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Estudios sociales. Revista de alimentación contemporánea y desarrollo regional

versión On-line ISSN 2395-9169

Estud. soc. Rev. aliment. contemp. desarro. reg. vol.33 no.62 Hermosillo jul./dic. 2023  Epub 04-Mar-2024

https://doi.org/10.24836/es.v33i62.1349 

Artículos

Diálogo de saberes para un proyecto de crianza de gallinas en Yucatán, México

Dialogue of knowledge for a chicken raising project in Yucatan, Mexico

Carmen Castillo-Rocha* 
http://orcid.org/0000-0003-0668-9737

Roxana Quiroz-Carranza* 
http://orcid.org/0000-0002-7375-2970

Sigrid Carolina Barrera-Hernández** 
http://orcid.org/0009-0002-9037-6230

Jaime González-Tolentino*** 
http://orcid.org/0000-0003-4604-0684

*Universidad Autónoma de Yucatán, México.

**Investigadora independiente, México.

***El Colegio de la Frontera Sur, México.


Resumen

Objetivo:

Dar cuenta de las experiencias proyecto de traspatio, desarrollado entre un grupo de mujeres mayas de Canicab, Yucatán, México y un equipo integrado por participantes académicas no mayas.

Metodología:

En el marco de la investigación-acción-participativa y del diálogo de saberes, propusimos un proyecto productivo que favoreciera la sustentabilidad en esta localidad rural, identificada como de alta marginación.

Resultados:

El grupo conformado por las mujeres mayas optó por un proyecto de traspatio que hiciera posible tener alimentos sanos para sus familias propias y extensas mediante la crianza de gallinas y la producción de huevo, elección tomada a partir de sus lazos comunitarios y de parentesco.

Limitaciones:

Aunque se trabajó con mujeres, el texto carece de perspectiva de género o posicionamientos feministas.

Conclusiones:

Observamos que lo que producen estas mujeres circula en dos lógicas, las prácticas culturales mayas relacionadas con solicitar, agradecer y compartir, y el mundo capitalista que convierte los bienes y el bienestar en dinero. Las decisiones tomadas por estas mujeres tienen tras de sí una historia relacionada con situaciones interculturales vinculadas con extensionistas gubernamentales y extorsionadores bancarios, que llevaron a Canicab la imposición de la ciencia occidental, por un lado, y el engaño y el despojo, por el otro

Palabras clave: desarrollo regional; economía alternativa; diálogo de saberes; IAP; proyectos productivos; mujeres mayas

Abstract

Objective:

To account for the a backyard project, developed between a group of Mayan women from Canicab, Yucatán, Mexico and a team made up of non-Maya academic participants.

Methodology:

Within the framework of participatory-action-research and knowledge dialogue, we proposed a productive project that favored sustainability in this rural town, that has been identified as highly marginalized.

Results:

The group made up of Mayan women opted for a backyard project that made it possible to have healthy food for their own and extended families by raising chickens. and egg production, a choice made based on their community ties and kinship.

Limitations:

Although we worked with women, the text lacks a gender perspective or feminist positions.

Conclusions:

We observed that the economy of these women, circulates in two logics, the Mayan cultural practices related to requesting, thanking and sharing, and the capitalist world that converts goods and well-being into money. Decisions made by these women have behind a history related to intercultural situations linked to government extension agents and bank extortionists, which led to Canicab the imposition of Western science, on the one hand, and deception and dispossession, on the other.

Keywords: regional development; alternative economy; dialogue of knowledge; PAR; productive projects; Mayan women

Introducción

La Península de Yucatán, como muchas zonas de México y América Latina, se caracteriza por sus condiciones de marginación y polaridad social, donde coinciden la riqueza insultante con la dolorosa pobreza. Históricamente, esta condición es observable en las zonas periurbanas o en las rurales. En el caso de estas últimas, nos encontramos con lugares que quedaron en medio de la modernidad y el abandono, y que debido a su proximidad con grandes centros urbanos han experimentado una reconfiguración de su espacio rural, entre otras razones, por las interacciones laborales y el acceso a cierta clase de servicios que se proporcionan en las ciudades, entre ellos de salud o alimentarios.

Así sucede en Canicab, una localidad rural que antes fuera una hacienda henequenera donde alguna vez coincidieron ricos hacendados de piel blanca con pobladores mayas de piel morena. La lógica de la relación con la tierra era el monocultivo; grandes extensiones que se dedicaban a la siembra del henequén, con algunos espacios más pequeños, en los que el pueblo maya hacía milpa (cultivo heterogéneo de al menos maíz, calabaza y frijol) como estrategia para el auto sustento que se completaba con hortalizas y animales de traspatio.

La población blanca estaba conformada regularmente por una sola familia que ocupaba el edificio central de la localidad. Ellos organizaban la producción y la comercialización del henequén que era exportado a la próspera industria agrícola norteamericana. Alrededor de la hacienda se asentaban las familias de los peones, mayas en su mayoría, quienes trabajaban ligados al hacendado por endeudamiento, en condiciones de hoy llamaríamos “trata de personas”. Carecían de libertad, trabajaban y vivían en condiciones que minaban su salud y su bienestar, lo cual traía como consecuencia una alta morbilidad y mortalidad que llevaba a los hacendados a remplazar a los trabajadores reiteradamente (Turner, 1974). El trabajo en estas condiciones permitió a los hacendados acumular enormes fortunas de las cuales todavía dan cuenta las casonas ubicadas, por ejemplo, en el Paseo de Montejo de la ciudad de Mérida.

