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Signos filosóficos

versión impresa ISSN 1665-1324

Sig. Fil vol.15 no.30 Ciudad de México jul./dic. 2013

 

Artículos

 

Cinco tesis en torno a las arquitexturas del lenguaje histórico. A cuarenta años de Metahistoria de Hayden White

 

Five thesis around the arquitextures of historical language. Forty years after Hayden White's Metahistory

 

Nicolás Lavagnino

 

Universidad de Buenos Aires/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina, nicolaslavagnino@gmail.com.

 

Recepción: 12/09/12
Aceptación: 30/11/12

 

Resumen

El principal objetivo de este artículo es considerar el advenimiento de la filosofía de la historia de Hayden White como el resultado de un compromiso con cinco tesis que articulan la teoría como un todo. Ese compromiso permite inteligir buena parte del espacio ocupado por los críticos del narrativismo de White, pero más que suponer la necesidad de anular la teoría —en virtud de que uno u otro aspecto de alguna tesis es conceptualmente problemático—, me oriento en la dirección contraria. El objetivo ulterior reside en mostrar a la luz de las cinco tesis cómo las eventuales inconsistencias de la teoría se resuelven atendiendo a las críticas eficaces con miras a radicalizar la teoría. Si ése fuera el caso, entonces resultaría que Metahistoria fue el punto de partida —y no de llegada— en la emergencia de otra filosofía de la historia.

Palabras clave: interacción verbal, narrativismo, realidad histórica, tropología, White.

 

Abstract

The primary objective of this article is to consider the advent of Hayden White's philosophy of history as the result of a commitment with five theses that articulate the theory as a whole. That commitment allows to understand much of the space occupied by narrativism critics, but in terms that instead of assuming the need for a dismissal of the theory (by the fact that one or another aspect of a thesis is conceptually problematic), guide us in the opposite direction. The ultimate goal is to show, in the light of the five theses, how are resolved the eventual inconsistencies of the theory in response to effective criticism in order to radicalize theory. If that were the case, then Metahistory was the point of departure (and not of arrival) in the emergence of another philosophy of history.

Key words: verbal interaction, narrativism, historical reality, tropology, White.

 

"...no podemos olvidar lo que hemos aprendido".
Louis Mink

 

METAHISTORIA, O DE LA EMERGENCIA DE OTRA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA

Desde su primera articulación en Metahistoria (1973), el narrativismo de Hayden White ha supuesto un modo original y audaz de examinar el discurso historiográfico. Con la perspectiva de cuatro décadas de discusión puede decirse que las tesis narrativistas han inaugurado un nuevo horizonte teórico para el análisis y reflexión en torno a los modos de dar cuenta de manera verbal del pasado en común. En ese horizonte, el punto nodal consiste en establecer y sostener el lugar de la prefiguración tropológica en la operación historiográfica (Kellner, 1980 y 1981; Kansteiner, 1993; Ankersmit, 1994; Tozzi, 2003). Según White, los tropos (giros o figuras del habla) son un conjunto de recursos disponibles culturalmente que se aplican a un material fáctico independiente, por medio de una serie de procedimientos, los cuales no están regulados por la experiencia del pasado.

Los tropos, como elementos irreductibles del discurso historiográfico, son tratados en el texto de White en el marco de una elaborada teoría de la poética de la historia, a la cual se aboca la "Introducción" a Metahistoria. Luego, una vez traspasado el primer movimiento metahistórico de atestación de la posibilidad de una teoría del lenguaje de la historia informado tropológicamente, se abre el espacio a una crítica política de las ortodoxias disciplinares. Según White, desde finales del siglo XIX, se ha consolidado un estilo historiográfico basado en la autolimitación de las formas figurativas y su sujeción a una serie de protocolos disciplinares centrados en la ironía, la explicación contextualista y la legitimación de (algún) orden social bajo una forma discursiva eminentemente narrativa. De esta manera, Metahistoria habla en su segundo movimiento, como estudio de la conciencia histórica y de las formas del realismo histórico propias del siglo XIX, de los modos silenciados de figurar el pasado en el siglo XX (y después...), una vez establecida e institucionalizada la historiografía disciplinar (White, 1978: 27-50 y 1987: 58-82).

Como propuesta teórica, como panóramica del recorrido de la imaginación histórica y como crítica disciplinar, la obra de White tuvo un formidable impacto.1 Sin embargo, la emergencia de esta nueva filosofía de la historia suscitó reacciones dispares. Por regla general, los argumentos erigidos en contra de los planteamientos whiteanos no se caracterizan por la sistematicidad o por el seguimiento detallado de la teoría tropológica, lo cual ha enrarecido aún más la discusión.2 Justamente, con el fin de superar esas dificultades hermenéuticas en la recepción de su teoría, White ha realizado —en el primer capítulo de su Figural Realism (1999, en adelante FR) denominado "Teoría literaria y escrito histórico"— un breve paneo por el tipo de objeciones que ha encontrado su teoría de Metahistoria, el cual resulta útil en extremo de cara a mis propósitos en el presente artículo.

Ciertamente cabe consignar en este punto que en el presente artículo empleo el breve paneo de los críticos de White realizado por él mismo sólo por cuestiones de espacio.3 Sin embargo, deseo asentar al respecto lo siguiente: de la atenta lectura de las críticas formuladas al narrativismo no se desprende ni su carácter sistemático ni su inviabilidad. De manera paradójica, el hecho de que algunas de las mismas sean viables, mostrando eventuales inconsistencias del narrativismo, no lleva a la anulación de la teoría de White, sino a su radicalización en virtud justamente de las críticas realizadas. Por lo tanto, es crucial tener en cuenta que este artículo no profundiza en el espacio crítico a White, pero no por ignorarlo, sino porque se concentra en ordenar el terreno teórico para considerar mejor aquellas críticas en un paso analítico ulterior. Incluso, para mis actuales propósitos, puede concederse la pertinencia de muchas de esas críticas sin menguar con ello el potencial de la teoría whiteana, a la luz del examen atento de las tesis que la ordenan, cuya elucidación constituye el objetivo principal de este artículo.

Dicho esto puedo volver a "Teoría literaria...", en ese escrito, White analiza de manera breve, pero sistemática, los tipos de colisiones teóricas que ha enfrentado su teoría del discurso histórico tropológicamente informado. Las objeciones mencionadas son, de manera muy sintética, cuatro:

1. Su teoría es acusada de conducir en la dirección de un determinismo o relativismo lingüístico donde los historiadores parecen "prisioneros del modo lingüístico en el cual describen o caracterizan su objeto de estudio" (FR: 14). Este determinismo y relativismo priva al discurso histórico de sus pretensiones de verdad y lo relega "al antojadizo dominio de la ficción" (FR: 14).

2. La teoría invierte, en virtud de su orientación tropológica, las relaciones entre lo literal y lo figurativo: "el lenguaje literal es visto como un conjunto de usos figurativos que han sido regularizados y establecidos como habla literal solamente por mor de la convención" (FR: 14). Lo literal ahora se convierte en un caso de lo figurativo. Con ello se amenazan "las centenarias pretensiones de la historia de tratar con los hechos y, con ello, su status como disciplina empírica" (FR: 15).

