Toda la experiencia se convirtió, en mayor o menor medida, en una tortura. Como
resultado, durante siete meses y hasta la fecha, tengo pesadillas, y la experiencia me ha
dejado una cicatriz mental.1
Nada de lo que yo antes hubiera hecho era tan inteligente, tan hermoso, tan puro o perfecto
como esto. Ahora sabía cómo se sentía Dios después del sexto día de la creación. Por qué
lo hizo. Yo era un dios. Yo era una diosa. Yo era Dios. Yo ordené la creación, dije ‘Fiat Lux’, y presencié la vida en toda su gloria.2
De manera semejante a otras experiencias extraordinarias en que las que el dolor se ve implicado, dar a luz encierra un espectro de posibilidades para las personas de parto: puede resultar desde una experiencia profundamente traumática -que deja una huella nefasta incluso en forma de trastorno por estrés postraumático- hasta una experiencia positivamente transformadora, empoderadora; o, sencillamente, una experiencia deleble. Hablar de la experiencia de dar a luz, por tanto, no remite a un fenómeno homogéneo, sino a una diversidad de vivencias que discurren, para las personas de parto, desde el polo más amargo del sufrimiento hasta el polo más extático del goce y el crecimiento personal. ¿Cómo es posible que un mismo proceso pueda transcurrir por senderos tan dispares? En este trabajo, trataremos de argumentar que la vulnerabilidad es, precisamente, el elemento que posibilita tales divergencias.3
Defenderemos que la vulnerabilidad no sólo expone a que el parto termine siendo una experiencia traumática, sino que es también condición de posibilidad del transcurso y desenlace diametralmente opuesto. La determinación de la experiencia del parto como traumática, deleble o empoderadora dependerá, como mostraremos, de la articulación entre la vulnerabilidad específica del parto y la actitud que la persona de parto y quienes la asisten y acompañan adopten frente a ella. Si se consigue lidiar funcionalmente con el miedo, la incertidumbre, el dolor, la codependencia y la apertura que caracterizan la vulnerabilidad específica del parto, entonces el empoderamiento de la persona de parto será una posibilidad. Empleamos la noción de empoderamiento para apuntar, concretamente, a un perdurable aumento de la confianza de la persona de parto en sí misma, en su conocimiento, en sus capacidades y en su entorno.
Además, explorar esta tesis requerirá de una primera incursión en el propio concepto y dimensiones de la vulnerabilidad. A este respecto, defenderemos que las personas de parto se hallan en una situación de vulnerabilidad específica en la que se distinguen dos dimensiones que interactúan entre sí: una personal y otra estructural. Desde esta perspectiva, las personas de parto serían específicamente vulnerables por la situación que atraviesan personalmente, esto es, debido a las peculiaridades fisiológicas y psicológicas del proceso de parto. Además, en ocasiones, quienes dan a luz se hallan insertas en estructuras de poder sociales y médicas que son fuentes de vulnerabilidad. La manera de abordar esta dimensión estructural de la vulnerabilidad no pasa sino por su eliminación: conforme parece sugerir la evidencia, cuando esta vulnerabilidad estructural se instancia -por ejemplo, por quedar al margen de la toma de decisiones, o por recibir un trato vejatorio- la experiencia de parto se torna negativa e incluso traumática.4
Por contra, conforme desarrollaremos, en la dimensión personal de la vulnerabilidad específica del parto parece residir un potencial tanto positivo como negativo; esto es, reside el potencial de que de la experiencia resulte una transformación negativa, pero también de que resulte empoderadora. A nuestro juicio, el empoderamiento viene posibilitado por -en lugar de a pesar de- las peculiaridades específicas del trabajo de parto, y este depende de cómo se lidie con ellas. Un elemento clave aquí es el del dolor y su manejo. Cuando el dolor viene acompañado de sufrimiento, se abona el terreno para que la experiencia del parto resulte traumática; sin embargo, si se consigue lidiar funcionalmente con el dolor, se abona el terreno para que la experiencia del parto resulte empoderadora. Esto nos lleva a afirmar que la anestesia farmacológica puede, en efecto, permitir que la experiencia del parto resulte deleble y no traumática al neutralizar el dolor; sin embargo, con ello se neutraliza también la posibilidad de lidiar funcionalmente con el dolor y, por ende, de que devenga una experiencia empoderadora. Algo semejante ocurre con otras intervenciones médicas encaminadas al control desaforado del proceso del parto -como por ejemplo la inducción o el aumento de las contracciones, o los partos instrumentales-, si bien, en ocasiones, son absolutamente imprescindibles médicamente, éstas también neutralizan la posibilidad de que el parto sea el tipo de experiencia transformadora que aquí tratamos. Dicho aún más claramente: la experiencia de parto puede ser totalmente satisfactoria si se decide emplear anestesia farmacológica u otra intervención médica, pero para que resulte el tipo de experiencia empoderadora que aquí abordamos, ha de transcurrir libre de estas intervenciones médicas.
Nótese, sin embargo, que no sostenemos que las personas de parto deban perseguir su empoderamiento a través del dolor ni, por supuesto, que deban sufrir si su dolor es insoportable, si sienten miedo, o demasiada incertidumbre.5 Tampoco sostenemos que no deban optar por cuantas intervenciones médicas decidan libremente, dentro de sus posibilidades. La actitud que se adopta frente a las peculiaridades del trabajo de parto ha de descansar en la elección personal, sin dejar de reconocer que a veces el cuerpo impone límites infranqueables, como un dolor desmesurado o la necesidad de llevar a cabo ciertos procedimientos médicos. En cualquiera de los casos, siempre han de disponerse los recursos sociales y sanitarios para que el parto sea una experiencia satisfactoria (aunque no resulte empoderadora), y para velar por la integridad de quien da a luz, independientemente de si decide programar una cesárea, optar por la analgesia farmacológica o intentar un parto libre de intervenciones médicas.
