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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.17 no.43 Ciudad de México may./ago. 2020  Epub 27-Sep-2021

https://doi.org/10.29092/uacm.v17i43.780 

Reseñas

Una teoría de la democracia compleja

Germán J. Arenas-Arias* 

*Profesor en la Universidad de Alcalá, España.

Innerarity, D. 2020. Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI. Barcelona: Galaxia Gutenberg


La teoría política contemporánea tenía una deuda académica con la búsqueda de argumentos y respuestas alrededor de la complejidad y las complicaciones de la democracia, pero el nuevo libro del profesor Daniel Innerarity, Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI, publicado en enero de 2020 por Galaxia Gutenberg, tiene el valor de asumir ese compromiso. La materia ya había sido señalada por algunos autores anteriores. Norberto Bobbio dijo que “la democracia se ha vuelto en estos años el denominador común de todas las cuestiones políticamente relevantes, teóricas y prácticas” (2001, p. 9) pero advirtió que “el proyecto democrático fue pensado para una sociedad mucho menos compleja que la que hoy tenemos” (2001, p. 41). Las transformaciones que la sociedad ha vivido se han convertido, a su vez, en obstáculos imprevistos y sobrevinientes para el cumplimiento de las promesas democráticas.

El primero de esos obstáculos ocurrió al pasar de una economía familiar a una economía de mercado, y de una economía de mercado a una economía regulada que sugirió un incremento de la complejidad política y, en consecuencia, requirió mayor capacidad técnica para resolverlos. La inflación, el desempleo, la redistribución de la riqueza se hicieron asuntos cada vez más complejos que necesariamente deben ser resueltos por técnicos. El ciudadano medio de hoy, aunque esté más instruido, carece generalmente de las herramientas cognitivas y epistémicas para participar en la gran mayoría de los procesos de toma de decisiones.

En segundo lugar, Bobbio se refiere al constante crecimiento del aparato burocrático, aparato que se alimenta y gana músculo con las peticiones provenientes de los nuevos actores integrados al juego democrático. Por ejemplo, cuando los no propietarios (los desposeídos) empezaron a votar, pidieron al Estado vivienda barata, protección contra la desocupación, seguridad social contra las enfermedades; y cuando los analfabetos votaron, pidieron al Estado escuelas gratuitas. Conforme un Estado se hace más democrático, se hace también más burocrático.

Finalmente, hay un tercer obstáculo relacionado con la ingobernabilidad de la democracia, hecho demostrable en el contraste entre la rapidez con que se presentan las complejas, numerosas, inalcanzables y costosas demandas ciudadanas, y la lentitud del sistema político para responderlas y resolverlas.

En lugar de ofrecer una visión pesimista sobre el futuro de la democracia, Bobbio intenta emitir un mensaje de tranquilidad: “los obstáculos imprevistos no han sido capaces de transformar un régimen democrático en un régimen autocrático (2001, p. 45). Sin embargo, no sabemos todavía cómo gestionar la complejidad de la sociedad que habita, precisamente, en democracia; estamos abrumados con todo lo que está pasando a nuestro alrededor; el mundo nunca fue un lugar tan pequeño y a la vez tan complejo; entendemos muy poco qué hacer con él y con los desafíos del siglo que vivimos.

Por fortuna, como dijo también Emilio Gentile (2018) “la democracia, por su propia naturaleza, vive en un estado de crisis permanente que le permite renovarse constantemente para adaptarse a las nuevas situaciones, con frecuencia imprevistas, en las que el pueblo soberano ha de vivir” (p. 13).

Pues bien, el nuevo libro del catedrático de Filosofía Política de la Universidad del País Vasco, Daniel Innerarity, se ofrece como una alternativa para dotar de contenido teórico y práctico la gestión y el aprendizaje sobre esa complejidad. Una teoría de la democracia compleja traza una trayectoria viable para comprender que las sociedades de la vuelta del siglo ya no son lo que eran y que la interdependencia, la inabarcabilidad y la aceleración de los fenómenos están exigiendo un nuevo modo de gobernar en el siglo XXI.

