoyo económico del gobierno del segundo imperio, pero al ascender los liberales al poder se suprimió toda ayuda (Arrom, 2007: 451). La asociación se fundó en la Ciudad de México, que fue también la sede del Consejo Superior, y sus primeras integrantes fueron 23 mujeres. Para desarrollar sus actividades se organizaron en Conferencias y establecieron dos tipos de membresía: socias activas, que participaban como voluntarias, y socias honorarias, que contribuían con dinero para las obras que desarrollaban. Su número se incrementó rápidamente y tres años después de su fundación, en 1866, contaban con 87 Conferencias en seis distintas ciudades y un total de 2,251 socias activas y 5,250 honorarias (Arrom, 2007: 452-453). Integraron la asociación señoritas, señoras casadas y viudas provenientes de las familias acomodadas así como mujeres de los sectores medios y bajos.

Para 1892, durante la presidencia de Porfirio Díaz su esposa, Carmen Romero Rubio, fungió como Presidenta Honoraria del Consejo Superior de una asociación femenina que se había extendido ya a 21 estados del país y que contaba en ese año con 16,084 socias de las cuales 6,123 eran activas. En los años siguientes, la Asociación de Damas de la Caridad mantuvo un constante crecimiento y para 1911, en plena Revolución, su número de socias ascendió a 44,063 de las cuales 21,184 eran activas, es decir voluntarias (Arrom, 2007: 455). Este es el primer registro que se tiene acerca del papel desempeñado por estas damas promotoras de la caridad que continuaron muy activas hasta las primeras décadas del siglo XX. Es muy probable que esta forma asociativa,1 integrada fundamentalmente por laicas, haya sido la más importante durante el siglo XIX en México. No obstante, como apunta Arrom (2007), para los investigadores y estudiosos esta actividad llevada a cabo por enormes contingentes de mujeres ha permanecido invisible hasta ahora. Desde mi punto de vista, se debe a que los analistas de dichas temáticas no consideran que este tipo de organización de voluntarias haya sido parte del proceso de formación de ciudadanía, para el caso de México.

La sociedad masculina siguió una ruta diferente y en 1875 contaba con 3,000 miembros, pero a partir de ese periodo sufrió un decremento paulatino hasta llegar a tener solamente 908 socios en 1908 (Arrom, 2003: 7), lo que contrasta fuertemente con el desarrollo de la organización femenina. Esto se debió a que, a mediados de 1870, los hombres dejaron de lado la práctica de acciones caritativas de atención a prisioneros y a los menesterosos ante el riesgo que representaba para sus trayectorias el que se les relacionara con organizaciones católicas. A partir de entonces se concentraron solamente en su papel de filántropos mediante la procuración de fondos, al tiempo que estrecharon sus vínculos con el Estado como actores económicos. Por su parte, las mujeres siguieron en la promoción de la ayuda al necesitado, lo que a final de cuentas derivó en un proceso de feminización de la caridad similar al que tuvo lugar en algunos países de Europa y América Latina (Arrom, 2007: 471, 482).

La Asociación de Damas de la Caridad de San Vicente de Paul era una forma asociativa bien organizada con una compleja estructura central, que incluía un cuerpo directivo, para realizar sus obras de ayuda a terceros y organizar el trabajo que realizaban sus filiales en las distintas ciudades, en donde se reproducían los cuerpos de dirección. Había un proceso de planeación de sus actividades, así como reuniones semanales de discusión, lo que generaba una relación e interacción intensa entre todas las participantes. Elaboraban informes y panfletos sobre sus actividades, contaban con un sistema de elección mediante el voto de sus miembros para su consejo cuyas carteras, por lo general, quedaban en manos de las mujeres de los sectores medios y altos (Arrom, 2002, 2003 y 2007). La razón de que quedaran en manos de estos sectores era que ellas eran quienes podían leer y escribir, y además contaban con tiempo para dedicarse a las labores del voluntariado, al contar con servicio doméstico.

Las actividades realizadas por las voluntarias vicentinas incluyeron: la planeación de sus actividades, la visita a las familias atendidas para conocer su situación y dar seguimiento, la venta en bazares, la recolección de ropa, calzado y víveres entre los comerciantes, la visita a pacientes de hospitales, a las presas, así como la preparación de alimentos. Con el paso del tiempo construyeron espacios propios como albergues, orfanatos, asilos para ancianos, escuelas para la población infantil de bajos recursos, escuelas nocturnas para adultos, pequeños hospitales, cajas de ahorro, talleres, boticas, así como escuelas dominicales de catecismo (Arrom: 2007: 467-469). De acuerdo con la información disponible, aparentemente la asociación femenina construyó un sistema de educación y beneficencia parecido al gubernamental, aunque independiente de éste. Sin dejar de lado que la religiosidad y el fomento al catolicismo fueron una constante en todas sus acciones, la Damas Vicentinas fueron las pioneras de la ayuda organizada en México.2

Si atendemos a lo expuesto, es evidente que las actividades voluntarias de finales del XIX a pesar de su rasgo caritativo-cristiano fueron la opción que permitió a las mujeres, especialmente de los sectores acomodados, el ingreso a espacios públicos socialmente aceptables. En un entorno en el que la mujer de los sectores acomodados tenía posibilidades limitadas de participar en la actividad económica, la única opción para lograr un espacio de interacción diferente, fuera de los límites de lo privado —que no fuera el enclaustrarse en un convento— fue su participación en este tipo de organizaciones en donde, además, contaba con la anuencia de sus cónyuges y/o padres y hermanos.

