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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.20 no.51 Ciudad de México ene./abr. 2023  Epub 29-Sep-2023

https://doi.org/10.29092/uacm.v20i51.1014 

Artículos

Ciudades y mercaderes: tiempo moderno y complejización social en las obras de Moishe Postone y Norbert Elias

Cities and merchants: modern times and social complexity in the works of Moishe Postone and Norbert Elias

Vidal Labajos Sebastian* 

*Doctorando en la Universidad Complutense de Madrid en el doctorado de Sociología y Antropología. Correo electrónico: vlabajos@gmail.com


Resumen

En el presente artículo, quiero comparar las propuestas teóricas de Norbert Elias y Moishe Postone en torno al surgimiento y la naturaleza histórica del tiempo moderno. Para ello, en primer lugar, contextualizaré esta discusión en el debate más amplio sobre los orígenes e implicaciones sociales y teóricas sobre el tiempo moderno que se ha establecido en la historiografía y la sociología histórica. Más adelante, abordaré los conceptos de complejización social y proceso de civilización a partir de las aportaciones de Postone y de su concepto de tiempo abstracto. Además, desarrollaré las implicaciones de las propuestas de Postone y Elias sobre las formas de dominación temporal y la subjetividad en las sociedades contemporáneas, así como sobre potenciales discusiones con los conceptos de presentismo y aceleración social.

Palabras clave: Complejización social; tiempo moderno; dominación social; proceso civilización; tiempo abstracto

Abstract

In the present article, I want to compare the theoretical proposals of Norbert Elias and Moishe Postone concerning the emergence and historical nature of time in modern societies. To do so, I will first contextualize this discussion in the broader debate about the origins and social and theoretical implications of modern time that has been established in historiography and historical sociology. Later, I will address the concepts of social complexification and civilizational process drawing on the contributions of Postone and his concept of abstract time. In addition, I will elaborate on the implications of Postone’s and Elias’s proposals on the forms of temporal domination and subjectivity in contemporary societies, as well as potential discussions with the concepts of presentism and social acceleration.

Key words: Social complexity; modern time; social domination; civilization process; abstract time

Introducción. Una aproximación al debate sobre el origen del tiempo moderno

El mundo moderno, que vio nacer a las relaciones sociales capitalistas como la forma social propia de nuestra época, trajo consigo mucho más que un nuevo modelo económico. De la forma social aparecida en Europa tras la caída del feudalismo emergió una transformación general de la vida humana en todo el planeta que afectó su existencia con una enorme amplitud y profundidad. Incluso las concepciones del espacio y el tiempo fueron profundamente modificadas. El mundo vio alterada su propia forma, apareciendo formas de moverse a una velocidad inusitada y viéndose por primera vez a sí mismo en un mapa. El paso de los acontecimientos tampoco volvió a ser el mismo nunca más. El mundo moderno también vino de la mano de la capacidad de medir sus transformaciones de acuerdo con una referencia común para millones de personas al unísono. La experiencia del transcurso se convirtió en algo que podía ser referenciado de manera invariable porque una magnitud común podía representarlo: el mundo pudo por primera vez medir sus transformaciones con un reloj.

La forma en la que los seres humanos hemos vivido el paso del tiempo y hemos experimentado el transcurso de los acontecimientos ha sufrido enormes y continuas transformaciones a lo largo de la historia, sin embargo, la ruptura en la temporalidad surgida por la emergencia del mundo moderno es históricamente excepcional porque un nuevo tipo de tiempo logró expandirse por el mundo, sincronizando la actividad social con una precisión y una regularidad nunca vista.

Muchos autores desde muy diferentes perspectivas han descrito esta irrupción de la temporalidad moderna. Desde la sociología (Durkheim; Luhmann; Elias; Bourdie o Zerubabel), desde la historiografía (Le Goff; Thompson; Landes; Dohrn van Rossum o Mumfort) o desde la filosofía (Koselleck; Debord; Safranski o Lubbe) muchos autores han participado de este debate sobre el tiempo moderno. A pesar de haberlo abordado desde perspectivas enormemente diferentes quiero destacar, a modo de introducción, tres áreas problemáticas ampliamente tratadas.

En primer lugar, autores con perspectivas tan diversas como Debord (2010) o Luhmann (1992) han tratado la temporalidad moderna fundamentalmente en su direccionalidad, es decir, como una nueva relación entre pasado y futuro, destacando generalmente el cambio sufrido por las temporalidades primitivas, religiosas y animistas que poseían normalmente una temporalidad circular y donde el futuro suele ser una continuación o una proyección de un pasado fundacional. La ruptura del tiempo moderno supone una temporalidad lineal e irreversible, donde el futuro se encuentra liberado del pasado y el pasado se vuelve lejano e inaccesible. El pasado abandona su carácter profético y el futuro se libera y se proyecta de manera incierta (Luhmann, 1992, p. 162).

En segundo lugar, cabe destacar la progresiva generalización, estandarización e integración de esta temporalidad. Nunca en la historia de la humanidad el tiempo había sido organizado y medido a través de una misma manera en todo el mundo. Si bien, asumimos que el tiempo es múltiple y que tiende a manifestarse individual y socialmente de forma heterogénea, los últimos siglos han constituido una magnitud cronológica igual para la inmensa mayoría del planeta. La multiplicidad de tipos de tiempo existentes antes de la expansión de la vida moderna ha sido sustituida por una única medida: los días y las horas. La temporalidad premoderna nunca existió, sino que convivían numerosas formas de medir el tiempo, ahora, en cualquier lugar del mundo, todos los individuos pueden sincronizar sus acciones con las de cualquier otro y cualquier momento de su vida con cualquier evento pasado o futuro. Se produce una homogeneización temporal mundial que plantea más que nunca el debate sobre la pluralidad del tiempo social. En esta área de investigación pueden destacarse los trabajos de autores como Zerubavel (1982), Le Goff (1980) o Postone (2006).

El último elemento, de cierta persistencia en los estudios sobre la irrupción del tiempo moderno, es su naturaleza mensurable, homogénea e independiente a eventos sociales o naturales. Además, este tipo de tiempo posee una enorme capacidad de diferenciar ritmos, periodos y cronologías. El tiempo nunca había sido tan preciso y constante pero tampoco había sido autónomo con respecto de los ciclos naturales o culturales. Como recuerda E. P. Thompson, existen numerosos ejemplos de estudios sobre antropología del tiempo que evidencian la dependencia en muchas culturas de las unidades de tiempo de las actividades productivas o los ciclos naturales. Por ejemplo, Thompson recupera el ya célebre trabajo de Evans-Pritchard sobre el tiempo de los Nuer, donde describe cómo estos denominaban y organizaban sus tiempos a partir del pastoreo y las tareas domésticas adaptadas a las horas de luz y a las estaciones, así mismo, Thompson habla de un “tiempo orientado al quehacer” y describe cómo en Madagascar las unidades de tiempo se determinaban por los tiempos de cocción de diferentes alimentos (Thompson, 1995, p. 399).