3. La teoría enfatiza los aspectos constructivos del lenguaje del historiador, a expensas de disolver las pretensiones referenciales del mismo; "parece implicar que los objetos de los que trata no se hallan en el mundo real (aun si este mundo real es un mundo pretérito), sino que son más bien construcciones del lenguaje, objetos espectrales e irreales, poética y retóricamente inventados y que existen solo en los libros" (FR: 15). El énfasis poético-constructivo elimina la referencialidad del discurso e imposibilita atestar el carácter veraz y sustentado fácticamente del mismo.

4. Por último, la teoría parece inaugurar una suerte de regresión al infinito: si todo discurso es "ficcional, figurativo, imaginativo o poético-retórico, si inventa su objeto en lugar de encontrarlo en el mundo real, si ha de ser tomado sólo figurativamente", entonces "¿no es esto cierto también respecto del discurso del tropólogo?" (FR: 16). La teoría se contradice performativamente en tanto cercena las pretensiones veritativas, referenciales y fácticas del discurso por medio de una teoría que requiere esas mismas pretensiones para proceder cercenadoramente.

De esta manera, la teoría whiteana ha sido recibida como un tipo de propuesta negativa, definible en términos de lo que priva, invierte, disuelve, pero esa recepción ha ahondado después en el carácter contradictorio de todas esas privaciones, inversiones y disoluciones. Pero estos criticismos dependen conceptualmente de un movimiento anterior: la debida caracterización y delimitación del dominio a ser analizado, tarea a la cual me abocaré en la siguiente sección. Obro con ello en la convicción de que las virtudes y los defectos de la teoría tan sólo podrán enfocarse en una dirección filosóficamente enriquecedora cuando hayamos establecido el canon whiteano de manera apropiada.

 

EL CANON WHITEANO

A continuación, me concentraré en la exposición de la teoría tropológica whiteana. No se trata de seguir a White a lo largo del tiempo, en una suerte de exégesis del autor, sino de reconstruir de forma sistemática su posición. Como es natural, toda obra reconoce deslizamientos y variaciones a lo largo de las décadas, pero aquí sostengo —en un ejercicio que White se aplica a sí mismo (2003: 61)— que lo importante no son las intenciones del autor, sino las de sus textos que encuadran el discurso. En el mismo, afirmo, se manifiestan cinco tesis que dan cuenta de la arquitectura y reglas de formación conceptual de la gramática histórica.

Una buena parte de esas tesis se desprende de la lectura y análisis de las 42 páginas que conforman el "Prefacio" y la "Introducción a la poética de la historia", así como también de las ocho páginas que conforman la "Conclusión", fragmentos que constituyen la apertura y el cierre de Metahistoria y que se encuentran entre los textos más leídos, citados y criticados de White. Esas tesis, afirmo, proveen criterios de inteligibilidad que habilitan una apreciación conjunta de sus proyecciones, la cual permite prefigurar el espacio conceptual donde se encuadrarán las críticas a esas mismas proyecciones.4 Para justificar estas aserciones comenzaré por un estudio de las consecuencias teóricas de una simple nota al pie.

Nota 13 de Metahistoria: en el principio fue el entimema...

Cualquier lector de la "Introducción" a Metahistoria se da cuenta del papel de las notas al pie en la justificación de la particular combinación de marcos teóricos que articulan el narrativismo whiteano. Constituyen auténticos minitratados en los cuales White se posiciona de cara a un tinglado de problemas y una constelación muy variada de autores. La nota 13 (White, 1992: 40-42, en adelante como MH) es un punto crucial en la fundamentación de la aplicación de la teoría de los tropos al discurso de la historia. Mi recorrido por White se inicia en una contraposición fundamental: la que se establece en la retórica clásica entre esquema y figura, ón entre silogismo y entimema. Un esquema, dice White:

[...] es un orden de representación que no implica saltos ni sustituciones "irracionales"; en contraste con esto, una figura implica precisamente una sustitución irracional (o al menos inesperada) [Se pregunta White] ¿pero qué es racional y qué es irracional en el uso lingüístico? Es racional cualquier figura del lenguaje que produzca el efecto de comunicación al que apunta el hablante. (MH: 42n.).

La representación es un proceso orientado a la producción de efectos por medio de la administración de horizontes de expectativas dialógicamente informados.

Lo que contemplan los sistemas terminológicos formales, como los inventados para denotar los datos de la física, es la eliminación total del lenguaje figurativo, la construcción de "esquemas" de palabras perfectos en que no aparezca nada "inesperado" en la designación de los objetos de estudio, por ejemplo el acuerdo de usar el cálculo como sistema terminológico para discutir la realidad física, postulado por Newton, representa la esquematización de esa área de discursos. (MH: 42n.)

Por el contrario, "el uso creativo del lenguaje admite, incluso exige, apartarse de lo que anticipa la conciencia con base en la convención [...] Y esto sería tan cierto del discurso en prosa 'realista' como de la poesía" (MH: 42n.). El uso figurativo del lenguaje apunta entonces a la conservación en el proceso de interacción verbal del aspecto disputado y divergente de las terminologías empleadas. Tres características importantes para esta investigación se desprenden de aquí. En primer lugar, la relación entre esquematización y figuración es de oposición conceptual y analítica, pero supone una continuidad desde el punto de vista de la evaluación pragmática. En los procesos efectivos del habla siempre estamos entremezclando esquemas y figuras (de hecho, la misma articulación verbal puede ser considerada, en un caso, un esquema, y bajo otra descripción o en otro contexto, operar de manera figurativa), a no ser que se emprenda un trabajo deliberado de purga figurativa, sobre la base de una explicitación y un acuerdo que informe genéricamente un espacio de prácticas delimitado. De hecho, y en segundo lugar, ese entremezclamiento halla un fundamento en las operaciones figurativas de base que permanecen en el ámbito del pensamiento, con independencia del disciplinamiento discursivo en torno a esquemas.

El pensamiento sobre el mundo físico sigue siendo esencialmente figurativo, progresando por todo tipo de saltos "irracionales" de una teoría a otra [...] el problema para el físico creativo es formular sus intuiciones, derivadas por medios figurativos, en el esquema de palabras especificado para las comunicaciones con otros físicos comprometidos con el sistema terminológico matemático aportado por Newton. (MH: 42n.).

El desajuste entre un proceso de pensamiento siempre continuo y entremezclado, y un proceso de interacción que puede tender a la purga figurativa explica algunas de las características de la dinámica de la pragmática del lenguaje, y ése es el tercer punto. El acuerdo establece una racionalidad sobre la base de la anticipación común de lo implicado en la pragmática del lenguaje.

El problema fundamental de la representación "realista" en áreas de experiencia no disciplinadas terminológicamente como lo está la física, es ofrecer un esquema de palabras adecuado para representar el esquema de pensamientos que considera la verdad acerca de la realidad. Pero cuando se trata de caracterizar un área de experiencia en torno a la cual no hay acuerdo fundamental sobre en qué consiste o cuál puede ser su verdadera naturaleza [...] la distinción entre lo que es legítimamente "esperado" y lo que no lo es se desploma. (MH: 42n.).

Esto es, lo que tematiza el par esquema-figura es la posible impugnación de lo legítimamente esperado y por ende del acuerdo fundamental acerca de la naturaleza de términos cruciales para la caracterización verbal de nuestra experiencia cotidiana.