Irónicamente, este mismo espacio de apertura le hizo posible a este sector femenino alejarse de su encasillado rol de madre-esposas y las condujo hacia una forma peculiar de profesionalización: como administradoras, planificadoras y coordinadoras de actividades caritativas, integrándose así como un voluntariado organizado. Al tiempo que les abrió la posibilidad de estructurar redes sociales de apoyo propias, lo que en el caso del sector masculino no era necesario ya que tenían un amplio abanico de opciones de donde echar mano. En términos de participación femenina organizada, este tipo de formas asociativas abrieron la posibilidad de que, en el siglo XX, las mujeres de los sectores acomodados consolidaran su proceso de profesionalización en el ámbito de la caridad, lo que se evidencia en la proliferación de entidades dedicadas a los más diversos ámbitos de ayuda que dependían de un voluntariado organizado para desarrollar su actividad.

Por otra parte, en un país diverso en términos de su composición étnica y cultural aunada a una profunda diferenciación social y económica, las actividades de este tipo de organizaciones femeninas proporcionan elementos importantes sobre la formación y características del voluntariado mexicano. Si bien de un voluntariado caritativo y de raíz cristiana con un fuerte cuño clasista que, en mi opinión, dejó una huella profunda en la forma en que el imaginario social concebirá a éste a partir de entonces. De igual manera, estas actividades contribuyeron también a propiciar una imagen feminizada de la caridad que se mantuvo una buena del siglo XX. Puesto que no será hasta los años setenta, a partir de la proliferación de otro tipo de organizaciones con una perspectiva social diferente, que esta forma de caridad cristiana femenina empiece a matizarse.

 

La intervención del Estado en las acciones asistenciales

En 1899 se expidió la Ley de Beneficencia Privada que implicó para el gobierno de Porfirio Díaz el reconocimiento de las acciones prestadas por la iniciativa privada a los sectores empobrecidos de la población. Como resultado de esto, en la Ciudad de México y en otras ciudades surgieron fundaciones privadas como: "la Concepción Béstegui, la Mier y Pesado, la Rafael Dondé, la Sociedad Filantrópica Mexicana y el Asilo de Mendigos, entre otras" (PNPV, 1994: 45). También el Asilo Protector de la Primera Infancia, el Asilo Colón para Huérfanos, La Gota de Leche, la Asociación de Madres Mexicanas y la Cruz Roja Mexicana. Así como hospitales privados promovidos por residentes extranjeros como la Beneficencia Española en México, fundada por Francisco Preto Neto y algunos españoles más, para acoger a los ancianos e indigentes caídos en la lucha de la inmigración y que operaba en las ciudades de México, Tampico y Puebla.

Por su parte, Carmen Romero Rubio construyó la Casa Amiga de la Obrera en donde se proporcionaba asistencia y alimentación a los hijos de mujeres trabajadoras y con la anuencia de Díaz promovió y logró el regreso de algunas congregaciones de religiosas que habían sido expulsadas del país a mediados del XIX por el presidente Lerdo de Tejada (PNPV, 1994: 41 y 49). Acciones caritativas similares fueron promovidas y llevadas a cabo por Sara Pérez de Madero y María Tapia de Obregón en los momentos más difíciles de las revueltas entre la Revolución y la guerra cristera. Mientras la Revolución era atendida por sus esposos, a las primeras damas se les podía ubicar entregando ropa y alimentos a los niños desamparados, inaugurando alguna escuela-hogar, o algún asilo (PNPV, 1994). Lo que hace evidente también, para el tema de la ayuda caritativa, que las élites femeninas mantenían su preocupación por ayudar a los sectores empobrecidos, en los momentos de inestabilidad, cumpliendo con los roles tradicionalmente asignados: la de ser damas de la caridad. En tanto que la disputa por el poder era responsabilidad de la élite masculina.

Durante la presidencia de Portes Gil se creó la Asociación Nacional de Protección a la Infancia, coordinada por Carmen García de Portes Gil, para lo que se formó un comité Pro-Infancia integrado por distinguidas damas de sociedad que se dedicaron a procurar la atención de niños huérfanos y abandonados, así como a la entrega de desayunos escolares. Al parecer, a partir de ese momento la niñez será prioridad de las primeras damas del país.