Esta nueva temporalidad ha sido nombrada de muy diferentes formas, tiempo vacío, tiempo absoluto, tiempo cierto, tiempo abstracto, tiempo disciplinar, tiempo mercantilizado, tiempo secular, etc; y ha traído consigo un inmenso debate abordado desde múltiples perspectivas y trabajado a través de muy diferentes marcos teóricos. Sin embargo, la tarea que me propongo abordar no es la elaboración de un exhaustivo estado de la cuestión de los múltiples estudios y perspectivas que han tratado el tiempo moderno; mi intención es más bien la de realizar un ejercicio comparativo entre dos perspectivas tan diferentes como las de Norber Elias y la de Moishe Postone. Trataré de encontrar elementos de confluencia que permitan afrontar el debate del tiempo como una forma específica de dominación social, así como las posibles implicaciones sobre los procesos de subjetivación en las sociedades contemporáneas. Por un lado, abordaré la propuesta de Norbert Elias que enmarca las transformaciones temporales en un proceso de civilización ha destacado las funciones sociales del tiempo moderno y su importancia a la hora de regular y facilitar la interdependencia social, cada vez más compleja y exigente para los individuos. Por el otro, el concepto de tiempo abstracto en Moishe Postone, que a pesar de recurrir también a un modelo estructural y de vincular este al proceso histórico de complejización e interdependencia social, aborda el debate desde el tipo específico de interdependencia y coacción social abstracta que genera la forma mercancía.

Complejización social y proceso de civilización. El tiempo como coacción y como función social

David Landes, que reconoce la importancia que tuvo la cultura del tiempo monástica1 en la aparición de una temporalidad moderna en Europa, no duda en situar la aparición de núcleos urbanos con burguesías activas como causa principal de su propagación y extensión social. Las ciudades fueron para Landes una prolongación amplificada de los monasterios, pero en ningún caso pudieron ser por sí mismos los causantes de la masificación de los relojes, ni del tiempo, ni de los ritmos modernos (Landes, 2007, p. 85). Para Landes, la disciplina monástica no penetró las relaciones sociales en su conjunto; su relevancia y su masificación responden a otras causas históricas más allá de simple propagación. La demanda masiva de relojes de una calidad y asequibilidad crecientes procede, según Landes, de las nuevas necesidades aparecidas en los núcleos urbanos de la avanzada Edad Media. De forma similar a Landes, autores como Simmel (1986) o Gustav Bilfinger,2 quien es reconocido como uno de los más importantes precursores de la historia social del tiempo. Bilfinger planteó que las ciudades y la vida urbana constituyen el verdadero origen del tiempo constante y homogéneo y que éste solo llegó a consolidarse en contraposición a el horae canonicae que dotaba a la iglesia de un gran poder en Europa. La complejidad y la creciente necesidad de coordinación de las actividades trajeron consigo la aparición de una temporalidad más precisa, regular y extendida.

Por lo tanto, según Landes, el tiempo monástico es un antecedente al tiempo moderno, pero las causas de su masificación social deben buscarse en la complejización y diversificación de la vida urbana. Son los requerimientos propios de la vida en la ciudad los que terminan por convertir el tiempo uniforme y mensurable en una relación social masiva y significativa. La vida cotidiana, alejada de la ciudad, propia de entornos rurales, se caracteriza por su cercanía y dependencia de los ritmos marcados por la naturaleza, por el ciclo día-noche y por los ciclos estacionales; sin embargo, la aparición de núcleos urbanos y de un tipo de vida compleja y alejada de estos ciclos naturales es lo que en última instancia provoca para Landes -de forma similar a Bilfinger- el interés por la medición de un tiempo cada vez más preciso y homogéneo.

Puede decirse que desde la sociología se han producido toda una serie de trabajos que han abordado el problema del tiempo social y su progresiva regulación y sofisticación de forma muy similar a como lo hace Landes desde la historiografía: derivándolo directamente de los procesos de complejización social. Existen muchos otros ejemplos de propuestas más actuales que desde la sociología han tratado el caso de la temporalidad de las sociedades contemporáneas como son los casos de Thomas Luhkman (1992) o Wajcman (2015), sin embargo, me centraré en el trabajo desarrollado por Norbert Elias dada la relevancia y sistematicidad de su trabajo.

En Sobre el tiempo (1984), Elias plantea una continuación de su proyecto de análisis del proceso de civilización de las sociedades, donde la creciente complejización social lleva a reclamar una referencia común para la experiencia del transcurso del tiempo. Para Elias la creciente división del trabajo y el avance civilizatorio provocan la necesidad de mejorar la coordinación y la cooperación social:

En esta dirección avanza el ciego proceso; en concreto, aunque no sólo en el caso de las posiciones superiores de coordinación, crece de modo incesante el número de cadenas de interdependencias, cuyo punto de cruce son esas mismas posiciones, así como la presión sobre los hombres que las ocupan en un momento dado, para subdividir cada vez con mayor exactitud su actividad profesional. (Elias, 1989, p. 16)

Las posiciones cronológicas, las actividades y los procesos sociales y naturales presentan de forma inmediata y sensible una variedad cualitativa que impide su comparación y organización directa; por ello, los humanos, en un contexto social de suficiente interdependencia y diversidad en sus relaciones, desarrollan un equivalente temporal general que les permite comparar los eventos y los procesos con una referencia común y regular o “pautas normalizadas de referencia” (Elias, 1989, p. 19). Mientras que en sociedades menos civilizadas es habitual encontrar mecanismos que dependen de los ciclos naturales y de eventos climáticos, en las sociedades más avanzadas y complejas se requiere de métodos más sofisticados de medición y regulación que puedan funcionar de forma independiente a los acontecimientos naturales.

Parece intuitivo establecer un vínculo estrecho entre la propuesta de Elias y la elaborada por Durkheim en La división social del trabajo (1893), donde las sociedades transitan necesariamente de un tipo de solidaridad mecánica, donde los vínculos y las relaciones individuales se establecen en torno a la satisfacción inmediata de necesidades y con un nivel bajo de división del trabajo, a una solidaridad orgánica, en la cual los vínculos sociales de complementariedad son complejos y donde existe una fuerte especialización.3

El tiempo desempeña para Elias tres funciones sociales (Elias, 1989, p. 44-45). La primera es de comunicación social. El reloj y el calendario no son otra cosa que símbolos que transmiten información y permiten a los individuos de una sociedad establecer canales de comunicación en base a diferentes fonemas vinculados a recursos mnémicos. Estos signos permiten la trasmisión de información y permiten la puesta en común de una serie de referencias normalizadas del cambio y la experiencia. La segunda función es la de orientación social. Las horas y los días constituyen una cronología común que permite situar las actividades y las experiencias propias en relación con las de los demás permitiendo sincronizarlas de tal manera que un momento de cada persona tiene un equivalente para todas las demás y para todas generaciones. La tercera función es la regulación e inducción de las acciones. El tiempo marca qué hacer en cada momento, fundamentalmente porque nuestras acciones en las sociedades modernas guardan estrechas relaciones con las de los demás. Si todo el mundo para de trabajar, difícilmente podrá trabajar una persona aislada, pues el trabajo individual depende del trabajo de los demás. La sociedad empuja a la sincronización y a seguir un ritmo y un horario concretos. Cuando el despertador suena por las mañanas, lo que impulsa a un individuo a levantarse no solo es una información o una referencia temporal, es también un imperativo social que le impulsa y coacciona para realizar determinadas acciones.

