Introducción*
La investigación de este trabajo tiene como propósito analizar la motivación terminológica que subyace en un conjunto de tecnicismos médicos referidos al nombre de una enfermedad infecciosa a lo largo de la historia de la lengua española, así como las relaciones semánticas y morfogenéticas que se establecen entre ellos durante los últimos dos siglos, desde sus primeras dataciones hasta la actualidad
1.
Así pues, en las siguientes páginas se estudia una decena de términos espigados de la documentación atestiguada en diversos tratados médicos, artículos de divulgación en materia sanitaria o noticias de prensa, obtenida de los bancos de datos de referencia del español -Corpus diacrónico del español (CORDE), Corpus de referencia del español actual (CREA), Corpus del Nuevo diccionario histórico del español (CDH), Corpus del español del siglo XXI (CORPES XXI), Corpus diacrónico y diatópico del español de América (CORDIAM), Corpus histórico del español en México (CHEM), Corpus del español mexicano contemporáneo (CEMC), entre otros- y de las bibliotecas y hemerotecas digitales -Biblioteca digital hispánica (BDH), Biblioteca virtual de prensa histórica (BVPH), Hemeroteca nacional digital de México (HNDM), eminentemente.
Para ello, se establecen tres bloques dispuestos de modo cronológico y encabezados por la etiología que, históricamente, se ha atribuido a la enfermedad: en el primero, se considera que ésta es provocada por la inhalación del “mal aire” que abunda en determinadas zonas o regiones (de ahí, malaria, entre otras designaciones); en el segundo, en cambio, se postula que es el agua estancada de los pantanos la causa de la enfermedad (por este motivo se acuña el término paludismo y otros análogos); y, en última instancia, se propone que son las diferentes especies de protozoos del género Plasmodium los que la producen (así surgen vocablos como plasmodiosis), tal y como detallamos a continuación.
El “mal aire” como causa de la enfermedad y como motivación terminológica
Malaria
A partir del italiano medieval malaria, procedente de mala aria o mal’aira (véase DELI, s.v. màlo, y TLIO, s.v. aria), es decir, ‘mal aire’, se documenta en lengua española, al menos desde 1832, el término médico homógrafo: malaria, el cual da nombre a la
(1) enfermedad infecciosa caracterizada por la aparición de fiebre, escalofríos, dolores musculares, cefaleas, tos y, en algunos casos, insuficiencia renal y hepática, y causada por las diferentes especies de protozoos del género Plasmodium, transmitida por la picadura del mosquito anofeles hembra (NDHE, s.v.).
De hecho, en las primeras décadas del siglo XIX, se considera que la malaria -o aria cattiva (según Zerolo et al., s.v.)- “es una enfermedad endémica de varios puntos del Oeste de Italia… que ha acabado por despoblar extensísimas comarcas” (Alarcón 1861, p. 304; CORDE, CDH); de ahí que, tal y como señala Font Quer (1962; CORDE, CDH), en los albores del siglo XIV, Arnau de Vilanova redactara su Regimen sanitatis ad inclytum regem Aragonum directum et ordinatum, en el que “para que su rey pudiera llegar a viejo, dedicó el primer capítulo a la manera de escoger «buen aire», porque a su juicio era lo más importante” (p. 113).
Sobre la motivación terminológica del nombre atribuido a esta enfermedad, Gimeno Cabañas (1875, p. 10; BDH) afirma lo siguiente:
(2) la malaria es una voz italiana que significa aire corrompido y que los habitantes de estas comarcas pantanosas bañadas por las antiguas lagunas Pontinas, dan a la enfermedad, que desgasta y aniquila sus fuerzas y tiñe de pálido su piel.
En efecto, los efluvios malignos o miasmas se consideraron la causa del padecimiento de esta afección, particularmente los que se producían en pantanos (cf. infra). No obstante, Salvador Rodrigáñez (1893, p. 43; CORDE, CDH) puntualiza que
(3) la producción de estos miasmas a que se da el nombre de “malaria”, no es exclusiva de los pantanos, sino que es propia de todos los terrenos de regadío. El aprovechamiento de las aguas lleva siempre consigo estos inconvenientes, y como las causas productoras son el desarrollo de plantas en sitios donde puede coincidir una elevación de temperatura con un cierto grado de humedad, nada es más a propósito para dar incremento al mal que las acequias ordinarias cuya conservación se abandona.