En el periodo cardenista se registraron algunos cambios, entre los que destacan el dejar de considerar a la beneficencia pública como caridad y pasar a ser un deber del Estado y para lo cual se creó la Secretaría de la Asistencia Pública.3 Este cambio permitió el desarrollo de programas e instituciones para apoyar a los sectores desprotegidos de la población mediante proyectos educativos como las Casas de Estudiantes para el aprendizaje de oficios que resultaron fundamentales, así como misiones médicas, culturales y deportivas, al mismo tiempo que se sentaron las bases legales para reglamentar la participación de la iniciativa privada en acciones de ayuda (PNPV, 1994:70). En 1939, bajo la presidencia de Ávila Camacho se fundó en la Ciudad de México la Junior League, brazo de la asociación del mismo nombre, integrada por mujeres norteamericanas. Su objetivo fue promover el voluntariado y desarrollar capacidades entre las mujeres y con ello mejorar sus comunidades.4

En la década de los cuarenta, al mismo tiempo que se crearon las instituciones de investigación del sector salud, se fomentó la participación del voluntariado, tanto en los hospitales públicos como privados, en grupos conocidos como Cuerpos de Voluntarias. Estos grupos femeninos donaban tiempo para leer a los pacientes, darles apoyo moral y/o psicológico, hacer gestiones para la obtención de donativos en especie o dinero y ofrecerles actividades recreativas. Los grupos más antiguos conocidos son: las Voluntarias del Hospital Infantil de México y del Hospital General, cuyo ejemplo se multiplicó hacia otros hospitales, por ejemplo la Asociación de Servicio Social Voluntario del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) o el grupo de Promotoras Sociales Voluntarias del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). También los hospitales privados contaron con este tipo de auxilio, es el caso de las Damas Voluntarias del ABC (Pink Ladies). Sin embargo, no se cuenta con información sobre la forma en que se reclutaban integrantes para estos grupos o quiénes eran. Lo que se sabe es que, con el paso de los años, esta actividad femenina continuó a partir de la creación de organizaciones formalmente creadas para ello (Serna, 2008). En tanto que en el sector público esto no sucedió y continuaron su actividad apoyándose en otras instituciones para reorientar al voluntariado.

A partir de 1950 otros actores ingresaron también a las labores de ayuda. Tal fue el caso del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se dio a la tarea de establecer las Casas del Pueblo —frecuentadas sobre todo por mujeres— cuyo foco de atención eran la satisfacción de las necesidades materiales y culturales de la población de escasos recursos. Ahí se ofrecían servicios de lavaderos y áreas de planchado, se contaba con máquinas de coser, se vendía comida a precios accesibles e incluso construyeron albergues para indigentes, centros de alfabetización, se impartían cursos de belleza, corte y confección, así como primeros auxilios (PNPV, 1994: 77). Aparentemente, en estas casas se llevó a cabo una intensa labor de mujeres que de manera voluntaria participaban ayudando a otras mujeres e indigentes. No obstante, no hay información para determinar cómo operaban, quiénes eran las mujeres que las atendían, si se hacía regularmente, si era una actividad voluntaria y a qué se comprometían los beneficiarios de estas casas al recibir la ayuda.

Entre 1960 y 1995 continuaron las acciones del Estado para consolidar los servicios asistenciales coordinados por las Primeras Damas en turno. Sin embargo, será María Esther Zuno de Echeverría, en 1974, quien se de a la tarea de promover entre las esposas de los funcionarios su participación activa en la promoción social para ayudar, ya no a los niños, sino a las familias de escasos recursos, para lo que se integró el Departamento de Grupos Voluntarios dentro del Instituto Mexicano de Protección a la Infancia (IMPI). Posteriormente, en 1977, se creó el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) integrado por el IMAN y el IMPI, uno de cuyos objetivos era "fomentar y capacitar promotores sociales voluntarios" (PNPV, 1994). Sin embargo, esta disposición queda derogada al fundarse por decreto, en ese mismo año, el organismo público descentralizado Patronato Nacional de Promotores Voluntarios (PNPV) y las Unidades de Promoción Voluntaria en cada dependencia gubernamental. El objetivo de su creación fue promover la participación de la sociedad y que ésta colaborara en la prestación de servicios asistenciales que contribuyeran a la protección y superación de los grupos vulnerables.

El PNPV fue promovido por la Primera Dama en turno, quien congregaba a voluntarias —esposas de funcionarios— para que participaran en actividades como el mejoramiento del nivel de vida de las comunidades marginadas, de orientación nutricional, la organización del gasto familiar, la protección del medio ambiente y educación para adultos. Será Carmen Romano de López Portillo quien se diera a la tarea de trazar los lineamientos de este organismo. De acuerdo con sus registros, el PNPV logró contar con 150,000 voluntarios;5 si esto es así, estamos entonces frente a la más importante organización de voluntarios del siglo XX, promovidos ahora desde el Estado. En 1995 durante la presidencia de Ernesto Zedillo, su esposa se negó a participar en el PNPV y consideró que quienes quisieran ser voluntarias tenían la opción de participar en cualquier otro lado, lo que implicó la disolución de este organismo (Butcher, 2002). En su lugar se creó una Unidad de Participación Ciudadana en Asistencia Social en donde continuaron los programas que ya se llevaban a cabo (PNPV, 1994).