En resumen, para Elias el tiempo constante y homogéneo cumple una función social de comunicación, interdependencia y coordinación social que permite responder a las nuevas necesidades de las sociedades modernas imponiéndose de forma coactiva a los individuos. Dicha interdependencia requiere de una cronología común en la que las acciones y las experiencias de los individuos puedan ponerse de acuerdo con partir de una referencia compartida. Para Elías, es una nueva necesidad social la que impulsa un nuevo tipo de tiempo; un imperativo estructural y abstracto, un requerimiento general que responde a nuevas funciones sociales y que es incorporado por los individuos progresivamente.

Siendo propuestas enormemente diferentes en muchos aspectos, tanto Landes como Elias presentan similitudes en relación con dos elementos clave. En primer lugar, ambos vinculan el desarrollo del tiempo constante y homogéneo con la aparición de los núcleos urbanos en la modernidad industrial, descartando o minimizando la relevancia de la disciplina monástica y situando su origen histórico relacionado con la emergencia de las ciudades europeas modernas. En segundo lugar, tanto Landes4 como Elias señalan una sincronía entre la evolución y complejización de las relaciones y estructuras sociales modernas y la necesidad derivada de una referencia temporal común y estable que permita la interrelación masiva y la especialización de las actividades humanas. Podría decirse que lo que plantean estos autores es un modelo estructural del tiempo moderno, a saber, que el avance técnico y social de la civilización europea genera ciertos requerimientos históricos, abstractos, independientes de actores individuales, colectivos o institucionales, que propician el surgimiento de este tipo específico de temporalidad.

Con intención de seguir avanzando, veo necesario señalar los problemas que entiendo pueden encontrarse en estos últimos. Como he mostrado, para Landes y Elias, así como en gran parte de la tradición sociológica, el desarrollo de la vida social termina generando necesidades que deben ser atendidas a través de nuevas funciones sociales. El tiempo moderno cumple algunas de esas nuevas funciones sociales aparecidas en la civilización moderna. Ahora bien, en este esquema se dibuja un eje cronológico y evolutivo en el cual la historia humana transita por diferentes etapas de desarrollo y en la cual aparecen diferentes necesidades y funciones sociales. Sin detenernos demasiado en ello, es necesario señalar que una perspectiva de la historia de las sociedades como esta supone una filosofía de la historia de tipo lineal y progresivo, donde el curso histórico sigue un camino predefinido y evolutivo. A pesar de la ambivalencia de la obra de Elias en este sentido y el debate epistemológico que aún hoy suscita,5 resulta innegable la presencia de elementos progresivos en su proyecto teórico. Tan solo señalaré que la suposición idealista de un programa histórico de progreso y complejización social como éste choca con los principios teóricos de una buena parte de la crítica epistemológica contemporánea.

Por otro lado, la visión estructural del tiempo moderno que plantean Landes y Elias resulta demasiado inespecífica en un sentido histórico y en un sentido teórico. En primer lugar, y a pesar de aceptar y en gran medida compartir el movimiento teórico de vincular la emergencia del tiempo moderno a las grandes ciudades y a la complejización social ligada a ellas, me parece que es necesaria una mayor precisión histórica a la hora de definir los procesos sociales clave que desembocaron en una temporalidad masiva, constante y homogénea. La aparición de grandes ciudades viene asociada históricamente a procesos más amplios como el desarrollo del comercio internacional masivo, el crecimiento de las poblaciones, la industrialización y el cambio de las relaciones laborales, el desarrollo de burguesías nacionales, etc., por lo tanto, se vuelve necesario un análisis más detallado de las condiciones y los procesos históricos que condicionaron la irrupción de la temporalidad moderna. En segundo lugar, es necesario reclamar también mayor especificidad teórica en el sentido de qué tipo de lazos sociales emergieron en la modernidad europea que reclamaban una temporalidad como esta. Los conceptos de complejización, civilización, especialización o interdependencia resultan demasiado vagos y poco precisos a la hora de dar cuenta de las transformaciones que se dieron en la transición de las relaciones sociales feudales a las propias de la modernidad europea. Aún coincidiendo con Elias en destacar el aumento exponencial de la interdependencia y la complejización social y su relevancia para comprender las sociedades contemporáneas, no basta con señalarlas: se antoja necesario un análisis más específico de esos dos conceptos para así poder tratar adecuadamente el problema del tiempo.

El tiempo abstracto

Para tratar de plantear alternativas teóricas a estos problemas, recurriré al trabajo de Moishe Postone y a su concepto de tiempo abstracto basado en una reinterpretación de la obra madura de Marx. En la propuesta de Postone, el tiempo moderno debe entenderse a partir de la génesis de las relaciones sociales capitalistas y la generalización de la forma mercancía como mediación social generalizada. Para Postone, la vida en el capitalismo funda una nueva forma de experimentar el tiempo que surge de las propias prácticas sociales que impone la producción e intercambio generalizado de mercancías.

De acuerdo con Postone, mientras que el tiempo en las sociedades no capitalistas dependían fuertemente de las actividades concretas que se desarrollaban en su interior, determinando su extensión y por tanto generando intervalos temporales variables y heterogéneos, el tiempo capitalista se convierte en una variable independiente en relación al tipo de actividad que se realiza en él, es decir, el tiempo se convierte en una referencia autónoma para medir la actividad y el transcurso. Para Postone la característica fundamental del tiempo en el capitalismo, el tiempo abstracto, y lo que le confiere un carácter históricamente excepcional es su independencia con respecto de la actividad que se realiza en su interior, al mismo tiempo que se muestra como su medida, a saber, un tiempo abstracto, homogéneo, intercambiable, mensurable y constante (Postone, 2006, p. 289).