En ese periodo, el movimiento del capital ya seguía la dialéctica centro-periferia propuesta décadas más tarde por el economista Raúl Prébisch (2012) para analizar el sistema global del capitalismo. Este autor destaca la relación de dependencia y asimetría entre los países centrales (sólidos en capital y productores de tecnología) y los países periféricos (con limitado capital para hacer transacciones, dependientes de los países centrales y cuya relación con el centro les produce escasos beneficios).

Sin embargo, a décadas de distancia del análisis de Prébisch sobre la relación entre países, y a manera de fractal, la relación entre los grandes centros poblacionales y sus periferias parece ocurrir bajo la misma lógica en Yucatán. Este es el caso de la ciudad de Mérida y su periferia, la localidad de Canicab (ver Figura 1). A lo largo de los siglos recientes, los frutos del trabajo de Canicab se han ido transfiriendo hacia la capital del estado para producir un progresivo enriquecimiento del centro y un progresivo empobrecimiento de la periferia. No obstante, la dialéctica de esta relación ha sufrido algunas variaciones importantes a lo largo de los años.

Fuente: elaboración propia con base en INEGI (2023).

Figura 1 Localización de Canicab y su proximidad con Mérida, Yucatán. 

La Revolución Mexicana fue un primer evento que vino a proponer una relación diferente en el agro mexicano, aun cuando tocó de manera marginal las relaciones productivas. Algunas décadas después, durante el sexenio de Lázaro Cárdenas, se continuó el reparto agrícola que la Revolución dejó trunco, y las tierras de Yucatán fueron devueltas a sus pobladores originarios. El negocio del henequén fue organizado por la paraestatal Henequeneros de Yucatán, empresa de la cual los ejidatarios fueron socios. A partir de esta nueva relación pudieron reorganizar su economía. Por un breve periodo las relaciones de producción se modificaron y permitieron a los pobladores mayas mejorar en salud, educación y bienestar (Castillo, 2021). Posterior a Cárdenas, las políticas nacionales volvieron a favorecer la concentración del capital privado y se inició un nuevo camino hacia el empobrecimiento de las zonas rurales de Yucatán.

Cuando el henequén dejó de ser negocio alrededor de los años 80 del siglo pasado, la gran mayoría de los pobladores de Canicab habían dejado atrás el cultivo de la milpa. Para alimentarse, comenzaron a buscar empleo en las poblaciones aledañas, sobre todo en la ciudad de Mérida, capital del estado de Yucatán situada a 23 km de distancia. Ahí, fueron aprendiendo oficios y empleándose, principalmente, como albañiles los varones, y empleadas domésticas las mujeres.

Con el advenimiento de las políticas neoliberales durante las últimas décadas del siglo XX las carencias se fueron agudizando, lo que incrementó los índices de población en condiciones de pobreza y de pobreza extrema, como se puede observar en las primeras décadas del siglo XXI (ver Figura 2). En Yucatán, por ejemplo, hay 10 municipios en los que más del 90% de la población está en situación de pobreza (Tahdziú es el extremo en donde hablamos de un 98.1% en esta situación, según el CONEVAL [2020a]). La situación no parece mejorar con el paso del tiempo, ni con los sucesivos gobiernos federales, estatales y municipales; por el contrario.

Fuente: elaboración propia a partir de Coneval (2020b).

Figura 2 Cambios en los porcentajes de pobreza en Yucatán entre el 2016 y el 2020. 

Los bajos salarios llevaron a que tanto el padre como la madre de la unidad doméstica tuvieran que migrar pendularmente a la ciudad, quedando los menores a cargo de los abuelos, las tías, o de otros niños y niñas. Esta migración pendular implicó el descuido y hasta el abandono del trabajo en los solares, y por consiguiente las modificaciones en las prácticas alimentarias. Así, se favoreció el consumo de alimentos producidos en otros territorios y procesados para su preservación en el mercado.

En estas circunstancias nos preguntamos: ¿en qué medida las familias de las pequeñas comunidades rurales como Canicab, pueden mejorar sus condiciones para tener una alimentación más sana con menos costo para sus precarios sueldos? y ¿cómo el diálogo de saberes puede contribuir en la toma de decisiones para lograr lo anterior? Fue así como desarrollamos este proyecto productivo de común acuerdo con mujeres mayas de esta localidad, en una dinámica de investigación-acción-participación.

Fuente: fotografías de Carolina Barrera.

Figura 3 Aspectos de la localidad de Canicab, Yucatán. 

Metodología

Sobre cómo nos fuimos organizando

Canicab es una localidad con la que tenemos relación desde el año 2012. En un inicio, fue para construir un espacio de educación y recreación para los niños de la localidad y posteriormente las madres de estos niños se fueron sumando para participar en actividades que les permitieran entenderse mejor como mujeres; estuvimos hablando de sexualidad y violencia de género. En esta relación se hicieron visibles las circunstancias económicas y sus perspectivas respecto de cómo salir adelante. En afán de poner un nombre a la perspectiva metodológica que siguió el proyecto que nos ha permitido comprender y comprendernos mejor, la calificaríamos como acompañamiento, pero desde una perspectiva más formal, podemos hablar de investigaciónacción-participativa (IAP).

