Introducción
Sobre los cuerpos pueden verse materializados distintos fenómenos, entre ellos la violencia y el amor,1 que se hacen presentes en las relaciones de pareja. Los cuerpos de los sujetos no deben ser interpretados ahistóricamente y de modo objetualizante, sino que son construidos y expresan sentidos y representaciones sociales sobre la violencia y el amor, es decir, “el cuerpo metaforiza lo social y lo social metaforiza al cuerpo” (Le Breton, 2002, p. 73). Esto implica que en la corporalidad, resultante de un proceso histórico-social constante, los sujetos se construyen y emanan -por ejemplo a través de la gestualidad2 (Le Breton, 2002)- sus sentires en relación con otros (Goffman, 1971). Resumido en palabras de Graciela Frigerio, el cuerpo es una “superficie que sostiene las representaciones, envuelve los afectos, deja que se inscriban las sensaciones como letras visibles e invisibles que abandonan sus marcas en la piel” (Frigerio, 2006, p. 34).
En las siguientes páginas abordo escenas (Paiva, 2006)3 donde se ponen en juego tres nociones: la violencia, el amor y el cuerpo en parejas juveniles heterosexuales de clase media.4 Analizo las dinámicas entre la violencia y el amor, a la luz de visualizar cómo es afectado y cómo afecta la corporalidad en dichas dinámicas. En particular, el objetivo de este trabajo es, por un lado, indagar en las gestualidades que se ponen en juego como modo de resolución de conflictos; y por el otro, en los límites aceptables dentro de las parejas en relación con la gestualidad y la corporalidad en los momentos de discusión.
El artículo se estructura en cuatro partes. En primer lugar, explicito los fundamentos teóricos en relación a la corporalidad, sobre los cuales basé mi investigación. En segundo lugar, analizo escenas de discusión, signadas por la gestualidad violenta, que se resolvieron (o intentaron resolverse) desde lo que he denominado gestualidad amorosa. Seguidamente, hago la misma apuesta, pero desde la lectura de una conversación de WhatsApp de una pareja, a la cual tuve acceso durante mi trabajo de campo. Analizo esas gestualidades virtuales a partir de comprender a los jóvenes como cyborgs (Haraway, 1991). Por último, abordo cómo los/as entrevistados/as perciben sus límites corporales en relación con la violencia y el amor según las pautas y parámetros que establecen como aceptables dentro de sus parejas.
Notas preliminares
La hipótesis que guio este abordaje partió de la tensión5 existente entre violencia y amor de pareja en los noviazgos de jóvenes heterosexuales de clase media urbana del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), Argentina. La coexistencia de ambos conceptos se encuentra en el propio discurso amoroso. El mismo siempre será fragmentario y discontinuo (Barthes, 2001; Bataille 2010; Gregori, 1993, 2003), por lo cual los sujetos saltan de un tópico a otro. La elección de determinados temas o figuras y no de otros es lo que permite comprender el funcionamiento social de este discurso (Daniel Pérez, 2008). Dentro de esos tópicos se ubican algunos cercanos a prácticas y experiencias vinculadas al registro de lo amoroso y otros a la violencia.
Esta forma de comprender el discurso amoroso discute con aquellas perspectivas (Femenías, 2009; Velázquez, 2006)6 que plantean dentro de los vínculos violentos la existencia de una mujer como víctima y de un varón como victimario, las cuales desconocen el rol del amor en estas relaciones de pareja y la agencia de los sujetos, al focalizar sus análisis sólo en la violencia contra las mujeres.
Retomo a Raquel Osborne (2009), quien propone que los abordajes de la violencia en las relaciones interpersonales deben tomar en consideración la potencialidad de las mujeres como perpetradoras de violencia en las relaciones de pareja y no verlas en un rol pasivo de meras víctimas.
La metodología de la investigación es cualitativa pues son objeto de indagación los sentidos de las prácticas y las representaciones respecto del amor y la violencia contra las mujeres que poseían los sujetos al ser entrevistados; y los efectos que las mismas generan sobre sus cuerpos. Para ello, se realizaron entrevistas en profundidad que me habilitaron a interpelar a estos sujetos sopesando su singularidad como productores de significados y sentidos sobre sus prácticas.
Desarrollé 15 entrevistas a partir de la técnica de bola de nieve.7 Los jóvenes que fueron entrevistados comparten los siguientes rasgos: se identifican como heterosexuales; viven en la casa de sus progenitores/as o tutores y en ésta ocupan el lugar de hijos; no tienen hijos; cursan la escuela media o han terminado la educación media hace menos de un año; pasan la mayor parte de su tiempo con sus pares, la escuela y en ámbitos de esparcimiento;8 son de clase media; tienen al menos tres meses de noviazgo al momento que realicé la entrevista; el lugar de residencia es el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA); y, por último, se encuentran dentro de la franja etaria de 15 a 19 años.
Las mismas se desglosaron apostando a que sea de forma equitativa, es decir, en igual cantidad, de la siguiente manera: a) cinco, a mujeres que estén de novias; b) cinco, a varones que estén de novios; c) cinco, a parejas. Respeté la voluntariedad y confidencialidad en las entrevistas a través de la utilización de seudónimos, y la protección de cualquier dato potencialmente sensible.