Tratando de no detenerme demasiado en ello, pues se desvía de los objetivos principales de este texto, abordaré muy brevemente algunos conceptos clave de la estructura teórica de El capital y de la particular interpretación que realiza Postone. Lo que Marx describe en el primer capítulo del tomo I de El capital como modelo de intercambio simple y que queda contenido en su concepto de fetichismo de la mercancía es para Postone mucho más que teoría económica. Para él, Marx está realizando un análisis de las prácticas sociales propias de una sociedad que, por primera vez en la historia, de forma generalizada, produce objetos no para su consumo, sino para su venta. La aparición de un espacio social que ha normalizado y masificado la producción para el intercambio lleva aparejado como condición la existencia de un equivalente entre productos y entre actividades productivas. Para que diferentes actividades traducidas en diferentes objetos, todos ellos cualitativamente diferentes, puedan llegar a ser intercambiadas es indispensable una magnitud común que habilite la mensurabilidad y permita la comparación entre elementos diferentes. De esta manera, Marx llega a la magnitud común que permite establecer equivalencias entre todos los objetos y las actividades: el valor y su representación social, el dinero.

¿Pero de qué se compone el valor y cómo se obtiene? El valor no está formado por otra cosa que por el tiempo de trabajo abstracto: la actividad reducida a “gasto productivo de cerebro humano, de músculo, de nervios, de brazo” (Marx, 2000, p. 11) representa el trabajo abstracto; y el tiempo en tanto que representante de esa sustancia común de la actividad productiva, el tiempo abstracto. Trabajo y tiempo abstractos suponen el tipo de actividad y el tipo de tiempo dedicados a la producción de una mercancía y suponen también que el valor de cualquier mercancía está determinado por el tiempo de trabajo que costó producirla. Por tanto, en términos estrictamente teóricos, el tiempo abstracto surge para Marx vinculado a la necesidad de generar un equivalente que permita el intercambio de mercancías.

Además de dar continuidad al esquema teórico de Marx sobre el tiempo abstracto, Postone realiza también una aproximación histórica de su origen apoyándose fundamentalmente en Jacques Le Goff y su análisis sobre la transición entre el tiempo eclesiástico y el tiempo moderno. Postone destaca de la obra de Le Goff la importancia de la instauración de un sistema de campanas que alteraron la medición de la jornada de trabajo y la aparición de conflictos en torno a la jornada laboral durante el siglo XIV. A través de los textos de Le Goff, Postone describe cómo las transformaciones de la producción de la industria textil inglesa, que empieza a enfocarse a la exportación para un mercado internacional a gran escala y a la salarización de la fuerza de trabajo, implican también un cambio en la noción de productividad.

Según Postone, empieza a establecerse una fuerte relación entre tiempo de trabajo, salarios pagados y beneficios, es decir, crece el interés por medir el tiempo de trabajo en tanto que medio básico de producción y fuente inevitable de gasto:

En otras palabras, el principio organizativo de la industria textil medieval fue un tipo temprano de relación capital-trabajo asalariado. Era una producción a relativa gran escala, controlada por manos privadas, con vistas al intercambio (esto es, al beneficio), basado sobre el trabajo asalariado (…). Implícita a esta manera de producir se encuentra la importancia de la productividad. (Postone, 2006, p. 283).

La antigua unidad de medida del trabajo, la jornada de trabajo, empieza a resultar excesivamente imprecisa, tanto para los pagadores de la fuerza de trabajo, que deben ya calcular cuánto pagan, por cuánto tiempo y para obtener cuánto beneficio; como para los trabajadores, que deben calcular cuánto se les paga por cuánto tiempo para obtener cuántas mercancías en el mercado. De ahí las luchas que se extendieron durante siglos por la duración de la jornada laboral. La creación de una jornada laboral no determinada por el amanecer y el ocaso desembocó en un nuevo tipo de conflictos de trabajo, pero también en un nuevo tipo de temporalidad que regulaba la duración de la jornada.

Según Le Goff se empiezan a producir conflictos laborales importantes en torno a la duración y al ritmo de trabajo, tanto por parte de los obreros, que en un primer momento piden aumentar las horas trabajadas como medio de incrementar los salarios, como por parte de los patronos que “buscan en efecto, (...) reglamentar de cerca la jornada de trabajo, luchar contra los ardides obreros en este terreno (el del tiempo). Entonces se multiplican las campanas de trabajo” (Le Goff, 1980, p. 66. Cursiva mía). Existe por tanto para Le Goff una necesidad creciente de medir el trabajo, tanto por parte de los obreros como de los empleadores que buscan establecer el intercambio entre trabajo y salario de la manera más ventajosa posible.

Se establece, por tanto, una fuerte vinculación entre tiempo y dinero que evidencia la extensión y profundización de las relaciones sociales mercantiles. Las necesidades crecientes del cálculo del tiempo, el establecimiento de equivalentes entre tiempos diferentes, entre tiempo y dinero y entre tiempos y actividades, se traduce en un interés social generalizado por la precisión y la estandarización del tiempo.

De acuerdo con los argumentos de Postone, el intercambio cada vez más necesario -en tanto que forma de acceder a los medios de subsistencia- y cada vez más extendido, entre mercancías en general y entre salarios y fuerza de trabajo en particular, produjeron en gran medida un tipo de temporalidad que necesariamente debía ser uniforme, constante y abstracto. La medición del tiempo de trabajo y la nueva jornada laboral inundó la vida social europea, sustituyendo progresivamente los modos tradicionales de medir el tiempo: la temporalidad rural, la clerical y la señorial:6

Lo que la campana de trabajo o el empleo de la campana urbana para el trabajo aporta de nuevo, ocupa evidentemente el lugar de un tiempo evenementiel que solo se manifiesta episódica, excepcionalmente, un tiempo regular, normal; frente a las horas clericales inciertas de las campanas de la Iglesia, las horas ciertas. (Le Goff, 1980, p. 70)

Sin embargo, para Postone, no es en la esfera de la producción donde debe buscarse exclusivamente el origen del tiempo abstracto, siguiendo el modelo de Marx también es en la esfera de la circulación y el intercambio de mercancías donde es necesario fijarse. En su estudio sobre el origen histórico del capitalismo y la figura de los mercaderes o comerciantes de las ciudades estado italianas de los siglos XIII y XIV, Le Goff -de forma similar a Yves Renouard (1968) quien también otorga un papel crucial al papel jugado por los mercaderes en la aparición del tiempo moderno- encuentra en la mentalidad de la figura de los mercaderes-banqueros, muchas veces también empleadores de fuerza de trabajo asalariada, los primeros rastros de un tipo de experiencia del tiempo similar a la moderna. Intentaré desarrollar esta idea, tratada solo superficialmente por Postone.

La transformación que se dibuja entre la figura del mercader medieval errante, que comercia con productos de lujo, que viaja junto a ellas por mercados de toda Europa, que vende mercancías raras y exóticas a pequeña escala, y la del mercader-banquero sedentario que irrumpe en los siglos XIII y XIV, que produce y exporta mercancías a nivel internacional, comercia con productos de consumo popular, a gran escala y que compite con productos locales, es motivada, según Le Goff, por la incipiente irrupción de las relaciones sociales capitalistas (Le Goff, 1984, p. 50).