Se trata de una herramienta que implica “la adquisición de conocimiento serio y confiable sobre el cual construir poder para los grupos y clases sociales pobres, oprimidas o explotadas” (Fals, 1991, p. 9), es decir, se trata de un ejercicio de compartición de conocimiento como actividad creativa, recreativa y transformadora para quienes participan en él. Es importante subrayar que el uso metodológico de la IAP en el proyecto productivo desarrollado en Canicab, nos implicó al grupo de acompañamiento y a las mujeres mayas participantes, generar un diálogo de saberes, un intercambio de conocimientos e información, que fue capaz de contribuir a la toma de decisiones basadas en acuerdos consensuados, en donde no se puede omitir la relación de larga data entre las partes, en la lógica de un diálogo de saberes, que

presupone el interés de los sujetos sociales en una interacción comunicativa, e implica por tanto, una disposición para escuchar y para actualizarse. No se trataría de vencer o inducir mediante la violencia de cualquier tipo a la aceptación de una valoración y un conocimiento ajeno, sino de un intercambio de conocimientos, apreciaciones y valores en donde operan fuerzas racionales para la interacción comunicativa (Pérez y Argueta, 2011, p. 44).

Un principio importante es que los actores en interacción deben reconocerse mutuamente en condición de igualdad, donde el saber de unos no es más valorado que el saber de los otros. La gente de las zonas rurales y pueblos originarios, frecuentemente son considerados como muy apegados a sus tradiciones, incluso conservadores, pero lejos de ello, señalan Díaz, Núñez y Ortiz (2011) “se hallan inmersos en dinámicas que los obliga a la experimentación, al cambio, a la modificación y al reajuste constante de sus procesos productivos” (p. 245), lo que motiva probar continuamente con nuevas especies, nuevos procedimientos, nuevas tecnologías. Se encuentran inmersos en procesos de constante aprendizaje, abiertos a la innovación y a la asimilación de los avances tecnológicos. De este modo, los autores consideran como falso el antagonismo propuesto entre tradición e innovación.

Este diálogo implica trascender al saber “experto” de los profesionistas y académicos que participan en un proyecto social, y permite la integración dialógica con los saberes que poseen los y las participantes de la propia comunidad (Hernández-Rincón, Lemus-Lemus, Carratalá-Munuera y Orozco-Beltrán, 2017). En esta lógica, conociendo sus inquietudes, las invitamos a una primera reunión con un maestro en agroecología y doctor en botánica para hablar de animales de traspatio, desde este marco de entendimiento. Varias de las mujeres estaban interesadas en la crianza de borregos, pero el experto nos sugirió comenzar por algo más sencillo y menos costoso, y ver, así, como íbamos avanzando. Las mujeres estuvieron de acuerdo en trabajar con aves de corral, actividad de traspatio con mucha tradición en Yucatán. Iniciamos con cinco personas que rápidamente se convirtieron en 14 y algunas más que mostraron su interés pero que tenían dificultad de reunirse con nosotras en las sesiones semanales. La experiencia que aquí se relata se realizó entre enero y marzo de 2020, previo a la cancelación de actividades en espacios públicos o de concurrencia colectiva por la pandemia de COVID-19, pero se continuó después con los protocolos sanitarios que demandó la pandemia.

Fuente: fotografías de Carolina Barrera.

Figura 4 Cartel del Club de las gallinas ilustrado por niñas de la localidad y el gallinero de una de las integrantes del colectivo. 

Las 14 mujeres que se sumaron activamente al “Club de las gallinas”, nombre que se volvió de uso común al paso de los días para denominar al grupo, tenían rangos de edades entre la adolescencia y la senectud. El grupo original estaba integrado por una joven de 16 años, cuatro mujeres de entre 21 y 30, tres personas de entre 31 y 40, dos en un rango de 41 a 50, otras dos entre 51 y 60, y dos mujeres mayores de 61 años. Ya fuera de manera directa o indirecta, todas han tenido experiencia en crianza de animales de traspatio, pero al momento de iniciar el taller, solo dos de ellas tenían aves en casa. En el solar de una de ellas, un joven criaba gallos de pelea, y el otro solar correspondía a la persona de mayor edad con bastante experiencia en crianza. Esta persona tiene varias decenas de aves de cría (gallos, pavos, patos) que agrupa en diferentes espacios según sus edades, su especie y su salud. Respecto de la composición de las familias, los núcleos van de tres a cinco individuos, pero sus dinámicas pocas veces funcionan con la lógica occidental. Lo más frecuente es que se establezcan una serie de alianzas para diferentes propósitos y en diferentes momentos.

Debido a que Canicab, Yucatán, tiene una población de poco más de 800 habitantes, es muy frecuente que estén emparentadas entre vecinas. Quienes son parientas comparten los solares y las actividades que ahí se realizan; por ejemplo, dos mujeres, una de las cuáles es tía política de la otra, decidieron hacer un gallinero para ambas en una parte del solar que comparten. Otras tres mujeres, también emparentadas, decidieron construir un gallinero que las tres habrían de compartir. En ambos casos, las mujeres son vecinas. Aquellas que, aun siendo hermanas, se encuentran lejos una de la otra, decidieron emprender sus proyectos de manera independiente.

