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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.70 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2022  Epub 14-Mar-2022

https://doi.org/10.24201/nrfh.v70i1.3794 

Reseñas

Jesús Morales Bermúdez (coord.), Memoria, selva y literatura: entre el mito y el conocimiento. Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas-Juan Pablos Editor, Tuxtla Gutiérrez, 2019; 181 pp.

Alejandro Vergil Salgado1 
http://orcid.org/0000-0002-4950-212X

1El Colegio de México avergil @colmex.mx

Morales Bermúdez, Jesús. Memoria, selva y literatura: entre el mito y el conocimiento. Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, Juan Pablos Editor, Tuxtla Gutiérrez: 2019. 181p.


La tensión de la relación del hombre con la naturaleza ha persistido en la literatura como un tópico predominante. La selva permea a lo largo de la historia literaria como un espacio preferido por los escritores y se ha configurado como personaje para poner en crisis la condición humana desde múltiples perspectivas artísticas, desde el Génesis o el Ramayana, pasando por la selva oscura de Dante, la literatura de viajes, los libros de caballería y las crónicas. ¿Cómo tratar un tema tan vasto que se remonta desde los primeros testimonios literarios hasta el siglo XXI? Memoria, selva y literatura ofrece un panorama de estudios que dialogan con otras áreas del conocimiento para valorar el lugar de la selva en los discursos literarios, lejos de otorgar una perspectiva única, homogénea y diacrónica.

En el título se anuncia que la memoria, la selva y la literatura oscilan entre dos marcos conceptuales: el mito y el conocimiento. Debido a la amplitud de ambos conceptos, se consideran diferentes enfoques para su estudio. El libro coordinado por Jesús Morales Bermúdez responde a esta inquietud y se inserta en la discusión crítica de los estudios literarios en relación con otras disciplinas: el psicoanálisis, la fenomenología, la historia, la hermenéutica o los estudios religiosos. Así, la intención del coordinador es ofrecer, desde una mirada interdisciplinar, un conjunto de ensayos en torno a obras de creación literaria que ayude a generar conocimiento. En tanto, la memoria es considerada como el sitio donde convergen exploraciones cognitivas, los ritos y el mito.

Para expandir horizontes y propiciar el diálogo es necesario atender a las contribuciones académicas de otras instituciones fuera de la capital de nuestro país. Los investigadores que colaboran en Memoria, selva y literatura, obra publicada en Tuxtla Gutiérrez por el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA), aportan una mirada descentralizada. Cuando Morales enuncia la literatura como factor que produce conocimiento, eje que atraviesa todo el libro y le da cohesión, la premisa no deja de tener un tinte general, pero confiere orientación a la miscelánea presentada. Además, nos acerca a los estudios y propuestas recientes de académicos del noroeste y sureste mexicano.

En cuanto al aspecto estructural, Morales enmarca su libro entre dos conceptos para describirlo y usa un juego fonético-semántico para interrelacionarlos. Por un lado, recupera la definición de silva, forma poética de extensión variable cuyos versos endecasílabos alternan heptasílabos con otros esquemas métricos. Cada uno de los capítulos varía en cantidad de páginas “sin por ello perder equilibrio ni sustancia: una silva de alternación métrica es su capitulación” (p. 9). Por el otro, considera la selva según tres acepciones: como constructo imaginativo, real o figurado, de las sociedades humanas; como espacio natural, en su aspecto prístino o mítico; y como una construcción lingüística lograda en la creación de novelistas y poetas. La ventaja de dicho juego sustenta la secuencialidad de capítulos heterogéneos; sin embargo, también implica el riesgo de que el lector se sienta desorientado al momento de desentrañar los posibles temas en común.

A pesar de que la disposición de los capítulos es congruente con lo que Morales anuncia en su “Prólogo”, la memoria, la selva y el mito no aparecen de forma consistente en todos ellos en cuanto aspectos conceptuales; en algunos se consideran de manera sustancial, mientras que se remiten tangencialmente en otros apartados. Sin embargo, cada investigador dialoga con otras áreas del conocimiento teniendo como base la literatura. Lo anterior permite sopesar los estudios incluidos con un carácter vario y cumplir con el objetivo del coordinador de “establecer líneas de encuentro entre diversas disciplinas” (p. 9). En el “Prólogo” se justifica la unidad de los capítulos y se muestra un panorama de los contenidos. Aunque también se recuperan las ideas centrales y las metodologías seguidas por cada autor, no siempre existe la suficiente claridad para transmitirlas.