Presupuestos teóricos desde los cuales parte esta investigación
Los cuerpos son vividos por cada sujeto dentro de una cultura determinada que va cambiando a través del tiempo y sus prácticas (Turner, 1984). Por eso, los cuerpos son procesos sociohistóricos nunca acabados. No son reductibles a un aspecto físico-anatómico porque se van configurando en relación con los individuos, máquinas, dispositivos, lógicas del mercado (Haraway, 1991), consumos (Pedraza, 2009), con los cuales interactúan. Asimismo, si bien yo tengo un cuerpo, el cual a través de las nuevas tecnologías amplía su espacialidad (Haraway, 1991), también soy un cuerpo (Turner, 1984). Esto significa que mi cuerpo es una presencia inmediata vivida, que varía, más que un mero entorno extraño y objetivo, y a partir del cual me expreso. La expresión emanada (Goffman, 1971) - la corporalidad- nos acompaña en cada interacción.9
En los tiempos actuales, el cuerpo es un lugar particularmente tenso y uno de los campos de batalla preferidos de la modernidad (Kaplún, 2004). Los mismos son umbrales (Grosz, 1994) en los cuales se inscriben diversos binarismos y oposiciones como privado o público, propio o del otro, natural o cultural, físico o social, instintivo o aprendido, psicológico o social, genética o ambientalmente determinado y, a los efectos de esta investigación, la violencia y el amor. Según Donna Haraway (1991) están emergiendo nuevos límites fluidos que rompen con los dualismos modernos entre yo y otro, cuerpo y mente, humano y animal, humano y máquina, conciencia y sueño, vida y muerte, hombre y mujer, que provienen del despliegue de nuevas tecnologías cibernéticas en la biología y la medicina, en los lugares de trabajo, en las escuelas, en las lógicas de dominación del capital transnacional, entre otras áreas de la vida social. Estos límites fluidos están generando la existencia de sujetos y organismos híbridos, que pueden ser englobados dentro de la metáfora de cyborgs. El discurso científico-técnico es uno de los principales medios actuales para la determinación de qué somos, quiénes somos, dónde estamos y qué es lo que podemos llevar a cabo. Por ejemplo, una conversación en un contexto virtual que no implica una presencia física y material genera, sin embargo, efectos muy tangibles que, según Gabriel Kaplún (2004), pueden llegar al llanto, la excitación o el orgasmo.
Andrada de Gregorio y Sánchez Perera (2013) consideran que es necesario superar la visión moderna de la tecnología que implicaría que la misma surge para suplir las carencias de los seres humanos, es decir que persiste en ella una caracterización mimética: aquel dispositivo es simplemente un instrumento para el agente. Para las autoras, debería ser considerado una prótesis, “una parte del sistema cognitivo en cuestión, a pesar de no encontrarse en contacto directo con nuestro cuerpo; a pesar de no ser una prótesis penetrante” (Andrada de Gregorio y Sánchez Perera, 2013, p. 50). Los celulares y su acceso a las redes sociales son un ejemplo de prótesis. Desde allí, los jóvenes entrevistados emiten mensajes de afecto o controlan/celan a sus parejas.
Los individuos se encuentran tensionados entre estas diversas prácticas, discursos y sentimientos antagónicos que generan efectos sobre sus cuerpos, en especial sobre la frontera de los mismos: la piel (Nancy, 2007), donde dicha tensión se expresa. Por ende, para el autor es imposible pensar sin cuerpo, la piel siente y sobre ella se hacen sentir, recíprocamente y desde diferentes frentes, las representaciones y sensaciones propias con las de otras personas.
El cuerpo, la piel: todo el resto es literatura anatómica, fisiológica y médica [...]. Mas la verdad está en la piel, hace piel: auténtica extensión expuesta, completamente orientada al afuera al mismo tiempo que envoltorio del adentro, del saco lleno de borborigmos y de olor a humedad. La piel toca y se hace tocar. La piel acaricia y halaga, se lastima, se despelleja, se rasca. Es irritable y excitable. Toma el sol, el frío y el calor, el viento, la lluvia, inscribe marcas del adentro -arrugas, granos, verrugas, excoriaciones- y marcas del afuera, a veces las mismas o aun grietas, cicatrices, quemaduras, cortes. (Nancy, 2007, p. 32)
La importancia que tiene para Nancy (2007) la piel se explica porque los cuerpos son cuerpos vivos (Grosz, 1994; Butler, 2002) que tienen la capacidad de ser afectados y de afectar. Esto lleva a que ciertas prácticas, tanto del orden de lo amoroso como de lo violento, de uno de los miembros de la pareja sobre el otro, impacten generándoles efectos diversos que pueden ir desde la excitación y la risa hasta el malestar físico o el llanto.
Tomar en consideración la premisa de que los cuerpos afectan y se dejan afectar (Frigerio, 2006), admite pensar que “los sujetos no llevan una vida según el movimiento de los cuerpos celestes, sino, como lo sostiene Max Dorra (2005, p. 33), según los movimientos que producen en nosotros los sucesivos encuentros que tejen parte de nuestra vida cotidiana” (Frigerio, 2006, p. 39). Esto coloca en el centro del análisis a los sentimientos, acciones y sufrimientos de los seres humanos (Van Dülmen, 2000), y aquí la corporalidad juega un papel predominante, ya que a partir de la misma los amantes se relacionan, se comunican intensamente transgrediendo lo homogéneamente10 esperado tanto del orden del amor como de la violencia (Bataille, 2000, 2010), y alcanzan el goce (Badiou, 2012).
Es decir que el poder no es sólo coactivo, sino que también construye, es positivo en el sentido de que es productor, fabrica sujetos a través de dispositivos, seduce, tienta y genera resistencias. Michel Foucault (2008) explica que en los sujetos hay un doble impulso: placer y poder, en el cual existe el placer de ejercer poder desde la vigilancia, a la vez que hay placer de huir, escandalizar o resistir. “El placer irradia sobre el poder que lo persigue; el poder ancla el placer que acaba de desembozar” (Foucault, 2002, p. 47).
Es en esta idea de cuerpo como umbral, tensionado, coaccionado y agente de resistencias, donde me interesa centrar los efectos y las expresiones corporales de la violencia y el amor.