Asimismo, con respecto a la propagación y posible contagio de tal patología, este autor advierte que
(4) flota la malaria a mayor o menor altura, según la densidad del aire, según su estado de movimiento, su temperatura y el estado higrométrico, pudiendo alcanzar hasta la de quinientos metros en sumo grado de división, y de aquí que los crepúsculos sean las horas del día más expuestas para el hombre, puesto que no hay renovación de las capas por el calor solar y quedan los miasmas en la atmósfera respirable (p. 44; CORDE, CDH).
Con todo, la orografía resulta, asimismo, una buena aliada en la prevención de esta enfermedad, pues, en palabras de Salvador Rodrigáñez,
(5) los más insignificantes obstáculos, como una colina, un grupo de árboles, etc., impiden considerablemente la propagación de los miasmas, quedando libres los terrenos situados a corta distancia y defendidos por ellos (id.).
Incluso la cura de esta afección se llegó a relacionar hace varios siglos con las condiciones geológicas y topográficas. Así, en el Dioscórides renovado se señala que la corteza de sauce extraída junto a las aguas pútridas palúdicas originó la creencia y la
(6) generalización del uso de esta contra el paludismo, que, según la teoría de las señales, debe de arrancar [se ] de las condiciones en que se desarrollan los sauces, a saber, junto a las aguas; por tanto, se dirían en aquellos tiempos, estos árboles son capaces de resistir el “mal aire” de las bajuras encenagadas, y tal vez contengan algo para atajar la malaria (Font Quer 1962, p. 116; CORDE, CDH).
Ahora bien, los grandes avances científicos acerca del estudio de esta enfermedad se llevaron a cabo en las últimas décadas del siglo XIX, concretamente en 1880, cuando Laveran, médico militar de origen galo afincado por entonces en Argelia, descubrió e identificó el protozoario causante de la malaria; hito por el que se le concedió el Premio Nobel de Medicina (1907) y que un buen número de investigadores se encargó de continuar y de difundir profusamente2:
(7) el primer dato que existe respecto al esporozoario del paludismo se debe a Laveran, que lo descubrió en la sangre de un enfermo procedente de Argelia…, para el que más tarde los naturalistas italianos Marchiafava y Celli establecieron el género Plasmodium y que tan sólo, tiempo después, fue incluido entre los esporozoarios (Rioja Lo-Bianco 1926, p. 494; BDH).
Asimismo, poco después, en 1898, el británico Ronald Ross dio un paso más y demostró, tras sus pesquisas en la India, la asociación entre la malaria y los mosquitos Anopheles. En efecto, como describe Urabayen,
(8) se suponía que la fiebre palúdica era debida a un miasma mortífero, a alguna emanación de los pantanos y terrenos inundados, y se creía que su acción mortífera adquiría mayor intensidad en las primeras horas de la mañana y a la caída de la tarde… Luego vino el descubrimiento de que la causa efectiva de la fiebre palúdica es un parásito microscópico de la sangre que destruye los corpúsculos rojos de la misma. Quedaba por averiguar de dónde procedía y cómo penetraba en el cuerpo humano. Más de una vez se expresó la sospecha de que los mosquitos debían ir asociados tanto con la fiebre palúdica como con la fiebre amarilla, y, como es natural, estas sospechas coincidían muy bien con las antiguas supersticiones miasmáticas, pues los mosquitos realmente abundan más en las proximidades de aguas muertas y pantanosas, y algunas especies pican solamente durante la noche o en las horas del crepúsculo matutino y vespertino (1949, p. 499; BDH).
Este progreso acerca del conocimiento microbiológico y etiológico preciso sobre la malaria propiciará, a su vez, como veremos más adelante, la génesis de un conjunto de términos a partir del nombre científico Plasmodium, acuñado a finales del siglo XIX para referirse al género de protozoos que causan esta alteración de la salud.
Fiebre malárica
Tal vez a causa del síntoma más perceptible que esta patología desencadena en el organismo, esto es, el aumento de la temperatura corporal, se consigna la lexía compleja fiebre malárica como sinónimo de malaria para dar nombre a esta enfermedad infecciosa:
(9 )A todo esto el enfermo y su familia niegan haber estado en contacto con algún disentérico, y también el haber permanecido en un punto pantanoso en donde hubiera contraído las fiebres maláricas (Santamaría y Bustamante 1891, p. 123; BDH).
