Sumario: I. Introducción. II. Redefinición de la agenda bilateral. III. Evolución de la relación bilateral. IV. Migración. V. Conclusión. VI. Bibliografía.
I. Introducción
La postulación y elección de Donald J. Trump a la presidencia de Estados Unidos debe entenderse como parte una tendencia mundial que rechaza las inercias de la globalización y que regresa al concepto tradicional de “nación”. Esta tendencia tiene origen en el descontento de diferentes sectores de la sociedad que se sienten marginados por el sistema económico mundial al no percibir un beneficio directo en sus economías. Dicho sentir ha sido explotado políticamente en varios Estados para manipular y exacerbar el sentimiento “nacionalista”. Como, por ejemplo, en EE UU, para hacer creer a su población que la migración y globalización son factores que impactan negativamente; o como en México, para justificar que existe delincuencia por la enorme demanda extranjera de estupefacientes, o que las riquezas nacionales son saqueadas por intereses extranjeros.
La humanidad se comporta de forma contradictoria, casi de forma similar al movimiento de un péndulo: a veces el animus mundial se vuelca hacia una causa, y, algunos años después, se convierte en una completa indiferencia. Como muestra basta comparar la percepción de los secretarios generales de las Naciones Unidas sobre el escenario mundial, la cual durante las dos últimas décadas ha cambiado diametralmente; por un lado, Kofi Annan, en 2000, afirmaba que “argumentar en contra de la globalización es como argumentar en contra de las leyes de la gravedad”.1 Por el otro, en pleno 2018, António Guterres, advierte que se está presenciando el “resurgimiento de la irracionalidad”2 por las tendencias de contracción nacional a favor de conceptos westphalianos de soberanía.
Es innegable el hecho que los avances tecnológicos actuales son producto de la globalización y que, gracias a ésta, vivimos en un mundo económicamente interdependiente donde la interacción comercial y social han diluido la rigidez de las fronteras nacionales. Irónicamente, se tiene que los mismos medios electrónicos, generados por la globalización, en específico las redes sociales, se han vuelto campos de batalla ideológicos, donde han encontrado una gran plataforma de difusión los sentimientos xenófobos, nacionalistas, antirégimen y globalifóbicos de aquellas personas que añoran regresar al concepto clásico de “soberanía” donde el Estado es la autoridad suprema que resuelve sus asuntos internos sin injerencia externa alguna y se desentiende del haber mundial.
México y EE UU no se escapan de dichas tendencias. Desde hace ya dos años, Estados Unidos se ha transformado, con la elección de Donald Trump, al perseguir como objetivo primordial su lema de campaña “America first, America first”. En el caso de México, su electorado optó por elegir a Andrés Manuel López Obrador, quien se comprometió en campaña a lograr que EE UU respete la soberanía nacional e impere el respeto mutuo entre ambos países. Ambos mandatarios surgen bajo el escenario mundial antes descrito. Inclusive, Andrés Manuel López Obrador, en la carta del 12 de julio de 2018, dirigida a Donald Trump, reconoce esta coincidencia señalando que ambos “sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment o régimen predominante”.3 A lo que Trump contesta “[a]mbos alcanzamos el triunfo electoral al proveer una visión clara para hacer nuestros países más fuertes y mejores”.4
Los dos gobernantes, han apuntado la necesidad de replantear la relación bilateral. Por un lado, Trump señaló que “México se ha aprovechado de EE UU por el tiempo suficiente. ¡El déficit comercial y la poca ayuda en la débil frontera debe cambiar, ahora!”.5 Por el otro, López Obrador indicó, primero en campaña, que “[n]i México ni su pueblo va a ser piñata de ningún gobierno extranjero”, y posterior a su elección como presidente de México, que era necesario “iniciar una nueva etapa en la relación entre México y Estados Unidos basada en el respeto mutuo y la identificación de áreas de entendimiento e intereses comunes”.6