Sin embargo, esta caracterización abstracta no ha avanzado todavía consideraciones relevantes acerca del modo específico de la interacción verbal. En su "Introducción" a Tropics of Discourse, White recuerda que hay un tipo de vocabulario especialmente destinado a tratar con estos acuerdos, disrupciones, expectaciones y disputas terminológicas: se trata de la tropología, a la cual caracteriza como el estudio de "esa forma de composición verbal que, en tren de distinguirla de la demostración lógica por un lado, y de la pura ficción por el otro, llamaremos discurso" (White, 1978: 2, en adelante TOD). White considera los tropos primariamente de acuerdo con la caracterización canónica, los toma como:

[...] desviaciones respecto de un uso literal, convencional o "propio" del lenguaje. Los tropos generan figuras de habla o pensamiento a partir de su variación respecto de lo que es normalmente esperado, y por las asociaciones que establecen con conceptos que usualmente no relacionamos o que son relacionados en formas diferentes a las sugeridas por el tropo empleado. (TOD: 2).

Los tropos son así virajes, giros, una desviación "desde un posible significado propio, pero también hacia otro significado, concepción o ideal de lo que es correcto, propio y verdadero 'en realidad'" (TOD: 2). Se constituyen entonces en operadores de base del discurso, el mecanismo sin el cual "el discurso no puede hacer su trabajo o alcanzar su fin" (TOD: 2), pero no sólo el discurso.

Así también, puede mostrarse, a través del análisis, que cualquier descripción en prosa de un fenómeno contiene al menos un movimiento o transición en la secuencia de emisiones descriptivas que vulnera un canon de consistencia lógica. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando el modelo del silogismo mismo presenta aún evidencias claras de una tropologización? [...] Cada silogismo aplicado contiene un elemento entimemático; tal elemento consiste tan sólo en la decisión de trasladarse del plano de las proposiciones universales al plano de los enunciados existenciales singulares. (TOD: 3).

El discurso configura entonces el tramo intermedio del comportamiento verbal, entre el extremo del silogismo, orientado a la explicitación, clarificación y desambiguación de los términos empleados con el fin de facilitar el acuerdo y la interacción, y el extremo de la ficción poética orientada a frustrar todo aquello que el silogismo se propone, explorar los usos creativos, ambiguos, potencialmente solipsistas e introspectivos de la expresión lingüística. El discurso, en tanto intermedio del lenguaje ordinario, proyecta hacia sus límites: el modelo del silogismo se halla en un extremo, el de la pura figuración en el otro, encerrando una vasta área de operaciones entimemáticas que interviene, no obstante, en los modelos alternativos que parecen, en primera instancia, limitarlo.

Esto se advierte desde el origen mismo de la consideración del entimema, que como tal es un silogismo trunco, el tipo de elisión de una cláusula o premisa, en la medida en que se la sobre-entiende. El entimema, se sostiene en este argumento, resulta de primordial importancia en la pragmática discursiva ordinaria, pues dota de agilidad al discurso y permite evitar clarificaciones innecesarias, digresiones y recursos que entorpecerían el movimiento argumental del mismo. El costo de este incremento dinámico del lenguaje es la creciente ambigüedad, a medida que más y más premisas se incluyen en el tramo elidido por el discurso, se presuponen o, peor aun, se trafican bajo el halo inclusivo del sentido común. La operación entimemática se conecta con las prácticas extendidas que se orientan al trabajo y tensión graduada a la cual se exponen los acuerdos y la convergencia de los horizontes de expectativas presentes en la codificación y decodificación de los usos lingüísticos.

Los tropos son los operadores de base relevantes en la articulación de los entimemas que constituyen el corazón del discurso en su área intermedia y designan comportamientos recurrentes en la manera de proceder respecto de los tramos elididos en la articulación del entimema. Algo que reside en la mente (en thumos, de allí enthumēma) de quienes decodifican una enunciación facilita la interconexión significativa entre los ámbitos relativamente disyuntos vinculados por el "giro" (TOD: 2).

Este recorrido por lo entimemático presenta dos elementos clave. Primero, ofrece una consideración crucial que remite a la decisión ineliminable e irreductible, la cual guía y orienta a los hablantes en sus tránsitos entimemáticos. Ese matiz decisionista, casi existencial en el núcleo mismo de la filosofía de la historia de White, estará en el recorrido de esta investigación.

Segundo, la operación tropológica entimemática es inescindible de sus pretensiones cognitivas: en términos que se derivan de lo metafórico en Aristóteles, el símil establecido se propone con la finalidad de conocer lo extraño en términos de lo propio (Ricoeur, 1977). Esa cognitividad primitiva, si se quiere, encuentra en el tráfico de atributos y propiedades postulados comunes a una forma de favorecer una identificación original, sobre la cual otros modos más disciplinados puedan ulteriormente proceder. En este sentido, lo tropológico resalta los aspectos discontinuos, no regulados o que trafican ambigüedades y términos disputados al interior de nuestras mismas empresas cognitivas. Pero el entimema no se sitúa ante lo silogístico como lo irracional ante lo racional, o como un término dicotómico centrado en la exclusión de su opuesto. Es más bien un término que ayuda a comprender a lo silogístico en el marco de una consideración unitaria del comportamiento verbal. Cuando la interacción lingüística es vista de manera pragmática ambos términos, más que excluirse u oponerse, se requieren recíprocamente, pues designan horizontes hacia los cuales puede orientarse aquella interacción.

Estas caracterizaciones volverán una y otra vez en el curso de la obra de White. Por el momento bastan para presentar una visión de lo entimemático que ahora puede refinarse con más detalle.

La teoría tropológica del discurso nos ayuda a comprender cómo el habla media entre estas supuestas oposiciones, del mismo modo en que el discurso mismo media entre nuestra aprehensión de los aspectos de la experiencia que aún nos resultan "extraños" y los aspectos que "comprendemos" porque hemos encontrado un orden de palabras adecuado para su domesticación [...] la teoría tropológica podría proporcionarnos una estrategia para clasificar diferentes tipos de discurso por referencia a los modos lingüísticos que predominan en ellos más que por referencia a "contenidos" supuestos, que serán siempre interpretados de forma diferente por distintos intérpretes. (TOD: 21).

Como muestra la cita, se trata de desarrollar un metalenguaje independiente de los contenidos mentados por los hablantes, que sirva para evaluar, arbitrar y desarrollar una comprensión diferenciada de los aspectos más eminentes de la interacción verbal en el lenguaje ordinario referido al pasado (Mandelbaum, 1980). Al mismo tiempo ese metalenguaje no debe situarse ante los hablantes como un lecho de Procusto o un armazón determinista que eliminará los procesos efectivos de decisión que inciden tanto en los trayectos cognitivos, relativos a la apropiación de lo extraño y la consolidación de regímenes discursivos compactos e hipostasiados, como en situaciones de ruptura que claman por un pluralismo radical y militante en la desautorización de la significación de la terminología previamente acordada. Para este proyecto, que los horizontes converjan es tan relevante como que diverjan, pues en ese ir y venir se consolida una instancia de irrenunciable libertad individual que remite a las elecciones vitales de los agentes presentes en el espacio de las prácticas discursivas.