De las 14 mujeres que iniciaron en el proyecto, todas tenían responsabilidades familiares, y además de ello, tres se dedicaban al servicio doméstico en la capital del estado, una es comerciante y otra de ellas borda. En el grupo había dos solteras y una viuda, las otras 11 casadas. Los ingresos de las familias son exiguos, una de ellas recibe de su pareja, cuando tiene trabajo, 1.5 dólares a la semana, por lo que frecuentemente está buscando la manera de tener algún ingreso extra sin salir de la localidad, pues tiene una hija pequeña de la que se hace cargo, así que prepara comida para vender en el mismo pueblo.

Resultados y discusión

Sobre la economía formal y la economía sustantiva

El auto sustento alimentario en las comunidades mayas yucatecas ha estado vinculado históricamente con la milpa y el traspatio, que, como ya mencionamos, ha venido a menos. Salazar y Magaña (2016) destacan sus cualidades como unidad económica de consumo “a las puertas del hogar” (p. 185), y lo consideran, al igual que la milpa, parte de la identidad cultural de las comunidades mayas con la naturaleza. Son principalmente mujeres madres de familia las que realizan el cuidado del huerto familiar. Salazar, Magaña y Latourniere (2015) encuentran en el traspatio yucateco una notable diversidad vegetal y animal, destacando las aves de corral, especialmente gallinas y pollos. Desde los documentos, y desde la perspectiva de quienes vivimos fuera de las comunidades y tenemos un sueldo, puede resultar un panorama idílico el pensar en estas unidades económicas autosustentables cuyos productos básicos están “a las puertas del hogar”, pero en las localidades las cosas son de otra manera, como lo veremos en el caso de doña Male (nombre apócrifo como el de todas las mujeres que serán nombradas en este documento) que a continuación exponemos.

Doña Male y don Renán son adultos mayores y sus hijos migraron lejos de la localidad. Don Renán es de los ejidatarios que conservó el conocimiento y práctica de la milpa cuando la comunidad dejó de ser una hacienda henequenera. Como la tierra lo “requería” o por lo menos así le dijeron, usaba agroquímicos diversos. Doña Male tiene variados cultivos en su traspatio y lo sabe aprovechar. También tenía aves. Se dedicaba al hogar y lavaba la ropa de don Renán cuando regresaba de usar los fertilizantes y plaguicidas. Doña Male desarrolló cáncer de seno. Cuando se dieron cuenta de la circunstancia, entonces les hizo falta, y mucha, el dinero, pues aun teniendo atención en el Seguro Social, el transporte a la ciudad varias veces por semana e incluso el pernoctar allá, tenía costos que no podían cubrir con su práctica sustentable. También se requerían medicamentos que la seguridad social no proveía. Entonces don Renán comenzó a migrar pendularmente todos los días para trabajar apoyando a los automovilistas en un estacionamiento de una franquicia a cambio de “lo que sea su voluntad”. Así, y no con la milpa, fue como pudo subsanar el tratamiento médico de su esposa.

El caso de doña Male y don Renán nos muestra ciertas consecuencias derivadas del estatus desigual y de subordinación entre los conocimientos provenientes de paradigmas científicos y los sistemas tradicionales y locales de conocimiento, en donde los primeros legitimaron el uso de agroquímicos para el mejoramiento y protección de los cultivos, sin prever o sin interesarse en las consecuencias en la salud de las personas. Lamentablemente, el discurso institucionalizado de la sustentabilidad también puede convertirse en un mercado: un mercado político, un mercado comercial, un mercado ideológico; en medio de un contexto capitalista que no respeta otros procesos provenientes de otros saberes, de otras formas de conocimiento.

El sueño de la sustentabilidad de los hogares rurales es una idea que se vende mucho, pero que en realidad quienes la venden pocas veces están dispuestos a vivirla. Pero volvamos a los modelos económicos posibles para una localidad rural sometida a las dinámicas de la economía de mercado.

Respecto del modelo capitalista, recordaremos solamente que propone un modelo de desarrollo en el que la acumulación se observa como la posibilidad de crecer en ciencia y tecnología para producir más. Esta propuesta, se sabe, se potencia con la patología de algunos “emprendedores” avariciosos que nunca están satisfechos con lo que tienen y siempre están intentando tener más y que se muestran como modelo de “éxito” a imitar. Digamos que, efectivamente, la acumulación ha permitido resolver una gran cantidad de problemas, pero cuando se convierte en una patología social (ligada a la avaricia y al despropósito), destruye en lugar de construir.

Respecto de la mirada que orienta este trabajo, hay ciertas debilidades que requerimos visibilizar. Lejos está de la antropología euro-clásica como aquella que busca encontrar en los dones y los trueques, el carácter primitivo y arcaico de culturas no occidentales. No hablaremos de normas comunitarias que regulan los intercambios porque no estudiamos eso. No estudiamos el don, ni las obligaciones morales de dar-recibir-devolver, ni la colaboración en trabajos colectivos, ni el sistema de cargos, ni la comunalidad, ni la caridad cristiana, ni otros conceptos, ni conceptos otros, simplemente damos cuenta de experiencias compartidas.

Un poco a modo de brújula o de pretexto comunicativo, nos complace recordar la crítica de Polanyi (1994, 2007[1947]) a la economía de mercado y ubicar lo que observamos en el concepto de economía sustantiva, muy lejos de alcanzar a considerar la categoría contemporánea de economía social solidaria y sustentable (González, Cendejas y Gómez, 2020), pero quizá un poco más cercana a la economía del cuidado (Galindo, 2017).