Memoria, selva y literatura está compuesto por cinco capítulos. Los apartados que inauguran y cierran el libro tienen como punto de partida la mirada, entendida como un condicionamiento de la forma en que percibimos y experimentamos tanto el mundo como los fenómenos literarios, es decir, un constructo. Entre tanto, los capítulos centrales se dedican a hacer análisis literario de géneros narrativos y procuran establecer contacto con otras disciplinas.

El primero es de Magda Estrella Zúñiga, “Mirada y subjetividad. Reflexiones desde la literatura y el psicoanálisis” (pp. 13-31). La autora, desde una posición fenomenológica y psicoanalítica, problematiza la función de la mirada al estudiar la diferencia entre los actos de ver, observar y mirar, para después reflexionar sobre su influencia en la construcción de la subjetividad. Para ejemplificar que la mirada “es situada en el otro, o en lo otro, por un movimiento de interioridad del ser humano” (p. 25), Zúñiga recurre a fragmentos de tres obras de géneros distintos: Al sur de la frontera, al oeste del sol de Haruki Murakami, Proverbios y cantares de Antonio Machado y La cámara lúcida de Roland Barthes. Aunque el lector puede seguir el hilo argumentativo, resulta difícil que encuentre la conexión entre los ejemplos. Las citas elegidas serían esclarecedoras si estuvieran acompañadas de un comentario más extenso. Lo anterior facilitaría la comprensión del movimiento interno descrito y los rasgos en común entre las obras.

El ejercicio que Zúñiga realiza a partir de Historia del ojo (1995), de Georges Bataille, y Ensayo sobre la ceguera (1995), de José Saramago, resulta sugerente. Al detenerse en pasajes específicos de las novelas es convincente la mayor preocupación de la autora: que “la mirada es situada en otro por el inconsciente” (p. 30). El análisis conduce a Zúñiga a preguntarse si una obra literaria puede constituirse como un “otro”. Sin duda, tal interrogante sale de los parámetros meramente literarios, pero es interesante considerar la obra, desde su aspecto textual, como puente entre el autor y el lector en un plano psicológico.

En cuanto a “Selva y literatura: mito y conocimiento” (pp. 111176), coescrito por Jesús Morales y Karla Elisa Morales, el último capítulo da pie al nombre (casi completo) del libro. Se trata de un recorrido por la obra de escritores que han abonado a la representación y construcción de una región específica: la selva Lacandona. Desde una aproximación más bien antropológica, Morales y Morales se detienen en las transformaciones del imaginario selvático en textos literarios e históricos. De esta manera, los autores realizan un recuento exhaustivo de cronistas, testimonios de viajeros y exploradores, poetas y novelistas, tanto chiapanecos como extranjeros, que han puesto a la selva en el centro de sus creaciones.

Diarios, crónicas, poemas, pasajes narrativos y hasta discursos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) convergen en este capítulo para revelar la importancia de la selva como espacio mítico, social o religioso en el imaginario artístico, político y cultural. Los autores exhiben distintas “maneras de construir la selva, de mitificar su sentido y aura, de naturalizar formas arcaicas de relaciones sociales, derivadas de la voz misma de la selva, cual espacio inhóspito y salvaje” (p. 116). Así, el itinerario abarcador de Morales y Morales deriva en una excelente guía para aquel que quiera rastrear el motivo de la selva en México.

Los capítulos intermedios resultan alicientes por la forma en que los autores analizan la presencia de la muerte, la violencia, lo profano, lo religioso y lo secular en los objetos de estudio que seleccionaron. Los juzgo sobresalientes por tratar elementos narrativos en correlación con otras áreas del conocimiento, a pesar de que los planteen con metodologías distintas. Ana Alejandra Robles, por ejemplo, clasifica las muertes que ocurren en Un viejo que leía novelas de amor (1989) en función de sus diferentes significaciones, mientras que Jesús Abad Navarro parte de la escena de crucifixión de Oficio de tinieblas (1962), para indagar en las relaciones entre los elementos violentos y sagrados a partir de sus reflexiones sobre el fenómeno de la violencia desde diferentes campos epistemológicos. Finalmente, Fortino Corral se acerca a la tradición como género literario particular desde un enfoque semiótico-culturalista, que se consolida en la historicidad de la conformación de los Estados nacionales hispanoamericanos.