Profundidades y superficies

El aspecto ubicuo de los tropos es relevado en Metahistoria por medio del rastreo de las estrategias desplegadas en el discurso historiográfico y que resultan caracterizables por medio de la apelación a distintos vocabularios, entre los cuales, tres resultan de crucial importancia: la teoría literaria de Northrop Frye, y específicamente su teoría de los géneros literarios o vocabularios de trama es invocada para cubrir los aspectos narrativos, de estructuración y seriación de eventos del discurso analizado. La teoría de los modos de explicación o argumentaciones formales de Stephen Pepper —formismo, mecanicismo, organicismo y contextualismo— es traída ón para desgranar las categorías que de manera preliminar sirven para caracterizar las operaciones formales ejecutadas lingüísticamente respecto de un dominio de objetos y relaciones sometido al análisis. Por último, los estudios de Karl Mannheim, acerca de los tipos de ideología —anarquista, radical, conservadora y liberal—, caracterizan las implicaciones ideológicas de los modos discursivos instanciados a partir de las estrategias de argumentación formales y de los modelos de trama.

Así, el experimento whiteano examina de manera plural e indecidible lo que primero considera como una "estructura verbal en forma de discurso de prosa narrativa que dice ser un modelo o imagen de estructuras y procesos pasados con el fin de explicar lo que fueron representándolos" (MH: 14) y les aplica los procedimientos hermenéuticos plurales alternativos propios del vocabulario de los encuadres de trama de Frye, del vocabulario formal de Pepper y del vocabulario de las implicaciones ideológicas cognitivamente responsables de Mannheim.

Por lo tanto, hay un primer movimiento de índole táctica: nos hallamos ante la posibilidad de interpretar desde diversas aristas, o como respondiendo a distintos tipos de preguntas, el mismo texto, lo cual deriva en un tipo de aprehensión que podemos denominar irónico. El punto nodal de la teoría whiteana consiste entonces en el convencimiento de que el conjunto de las prácticas discursivas que parecen caracterizables en términos de nuestros diversos vocabularios morales, epistémicos y estéticos —ideologías, argumentaciones, tramas— es re-expresable con mejora en términos de operadores tropológicos, los cuales, en tanto registros funcionales primarios del lenguaje ordinario, configuran los diversos planos o aspectos —lexicales, sintácticos, gramaticales y semánticos— de la práctica en cuestión.

Lo que el crítico metahistórico estudia es la manera en cómo el historiador emplea y configura operaciones verbales distintivas en esos mismos planos.

El historiador se enfrenta al campo histórico más o menos como un gramático podría enfrentarse a una nueva lengua. Su primer problema es distinguir entre los elementos léxicos, gramaticales y sintácticos del campo. Sólo entonces puede emprender la interpretación de lo que significa cualquier configuración de elementos o transformación de sus relaciones. En suma, el problema del historiador consiste en construir un protocolo lingüístico completo, con dimensiones léxica, gramatical, sintáctica y semántica, por el cual caracterizar el campo y sus elementos en sus propios términos (antes que en los términos con que vienen calificados en los propios documentos). (MH: 40).

La tarea del analista del discurso replica así la del historiador mismo frente a sus fuentes y se asemeja a su vez a la de un gramático o intérprete que debe reconstruir la dinámica del sentido de un idioma desconocido. El historiador es un gramático o intérprete radical5 del pasado y el analista metahistórico es un gramático o intérprete radical del lenguaje empleado por los historiadores. El intérprete es, así, autónomo conceptualmente respecto del carácter de aquello que el metalenguaje permite analizar. Ése era uno de los objetivos perseguidos en la invocación tropológica: obtener lo que denominaré un vocabulario adscriptor heterónomo, pues a partir de él podemos intentar obtener una criteriología de la evaluación semántica en sus propios términos.

Resulta fundamental que esa criteriología no se desentienda de la segunda consigna estipulada en la invocación a la tropología: la de reenviar tarde o temprano a una consideración situada del marco de decisiones propias de los hablantes, si queremos interpretarlos. Esto es, la consigna consiste en evitar la idea de que más que hablar un lenguaje, uno es hablado por él, o que un autómata en la forma de una entidad que despliega sus propias intenciones llamada lenguaje toma forma y nos manipula o nos engaña.

El metalenguaje está en relación con la posibilidad de la formalización y la re-expresión en términos propios, allende el lenguaje ordinario. En este sentido, la apelación a la evidencia expresada en términos del vocabulario comprometido con una ontología dada —en este caso, la ontología presupuesta por quienes emplean el vocabulario de la historiografía disciplinar— no es tal que arbitre en absoluto entre ontologías divergentes, y es la incapacidad de arbitraje alguno, en el marco de ese lenguaje de primer orden, la cual genera la necesidad de articular un metalenguaje que re-exprese en sus propios términos el dominio en disputa. Metalenguaje por definición tendrá la capacidad de poner entre paréntesis las extensiones semánticas de los hablantes en tanto pretenden presentarse como criterios de evaluación tout court. Se aprecia lo siguiente: el recurso a la tropología como estrategia parentética no tiene otra finalidad que detenernos momentáneamente en nuestra ordinaria y necesaria postulación de un criterio de realidad.

El punto al cual conduce la tesis de White cuestiona el recurso o expediente del predicado "es real" o "es históricamente verdadero en función de la evidencia" como forma de legitimar el lenguaje objeto de la historia. Con el empleo de esos predicados colapsa todo metalenguaje que intente situarse a una distancia metodológicamente útil respecto de su objeto de análisis.

Por lo tanto, la labor metahistórica en sí comienza cuando se han abierto los paréntesis que eliden el recurso a los predicados de colapso metalingüístico. Sólo cuando hemos aceptado el recurso parentético podemos inmiscuirnos con toda libertad en el procedimiento metahistórico. La apertura tropológica de los paréntesis que detienen la apelación a los predicados de colapso metalingüístico opera una escisión entre la superficie del lenguaje objeto recabado por vocabularios alternativos y la base tropológica que la informa. Pero cabe preguntarse si esa profundidad informante se establece a modo de fundamentación del resto de las prácticas cubiertas por los vocabularios de superficie, o si podemos conformarnos con algo más modesto: afirmar la posibilidad de obtener un vocabulario adscriptor heterónomo, el cual en su obrar paréntetico detenga la aplicación irreflexiva de los predicados del colapso metalingüístico, si es que hemos de comprender la divergencia y disputa disciplinar en torno al pasado. En este sentido, lo relevante en el metalenguaje sería no su profundidad, sino su heteronomía.

Metahistoria propiamente dicha

La "Introducción" a Metahistoria muestra cómo la poética de la historia se despliega en un doble marco: por un lado, como tarea de múltiples mediaciones, lo cual conduce a un modelo procesual de la comunicación. Por el otro, provee un rico y variado espectro de tipologías para los artefactos historiográficos. Aunque no es eso todo lo que hacen, las propuestas teóricas de Jakobson y Frye ofrecen buenos modelos de esas orientaciones —la literatura como proceso en Jakobson y la expresión verbal como resultado, producto o tipología artefactual en Frye— y no resulta en absoluto casual que la propuesta metahistórica de White implique una relectura ía literaria del siglo XX.

En un artículo dedicado al problema del cambio en la teoría literaria, White (1975) ofrece preciosas indicaciones del tipo de tarea que tiene en mente, en la cual el paradigma del teórico literario es puesto en primer plano. El problema de la crítica literaria pretende establecer relaciones jerárquicas entre elementos muy variados —textos, artistas, comunidades de artistas, prácticas reguladas genéricamente, audiencias particulares, público en sentido amplio, contextos—, por lo que las endémicas luchas entre corrientes teóricas pueden entenderse como la resultante de la elección entre alternativas conceptuales irreconciliables (White, 1975: 101).

