1.Estado de la cuestión: la desconocida historia del español salvadoreño
Si bien es verdad que, dentro de los estudios de historia del español, Centroamérica en general constituye una de las áreas más olvidadas por los investigadores, no lo es menos que esta situación no es exactamente igual en lo que se refiere a los distintos países que conforman el Itsmo,1 y que entre ellos destaca por su grado de desconocimiento el caso de El Salvador: en efecto, se puede decir que, más allá de varios trabajos concretos sobre la situación lingüística del siglo XVIII (Ramírez Luengo 2010; en prensa) y aproximaciones muy parciales al léxico decimonónico (Ramírez Luengo 2017; 2018), es prácticamente todo lo que queda por analizar acerca de los procesos históricos que dan como resultado la variedad del español que actualmente se emplea en el país.
Así pues, no cabe duda de que resulta del todo necesario llevar a cabo con urgencia nuevos trabajos que, a partir de corpus diversos, vengan a ampliar y completar los escasos y fragmentarios datos que por el momento se conocen acerca de la historia lingüística de El Salvador, de manera que en un futuro próximo sea posible comprender las transformaciones diacrónicas que han configurado los usos propios que identifican a día de hoy al español salvadoreño, y muy especialmente las relaciones de semejanza y divergencia que este establece desde el punto de vista histórico con las otras variedades que son empleadas en el área centroamericana.2
2. El texto estudiado: la Descripción geográfico-moral de Cortés y Larraz
Teniendo en cuenta, por tanto, la situación descrita en los párrafos anteriores, el presente trabajo se entiende como un intento de reducir en parte la insuficiencia de estudios que por el momento existe acerca de la historia léxica del español centroamericano; con este propósito, se pretende llevar a cabo en estas páginas el estudio de los americanismos que se pueden descubrir en los capítulos que el arzobispo de Guatemala, el aragonés Pedro Cortés y Larraz, dedica a El Salvador en su Descripción geográfico-moral de la diócesis de Goathemala, redactada en 1770 tras una visita pastoral a su extensísima arquidiócesis.3
Por lo que se refiere al autor, Aguilar y Avilés (2000: 9-10) señala que Cortés y Larraz, nacido en Belchite (Zaragoza) en 1712, se doctora en teología por la Universidad de Zaragoza en 1741 y allí ocupa el cargo de canónigo penitenciario de la catedral; propuesto para el arzobispado de Guatemala por Carlos III, entra en esta ciudad en 1768 e inmediatamente se embarca en un viaje por los territorios que componen el arzobispado, el cual dura dos años (1768-1770) y da como resultado la obra que se va a analizar en estas páginas (Aguilar y Avilés 2000: 13). Tras el terremoto de 1773, la negativa del clérigo aragonés a abandonar la arruinada capital del reino produce una serie de disensiones con las autoridades civiles y la corona que terminan por producir su salida de Guatemala y su retorno a España como obispo de Tortosa, cargo que desempeña hasta que, en 1786, decide retirarse a la capital aragonesa, donde fallece el 7 de julio de 1787 (Aguilar y Avilés 2000: 16-18).4
En cuanto a la obra en sí, se trata de un texto cercano a los informes ilustrados en el que el autor traza una minuciosa descripción física y social de las distintas parroquias que componen su diócesis siguiendo un patrón relativamente uniforme: de este modo, para cada uno de los curatos se ofrece su distancia aproximada respecto al anterior, la organización poblacional y los datos estadísticos del mismo, los productos agrícolas que se dan en él, el nombre de los sacerdotes y determinadas informaciones acerca de ellos, una descripción de las costumbres morales de los habitantes y algunas notas sobre la geografía del lugar,5 a lo que se suma -habitualmente, tras la expresión “y hasta aquí el cura”- una serie de comentarios o reflexiones personales sobre la situación de la parroquia fruto de su propia observación (Aguilar y Avilés 2000: 13-15). Por tanto, la obra analizada constituye una descripción detallada desde el punto de vista físico y social del actual territorio salvadoreño en las postrimerías del siglo XVIII, y es precisamente esto lo que evidencia su importancia para el estudio del léxico de la región en el periodo mencionado, pues tanto el interés del prelado por reflejar fielmente la realidad que observa en su visita como la amplitud de temas tratados en su escrito y que guardan relación con las costumbres propias de la zona le obligan a hacer uso de un vocabulario cercano a la cotidianeidad y, por tanto, susceptible de ofrecer las voces diatópicamente marcadas que caracterizan a esta variedad del español.6
De este modo, el trabajo comenzará por facilitar una rápida visión general del vocabulario de la obra, para pasar posteriormente a analizar aquellas unidades que se pueden considerar americanismos desde una perspectiva de uso y dinámica de este concepto (Company 2007: 28-29; Ramírez Luengo 2015: 116); en concreto, se tendrán en cuenta cuestiones como los subtipos de americanismos que se descubren y los campos semánticos a los que se incorporan, todo ello con la intención final de -a partir de la presencia de elementos diatópicamente marcados- subrayar el proceso de dialectalización de este nivel lingüístico que se puede descubrir en el español de la región ya en las últimas décadas del siglo XVIII.