Es factible suponer que, al igual que sucedió con las Damas de la Caridad Vicentinas, en donde un número importante de mujeres provenía de los sectores acomodados, en el siglo XX este papel fuera asumido por las Primeras Damas y esposas de los funcionarios públicos. Es necesario ahondar en estas cuestiones ya que por ahora no contamos con información sobre la trayectoria y actuar de las integrantes del PNPV, más allá de los documentos emitidos por la propia institución. Se debe realizar un análisis detallado del papel que tuvieron estos grupos de mujeres conocidas como el Voluntariado Nacional y que parecen haber fortalecido la idea de un voluntariado femenino caritativo. Estos aspectos son relevantes para coadyuvar al conocimiento y comprensión del voluntariado en México y discutir en qué medida estos eventos han incidido en una distorsión respecto de lo que son los/las voluntarias.

 

La insurgencia de nuevas formas asociativas

Para fines de los años sesenta se registraron cambios importantes en el avance de las organizaciones de izquierda así como de otras de tipo secular (Verduzco, 2003: 83). Luego de la Conferencia de Medellín, la Iglesia presentó posiciones heterogéneas, una de las cuales se preocupó fundamentalmente por la cuestión social. Esta posición de avanzada dentro de la Iglesia, y más cercana a la Teología de la Liberación, contó con adeptos interesados en alejarse de las formas tradicionalmente paternalistas de ayuda a los otros, por lo que sus esfuerzos se enfocaron a la promoción y el desarrollo social (Verduzco, 2003: 83). Quienes estuvieron a favor de esta postura promovieron la creación de organizaciones que se orientaran al fortalecimiento de las zonas más empobrecidas del país. Asociado a este hecho, presenciamos también el surgimiento de importantes líderes sociales del sector masculino, cuyas preocupaciones estaban enraizadas en un catolicismo de avanzada, y que fue de donde surgieron las Comunidades Cristianas de Base en las zonas populares urbanas y en las zonas rurales de México. Estos líderes, con preocupaciones sociales y con una evidente postura de izquierda —que combinaban además una elevada escolaridad y una educación postuniversitaria europea— participaron activamente en la creación de organizaciones para el desarrollo comunitario (Serna, 2008: 181-182). En este caso se trató de una nueva y singular forma de voluntariado en México en donde fue el sector masculino el que se involucró directamente para contribuir al desarrollo social, no a la caridad. Sin embargo, muchas de estas organizaciones con preocupaciones solidarias y formas de ayuda con perspectiva social no se consolidaron, ya que la mayor parte de sus recursos se destinaban a las comunidades que atendían (Verduzco, 2003: 84).

El crecimiento y diversificación de las organizaciones en diferentes ámbitos de acción se dio en la década de los ochenta, en un contexto de crisis económica aguda en donde las medidas gubernamentales afectaron aún más el proceso de diferenciación socioeconómica en el país. Aunado a esto, en 1985 los sismos que se dejaron sentir en la Ciudad de México y en Guadalajara propiciaron aún más el despertar de la conciencia social y la solidaridad que se expresó de muy diversas formas. Entre éstas destaca el grupo de Los Topos, en la Ciudad de México, una organización que formada por voluntarios, que participó activamente en el rescate de las víctimas del terremoto y que logró un amplio reconocimiento entre la población, que ha perdurado por varias décadas. Para Verduzco (2003) en ese periodo los diversos grupos de la sociedad se dieron cuenta de que era factible organizarse de manera rápida y expedita; se tomó conciencia de que la población organizada tenía la capacidad de demandar de manera crítica una solución a los problemas que la aquejaban y se reconoció que los distintos grupos debían actuar de manera conjunta con el gobierno para iniciar la reconstrucción (Verduzco, 2003: 86-87). A partir de estos eventos se inició una cierta colaboración entre sociedad organizada y gobierno que se va a mantener en algunos ámbitos, como el combate a la pobreza o bien en la solución a conflictos regionales (Verduzco, 2003; y Valdés, 1992). El otro actor que estuvo presente durante los sismos, para atender a los damnificados, fue la Iglesia católica, ahora en la figura de la Arquidiócesis de México que con su experiencia organizativa y una sólida estructura de redes de apoyo muy rápidamente contó con fondos de ayuda que provenían de varias fuentes y países y que fueron canalizados a través del Fondo de Ayuda Católica, creado para eso (Lozano y Mesa, 1994, cit. en Verduzco, 2003: 87).