(10) Muchas localidades de África y Asia han sido visitadas por el doctor Koch, y de sus averiguaciones parece confirmarse la idea de que los mosquitos, al picarnos, introducen en nuestra sangre el agente causal de las tercianas, cuartanas y de fiebre malárica (“La semana sanitaria… Roberto Koch y el paludismo”, La Verdad [Tortosa ], 21.XI.1900; BVPH).
Malarismo
Asimismo, en los estudios publicados por Kubieza a finales del ochocientos sobre la profilaxis de la fiebre amarilla, se documenta el vocablo malarismo, derivado de malaria y el sufijo -ismo -frecuente en formación de términos científicos (cf. Gutiérrez Rodilla 1998)-:
(11) Esta noxa malárica está reconocida y clasificada por los hombres de ciencia como Bacillus malariae; su presencia en el organismo humano sin localización, produce los efectos prácticos del malarismo, conocidos como intermitentes, etc. (Boletín de la Sociedad Sánchez Oropeza [Veracruz ], 15.VIII.1884; HNDM).
Malariosis
Finalmente, entre la nómina de voces emparentadas morfogenéticamente con malaria, destaca otro sinónimo, malariosis, formado mediante el sufijo -(o)sis3, recurrente en terminología médica para acuñar nombres de enfermedades (véase Gutiérrez Rodilla 1998, pp. 127-130). Este tecnicismo se atestigua ya en 1921, en un artículo publicado en El Noticiero Gaditano (BVPH), bajo el título “Notas del vapor Infanta Isabel Pinillos”, en el que se da cuenta del número de pacientes que hubo en la tripulación de la travesía de Galveston a la Habana y, de ahí, hasta Canarias, cuya embarcación
(12) tuvo a bordo varios enfermos, afortunadamente ninguno de verdadera gravedad. Rafael Palan, de empacho gástrico. Juan Trobat, Manuel Leal y José Martínez, de malariosis. José Barrios de coriza.
No obstante, el uso de este término es limitado y esporádico, pues entre las fuentes consultadas apenas se consigna otro testimonio inserto en un texto que destaca la dispersión notable de esta afección en Ayacucho (Perú) y de otras enfermedades infecciosas transmitidas por la picadura de mosquitos:
(13) en el transcurso de los últimos años se han reportado diferentes especímenes de vectores tanto en los valles interandinos y la selva a lo largo de los Río Apurímac y Mantaro. Según la vigilancia entomológica se han reportado vectores importantes de las enfermedades de malariosis, leishmaniosis, Chagas, bartonelosis, fiebre amarilla selvática; faltando solamente vector del dengue y la fiebre amarilla urbana, de este último ya se han reportado la infestación en una comunidad perteneciente al Distrito de Kimbiri al frente de Palmapampa capital del nuevo Distrito de Samugari, por lo tanto la infestación a otras localidades del VRAEM es inminente, por lo que amerita realizar vigilancia entomológica activa para detectar oportunamente y hacer un control adecuado (Gordillo Inostroza et al. 2012, p. 152; BDH).
Con todo, este inusual vocablo traspasa la barrera del diccionario, tal y como certifica la cédula extractada del Fichero general de la RAE, en que se hace explícita, además, la sinonimia o equivalencia semántica entre malariosis y paludismo, consignada en el Diccionario enciclopédico de la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana: “malariosis ~: f. Med. Paludismo”.
El “agua estancada de los pantanos” como causa de la enfermedad y como motivación terminológica
Paludismo
En el ecuador del siglo XIX, se registra en lengua española el galicismo paludismo4, cuyo étimo remoto es, en última instancia, la voz latina palus ‘pantano’. Como se pone de manifiesto en un buen número de testimonios -y de manera análoga a la etimología del vocablo malaria expuesta líneas arriba-, la creencia histórica sobre su etiología o causa de contagio motivó la creación de este término. Así, se recomendaba
(14) evitar la proximidad de las aguas estancadas, como lagunas, pantanos, arrozales, etc., porque los efluvios palúdicos que de ellas se desprenden por la descomposición de las sustancias vegetales, producen el paludismo ( [R.G. ] “Revista higiénica”, La Independencia Española [Madrid ], 6.IX.1872; BVPH).