Lo que resulta insatisfactorio en todo esto es la manifiesta unilateralidad del procedimiento: ¿por qué ser formalistas en detrimento del contextualismo?, ¿por qué prescindir de la estética del genio priorizando comunidades de recepción?, ¿por qué privilegiar los géneros y no las obras particulares? White encuentra una forma viable de salirse de este impasse recalando en el modelo multifuncional de Jakobson (1971), en el cual todos estos elementos son invocados a la vez. En este difundido modelo se prescribe la existencia de seis elementos —emisor, receptor, mensaje, código, canal y contexto— y seis funciones lingüísticas —expresiva, conativa o apelativa, poética, metalingüística, fáctica y referencial— al cumplimiento de las cuales se orienta el uso del lenguaje, con el habitual predominio de alguno de esos elementos. Ningún uso lingüístico puede evitar la presencia de los seis elementos, pero la orientación conductual puede jerarquizar los tipos de relación entre ellos —el uso literario, por ejemplo, privilegia la función poética—. White obtiene de este modelo cinco enseñanzas clave:

1. La operación lingüística es primordialmente de mediación, entre contextos, obras, expresiones y audiencias, hablantes y receptores. Los tipos de conexiones de cualquier obra suponen la existencia de un código donde se manifiestan esas operaciones de mediación. De este modo, White afirma que cuando un historiador articula una obra histórica, la misma representa un intento de mediar entre "el campo histórico, el registro histórico sin pulir, otras narraciones históricas y un público" (MH: 16), siguiendo a todas luces la idea del modelo de Jakobson.

2. Como constelación de mediaciones las operaciones lingüísticas permiten comprender la dinámica del cambio, la innovación y la recurrencia en los usos lingüísticos y permiten caracterizar las rupturas y discontinuidades en los espacios de prácticas como redefinición de los criterios invocados para categorizar y prefigurar el campo en cuestión. La discontinuidad percibida en el ámbito de los fenómenos es re-expresable en términos de una reformulación de la gramática y la sintaxis de los usos lingüísticos. Se trata de un modelo que sitúa en sus propios términos el ámbito en el cual se instancia la dinámica en la pragmática del lenguaje.

3. La mediación lingüística supone siempre una situación tensiva y aporética entre el contenido cognitivo y los modos figurativos que modelan el mensaje. La mejor comprensión de la subanalizada noción de estilo puede perfeccionarse a la luz del papel de estas tensiones en la operación lingüística ordinaria. Se trata de un modelo tensivo.

4. El modelo provee una secuencia históricamente dinámica de la sucesión de modos hegemónicos de significación. En Jakobson la secuencia lleva del romanticismo metafórico al realismo metonímico y luego reacciona y reactúa en el simbolismo metafórico en el cambio de siglo. Con ello el modelo provee una mirada sinóptica dinámica del recorrido de la expresión verbal.

5. Estas extensiones no comprometen la virtud esencial del modelo, que reside en reflexionar en la expresión verbal en sus propios términos, sin reenviar a un dominio originario o fundamental, de índole metafísica, ni disolver ulteriormente el ámbito de problemas en sí mismo. Se trata de un modelo no reductivo en esencia. Los enemigos de esta virtud son la orientación metafísica y el reenvío naturalizado a una pura pragmática de la expresión verbal. El modelo de Jakobson apunta a construir un género de interpretación del comportamiento verbal que dé sentido a la idea de un carácter diferencial de lo literario.

He abundado en la lectura que White hace de Jakobson, pues es crucial para cualquier interpretación de Metahistoria la consideración de estos elementos propios de la influencia jakobsoniana: el uso del lenguaje es susceptible de una re-expresión ventajosa si suscribimos a este modelo de mediación, el cual sitúa en sus propios términos el estatuto de la dinámica en la pragmática tensiva del lenguaje y que, por añadidura, provee una mirada sinóptica dinámica del recorrido de la expresión verbal, en una clave no reductiva. Mencionaré ahora brevemente cómo se instancian en la propuesta concreta de White.

De acuerdo con White, el conjunto de mediaciones con las que trabaja el historiador es similar, hasta cierto punto, con las operaciones propias del crítico literario —y ambas a su vez semejan las operaciones metacríticas del tropólogo (Kellner, 1980)—. Los niveles conceptuales de la obra histórica son cinco: "1) crónica; 2) relato; 3) modo de tramar; 4) modo de argumentación; 5) modo de implicación ideológica" (MH: 16). Es importante recordar que estos niveles no designan una cronología del proceso interpretativo propio de la mediación historiográfica: no son fases temporales, sino conceptuales —no hay así una separación rígida entre las fases de investigación y escritura, a pesar de lo afirmado por autores como Frank Ankersmit (2001) y Wulf Kansteiner (1993) o Chris Lorenz (1994 y 1998).

La crónica es la mención verbal del trasfondo u horizonte informativo de Lévi Strauss, entendido como registro de particularidades concretas en la forma de enunciados singulares acerca de hechos espacio-temporalmente definidos. El vocabulario del evento es donde se explicitan las coordenadas temporales y espaciales de acuerdo con pautas convencionales, lo cual es toda la interpretación requerida (White, 1987: 5, en adelante CDF). De este modo, la crónica (o el anal en CDF: 1-25) representa la expresión ingenua de la mera sucesión temporal, en términos del vocabulario de eventos. Desde este vocabulario, la perspectiva de sentido queda ahíta con la mera mención de la proyección del tiempo sobre la sombra de los acontecimientos. Construir un relato supone, en cambio, categorizar y otorgar un relieve que jerarquiza las ocurrencias en términos distintos a los de la mera temporalidad. Se trata de la intelección conjunta de un tema, un agente, una acción, obstáculo o peripeteia y una voz narrativa en un tono definido (CDF: 6).

Las formas de codificar y decodificar de manera recapituladora están culturalmente disponibles para los hablantes y en ese sentido la mirada de White se desplaza de manera subrepticia del énfasis procesual heredado de Jakobson al énfasis inventarial, anatómico o taxonómico de Frye. La significación en la decodificación está regulada por preguntas del tipo "¿Qué significa todo eso?"; para responderlas se proponen tipos alternativos mutuamente irreductibles de identificación textual. Esos tipos son los de las instancias 3), 4) y 5), los modos de explicación por la trama, por la argumentación formal y por implicación ideológica de Frye, Pepper y Mannheim.

En conjunto, estos tres protocolos de significación articulan las operaciones de superficie y agotan los niveles conceptuales de la labor mediadora postulada para la tarea historiográfica. Por vía del detalle técnico de las opciones presentes en cada plano, Metahistoria ofrece un amplio catálogo de posibilidades de caracterizar heterónomamente el discurso empleado para dar cuenta del pasado, en una serie de registros que resisten la reducción a un plano metafísico (la historia) o la mera naturalización pragmática de las convenciones (lo que los historiadores hacen). Además, como se verá, entrega argumentos para enriquecer el carácter tensivo y aporético presente en la articulación de las narrativas históricas, en la medida en que las operaciones de superficie no necesariamente se articulan de manera coherente (a lo cual dedicaré la siguiente subsección). Asimismo, provee el andamiaje necesario para articular una mirada sinóptica dinámica del recorrido de la expresión verbal —en este caso, la periódica rendición disciplinar a la hegemonía irónico-contextualista—. El modelo, en este sentido, cumple de forma sobrada los requisitos del legado de Jakobson y, más aun, permite la consideración del variado acervo de significaciones relativas al pasado en términos puramente técnicos, en una modalidad más afín al del rico inventario de formas detallado por Frye en su Anatomía de la crítica (1977).