A partir de la llegada de Donald J. Trump a la presidencia de EE UU parece emerger una nueva dinámica en la relación bilateral donde se le ha exigido a México el pago de la construcción del muro fronterizo, detener la migración irregular de Centroamérica, y la negociación de un nuevo tratado de libre comercio en sustitución del TLCAN. Si bien este tipo de temas no son ajenos a las exigencias que se han tenido en el pasado, lo que sorprende en la actualidad es, primero, la desaparición -por lo menos en el discurso- de la compartimentalización que se tenía de la agenda bilateral, donde cada tema se trataba por separado para evitar la contaminación del resto de los temas de la agenda bilateral donde existe coincidencia en las posiciones entre ambos gobiernos. Y segundo, la incertidumbre respecto a la posición estadounidense, ya que en el dialogo bilateral ha sido común que, por un lado, se ofrezca una posición institucional como “oficial”; pero, por el otro, esta pueda verse modificada o contradicha posteriormente, por los tweets publicados por Donald Trump. 7
En este sentido, la nueva normalidad en la relación México-EE UU son los tweets de Donald Trump donde mezcla sin cesar un tema con el otro, y amenaza con descarrilar los acuerdos logrados bajo la menor provocación.8 Para ejemplificar este actuar, basta hacer un recuento de los mensajes de Donald Trump frente al TLCAN, el muro fronterizo y la cooperación de México frente a la migración proveniente de Centroamérica:
Durante su campaña presidencial prometió que “renegociaría”9 el TLCAN ya que lo consideraba como “el peor acuerdo en la historia de EE UU”.10
Una vez en la presidencia, insinuó que sólo era benéfico para México11 y por ende lo daría por “terminado”.12
Después de hacer públicas dichas declaraciones, expuso que tras “recibir llamadas del presidente de México y del primer ministro de Canadá solicitando renegociar el TLCAN en lugar de terminarlo”13 había aceptado el inicio de las negociaciones para un nuevo acuerdo, pero amenazó que si no se llegaba a un arreglo justo “terminaría” el TLCAN.14
Una vez iniciadas las negociaciones, presionó a los equipos de negociación, al señalar que México y Canadá, estaban “siendo muy difíciles”15 y que a lo mejor tendría que dar por terminado el TLCAN.
Transcurridas cinco rondas de negociaciones, y a una semana de iniciar la sexta, nuevamente saca el tema del muro fronterizo, lo mezcla con el TLCAN diciendo que éste “va a ser pagado, directa o indirectamente -o a través de un reembolso a largo plazo- por México, quien tiene un excedente comercial de 71 mil millones de dólares con EE UU. El muro de 20 mil millones de dólares son «cacahuates» comparado con lo que México gana de los EE UU. ¡El TLCAN es un mal chiste!”.16
Cancelada la octava ronda de negociaciones por falta de acuerdos, Trump nuevamente amenaza con dar por terminado el TLCAN,17 e inclusive condiciona la celebración del nuevo tratado comercial a que México detenga el flujo migratorio proveniente de Centroamérica.18
Concluidas las negociaciones, por un lado, reiteró sus ataques al TLCAN afirmando que dicho tratado es “uno de los peores convenios comerciales”19 que se ha hecho en la historia; y, por el otro, alabó la sociedad comercial de América del Norte;20 sin embargo, quince días después, frente a la caravana migrante proveniente de Honduras, fulmina amedrentando con “llamar al ejército estadounidense y cerrar la frontera”21 con México si las autoridades mexicanas no evitan el avance de los migrantes hacia EE UU y enfatiza que, para él, era más importante la seguridad en su frontera que el recién acordado tratado comercial entre México-EE UU-Canadá.22
En la víspera de la llegada de la Caravana Migrante a México, y en reacción a las imágenes que mostraban el despliegue de los elementos de la Policía Federal, reconoció los esfuerzos para contener el avance de los migrantes, diciendo “¡[g]racias México, esperamos trabajar contigo!”.23 Días después, las felicitaciones se transformaron, primero, en decepción al señalar: “[t]ristemente, parece que la policía y el ejército de México no pueden detener la caravana que se dirige a la frontera sur de EE UU”;24 y posteriormente, en reclamo, al afirmar que los “soldados mexicanos heridos, no pudieron o no quisieron detener la caravana. Deberían detenerlos [a los migrantes] antes de que lleguen a nuestra frontera, ¡pero no lo harán!”.25
Una vez que integrantes de la caravana migrante llegaron a la frontera con EE UU, Trump citó textualmente al presidente municipal de Tijuana, Juan Manuel Gastélum Buenrostro, y dijo que al igual que dicha ciudad fronteriza los EE UU estaban mal preparados para esta invasión, y no la iban a tolerar. “[La caravana migrante] está causando crimen y grandes problemas en México. ¡Regrésense a su casa!”.26