En ese periodo la preocupación por asociarse se orientó tanto a las actividades de tipo preventivo como a las de carácter asistencialista. Así surgieron organizaciones de voluntarias orientadas a la educación de los sectores más empobrecidos de la población. En el área de la salud, que había sido tradicionalmente femenina, se atendió a nuevos temas como el cuidado a pacientes con cáncer, discapacitados, o bien a grupos de jóvenes drogadictos. A fines de los años ochenta surgió la necesidad de atender a otras temáticas sociales, como los derechos humanos y la ecología, aunque todavía sin un perfil profesional claramente definido (Verduzco, 2003).

Entre finales de los años ochenta e inicios de los noventa los antiguos líderes —masculinos— de la década de los setenta, que habían participado en las Comunidades Eclesiales de Base, vieron cristalizadas sus preocupaciones de atender a amplios sectores empobrecidos mediante la creación, de nueva cuenta, de entidades organizadas. Una de estas organizaciones integrada sobre todo por campesinos empobrecidos con un componente masculino mayoritario,6 después de varios años de fundada, logró establecerse como un bastión de lucha importante para llevar a cabo las demandas de sus asociados, quienes han participado activamente (Serna, 2008: 188). Al mismo tiempo, los artífices de este tipo de organizaciones se han preocupado por el fortalecimiento de los lazos solidarios entre sus integrantes ya que cuentan con experiencia como gestores y líderes, conocen la importancia del actuar organizado, lo que les ha permitido desarrollar programas comunitarios y mejoras entre sus asociados (información de campo para el proyecto México Solidario). Otros de estos líderes optaron por trabajar en los sectores populares en la periferia de las ciudades, ocupándose de demandas como espacios para vivir y construcción de viviendas dignas. En donde, a la par que se ha luchado por lograr los objetivos de la organización, también se les han enseñado a sus integrantes las ventajas de un actuar organizado, haciéndose énfasis en la necesidad de mantener lazos de solidaridad e involucramiento en trabajos y actividades que son benéficas para la comunidad donde viven (información de campo del proyecto México Solidario).

En estas formas asociativas el trabajo voluntario en su comunidad ha tenido características específicas, ya que las actividades que se realizan están enfocadas a la promoción y gestoría de programas, lo que capacita a sus integrantes en nuevos ámbitos. Por consecuencia, quienes participan en estas actividades como coordinadores reciben apoyo, durante periodos específicos, para el sostenimiento de sus familias. En este contexto de participación de los sectores empobrecidos y en un contexto nacional de crisis económicas recurrentes es poco realista pensar en llevar a cabo actividades de tipo voluntario, en forma gratuita. La participación en el voluntariado organizado de manera gratuita, vía la donación de tiempo y habilidades, parece entonces ser privativa de los sectores medios y acomodados de la población en contextos urbanos. Aunque éste es un supuesto que requiere aún ser explorado.

También en la década de los noventa se inició la creación del voluntariado de la banca y el sector empresarial, que se promovió desde fundaciones creadas para este propósito. Este voluntariado, integrado fundamentalmente por las esposas de los funcionarios, se enfocó a ayudar a mujeres de los sectores populares y fueron ellas quienes se dieron a la tarea de impartir cursos de cocina, corte y confección, belleza y en ocasiones de nutrición, es decir actividades orientadas al desempeño de un rol tradicional de madre/ esposa. En este caso sus actividades eran financiadas por la propia entidad bancaria y se desarrollaban en alguna colonia popular, bajo el criterio de que requerían de ayuda.

Un elemento que llama la atención es que no parecen haber establecido relaciones previas con los integrantes de las colonias y tampoco parecen haber estado interesadas en conocer a sus usuarias, lo que en varios casos implicó el fracaso de sus actividades ante la falta de "interés" y las llevaba a trasladarse a otras colonias y empezar de nueva cuenta (información de campo del proyecto México Solidario). A pesar de estos altibajos y cambios constantes hubo algunas mejorías, por ejemplo se incorporaron servicios de guardería mientras las madres estaban en el curso, se impartió educación para adultos y cursos de computación, buscando con ello incorporar también a hombres y jóvenes. No obstante, estos grupos han visto reducido su número de promotoras, tanto del voluntariado como de sus usuarias, como consecuencia de los cambios en el sistema bancario (Serna, 2008).

Por lo que toca a las instituciones privadas con interés de fomentar el voluntariado, tenemos el caso del Centro Mexicano para la Filantropía AC (Cemefi) que se constituyó en 1988 como una organización sin fines de lucro cuyo objetivo ha sido "promover y articular la participación filantrópica, comprometida y socialmente responsable de los ciudadanos y sus organizaciones para alcanzar una sociedad más equitativa, solidaria y próspera" (http://www.cemefi.org). Esta organización ha buscado la interlocución entre diversos sectores con el propósito de incidir en la agenda de las políticas públicas. En 1994 Cemefi creó el programa Mira por los Demás, que se ocupó de incidir en el ámbito de la actividad voluntaria y se involucró con las organizaciones de ayuda a terceros. La idea se modificó y surgió el programa Haces Falta, en donde a través de su portal de Internet (www.hacesfalta.org.mx) ha orientado y puesto en contacto a personas interesadas en participar como voluntarios de manera organizada, como una forma de fomentar e incrementar la presencia del voluntariado y la atención a terceros. No obstante, su portal de Internet no proporciona informes sobre las actividades desarrolladas desde su puesta en marcha, o bien acerca del éxito y avances que el programa haya registrado, o si los interesados en este tipo de actividades se han incorporado y han permanecido en alguna organización y qué tipo de actividades realizan.