En lo que sigue, ordenamos el texto de la siguiente manera: abordamos primero la noción de vulnerabilidad universal y otras nociones anejas, como la de codependencia o autonomía relacional. Seguidamente, nos centramos en defender que, además de esta vulnerabilidad universal, las personas de parto son específicamente vulnerables por las peculiaridades fisiológicas y psicológicas del proceso del parto. Defendemos, asimismo, que la vulnerabilidad no es solo aquello que nos expone a sufrir un daño físico o emocional -y a que, en última instancia, el parto pueda resultar negativamente transformador, traumático- sino que también abre la posibilidad de que esta experiencia resulte positivamente transformadora, empoderadora. Concluimos que la posibilidad del empoderamiento sólo aparece si se consigue lidiar de manera funcional con las diferentes capas de vulnerabilidad que configuran esta situación específica.
La vulnerabilidad propia de la condición humana
Nuestra intención en esta primera sección no es la de abordar de manera exhaustiva el concepto de vulnerabilidad. Más bien, pretendemos, por una parte, disponer de unas herramientas mínimas que nos permitan distinguir entre una vulnerabilidad general, propia del género humano en su conjunto, y otra vulnerabilidad más específica a que están sujetas las personas de parto. Por otra parte, trataremos de caracterizar algunas nociones que suelen jalonar las discusiones en torno a la vulnerabilidad, como son las de dolor, sufrimiento, codependencia, autonomía relacional y apertura. A nuestro juicio, tales distinciones son centrales para comprender cómo la experiencia del parto puede resultar empoderadora en virtud de su específica vulnerabilidad.
En primer lugar, cabe reparar en que al hablar de la vulnerabilidad específica se marca cierto contraste con otro tipo de vulnerabilidad de carácter universal. Diversas autoras se refieren a esta noción universal en términos de vulnerabilidad antropológica,6 persistente7 o propia de la condición humana.8 El denominador común de estas aproximaciones es que identifican la vulnerabilidad como un rasgo universalmente compartido por todo ser humano:
Inicialmente, debemos comprender que la vulnerabilidad surge de nuestra corporalidad, la cual conlleva la posibilidad siempre presente del daño, la lesión y el infortunio, desde sucesos ligeramente adversos hasta sucesos catastróficamente devastadores, sean accidentales, intencionados o de otro tipo […] La comprensión de la vulnerabilidad comienza con la constatación de que muchos de estos sucesos se hallan, en última instancia, más allá del control humano.9
La vulnerabilidad nos remite a la fragilidad propia de nuestra corporalidad, pero también a nuestro limitado potencial de acción o de reacción frente a sucesos externos -como podría ser una catástrofe natural, pero también la tortura- o frente a sucesos propios de nuestro cuerpo -como podrían ser una enfermedad o el envejecimiento-. Asimismo, en la medida en que el advenimiento de algunos daños depende de la intervención de personas cuya acción tiene consecuencias sobre nuestras vidas -otro componente esencial de la vulnerabilidad es la codependencia- noción con que se trata de elevar a concepto la constatación de que “la vida de una está siempre, en cierto sentido, en manos de los demás”,10 y que una tiene en sus manos, hasta cierto punto, la vida del resto. Se podría decir por tanto, que estamos en permanente exposición al dolor y al sufrimiento también porque las vidas humanas son codependientes, y que es en razón de todo ello que las personas somos universalmente vulnerables.
No obstante, a pesar de que todas las personas participamos de la vulnerabilidad universal, no todas lo hacemos en el mismo grado y de la misma forma, y nuestra condición ontológica no puede desligarse de las situaciones concretas y de nuestras coordenadas sociales y personales.11 Es preciso, pues, reconocer las particularidades del medio social en que cada una de nosotras nos encontramos, así como las de la historia personal y la situación que atraviesa, pues en virtud de ellas estaremos sujetas a distintas capas de vulnerabilidad que conformarán la vulnerabilidad específica en una situación concreta.12
Además, aunque dolor y sufrimiento son dos nociones que empleamos en el lenguaje ordinario de forma intercambiable, dolor y sufrimiento no necesariamente son sinónimos, ni directamente proporcionales. El dolor suele describirse en términos neurofisiológicos como una sensación desagradable, si bien factores de diferente naturaleza -personales, interpretativos, sociales, educativos- influyen en su percepción.13 El sufrimiento, además de resultar desagradable, afecta severamente a la persona a nivel psicofísico y existencial.14 Es posible sentir dolor sin sentir sufrimiento, y viceversa, y a pesar de que la exposición al dolor y al sufrimiento es un rasgo propio de la condición humana, su instanciación no deja de estar mediada igualmente por aspectos sociales.
Como decimos, la noción de vulnerabilidad evoca esencialmente la noción de codependencia, pero hemos de percatarnos de que la codependencia no deja de evocar, con la misma intimidad que la vulnerabilidad guarda con ella, otros dos aspectos valiosos de la existencia humana, como son la autonomía y la apertura.