Igualmente, en el Diccionario enciclopédico de Zerolo et al. (1895) se define como ‘infección morbosa producida por esos vapores [de las lagunas ]’, y de este modo penetra en los diccionarios académicos coetáneos, en los que se concibe como ‘conjunto de fenómenos morbosos producidos por las emanaciones palúdicas’ (DRAE-19145, s.v. paludismo).
Ya en los testimonios de la segunda década del siglo XX, fruto de las pesquisas de Laveran y Ross (cf. supra), principalmente, se precisa que la transmisión de esta enfermedad se produce por medio de la picadura del mosquito anofeles hematófago:
(15) el orden de los dípteros tiene un interés especial por encerrar una serie de especies que se alimentan de sangre de mamíferos, y entre ellos del hombre; y no es sólo esto lo malo, sino que como en el acto de la picadura, y para facilitar la succión de la sangre, tienen que inocular su saliva en los tejidos de la víctima, pueden introducir con ella en el organismo humano toda una serie de gérmenes patógenos que son causa de enfermedades, a veces graves: el caso más conocido en nuestra patria es el del paludismo en sus diversas manifestaciones, causado por la transmisión de la enfermedad que padece el propio mosquito que nos pica, y dolencia que causa verdaderos estragos en ciertas regiones mal saneadas, donde las aguas estancadas son semilleros de culícidos transmisores del mal… el paludismo es transmitido como hemos dicho por las especies del género Anopheles de las cuales existen representantes en casi todas las partes del mundo (Ceballos 1926, p. 66; CORDE, CDH ).
Y así se hará constar también en los diccionarios. Entre otros, el DRAE-1936 corregirá las definiciones precedentes, por la siguiente: ‘enfermedad febril e infecciosa producida por un germen que se inocula casi siempre por la picadura de ciertos mosquitos que se desarrollan en el agua estancada’ (s.v. paludismo), que actualizará después: ‘enfermedad febril producida por un protozoo, y transmitida al hombre por la picadura de mosquitos anofeles’ (DLE-2014, s.v. paludismo).
Asimismo, conviene remarcar que, con suma frecuencia, abundan los dobletes sinonímicos en los que se consignan los dos términos históricos analizados, como se aprecia en el siguiente fragmento:
(16) las principales enfermedades que tienen un carácter endémico por la falta de medidas profilácticas, son las siguientes: la malaria o paludismo, a causa de la abundancia del mosquito Anopheles (Ortega 1922, p. 234; CORDE, CDH).
Por lo que respecta al control de esta enfermedad, entre la documentación recopilada, se corrobora que en España se erradicó en 1964, y desde entonces
(17) su incidencia ha sido muy baja, pues los casos aparecidos no llegan al centenar anual. Se trata, generalmente, de una malaria importada por inmigrantes y viajeros, y por intercambio de jeringuillas entre adictos a drogas por vía venosa (Geo, 102, 3.VII.1995; CREA).
De hecho, en las publicaciones periódicas de las dos últimas décadas suele caracterizarse como la “enfermedad del turista” que viaja a lugares tropicales. Además, el cambio climático, entre otros factores, está provocando que esta enfermedad persista e, incluso, se propague a otros lugares no endémicos hasta el momento, tal y como reza el siguiente extracto:
(18) la malaria o paludismo es una de las enfermedades tropicales que con más frecuencia llega a países donde no son endémicas, como a Estados Unidos o a los europeos. Se da, sobre todo, en el África subsahariana, de donde se importa el 85% de los casos, y en menor medida en regiones de Asia y Latinoamérica. España fue declarada zona libre de paludismo en 1964, pero su diagnóstico vuelve a ser relativamente frecuente debido al aumento de los viajes por turismo, negocios, cooperación o por las migraciones. La enfermedad se contrae a través de la picadura de las hembras del mosquito Anopheles, que transmite hasta seis tipos de un protozoo llamado Plasmodium (Lola Hierro, “Más malaria en Occidente”, El País, 13.VI.2014).
Impaludismo
Probablemente por influjo del francés, la forma impaludismo6 se documenta, desde 1868, como sinónimo de malaria (así como de su haz de derivados: malarismo, malariosis) y de paludismo:
(19) examinaremos las causas de enfermedad y de muerte en los pueblos y distritos rurales, y sin grande esfuerzo nos hallaremos desde luego con el impaludismo, engendrado y sostenido por la evaporación de inmensas superficies de agua estadiza, por los cultivos insalubres, principalmente el del arroz, cuyos granos representan otras tantas gotas de sangre humana, por el mal encauzamiento de nuestros ríos, por los defectos de la canalización de sus aguas, etc. (Monlau 1868, p. 12; BDH).