Desde 2018, con la publicación de Comprender la democracia, Innerarity ya afirmaba que

la democracia sólo es posible gracias a un aumento de la complejidad de la sociedad, pero esa misma complejidad parece amenazarla. Hay un claro desajuste entre la competencia real de la gente y las expectativas de competencia política que se dirigen a la ciudadanía de una sociedad democrática. No es sólo que se haya hecho más compleja, sino que la democratización misma aumenta el nivel de complejidad social (p. 29).

Ahora, el autor nos presenta una nueva obra de considerable volumen con inquietudes académicas prometedoras, replanteamientos necesarios y preguntas pertinentes.

La estructura del libro está dada por cuatro grandes secciones. En la primera, el lector podrá enfrentarse a una serie de preguntas que suponen un choque contra la realidad:

¿tenemos hoy una teoría política a la altura de la complejidad que describen las ciencias más avanzadas?, ¿son capaces nuestras instituciones de gobernar un mundo con una complejidad increíblemente creciente?, ¿puede sobrevivir la democracia a la complejidad del cambio climático, de la inteligencia artificial, los algoritmos y los productos financieros?, ¿o hemos de concluir resignadamente que esa complejidad constituye una verdadera amenaza para la democracia? (p. 15-16).

La invitación principal que guardan las páginas iniciales es la de

redescribir el mundo contemporáneo con las categorías de globalización, saber y complejidad [porque] la política ya no tiene que enfrentarse a los problemas del siglo XIX, o XX, sino a los del XXI, que exigen capacidad de gestionar la complejidad social (…) aprovechando las competencias distribuidas en la sociedad (p. 24).

Existe una democracia después de la democracia, pero es una democracia amenazada por la incompetencia de las élites y por la irracionalidad de los electores, circunstancias que Innerarity asocia directamente con la tecnocracia y el populismo respectivamente. Es una democracia irritada con las desigualdades y sacudida por explosiones de indignación que, sobre todo, “responden más a un malestar difuso que carga contra el sistema político en general, pero no se concreta en programas de acción con la intención de producir un resultado concreto; hay en ellos más frustración que aspiración; son agitaciones poco transformadoras de la realidad social”1 (p. 37).

La propuesta de Innerarity, aquí, es un ejercicio de reanimación para que la democracia sobreviva. El ejercicio consiste, fundamentalmente, en “orquestar y equilibrar participación ciudadana, elecciones libres, juicio de los expertos, soberanía nacional, protección de las minorías, primacía del derecho, autoridades independientes, rendición de cuentas, deliberación y representación” (p. 41). La democracia es un sistema inteligente, dice, pero hay que protegerla de sí misma verificando no tanto a los individuos, sino a sus interacciones, modos de decisión, reglas, procesos y estructuras, con su respectiva institucionalización. Si logramos la inteligibilidad de esas interacciones, lograremos que la ciudadanía pueda ejercer las funciones de vigilancia y control que se esperan de ella en una democracia.

La segunda parte del libro es un “proyecto de diálogo con las ciencias naturales y sus conceptos, algo que la filosofía política ha hecho poco hasta ahora” (p. 63); invita a “dejar a un lado la caja de herramientas con las que actualmente trabajamos y tomar prestados algunos enfoques de otras disciplinas en las que se han llevado a cabo unas transformaciones espectaculares en los últimos años” (p. 64).

En ese sentido, el propósito del libro es enriquecer el debate de las ciencias sociales con todo aquello que las ciencias de la naturaleza pueden enseñar: producción del orden a partir de la inestabilidad, el caos y la destrucción. Las referencias que hay sobre la neurología, la atmósfera, las enfermedades o los nichos ecológicos demuestran que las entidades políticas, las comunidades o las organizaciones también son sistemas de interacciones complejas y, por lo tanto, debiéramos aprender de sus dinámicas y capacidades de respuesta con “unos procedimientos de protección muy sofisticados, pero menos rígidos de lo que solemos suponer o de lo que en principio desearíamos. (…) habrá que gobernar las sociedades como se cuida la vida: capacitar, empoderar, facilitar” (p. 106).