3. El léxico en la Descripción geográfico-moral: los americanismos
No cabe duda de que un escrito como la Descripción geográfico-moral se va a caracterizar desde el punto de vista léxico por una riqueza muy notable, algo que guarda relación no solo con el nivel cultural de su autor,7 sino también con otras cuestiones como la tipología textual en la que se inscribe la obra, la finalidad informativa que se persigue con ella, la complejidad temática que encierra e incluso su longitud. Así las cosas, no sorprende que los capítulos aquí considerados presenten numerosos vocablos de interés para el mejor conocimiento del léxico del Siglo Ilustrado que pertenecen a campos semánticos tan variados como la administración civil (entre otros, alcalde mayor, p. 101; alcalde pedáneo, p. 217; ayuntamiento, p. 131; cabecera, p. 85; cabildo, p. 169; junta, p. 137; justicia de indios, p. 91) y religiosa (anexo, p. 174; coadjutor, pp. 67, 202; cofradía, pp. 115, 149; curato, pp. 62, 207, 144; doctrinero, pp. 97, 179; pueblo de visita, p. 1168), la variedad étnica de la región (español, pp. 69, 130, 206; indio, pp. 65, 90, 130; ladino, pp. 79, 137, 164, 220; mulato, pp. 191, 206; negro, p. 192), sus diversos núcleos poblacionales (caserío, p. 223; estanzuela, pp. 121, 216; hato, pp. 151, 194, 209; jacal, pp. 74, 97, 152, 200; pajuide, pp. 82, 164, 177, 216; poblazón, p. 202; pueblo, p. 152; ranchería, pp. 177, 235) y accidentes geográficos (derrumbadero, p. 107; gradón, pp. 166, 223;9isleta, p. 161; lomo, p. 114; madre, p. 166; quebrada), la ropa (brial, p. 232; cotón, p. 65; matilleja, p. 232; tontillo, p. 232; vuelo, p. 232) o la agricultura (algodón, pp. 70, 133, 150; arroz, p. 70; caña, pp. 70, 196, 213; frijol, pp. 70, 107, 124, 145; maíz, pp. 61, 128, 196; platanar, p. 115), con una presencia muy destacada, naturalmente, de lo relacionado con la producción del añil (añil, pp. 70, 74; jiquilite, p. 166; temporada, p. 155; tercio de tinta, p. 145;10tinta, pp. 141, 211).