Muchos críticos han resaltado la homología estructural entre el proyecto de White en Metahistoria y el de Frye en su Opus magnum (Jameson, 1976; Kuzminski, 1976; Doran, 2010; el mismo White considera el punto en 2010a). El propósito de Frye, grosso modo, consiste en disciplinar a la crítica misma proveyéndole una matriz propia de significación y una terminología apropiada desde la cual puede emprenderse una legitimación de la crítica como disciplina autónoma encargada de dar cuenta e interpretar el registro literario (Frye, 1977). Esa matriz se propone de manera instrumental como forma de enriquecer el arsenal interpretativo y con el propósito de redescribir el espectro de lo literario en el marco de una teoría unificada de la pragmática del lenguaje (Frye, 1977: 482n.). Así, se articula un metalenguaje por superposición de aparatos críticos con la finalidad de dejar de ver a lo literario como un ámbito segmentado y apartado del resto del comportamiento verbal y no verbal. La superposición lexical de White genera el mismo efecto con los mismos propósitos, pero lo que en Frye permanece apenas avizorado, y es resuelto en el marco mismo de la teoría literaria, en White genera la tentación del reenvío a un plano ulterior explicativo de las tensiones de superficie, que solucione las aporías relevadas por la expansión de la cartografía de lo historiográfico. Ese reenvío enmarca los dos últimos rasgos relevantes en la poética de la historia: el problema de los estilos y el de las fases de la conciencia histórica tropológicamente informada.

Fases y estilos en la conciencia histórica

La amplitud terminológica de White genera tensiones que sus modelos (Jakobson y Frye) pudieron evitar, sobre la base de su autolimitación al vocabulario técnico de la teoría literaria. En efecto, una vez que White exhibe las propuestas de Frye, Pepper y Mannheim, se muestra un detallado recuento del inventario de posibilidades conceptuales al interior de la imaginación histórica en el siglo XIX, muestrario que se instancia en autores de carne y hueso y enmarca el ciclo que lleva de la ironía ilustrada a la crisis del historicismo. El siglo XIX es visto, así, como una búsqueda permanente en pos de un protocolo realista duradero, pero la divergencia teórica culmina en ída en el ironismo contextualista, recaída expresada por la historiografía satírica de Burckhardt y la filosofía de la historia de Benedetto Croce (MH: 47-50). El estatuto de todas estas caracterizaciones pretende sustentarse en una serie de brillantes estudios, los cuales configuran una suerte de mapa de coordenadas de la historia intelectual decimonónica, y que insumen nueve décimas partes del texto whiteano, pero la fuerza del modelo esbozado en la introducción metodológica reside en dos maniobras clave.

Por un lado, se postulan "afinidades electivas" (MH: 38) basadas en las "homologías estructurales que pueden discernirse entre los posibles modos de tramar, de argumentación y de implicación ideológica" (MH: 39). Por ejemplo, el género romántico es afín al formismo y al anarquismo, el satírico al contextualismo y el liberalismo, entre otros. Pero esas homologías estructurales no preescriben la necesidad de la expresión afín, sino que suponen más bien lo contrario. La mayoría de las veces los autores se encuentran inmersos en un penoso esfuerzo por conjugar las diversas aprehensiones no necesariamente afines con las cuales se han comprometido en los diversos planos conceptuales. La "tensión dialéctica que caracteriza la obra de todo historiador importante" (MH: 39) surge de los desajustes entre los compromisos de superficie relevados, por lo cual el genio y la creatividad autoral muchas veces se manifiestan en la capacidad de administrar las desafinidades electivas con las que se ha enredado o comprometido.

La única manera de procesar conceptualmente esas desafinidades, esas inconsistencias, es articulando el discurso historiográfico en un conjunto de expresiones que no pretenda un cierre formal absoluto, en la forma de un silogismo o una deducción sobre la base de términos inequívocos. Por el contrario, y aquí regreso a la nota 13 de Metahistoria, justamente porque los entimemas como silogismos truncos habilitan el manejo con criterios amplios y ambiguos de especificación terminológica, el lenguaje de la historia se muestra remiso a la formalización o la esquematización; su no cientificidad no es indicio de indigencia; más bien, indica riqueza y potencial. El carácter no científico o proto-científico de la historia es por tanto menos un demérito que una caracterización por la falta, la cual encubre el modo efectivo en que el lenguaje de la historia opera y produce efectivamente sentido. La clave del discurso historiográfico no reside en que no es silogístico, sino en la manera sutil de proceder entimemáticamente. Ésta no es una renuncia a la cientificidad de lo histórico, sino una valoración de los variados modos en que una práctica puede legitimarse y, más aun, resultar insustituible. Justamente porque el discurso historiográfico manipula, administra y delimita algunas de las significaciones primarias que empleamos —y necesitamos emplear— en nuestra cartografía cotidiana, resulta en extremo inútil caracterizar al mismo como una empresa fallida. De manera evidente, lo que se le imputa, en todo caso, es el hecho de tener demasiado éxito y por motivos distintos a los que muchos de sus usuarios consideran pertinentes.

Por otro lado, en la comprensión de éstas deriva un tercer modelo de análisis que subtiende la operación whiteana: si, a la manera de Jakobson, White ha escrito una suerte de "Lingüística y poética del discurso de la historia", y si, siguiendo el rastro de Frye, ha confeccionado a la vez una "Anatomía de la crítica historiográfica", al mismo tiempo ha realizado una tercera operación, configurando una lectura de "La representación de la realidad en la historiografía occidental" siguiendo el conjunto de aprehensiones historicistas de Erich Auerbach (1968). El problema de la representación de la realidad como un tipo de práctica temporalmente condicionada, la cual reconduce en la dirección de tantos protocolos posibles de lo que implica ser representado en términos realistas como épocas, se reconocen en el desarrollo y despliegue de la cultura de Occidente —tal es el foco de interés de Auerbach en su obra maestra Mímesis—, se encuentra en el corazón de la lectura historicista del siglo XIX que White despliega en Metahistoria.6 Ese historicismo a su vez explica las diversas fases que atraviesa la conciencia histórica en su tarea titánica de representarse de un modo realista en la historia, que satisfaga los ideales éticos, estéticos y epistémicos de cada contexto epocal. Finalmente no lo logra (tan variados terminan siendo esos modos y esos ideales), porque la época misma conduce en la dirección de nuevos e inesperados —e inesperables— acontecimientos, que la búsqueda de un tipo de realismo como el representado por los cánones propios del siglo XIX parece una aventura intelectual, en especial, desfasada, desatenta y ulteriormente ahistórica.

Al término del recorrido se aprecia la doble dirección, tensiva y de mirada sinóptica dinámica, que White hereda de Jakobson, pero expresada en la rica caracterización tipológica provista por Frye. Y a la vez, el problema es propiamente auerbachiano: entimemas, figuras, criterios de prefiguración tropológica, modos de secuenciar, tramar, argumentar, implicar, todo converge como un frondoso arsenal a disposición de una cultura obsesionada con la delimitación y articulación de lo que no puede haber, un criterio homogéneo, un concepto coherente y duradero de lo que es la realidad como historia. Pero la visión contextualista, historicista, y diríamos metarealista de Auerbach, la cual por momentos es declaradamente la de White, reconduce ese perpetuo fallar en la dirección esperanzada: el fracaso de las imaginaciones de realidades pasadas es un incentivo, no un obstáculo, para la imaginación de realidades futuras.