La vulnerabilidad se encuentra estrechamente vinculada con la autonomía. Como recién apuntábamos, la noción de codependencia eleva a concepto la intuición de que las vidas humanas se encuentran entretejidas en una red que las torna esencialmente vulnerables a los daños que las acciones del resto pueden ocasionar sobre ellas; no obstante, con base en esa existencia en red es también que las vidas humanas pueden cuidarse entre sí y ser catalizadoras de un mutuo desarrollo. Qua rasgo valioso del florecimiento humano, la constatación de esta red de codependencia como un aspecto esencial para la concepción de la vida humana buena ha llevado a diversas autoras a intentar reconciliar la noción de autonomía con la de vulnerabilidad.15 En este sentido, es frecuente que las autoras comprometidas con la vulnerabilidad esencial de las personas aboguen por vincular su florecimiento a la adopción de una concepción relacional de la autonomía, que, enfrentada con la concepción individualista clásica, no pondere la vulnerabilidad como “una deficiencia de la autonomía”.16 La vulnerabilidad no es una autonomía mermada, sino, más bien, la precondición de la autonomía, en cuanto que es en el contexto social y a través del cuidado del resto de personas que encontramos y potenciamos la oportunidad de hacer y de ser lo que queremos.17
Asimismo, la noción de apertura trata de capturar con precisión una intuición que ya recoge parcialmente la noción de autonomía relacional, a saber, que las vidas humanas pueden experimentar transformaciones -positivas o negativas- en virtud de su interacción codependiente con el resto de personas, si bien también en virtud de su relación con el mundo. En tal apertura se inserta la posibilidad de vernos transformadas negativamente por el sufrimiento pero también radica en ella la posibilidad de una transformación positiva en lo personal.18 Aunque la posibilidad de transformación se hallaría siempre en la base de nuestra relación con las demás personas y con el mundo, a nuestro juicio, el grado de apertura guarda una proporción directa con el grado de vulnerabilidad: a mayor grado de vulnerabilidad, mayor grado de apertura, y viceversa. Son las situaciones que escapan a nuestro control, en definitiva, las que posibilitan una transformación personal, que devendrá positiva o negativa en función de la articulación entre las peculiaridades de tal situación y la actitud que adoptemos frente a ellas -en el caso que nos ocupa, frente al miedo, la incertidumbre, el dolor (lo que influirá en que experimentemos o no sufrimiento) y la codependencia (condicionando si emerge de ella una autonomía relacional o no)-. En cualquier caso, en lo que tiene de apertura, desde este punto de vista, la vulnerabilidad no sería algo de lo que deberíamos desprendernos, sino algo que reconocer y de lo que hacernos cargo de la mejor manera posible; y así defenderemos que cabrá hacerlo, también, en el contexto específico del parto.
La vulnerabilidad específica del parto
En esta sección retomamos la distinción entre las dimensiones personal y estructural de la vulnerabilidad específica del parto. A pesar de que distinguimos analíticamente distintas fuentes de vulnerabilidad, no podemos perder de vista que todas ellas conforman un entramado, como mencionamos anteriormente. Comenzamos abordando un par de fuentes de vulnerabilidad propias de la dimensión estructural. Continuaremos en la siguiente sección argumentando que, además de éstas, las características fisiológicas y psicológicas del proceso del parto también son fuente de vulnerabilidad, en este caso, personal: todas ellas constituyen la vulnerabilidad específica del parto.
Una primera fuente de la vulnerabilidad específica remite a los prejuicios sobre las personas de parto. En muchas ocasiones, diversas formas de discriminación (como la racial)19 se entremezclan con prejuicios de género relativos a la propia naturaleza de la mujer y a su rol de madre abnegada,20 exponiendo a las personas de parto a daños vinculados con ellos. Los efectos de esta primera fuente no pueden comprenderse sin su interacción con los efectos de una vulnerabilidad que emerge, paradójicamente, de las acciones emprendidas en respuesta a la vulnerabilidad propia de las personas que acuden a los contextos de atención a la salud. En los peligros de tales acciones radica la segunda de las fuentes de la vulnerabilidad específica del contexto del parto.
Uno de los mayores retos que aparece al tratar la vulnerabilidad en los contextos de atención a la salud es el que tiene que ver con su reconocimiento sin caer en posiciones paternalistas. Paradójicamente, la respuesta del personal sanitario a la vulnerabilidad de las pacientes puede conllevar, como un efecto indeseado, el agravamiento de aquella vulnerabilidad. Este tipo de vulnerabilidad ha recibido el calificativo de patogénica21 y los comportamientos paternalistas son unos de los máximos responsables en su emergencia. Para lidiar con este problema, una de las vías propuestas es la de deshacer la asimetría que existe entre pacientes y profesionales de la salud, reconociendo que, si bien adoptan diferentes roles en la clínica, ambos grupos participan de alguna forma de vulnerabilidad.22 Es preciso, así mismo, subrayar la codependencia que vincula a la persona de parto con quienes la asisten, en el objetivo de que el parto resulte una experiencia, cuando menos, satisfactoria.
La sombra de la vulnerabilidad patogénica se cierne notablemente sobre la atención al parto. La adopción de una actitud paternalista frente a las personas de parto es algo que tiene lugar con demasiada frecuencia, y se instancia, por ejemplo, en las dificultades encontradas a la hora de participar en los procesos de toma de decisiones,23 y en el descrédito sistemático de los reportes en primera persona por carecer de conocimiento especializado o por pertenecer a un grupo vulnerable.24 No obstante, es crucial para nuestras intenciones dejar claro que la dimensión estructural no agota la vulnerabilidad específica del contexto del parto, al contrario de lo que afirmarían algunas autoras:
no hay nada en el hecho de estar de parto que en sí mismo haga que una mujer sea más vulnerable que los demás; más bien son las estructuras de poder social las que hacen que una mujer de parto esté expuesta a los abusos. […] La fuente de la vulnerabilidad particular no es la mujer, sino la estructura de las fuerzas médicas y sociales que actúan sobre ella durante el parto.25
Quienes defienden este tipo de posturas enfatizan que la vulnerabilidad a que están sujetas muchas personas al dar a luz no deriva especialmente de las particularidades fisiológicas y psicológicas del parto, sino de factores sociales, como por ejemplo el maltrato físico y psicológico con motivo de la interacción de actitudes paternalistas, prejuicios y distintas prácticas socialmente configuradas.26
Sin embargo, aquí defendemos que las personas de parto son específicamente vulnerables, también, en razón de sus peculiaridades psicológicas y fisiológicas. Tales peculiaridades constituirían una tercera capa de vulnerabilidad específica. Lo abordamos a continuación.