La gestualidad amorosa como modo de resolución de conflictos en la pareja
Las escenas de conflicto donde hay agresiones, dan lugar a la emergencia de escenas de placer (Barthes, 2001), de reconciliación o, en términos de Gregori (1993), a un pasaje de estado de divergencia a otro de convergencia, a partir de tres circunstancias: el cansancio de las partes que la integran, la llegada de alguien externo a la escena o la sustitución brusca de la agresión por el deseo (Barthes, 2001). Las mismas son desarrolladas, en este apartado, a partir del análisis de la gestualidad (Le Breton, 2002) en tres escenas en las cuales desde la gestualidad amorosa -besos, acercamiento de las superficies corporales y abrazos- los/as entrevistados/as intentan resolver un conflicto entre ellos. De este modo, además, abordo las representaciones y prácticas sobre la violencia y el amor que poseen. Utilizo el caso de una pareja, Darío y Diana, a los cuales entrevisté de forma conjunta, mostrando los puntos en los cuales coinciden y en los que difieren al momento del relato de la escena y la de un varón, a quien le realicé una entrevista individualmente, Germán.
Darío y Diana se fueron de vacaciones de verano a la playa junto con la familia de él, allí tuvieron una discusión debido a que ella, en su aniversario de novios, cuando él le dijo que la amaba, no le respondió con la misma expresión. Ella comenzó a besarlo y abrazarlo, pero estas gestualidades, aunque a simple vista corresponden a una escena amorosa, fueron un modo que ella tuvo de no despreciarlo, pero hacerle saber que no había en ese caso una reciprocidad de sentimientos y expectativas entre ambos (Giddens, 1997).
En primer lugar, el recuerdo de esta escena desencadenó en la pareja una discusión durante la entrevista.
DARÍO: ¿Qué pensás, que yo las dije [las palabras “te amo”] por decir?
DIANA: No, no estoy diciendo eso. Y no sé, en el momento no sentí que fuera el momento de decirlo, y tampoco me salió y no sé. Tampoco quería decirlo sin estar segura porque no estaría siendo sincera y no estaría bueno tampoco.
DARÍO: Y eso después lo pensé y también me pareció que estaba bien.
En esta discusión durante la entrevista pude observar ciertas miradas que marcaban el descontento con lo que el otro decía y tonos irónicos: “¿qué pensás, que yo las dije por decir?” (Darío).
En segundo lugar, el escenario en el cual él le dice que la ama se corresponde con las representaciones del amor que el entrevistado posee: era de noche, estaban en una cama acostados y estaban solos.
DIANA: Era de noche, nos estábamos por dormir.
DARÍO: Claro. Yo le di un regalito y era un osito, ese típico osito de peluche que dice te amo. Se lo di y después se lo dije yo a ella, y ella me empezó a dar muchos besos y me dijo “ay yo no te traje nada” porque yo tampoco le había traído nada la vez pasada, no es excusa igual (ríe).
E:11 ¿Qué cosa?
DIANA: Porque eso era el segundo mes, y en el primer mes yo le había regalado algo y él no me había regalado nada.
DARÍO: Después ella no me trajo nada y yo le regalé esto. En realidad no me importó eso porque yo sabía que no me importaba. Pero me dijo “ay no te traje nada. Qué lindo qué lindo”, me dio muchos besos, me abrazó mucho y no me contestó nada. Y después me dijo “ay no sé qué decirte” y no me lo dijo. Me empezó a dar muchos besos y yo como que se me empezó a caer la ficha de que no lo decía y se me empezó un poquito a caer el humor hasta que se me cayó completamente.
Festejar cada mes de aniversario, recordar las fechas importantes dentro de la pareja -cuándo se conocieron, cuándo se pusieron de novios y cuándo tuvieron su primera relación sexual-, y regalarse osos o chocolates son parte de su repertorio de prácticas amorosas dentro de sus pautas de cortejo y noviazgo, las que le generan a Diana una sensación de “ternura”. Pero el hecho de que no le diga “te amo” en esa escena idealmente ambientada fue tomado por su pareja de mala forma. Esto generó enojo en él, el cual luego afectó (Nancy, 2007) a Diana.
Ella, a medida que él le fue marcando cierta distancia corporal, también se enojó. De este modo, la pareja comenzó una interacción que puede ser descripta en términos de Barthes (2001) como “hacer una escena”,12 aunque aquí en vez de llevarla a cabo mediante la palabra la hicieron a partir de mostrar quién se colocaba corporalmente más lejos del otro y en mayor silencio. El silencio de ella ante el “te amo” y la frustración de él por una expectativa de reciprocidad (Giddens, 1997) no cumplida operó afectando (Nancy, 2007) la gestualidad corporal amorosa cotidiana de uno con el otro.
La hexis corporal que había comenzado con los dos acostados sobre una cama dándose un regalo terminó con ambos separados, durmiendo de espaldas en la misma cama y sin mirarse.
DARÍO: Sí. O sea, dormíamos en la misma cama.
DIANA: Pero él dado vuelta para un lado y yo para el otro.
DARÍO: Claro, yo dejé de abrazarla y dejé de darle besos y me quedé quieto. No sé si después me cambié de cama porque dormíamos en la misma cama, teníamos un cuarto que era una cucheta, pero dormíamos en la misma cama siempre, y no sé, no me acuerdo si yo me cambié a la noche.
DIANA: No me acuerdo.
Darío: Nada, como que no sentí como que la quería abrazar y darle besos en ese momento (…), me puse de mal humor, sentía todo eso que dije antes y me inhibí, nada más. Yo por dentro sabía que no pasaba nada, que estaba bien pero me puse de mal humor.
Diana: No, no me hablabas.
Darío: No le hablaba, hablarle yo no le hablaba.
Diana: No me contestabas.