Ahora bien, más allá de estas cuestiones, quizá sea especialmente destacable por la información que aporta sobre la especificidad léxica del español salvadoreño dieciochesco el análisis de aquellos vocablos diatópicamente restringidos que desde diversos puntos de vista se pueden considerar americanismos; en este sentido, es importante mencionar en primer lugar que en este estudio se interpreta este concepto, a partir de la definición de Company (2007: 28-29), como aquella unidad léxica que caracteriza “el habla urbana, popular o culta, o ambas, de América y cuyo uso muy frecuente y cotidiano distancia la variedad americana respecto del español peninsular” (Ramírez Luengo 2015: 116), esto es, se establece una interpretación del mismo basada exclusivamente en el uso que conlleva, entre otras, dos consecuencias de relevancia: en primer lugar, que este concepto se entiende de manera eminentemente dinámica, habida cuenta de que “la valoración de determinado elemento como americanismo no se mantiene inalterada a través del tiempo, sino que puede variar a lo largo de la historia, dependiendo de los procesos de expansión o reducción geográfica que experimenten las diferentes unidades léxicas” (Ramírez Luengo 2012: 398);11 en segundo lugar, que es posible establecer tres subtipos de americanismos, en concreto puros ('voces empleadas en el español general de América inexistentes en el español peninsular general'), semánticos ('voces y construcciones formalmente compartidas con el español peninsular, pero que han desarrollado en América valores semánticos propios') y de frecuencia ('voces o construcciones compartidos, en forma y significado, con el español peninsular castellano, pero que muestran en América una mucho mayor frecuencia de empleo y de generalización') (Company 2010: XVII).12
Pues bien, la interpretación del americanismo que se acaba de describir permite descubrir en el texto un total de 65 unidades léxicas que encajan con su definición y que, por tanto, parecen caracterizar diatópicamente al español dieciochesco de El Salvador; en concreto, tales vocablos son los que se citan a continuación: añil, apenar, atole, bálsamo, banda, barranca, barrial, bejuco, cacahuatal, cacao, cajete, calpul, canoa, castilla, ceiba, cerro, chicha, chico, chile, copal, curato, doctrinero, ejido, embriagarse, embriaguez, escotero, español, estancia, estanzuela, frijol, hacendado, hacendero, hacienda, hato, ingenio, invierno, jacal, jiquilite, jocote, ladino, macehual, mayordomo (de la hacienda), metate, milpa, nahual, nahuite, obraje, pajuide, pena, petate, pitajaya, poblazón, ranchería, rancho, rapadura, sitio, tapanco, tigre, tortilla, tortillera, trapiche, tule, valle, velorio y zompopero.13
Por supuesto, más allá de la lista de americanismos en sí, lo que resulta de especial interés es constatar que Cortés y Larraz hace uso en su texto de todos los subtipos de americanismos que se han mencionado más arriba, tal y como pone de manifiesto la Tabla 1 a continuación:
Americanismos | Casos | Voces |
Puro | 26 (40%) | atole, barrial, bejuco, cacahuatal, cajete, calpul, ceiba, chicha, chile, copal, jacal, jiquilite, jocote, macehual, metate, milpa, nahual, nahuite, pajuide, petate, pitajaya, ranchería, tapanco, tule, velorio, zompopero. |
Semántico | 28 (43.07%) | apenar, bálsamo, banda, castilla, cerro, doctrinero, ejido, escotero, español, estancia, estanzuela, hacendado, hacendero, hacienda, hato, ingenio, invierno, ladino, mayordomo (de la hacienda), obraje, pena, rancho, rapadura, sitio, tigre, tortilla, tortillera, valle. |
De frecuencia | 11 (16.92%) | añil, barranca, cacao, canoa, chico, curato, embriagarse, embriaguez, frijol, poblazón, trapiche. |
TOTAL | 65 (100%) |
De este modo, si en trabajos anteriores se ha señalado ya una presencia cuantitativamente dispar de los distintos tipos de americanismos (Ramírez Luengo 2012: 402; 2017: 67; Quirós García & Ramírez Luengo 2015: 193), el estudio de la Descripción de Cortés y Larraz muestra una vez más la misma situación, en la que se aprecia un claro predominio de los americanismos puros y semánticos, con 26 y 28 casos y porcentajes de en torno al 40%, mientras que el tercer subtipo -el de los americanismos de frecuencia- resulta claramente más escaso, al reducirse a once elementos y un mero 16% de los vocablos diatópicamente marcados.
Por lo que se refiere a los americanismos puros,14 es relevante mencionar en primer lugar -y más allá de su relativa abundancia, señalada ya anteriormente- que, si bien se descubren algunos elementos de origen endohispánico dentro de esta categoría (barrial,15ranchería y velorio), los términos indígenas resultan claramente mayoritarios en ella, al alcanzar, con 23 de los 26 vocablos, un altísimo 88.46% del total (atole, bejuco, cacahuatal, cajete, calpul, ceiba, chicha, chile, copal, jacal, jiquilite, jocote, macehual, metate, milpa, nahual, nahuite, pajuide, petate, pitajaya, tapanco, tule, zompopero); por supuesto, este claro predominio de las voces de origen autóctono no resulta en modo alguno sorprendente si se tiene en cuenta que en general el americanismo puro hace referencia a elementos propios de la realidad americana y desconocidos en Europa, lo que no solo favorece el empleo de indigenismos, sino también su concentración predominante en campos semánticos muy específicos relacionados con tal realidad, tales como, entre otros, la flora (por ejemplo, bejuco, cacahuatal, ceiba, chile, copal, jiquilite, jocote, pitajaya o tule) o la sociedad y la cultura material de los pueblos amerindios (cajete, calpul, jacal, macehual, metate, nahual, pajuide o petate).