Las peculiaridades fisiológicas y psicológicas del parto como fuente de vulnerabilidad
El parto es una experiencia singular en la que, más allá de los aspectos estructurales, una tercera capa de vulnerabilidad emerge de sus particularidades fisiológicas y psicológicas. Al alejarnos del mundo que usualmente experimentamos -que incluye asimismo el cuerpo conforme lo vivimos cotidianamente- nos adentramos en un terreno de vulnerabilidad específica. Si pensamos sobre la vulnerabilidad que entraña el parto, fácilmente la asociaremos con el dolor, el miedo, el riesgo, la incontrolabilidad, la incertidumbre. Concebimos el parto -en buena medida bajo la influencia del discurso médico- como un proceso fuertemente doloroso, incontrolable, al que nos enfrentamos con incertidumbre y cuyos riesgos haríamos mejor en manejar a través del conocimiento y la tecnología médica. No quisiéramos aquí enmendar -ni aceptar- la totalidad de esta concepción. En efecto, consideramos que el parto constituye un momento de específica vulnerabilidad por el entramado de todos estos factores: el miedo, la incertidumbre y la incontrolabilidad nos exponen emocionalmente; el dolor puede convertirse en insoportable; y el riesgo puede materializarse en un daño físico en el cuerpo de quien da a luz o de quien nace. Todos estos factores nos hacen vulnerables, pero aquí queremos destacar que también nos abren al mundo y a las demás personas de manera singular, lo cual hace posible, como venimos diciendo, que el parto se convierta en una experiencia empoderadora.
La exposición emocional a la que nos abocan el miedo y la incertidumbre nos abre a una singular confianza, tanto en quienes nos rodean como en nuestro propio cuerpo; el dolor, así mismo, no solo puede ser vivido como extenuante, sino como una guía por el proceso del parto, como un dolor funcional, el cual nuevamente nos conecta con el propio cuerpo y también con quienes nos rodean, cuando descubrimos que el tacto, las caricias, los apretones de manos o los masajes constituyen una poderosa fuente de analgesia.27 Cuando encontramos apoyo en nuestro entorno, la posibilidad de sufrir un daño físico disminuye: la progresión fisiológica del parto se ve favorecida y la necesidad de intervenciones médicas -con los concomitantes riesgos y daños que pueden ocasionar- se reduce.28 Al materializarse este escenario de confianza y cuidado, el parto puede convertirse en una experiencia empoderadora: el parto está abierto a ser una oportunidad de confiar tanto en el mundo como en el poder del propio cuerpo, y esta confianza, que desborda los umbrales de la experiencia cotidiana, puede resultar transformadora a largo plazo. La necesidad de establecer relaciones de confianza mutua con quienes nos atienden y acompañan, y haber de lidiar funcionalmente con la intensidad, incertidumbre e incontrolabilidad de la experiencia vivida -en el sentido que más adelante matizaremos- son factores que nos sumergen en una situación de vulnerabilidad específica, pero que, a la vez, nos abren hacia una experiencia positivamente transformadora, cuando logramos atravesar exitosamente una situación tan desafiante y alejada de la experiencia ordinaria.
Exploremos, a continuación y en mayor detalle, el dolor y la incontrolabilidad específicos del proceso de parto. Si bien los trataremos en sendos apartados, hemos de hacer notar que ello se debe meramente a un intento de claridad expositiva, pues dolor e incontrolabilidad aparecen, de hecho, fuertemente ligados, y no son desligables, tampoco, como venimos diciendo, del rol y la actitud que quienes nos asisten y acompañan en el parto adoptan.
El dolor y la codependencia
La primera observación que es preciso realizar es que la experiencia del dolor no es, en absoluto, homogénea: no sólo varía entre diferentes personas, sino que una misma persona puede, y suele, experimentar dolor de diferente cualidad e intensidad a lo largo de un mismo parto. El dolor puede oscilar desde lo insoportable a lo placentero. Es más, hay quien incluso encuentra inadecuado hablar de dolor para describir sus sensaciones corporales:
son el mayor desafío físico que he vivido, pero no me gusta usar la palabra dolor porque pienso que el dolor es algo antinatural que ocurre en mi cuerpo, mientras que el parto es algo que mi cuerpo tiene que hacer. Son sensaciones muy intensas que son bastante difíciles de manejar, pero intento no pensar en ellas como dolorosas... Es muy difícil encontrar la palabra adecuada para describirlas.29
Es precisamente por ello que la asociación entre el dolor y la vulnerabilidad en el parto es una cuestión que precisa de muchos matices, comenzando por el propio concepto. Si concebimos el dolor como algo intrínsecamente negativo -concepción imperante no solo en sociedades como las occidentales contemporáneas, sino también a un nivel fisiológico, donde el dolor usualmente es señal de daño- será complicado comprender vivencias como la recién relatada. El dolor en el parto, ciertamente, puede vivirse como algo negativo, algo a evitar; pero también es posible vivirlo como dolor productivo, como una sensación que nos guía a través del trabajo de parto y que forma parte de un proceso normal. Conforme indicábamos páginas atrás, la percepción del dolor no viene determinada exclusivamente por sus propiedades neurofisiológicas, sino que en ella median aspectos como la interpretación personal o la actitud que se adopta, siempre dentro de los límites que impone el propio cuerpo. El dolor, además, no es equiparable al sufrimiento. Es por ello que defendemos que tener que lidiar con el dolor es condición de posibilidad del tipo de experiencia empoderadora que examinamos, pero no podría decirse lo mismo del sufrimiento.
Para quienes optan por prescindir de analgesia farmacológica, abandonarse al dolor, sumergirse totalmente en el presente, en esas desafiantes sensaciones físicas que se están experimentando parece ser una de las mejores estrategias a seguir. Decirse, sin más, “Esto es; así es como se siente”,30 en un ejercicio de aceptación de lo vivido, sabiendo que las contracciones y el dolor que con ellas puede experimentarse quedan allende nuestra voluntad, resulta un ejercicio analgésico, por paradójico que parezca, que puede incluso conducirnos al empoderamiento, si logramos que la experiencia no resulte abrumadora, si logramos lidiar funcionalmente con él. Para ello, no sólo la persona de parto ha de confiar en sus propias capacidades, sino que también el resto de personas han de confiar en ella, disponiendo los recursos necesarios para potenciar su autonomía relacional, respetando sus tiempos y necesidades, y absteniéndose de realizar, o incluso sugerir -pues el objetivo siempre es el de evitar estrés a quien está dando a luz- intervenciones que no sean estrictamente necesarias. Que la confianza no pueda ser unidireccional, sino mutua, es muestra de la codependencia puesta en juego en la lidia con el dolor del parto para que esta experiencia pueda resultar empoderadora.