Igualmente, el resto de testimonios en los que se atestigua esta voz, según las creencias de la época a la que se circunscriben, señala como principal factor etiológico de esta afección la inhalación del aire insalubre que generan las aguas estancadas o estadizas de lagunas y pantanos:
(20) las ciudades son una agrupación de edificios en los cuales viven todas las personas que constituyen la sociedad de las mismas. Deben construirse sobre elevaciones del terreno expuestas a los vientos, a fin de que puedan ser ventiladas con facilidad: el terreno, a ser posible, debe escogerse rocoso, para que las aguas pluviales corran con facilidad sin estancarse y no den lugar a focos de impaludismo (Jimeno y Brun 1878, p. 186; BDH).
Y así se certificará en algunos diccionarios del español de comienzos del siglo pasado, como el publicado por Alemany y Bolufer (1917 s.v. impaludismo), , o por Rodríguez Navas (1918, ‘predisposición a adquirir fiebres intermitentes por residir en lugares pantanosos o próximos a pantanos’, s.v. impaludismo) (cf. NTLLE).
Paludís
Por lo demás, aunque restringido a la variedad geolingüística y diatópica del español de El Salvador y de Guatemala, circula el término paludís (también compilado con la forma paludis; cf. DA, s.v.), por apócope o acortamiento del vocablo paludismo, del que evidentemente es sinónimo, como puede verse en los siguientes ejemplos:
(21)Y empezó a contar de otros enfermos. De otras enfermedades. De las siete plagas de Egipto. De las medicinas. De que los médicos no saben nada. De que los boticarios son unos ladrones. De que había unas oraciones y unas yerbas que ella sabía… -¿Para el paludís? -Y para la riuma, y para un montón de males… Que si la comadre toma siquiera una “guacalada” del cocimiento, la fiebre se le va así… (Lindo 1958, p. 188; CORDE).
(22)Si el día en que mataron a doña Antonia estaba tan enfermito que por poco se muere. Hervía de calentura, y se agitaba con calofríos. Parece que le dio el paludís (Mendoza 2013, p. 91; CORPES XXI).
Paludigenosis
Entre la nómina de derivados que conforman la familia léxica procedente del latín palus ‘pantano’, atestiguamos el término paludigenosis -compuesto a partir del sufijo -(o)sis y la base adjetival paludígeno ‘producido por las lagunas o por su influencia’ (NDHE, s.v.). Tal y como revelan los escasos testimonios consignados, al parecer, este término apenas tuvo difusión en lengua española, pues sólo hemos documentado un par de entradas lexicográficas en que se define este tecnicismo como ‘enfermedad producida por los vapores que exhalan las lagunas, o por beber de sus aguas’ (Rodríguez Navas 1918, s.v. paludigenosis; NTLLE). Esta definición suscita, sin embargo, ciertas dudas sobre si debería considerarse uno más de los equivalentes semánticos de las voces analizadas en este estudio, puesto que la ingesta del agua no potable de las lagunas podría desencadenar no solamente paludismo, sino también otro tipo de enfermedades gastrointestinales, como, por ejemplo, el cólera.
Fiebre palúdica/ fiebre palustre
Por último, de manera análoga a fiebre malárica (cf. supra), se documenta, por lo menos, un par de formas complejas, fiebre palúdica y fiebre palustre, que tradicionalmente se emplearon para dar nombre a esta enfermedad infecciosa. Era, en definitiva, como señala Ligero en su revisión acerca de la malaria, la “«fiebre de los pantanos», la «pestilencia febril», la «fiebre» simplemente del lugar, que era constante, y era también la «fiebre palustre»” (“El paludismo: algo sobre su historia”, La Guinea Española: periódico quincenal defensor y promotor de los intereses de la colonia [Santa Isabel ], 1.VI.1959; JABLE).