Darío: No me acuerdo si no te contestaba. Por ahí te contestaba pero cortadísimo.
Darío se sintió rechazado por Diana debido a que ella no le expresó que lo amaba y porque no le hizo regalos durante sus primeros aniversarios juntos, gestos que él sí efectuó con ella. Dentro de sus representaciones deseables de pareja dichas prácticas son muestras de amor, por lo que falta de las mismas hicieron sentir al entrevistado desestimado.
Él ante este escenario reaccionó ignorándola. Darío estuvo enojado con ella por un tiempo considerable, dentro de lo que son los parámetros temporales de estos jóvenes, sin hablarse ni entablar contacto corporal. Ella comenta que intentaba recomponer la relación y le hablaba y él no le respondía. Desde la noción de violencia de género de Femenías (2009) y Velázquez (2006), esta situación puede ser catalogada como una escena de violencia debido a que aunque Diana intentaba acercarse a él, una y otra vez, era ignorada en un contexto donde se encontraba en otra ciudad sin su entorno más próximo -familia, amigas/os- sólo con él y su familia. Esto le generaba enojo y malestar.
El entrevistado relata que el modo en que pudo terminar con la escena se dio, dentro de las tres posibilidades explicadas por Barthes (2011), por la sustitución brusca de la agresión por el deseo. El disparador de ese deseo no fue sexual, sino la película Antes de medianoche13 que para el entrevistado metaforiza lo qué es el amor -los atributos que el entrevistado nombra se enmarcan dentro de la noción de romántico explicitada al principio del trabajo (Alberoni, 1988; Giddens, 1992; Tenorio Tovar, 2012)-: un amor supremo por el sujeto amado, apostar a la relación más allá de las diversidades, que dure en el tiempo y conectar escenas amorosas con paisajes paradisiacos, como es Grecia en el caso de la película, y mediados por el consumo. Aunque el malhumor no desapareció, las representaciones que sustentan a las imágenes de la película lo estimularon a poder salir de esa escena y restablecer la comunicación hablando de otros temas. Esto tuvo lugar por el deseo de él de estar bien con su novia y por el recuerdo de las representaciones que para él se vinculan con el amor.
DARÍO: El malhumor lo tenía. Puede ser una boludez, pero hay películas que ayudan viste. No sé si viste Antes de medianoche, por ahí parece una boludez pero hay películas que te enseñan un poco de la vida y las cosas. Las cosas son boludeces y son cosas que pasan y después hay que tratar de no sé, de superarlo y que las cosas van a seguir igual (…). No es que me acordé de la película y ahí me puse bien, o sea, me puse de malhumor y yo el malhumor lo sentía y esas cosas las sentía, pero me puse un poco a reflexionar por dentro e intenté sacarme el malhumor, ponerme a contestar a ella y así se fue dando que yo le contestaba hasta que en un momento ya quedó bien de vuelta todo y nos empezamos a querer de vuelta.
El segundo caso del cual me encargaré es el de Germán, quien perpetra violencia psicológica contra su novia al querer controlar la forma en que se viste y amenazarla al respecto. Esto genera escenas (Barthes, 2001) de discusión donde ella ejerce un mecanismo de resistencia a partir de insultos ante esa prohibición. Su forma de resistir ante la violencia de su novio es siendo ella también perpetradora de violencia de tipo verbal (Osborne, 2009).
Si bien la hexis corporal que se espera de las jóvenes mujeres de clase media de la ciudad de Buenos Aires no es la misma que la de otros lugares del país, de otras clases sociales y menos aún de otros tiempos históricos, continúan siendo los cuerpos femeninos umbrales (Grosz, 1994) donde se inscriben diferentes representaciones socialmente aceptables en relación con sus gestualidades y modos de desenvolverse. Explica Bryan Turner: “el cuerpo es un espacio de enorme trabajo simbólico y producción simbólica. Sus deformidades son estigmatizantes y estigmatizadas, mientras que al mismo tiempo sus perfecciones, culturalmente definidas, son objeto de elogio y admiración”14 (1984, p. 190).
El modo en que las mujeres se visten es controlado por sus parejas. Si ella usa ropa supuestamente provocativa, en términos de su novio, pasará a ser estigmatizada como una mujer a la que le gusta que los varones la miren, tal como comentó Germán en otra parte de la entrevista.
GERMÁN: Si andás con un short que se te ve la mitad del culo al aire y andás con una remera que se te ve todo el corpiño y es obvio que la gente te va a decir cosas en la calle o te va a ver, o vas a llamar la atención.
Esto pone en cuestionamiento el pacto de fidelidad de esta relación -valor primordial en estos jóvenes a la hora de formar pareja-; además, lo estigmatiza a él como quien, ante la mirada de los otros, está de novio con alguien que se muestra provocativa. Ante este contexto él actúa ejerciendo control sobre el modo en que su novia se viste.
E: Contame una escena de discusión entre ustedes.
GERMÁN: Por la vestimenta por ejemplo. Ella me dice no me rompas las pelotas, yo voy a hacer lo que quiero. Entonces yo le decía no, vos no vas a hacer nada. No seas pelotuda porque… y ahí empezábamos a discutir, que vos sos un forro y vos sos una boluda. (…) Ahí como que me decía no me jodas, no me jodas y se cortaba ahí. No es que nos poníamos a discutir y a pelear.
La escena, cargada de gestualidades violentas, gritos e insultos de ambos porque ella se opone a hacer lo que él le pide, se termina porque se cansaron de la discusión (Barthes, 2001) y cada uno se fue por separado a mirar televisión o a usar el celular. El restablecimiento del vínculo se dio a partir de un acercamiento de Germán, quien se disculpó por haberle querido imponer a su novia de qué modo debía vestirse, aunque indicó que ella también fue violenta en el modo que le respondió. Así, restablecieron su cara,15y se reconciliaron mediante gestualidades amorosas que incluían abrazos y besos. El modo de resolución de conflicto fue distinto en el caso de Darío y Diana, donde no hubo un pedido de disculpas, sino que el enojo persistió y salieron de la escena hablando de otro tema.