En plena celebración del Día de Acción de Gracias, amagó con el cierre de la frontera entre México y EE UU, al señalar: “[s]i descubrimos que se llega a un nivel en el que vamos a perder el control [de la frontera] o que nuestra gente se va a lastimar [por ejemplo, los agentes migratorios estadounidenses], cerraremos la entrada al país [con México] por un período de tiempo hasta que podamos controlarlo”,27 y precisó “[vamos a cerrar] toda la frontera… [m]e refiero a toda la frontera. Y México no podrá vender sus autos en los Estados Unidos, donde hacen muchos autos en gran beneficio para ellos, no en un gran beneficio para nosotros”.28
Dos días después, señalaba que ningún migrante entraría a “Estados Unidos hasta que su petición [de asilo] fuera aprobada en corte”29 y que “todos [los migrantes] se quedarán en México”.30 Volviendo a recalcar: “si por alguna razón es necesario, cerraremos nuestra frontera sur”.31 Y en los días siguientes, cuando la caravana migrante intentó ingresar por la fuerza a EE UU, le sugirió a nuestro país que “[s]ería muy inteligente si México detuviera las caravanas mucho antes que llegaran a nuestra frontera sur”,32 y regrésenlos a sus países, ya sea “por avión, por camión, o como quieran, pero ellos no van a entrar a EE UU. Vamos a cerrar la frontera de forma permanente si es necesario”.33
La dinámica siguió así por los meses siguientes, hasta abril y mayo de 2019, cuando se llega al punto más álgido, con la amenaza que Donald Trump realizaría sobre la imposición de aranceles a todos los productos provenientes de México, primero, si no se detenía el flujo de migrantes irregulares provenientes de Centroamérica;34 y segundo, si no se detenía el tráfico ilícito de estupefacientes en un periodo de un año.35
Históricamente la relación México y EE UU ha venido de menos a más. Si bien ambas naciones se encuentran literalmente una a lado de la otra, sus antecedentes históricos -tan diametralmente opuestos- son los que terminan condenando a ambas naciones a una vecindad distante. De esta manera, la relación bilateral ha sido sesgada por una fuerte desconfianza que tradicionalmente ha prevalecido entre ambas naciones, misma que ha sido alimentada orgánicamente por sus diferencias sociales, culturales, históricas, jurídicas, económicas y políticas. Y no es para menos, por un lado, queda el hiriente recuerdo en México de haber perdido más de la mitad de su territorio, durante las más de trece incursiones militares de los estadounidenses; y por el otro, la amenaza latente y creciente de treinta millones de personas de origen mexicano en EE UU que son vistos por algunos sectores de la población estadounidense como una “invasión”36 que busca la “reconquista” del territorio perdido.37
Hasta épocas recientes es que el paradigma de “vecinos distantes” empieza a quedar atrás gracias al acercamiento que autoridades de los dos lados de la frontera iniciaron, y que claramente puede identificarse con el parteaguas en la relación bilateral que representó la adopción del Tratado de Libre Comercio para América del Norte, en 1994. Justo a partir de dicho acontecimiento, es que las instituciones gubernamentales y sus operadores empezaron a construir lazos de confianza, los cuales han ido “in crescendo”. Partiendo así, desde los puntos más bajos de la relación bilateral moderna, que pueden ser ejemplificados con la expulsión de territorio nacional de los agentes de la DEA -durante la década de los noventa- después del secuestro trasfronterizo de Álvarez Machain,38 o la ejecución de la Operación Casablanca39 sin conocimiento de las autoridades mexicanas; pasando por un punto intermedio representado por la construcción de lazos de cooperación que -después de años de construcción- terminan evolucionando en el reconocimiento de “responsabilidad compartida” cristalizado en la Iniciativa Mérida;40 hasta llegar a la época actual donde se permite abiertamente la operación de agentes estadounidenses en territorio nacional en actividades relacionadas a preverificaciones aduanales en los puertos de entrada terrestres fronterizos, o migratorias en los aeropuertos internacionales.41
La relación bilateral entre México y EE UU tiene tal complejidad y extensión, que difícilmente puede concentrarse en una sola persona o dependencia gubernamental. Durante los últimos años, los gobiernos de ambos países han promovido la fragmentación de la misma con la finalidad de inyectarle el dinamismo propio al proyecto de integración, que viene avanzando desde la entrada en vigor del TLCAN. Esta inercia, en la práctica, ha provocado una proliferación de actores en la interlocución bilateral, lo cual ha facilitado un diálogo permanente entre los actores principales en los dos lados de la frontera, mismo que ha garantizado el avance constante de la agenda México-EE UU.