 

CINCO TESIS EN TORNO A LAS ARQUITEXTURAS DEL LENGUAJE HISTÓRICO

En términos generales, y resumiendo las cuatro secciones precedentes, el whiteanismo como modelo arquitectónico de superficies y profundidades, que reenvía a una pragmática del lenguaje tropológica y entimemáticamente informada, supone una caracterización tripartita —procesual, productiva, metarealista—, la cual en su triple herencia —Jakobson, Frye, Auerbach— permite una re-expresión de los problemas perennes en torno a los estilos, las tensiones dialécticas, las contradicciones y las fases de la conciencia histórica.

Los tropos configuran así convenciones o paradigmas de elisión en los cuales los saltos, lejos de comprometer la eficacia de los enunciados, la aseguran, en la medida en que facilitan la expresión verbal en la interacción lingüística de los hablantes. La información tropológica del lenguaje ordinario permite lidiar con la carga de contradicciones y tensiones presentes en esas interacciones, proporcionando los paradigmas de elisión apropiados. La ubicua presencia de esos elementos tropológicos provee recursos, a la vez, para su interpretabilidad.

Los operadores funcionales de base pueden ser analizados a través de un enfoque plural que los considere en sus aspectos cognitivos, poéticos y políticos. De esta manera, la consideración de estos aspectos a través de los vocabularios de la argumentación formal, las tramas y las implicaciones ideológicas conducen a la evaluación de la irreductibilidad de esos aspectos como partes de una arquitextura de operaciones formales. Revisar los vocabularios de superficie como aspectos supone abrir un paréntesis, posponer semánticamente por un instante la plena aplicación de los presupuestos de los mismos, para realizar una evaluación heterónoma de los modos en cómo se despliegan las texturas y en que se procesan las brechas, saltos e inconsistencias al interior de las mismas.

En ese despliegue hay una remisión inevitable al aspecto de decisión y elección creativa de los hablantes, lo cual entrega una nueva carnadura a la subanalizada noción de estilo, surgida ahora como un término apropiado para rastrear el conjunto de intenciones autorales en interacción con las restricciones y homologías estructurales de los elementos disponibles y presentes en el discurso analizado. El modelo retiene así una instancia ineliminable que reenvía a los agentes y la subjetividad hablante (Kellner, 1980).

El conjunto de operaciones de base se sitúa respecto de aquello que opera menos en la modalidad de la determinación que en la de interconstitución y tematiza menos la imposibilidad de entablar relaciones de interpretación certeras con el entorno que el problema hermenéutico de la abundancia, pluralidad, disputabilidad e irreductible confrontación entre versiones del mismo (Putnam, 2000: 55). Lejos de aceptar de forma pasiva este pluralismo divergente, se sugiere un método propiamente lingüístico de interpretar las divergencias si es que hemos de arbitrar entre ellas para actuar.

Sin embargo, en la práctica y en la consolidación de los lenguajes como espacios de prácticas consolidadas —en este caso los de la historiografía como interpretación del pasado en común— se advierte la articulación de tramados institucionales que autorizan, legitiman o desautorizan e impugnan espacios y posibilidades de significación. La respetabilidad discursiva se organiza en torno a configuraciones de autoridad, las cuales remiten a políticas disciplinares que delinean sentidos de realidad para esas mismas empresas cognitivas.

Si este hilo argumental es claro, puede verse cómo las cuatro secciones precedentes reenvían a un núcleo teórico reconocible, que sirve para caracterizar al narrativismo whiteano de base tropológica. Es claro que la obra de White reconoce deslizamientos y variaciones a lo largo de las décadas, pero éstas en lo sustantivo no comprometen las tesis asumidas en Metahistoria, sino que, a lo sumo, extienden la red de hipótesis en la dirección de recoger las implicaciones de las tesis originales —en particular lo relativo a los estilos y a las políticas disciplinares instanciadas en el lenguaje, de cara a los eventos desconcertantes del siglo XX—. Para mi propósito, la red de caracterizaciones, asunciones teóricas y compromisos expresados en los párrafos precedentes se subsumen en las siguientes cinco tesis:

1. Tesis de la base tropológica. Las arquitecturas del lenguaje histórico se erigen en una base común —los operadores funcionales tropológicos presentes en el lenguaje ordinario—, lo cual permite arbitrar y habilitar términos de comparación entre protocolos arquitextuales mediante un metalenguaje o vocabulario adscriptor heterónomo.

2. Tesis de la irreductibilidad de la arquitectura plural de los textos históricos en tanto artefactos verbales. Las consideraciones de los mismos en términos de argumentaciones formales (plano epistémico-cognitivo), de modelos de trama (plano estético-poético) o de implicaciones ideológicas (plano ético-político) están conceptualmente a la par y son analizables de manera empírica por medio de vocabularios de superficie.

3. Tesis del estilo de la escritura histórica. La arquitectura artefactual presupone el rastreo de las afinidades, tensiones y relaciones entre las distintas opciones presentes en cada nivel o plano irreductible. La constitución de una gramática histórica concreta consiste en la administración creativa de esas afinidades y tensiones.

4. Tesis del compromiso ontológico. Las operaciones estilísticas irreductibles en la arquitectura del texto histórico configuran un proceso de identificación, segmentación y compromiso ontológico que constituye el dominio mismo de objetos, eventos y relaciones que el discurso pretende tratar. Las relaciones entre la evidencia y los estilos irreductibles no son de determinación, sino de interconstitución.

5. Tesis de las políticas del lenguaje. La construcción de un sentido de realidad por medios lingüísticos no permite decidir a priori entre empresas cognitivas respetables y meras especulaciones. La apelación a la evidencia puede facilitar la discriminación entre buenos y malos usos de un juego del lenguaje historiográfico, pero no puede ayudarnos en la elección del juego del lenguaje, pues resulta de una compulsa relacionada con las políticas del lenguaje que ocluyen o habilitan ciertos modos de intervención efectiva. Obtenemos con ello también una comprensión sinóptico-dinámica de las derivas disciplinares.

 

MÁS ALLÁ DE WHITE

En la primera sección mencioné cuatro críticas al narrativismo: que priva, invierte y disuelve al discurso historiográfico, sus pretensiones de verdad, su estatus empírico, en el nombre de una teoría en última instancia contradictoria. Los fantasmas del escepticismo, el relativismo y el idealismo son el precio a pagar por esta inflación teórica política y cognitivamente irresponsable.

Sin embargo, considero que estas apreciaciones son, por momentos, el resultado de interpretaciones forzadas del canon. En primer lugar, en mi indagación en torno a la nota 13 de Metahistoria, he obtenido dos precisiones cruciales: por un lado, lo entimemático y lo silogístico no se sitúan en oposición irreconciliable ni lo primero subsume a lo segundo; esto es, ahora que todo es figuración no se disuelve la idea de algo que accede a la dignidad de lo literal; por el otro, la teoría reenvía al marco de decisiones y anticipaciones de los hablantes. Es una teoría para la pragmática de la interacción lingüística. Por lo tanto, la tesis de la base tropológica difícilmente constituye un buen argumento en pos de un determinismo lingüístico.