GERMÁN: Voy le digo “che, tenés razón”. Vos te podés vestir como quieras, yo no soy quién para decirte qué tenés que hacer y qué no, perdoname, pero también tu trato hacia mí no fue el más óptimo. O sea, me trataste mal por eso me enojé, y yo le pido perdón, y como que lo hablamos un poco y nos tranquilizamos los dos, nos pedimos perdón (…) Yo capaz la abrazo, le doy un beso. Capaz primero termina de hacer sus cosas, yo las mías y después nos abrazamos.
Es decir que estos cuerpos vivos (Grosz, 1994) se encuentran afectados por la discusión y a partir de la gestualidad amorosa donde las pieles se rozan, “[la piel] evanescente ante la caricia o el golpe” (Nancy, 2007, p. 33), restablecen la satisfacción emocional que sostiene el vínculo.
El registro emanado de los cyborgs
En nuestros días, las redes sociales son medios a partir de los cuales los jóvenes socializan. El uso cotidiano que le dan al celular, tabletas y a la computadora, al punto de ser prótesis de sus cuerpos anatómicamente hablando, permite pensarlos como cyborgs (Haraway, 1991; Andrada de Gregorio y Sánchez Perera, 2013).
Los cuerpos jóvenes habitan una espacialidad que trasciende su espacio físico. El celular es una prótesis de su cuerpo porque es utilizado asiduamente por ellos y les permite estar en otros contextos virtuales a la vez que en un lugar físico determinado. Esto genera efectos sobre sus cuerpos dado que desde allí discuten, expresan cariño o remedian conflictos. Dice Nancy: “un cuerpo no está vacío. Está lleno de otros cuerpos, pedazos, órganos, piezas, tejidos, rótulas, anillos, tubos, palancas, fuelles. También está lleno de sí mismo: es todo lo que es” (2007, p. 13). Esto implica que han emergido nuevos límites, que son fluidos y que permiten a las personas a partir del celular y de las redes sociales estar en diferentes espacios simultáneamente y tener acceso a información sobre interacciones que tuvieron en otros momentos temporales, por ejemplo con los historiales de mensajes. Las redes sociales contribuyen a desorganizar al corpus,16 el cual posee órganos internos y externos tirándolo para sí (Nancy, 2007, 2009).
Al cuerpo tironeado, como colección de colecciones (Nancy, 2007) -de piezas, de pedazos, miembros, estados, funciones, de otros cuerpos que cada uno tira para sí mismo desorganizando al todo-, se le suma el celular como prótesis (Haraway, 1991). A partir del celular (mensajes de texto y acceso a redes sociales, como Facebook o WhatsApp) los/as entrevistados/as pueden observar y tener conocimiento de lo que están haciendo sus parejas tanto en lugares físicos como virtuales. Estos medios permiten nuevas espacialidades desde donde proliferan los celos y el control. Es decir que este espacio genera efectos sobre los cuerpos de los jóvenes dado que las discusiones por chat involucran registros emanados violentos (Goffman, 1971), como gritos hacia la otra persona -aunque ésta no lo esté mirando-, broncas e iras (Kaplún, 2004), que se expresan tipeando con mayúsculas, “clavando el visto”17 o insultando por chat.
La expresión “jaja está bien” es utilizada también por María en sus discusiones con Juan a través de la aplicación WhatsApp como forma de terminar el diálogo. No obstante, este tipo de resolución de conflictos es sólo temporal, ya que esconde un malestar de quien la expresa y monta así una escena (Barthes, 2001).
E: ¿De qué sos celoso?
JUAN: De todo, que por ahí vaya a una casa donde haya dos o tres chicos, ahí ya me enojo, me pone…
MARÍA: De mal humor.
JUAN: Claro, de mal humor y hablándole medio medio.
E: ¿Qué es hablarle medio medio?
MARÍA: Y medio cortante “jaja bueno” y diciéndole cosas así. O por ahí que me voy a dormir antes, temprano y así la dejo a ella tranquila y yo me olvido de todo lo que está pasando…
JUAN: Claro siempre, te dejo tranquila (risas).
E: ¿Qué significa el “jaja bueno”?
JUAN: Un andá a cagar (risas) en pocas palabras.
MARÍA: Sí, no sé. Cada vez que nos enojamos hay un “jaja bueno”, como para cortar la conversación. Te explica no sé dale no te enojes y te dice de todo y yo le pongo “jaja bueno”.
JUAN: Claro por ahí yo le insisto de que no se enoje qué se yo y por ahí estoy bastante tiempo insistiéndole y ella “jaja bueno”.
En los diálogos por WhastApp o chat de Facebook, aparece la fecha y horario de cuando el otro leyó el mensaje que se le envió. En esta discusión por WhatsApp (a la cual pude tener acceso durante el trabajo de campo), el punto de conflicto que aparece es que él decide salir con sus amigos. Luego de ir a la escuela, estar con sus novios/as es en estos jóvenes la actividad principal que realizan y deben realizar para evitar peleas. Uno de los preceptos del amor romántico que sustenta a estas parejas es que uno es (y debe ser) para el sujeto amado su prioridad (Tenorio Tovar, 2012). Como modo de demostrarle disconformidad a su novio por no haber cumplido con este precepto, ella no le responde.
Cuando al final de la conversación pasan cinco minutos sin que ella le responda, lo cual es percibido como demasiado tiempo, él le insiste nuevamente y le envía un emoticón18 como muestra de tristeza porque ella no le habla. Para evitar que el conflicto se incremente, él termina no saliendo.