Bajo este escenario, se ha permitido que los gobiernos federales solamente se preocupen de la visión macro de la relación bilateral, y que el microcosmos se deje en manos de operadores gubernamentales locales o de rangos administrativos menores que se encargan del intercambio bilateral cotidiano. Esta pluralidad de actores ha generado que en la práctica existan varios Méxicos y Estados Unidos, los cuales en la esfera de sus competencias siguen las propias inercias que dicta la interdependencia generada por las sociedades y mercados comerciales y financieros de ambos Estados.42
II. Redefinición de la agenda bilateral
Con la llegada de Trump a la presidencia de EE UU hay tres temas de la relación bilateral que han acaparado la atención: migración, comercio y seguridad. Si bien estos temas siempre han jugado un rol central en la agenda binacional, en la era Trump son invocados -a la menor provocación- en la discusión de cualquier otro tema. Aun cuando -en la teoría- la relación bilateral es sólida, con cierto grado de madurez, es importante reconocer que el efecto Trump y su forma disruptiva de hacer política, sí ha llegado a tener -en cierta medida- un impacto negativo en la relación bilateral con México, en específico a otorgarle, en primer lugar, carta blanca a los detractores de esta integración que se vive de la región de América del Norte; segundo, relegar las políticas binacionales propuestas para tener una coordinación más estrecha entre ambos países; y, tercero, dejar sin respaldo el progreso binacional que la mano invisible del mercado ha generado con las cadenas integradas de producción que el TLCAN promovió y consolidó.
La llegada de Donald Trump al gobierno de EE UU ha causado una gran convulsión por su estilo muy personal de desarrollar su política interna y exterior, primero, haciéndola pública a través de polémicos mensajes en redes sociales, y segundo, imponiendo sus políticas sin mediar la más mínima sutileza, siempre polarizando entre aquellos que lo apoyan y los que no. Si bien, desde una perspectiva de realpolitik, EE UU tiene la posición para comportarse de tal forma hacia el exterior, es importante reconocer que, durante otras administraciones estadounidenses, por lo general se buscaba tener una negociación donde todas las partes -aunque fuera en menor medida- ganaran.43
Por esta razón, se puede afirmar que la forma de negociar del Ejecutivo federal estadounidense -en la actualidad- ha adoptado un carácter distributivo (gana/pierde), más radical que en el pasado inmediato, donde EE UU aprovecha su posición de poder, no solo para atajar mayores beneficios, sino para imponer su visión, inclusive a través de amenazas. Por ejemplo, en dos ocasiones, en 2018, ante el problema de las caravanas migrantes, Trump amenazó a México y a Honduras al señalar, ante un primer flujo migratorio, que “la gallina de los huevos de oro TLCAN está en juego, al igual que la ayuda económica a Honduras y los países que permitan que esto [que la Caravana Migrante llegue a EE UU]”;44 y durante un segundo movimiento migratorio, “[l]os Estados Unidos han informado firmemente al presidente de Honduras que si la gran caravana de personas que se dirige a Estados Unidos no se detiene y no regresa a Honduras, no se dará más dinero ni ayuda a Honduras, con efecto inmediato”.45
Es importante señalar que, como parte de la estrategia de negociación de la administración Trump, no se ha reparado en hacer válidas sus amenazas en aras de fortalecer su posición negociadora, como aconteció, por ejemplo, con los países del “Triángulo Norte”, a quienes les suspendió la ayuda estadounidense al considerar que éstos no habían realizado lo suficiente para reducir el número de migrantes que se dirigían desde o por sus países hacia EE UU;46 o en el caso de México, que -ante la cristalización de una amenaza real e inminente por parte de Trump-47 se vio obligado -para evitar la imposición de aranceles graduales a sus productos- a llegar pactar la Declaración Conjunta del 7 de junio de 2019, en la que se comprometió a incrementar “significativamente su esfuerzo de aplicación de la ley mexicana a fin de reducir la migración irregular, incluyendo el despliegue de la Guardia Nacional en todo el territorio nacional, dando prioridad a la frontera sur”;48 y a autorizar la entrada de los peticionarios de asilo que EE UU devuelva para que esperen en México la resolución de sus solicitudes.
En la esfera de las relaciones internacionales -aun cuando jurídicamente todos los Estados son “iguales”- es innegable que existen países del norte y del sur; Estados con poder duro y otros que compensan con poder suave. Dependiendo del tipo de relación bilateral que se tenga, cuando las circunstancias son de cordialidad, los gobiernos son cautos en la forma en que desarrollan sus negociaciones internacionales a fin de no evidenciar que el Estado contraparte se encuentra en una posición de desigualdad.