Nuestra brújula distingue entre una economía formal y una economía sustantiva. La economía formal se sustenta en la economía de mercado. Enfatiza la relación entre medios (mercancía) y fines (utilidad). Supone un comportamiento racional: maximización de utilidades, minimización de costos. La economía sustantiva es mucho más simple, observa el hecho de que los seres humanos no podemos subsistir sin un entorno físico que nos sustente; así, estudiar economía sustantiva es estudiar los medios de sustento del ser humano (Polanyi, 1994).

Polanyi (1994) observa el grave problema que tiene la economía de mercado en tanto va convirtiendo en fines lo que se encuentra a su paso: productos, servicios, personas, territorio, y más. No se trata de cualquier intercambio, o de un mercado aislado, sino de una sociedad orientada por mercados internacionales; una sociedad de mercado; una sociedad donde la ganancia ha sustituido a la subsistencia. En una sociedad de mercado se espera que los seres humanos se comporten de modo que pretendan ganar el máximo dinero posible. En esta lógica la sociedad de mercado fue absorbiendo en su proceder a los elementos asociados a la productividad. Así, no obstante que trabajo, tierra y dinero no son mercancías (no son producidos, como tal, con el propósito de incorporarlos a la venta para maximizar las ganancias), fueron arrastrados a la lógica del mercantilismo. Por ello Polanyi se refiere al trabajo, el dinero y la tierra como mercancías ficticias. Las empresas trasnacionales no parecen trabajar con personas, sino con recursos humanos a la par que trabajan con recursos naturales. En 1947 Polanyi escribía “la dislocación provocada por un dispositivo semejante amenaza con desgarrar las relaciones humanas y con aniquilar el hábitat natural del hombre” (2007 [1947], p.82).

Regresando al contexto empírico y lo que aprendimos de estas mujeres

Las reuniones para conversar sobre la cría de gallinas dieron inicio el 16 de enero de 2020 y se realizaron semanalmente hasta que se decretó la contingencia sanitaria para el estado de Yucatán relativa a la pandemia de COVID-19, el 17 de marzo de 2020. Como ya señalamos, este diálogo se promovió con la idea, en principio, de desarrollar un proyecto productivo colectivo entre las mujeres de Canicab que les generara recursos económicos, idea que luego fue descartada (como se explica posteriormente). Ocupamos varias sesiones en hablar de los solares, lo que en ellos se cultiva y lo que con ellos se hace, y estuvimos conversando también sobre lo que queríamos hacer.

La información que compartimos inicialmente provenía de diversos actores. Por un lado, conversamos con dos especialistas (en agroecología y en sociología rural); por el otro, con un grupo de mujeres mayas expertas en el cuidado de los solares. Entre ellos, mediábamos un par de entusiastas académicas del campo de la comunicación y el cambio social. El experto en agroecología nos hizo ver la conveniencia de que, ya fuera que optáramos por un proyecto comercial o sustentable, había que ir paso a pasito, comenzando con la producción de huevo. No obstante que la mayoría de las mujeres estaba pensando en criar borregos a mediano plazo, todas estuvieron de acuerdo en iniciar el camino criando aves de corral.

Para ese entonces, ya habíamos apalabrado un rancho que de momento estaba abandonado por imposibilidad de su dueña para atenderlo. Este rancho tenía pozo e instalaciones adecuadas para crianza de gallinas y producción de huevo. Teníamos algo de capital para iniciar. Como citadinas, pensábamos que podíamos organizarnos para entrar a la economía de mercado y generar capital. Pero las mujeres de Canicab nos pusieron un alto. No eso querían. Para nosotros eso fue desconcertante ¿por qué estas mujeres no estaban interesadas en generar dinero? o ¿puede alguien no estar interesado en ganar dinero? Esto o algo semejante, en algún momento y desde otros continentes, ya había sido una interrogante para algunos economistas.

Karl Polanyi encuentra en una cita de David Ricardo que: “el aguijón del hambre era capaz de crear un mercado de trabajo que funcionase y no el deseo de amasar ganancias elevadas”, y que eso se observaba también en el trabajo colonial pues “a diferencia de los blancos, [los nativos] no están presionados por sus valores culturales a ganar el mayor dinero posible” (2007 [1947], p. 268), motivo por el cual el trabajo colonial implicaba castigos corporales y hasta mutilación física. En ese contexto, los bajos salario y las jornadas extenuantes eran la estrategia para que una persona agotada no tuviera energías para asociarse y rebelarse contra su condición.

Aquello del “aguijón del hambre” quizá fue muy evidente en Yucatán, en el tiempo de las haciendas henequeneras, pero ahora, en el siglo XXI, ha ido tomando formas más sutiles. Las mujeres nos narraron de otros visitantes que han llegado a la localidad a organizar proyectos productivos, por ejemplo, apicultura. Doña Alma habló su experiencia sobre cómo un hombre llegó a organizar un grupo de mujeres, les enseñó el cuidado de las abejas, las ayudó a montar su apiario y cuando era cosecha pasaba puntualmente a recoger la miel. Así trabajaron algunos años y luego lo fueron abandonando. Desde fuera y en actitud política, podríamos pensar que el negocio de la miel dejaba ganancias exiguas a doña Alma, y ganancias importantes al intermediario, pero cuando preguntamos por qué abandonar el proyecto, la respuesta de doña Alma tuvo que ver con cuestiones prácticas que nos muestran su perspectiva respecto de lo que debe ser la vida: el trasladarse a pie todos los días a llevar agua y cuidar las abejas le impedía cumplir a cabalidad con sus labores domésticas y el cuidado de los hijos. Eso, el cuidado, está primero. Agregando la respuesta sociológica a la afirmación de doña Alma, habría que decir que la miel no es un alimento de primera necesidad en la dieta de estas familias mayas; se usa más bien con fines medicinales y ocasionalmente para la elaboración de algún postre por lo que, aunque el trabajo de las abejas tenía su parte linda y proporcionaba un poco de dinero, había cosas más importantes y prioritarias como cuidar a la familia.