En cuanto a los americanismos semánticos,16 se trata del subtipo más abundante en el texto, y corresponden en su totalidad a voces patrimoniales hispánicas que sufren modificaciones en su significado para expresar, por medio de un proceso de metaforización, la nueva realidad americana (Ramírez Luengo 2007: 73);17 naturalmente, el hecho de que tales procesos se produzcan muy tempranamente en la historia del español americano hace que la aparición de estos elementos en el texto dieciochesco analizado no resulte sorprendente, al igual que tampoco sorprende su presencia en campos semánticos tan variados como, por ejemplo, la geografía y el clima (cerro ‘monte, pico más alto que el cerro español’, Richard 1997: s.v. cerro; invierno ‘temporada de lluvias’, Buesa & Enguita 1992: 168), los espacios de producción económica (ejido ‘terreno de propiedad colectiva en un pueblo’, DMEX 2010: s.v. ejido’; estancia ‘finca agrícola o ganadera de gran extensión’, DAMER 2010: s.v. estancia; hacienda ‘finca agrícola’, DLE 2014: s.v. hacienda;18ingenio ‘planta donde se procesa el mineral’, DAMER 2010: s.v. ingenio;19obraje ‘complejo de donde se extraía el añil’, DAMER 2010: s.v. obraje) o los productos manufacturados (rapadura, ‘raspadura, azúcar sin refinar’, DAMER 2010: s.v. rapadura; tortilla ‘alimento en forma de torta circular y aplanada, elaborado con masa de maíz o trigo’, DAMER 2010: s.v. tortilla), por citar solo algunos de ellos.
Al mismo tiempo, aunque muchos de los vocablos del texto pertenecientes a esta categoría presentan una distribución de alcance prácticamente continental (a manera de ejemplo, cerro, doctrinero, español, estancia o hacienda) o al menos aparecen en amplias zonas del Nuevo Mundo (apenar, castilla, invierno, rancho), la Descripción atestigua el empleo de otros que resultan diatópicamente más circunscritos y se relacionan específicamente con Centroamérica: desde este punto de vista, es posible mencionar el caso de bálsamo, definido por el DAMER (2010: s.v. bálsamo) como voz propia de Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador para el myroxylum balsamum, ladino, que -frente a su significación más general de ‘mestizo o indio hablante de español’ (Buesa & Enguita 1992: 165; DMEX 2010: s.v. ladino)- en el texto presenta el valor propiamente regional de ‘mestizo’ (DAMER 2010: s.v. ladino; Morínigo 1998: s.v. ladino), sin ninguna referencia a sus hábitos lingüísticos,20 así como quizá también escotero, que, de acuerdo con su contexto de aparición, para Cortés y Larraz hace referencia al ‘obrero o trabajador temporal y errante’.21
Además, es probable que se pueda incorporar también a esta categoría de americanismos semánticos geográficamente restringidos otra serie de unidades léxicas que el propio Cortés y Larraz define en su texto, sin duda ante el temor de que no sean comprendidos por sus lectores: a manera de ejemplo, cabe mencionar el caso de estanzuela, ausente de las fuentes lexicográficas y que el obispo aragonés define como “algunos jacales que ponen los indios o los ladinos en donde se les antoja” (p. 152), o hato, que si bien en las obras lexicográficas (DLE 2014: s.v. hato; DAMER 2010: s.v. hato; Morínigo 1998: s.v. hato) presenta el valor de ‘hacienda de campo’, en el caso de la Centroamérica dieciochesca -y a la luz de una cita como “me parece prevenir que lo que respecta a los ladinos se dicen valles, en orden a los indios se llaman pajuides, hatos o estanzuelas” (p. 216)- parece significar más bien ‘lugar, población pequeña’.22
Por último, los americanismos de frecuencia se caracterizan por presentar durante el Siglo Ilustrado una aparición mucho más escasa en los textos americanos, y resultan, dentro de los americanismos de la obra, el subtipo claramente desfavorecido, con once unidades léxicas y poco más del 16% del total de vocablos (añil, barranca, cacao, canoa, chico, curato, embriagarse, embriaguez, frijol, poblazón, trapiche);23 por supuesto, no sorprende que, al igual que ocurría en otros análisis sobre la región (Ramírez Luengo 2017: 69), muchos de estos elementos hagan referencia a productos y realidades americanas -o eminentemente americanas- como añil, cacao, canoa, curato o trapiche,24 pero cabe recordar que no todos estos elementos cumplen estrictamente tal característica, como lo demuestran, por ejemplo, barranca, chico ‘pequeño’, embriagarse, embriaguez, poblazón o el occidentalismo frijol.25 Así las cosas, los datos de la obra de Cortés y Larraz demuestran la existencia en las últimas décadas del siglo xviii de “ciertas preferencias léxicas que, dentro del vocabulario español, manifiestan las diversas variedades del Nuevo Mundo, en un claro proceso de selección normativa que también contribuye -y no poco- a la dialectalización de este nivel lingüístico” (Ramírez Luengo 2017: 69).