El tercer momento de la obra está marcado por cinco capítulos que reflexionan sobre I) la geometría política del mundo contemporáneo (pérdida de un centro único, bilateralidad, multilateralidad y el desplazamiento del poder de los Estados nacionales a conglomerados anónimos donde ya no es posible ejercer control, otorgar mérito o adjudicar culpas)2; II) el autogobierno y la teoría el gobierno indirecto (la fortaleza de gobernar no consiste en forzar a la gente a hacer algo, sino en animar a la gente a hacer lo que conviene al bien común)3; III) la administración inteligente de la democracia; IV) la configuración política del futuro “la gobernanza intertemporal consiste en una cultura política y un diseño institucional que estimula la decisión motivada en el largo plazo, protege los intereses futuros, mejora los instrumentos de previsión y promueve la solidaridad intergeneracional” (p. 209) y; finalmente V) sobre la necesidad de concebir la democracia como una negociación (la democracia mayoritaria es incapaz de conseguir lo que, en el mejor de los casos, se alcanza por medio de la democracia de negociación).

En la cuarta y más amplia sección, el catedrático de filosofía política expone sus tesis para democratizar la democracia. El punto de partida es hacer inteligible la política, combatir la inabarcabilidad a la que se enfrenta la gente con la crisis del sistema financiero, la complejidad de las negociaciones sobre el cambio climático, las condiciones para la sostenibilidad de nuestros sistemas de pensiones o las consecuencias laborales de la robotización.

Alcanzar la inteligibilidad (que no es un déficit meramente cognitivo e individual, sino democrático y colectivo) es posible a través de la “adquisición de competencia política para mejorar el conocimiento individual. Una figura central del modelo clásico de democracia es el ciudadano informado que es capaz de tener una opinión sobre los asuntos políticos” (p. 237-238). Innerarity insiste, con acierto, que esa competencia política no es tanto un saber acerca de los contenidos de la política, sino sobre la lógica de la política.

En el plano postelectoral, el autor parte de constatar que tenemos una democracia insuficientemente representativa. “En nuestros procedimientos de representación y decisión hay menos sujetos, intereses y valores de los que debería haber, lo que se podría traducir como que nuestros electorados están incompletos” (p. 269). De allí la necesidad de abrir las democracias hacia los otros con una perspectiva intergeneracional (p. 277), paritaria (p. 288) y ecológica (p. 297).

También el profesor hace un llamado para “mejorar la infraestructura cognitiva del gobierno sin sacrificar el principio de igualdad democrática (…) las democracias son lo sistemas políticos más inteligentes, pero son también los que requieren desarrollar más inteligencia colectiva” (p. 339). Pero ¿en qué consiste, por fin, la inteligencia democrática? Quien se anime a la lectura descubrirá las claves y enclaves de la diversidad cognitiva colectiva y constatará, de paso, que “la democracia no es solo el menos malo de los regímenes, como suele decirse, sino también el menos estúpido” (p. 357), totalmente apto para considerar el desconocimiento y la ignorancia como recursos útiles que retroalimentan el sistema a partir de las revisiones, dudas y críticas.

No podía faltar una pequeña teoría de la volatilidad (p. 389) pues la volatilidad, reticularidad, desintermediación y la digitalización constituyen el nuevo paisaje en el que la democracia se desenvuelve. En 21 lecciones para el siglo XXI, Yuval Noah Harari ya nos advertía que “una vez que la inteligencia artificial decida mejor que nosotros las carreras e incluso las relaciones, nuestro concepto de humanidad y de la vida tendrán que cambiar” (Harari, 2019, p. 77). Ahora lo digital es lo político, subraya Innerarity y “las tecnologías están dañando elementos centrales de nuestro sistema político [por ejemplo] el control parlamentario ha dejado de ser lo que era cuando no existía Twitter” (p. 418). La nueva transformación que internet, las redes sociales y la inteligencia artificial están consiguiendo obligan a repensar los parámetros de la administración democrática y a alterar el modo en que los humanos nos gobernamos a nosotros mismos.