En las sesiones del Club de las gallinas se compartieron algunas otras experiencias con la crianza de animales. Se mencionó a un integrante de la comunidad que tenía una pareja de borregos con su cría. Tuvo la mala suerte de sufrir una enfermedad que lo mantuvo internado varios días, y no hubo más personas que pudieran hacerse cargo de manera adecuada de sus animalitos que terminaron enfermando y falleciendo. Esta reflexión nos llevó a observar cómo la crianza de animales y el cuidado del solar debe ser una actividad colaborativa con los miembros de la familia, pues la vida necesita cuidados diarios para mantenerse, ya sean hortalizas o animalitos. Este compartir el cuidado, sean personas humanas, personas animales o personas vegetales (siguiendo la lógica del pensamiento maya) se hace en conjunto con los seres queridos, no con extraños asociados ni para obtener utilidades.

Estas mujeres han llegado a asociarse por motivos económicos y bajo un esquema de economía de mercado; pero para ellas ha sido una dolorosa experiencia. En una ocasión fue para “comprar dinero” (¿no suena absurdo?, ¿comprar dinero para pagar con más dinero?, o mejor dicho ¿por qué será que esto no nos suena absurdo?). En todo México, las comunidades empobrecidas como Canicab, reciben visitas de personas que van de casa en casa ofreciendo dinero, como mercancía de cambaceo. Invitan a mujeres a asociarse para organizar un “micronegocio”. Los requisitos son una identificación oficial y un comprobante de domicilio. Si no lo tienen (o no son sujetas de crédito) pueden dar el nombre e identificación de alguna otra mujer, no importa, “no pasa nada”. La institución financiera se compromete a dar “talleres de organización empresarial” y a continuación les ha ofrecido entre 10 y 20 mil pesos por grupo a pagar en un plazo mínimo de dos años (hay plazo mínimo, no máximo). Siendo un grupo, por ejemplo, de cuatro mujeres, les tocaría digamos 2,500 pesos a cada uno.

A nuestras mujeres les pareció interesante la oferta y aceptaron. Bueno, en realidad no estaban pensando en poner un negocio, sino en la bicicleta que necesitaba el hijo para ir al bachillerato, o en la fiesta de quince años de la hija, o en los atuendos necesarios para la graduación de la primaria. Los visitantes tampoco estaban pensando en dar educación empresarial o financiera, nunca lo hicieron. Nada de esto se habló. Tampoco se habló de que el costo anual total promedio de estos créditos era del 240.7%, más impuestos, es decir, de 276.8%. El grupo de mujeres que recibió 10,000 pesos, como por arte de magia ese mismo día ya debía $27,680, más los 50 pesos por viaje semanal para llegar al banco a pagar la deuda (en la localidad no hay banco, ni consultorio médico, entre otras cosas).

Estos modelos de robo-extorsión están ampliamente extendidos en las comunidades empobrecidas de México. El fraude está estructurado de tal manera que si una mujer no consigue juntar el dinero que paga semana a semana, se considera que el saldo del grupo quedó insoluto, se agregan intereses y moratorios y se cobra a las otras integrantes del grupo, pues el dinero se le prestó al grupo, no a las personas. ¿Es esto legal?, por supuesto que no. Pero ¿quién puede contra Banco Azteca y similares?

Deudas como estas se vuelven impagables para personas de las comunidades mayas, no obstante, las mujeres actuaban de buena fe y genuinamente se preocupaban por pagar la deuda. Había opciones: si no se tenía el dinero, los cobratarios que pasaban semana con semana les pedían sus aretes, su cadenita, su licuadora, y así las fueron despojando. Sabemos de familias que incluso han desaparecido de sus comunidades de un día a otro, dejando su hogar tras de sí, debido no solo al hostigamiento y extorsión de los cobratarios que les gritan, las amenazan y las maltratan; sino a la ruptura del tejido social que implica el haber involucrado en esto a una mujer querida, quien tuvo que pagar por el dinero que recibió otra persona.

Así pues, en este contexto, pensando en retrospectiva, nuestra invitación para que un grupo de mujeres se asociara para poner un negocio productivo no era una buena idea. Las mujeres ya tienen experiencia con las personas que vienen de fuera a proponer “negocios”; saben que eso de asociarse por dinero posiblemente termine mal. Pero regresemos al Club de las gallinas.