El mercader-banquero atendía numerosas tareas que el mercader medieval ignoraba por completo produciéndose poco a poco una mentalidad relacionada con su profesión. Debía saber realizar actividades financieras y de contabilidad como el manejo de letras de cambio, seguros, participación en sociedades y la gestión de préstamos y créditos (Le Goff, 1984, p. 36). El mercader también debía estar familiarizado con el cálculo pues la entrada y salida de mercancías, el registro de pérdidas y ganancias monetarias, la previsión de costes imprevistos, la organización logística de los viajes y el transporte y el cálculo de divisas internacionales requieren de un método de organización y operacionalización de su actividad mercantil (Le Goff, 1984, p. 127). Surge así una ética del mercader que cultiva el gusto por el dinero y los negocios, el cálculo y la contabilidad y una particular forma de contabilizar y vivir el tiempo.

El mercader medieval es el primero en establecer una relación estrecha entre tiempo y dinero. La duración y las pérdidas de un viaje, la demora de un envío, la subida y bajada de precios en el mercado, la duración y el coste del trabajo etc., exigen al mercader un manejo del tiempo y el dinero cada vez más exhaustivo y estandarizado. Esa exigencia se manifiesta en forma de competencia, en forma de precios bajos en el mercado, en forma de transportes más rápidos y eficaces, en forma de mano de obra más barata y en definitiva, en forma de un mercado en el cual otros mercaderes tratan de la misma manera de ahorrar tiempo y hacerlo más productivo. El mercader-banquero es para Le Goff el primer capitalista y reclama un tiempo que pueda ser medido, que pueda ser compartido e intercambiado, que sea uniforme y constante, que pueda medir la actividad productiva para poder competir e intercambiar con otros productores pero también para medir y perfeccionar la movilidad y el transporte de las mercancías:

Tiempo mensurable, mecanizado incluso como el del mercader, pero también discontinuo, cortado por parones, momentos muertos, afectado de aceleraciones o de disminuciones de velocidad (…). En esta maleabilidad del tiempo, que no excluye la inexorabilidad de los vencimientos, se sitúan las ganancias y las pérdidas, los márgenes de beneficio o de déficit; ahí actúan la inteligencia, la habilidad, la experiencia, la astucia del mercader. (Le Goff, 1980, p. 56-57)

Aunque lo pueda parecer, no existe una contradicción entre las esferas de la producción y la circulación. El mercader, en muchos casos también empleador de fuerza de trabajo, debía realizar tanto el ejercicio de cálculo que requería el alquiler de fuerza de trabajo de manera productiva como la contabilización de los costos de un viaje marítimo. Ambas esferas son requisito y fuente de esta nueva forma de temporalidad. Es la equivalencia entre tiempo de trabajo y salarios -y el consiguiente surgimiento de una nueva forma de productividad- la que genera la necesidad de una temporalidad abstracta, sin embargo, esto se produce a condición y en un contexto en el cual un espacio de intercambio masivo había establecido reglas de intercambio y competencia significativamente influyentes ya en la vida económica y social.

En última instancia, las necesidades concretas que aparecen poco a poco en la vida cotidiana de las personas -cómo calcular cuánto debe pagar un patrón por determinado tiempo de trabajo, saber cuándo cierra el mercado, calcular el precio impuesto por la competencia, determinar cuántas unidades deben producir los empleados de una fábrica en cada jornada, prever una potencial inversión, o saber cuánto tarda un envío de productos en llegar a su punto de venta- son las exigencias que empujan al establecimiento de un tiempo regular, mensurable, homogéneo e independiente.

La fenomenología propia de la experiencia temporal oscurece que el reloj al transmitir una referencia común para el transcurso no mide el tiempo en sí mismo, sino que crea esa referencia adquiriendo su validez y su utilidad precisamente al ser una referencia compartida. Un reloj en la muñeca de una persona, incluso siendo éste extremadamente preciso y confiable, se mostraría profundamente inútil como medida del tiempo estableciendo una referencia tan solo consigo mismo. Como el papel moneda, carente de todo valor en sí mismo, el tiempo adquiere su poder y su verosimilitud en el momento en que se establece como una relación general que vincula fenómenos, vivencias y personas. Omar Acha (2018), siguiendo la obra de Alfred Sohn-Rethel, plantea que el vínculo social que emerge del intercambio generalizado de mercancías establece una abstracción universal (consciente e inconsciente) a partir de una “unidad en lo diverso”, es decir, que establece un mecanismo de vinculación en base a la similitud y la diferenciación entre elementos. Así el tiempo moderno puede ser interpretado así como un tipo de abstracción social que unifica la experiencia y la medida de la duración a partir de la destrucción de las diferencias cualitativas constitutivas del propio transcurso. La forma en la cual las duraciones y las transformaciones del mundo son percibidas se homogeneiza, permitiendo así su comparación y su vinculación a través del mecanismo equivalencia/diferencia y desarrollando un marco social temporal universal

El tiempo como dominación social

Para Postone, esta nueva temporalidad supone también una nueva forma de dominación social, que no puede ser comprendida en tanto que dominación entre individuos, entre grupos sociales, entre clases o de instituciones sobre individuos (Postone, 2006, p. 224). En el capitalismo, al mismo tiempo que se producen relaciones de dominación directa como las que involucran a individuos de diferentes clases sociales, a personas de una etnia sobre otra o a personas en posiciones institucionales y jerárquicas diferentes, se produce para Postone un tipo de dominación abstracta y general que es ejercida de manera independiente a las personas y de forma abstracta. Se trata de un tipo de coacción social que tiene directamente que ver con las prácticas a las que se ven obligadas las personas al formar parte de una sociedad que produce e intercambia mercancías. De forma sintética: bajo las relaciones sociales capitalistas, las personas deben recurrir a la producción e intercambio de mercancías para sobrevivir, ajustándose a las magnitudes y reglas temporales del intercambio y la competencia.