Cabe reconocer también que la intensidad del dolor reduce drásticamente las posibilidades de acción de la persona de parto, de forma tal que, en algunos momentos -y análogamente a otros casos analizados por los estudios sobre fenomenología del dolor-, “el dolor se convierte en todo lo que hay” y el mundo de quien da a luz “es un mundo-en-dolor”.31 El mundo de quien está pariendo es tal que solo cabe en él una tarea: parir. Quien está pariendo puede decidir caminar, acuclillarse, recostarse; beber agua o zumo…, pero su horizonte de posibilidades se ve tremendamente constreñido por la tarea doliente e ineludible que le apremia.
Eres increíblemente vulnerable y siento que tienes mucha necesidad de que alguien sea amable contigo y te muestre algún interés. Toda tu energía se concentra en dar a luz a ese bebé y sencillamente no te queda energía para discutir con alguien o montar un escándalo por algo. Casi tienes que aceptar cualquier cosa que te ofrezca tu entorno.32
Tanto si se opta por analgesia farmacológica como si se buscan otros medios para lidiar con el dolor, el papel de las otras personas siempre es clave para aliviar nuestro dolor, y así lo esperamos, además, al confiar en que responderán a nuestras necesidades. Reconocer y cuidar de la vulnerabilidad de las personas de parto no pasa por adoptar una actitud paternalista frente a ellas, sino por disponer los recursos necesarios para que sientan la seguridad y confianza necesarias para afrontar el trabajo de parto, potenciando su autonomía relacional. Además, a pesar de que el proceso de parto conlleva una exposición al daño, es importante que quienes dan a luz no se sientan vulnerables, sino seguras. La sensación de seguridad se encuentra en las antípodas de la sensación de vulnerabilidad,33 y no podemos dejar de enfatizar que cuando la sensación de seguridad aparece, se fomenta la seguridad misma y disminuye la posibilidad de daño, tanto físico como emocional. Así pues, para aumentar la seguridad del parto es preciso potenciar la autonomía de quienes dan a luz, concebirlas como protagonistas de sus partos, acompañándolas también en el proceso de escucha de su cuerpo. Promover la seguridad y la confianza tiene efectos positivos tanto en la progresión del parto como en el alivio del dolor: “Conocer tan bien a las comadronas hace que te sientas bastante tranquila, si tienes miedo y no tienes a nadie que te tranquilice, solo te entra el pánico, y te duele mucho más”.34
En la literatura científica reciente, además de reconocerse la importancia a nivel psicológico de estos factores, se describen también los mecanismos fisiológicos involucrados en su efecto analgésico y en el progreso del parto, los cuales aparecen estrechamente ligados.35 Cuando se prescinde de anestesia farmacológica, la propia liberación de oxitocina supone un eficaz medio para aliviar el dolor, a la par que estimula las contracciones uterinas. Esta liberación puede ser promovida por el apoyo y la tranquilidad transmitida por las personas que atienden el parto, pero también por los seres queridos que lo acompañan. Conforme expresa una mujer, respecto de su pareja: “Sentí que era mi salvavidas, tenía el mayor efecto analgésico en mí y no me dejó ni una sola vez”.36 Además de la percepción de seguridad, tranquilidad y confianza, los estímulos táctiles suponen un eficaz medio para aliviar el dolor y ponen en marcha los mismos mecanismos fisiológicos recién mencionados.37
Ahora bien, la misma radical apertura y codependencia de la que aquí venimos dando cuenta nos expone singularmente al daño, tanto físico como emocional. Según apreciamos en el testimonio de otra mujer: “Una mujer que da a luz es quizá más sensible o vulnerable que cuando no está de parto. Si, por ejemplo, la comadrona o el personal le hacen algún tipo de daño o le dicen algo inapropiado, esto perjudica drásticamente su parto”.38 Reconocer la vulnerabilidad específica del parto nos ayuda a percibir la dimensión que adquiere no solo la falta de cuidado y atención apropiados, sino los malos tratos, las humillaciones y las prácticas violentas que, con demasiada frecuencia, han de soportar quienes están dando a luz.39
Cuando fui a tener a mi primer y único hijo no tuve la información necesaria a la hora del parto, no supe cómo hacer “el puje” que dicen los doctores […] y esto enojó mucho al médico que me estaba atendiendo y me retaba y me decía “si supiste hacer un bebé cómo no vas a saber hacer fuerza” y esto me marcó mucho y es hoy por hoy con 29 años que no sé si quiero tener otro hijo porque no quiero volver a pasar por lo mismo.40
En un estado de radical apertura y codependencia como en el que nos sitúan el dolor, la incertidumbre, la incontrolabilidad y el miedo, el daño puede dejar una huella indeleble, especialmente cuando las personas que nos rodean, aquellas que habrían de cuidarnos y velar por nuestra integridad física y emocional, no sólo no responden a nuestra llamada, sino que se convierten ellas mismas en fuente de daño. Esto resulta en una experiencia especialmente traumática, que va contra nuestra confianza en el mundo, particularmente, contra la expectativa de ayuda que desde nuestra infancia nos acompaña: “desde pequeños confiamos en que habrá alguna otra persona que nos ayudará, que nos consolará en nuestro daño, y esto de alguna manera minimiza su profundidad”.41 No recibir la atención adecuada -especialmente por parte del personal sanitario, a quien acudimos en busca de cuidado, pues, a fin de cuentas, ésa es su función- en un momento de máxima vulnerabilidad, donde necesitamos sentir seguridad, y donde hemos de lidiar con el miedo, la incertidumbre y el dolor, incrementa el dolor, físico y emocional en el parto, y puede asimismo causarnos un daño indeleble.