Por otro lado, resulta también de interés para la mejor comprensión del uso del americanismo por parte de Cortés y Larraz el análisis de los campos semánticos en los que se registran estos elementos, por cuanto esta cuestión revela los ámbitos referenciales que se ven privilegiados en los procesos de americanización del léxico; así pues, adaptando parcialmente la clasificación utilizada en trabajos previos (Quirós García & Ramírez Luengo 2015: 197),26 los datos que se descubren en la Descripción son los siguientes (Tabla 2):
Campo semántico | Casos | Voces |
Sociedad | 13 (28.88%) | calpul, curato, doctrinero, escotero, español, hacendado, hacendero, ladino, macehual, mayordomo (de la hacienda), nahual, tortillera, velorio |
Población | 7 (10.76%) | estanzuela, hato, pajuide, poblazón, ranchería, sitio, valle |
Industria / construcción | 6 (9.23%) | ingenio, jacal, obraje, rancho, tapanco, trapiche |
Alimentación | 5 (7.69%) | atole, chicha, frijol, rapadura, tortilla |
Flora | 11 (16.92%) | añil, bálsamo, bejuco, cacao, ceiba, chile, copal, jiquilite, jocote, pitajaya, tule |
Fauna | 2 (3.07%) | tigre, zompopero |
Enseres / utensilios | 3 (4.61%) | cajete, metate, petate, |
Agricultura / ganadería | 5 (7.69%) | cacahuatal, ejido, estancia, hacienda, milpa |
Transportes | 1 (1.53%) | canoa, |
Clima / geografía | 5 (7.69%) | banda, barranca, barrial, cerro, invierno |
Otros | 7 (10.76%) | apenar, castilla, chico ‘pequeño’, embriagarse, embriaguez, nahuite, pena |
TOTAL | 65 (100%) |
A partir de ellos, es posible extraer una serie de conclusiones de interés para la mejor comprensión del uso de las voces diatópicamente marcadas en la obra del arzobispo aragonés, y en primer lugar es destacable mencionar su aparición preferente en algunos de los campos en principio más favorecedores para la incorporación de estos elementos, como la flora o la industria/construcción, pero también en otros que quizá se puedan considerar menos propicios para ello como, por ejemplo, la organización social, que acapara, con trece elementos, casi la tercera parte del total; naturalmente, esta situación27 no es casual, sino que con seguridad guarda estrecha relación con las características propias del corpus -y más en concreto, con la temática de la obra y los intereses del propio autor-, lo que una vez más demuestra la capital trascendencia que “tiene la tipología textual en los trabajos sobre la historia del léxico americano, así como la necesidad que se presenta a los estudiosos de tener en cuenta tal circunstancia a la hora de interpretar sus resultados” (Quirós García & Ramírez Luengo 2015: 197).
Ahora bien, es probable que, más allá de los datos específicos, lo más importante de este análisis por campo semántico sea constatar una vez más el reparto de los americanismos por ámbitos enormemente variados y, en consecuencia, la cantidad de ellos -mayoritariamente materiales, pero no solo-28 a los que estos elementos se incorporan, algo que pone de manifiesto que el proceso de americanización del vocabulario no se restringe a aspectos puntuales y temáticamente circunscritos, sino que constituye un fenómeno que “se produce en prácticamente todos los aspectos de la vida, y supone, por tanto, una auténtica reorganización de todo el sistema léxico del español que llega a tierras americanas” (Quirós García & Ramírez Luengo 2015: 198); un fenómeno, en definitiva, de fundamental trascendencia cuyo estudio no se puede soslayar si se pretende conocer con cierto detalle la configuración que, con el paso del tiempo, adquiere el vocabulario empleado en las variedades de español del Nuevo Mundo.