Esto requiere de un mayor contexto teórico, y para ello es necesario recuperar el concepto de Marx de tiempo socialmente necesario. Si bien he tratado la importancia en su modelo teórico del tiempo en el capitalismo como medida de la actividad humana, éste no se trata de un tiempo absoluto o estático. El tiempo incluido en la producción de una mercancía determina su valor, pero ese tiempo es un tiempo medido socialmente de acuerdo con niveles medios de intensidad y destreza, es decir, a niveles medios de productividad. El tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía es aquel que se requiere para su producción según el nivel general de productividad en una sociedad dada. Mientras que el tiempo abstracto aparece como una variable independiente a nivel individual, a nivel social resulta una variable dependiente (Postone, 2006, p. 289). El tiempo que se requiere para producir una mercancía en términos sociales varía en relación con los cambios que experimente esa sociedad en su capacidad productiva y, por lo tanto, el tiempo que se supone tarda una mercancía en ser producida cambia, al mismo tiempo que cambia su valor como mercancía. La actividad productiva y de intercambio se encuentra sometida a una coacción general que la empuja a actualizar su capacidad productiva: “Uno no solo está obligado a producir e intercambiar mercancías para sobrevivir, sino que -si pretende obtener todo el valor de su tiempo de trabajo- ese tiempo debe ser igual a la norma temporal expresada por el tiempo de trabajo socialmente necesario” (Postone, 2006, p. 263). En la práctica, esto constituye no solo el establecimiento de una magnitud constante y homogénea del tiempo y el empuje hacia la mejora de la precisión y constancia de la medida del tiempo, sino también un proceso de incremento constante de la presión hacia los productores e intercambiadores de mercancías que se ven obligados a competir entre sí, reduciendo el tiempo necesario dedicado a la actividad productiva. En resumen, lo que caracteriza al tiempo propio de las relaciones sociales capitalistas de forma fundamental para Postone es que ha dejado de estar influido por las actividades sociales concretas y cualitativas y ha pasado a ser una magnitud cuantitativa del trabajo en tanto que gasto de fuerza humana universal y abstracta que además se comporta como una fuerza social que coacciona a la acción individual y la impulsa a la eficiencia temporal:

El tipo de mediación constitutivo del capitalismo da lugar, en consecuencia, a un nuevo modo de dominación social abstracto: un modo de dominación social que somete a las personas a imperativos y constricciones estructurales impersonales y crecientemente racionalizadas. Es la dominación de las personas por el tiempo. (Postone, 2006, p. 40)

Como vemos, para Postone el tiempo de cada uno se ve empujado hacia un estándar temporal de productividad, a saber, un estándar del uso del tiempo. El tiempo social coacciona a la acción individual hacia la sincronización, la regularidad y la productividad, emergiendo un tipo de dominación específica de las relaciones sociales capitalistas aún conviviendo con otro tipo de relaciones de poder personales, sociales e institucionales, difiere a todas ellas.

El tiempo abstracto no se limita a las esferas de producción e intercambio de mercancías, sino que, una vez se generalizan estas, adoptan para Postone un carácter general, es decir, la propia experiencia del tiempo individual se ve modificada de forma radical con independencia de la esfera social en la que se encuentre. Podría hablarse también, como hacen los sociólogos David Lewis y Andrew J. Weigert con su concepto de tiempo organizacional7 (1992, p. 107-108), de una jerarquización del tiempo social. Sin excluir la posibilidad de una concepción heterogénea del tiempo social, hablaríamos también de una estratificación de los diferentes tiempos sociales, donde el tiempo mercantil empuja, restringe y modela el resto de los tiempos sociales funcionando como un modelo temporal hegemónico. La experiencia del paso del tiempo con texturas, ritmos y aceleraciones diferentes y dependientes de condiciones sociales diversas debe coordinarse con una temporalidad que funciona de manera totalizante a partir de su influencia sobre las duraciones y los ritmos. El investigador Álvaro Briales lo plantea así: “El tiempo de trabajo funciona sistemáticamente como un pivote dinamizador y totalizante, como un eje respecto al cual se ordenan y reordenan los tiempos sociales en su conjunto” (Briales, 2016, p. 33). En tanto que se extienden las relaciones sociales propias del intercambio generalizado de mercancías, lo hace a su vez un tipo de temporalidad global que media las experiencias temporales. No se trata tanto de una determinación, sino más bien de un criterio de adecuación general. Este problema abre el debate sobre las maneras en las cuales se han articulado los diferentes tiempos sociales a nivel histórico con la irrupción de esta temporalidad global y totalizante, al mismo tiempo que abre la puerta a investigar las singularidades temporales de las sociedades contemporáneas y la manera en que se articulan a la temporalidad mercantil.

El tiempo entendido a partir de las relaciones sociales e históricas aparecidas tras la emergencia del capitalismo, en la manera en la que lo entiende Postone, posee importantes consecuencias sobre el sujeto que en última instancia es quien experimenta y habita esta forma específica de temporalidad. Las relaciones mercantiles producen “capital viviente” o, lo que es lo mismo, las personas son constituidas y autoconstituidas como objetos del mundo social que habitan, pudiendo entenderse entonces la alienación como un proceso estrictamente constructivo. Aparece, por tanto, una noción de alienación entendida como socialización mercantil o como proceso de constitución social de la subjetividad en el capitalismo (Postone, 2006, p. 228). De manera similar a Alfred Sohn-Rethel,8 Postone defiende de esta manera que las relaciones sociales capitalistas configuran la subjetividad humana como objetos sociales, condicionando tanto las acciones de las personas como las estructuras mentales y cognitivas. Más allá de las implicaciones epistemológicas de una concepción tal de la subjetividad, del conocimiento y del autoconocimiento, para Postone la vivencia del tiempo en tanto que reglado por unidades mensurables, constantes, homogéneas y apremiantes se produce como constitución social de una determinada forma de subjetividad. Se plantea entonces una suerte de subjetivación temporal de los individuos -o como dicen Lewis y Weigert (1992, p. 118), una “bolsa amniótica empírico-temporal”- que implica una forma específica de percibir el tiempo, al mismo tiempo que un imperativo para su acción: los individuos quedan sujetos al régimen temporal mercantil que los coacciona y los espolea al ritmo de esta nueva temporalidad

Es enormemente pertinente recurrir aquí, por sus semejanzas, al análisis de Norbert Elias que describe el tiempo de las sociedades modernas fundamentalmente como una coacción social que el individuo interioriza progresivamente convirtiéndolo poco a poco en autocoacción, de forma análoga a los diferentes marcos normativos civilizatorios, que progresivamente son aceptados e incorporados por los individuos, permeando en sus vidas cotidianas y en sus estructuras mentales profundas. El proceso de civilización para Elias siempre es un doble avance, avance de una reglamentación y una racionalización social, pero también de un avance en la interiorización de esas nuevas normas sociales en el plano individual-mental. Elias trataba así de incorporar elementos del psicoanálisis y de conectar lo estructural con lo individual en su teoría socio-histórica. El tiempo de los relojes, estandarizado y uniforme, supone un imperativo de sincronización que poco a poco enraíza en los sujetos y termina por formar parte de ellos:

La coacción que el tiempo ejerce desde fuera, representada por relojes, calendarios u horarios de trenes, ostenta en estas sociedades las propiedades que fomentan las coacciones que se impone a sí mismo el individuo. La presión de dichas coacciones es relativamente poco apremiante, mesurada, equilibrada y pacífica, pero omnipresente e inevitable. En este sentido, la regulación social del tiempo que empieza a individualizarse muy pronto, contribuye a afirmar la inevitable conciencia personal del tiempo. La voz interior que pregunta por el tiempo, está presente en todas partes. (Elias, 1989, p. 32)

En esta dirección, Briales recuerda las mutaciones aparecidas en los procedimientos de incorporación social de esta temporalidad normativa y su progresiva interiorización. Mientras que en un primer momento fue necesario el uso de mecanismos violentos y disciplinadores (Thompson, 1995 y Foucault, 2009), el apremio de la sociedad industrial se transforma no solo en sensación de falta de tiempo, sino también en sentimiento de culpa: “la culpa de no trabajar” (Briales, 2019, p. 570) o la culpa por “perder el tiempo”: los sujetos incorporan los requerimientos sociales como parte de sí mismos.