Así pues, entre los fragmentos atestiguados, sobresalen los testimonios en los que se señala tanto el desconocimiento de la etiología de esta afección -“ninguna enfermedad diezma tanto a los pescadores como las fiebres palúdicas, y lo peor de todo es que ignoran la causa de ellas” (Buitrago 1938, p. 186; CORDE, CDH)- como los textos, de carácter historiográfico, por lo general, que relatan el hito que supuso averiguar cuál es el vector que la transmite:
(23) los gérmenes productores de las fiebres palúdicas son unos diminutos Protozoos que se alojan en la sangre del hombre; al picar a un enfermo palúdico un mosquito del género Anopheles absorbe con la sangre una cierta cantidad de aquellos gérmenes, los cuales, después de experimentar en el cuerpo del mosquito una serie de transformaciones que ahora no hemos de analizar, se instalan en las glándulas salivales del insecto… Los parásitos productores de las fiebres palúdicas son transmitidos de unas a otras personas por mediación de un mosquito denominado anofeles (Anopheles), muy semejante al mosquito común (Fernández Galiano 1929, p. 223; CORDE, CDH).
E, incluso, su tratamiento:
(24) Koch había descubierto su famoso bacilo, agente de la tuberculosis; se conocía el de Eberth, causante de las fiebres tifoideas; y el que produce los terribles azotes del cólera… Los miasmas de las tierras pantanosas, a los que se achacaban las fiebres palúdicas, se hicieron “palpables” en forma de protozoos, que ciertos mosquitos inoculan al hombre… Por fin se supo que la quinina es uno de ellos; y que no sana las fiebres palúdicas simplemente calmando, ocultando o borrando los síntomas del mal, sino atacándolo de raíz, esto es, destruyendo el intruso en la misma sangre (Font Quer 1962, p. 107; CORDE, CDH).
El “protozoo del género Plasmodium” como causa de la enfermedad y como motivación terminológica
Plasmodiosis
De manera análoga a los derivados en -(o)sis analizados supra, malariosis y paludigenosis, entre la bibliografía científica dedicada al estudio de la malaria de las últimas dos centurias, se documenta el tecnicismo plasmodiosis, ya divulgado en lengua inglesa (plasmodiosis) al menos desde 1901, y en francés (plasmodiose), poco después, desde 1907 (cf. NDHE, s.v. plasmodiosis7).
En este caso, se toma como base derivativa o raíz el término que, en 1885, propusieron Marchiafava y Celli para denominar el hematozoario del paludismo, a partir de las observaciones de Laveran, esto es, el latín científico Plasmodium. Del mismo modo que en las voces malaria y paludismo, subyace, como motivación terminológica, un criterio etiológico en la formación del neologismo. De hecho, como explica López Piñero, el propósito de la patología durante la segunda mitad del siglo XIX
(25) fue conseguir una explicación científica de las enfermedades y sus causas sólidamente cimentada en los saberes biológicos, químicos y físicos. Por ello, la investigación experimental de laboratorio pasó a ser una fuente primordial de la ciencia médica. Ackerknecht ha llamado a esta segunda etapa “medicina de laboratorio”, en contraposición a la “medicina hospitalaria” propia del período anatomoclínico anterior (1992, p. 196).
Así pues, la contribución más característica de la mentalidad etiológica fue
(26) la relativa a los microorganismos responsables del fenómeno del contagio. Las causas de las enfermedades infectocontagiosas fueron así explicadas por la microbiología médica, que se constituyó durante el último cuarto de la centuria por obra fundamentalmente de las escuelas del francés Louis Pasteur y del alemán Robert Koch (p. 198)8.
No obstante -a pesar de que es más preciso y riguroso desde el punto de vista clínico-, este tecnicismo apenas tuvo acogida y se documenta de modo muy esporádico y puntual. De hecho, se registra comúnmente junto a los términos paludismo y malaria, de mayor difusión y aceptación en el lenguaje de la medicina (y en la lengua general), con el fin de aclarar o desambiguar el contenido del mensaje, tal y como se aprecia en los siguientes extractos:
(27) Por invitación de la Asociación Amigos de Colombia vino a México el doctor Manuel Elkin Patarroyo Murillo, destacado científico de nivel internacional, creador de la primera vacuna sintética contra la plasmodiosis (paludismo, malaria), y ofreció una conferencia en el Auditorio de la Facultad de Medicina cuya síntesis se ofrece (María de la Paz Romero Ramírez, “Manuel Elkin Patarroyo”, Revista de la Facultad de Medicina de la UNAM, VI.2000; HNDM).