Los emoticones funcionan también como modo de resolución de conflictos. En el caso de la conversación de WhatsApp que analizo, él al final le manda corazones como modo de demostrarle que no quiere discutir con ella y reafirmar aquello que había escrito: que la ama.
Los límites corporales
A lo largo de este artículo he descripto cómo las dinámicas de la violencia y el amor tienen efectos en la superficie corporal, ya sea a partir de gestualidades que he denominado violentas como así también de gestualidades amorosas. Las mismas se dan dentro de un pacto implícito de la pareja que acepta y mantiene esa interacción. Estos límites no son estáticos y en cada pareja poseen ciertas particularidades, aunque, en estos entrevistados hay un límite claro: no está permitido un tipo específico de violencia física, los golpes19 de varones contra mujeres en un contexto de discusión.
La violencia física es desconocida por los entrevistados como un atributo femenino y es mayormente aceptada como un juego. Esto remite a que prima en ellos una idea de roles de género que presentan a los cuerpos masculinos como más fuertes y menos vulnerables ante un golpe de una mujer, que no es vista como una igual al momento de ejercer violencia física durante una pelea. Esto se corresponde con la perspectiva de la victimización de las mujeres (Femenías, 2007; Velázquez, 2006) que, como bien señala Osborne (2008), no mide la igual capacidad de las mujeres de ejercer violencia, y en la misma subyace la idea de “la agresividad, la inteligencia, la fuerza, la eficacia, en el macho; la pasividad, la ignorancia, la docilidad, la inutilidad, en la hembra” (Millett, 1970), que ya ha sido puesta en cuestionamiento por el feminismo de la igualdad.20
Si bien los cuerpos, como expliqué, retomando la propuesta de Jean-Luc Nancy (2007, 2009), son fuerzas abiertas, según mi punto de vista, los sujetos establecen límites, los cuales están en parte socialmente constituidos y variarán según quién y de qué modo se esté ejerciendo una fuerza corporal contraria. Es decir que el límite de esa experiencia de apertura corporal que el sujeto permite no se debe a simples razones subjetivas. En el caso de estas parejas, como indiqué, el límite de la violencia son los golpes de varones contra mujeres en momentos de discusión.
Otro punto en el cual se puede visualizar cómo la apertura corporal varía por razones sociales, se puede encontrar en el hecho de que los jóvenes de clase media tienen relaciones sexuales en la casa de sus padres y se van de vacaciones con ellos. Esto no era una práctica habitual que sucedía a mediados del siglo pasado (Cosse, 2010),21 mientras que hoy esa experiencia se replica en los diferentes casos. Esto impacta generando un entorno para que la intimidad22 de las parejas sea vivenciada en mayor grado (Giddens, 1992), a la vez que actúa generando una mayor cercanía corporal que modifica los límites corporales aceptados.
En otras palabras, si bien la experiencia corporal es vivenciada subjetivamente, responde a un contexto social e histórico definido, aunque disputable y contingente. Explica Scott: “el discurso es por definición compartido, la experiencia es tanto colectiva como individual. La experiencia es la historia de un sujeto” (1992, p. 66).
Tras explicitar lo anterior y teniendo presente el contexto de mayor intimidad en el cual se vinculan los jóvenes entrevistados, en este punto me encargo de describir comparativamente cómo los/as entrevistados/ as perciben sus límites corporales en relación con la violencia y el amor según las pautas y parámetros que establecen como aceptables dentro de sus noviazgos, sin desconocer el contexto social en el cual están insertos. Lo desarrollo a partir de la descripción de tres escenarios diferentes: uno donde se muestre cómo el entrevistado a partir del noviazgo amplía sus límites corporales, otro donde elementos violentos son vistos por los/as entrevistados/as como muestras de amor, y por último una escena de violencia física que es percibida por la entrevistada como límite de lo aceptable en su pareja. A partir de esto puedo abordar también las representaciones, prácticas y efectos vinculados a la violencia, al amor y al cuerpo de los/as entrevistados/as.
En primer lugar, en relación con el modo en que el noviazgo amplía sus límites corporales, para Darío el amor de pareja le permitió una apertura corporal anhelada por él mismo. Es decir que hay una afectación en términos de Nancy (2007) deseada y que aporta a la construcción de su noviazgo (Badiou, 2010). A medida que la construcción del vínculo se incrementa, el entrevistado avala que la otra persona roce su piel y ejerza sobre él gestualidades amorosas, aunque no en cualquier circunstancia.
E: ¿En qué sentido hay menos límites?
DARÍO: No sé, yo no dejo a cualquier persona besarme, abrazarme, o por lo menos estar mucho tiempo abrazándome, besándome todo el tiempo. Y con ella esos límites se van no porque tenga que… sino porque quiero que […]. Yo la dejo tocarme a ella en cualquier no… o sea, no en cualquier momento, pero como que con ella tengo menos límites en más momentos que tendría con cualquier otra persona. O sea, los límites se van más con ella. Y ella me puede tocar porque yo cuando ella me toca yo siento cosas.
El contacto con ella le genera sensaciones que remiten, retomando a Nancy (2007, p. 33), “a la evanescencia del cuerpo ante la caricia del sujeto amado”. Las expresiones de cariño de un integrante de la pareja hacia otro y su contacto corporal no son siempre de la misma forma e intensidad, sino que ese límite se va modificando a partir de la confianza, pilar en su representación sobre lo que implica un noviazgo. En este caso, por ejemplo, que él le toque la panza a su novia al principio de la relación no era una práctica que ella permitiese. Con esa construcción de confianza en el tiempo, Diana ante la caricia de él reacciona también acariciándolo, es la piel el umbral (Grosz, 1994) a partir del cual somos tocados a la vez que tocamos.