Norbert Elias también destaca el carácter naturalizado de la coacción temporal. A pesar de las teorizaciones del tiempo como un objeto natural y transhistórico -Elias destaca a Newton- para él el tiempo es fundamentalmente un objeto social: no se pregunta ya por qué ni de qué manera se ha llegado a precisos aparatos normalizados que miden el tiempo, en días, en horas y en segundos, y al correspondiente modelo de autodisciplina individual que supone el conocer qué hora es. (…) Experimentan en toda su crudeza la presión del tiempo horario de cada día y en mayor grado -según van creciendo- el acoso de los años del calendario. Y esto convertido en segunda naturaleza parece un destino que todos los hombres deben asumir (Elias, 1989, p. 15 y 16).

Surge así una forma de temporalidad que mide el transcurso de una manera estable y precisa, que presiona y coacciona a los sujetos, exigiendo determinadas acciones de forma coordinada y a velocidades precisas y que además lo hace de tal manera que los sujetos tienden a interpretarlo como un elemento natural y objetivo.

Para Postone es una forma de dominación “cuasi-objetiva”, “impersonal” y “abstracta”, para Elias se manifiesta como “inevitable”, “totalizadora”, “social” y “naturalizada”. En todo caso, para ambos la temporalidad moderna constituye una forma de dominación social que se manifiesta bajo un velo de naturalidad que impide su identificación como dominación. Ahora bien, esta dominación plantea distintas manifestaciones sobre la vida de las personas. Quiero acercarme brevemente al menos a dos de ellas: la aceleración social y el presentismo.

Como he descrito antes, para Postone, esta densificación, o intensificación del tiempo supone el incremento de la velocidad social debido a la necesidad de realizar una mayor cantidad de actividades y acciones individuales y sociales en el mismo lapso. En cambio, Elias habla de un proceso creciente de complejización o civilización que genera cadenas de interdependencias más grandes y de mayor especialización que aumentan las exigencias temporales de acciones coordinadas a los individuos. Llegamos, a pesar de que ninguno lo trata de manera explícita, por lugares distintos a un problema similar: la aceleración social, pues al producirse más eventos en un mismo periodo, se produce una sensación de aceleración en la vida de los individuos.

Algunos autores, desde muy diversas perspectivas, han centrado sus investigaciones en este fenómeno de la aceleración social (Luhmann, 1992; Koselleck, 2003; Berardi, 2019; Jessop, 2004; Wajcman, 2015; y Harvey, 20169) En palabras de Lewis y Weigert: “Cuanto mayor es el número de acontecimientos encajados temporalmente entre dos puntos del tiempo físico, menor es la distancia temporal percibida entre los dos puntos” (1992: 119). El autor cuya propuesta quiero destacar por su actualidad y nivel de desarrollo es Harmut Rosa y sus diferentes trabajos sobre la aceleración social. Rosa, en contraste con Postone, argumenta que la aceleración social debe analizarse a través de dimensiones sociales diversas, puesto que no surge de una única fuente causal y que además genera contratendencias importantes. Para Rosa existen tres dimensiones analíticamente relevantes en las cuales debe analizarse la aceleración social: el motor económico, el cultural y el estructural o social inspirado directamente de la tradición sociológica de la complejización. Sostiene que estas tres esferas diferenciadas se encuentran interconectadas dando lugar a una cadena de retroalimentación o un ciclo de aceleración cerrado y autoimpulsado (Rosa, 2011, p. 21-22). Esta aceleración social provoca lo que él denomina el fenómeno de la “pendiente resbaladiza”, es decir, que las personas se ven presionadas a mantener el ritmo social para no descolgarse de los hábitos, modas o los usos del lenguaje que la aceleración impone.

La interiorización de la coacción abstracta del tiempo puede apreciarse en términos cotidianos a partir del creciente y generalizado sentimiento de falta de tiempo en todo el espectro biográfico de los individuos, fenómeno ampliamente discutido en diferentes estudios sobre el tiempo moderno y la sociología del tiempo (Moruno, 2018; Safranski, 2013; Lewis y Weigert, 1992; Crary, 2015). Pero fundamentalmente, la aceleración se traduce en lo que algunos autores han denominado presentismo. En general, puede decirse que el situacionalismo o presentismo supone el debilitamiento de la capacidad de los actores sociales para elaborar planes o estrategias a medio y largo plazo configurando subjetividades ligadas muy fuertemente a un presente volátil que exige adaptaciones rápidas e imprevisibles. El futuro se vuelve incierto y la incertidumbre se cronifica de tal manera que se vuelve una condición de la vida social.

Además, esto trae consigo grandes consecuencias no solo sobre la política o las identidades personales, sino también sobre las formas históricas de la experiencia, la memoria o las estructuras psíquicas.

Por destacar algún trabajo que ha tratado de abordar estas cuestiones,10 subrayo el de Rüdiger Safranski, que en sus trabajos sobre el tiempo y la aceleración social (2013, p. 2017) ha analizado las transformaciones de la experiencia humana bajo estas condiciones. Para Safranski, la vivencia de un acontecimiento en la biografía de una persona requiere de un tiempo efectivo para poder ser realmente vivido. Experimentar, procesar y elaborar determinado suceso durante el tiempo suficiente como para interiorizarlo y adaptarse a él no siempre es posible en los tiempos hiperacelerados. La experiencia se debilita, o al menos se transforma, adaptándose a un flujo de estímulos, signos y cambios que nunca son procesados del todo y que no terminan de afectarnos del todo. El eterno presente nos vuelve hasta cierto punto insensibles ante un mundo que cambia demasiado rápido para poder captarlo o adaptarnos del todo a él.

Conclusiones

Este artículo pone en diálogo dos aproximaciones en gran medida confluyentes sobre la emergencia del tiempo moderno así como en la definición de lo que he denominado dominación temporal abstracta e impersonal. Tanto para Postone como para Elias, el tiempo moderno aparece a partir de la aparición de una nueva forma de interdependencia social cualitativa y cuantitativamente más compleja. Además, tanto para Elias como para Postone esta forma de temporalidad no solo supone una forma diferente de medir el tiempo, sino que constituye un nuevo tipo de dominación social independiente y transversal a las acciones de los diferentes actores sociales.