Para terminar, Innerarity retoma el ejercicio de la reanimación, no para seguir defendiendo la supervivencia democrática dentro de una sociedad determinada, sino para extenderla en una sociedad global del conocimiento. “Que la democracia moderna haya encontrado su forma en el Estado nacional no quiere decir que no pueda darse bajo otro formato diferente o en condiciones muy diversas. Hacer de la democracia una realidad más compleja implica tomar en consideración esa dimensión global en la que se desarrolla nuestra vida colectiva” (p. 436).

Las sugerencias del autor resultan contraintuitivas, como él mismo lo reconoce, pero hay allí una renuncia decidida a claudicar ante la complejidad, sobre todo en tiempos como el vigente de extrema vulnerabilidad, de contagios y sociedades contagiosas. Tampoco recomienda esperar pacientemente a que el sistema, por sí solo, se autorregule o “se adapte”. Todo lo contrario, el libro está dirigido a la estimulación de la acción colectiva y a la creación misma de la democracia, como una vez lo señaló E. H. Carr (1951): “hablar hoy de la defensa de la democracia como si estuviéramos defendiendo algo que conocemos es un autoengaño y una falsificación (…) nos acercaríamos al objetivo si habláramos de la necesidad no de defender la democracia, sino de crearla” (p. 76).

Bibliografía consultada

Bobbio, N. (2001). El futuro de la democracia. México: FCE. [ Links ]

Car, E. H. (1951). The new society. Londres: Macmillan. [ Links ]

Gentile, E. (2018). La mentira del pueblo soberano en la democracia. Madrid: Alianza. [ Links ]

Harari, Y. N. (2019). 21 lecciones para el siglo XXI. Barcelona: Penguin Random House. [ Links ]

Innerarity, D. (2018). Comprender la democracia. Barcelona: Gedisa. [ Links ]

1No me resisto a comentar en este punto y de manera muy breve el caso colombiano. En noviembre de 2019, animados por la experiencia chilena, salieron a la calle más de 132.000 personas para manifestarse en contra de un conjunto de medidas económicas del Presidente Iván Duque. Cuando se abrió una mesa de conversación nacional para tramitar las peticiones de la ciudadanía frente al gobierno, se presentaron más de 100 reclamos que incluía sacar a Colombia de la OCDE; desmontar el holding financiero; no tramitar las reformas pensional y laboral; replantear y modificar la doctrina militar; nacionalizar el 100% de la Empresa Colombiana de Petróleos (Ecopetrol); desmontar totalmente el paramilitarismo, entre muchas otras. Al final, el mecanismo, los temas, la modalidad y la naturaleza de la conversación nacional no alcanzó ningún avance importante. Las bases ciudadanas se siguen mostrando insatisfechas y el gobierno no ha sabido cómo responder.

2La Unión Europea es la poliarquía que mejor resume, a juicio de Innerarity, los valores y limitaciones de un gobierno complejo, donde se combinan dificultad, unidad y diversidad.

3Aquí tampoco me resisto a relacionar esta teoría del gobierno indirecto con lo vivido durante los primeros meses del año 2020. El manejo de la crisis por el contagio colectivo del coronavirus (Covid-19) ha impuesto la necesidad no solamente de controlar u ordenar la situación cerrando espacios públicos o decretando medidas de aislamiento social, sino incentivando en las personas una actitud de autocuidado y responsabilidad cívica con los demás para evitar la expansión del virus. El autogobierno aquí debe implicar una activación de la inteligencia colectiva no sólo desde el punto de vista médico para frenar el virus sino político y administrativo para exigir la defensa de lo común.

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