A mediados de los años noventa, surgieron nuevas organizaciones en ámbitos de acción muy diversos y se impulsó la necesidad de que se formalizaran como una manera de poder obtener recursos de programas estatales o de fundaciones internacionales y nacionales (Verduzco, 2003). Los nuevos ámbitos de acción en donde incursionaron fueron: la atención a niños con problemas motores, enfermos de sida, en el fomento a actividades deportivas como una forma de prevenir la drogadicción y el pandillerismo en poblaciones en riesgo; niños en situación de calle, en educación para la productividad, o bien otras de carácter religioso para el fortalecimiento de valores y creencias. Así como para la atención a las demandas de poblaciones en condición de marginación, para el fomento y aprecio de las expresiones artísticas, e incluso en temas como la atención a grupos vulnerables —mujeres, niños, ancianos y comunidades indígenas— e incluso en salud reproductiva, derechos humanos y violencia intrafamiliar (Serna, 2008). Esto es: nuevos ámbitos de acción para los nuevos tiempos, perspectivas y problemas.

Dicha proliferación de temáticas y organizaciones tan diversas han implicado también una diversificación respecto de la forma en que se organizan las actividades y se recluta personal, lo que implica que no necesariamente en todos los casos se incluyan grupos de voluntarios. De acuerdo con los hallazgos de una investigación reciente sobre este tema (Serna, 2008), se encontró que en algunas organizaciones sus promotores y directivos no percibían un pago por su trabajo, es decir que lo hacían voluntariamente. No obstante, su personal sí estaba integrado por una buena parte de profesionales remunerados, aun cuando sus percepciones económicas fueran menores a lo que recibirían si trabajaran en el sector privado o público. Lo que significa que, en muchos de los casos, quienes han participado en estas organizaciones lo han hecho con un espíritu de servicio y como una forma de contribuir a disminuir el abismo en términos de diferenciación social. En estos casos las organizaciones han contado con un número muy pequeño de voluntarios que han destinado algunas horas por semana a la organización (Serna, 2008). Aunque son excepcionales, también encontramos organizaciones integradas exclusivamente por personal voluntario, en donde llama la atención que sean sobre todo jóvenes, tanto hombres como mujeres y personas de la tercera edad, básicamente mujeres, quienes dedican algunos años de su vida a integrarse como parte del voluntariado.

Los grupos donde participa el mayor número de voluntarias es el sector salud, que desde el siglo XVI ha sido el más atendido y donde la caridad cristiana ha estado presente. Aun cuando su perfil asistencialista se ha transformado, esta temática sigue siendo una preocupación de atención por parte de los sectores medios y acomodados. Tal es el caso de la Asociación Mexicana de Ayuda a Niños con Cáncer (AMANC), una institución de asistencia privada fundada en 1982 por Guadalupe Alejandre, madre de un niño que murió de cáncer. Organizaciones como ésta se han formado ante un evento que cambia la vida de una persona que opta por llevar a cabo acciones que contribuyan, de alguna manera, a ayudar a otras familias de sectores con dificultades económicas que enfrenten problemáticas similares. AMANC se ha convertido en una organización que cuenta con apoyos económicos importantes y con un activo voluntariado femenino (www.amanc.org). También las Damas Voluntarias Vicentinas, desde finales del siglo XX, se han concentrado a la atención de los enfermos y a la de los miembros de la familia que los acompañan durante el tratamiento, proporcionándoles hospedaje, alimentación y apoyo en trámites hospitalarios.7 Como puede observarse, a casi 150 años de su fundación en México, esta organización femenina ha sufrido cambios: pasó a formar parte de la Asociación Internacional de Caridades y vio reducido su número de socias activas así como sus centros de usuarios.8 De acuerdo con su página de Internet, para fines de 2008 contaban con 2,200 voluntarias y 234 centros de atención. Lo que no ha cambiado es su estructura organizativa a partir de pequeñas células de trabajadoras voluntarias.

Con relación a puntos focales de atención reciente, encontramos que han surgido nuevas organizaciones para atender a niños, generalmente migrantes temporales a las ciudades, que viven en situación de calle y cuyos padres o no se ocupan de ellos por estar trabajando o pidiendo limosna, o bien los incorporan a la actividad laboral. En este caso el estudio de Serna (2008) encontró que este tipo de organizaciones estaban integradas por un componente importante de voluntarios quienes habían participado en proyectos estatales que atendían esta problemática y que habían sido cerrados. Ante este evento, dichos grupos de jóvenes profesionales han gestado organizaciones para brindar atención integral a estos pequeños. Lo interesante de estos grupos de voluntarios es que han establecido el compromiso de trabajar de tiempo completo, algunos años de su vida, en la labor voluntaria y solo un número menor combina su actividad laboral con su servicio como voluntario.