La forma de negociación durante la administración Trump, especialmente en lo que respecta a su posición frente a México, ha roto las formas vistas durante los últimos 24 años. Sus acercamientos hacia México, en lugar de asemejarse a la actitud que se debería tener con uno de sus principales socios comerciales, se acerca más a la actitud que se tenía cuando ambos Estados se consideraban, a sí mismos, como vecinos distantes. Este cambio de actitud, como efecto secundario, ha desnudado la retórica tradicional mexicana de no alineamiento a las políticas estadounidenses, donde se buscaba mantener con bajo perfil los temas más ríspidos de la relación bilateral, y en caso de que fueran ventilados a la opinión pública mexicana, siempre buscaba maquillar la ejecución de las peticiones estadounidenses como acuerdos bilaterales, decisión soberana, pero nunca como imposiciones del vecino del norte.49
En adición a lo anterior, bajo la administración Trump, se ha vuelto cada vez más frecuente el empleo del discurso antimexicano, el cual irónicamente, había sido una herramienta -a la inversa- comúnmente empleada por los gobiernos mexicanos de antaño,50 quienes explotaban “[e]l recuerdo de las intervenciones armadas y de la traumática pérdida de la mitad del territorio nacional a manos de Estados Unidos”51 para fines de política interna, manipulando así a “la conciencia colectiva de los mexicanos… [quienes ven a Estados Unidos como] el blanco idóneo al que puede culparse -ya sea con justificación o sin ella- de gran parte de los problemas que aquejan el país”.52
Tan arraigada se encontraba la retórica clásica antiestadounidense en México, que la misma entra de lleno en la diplomacia mexicana, la cual se destaca por su apego casi apostólico a los principios de política exterior, los cuales -en su momento- cumplieron, por un lado, “una importante función como instrumento para administrar en el frente doméstico el choque de la herencia soberanista antiestadounidense profundamente arraigada en el imaginario colectivo mexicano”, y por el otro, “un valioso papel como instancia de preservación de la tradición histórica y cultural que ha sustentado esas mismas líneas generales que la retórica principista manipuló para fines de política interna”.53
Esta retórica xenofóbica ha provocado, por un lado, en EE UU el aumento de incidentes conexos a crímenes de odio,54 como el acontecido en El Paso, Texas, el 3 de agosto de 2019;55 y por el otro, en México el que la opinión sobre EE UU se encuentre en sus índices más bajos de las últimas dos décadas.56 En este sentido, la posición estadounidense, si bien desde una perspectiva de realpolitik es acertada por dejar sentir su fuerza, es errada bajo una visión de largo plazo, ya que -como lo afirmara la ex embajadora de Estados Unidos en México, Roberta Jacobson-pareciera que la actual administración estadounidense está tratando de destruir su confianza y su liderazgo en la región.57
III. Evolución de la relación bilateral
La relación bilateral entre México y Estados Unidos siempre ha sido contradictoria. Por un lado, la retórica oficial maneja un discurso de confrontación en el que un gobierno recrimina al otro de injerencia, abuso, corrupción y de ser el origen de todos los males. Por el otro lado, la realidad muestra una dinámica completamente diferente en el que ambos países se apoyan durante crisis económicas o desastres naturales; cooperan estrechamente en materia de seguridad, migración y procuración de justicia; buscan mayor complementariedad en la cadena de producción, y adoptan diferentes medidas en aras de lograr una mayor integración económica regional, a la par del desarrollo de las megaregiones económicas trasfronterizas, que atienda las necesidades de la realidad social que se vive entre ambos países.58
Más allá de una vecindad, a México y Estados Unidos los unen lazos familiares, históricos, culturales, lingüísticos, ambientales y económicos que desdibujan cualquier línea fronteriza. Estos vínculos se vuelven evidentes a lo largo de los más de 3,152 kilómetros que constituyen la frontera terrestre entre México y Estados Unidos, donde las comunidades fronterizas se han constituido en verdaderas sociedades binacionales que ven la frontera -o “línea” como ellos le llaman- como una mera parada de tránsito. El dinamismo deseado entre México y Estados Unidos se puede ver cristalizado en las tres megaregiones económicas que se han forjado a lo largo de la frontera de ambos países,59 donde queda evidenciado que las economías fronterizas siguen una lógica pragmatista, más que de prejuicios basados simplemente en delimitaciones administrativas.