Segundo, del recorrido en torno a las relaciones entre base tropológica y vocabularios de superficie he obtenido una precisión ulterior: el metalenguaje se propone como un vocabulario adscriptor heterónomo, con la finalidad de arbitrar y obtener una criteriología de la evaluación semántica en términos propios del marco de interpretación. Reconstruir la disputabilidad de los términos presupone que podemos entender los sentidos divergentes atribuidos a los mismos. Si ése es el caso, tal criteriología resultará en extremo inadecuada para sostener inferencias escépticas o relativistas respecto de una deriva disciplinar dada. Ciertamente, la equívoca figura de la profundidad —empleada con recurrencia por White, cabe consignar— debe ser entendida en el sentido de la heteronomía requerida por el metalenguaje, si es que ha de cumplir sus funciones, ayudándonos a evitar el recurso a los predicados del colapso metalingüístico. No se trata entonces de disolver el referente y la realidad, en el marco de una maniobra típicamente idealista, sino de obtener, por vía de un metalenguaje adscriptor heterónomo, una redescripción del modo en que los hablantes interconstituyen en la práctica esos referentes y criterios de realidad, la manera en que articulan compromisos ontológicos efectivamente analizables, la forma en que disputan valores, términos, mundos.

Tercero, ese metalenguaje, en su triple herencia (Jakobson, Frye y Auerbach) configura un modelo procesual (mediador), productivo (tipológico) y metarealista (historicista) que lejos de llamarnos a la irresponsabilidad colectiva hacia nuestro pasado en común, interpreta el continuo fallar de los compromisos con un criterio dado de realidad como un incentivo para buscar nuevos criterios, si hemos de actuar en algún sentido relevante. En su herencia jakobsoniana este modelo elude el determinismo: se trata de un metalenguaje no reductivo que propone mostrar las múltiples mediaciones (tesis de la irreductibilidad) que obran en tensión aporética y que son encaradas situacionalmente por los hablantes en sus marcos de interacción (tesis del estilo). En combinación con el historicismo de Auerbach, él mismo ofrece una mirada sinóptica dinámica del recorrido cultural de la expresión verbal referida al pasado. Vemos los condicionantes epocales detrás de cada representación de la realidad, los obstáculos y las promesas reiteradas de la imaginación en su lidiar efectivo con un mundo siempre cambiante, la configuración de instituciones y tradiciones autorizadas y su impugnación (tesis de las políticas del lenguaje).

Gracias al aporte del enfoque tipológico de Frye, se puede considerar a esas expresiones como artefactos que cumplen funciones culturales y sociales de primordial interés. Una vez que, con Frye, lo literario se ve como un rango ampliado de la práctica interesada en la delimitación de un criterio de realidad, el cual opere en la manera en que consideramos el mundo, a nuestra sociedad y a nosotros mismos, difícilmente se suscribe la idea de una inversión que disuelve lo literal en lo figurativo, en el marco de un libre obrar estético abandonado a sí mismo (tesis del compromiso ontológico). El obrar literario y configurador verbal es una actividad ligada con el resto de nuestros obrares, analizable de manera metalingüística. Además, el metalenguaje provee autonomía y un espacio parentético al crítico; en el marco de esos paréntesis teóricos se redefinen términos —lo literario en Frye, lo historiográfico en White— y todo ello revierte en el esbozo de una teoría unificada del uso de las palabras. En este caso, de las palabras empleadas para hablar del pasado en común.

Sin duda, para ir más allá de White, y para conceder su justo espacio a las críticas recibidas, ha de precisarse en qué sentido la base tropológica no es una profundidad, entre otras cuestiones no menores, pero esto es algo que exige la adopción y radicalización de la teoría, no su abandono. Una radicalización del narrativismo de White afirma que justamente porque su propuesta supone la articulación de un metalenguaje que reenvía a la evaluación pragmática del lenguaje tropológicamente informado y porque esa articulación procede en el marco procesual, productivo y metarealista ya descrito, no hay nada interesante para el narrativista, y nada que la propuesta teórica requiera para sostenerse como tal, en el escepticismo, relativismo, idealismo y expansionismo teórico atribuible a la teoría tropológica cuando ésta es interpretada forzando el canon.

De esta manera, es evidente que después de White ha emergido la posibilidad de otra filosofía de la historia. La propuesta de este artículo consistió en recoger el guante, hacerse cargo de la tarea, sopesar los escollos teóricos y refinar la teoría. Para ello discriminamos y reconocemos posibilidades y dificultades teóricas, ya que, como en su momento dijo Louis Mink

[...] nuestra comprensión de la ficción necesita el contraste con la historia, tanto como nuestro entendimiento de la historia requiere el contraste con la ficción [...] Si la distinción fuera a desaparecer, ficción e historia colapsarían ambas en el mito y serían indistinguibles la una de la otra. Y aunque el mito sirve tanto a la ficción como la historia para aquellos que no han aprendido a discriminar, no podemos olvidar lo que hemos aprendido. (1987: 203).

Es decir, justamente porque hemos aprendido a discriminar podemos complejizar nuestra concepción de los procedimientos empleados de forma recurrente en nuestro compromiso cotidiano con el lenguaje de la historia, en la convicción de que, a 40 años del gesto inaugural que supuso la aparición de Metahistoria, tampoco se puede olvidar lo aprendido de Hayden White.

 

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NOTAS

1 Puede seguirse este recorrido en White, 2010a; también véanse Doran, 2010; Ankersmit, Domanska y Kellner, 2009; Tozzi, 2009 y Ankersmit, 1994 y 2001.

2 Cito de manera ilustrativa y como ejemplos palmarios de ello a Golob, 1980; Zagorin, 1990 y 1999; Himmelfarb, 1992; Lorenz, 1994 y 1998; y Marwick, 1995.

3 Un estudio sistemático de los críticos del narrativismo whiteano se encuentra en Lavagnino, 2011a: 89-124.

4 Por motivos de espacio no puedo dedicarme in extenso a las críticas aquí; remito para ello a Lavagnino, 2010 y 2011a.

5 No puedo extenderme aquí en esta referencia a la filosofía del lenguaje de Donald Davidson. Remito para ello a Lavagnino, 2011a y 2011b.

6 El importante lugar de Auerbach en la obra de White se encuentra convincentemente expuesto en Doran, 2010; véanse también Cuesta, 1998; White, 2010a y 2010b.

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR

Nicolás Lavagnino: Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde es docente en la cátedra de Filosofía de la Historia del Departamento de Filosofía e Investigador en el Instituto de Filosofía "Alejandro Korn" de la misma institución. Ha publicado artículos en revistas especializadas como Pragmatism Today, Ideas y Valores. Revista Colombiana de Filosofía, Areté. Revista de Filosofía (PUCP), RLF. Revista Latinoamericana de Filosofía, Cuadernos de Filosofía (UBA) y Nuevo Topo, entre otras, también ha contribuido en la publicación periódica Epistemología e Historia de la Ciencia (FFYH-UNC). Ha coeditado, preparado e introdujo con Verónica Tozzi el volumen colectivo Hayden White, la escritura del pasado y el futuro de la historiografía (Buenos Aires, Universidad Tres de Febrero, 2012). Es traductor al español de numerosos artículos de Hayden White y de Frank Ankersmit. Sus áreas de investigación son la filosofía y epistemología de la historia, la teoría literaria, la filosofía del lenguaje y el análisis del discurso historiográfico.

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