Sin embargo, a pesar de las afinidades entre las aproximaciones socio-históricas de Elias y de Postone, en la concepción coaccionadora del tiempo social, su interiorización subjetiva y en la relevancia concedida por ambas propuestas teóricas de la complejización y la interdependencia social, como he mostrado anteriormente, existen también grandes diferencias en la manera en la cual lo llevan a cabo. Estas diferencias pueden sintetizarse en dos problemáticas: el origen histórico-social del tiempo moderno y la concepción de la modernidad y la direccionalidad histórica.

En primer lugar, Elias, en consonancia con la tradición sociológica, señala el nacimiento de las grandes urbes europeas como el momento histórico clave para el desarrollo de la temporalidad moderna. La ciudad representa el ocaso de las sociedades tradicionales, más sencillas, con menor especialización funcional y división del trabajo, todavía regidas por los ritmos naturales. Las sociedades modernas, cuya máxima expresión son los entornos urbanos, requerían la aparición de una nueva manera de medir los acontecimientos que cumpliera las nuevas funciones sociales de coordinación, comunicación e interdependencia. Sin embargo, para Postone, los eventos históricos fundamentales para entender el tiempo moderno son: la producción industrial, la salarización masiva de las poblaciones europeas y el incipiente mercado mundial.

En segundo lugar, como se ha descrito anteriormente, Elias interpreta la aparición del tiempo moderno en el contexto de un proceso histórico regido por la creciente complejización social y el incremento de la especialización. En cambio, para Postone, el tiempo abstracto, en tanto que equivalente y magnitud de la actividad productiva en el capitalismo, se encuentra muy vinculado a un proceso de complejización e interrelación creciente de las relaciones sociales; sin embargo, para él éste no es un proceso histórico propio del desarrollo natural de las sociedades humanas que tienden en sí mismas a la complejización, diversificación y especialización de sus actividades. La interrelación y la división del trabajo se produce para Postone -como para Marx- como consecuencia de la consolidación y expansión de las relaciones sociales capitalistas, y por tanto, está regido por las tendencias propias de esta forma social y, de su particularidad histórica. Por lo tanto, para Postone, el capitalismo constituye un tipo específico de interdependencia y de dominación social que en ningún caso puede ser definida simplemente por el aumento cuantitativo de sus relaciones o de su interconexión y que debe partir de las prácticas sociales estructurantes de la forma mercancía. El tiempo abstracto no surge para resolver necesidades asociadas al incremento de las funciones sociales, o al supuesto avance civilizatorio, sino que se desarrolla como requerimiento histórico por parte de una sociedad particular en la cual el intercambio de mercancías se ha vuelto una relación generalizada.

Estas propuestas, diferentes pero convergentes, suponen un punto de partida teórico de enorme valor para analizar la temporalidad en las sociedades contemporáneas, que identifique y desnaturalice las coacciones que impone y los procesos de subjetivación que suscita.

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1Tanto Foucault como Landes señalan a la Orden de Cister y a sus prácticas organizativas y rituales como una de las experiencias históricas que dan origen al tiempo moderno. Para un mayor desarrollo de la vinculación entre la cultura monástica y el tiempo moderno véase Landes, 2007, p. 73; Šubrt, 2014; Thrift, 1996 o Foucault, 2009. A pesar de no poder desarrollar la hipótesis monástica en este artículo, conviene recordar la importancia del trabajo de Foucault en este sentido. Para él las causas de la irrupción y expansión del tiempo moderno, en tanto que disciplinamiento social e individual en el tiempo, deben buscarse en las instituciones monásticas de la Edad Media, que más adelante se expandieron por el resto de la vida social (Foucault, 2007, p. 153).

2Este argumento se ha desarrollado fundamentalmente a partir de las aportaciones de Postone, 2007, p. 280-288; Le Goff, 1980, p. 63-64 y Dohrn-van Rossum, 1996, p. 11.

3Ramón Ramos ha elaborado tres artículos enormemente detallados sobre el concepto de tiempo en Durkheim: (1989A; 1989B; 1990).

4En el caso de David Landes, el estudio que plantea posee un carácter sumamente historiográfico, mientras que Elías teoriza el tiempo desde la sociología, por tanto, las implicaciones teóricas de mayor amplitud histórica y social son más fácilmente atribuibles a Elias que no a Landes. Sin embargo, como ya he mostrado, también en éste pueden encontrase de manera menos explicita y teorizada.

5Véase Ramos, R. (1994). Del aprendiz de brujo a la escalada reflexiva: el problema de la historia en la sociología de Norbert Elias, Revista Española de Investigaciones Sociológicas, Nº65, p. 27-54.

6Esta triple temporalidad propia de la civilización medieval europea es desarrollada: Le Goff, sin embargo, apunta: “lo que caracteriza en definitiva a todos estos tiempos es su estrecha dependencia del tiempo natural” (1999, p. 157).

7A pesar de no compartir la concepción puramente institucional que plantean estos autores, su concepto de tiempo organizacional es un análisis enormemente sugerente para entender algunas claves sobre el tiempo en las sociedades contemporáneas.

8 Postone señala enormes diferencias con la propuesta de Sohn-Rethel (2006, p. 246-248), sin embargo, reconoce su contribución a la elaboración de una aproximación epistemológica estrictamente sociohistórica discutiendo con las estructuras trascendentales que Kant planteaba como a prioris a la experiencia. Para profundizar en la propuesta de Sohn-Rethel véase “Ciencia, técnica y mercancía: una introducción a Alfred Sohn-Rethel” de Mario Domínguez en Sohn-Rethel (2017).

9Especial mención exige el trabajo elaborado por David Harvey en La condición de la posmodernidad, donde defiende la tesis de que el propio desarrollo histórico del capitalismo, en base al incremento de la velocidad de rotación del capital, supone una lógica espacio-temporal caracterizada por la aniquilación del espacio por el tiempo o compresión espacio-temporal. Además, esta tendencia espacio-temporal posee un carácter contradictorio en el cual se posibilitan dos momentos diferenciados entre la necesidad del capital de espacializarse y la de incrementar la velocidad de rotación. Además, Harvey describe muy hábilmente cómo el proceso de aceleración que acompaña al circuito de rotación del capital no es una tendencia homogénea, sino que posee momentos de aceleración pero también de estancamiento y de crisis que, a pesar de no poner en riesgo el proceso acelerador, sí exige una mayor precisión a la hora de definir la especificidad de la coyuntura histórica.

10Véase también Ramos, 2014.

Recibido: 05 de Mayo de 2022; Aprobado: 12 de Abril de 2023

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