Otros grupos han seguido este ejemplo, tal es el caso del Colectivo ProDerechos de la Niñez, integrado por jóvenes egresados del Instituto de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) que se han enfocado sobre todo a niños que provienen de comunidades indígenas y que viven en la zona urbana de Guadalajara. También han surgido organizaciones en las cuales participan grupos de profesionales pagados; en estos casos, han incorporado a algunos voluntarios para actividades diversas.9

Al hacer un recuento de la actividad voluntaria organizada en México encontramos que se han registrado cambios en las últimas dos décadas, aunque con ciertas particularidades. El voluntariado organizado se desarrolla ahora entre personas que reciben una remuneración por ello, pero también entre aquellas que destinan sistemáticamente gran parte de su tiempo u horas específicas, al terminar su jornada de trabajo, para ayudar a otros sin recibir retribución económica. No obstante, en todos los casos estos voluntarios organizados comparten por lo general una preocupación por los otros y un espíritu de servicio (Serna, 2008), independientemente del sector económico al que pertenezcan.

En cuanto a las razones expresadas por los voluntarios y los profesionales remunerados sobre cómo perciben su actuar, se han encontrado diferencias entre hombres y mujeres. Para los hombres se trata sobre todo de un asunto de responsabilidad social, como una forma de contribuir a lograr procesos más equitativos ante una evidente diferenciación social, en tanto que las mujeres se enfocan sobre todo hacia una responsabilidad moral y a definir su participación en términos de creencias de tipo religioso (Serna, 2008:140-141).

Por otra parte, entre los sectores acomodados —que es el sector de donde el imaginario popular ha retomado el estereotipo de "Damas de la Caridad," tan ampliamente extendido—, encontramos que sus prácticas y acciones en ocasiones siguen siendo similares a las que realizaban un siglo atrás. El tipo de reunión es lo que se ha modificado, al sustituirse los recitales y zarzuelas por bazares de arte, elegantes desayunos y shopping caritativos.10 Hay también integrantes de este sector de la población que han orientado sus preocupaciones y tiempo a temáticas específicas, si bien esto en muchas ocasiones pasa por contribuir al alivio de una problemática que las ha marcado en su vida familiar y social.

Derivado de un mayor acceso de la mujer a la educación superior y, por ende, al mundo laboral, algunas profesionales se han organizado para ayudar a otras mujeres en temas tan problemáticos como la violencia intrafamiliar, la salud reproductiva en mujeres indígenas, o bien en derechos ciudadanos. Esto además de los amplios grupos de voluntarias que donan tiempo y conocimiento de manera gratuita, al colaborar en organizaciones. Si atendemos a esta gran variedad de opciones que tiene ahora el trabajo voluntario entre las mujeres, podemos observar que esta complejidad atiende también a la diversidad que caracteriza al mundo femenino de principios del siglo XXI en México. En este breve recuento del desarrollo y cambios que ha tenido la actividad del voluntariado en México, vale la pena enfatizar que ha transcurrido en límites muy estrechos con muy poca visibilidad y reconocimiento por parte de amplios sectores de la sociedad.11 Esta invisibilidad del voluntariado también se ha extendido hacia las disciplinas sociales en donde el análisis de esta temática apenas ha empezado a formar parte de la agenda de investigación en México.

 

Conclusiones

En este texto he intentado dar cuenta de las distintas fases y cambios que ha registrado el voluntariado en México y las rutas que se vislumbran al iniciar el siglo XXI. Al exponer los hallazgos, he formulado algunas proposiciones sobre las que es necesario profundizar para ampliar el conocimiento de algunos aspectos específicos de esta temática y contribuir con ello a la agenda de investigación pendiente, dado lo poco explorada que esta se encuentra en el país. Como lo mencionan Thompson y Toro (2000) para América Latina, también en México se observa un conjunto muy heterogéneo de situaciones que responden a contextos particulares enraizados claramente en nuestras tradiciones culturales. Para conocer las características y cambios registrados retomé el concepto de voluntariado de Wilson (2000) para quien el voluntariado se refiere al desempeño de una actividad en la que las personas proporcionan tiempo libre para ayudar a otros a partir del establecimiento de un compromiso de asistir a personas que no pertenecen al grupo de familiares y amigos. Los indicadores contenidos en esta definición me permitieron enfocarme a un tipo de actividades organizadas específicas, aunque diversas, y recopilar un amplio abanico de situaciones que pueden ubicarse como formas específicas del voluntariado mexicano al que se puede añadir que estas formas parecen ser privativas del contexto latinoamericano. Es decir que estamos frente a un conjunto de actividades muy heterogéneas, pero enlazadas a partir de los criterios de adscripción mencionados.