(28) Se está hablando mucho de las emigraciones, esta pudiera ser una de las negligencias que, en breve tiempo, pudiera ser, la malaria e incluso el paludismo. Además, la globalización de mercados y el emergente proceso de cambio climático, pueden permitir la colonización de nuestro territorio por parte de especies transmisoras de plasmodiosis o paludismo, hay quien le llama la enfermedad de río. Transmitida por insectos, es una de las enfermedades que más muertes produce en el mundo (José Medina Pedregosa, “Enfermedades y epidemias del s. XXI”, El Diestro [Madrid ], 16.X.2018).
Por lo demás, cabe añadir que, en ocasiones, suele consignarse con el modificador humana para diferenciarse de la plasmodiosis aviar o en las aves, que, según parece, también se ven afectadas por las diversas especies del género Plasmodium y desencadenan un cuadro sintomático semejante al padecido por el hombre:
(29) Además, la globalización de mercados y el emergente proceso de cambio climático pueden permitir la colonización de nuestro territorio por parte de especies de Anopheles transmisoras de plasmodiosis humana en regiones tropicales y subtropicales. Con el objetivo de profundizar en el conocimiento de la riqueza faunística, distribución espacial y bioecología de los culícidos anofelinos, se llevaron a cabo diversos muestreos larvarios intensivos en la Comunidad Valenciana, región con suficiente heterogeneidad hídrica y datos históricos de prevalencia palúdica, como para respaldar su elección (Rubén Bueno Marí y Ricardo Jiménez Peydró, “Malaria en España: aspectos entomológicos y perspectivas de futuro”, Revista Española de Salud Pública [Madrid ], X.2008).
(30) Los síntomas de la plasmodiosis en las aves incluyen fiebre, anemia (normocítica-normocrómica), vómitos, anorexia, depresión, diarrea, dificultades respiratorias, mucosas cianóticas y posterior muerte. En casos de brotes de esta enfermedad se observa que la prevalencia es mayor en aves jóvenes, con gran mortalidad; en los adultos, por lo general las tasas de mortalidad son bajas y generalmente se asocia a cuadros asintomáticos. Las lesiones patológicas más importantes se observan en hígado, bazo y riñones, cuyos volúmenes se encuentran aumentados con presencia de zonas infartadas; también se presentan zonas de isquemia por embolismos provocados por las formas extraeritrocitarias del parásito (Eduardo Raffo Carvajal y Pamela Muñoz Alvarado, “Reporte de caso pesquisa Plasmodium spp. en pingüinos de Magallanes…”, Boletín Veterinario Oficial [Santiago de Chile ], XII.2009).
Plasmodiasis9/ plasmodidiasis
En esta misma línea, a partir del término científico Plasmodium, se consigna otro par de alternativas terminológicas: el binomio sinonímico plasmodiasis y plasmodidiasis, propuesto y divulgado, en 1932, en una crónica de autoría anónima acerca de la nomenclatura del paludismo que publicó el Boletín de la Oficina Sanitaria Panamericana (Washington):
(31) Después de repasar la literatura antigua, Cardamatis declara que debería emplearse el nombre de Plasmodiasis o Plasmodidiasis en vez de paludismo, por conformarse mejor al asunto, y por concordar absolutamente con los términos científicos otorgados a otras enfermedades parasitarias. En vez de fiebre palúdica o fiebre palustre, también podría emplearse la designación de fiebre anofeliana.
De manera análoga, recientemente, diversos especialistas argumentan y defienden la pertinencia del empleo de estos términos, por la mayor precisión y rigor que suponen:
(32) El paludismo es llamado así en América, en el viejo mundo se llama malaria; ninguno de los dos nombres es adecuado parasitológicamente porque los nombres de las parasitosis se toman del género, que es Plasmodium, y se le agregan los sufijos osis o asis, iosis o iasis, según la fonética lo acepte; por tanto el paludismo debe llamarse Plasmodiasis (Antonio Cruz López, “Importancia del paludismo en el mundo”, La Jornada de Oriente [Tlaxcala ], 2.VI.2015; HNDM).
Estas propuestas designativas, sin embargo, no han resultado fructíferas, puesto que el empleo de los tecnicismos plasmodiasis y plasmodidiasis (así como plasmodiosis) es, como revela la documentación espigada, anecdótico: apenas se registra en una decena de textos especializados del ámbito sanitario, publicados durante el último siglo.