Desafortunadamente el fenómeno de la frontera poco a poco se desdibuja entre más cerca se esté de las capitales de ambos países. Al adentrarse al territorio de cada uno de los Estados se deja de vivir la integración fáctica de la frontera y regresa a la visión nacionalista tradicional de realpolitik que impera en Washington, DC y la Ciudad de México. Ambos países han transitado diferentes etapas en las que ha predominado desde la desconfianza absoluta hasta la permisión de realizar actos de autoridad en el territorio del otro.
Lo anterior no obedece a una política estructurada que vaya orientada hacia un propósito programado en específico, sino que, es respuesta a la necesidad de dar alcance al dinamismo propio de relaciones comerciales, económicas, culturales, migratorias, financieras y delictivas que existen entre México y EE UU. En otras palabras, es un reconocimiento natural que se da de la evolución orgánica del principio de soberanía nacional, donde los Estados cooperan entre sí para atajar problemas de carácter trasnacional que no pueden ser solucionados de manera unilateral. En otras palabras, los Estados trabajan de manera más estrecha entre sí para alcanzar fines comunes que promuevan sus propios intereses.60
Bajo este supuesto, hace veinticinco años, con la suscripción del TLCAN, en lugar de tratar de contener las tendencias de globalización, se cambia de paradigma económico y empiezan a sentar las bases para la integración de cadenas de producción en América del Norte, y que poco a poco -más allá del tema comercial y financiero- se fueron incorporando temas de seguridad y corresponsabilidad social en iniciativas trinacionales paralelas, como la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), o binacionales, como la Iniciativa Mérida61 o el mecanismo Frontera Siglo XXI.
IV. Migración
En materia migratoria México y Estados Unidos cuentan -en la retórica- con discursos aparentemente opuestos. Por un lado, EE UU opera bajo la visión de la fortaleza, donde el tema de la migración se ataja desde una perspectiva individualista, de seguridad nacional, que ve al migrante como objeto de medidas de restricción para evitar ingrese a su territorio. En cambio, por el otro, México aborda el tema de la migración bajo una óptica multilateralista, donde es responsabilidad de todos los Estados el atender el fenómeno migratorio, y con enfoque de derechos humanos, donde el migrante es sujeto de derechos y se le debe dar un apoyo integral para auxiliarlo en su situación de vulnerabilidad.62
Ambas visiones no son nuevas, empero el garbo con la que se ejecutan en la práctica, sí. De ahí lo paradigmático de la llegada de Trump a la presidencia de EE UU. Desde su llegada se diseñó y puso en marcha un esquema operativo y normativo para robustecer el aparato gubernamental de persecución y deportación de migrantes irregulares; lograr una remoción más expedita de éstos; y disuadir el arribo de personas que quieran abusar de la figura del asilo, ingresar de forma irregular a EE UU, o que representen una “amenaza” a su seguridad nacional. Alrededor de estos objetivos, se han implementado diferentes medidas, como, por ejemplo: separar a menores de edad de sus padres durante su intento de cruce irregular; desplegar la Guardia Nacional y al ejército en la frontera con México; negociar acuerdos de “tercer Estado seguro”; limitar la elegibilidad a peticionarios de asilo en EE UU y obligarlos a esperar el desahogo de su proceso en México.63
Como era de esperarse, el sistema de pesos y contrapesos, liderado por organizaciones no gubernamentales -tales como American Civil Liberties Union, o Mexican-American Legal Defense and Educational Fund- se activó y casi toda la totalidad de las medidas implementadas por la administración Trump han sido llevadas ante las cortes estadounidenses para que se analice su legalidad. Batallas han sido ganadas64 y otras perdidas,65 pero sin duda se puede afirmar que durante los dos años que van de la presidencia de Donald Trump se ha consolidado una fuerte resistencia, la cual ha empleada las cortes estadounidenses para cuestionar las medidas adoptadas por el gobierno federal.