En el primer caso, “La muerte en Un viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda” (pp. 33-56), Alejandra Robles vincula la literatura con la historia y la etnografía, pues repara en el contexto histórico en el que aparece la novela y en la ambientación del plano espacio-temporal. También atiende a las descripciones que se han hecho sobre los indios shuar fuera del ámbito literario. Éstas iluminan la relación armónica que el pueblo ficticio representado, El Idilio, tiene con la naturaleza. En la novela del escritor chileno la selva se configura como un espacio sagrado, pero también como “un lugar que los acoge… La intención de los shuar no es explotar este espacio, sino la de tomar de él y darle en la misma medida” (p. 38). ¿Pero qué pasa cuando un extranjero llega a invadir la selva? No sólo desequilibra el ecosistema, sino que la muerte se manifiesta de otras formas que no coinciden con “el ciclo natural de la vida”.

Por lo anterior, Robles pondera el punto de vista desde el cual Sepúlveda trata la muerte, y lanza como hipótesis que ésta aparece “siempre en función de la relación que tiene el ser humano con la naturaleza” (p. 52). Así, la autora propone una lectura sobre las causas que provocan la muerte en la novela y las clasifica. Más que encasillar los casos en alguna categoría determinada, Robles es meticulosa para observar en función de qué aparecen las muertes, cuáles son sus significaciones y sus posibles implicaciones. De esta manera, lleva de la mano al lector con citas de la obra de Sepúlveda que son adecuadas para evidenciar sus argumentos. Aunque las visiones sobre la muerte podrían dar lugar a un estudio mucho más amplio, se abre la discusión sobre la conciencia ecológica y la edificación de una posible aproximación ecocrítica de Un viejo que leía novelas de amor.

En el capítulo tercero, “La violencia del sacrificio en Oficio de tinieblas (1962) de Rosario Castellanos” (pp. 57-76), Jesús Navarro centra su estudio en la escena de la crucifixión de Domingo, un niño chamula. Ve en ella el espacio propicio para observar la dinámica entre lo sagrado y la violencia (p. 59). El punto decisivo analizado es la crisis sacrificial que dicho acto muestra. Según Navarro, los chamulas sacrifican a Domingo con la intención de tener un efecto positivo que calme las tensiones internas de la comunidad y satisfaga sus propios deseos. No obstante, se hace presente la ambigüedad de la violencia. El sacrificio es violento al mismo tiempo que adquiere una dimensión sagrada, en cuanto que la víctima es un inocente. Dicho de otra manera, la violencia sagrada intenta responder a la violencia ejercida por los hacendados entre los chamulas (p. 68).

La inmolación no detiene la escalada de violencia en la novela de Castellanos, aun la perpetúa. Todos los chamulas aceptan el sacrificio de Domingo, pero “se anega de crimen y pierde lo sagrado” (p. 74). Por lo tanto, es acertado cómo Navarro relaciona diferentes epistemologías sobre la violencia con el análisis literario. Entre ellas considera la ético-filosófica, la histórico-epistemológica y la epistemológico-literaria. La última es de particular interés porque, para el crítico, la violencia se representa de diversas maneras en la literatura, lo cual produce diferentes efectos morales en los receptores. Concluye que el sacrificio en Oficio de tinieblas no cumple con la función a la cual estaba destinada, pues pone en crisis el propio ritual.

Por último, en relación con el capítulo titulado “La tradición hispanoamericana de tinte fantástico, en las fronteras del discurso secular” (pp. 77-109), el “Prólogo” estipula que Fortino Corral “se inmerge en las Tradiciones peruanas, la singular obra decimonónica de Ricardo Palma, particularmente en aquellas de tinte fantástico” (p. 10). Descrito así, el lector espera un estudio sobre las Tradiciones peruanas (1872), cuando, en realidad, el centro de la investigación es el género de la tradición, donde se estudian diferentes textos y de diversas regiones en una época determinada. Corral define la tradición como forma textual particular que combina la leyenda oral, el documento histórico, la crónica y el cuento, entre otros géneros narrativos (p. 79). Para el análisis de los textos seleccionados, el autor desarrolla una metodología entre tres diferentes sistemas fronterizos del discurso secular: la frontera con el imaginario popular mestizo, la frontera con la esfera religiosa colonial y la frontera con los imaginarios autóctonos.