Conclusiones
Como se ha procurado poner de manifiesto en el estudio precedente, la enfermedad infecciosa transmitida por la picadura del mosquito anofeles ha recibido distintos nombres en la historia del léxico médico en lengua española, y en otras lenguas románicas, según se haya sospechado que la causa u origen de la enfermedad estuviera en el aire (malaria, malariosis, fiebre malárica, malarismo) o en las aguas estancadas de los pantanos ( fiebres palúdicas o palustres, paludismo, impaludismo, paludís), e, incluso, en el propio suelo ( fiebre telúrica), hasta llegar al conocimiento exacto y preciso que produce su contagio, a comienzos del siglo XX (de ahí los términos plasmodiosis, plasmodiasis y plasmodidiasis).
Si bien la malaria es una enfermedad conocida ya desde tiempos muy remotos, no siempre ha habido homogeneidad y univocidad en la transmisión y descripción de este concepto médico en la bibliografía especializada. Así, durante las dos últimas centurias, prolifera un buen número de términos emparentados semánticamente. En efecto, la sinonimia de estas designaciones se hace evidente a lo largo de los siglos XIX y XX. Recordemos que la voz malaria se documenta por primera vez en 1832 -de ella derivarán las formas malarismo, consignada de modo puntual en 1884, malariosis, registrada entre 1921 y 2012, o el compuesto sintagmático fiebre malárica, atestiguado en 1875-, pero, apenas tres décadas después, en 1861, se documenta el -también prolífico- término paludismo, del que es sinónimo y con el que convivirá hasta nuestros días. Más tardíos y esporádicos resultan los primeros testimonios de los tecnicismos impaludismo (cuyo uso se constata de 1868 a 1934), plasmodiosis (vigente entre 1909 y 2018), paludís (consignado entre 1930 y 2013), plasmodiasis (atestiguado entre 1932 y 2015) o plasmodidiasis (documentado en una única ocasión, en 1932), tal y como se aprecia en las entradas lexicográficas que para estos términos se ofrecen en el NDHE.
En la actualidad, no obstante, el término empleado con mayor frecuencia en la comunicación internacional (acaso por influencia de su homónimo inglés) y en todo el ámbito panhispánico es malaria. Como se aprecia en las estadísticas y en la documentación que ofrece CORPES XXI -a saber: malaria, más de 1 800 ocurrencias (con fn, o frecuencia normalizada, de 6.11 casos por millón), frente a paludismo, 704 testimonios (con fn de 2.44 casos por millón)-, este vocablo se registra en todos los países de habla hispana, tanto en publicaciones periódicas no especializadas como en artículos de investigación que presentan los avances que se están llevando a cabo para combatir esta enfermedad -por ejemplo, nuevos fármacos, como Artesunate, o vacunas- y noticias que se hacen eco de las donaciones de personalidades señeras, cuyo propósito es contribuir a estos avances.
La información extraída de las estadísticas que generan los bancos de datos del español consultados nos sugiere que, en lo que respecta a la distribución geográfica del uso de los términos analizados en esta investigación, desde sus primeras documentaciones -en el siglo XIX- hasta los albores del siglo XXI, en España hay una preferencia por el vocablo paludismo, en lugar del término malaria -1.09 vs. 0.97 por millón, según la fn extraída del CDH, en el que se incluyen los datos de CORDE y CREA-, y que, por el contrario, en México, Centroamérica y el Caribe continental, entre otros lugares, sobresale el empleo de malaria10, en detrimento de paludismo -3.16 vs. 2.72 por millón (Méx./ Centroam.); 3.00 vs. 2.50 por millón (Caribe cont.), según la fn que aporta el CDH.
Por lo demás, destacan algunos términos hoy extintos o de carácter obsoleto (entre otros, las formaciones sintagmáticas patrimoniales fiebre malárica, fiebre palúdica, fiebre palustre, y los vocablos malarismo, malariosis, impaludismo), otros restringidos diatópicamente (paludís; de uso exclusivo en El Salvador y Guatemala), así como una serie de tentativas neológicas infructuosas (plasmodiosis, plasmodiasis y plasmodidiasis).
Se aprecia, en definitiva, una progresión desde la orografía o climatología hasta la microbiología y entomología en las denominaciones que, históricamente, se han conferido a esta afección, fruto de la motivación terminológica que, en las distintas épocas, ha experimentado el léxico hispánico relativo a la medicina. La aportación esencial de la patología del siglo XIX fue, como recalca López Piñero (1992, p. 193), “la construcción de una explicación de las enfermedades como trastornos dinámicos del cuerpo humano mediante los recursos de las ciencias modernas de la naturaleza”.