El otro tema que conversamos en nuestras sesiones estuvo relacionado con la relación entre la producción y la venta. Doña Rosa, nos narró que en algún momento decidió que iba a criar pavos para venderlos en las fiestas decembrinas. Los pavos no son fáciles, tienen un mayor índice de morbilidad y mortalidad que las gallinas, pero son elemento importante de la gastronomía yucateca. En ese entonces decidió criarlos con el “alimento balanceado” (de fábrica) que compraba en la cabecera municipal. Cuando llegó el tiempo de venderlos, ella y don José, se sentaron a hacer un balance del costo de producción (léase exclusivamente compra de alimento) para calcular el precio al que debían vender los animales. Comparado con el precio al que efectivamente podían vender los pavos en el mercado, se percataron de los números rojos. No fue negocio, hubo pérdida económica, pero ganancia social, pues, dijo doña Rosa, era buen alimento para compartir en Navidad.

La agroecología de estas mujeres mayas

Una de las etiquetas con las cuáles son calificadas las personas de localidades como Canicab es “pobres”, categoría que se usa regularmente como un despectivo, señalando incapacidad, menos valor, etcétera. Esta categoría invisibiliza las cuestiones históricas e interculturales que fueron heredadas del sistema colonial relativas a la imposición del monocultivo, que fueron empobreciendo el hábitat y sus prácticas de cuidado. Por ello, en una de las primeras sesiones del Club de las gallinas quisimos visibilizar la riqueza de los solares donde viven estas mujeres. Las mujeres hicieron mapas para representar sus solares y ubicar el lugar donde pondrían sus gallineros.

Fuente: fotografías de Carolina Barrera

Figura 5 Planificando en el Club y recibiendo las gallinas. 

Encontramos que en los solares tienen entre tres y 10 árboles frutales (seis en promedio). En suma, hay coco, plátano, naranja dulce, naranja agria, ciruela, china-lima, limón, limón indio, caimito, guayaba, mandarina, nance, zapote, mango, saramuyo, aguacate. Estas plantas producen frutos de temporada que frecuentemente superan las necesidades de consumo de las familias, por lo que los frutos tienen otros destinos. También hay en estos solares, plantas de menor tamaño que producen chile dulce, chile max, cebollín, ajo, achiote, tomate. Si bien algunas mujeres llegan a vender los frutos de sus cosechas, todas ellas los comparten: regalan a familiares, vecinos y visitantes. Es mayor la presencia de una lógica social que dista de la comercialización o del deseo de acumulación y enriquecimiento. Aquí no estamos hablando ni de dones ni de trueques, ni de que la persona que recibe tenga algún compromiso que cumplir por haber recibido, estamos hablando de generosidad.

En términos de patrimonio biológico, y desde una perspectiva sistémica, estos solares en su conjunto representan riqueza en cuanto a diversidad biológica y nutricional, como para la producción alimentaria; pero es insuficiente para satisfacer las necesidades básicas de las familias que ahí habitan. La circulación de bienes en este sistema es de tipo mixto, es decir, los productos pueden venderse cuando es necesario, pero de manera más extendida se regalan a las personas que los requieren o los solicitan. En tanto son bienes que circulan y diversifican la alimentación de quienes habitan en Canicab, cada uno de los solares de estas mujeres es importante no solo para quienes los cultivan, sino para la localidad en general y para la ecología en un sentido más extenso.

En Yucatán el 13.2% de los núcleos agrarios está en manos de mujeres cuando en el resto del país el promedio es de 26.7% (Desarrollo Territorial, 2021), pero estas mujeres no son ejidatarias porque ya no hay ejido en Canicab. No les tocó ese tiempo histórico del reconocimiento al derecho femenino a la tierra, y todavía dudan de si lo tienen. Doña Olivia, por ejemplo, perdió recientemente a su padre y su hermano le dijo que todas esas casas que habían sido hogar para ella y sus hermanas ahora eran de él, porque era el único varón heredero de su padre (no había herencia ni voluntad escrita o verbal sobre el asunto). Como se trata de una persona violenta y abusiva, las hermanas tenían miedo, pero encontraron ayuda en el Instituto Municipal de la Mujer que las orientó sobre su derecho. No obstante la dificultad para que se les reconozca el derecho al territorio, las mujeres aportan a la economía familiar y comunitaria a través del cultivo de los solares y la producción de animales de traspatio, tal como sucede en otras regiones de México, y tal como señalan Calderón-Cisneros y Santiz-Santiz (2022), los productos significan un apoyo fundamental a la economía, la nutrición y la salud de las familias, aunque no alcanzan a satisfacer todas las necesidades, por ello, estas mujeres buscan integrarse a empleos informales y precarios que les permitan trabajar tiempo parcial para seguir atendiendo lo más importante: sus familias.

Dado que el principal consumidor de los productos son las propias familias, las mujeres están decididas a que lo que producen debe de estar libre de químicos. No interesa producir grandes cantidades ni hacerlo rápidamente: las cosas a su tiempo y al modo de los antiguos; aunque eso no implica que no estén abiertas a escuchar e incorporar consejos y técnicas proveniente de otros contextos de conocimiento.