4. Algunas conclusiones
Así pues, el análisis que se ha llevado a cabo en estas páginas permite extraer una serie de conclusiones que aportan ya algunos datos de cierta relevancia para la historia léxica del español de América Central, y más en concreto de El Salvador.
En primer lugar, la simple aparición en el texto analizado de voces que, desde una perspectiva de uso, se pueden considerar americanismos en el siglo XVIII demuestra que los procesos de dialectalización léxica son una realidad ya en estos momentos, algo que en realidad no puede sorprender si se tiene en cuenta la rapidez con que se desarrolla este fenómeno (Ramírez Luengo 2007: 72), pero que es importante demostrar también para áreas geográficas poco estudiadas como es la salvadoreña, y muy especialmente en un corpus cuyo autor es peninsular de nacimiento, circunstancia que -como se dirá más adelante- aporta aún mayor interés a esta constatación.
Al mismo tiempo, y dentro ya de la nómina de americanismos, es importante señalar la aparición en el texto de los tres subtipos que establece Company (2010: XVII), si bien con una distribución porcentualmente dispar: así, mientras que los puros y semánticos aparecen claramente privilegiados, con porcentajes de en torno a un 40%, los de frecuencia resultan mucho más minoritarios, al alcanzar apenas un 17% del total, situación que -cabe decir- se repite de manera semejante en otros estudios dedicados al siglo XVIII americano (Quirós García & Ramírez Luengo 2015: 195-196). Además, el análisis detallado de los diversos elementos pertenecientes a cada una de las categorías mencionadas permite constatar algunas cuestiones de interés que habrá que analizar con más calma en el futuro, tales como, por ejemplo, el claro predominio de los indigenismos en los puros -algo esperable, habida cuenta de su empleo para referirse mayoritariamente a elementos propios de la realidad americana-, o la existencia, dentro de los semánticos, de algunos muy restringidos diatópicamente que quizá se puedan considerar centroamericanismos y que contribuyen de forma importante a dotar de personalidad a la variedad salvadoreña del español ya en el mismo siglo XVIII.
Por otro lado, tampoco carece de interés observar los campos semánticos a los que se incorporan estos elementos, algo que constituye un indicio de los ámbitos referenciales que se ven especialmente afectados en los proceso de americanización del léxico; en este sentido -y más allá de los datos específicos, determinados en parte por cuestiones relacionadas con las características propias del corpus-, es especialmente destacable señalar la amplitud y variedad de áreas temáticas en que aparecen los americanismos, desde la flora y el clima hasta la industria y la sociedad, algo que pone de manifiesto que el proceso mencionado supone una auténtica reorganización del sistema léxico que llega a América y evidencia, por tanto, su trascendencia para la dialectalización del español del Nuevo Mundo.
Por último, es importante resaltar de nuevo el origen aragonés del autor del texto por lo que tal circunstancia supone para la mejor interpretación de la presencia de americanismos en la obra, pues no cabe duda de que su incorporación se ha tenido que producir -quizá con la excepción de los americanismos de frecuencia- en el idiolecto de Cortés y Larraz a raíz de su estancia en tierras americanas, lo que constituye una excelente muestra de los resultados que produce el contacto interdialectal en el vocabulario, en este caso reflejado en cierta aproximación del “idiolecto del hablante a la configuración léxica del dialecto dominante por medio de su parcial reestructuración” (Ramírez Luengo 2013: 170), tal y como se ha descrito ya en tales situaciones.
En definitiva, los datos expuestos hasta el momento demuestran que, por numerosos motivos, la Descripción geográfico-moral del arzobispo Cortés y Larraz constituye una fuente de primera importancia para el mejor conocimiento de la situación léxica del español centroamericano durante el siglo XVIII, y que esto se debe, es cierto, al interés del prelado aragonés por describir en esta obra la realidad de su arquidiócesis de la manera más precisa posible, pero también a su más que probable identificación con la sociedad en la que desarrolla su misión pastoral, algo que parece tener su prueba más elocuente, precisamente, en el empleo que hace en sus escritos de los vocablos propios de estas tierras.