Ahora me queda esta rabia a borbotones, ya sabes, una desconfianza en la gente, y tengo miedo de que mi cuerpo no se cure […] Ahora no soy capaz de soportar presión o estrés alguno. Si realmente he de lidiar con algo, trato de ser fría y desconectar. Si salgo a ver a alguien o llamo por teléfono tengo que prepararme de verdad. A veces simplemente ni lo intento.42
Este daño, repárese en ello, deriva fundamentalmente del sometimiento a las estructuras sociales y sanitarias de carácter opresivo o violento que conforman el marco en que muchas personas han de parir.
La (in)controlabilidad y el empoderamiento
En general, los sucesos percibidos como incontrolables e inciertos se asocian con mayores tasas de reacciones postraumáticas.43 Cuando sentimos que nuestra vida o integridad física -o la de nuestros seres queridos- se halla en inminente peligro -sea este o no real- y nos sentimos a merced de los acontecimientos, las probabilidades de que esta experiencia deje una huella traumática se incrementan. Como señalábamos al inicio de este artículo, esta noción de incontrolabilidad del daño o infortunio guarda una estrecha relación con la vulnerabilidad.
Sin embargo, la incontrolabilidad, junto a la cercana noción de incertidumbre, también es un rasgo de las experiencias que resultan ser positivamente transformadoras. En este sentido, cabe señalar la contribución de Harmut Rosa, quien destaca el papel de la indisponibilidad (como sinónimo de incertidumbre e incontrolabilidad) en el acaecimiento de las experiencias de tipo transformador.44 Rosa, frente al afán de las sociedades tardomodernas de tornar el mundo en disponible -plenamente conocido y controlado, a través de los medios económicos, científico-técnicos, políticos y administrativos-, pone en valor lo que él denomina relaciones de resonancia, esto es, relaciones con el mundo -y con las demás personas- en las que siempre hay una “indisponibilidad constitutiva”45 -vale decir, una incertidumbre y una incontrolabilidad- en virtud de la cual se hacen posibles la apertura del sujeto y la creación de vínculos que resulten transformadores. Dicho de otro modo, para Rosa, cierta vulnerabilidad es condición de posibilidad de las relaciones de resonancia, de la transformación.
Ahora bien, si incertidumbre e incontrolabilidad, ambos rasgos propios de la vulnerabilidad específica del parto, son elementos que nos acercan tanto al trauma como a la transformación positiva, ¿cómo deberíamos abordarlos para alejarnos del trauma, sin cerrar la puerta a la posibilidad de empoderamiento y transformación? Se hace necesario, pues, formular una noción de control que pueda resolver el dilema. Comencemos por las dos dimensiones del control que son, en principio, menos problemáticas y que nos permiten alejarnos de la posibilidad del trauma. Una persona de parto siente que tiene el control cuando es capaz de decidir sobre las exploraciones o procedimientos médicos a los que desea someterse, aun cuando su necesidad se dé de manera sobrevenida. Ello implica, además que pueda contar con la información necesaria para tomar una decisión y que esta le sea presentada de manera accesible.46 Otra dimensión del control aparece ligada a la noción de respeto. Una persona de parto siente que tiene el control cuando recibe un trato respetuoso, cuando se siente vista y escuchada, y sus necesidades son atendidas.47 Al promover ambas dimensiones del control estamos abordando, nótese, la vulnerabilidad específica del parto derivada de aspectos estructurales. En este sentido, el control se articula como lo opuesto a la indefensión. No sentir la vulnerabilidad que conlleva este tipo de indefensión es condición necesaria para que el parto resulte una experiencia satisfactoria, amén de condición de posibilidad de que resulte una experiencia empoderadora. Para que esta última posibilidad pueda materializarse, hemos de lidiar, además, con la incontrolabilidad propia del cuerpo durante el parto. Aquí las cosas se tornan más complejas.
La incontrolabilidad del proceso del parto viene marcada por el hecho de que las contracciones uterinas son de naturaleza involuntaria, quedan allende el control voluntario de quien está dando a luz. La vivencia del cuerpo durante el parto es extraordinaria, fuertemente alejada de la experiencia cotidiana. Es por ello que, además, aparece la incertidumbre propia de adentrarse en un terreno desconocido, especialmente marcada por el hecho de que no podemos saber tanto si lograremos atravesar el desafío sin daños -recordemos que la idea de riesgo suele estar presente en las narrativas sobre el parto- como cuál será la naturaleza e intensidad del dolor que acompañará a las contracciones.
La persona de parto no puede aspirar a una noción de control que pretenda el dominio del cuerpo. Podría decirse que su cuerpo, así pues, aparece “debatido entre sus propósitos voluntarios y sus automatismos […] multiplicado en fuerzas contradictorias” -siguiendo en esto a los estudios sobre la fenomenología del cuerpo-.48 Más bien, quien experimenta la incontrolabilidad de las contracciones uterinas puede aprender a lidiar de forma funcional con ellas y con el dolor asociado, para lo cual, como señalábamos en la sección anterior, el entorno juega un papel esencial. Quien experimenta la incontrolabilidad de las contracciones uterinas ha de aprender a manejarse en y entre ellas, a manejarse en y entre el dolor, de modo que la experiencia no resulte totalmente abrumadora y pueda mantenerse el foco en el trabajo de parto.49
En el parto, el cuerpo puede vivirse como fuera de control, como “un algo, una cosa, distinta de mí, y cuya realidad parece resistente a mi voluntad”.50 Esta cuestión, desde luego, plantea interrogantes acerca del sentido de la agencia; y es que, a menudo, solamente identificamos como partes del yo aquellas que son susceptibles de ser controladas voluntariamente, de modo que no conseguimos identificarnos con los procesos fisiológicos que quedan más allá de nuestra voluntad. En este sentido, por ejemplo, es frecuente encontrar entre las narrativas de las personas de parto aspectos que apuntan a la animalidad, destacando lo que consideramos que es propio de los animales (y no de los seres humanos), a saber, no gozar de un control voluntario de los instintos propios.