En pocas palabras, Darío con Diana, en tanto es su novia, logra ampliar sus límites respecto de lo que otra persona puede hacer con su cuerpo. Él se siente a gusto cuando ella lo toca en espacios tanto íntimos como públicos, sin embargo tiene ciertos límites. Este consentimiento se da en el marco de gestualidades amorosas, caricias y del acto sexual.
En cambio, Tamara y Hugo, en su intento de cuantificar el amor que sienten uno por el otro, ponen en juego el cuerpo y el sufrimiento; es decir que involucran elementos de la violencia. Sus representaciones sobre lo que llegarían a hacer como muestra de amor se vincula a la noción de intensidad (Bataille, 2010) ya que requieren que se llegue al malestar y a la cercanía con la muerte. Aunque ellos como muestra de amor marcan como límite que no morirían por el otro, sí que la rozarían a partir de la tortura.
HUGO: Porque yo te amo lo máximo que se puede amar a alguien.
TAMARA: Yo siempre te digo eso.
E: ¿Qué significa “lo máximo que se puede amar a alguien”?
TAMARA: Mirá no te voy a decir que muero por él porque es algo hipócrita porque morir es fácil, pero soy capaz de ser torturada. O sea, de que me quemen con cigarrillos, morirme así, soy capaz de morirme así porque él esté bien.
E: ¿Vos?
HUGO: Y no sé si con cigarrillos, pero sí con una gillette cortándome. Me parece crudo lo de los cigarrillos.
TAMARA: Pero fue una forma de decir, o sea, estoy dispuesta al peor sufrimiento que existe en la vida. Igual, para vos es raro ¿no? Porque somos chicos para decir estas cosas, pero yo me voy a casar con él. Te voy a ver en diez años y me vas a ver así con dos pibes, te lo prometo.
Dejarse quemar por cigarrillos o cortar por una gillette, es decir, gestualidades violentas, son para esta pareja muestras de amor. Dentro de sus representaciones sobre el amor se encuentran: la promesa del amor eterno, el compromiso, la búsqueda de un concepto puro de amor, la reciprocidad y la intensidad.
Es a partir de esta muestra de amor atravesada por la idea de dolor que ellos comunican fuerte23 (Bataille, 2010) lo que sienten. Es desde el terreno de lo heterogéneo, de lo no permitido, en tanto cuestiona la vida y el bienestar mesurado homogéneo, que logran expresar la magnitud de aquello que la pareja denomina como amor incondicional.
En la práctica del acto sexual, Tamara y Hugo se rasguñan o tiran del pelo. En este caso se marca el cuerpo del otro, hay una extralimitación de las formas homogéneamente constituidas en términos de Bataille (1987, 2000, 2003, 2010), con el propósito de alcanzar una mayor excitación o un desahogo.
E: ¿Ustedes cómo vinculan el cuerpo a la violencia?
TAMARA: ¿Por ejemplo decís así en lo sexual?
E: Si querés charlame de eso.
TAMARA: En lo sexual si te pegás con alguien no es agresión (…). En ese contexto sí está bien porque no es que me pega una piña, qué sé yo, que te tiren del pelo o algo así, lo veo normal, lo veo normal, no lo veo dañino ni nada. O que una mina lo rasguñe al chabón.
E: En ese momento, ¿qué es lo que se siente?
HUGO: Desahogo, no sé.
TAMARA: No, al contrario, más excitación.
De este modo incrementan la “piel” que hay entre ellos, que los mantiene en fusión e intensidad (Bataille, 1987, 2000, 2003, 2010). Esta idea es expresada por los propios entrevistados de la siguiente manera.
HUGO: Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir, boluda.
TAMARA: Ay, eso siempre te lo digo.
Sin embargo, tirarse del pelo o rasguñarse son prácticas violentas que se encuentran dentro de lo que son sus parámetros de amor, es decir que no son consideradas por la pareja como excesivas. Los límites entre la gestualidad amorosa y la violenta no están preestablecidos, sino que van tomando forma dentro del acto sexual, aunque hay ciertas fronteras que saben que no pueden sobrepasar. En el caso de él sería darle un golpe en la cara a ella, lo cual no está permitido en su relación bajo ninguna circunstancia, y en el de ella, penetrar a su novio analmente.
E: ¿Ustedes cómo lo establecen? ¿Lo hablan antes?
HUGO: No, somos un quilombo.
TAMARA: Pero en ese sentido normal para mí. No, no, no decimos nada.
HUGO: Che, te jode si te doy… no, no, claro.
TAMARA: No, pinta, pinta.
E: ¿Hay algún límite?
HUGO: Pasa que ya nos conocemos, eso, los límites de repente.
E: ¿Cómo son los límites?
HUGO: Y que no sé, por ejemplo si yo le doy un sopapo, obviamente en la cara no, sé cómo, ¿entendés?…
TAMARA: (Se ríe). Me puse colorada (…). Nosotros no tenemos límites, no tenemos límites para nada. En nada. En una sola cosa tenemos límites, en que si yo me compro un cinturón con una cosa…y le quiero romper el culo no, eso no. Eso es lo único que no hacemos.
Por último, una escena violenta que es percibida por Lara como límite de lo aceptable en su pareja es cuando ella y su novio alcoholizados durante una pelea le pegan de puño a la pared. Esta gestualidad violenta o jugar a golpearse también la desarrollaba con su ex novio.
Cuando toman alcohol excesivamente tienen lugar interacciones violentas de uno sobre el otro cuyo límite es pegarle a la pared con el puño lastimándose. Esto implica que a partir de una expresión corporal violenta y una marca observable y tangible sobre el cuerpo -en este caso lastimarse el puño con sangre o inflamándoselo-, se establece el límite de lo aceptable dentro de sus parámetros aceptados como pareja.