La parte más enriquecedora del capítulo de Corral son las evidencias de cómo la escritura incorpora la oralidad, por ejemplo, de una leyenda. En el caso de “La Calle de don Juan Manuel”, publicada originalmente en 1833, el autor advierte las modificaciones en las que se invalidan elementos sobrenaturales durante el traspaso de un sistema oral a uno escrito, pero que, según él, es en beneficio del texto. El hecho de estar firmada por un hombre letrado demuestra el afán por la veracidad de hechos históricos en ese tiempo (p. 88). El lector puede fascinarse con otros contrastes y comparaciones que el crítico realiza a lo largo de su estudio, donde se pone en tensión la problemática entre oralidad y escritura. El estudio es útil y revelador para estudiantes e investigadores que no conocen este género narrativo, pues también funciona como un primer acercamiento claro y conciso al tema.

Aunque la silva como andamiaje estructural se cumple durante la lectura de Memoria, selva y literatura, esta noción resultaría más coherente si todas las propuestas de los autores trataran la cuestión de la memoria, la selva y el mito, a pesar de los capítulos heterogéneos. Por un lado, la memoria es explícitamente estudiada por Corral, mientras que en los demás es un elemento dado por sentado. Por el otro, la selva es magníficamente trabajada por Robles desde el análisis literario, y para Morales y Morales es un aspecto central para poder observar su configuración como tropo. Sin embargo, los demás capítulos se distancian porque la naturaleza apenas aparece. En cuanto al mito, al ser enunciado como uno de los polos entre los que oscilan los conceptos descritos en el título del libro, debería tratarse con el mismo énfasis, al igual que se toma la literatura como generadora de conocimiento.

El valor de Memoria, selva y literatura radica en el ámbito interdisciplinar que establece vínculos y reflexiones en torno a la literatura con otras colindancias. La forma en que los colaboradores tratan la muerte, lo profano, lo religioso o lo secular en las obras literarias analizadas, o bien ponen énfasis en la tensión entre la naturaleza y el ser humano o entre diferentes grupos sociales, propicia un intercambio fructífero entre los críticos literarios y otros humanistas. En los capítulos centrales el análisis literario se apoya en herramientas de otras disciplinas; en el apartado inicial la literatura viene a ser el pre-texto para reflexionar sobre el psicoanálisis; en cambio, el de cierre evidencia la importancia de otras áreas del conocimiento para comprender un fenómeno literario.

En consecuencia, el libro coordinado por Morales nos recuerda que la literatura nutre diversas disciplinas, y viceversa. La literatura no puede ser un “ente” aislado. Las deliberaciones de los colaboradores son loables al trascender la literatura hacia aspectos sociales, históricos, ecológicos o filosóficos. Las líneas marcadas por los investigadores apuntan hacia nuevos horizontes para quienes deseen indagar en vasos comunicantes interdisciplinares. Memoria, selva y literatura es una muestra de las reflexiones en torno a los estudios literarios que se hacen fuera de la capital. Refuerza la necesidad de establecer puentes con otras regiones y fomentar el diálogo entre colegas de varios ámbitos académicos.

Los apartados de esta obra proponen caminos para establecer relaciones interdisciplinares coherentes y sólidas que permitan mayor comprensión de una obra o de un fenómeno literario específico. Los ensayos intermedios constatan una buena muestra de cómo usar marcos teóricos y conceptuales de otras áreas del conocimiento, que no solamente son extirpadas para hacerlas funcionar en un análisis literario: se adoptan, se vinculan y se interrelacionan con los propios objetos de estudio. Así, el ámbito interdisciplinar, por el que se aboga hoy en día, encuentra aquí un cauce. El lector que se abra paso a través de dicha selva, de temas y análisis disímiles, explorará líneas de investigación y descubrirá otras formas para pensar la literatura.

Recibido: 22 de Febrero de 2021; Aprobado: 19 de Abril de 2021

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