Y me sentí como un animal, me sentí simplemente, ah, dócil, estaba tratando de arrastrarme fuera de la piscina con toda mi energía pero no quería salir de la piscina porque era muy agradable y cálida. Y simplemente, no tienes ni idea en ese momento, estás haciendo lo que... eres totalmente un animal... Estaba arrodillada a cuatro patas de espaldas a [mi compañero], agarrada al borde de la piscina, arrastrándome como un animal para salir de la piscina [risas].51
Sin embargo, esa misma sensación de incontrolabilidad también nos puede empujar a concebir la noción de control de otro modo, como podemos observar en el siguiente testimonio: “Si bien yo tenía el control de la situación, también sentía que el control era de un tipo diferente al cotidiano. No era el control intelectual, ése estaba lejos. Pero mi control ‘animal’ sí mandaba”.52 Parecería que aquí, cuando se menciona el control ‘cotidiano’, ‘intelectual’, se está apuntando al tipo de relaciones con el mundo -y con el propio cuerpo- sobre las que Hartmut Rosa nos llamaba la atención: esas relaciones que, mediante el intelecto -o mediante el conocimiento y la técnica- buscan la disponibilidad. Sin embargo, otro tipo de “control” parece ser posible: ese que no busca el dominio sobre el cuerpo, sino la lidia funcional. Cuando el parto no es abordado, en los entornos sanitarios, exclusivamente desde los conocimientos y técnicas médicos que buscan su disponibilidad, se hace posible que la persona de parto experimente un vínculo singular con su propio cuerpo que le permita lidiar con su incontrolabilidad. Esta singular experiencia del cuerpo permitiría a la persona de parto reapropiarse -sin neutralizarlas- de las particularidades alienantes de su trabajo de parto53 y disponerse -en palabras de Rosa- a “La vivacidad, la conmoción y la verdadera experiencia”.54
En estos casos, la aceptación y la inmersión en la experiencia presente del dolor involuntario pueden ser vividas como una profunda conexión con el cuerpo y con el desplazamiento del bebé a través de él55 o como una toma de distancia respecto al funcionamiento del propio cuerpo.56 No obstante, en ambos casos se subraya una actitud frente a la vulnerabilidad propia del parto que toma la forma no de una neutralización, sino de una lidia funcional con la misma que se reapropia de sus aspectos dolorosos y alienantes. Ahora bien, aunque esta lidia funcional no pretenda un control absoluto del dolor y el progreso del parto, ello no implica que nada pueda hacerse por dirigir la experiencia y favorecer su seguridad. Conforme expusimos en el apartado anterior, el establecimiento de relaciones de confianza, los estímulos táctiles y la creación de un entorno íntimo y seguro facilitan tanto la analgesia como el progreso del parto.
Cuando se consigue lidiar con la vulnerabilidad del parto, en lugar de abordarla mediante el control científico-técnico, se hace posible que quien da a luz pueda retirarse a su mundo interior, a un espacio que ha sido denominado planeta parto.57 Tal retirada bien puede calificarse como un estado alterado de conciencia.58 En este estado, el mundo de la persona de parto se reduce a la única tarea que tiene por delante: “Nada más importa y el universo se reduce a este trabajo particular, ya sabes, este trabajo particular que tienes que hacer, que es dar a luz a tu bebé”.59 El sentido del tiempo y el espacio se desvanecen: “Mi sentido del tiempo estaba completamente perdido, como si me lo hubiera olvidado en un cajón de casa. Era una sensación muy extraña. Hay mucha gente a tu alrededor y, sin embargo, estás en tu propio mundo. Aunque estuviéramos en la misma habitación, no estábamos en el mismo mundo”.60 Y el foco de la atención se dirige exclusivamente hacia el presente, hacia el trabajo de parto -hacia el movimiento del cuerpo, la respiración, hacia un dolor, el propio, que “se convierte en todo lo que hay”61-: “Cuando una contracción pasaba, nunca me preocupa la siguiente”;62 “respirar y centrarse en el propio ahora”;63 “intentaba concentrarme en el caminar o en el movimiento que fuera que estaba haciendo”.64
Esta retirada al mundo interior, sin embargo, es frágil: las distracciones externas -como los sonidos o una molesta presencia de las demás personas- o internas -los pensamientos negativos que pueden debido a la incertidumbre, pero también respecto de cualquier otro asunto importante no resuelto en la vida-, así como la propia intensidad del dolor amenazan la retirada a ese otro mundo y hacen que se tambalee ese equilibrio que podría haberse encontrado en el propio interior. Aquí, nuevamente, la presencia reconfortante de las demás personas, en un entorno que resulte íntimo, juega un papel crucial para volver a ofrecer seguridad y confianza.65 Es esta dinámica entre la receptividad del mundo exterior y la retirada al mundo interior la que nos llevaba páginas atrás a tildar de paradójico el carácter de la vulnerabilidad en el parto: un singular vínculo con el mundo es necesario para la retirada al mundo interior, para el desvanecimiento del mundo exterior, y, no obstante, lo frágil de la retirada es muestra de una ineludible permeabilidad.
Cuando se entra en ese mundo interior, en ese planeta parto, y se superan las adversidades, el parto puede tornarse una experiencia profundamente positiva, empoderadora.