A través de la bibliografía consultada se he podido dar cuenta de la diversidad que muestra el voluntariado en diferentes épocas u contextos. He puesto de relieve las características que estas formas organizadas de ayuda han tenido. Es factible afirmar que esta diversidad se inscribe en una tradición cultural y un entorno específicos, que han construido formas distintivas de ayudar a terceros. Por tanto podemos hablar de un voluntariado que se ciñe a los parámetros culturales de la sociedad mexicana en donde la caridad y las formas asistenciales de proporcionar ayuda al otro han tenido un papel preponderante, y es hasta hace poco que se han empezado a mostrar nuevas facetas. La bibliografía analizada también ha dado cuenta del importante papel que han jugado en este proceso instituciones como la Iglesia católica, el Estado, la iniciativa privada, y más recientemente la sociedad organizada alrededor de estas preocupaciones sociales.

Otro aspecto relevante encontrado ha sido el papel que han tenido las mujeres de los estratos acomodados, desde la época colonial y hasta fines del siglo XIX, en la generación de una imagen feminizada de la caridad limitada a sus roles de madre-esposa, aun cuando su actuar haya ido más allá de los confines familiares. También destaca la estrecha relación que las mujeres mantuvieron con la Iglesia como una institución rectora de la ayuda organizada.

En cuanto a la tendencia a organizarse, llama la atención este proceso de profesionalización temprano que se dio entre las mujeres de los sectores medios y altos, en la última parte del siglo XIX, a partir de la conformación de un voluntariado planificado y estructurado. En este proceso se puede observar que incluso en los estrechos márgenes de actividad a que estaban confinadas estas mujeres, les fue posible generar procesos de aprendizaje para la profesionalización en el campo de la caridad. Desde mi punto de vista, este tipo de eventos son los que permiten comprender la insurgencia de organizaciones muy diversas y cambiantes durante el siglo XX. Es decir, que en el recambio generacional y al modificarse los patrones de inserción femenina a la educación superior y al empleo aún se siguió contando con un know-how organizativo, por llamarlo de alguna manera. Los nuevos grupos de mujeres, ahora profesionales, se insertaron en procesos de ayuda y se vincularon a las tendencias internacionales, lo que ha dado como resultado formas de colaboración y procesos de apoyo a terceros que se han alejado, en buena medida, del carisma cristiano que los caracterizó por varias centurias. De ahí que en el presente contemos con una amplia gama de organizaciones en muy diversos ámbitos de acción que van desde las asistencialistas hasta aquellas claramente comprometidas con el desarrollo social, a las que se han adscrito tanto hombres como mujeres de los sectores medios y acomodados.

Particular interés reviste la nula información que se tiene sobre las actividades de ayuda realizadas por otros sectores femeninos de la población, por lo que es preciso profundizar, a la luz de los documentos disponibles, si la estructura organizativa que encontramos ha sido privativa de las élites y los sectores medios, en tanto que entre los sectores empobrecidos de la población han predominado las formas de apoyo solidarias entre pares. Esta proposición se infiere de la información actual sobre las organizaciones en donde llama la atención —en los estudios de caso llevados a cabo—, que son los sectores medios y altos de la población los que se organizan de manera formal para sus actividades voluntarias.

Finalmente, hemos apuntado brevemente la poca información que se tiene sobre el actuar del Estado corporativo mexicano en su insistencia por centralizar y estatizar los procesos de ayuda a partir de lo que fue el Voluntariado Nacional. Sobre este tema, observamos una tendencia sistemática a circunscribir las acciones a formas asistencialistas en donde fueron las primeras damas y cónyuges de los funcionarios las que jugaron un papel relevante al obstaculizar el avance de otras formas de apoyar a terceros. No obstante, se trata de un tema que requiere ser analizado a profundidad para comprender las razones que condujeron a este actuar. Lo que sí se puede afirmar es que a pesar de los esfuerzos estatales de control, las organizaciones han seguido incrementándose y diversificándose en colaboración o en abierta confrontación con el Estado.

 

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Notas

1 Esto en el sentido de que su ingreso era voluntario y generalmente por afinidad ideológica.

2 La sociedad continuó en actividades en el siglo XX aunque su número se redujo substancialmente, como se verá más adelante.

3 En 1942 se creó la Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA) que integró al Departamento de Salud Pública y a la Secretaría de la Asistencia Pública.

4 http://www.juniorleaguemexico.org.mx/ Consulta 02/09/2008.

5 Fuente: http://www.eurosur.org/FLACSO/mujeres/mexico/orga-6.html.

6 Esto en razón de las características legales de los predios ejidales.

7 http://www.vicentinasmexico.org/. Fecha de consulta: 22/09/2008.

8 Ya discutida en otro apartado y considerada una de las organizaciones de voluntarias más importante de América Latina.

9 Disponible en: http://www.codeni.org.mx. Fecha de consulta: 10/09/2008.

10 Promovidos de esta manera.

11 Para los medios de comunicación este tema sólo se promueve una vez al año, durante la recolección nacional de fondos para el Teletón.

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