El tono de la política migratoria de Donald Trump fue esbozado desde el inicio de su presidencia con tres órdenes ejecutivas firmadas a finales de enero de 2017, a partir de las cuales se han implementado diferentes acciones ejecutivas en contra de la población migrante en EE UU que han tenido como objeto:
Convertir a todos los migrantes irregulares en prioridades de deportación.66
Buscar que las remociones sean lo más expeditas posibles. 67
Asegurar que los migrantes enfrenten sus procesos de deportación detenidos.68
Sancionar a quien facilite la presencia de migrantes irregulares.69
Fortalecer las capacidades institucionales -tanto recursos humanos como materiales- de las agencias migratorias estadounidenses.70
Construcción de un nuevo muro fronterizo.71
Militarización de la frontera con México y autorización para que el personal militar empleé el uso de la fuerza letal en la frontera.72
Rescisión del programa DACA (Differed Action for Childhood Arrivals).73
Separación de familias en la frontera.74
Limitación de eligibilidad para ser peticionario de asilo de aquellos extranjeros que no ingresen a través de los Puertos de Entrada en la frontera con México.75
Restricción de ingreso a territorio estadounidense -por 90 días- a nacionales de países que representan un alto riesgo terrorista (por ejemplo de Irán, Somalia, Iraq, Libia, Sudán, Siria y Yemen).76
Implementar los Protocolos de Protección a Migrantes (MPP, por sus siglas en einglés) bajo los cuales se regresa a México a todos los peticionarios de asilo para que esperen en territorio nacional la resolución de sus solicitudes.77
Emitir una “regla interina de asilo” bajo la cual se determina que “cualquier extranjero, quien ingrese, o intente ingresar, o arribe a los Estados Unidos por la frontera terrestre sur [la que comparte con México], después de haber transitado hacia Estados Unidos, por lo menos a través de un tercer Estado diferente al de su Estado de ciudadanía, nacionalidad o última residencia habitual-legal, no será considerado como elegible para solicitar asilo”.78
Suscribir acuerdos de tercer Estado seguro79 para transferir la “responsabilidad del examen de una solicitud de asilo de un país de acogida a otro país que es considerado «seguro» (es decir, capaz de proporcionar protección a los solicitantes de asilo y los refugiados)”.80
La política migratoria de ambos países se encuentra interrelacionada, especialmente por el concepto estratégico de frontera que EE UU tiene (donde inclusive el territorio nacional mexicano quedara incluido) y bajo el cual se vuelca a una operación extraterritorial para detener las amenazas externas, a fin de evitar que éstas arriben o se acerquen a su territorio. Esta visión conmina al Estado mexicano a ejecutar -en la práctica- una política migratoria en su frontera sur más cercana a la estadounidense que a la de “puertas abiertas” que se ha pregonado hasta hace unos meses en el discurso político mexicano.
Antes del despliegue de la Guardia Nacional en la frontera sur, las caravanas migrantes que transitaron por nuestro país -especialmente la más grande de finales de 2018- empezaban a dejan en claro, por un lado, la estrecha coordinación de las políticas migratorias entre México y EE UU al permitir, 1) la identificación de 500 migrantes con antecedentes penales o afiliación a pandillas, gracias al registro de los miembros de dicha caravana ante las autoridades mexicanas;81 2) la continuación de la operatividad del sistema de turnos, implementada desde el arribo de la oleada de haitianos y migrantes extracontinentales durante principios de 2017, con el cual las autoridades migratorias de ambos países administran el flujo de migrantes en aras de evitar que la masividad de arribos desquicie la vida y operatividad fronteriza; 3) el despliegue de la fuerza pública mexicana para contener el intento de cruce a territorio estadounidense, que un grupo de la caravana migrante realizó el 25 de noviembre de 2018, y que derivó en un enfrentamiento violento con autoridades mexicanas y estadounidenses en las inmediaciones del Puerto de Entrada de El Chaparral, en la ciudad de Tijuana, Baja California, y 4) con la amenaza,82 y posterior deportación de 98 migrantes que fueron identificados como participes en el altercado, se dejó en claro que no se toleraría que los migrantes alteraran la dinámica fronteriza entre México y EE UU.83
Ya con el despliegue masivo de la Guardia Nacional de México en la frontera sur,84 como consecuencia directa de la adopción de la Declaración Conjunta México Estados Unidos, y la aceptación, por parte del gobierno de México, de que los peticionarios de asilos fueran retornados de EE UU a México para que esperen en territorio nacional el desahogo de sus casos, quedó completamente evidenciado el cambio drástico en la retórica migratoria de México.