Tuve el parto más asombroso, cuando mi bebé nació, habría querido sostenerla por encima de mi cabeza con un rugido triunfal, como una guerrera. Por desgracia, ¡el cordón umbilical era demasiado corto!66
Es naturalmente magnífico […] descubrir que eres capaz de dar a luz, a un bebé, que puedes hacerlo. Ser un ser tan perfecto como para poder hacerlo […] La sensación que tienes cuando tienes a tu bebé recién nacido de forma natural en tus brazos es indescriptible. Es una sensación que no se puede comparar con nada más. Inspira asombro.67
Esta sensación de empoderamiento, a tenor de todo lo expuesto, cabe entenderla desde las coordenadas de una autonomía relacional: una autonomía en la que trasluce una radical codependencia, y que sólo es posible alcanzar cuando se confía en el mundo y en quienes han de cuidarnos, pero también a la inversa: cuando quienes han de cuidarnos confían en nuestras capacidades y resisten la tentación de intervenir indebidamente68 en un proceso que toma su tiempo y que, por momentos, se vuelve todo un desafío.69 Por decirlo nuevamente con Rosa: es precisa cierta confianza en quien ha de dar a luz para resistir la tentación de tornar el parto en enteramente disponible, esto es, de abordarlo enteramente mediante el control científico-técnico propio del modelo médico.
La experiencia del parto puede resultar transformadora porque se aleja radicalmente de la experiencia ordinaria, porque con ella nos adentramos en un territorio en gran medida desconocido, desafiante. Cuando las experiencias de vulnerabilidad implican elementos corporales, éstos permiten descubrir y realizar posibilidades fuera de lo cotidiano.70 El cuerpo de la persona de parto, así pues, podría ser un cuerpo poético,71 capaz de integrar el dolor, la incontrolabilidad y la incertidumbre en favor de una experiencia creativa que incremente la confianza en sus capacidades y en su entorno.
El parto probablemente aumentó mi confianza en mí misma, aunque no es algo que yo percibiera en ese momento. Sin duda fue algo importante que hice. En cierto modo, probablemente fue un punto de inflexión, porque fue una de las grandes cosas de la vida, y me ocurrió de una manera muy positiva, de una manera que me hizo confiar en que podía volver a hacerlo, en que podía hacerlo... y punto.72
Hacia el final de mi parto, comencé a maldecir. No recuerdo lo que dije: había perdido el control de mis sentidos. Esa experiencia ha trascendido el propio momento del parto. ¡Pensar que podía actuar así delante de otras personas! Sin embargo, fue como si, después de haber perdido mi propia voz durante tantos años, por fin la hubiera encontrado de nuevo.73
Conclusiones
La vulnerabilidad es un rasgo propio de la condición humana. Además, las personas atraviesan situaciones de vulnerabilidad específica derivada de su situación personal y/o social. En este sentido, hemos defendido que el parto conlleva una vulnerabilidad específica, siempre en su dimensión personal y, en ocasiones, en una dimensión estructural. La vulnerabilidad derivada de la dimensión estructural ha de ser eliminada. En cambio, la vulnerabilidad derivada de las peculiaridades fisiológicas y psicológicas del parto conlleva una apertura a la transformación, tanto positiva como negativa.
Para que el parto no se convierta en una experiencia traumática e incluso resulte satisfactoria es fundamental potenciar la percepción de control de quienes dan a luz, promoviendo su percepción de cuidado y respeto, y su papel en la toma de decisiones. Para posibilitar, además, que el parto pueda convertirse en una experiencia positivamente transformadora, empoderadora, es condición necesaria favorecer que quien da a luz pueda lidiar funcionalmente con el dolor, la incontrolabilidad y la incertidumbre.
Desde esta singular relación con el cuerpo y confianza mutua en quienes nos rodean, es posible adentrarse en ese estado de conciencia que a menudo se denomina planeta parto, un espacio interior en el que el tiempo y el espacio se desvanecen, y una se sumerge completamente en el momento presente. A partir de aquí puede surgir una profunda sensación de empoderamiento, marcada por el logro de haber atravesado exitosamente una situación desafiante, tan alejada de la experiencia ordinaria. En este logro, sin embargo, no deberíamos obviar el papel que juegan quienes nos cuidan y acompañan, en una relación de codependencia que nos lleva a subrayar el carácter relacional de la noción de autonomía que aquí se configura.
Cabe, finalmente, señalar que abrirse al dolor y a la incontrolabilidad del parto, en el sentido que hemos expuesto a lo largo del artículo, es también una manera de manejar la vulnerabilidad. Todo ello marca un pronunciado contraste con el manejo del riesgo y con la noción de control conforme se entiende en el modelo médico -y, más generalmente, en las sociedades occidentales-. En el modelo médico del parto, la aproximación a la incertidumbre y la incontrolabilidad pasa por la cercana y continua monitorización del proceso, y por la intervención. En este sentido, esta pretende ser una respuesta a la vulnerabilidad específica del proceso del parto: la monitorización y las intervenciones tendrían por objetivo prevenir o mitigar el daño -muy especialmente, el daño físico- que pudieran sufrir quienes paren y quienes nacen.
Con esta observación no queremos expresar que este tipo de control, basado en la cercana monitorización y en las intervenciones, no sea nunca necesario; sin duda, a veces lo es. Ahora bien, en los casos en que no hay una clara indicación médica, este tipo de control de los daños físicos a través de medios técnicos puede incluso incrementar el riesgo y el daño -al interferir con el proceso fisiológico y psicológico del parto, o al realizar intervenciones que, de otro modo, podrían haberse evitado- y desatiende, además, otros aspectos, especialmente los emocionales, de la vulnerabilidad específica del parto, al tiempo que deja pasar la oportunidad de que este pueda convertirse en una experiencia transformadora. Ahora bien, mientras que siempre debería buscarse que la experiencia del parto resulte satisfactoria -mediante el control como participación en la toma de decisiones y como respeto a la persona, independientemente del tipo de parto que se elija-, no se puede decir lo mismo respecto a la búsqueda de transformación: si bien los recursos que la posibilitan siempre han de disponerse, cada persona ha de poder elegir libremente cómo desea manejar el dolor y la incontrolabilidad.