En tiempos de pandemia, conversamos sobre el desarrollo, los cuidados, la salud y la alimentación de las aves de corral, construimos los gallineros y comenzó la crianza, en el mismo año en que tres meteoros impactaron la península de Yucatán trayendo importantes inundaciones. Muchas de nuestras participantes quedaron sin trabajo o disminuyeron en ingresos. Una de ellas falleció, y su hija no se sintió con fuerzas para criar gallinas y las terminó vendiendo. Otra, jefa de familia, quedó viuda, y no tuvo problema para continuar. Dos de ellas que compartían gallinero, comenzaron a sufrir merma en las gallinas por un perro que se metía al corral por las noches, y terminaron regalando las dos gallinas que les quedaban. Otra de ellas dijo que su vecino puso veneno en su corral y todas las gallinas murieron en una noche, pero la mayoría consiguieron producir huevo en un tiempo en que el dinero y el alimento estuvieron escasos (ver Figura 6). A la fecha, el Club de las gallinas sigue sesionando, ya no para hablar de gallinas sino trabajando en un proyecto de hortalizas. Las señoras, siguen contemplando la posibilidad de criar borregos, quizá pronto lo estarán haciendo.

Figura 6 Representación de la ubicación de los proyectos en la localidad. La estrella arriba de la gallina representa que el proyecto fue exitoso y se consiguió la producción de huevo para consumo doméstico. 

También debemos comentar que fue triste observar que las personas que tuvieron éxito en el proyecto de crianza son las que contaban con más recursos, ya fuera familiares, pero sobre todo educativos, visibles en su capacidad para comunicarse, leer y escribir (cuestión que no fue evaluada formalmente, pero se hacía evidente durante las sesiones). Así que continuamos pensando qué o cómo hacer para apoyar a aquellas personas que no tienen los recursos familiares y educativos, para emprender exitosamente un proyecto que apoye la sustentabilidad de sus hogares.

Limitaciones

Hemos señalado desde el resumen de este artículo que aun cuando se trabajó con mujeres, el texto carece de perspectiva de género o posicionamientos feministas. El fundamento detrás de esta decisión está en la propia metodología utilizada y en los intereses de las participantes mayas a lo largo de la fase empírica del proyecto. El proceso metodológico estuvo orientado por la Investigación Acción Participativa y el diálogo de saberes; por consiguiente, respetamos los temas emergentes puestos en la mesa del diálogo de saberes, los cuales no involucraron ni cautiverios, ni resistencias, ni roles históricos atribuidos a las mujeres. Incluso, también dejaron fuera el interés por la ganancia económica. Para realizar este proyecto comunitario con las mujeres de Canicab, fue de gran importancia escuchar que en el centro de sus intereses estuvieron el bienestar de sus familias nucleares y extensas, lo cual nos emplaza éticamente a respetar el curso de la conversación horizontal.

Conclusiones

El ejercicio de acompañamiento del que se da cuenta en este trabajo apostó por la escucha activa y por el diálogo entre las mujeres de la localidad y los expertos académicos. Esto hizo posible el valorar y respetar la perspectiva de estas mujeres respecto de lo que es mejor para su economía y para el bienestar de sus familias, y en ese sentido ha sido como ambas partes nos hemos seguido acompañando. En este camino, recordamos que Arturo Argueta nos propone al diálogo de saberes como una utopía realista (2011). Entendemos que esa utopía es el horizonte posible, que compromete a quienes provenimos del mundo académico con la interculturalidad “como forma común de vida” (Pérez y Argueta, 2011, p. 42). Ese diálogo horizontal con los poseedores de sistemas de conocimiento muy otros, favorece el trabajo colectivo, la interacción comunicativa, es decir, que nuestra mente y oídos sean realmente receptivos.

Esta actitud metodológica nos permitió observar que, en general, ya sea que se trate del producto de los solares, las abejas o de la crianza de gallinas, estas mujeres no apuestan por el mercado. Más valoraron las necesidades de sus familias, su disposición de tiempo y sus posibilidades de trabajar en ello. En el caso de las gallinas, descartaron la posibilidad de iniciar un negocio y apostaron por tener huevo y carne para sus familias. Estaban dando prioridad al bienestar de sus familias y de las familias de la localidad, dejando en segundo plano la lógica de mercado y el interés por la ganancia económica. Se orientan por una economía sustantiva.

En la experiencia aquí presentadas, tal como es observable en otras experiencias americanas del sur global, el capital va perdiendo centralidad tanto en los procesos de producción y circulación de alimentos: producirlos es importante; venderlos no lo es. Estas formas de producción y la orientación hacia la no-mercantilización presentan un serio cuestionamiento, señala Raúl Gustavo (2022), a la teoría del valor como se la conoce.

Eduardo Enrique (2018) considera que en ellas prima el valor de uso “y el mecanismo de deslocalización fuera-del-capital está presente y activo” (p. 97), y en ese sentido su abordaje requiere de una mirada que incorpore la subjetividad y, agregamos nosotros, una perspectiva histórico-cultural.

La experiencia aquí descrita está lejos de formar parte de economías sociales y solidarias que han sido consideradas “de transición” hacia “Otra Economía” por autores como Coraggio (2011), mirándolas como movimientos emergentes y alternativos al sistema económico del capitalismo. En el caso de estas mujeres, son más bien expresiones de su histórica resistencia a centenarios abusos del capitalismo importado de Europa. Al menos, eso es lo que nos parece, pero, sin duda, es tema a seguir conversando.

Referencias

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Recibido: 24 de Abril de 2023; Aprobado: 02 de Octubre de 2023

Autora para correspondencia: Carmen Castillo Rocha, Facultad de Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma de Yucatán, Carretera Mérida-Tizimín km. 1, Cholul, CP 97305, Mérida, Yucatán, México. Tel. +52 999 9300090. Correo electrónico: ccastillo@correo.uady.mx

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