El sentimiento interno de bronca se plasma sobre un afuera, en este caso la pared. Explica Nancy sobre la piel: “inscribe marcas del adentro -arrugas, granos, verrugas, excoriaciones- y marcas del afuera, a veces las mismas o aun grietas, cicatrices, quemaduras, cortes” (Nancy, 2007, p. 32).
E: ¿Ahora estás medio mal con tu novio? ¿Pero en qué sentido están bardeando?
LARA: Con todo porque también nos pasa lo mismo, que nos emborrachamos y hay un momento en que nos ponemos violentos. La otra vez yo el viernes, empezamos a escabiar con mi patrón ahí en el laburo y yo volví bien pero se dio cuenta de que había estado escabiando, y al principio no pasó nada pero después de un vino el chabón como: no, y qué es eso, de qué vas a laburar y volvés así boluda […], agarró y le dio una piña a la pared y dejó un agujero (ríe), y después fui yo y yo ya le había dado una piña a la pared hacía poco…
E: ¿Por una discusión con él también?
LARA: Sí, porque me había peleado con él y me había hecho mierda y se me había desinflamado y ahora le volví a dar y me quedó otra vez.
E: ¿Después que le pegó una piña vos fuiste y le pegaste otra piña?
LARA: Claro, porque dije, loco, onda, en ese momento lo que sentí es como que estaba fallando ¿entendés?, yo dije, loco, tengo que hacerle bien, tenemos que hacernos bien, y esto no es nada de eso, nada de lo que yo quiero y me dio bronca y le pegué también a la pared.
E: ¿Después qué pasó?
LARA: Y después nada, bien porque el chabón empezó a sangrar entonces yo lo curé, él me trajo hielo, me puso ahí en la mano, pusimos un disco y nos quedamos ahí, después nos dormimos. Pero que los dos nos damos cuenta y me dice “mirá yo ya no me gusta estar así, estamos haciendo cualquier cosa”. El chabón está buscando laburo, yo no quiero perder mi laburo, no quiero seguir bardeando, no quiero estar mal con mi papá.
En esta escena se puede observar el modo en que él ejerce violencia psicológica sobre ella al cuestionarla y celarla porque había tomado cerveza con su jefe. Luego de esto, como forma de amenaza y canalizar la violencia, él le pega a la pared. Ella continúa con la interacción y repite la misma acción que él, no es pasiva (Osborne, 2009). Sin embargo, el primer golpe de él contra la pared no marcó un límite, sino que el mismo tuvo lugar cuando ella le pega nuevamente. Hacen una escena (Barthes, 2001) en la cual cada uno intentará imponer la última palabra amedrentando al otro a partir de la violencia física que ejercen sobre sí mismos.
Esta escena de violencia de ambos se soluciona escuchando música, cosa que los une, en especial la música de los Rolling Stones, yéndose a dormir y prometiendo que no van a volver a llegar a ese límite.
Conclusiones
En este artículo me propuse echar luz sobre la corporalidad como un registro desde el cual se puede analizar la tensión que existe entre el amor y la violencia. Es desde el cuerpo entendido como un corpus, cuerpo tironeado y conformado por mucho más que el entorno físico que ocupa, que podemos ver cómo en las relaciones de pareja afectamos al sujeto amado, a la vez que el otro nos afecta.
Desde el cuerpo se inscriben y se proyectan preceptos sobre el amor y deseos en la otra persona, lo cual no es recibido por él/ella de modo pasivo, sino que genera toda una serie de resistencias como de placeres. En ese ir y venir aparecen gestualidades tanto del orden de lo amoroso como de lo violento, tal como lo he explicitado en este trabajo.
Asimismo, cuando se “hace una escena” aparecen gritos, insultos, silencios en el chat, golpes contra la pared, que si bien implican una hexis corporal violenta, llevan (in)mediatamente a momentos de abrazos, besos y relaciones sexuales. Es decir, la resolución del conflicto de la escena está atravesada por el registro amoroso. Este aspecto fue desarrollado a lo largo del trabajo para explicar cómo la gestualidad amorosa emerge en los entrevistados como un modo de resolución de pelas de pareja.
En la comunicación fuerte, mediada por la violencia, los jóvenes establecen y reconfirman los pilares que sustentan a sus relaciones de pareja, a saber, la fidelidad, el lugar primordial que se tiene para el otro, como así también delimitan cómo deben actuar las mujeres y los varones heterosexuales cuando están de novios. Por ejemplo, el hecho de que uno de los entrevistados le haya ejercido violencia psicológica a su novia respecto a cómo puede vestirse, implica que continúan siendo los cuerpos femeninos umbrales donde se inscriben diferentes representaciones socialmente aceptables en relación con su modo de desenvolverse.
Otro de los puntos que fueron abordados en este artículo es cómo ese afectar y ser afectado se da bajo ciertos límites, los cuales no son estáticos sino que varían según las parejas. Sin embargo, el hecho de que un varón le pegue a una mujer en un contexto de discusión apareció como el umbral infranqueable en todos los casos. El mismo se basa en que aún persiste para los jóvenes el ideario de género de que un varón posee más fuerza que una mujer.
No obstante, en momentos eróticos y de juegos, mediados por la gestualidad violenta, los jóvenes alcanzan sensaciones de mayor intensidad, que son percibidas por ellos mismos como amorosas.
En pocas palabras, en este trabajo me propuse establecer una tríada entre amor, violencia y corporalidad, poniendo el eje en el cuerpo dado que es el espacio -móvil y abierto- desde el cual se puede abordar con mayor amplitud cómo y cuáles son las dinámicas del amor y la violencia en las relaciones de pareja juveniles.