Este cambio de ninguna manera pude ser caracterizado como errado, ya que responde a la protección de los intereses nacionales ante una amenazada real e inminente proveniente de EE UU, que, de haber llegado a concretarse, hubiera afectado gravemente la economía mexicana. Sin embargo, la contradicción entre la retórica mexicana promigrante y las acciones de control migratorio que diario se aplican en la frontera sur de México, las cuales, aun cuando se quiera hacerlas pasar como falsos positivos y matizarlas bajo el mero argumento de ingreso ordenado y controlado, ponen en relieve que aún no se encuentra un justo balance entre ambas posiciones dentro de México, y que esa indefinición tiene el potencial para convertirse en un grave problema en un futuro cercano, especialmente cuando se confunde el apoyo a los migrantes con una política de frontera abierta o se tiene una política migratoria meramente reactiva a presiones externas.
El comportamiento del gobierno de México en el exterior -especialmente en EE UU- es completamente opuesto: ahí sí se vive a la altura de las expectativas de lo que se espera de uno de los países considerados como líder en materia migratoria a nivel mundial,85 ya que, a traves de las cincuenta y un representaciones que forman la red consular mexicana en Estados Unidos, se han ejecutado -históricamente-86 una multiplicidad de acciones de asistencia y protección consular a favor de los millones de mexicanos que han hecho de EE UU su segundo hogar. Con la llegada de Trump a la presidencia estadounidense se implementaron, por parte del gobierno de México, acciones de emergencia con programas temporales de asistencia adicionales a los ya existentes, tales como Somos Mexicanos87 y Fortalecimiento para la Atención de Mexicanos en Estados Unidos (FAMEU),88 con los cuales se buscó redoblar los esfuerzos de protección preventiva hacia la comunidad mexicana. En la actualidad, dichos programas temporales han sido sustituidos por otros que responden a las necesidades que la comunidad mexicana enfrenta a la actualidad ante las nuevas medidas de la admnistración Trump, por ejemplo, la Estrategia de Protección al Migrante Mexicano a través de la cual se auxilia a la comunidad mexicana frente a los operativos migratorios que fueron anunciados por el gobierno estadounidense como “redadas masivas”,89 y se busca la “transformación de las representaciones [consulares]… en una especie de procuradurías de defensa del migrante”.90
V. Conclusión
Durante el tiempo en el que Donald J. Trump ha estado al frente de la presidencia de EE UU, ha quedado evidenciado que la principal prioridad de su gobierno es hacia el interior, tal cual lo decía su slogan de campaña: America First. Tal retracción ha representado la renuncia tácita de Estados Unidos al liderazgo global que durante las últimas décadas había desempeñado,91 y que fue reafirmado durante la participación de Donald Trump ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en septiembre de 2019, al afirmar que “el futuro pertenece a los patriotas, no a los globalistas”. Bajo esta visión nacionalista, antiestablishment, se corre el riesgo que, con el discurso populista dirigido a sus bases electorales, busque adoptar medidas que afecten la relación binacional. Afortunadamente, del lado mexicano ha existido prudencia, y el presidente Andrés Manuel López Obrador, ante los múltiples embates de Trump, no ha caído en la provocación y mantiene su posición de “amor y paz” frente a EE UU.92
Más allá de los gobiernos en turno de ambos países, las tendencias establecidas orgánicamente -por las fuerzas del mercado y la sociedad de ambos países- que durante los últimos veinticinco años han transformado a México y a EE UU en socios estratégicos, son un factor innegable de la relación bilateral el cual responde a sus propios intereses y sirve como contrapeso a las decisiones de ambos gobiernos. Asimismo, es innegable que la realidad que viven ambas naciones obliga a las autoridades de ambos países a trabajar hombro con hombro para enfrentar los retos trasnacionales que impactan a ambas sociedades. Bajo dicha premisa, se puede afirmar que la relación bilateral continuará, tal cual, con los procesos de integración que se echaron a andar décadas atrás.
Es cierto que las tendencias nacionalistas, tanto en EE UU y en México, representan un riesgo, empero, son múltiples los actores que intervienen en la dinámica bilateral -tales como sociedad civil, cámaras de comercio, autoridades locales, municipales, empresas trasnacionales- que están convencidos de la necesidad de seguir cooperando y trabajando juntos. Por esta razón, se puede afirmar que lo único que puede variar es la velocidad con la que los mercados, las economías, las sociedades y las políticas de ambos países seguirán integrándose. Ante tal escenario, hay que tener confianza que las sociedades y gobiernos de ambos países sean lo suficientemente sensatos para reconocer que ni México, ni Estados Unidos, se moverán a ningún lado y que los destinos de ambos países están y estarán por siempre entrelazados.