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Anuario de letras. Lingüística y filología

versión On-line ISSN 2448-8224versión impresa ISSN 2448-6418

Anu. let. lingüíst. filol. vol.5 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2017  Epub 24-Ene-2022

https://doi.org/10.19130/iifl.adel.5.2.2017.1451 

Artículos

Saussure en el discurso del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires

Saussure in the discourse of the Institute of Philology of the University of Buenos Aires

Emiliano Battistaa  *

aUniversidad de Buenos Aires-Conicet email: ironlingua@hotmail.com


Resumen

La crítica acuerda en otorgar un valor simbólico a la publicación del Curso de lingüística general (1916) de Saussure (Benveniste, 1980; Koerner, 1982; Thibault, 1997; Engler, 2004; Joseph, 2012), pues considera que los postulados fundacionales y las asunciones epistemológicas de la obra han conllevado sustanciales modificaciones en el desarrollo moderno de la disciplina. El surgimiento de la lingüística en Argentina a partir de la creación del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires no estuvo ajeno a la impronta epistemológica de corte saussureano. En sintonía con el clima de opinión de la época (Becker, 1971) –signado por el debate entre positivismo e idealismo como dos perspectivas antagónicas para el estudio del lenguaje–, la actividad del Instituto durante su etapa de emergencia y consolidación (1922-1946) procuró evaluar (e incorporar) los aportes de las teorías lingüísticas contemporáneas. Así, en determinadas intervenciones de Manuel de Montolíu (1926a, 1926b) y Amado Alonso (1928, 1932, 1943, 1945) –dos directores del organismo– podemos relevar una primera recepción y (eventual) difusión del Curso. Específicamente, estos dos filólogos españoles en principio asimilaron en clave de modernización científica el pensamiento saussureano, pues consideraron que era representativo de una visión espiritualista del lenguaje; luego, en sucesivas contribuciones, Alonso practicó nuevas lecturas e interpretaciones de la obra hasta que, en 1945, cuando prologó la traducción española que él mismo efectuó, dejó bien en claro que el Curso encarnaba, a su criterio, la consagración del positivismo.

Palabras clave: Saussure; Instituto de Filología; Argentina; Montolíu; Alonso

Abrstract

Criticism agrees to grant a symbolic value to the publication of the Course of General Linguistics (1916) of Saussure (Benveniste, 1980; Koerner, 1982; Thibault, 1997; Engler, 2004; Joseph, 2012), since it is considered that the founding principles and the epistemological assumptions of the work have led to substantial changes in the modern development of the discipline. The emergence of linguistics in Argentina, since the creation of the Institute of Philology of the University of Buenos Aires, was not alien to the Saussurean epistemological turn. In line with the debate between positivism and idealism as two antagonistic perspectives for the study of the language, the activity of the Institute during its period of emergence and consolidation (1922-1946) aimed to evaluate (and incorporate) the contributions of contemporary linguistic theories. It is then possible to infer the first receptions and (eventual) spreading of the Course by analysing certain communications delivered by Montolíu (1926a, 1926b) and Alonso (1928, 1932, 1943, 1945), two of the directors of the Institute. Specifically, these two Spanish philologists were at first in tune with the scientific modernisation of Saussure’s thought, because they understood it was representative of a spiritualistic view of language. Sometime later, Alonso made new interpretations of Saussure’s work, until 1945, when he prefaced his own Spanish translation of the Course. In his prologue he posits that the Course embodied the consolidation of positivism.

Keywords: Saussure; Institute of Philology; Argentina; Montolíu; Alonso

1. Introducción

La discusión acerca de la naturaleza de la lingüística y del problema de la delimitación de su objeto encierra un debate que, si bien tuvo lugar desde que existe la reflexión sobre el lenguaje, pasó a ocupar el centro de la escena a comienzos del siglo XX. Existe un acuerdo crítico (Benveniste, 1980; Koerner, 1982; Thibault, 1997; Engler, 2004; Joseph, 2012; entre otros) en considerar que el inicio de lo que hoy se denomina lingüística moderna ha estado marcado por las sustanciales modificaciones que sobre la disciplina conllevó la irrupción de la figura de Ferdinand de Saussure (1857-1913) en la historia de las ideas sobre el lenguaje. Este hecho ha permitido asignar un valor simbólico a la publicación del Curso de lingüística general (1916) en tanto se considera que sus postulados fundacionales inauguraron un nuevo período en el devenir de la disciplina.1

En este sentido, puede decirse que el desarrollo del pensamiento lingüístico a lo largo del siglo XX continuó, en lo esencial, la perspectiva epistemológica atribuida a Saussure en su obra póstuma.2 Así, a partir de la afirmación saussureana de que “lejos de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista el que crea el objeto” (1945: 49),3 se aceptó que la lingüística es una disciplina cuyo objeto de estudio no está dado de antemano, sino que cada teoría lo define y/o restringe en virtud de un punto de vista particular al privilegiar aquello que reconoce como esencial para dar cuenta de su naturaleza. Paul Thibault, por ejemplo, señalaba al respecto que la propuesta saussureana pretendía que “el objeto de estudio lingüístico sea visto como constituido sobre la base de lo que puede ser técnicamente llamado su objetividad epistemológica más que ontológica” (1997: 14) (la traducción y las cursivas son mías). Émile Benveniste (1980: 51), por su parte, destacaba que la “gran novedad del programa saussureano” radicaba en el reconocimiento del hecho de que el lenguaje podía ser abordado de diversos modos; y que era el establecimiento previo de una perspectiva específica el que determinaba cuáles eran los aspectos privilegiados por cada teoría.

La consecuencia epistemológica de la observación saussureana fue el hecho de que la diversidad de perspectivas teóricas para abordar el lenguaje no resultó simplemente un fenómeno contingente del advenimiento de la noción de ciencia a la disciplina durante el siglo XIX, sino que se afianzó como un fenómeno esencialmente constitutivo de su desarrollo moderno durante el siglo XX. Así, el derrotero trazado por la lingüística desde 1916 en adelante, atendiendo a su grado de dispersión, puede ser interpretado como la confirmación empírica de la perspectiva saussureana.

En este sentido, podemos decir que la modernidad en la disciplina se caracteriza por la emergencia del sujeto (epistemológico) que construye una teoría lingüística determinada (Battista, 2008). Este aparece y se consolida como un factor determinante cuya presencia quiebra la ecuación lenguaje-verdad. Ya no se conciben verdades por fuera de las construcciones teóricas. El reconocimiento de la imposibilidad de abarcar la totalidad y la consecuente necesidad de construcción de un objeto provocan que omnisciencia y verdad, en acto simultáneo, se desmoronen. Y es en cuanto a este punto que puede advertirse que otro cambio radical de perspectiva tuvo lugar a partir de la impronta saussureana: en un momento en el que el método definía la ciencia, Saussure pasó a considerar que el objeto recortado por el analista iba de la mano del método apropiado para definirlo (Benveniste, 1980: 118).

Según veremos a continuación, el proceso de institucionalización de la lingüística en Argentina no estuvo ajeno a la impronta epistemológica de corte saussureano. Como es característico de los períodos de transición y/o transformación, signados por tensiones y conflictos (Toscano y García, 2011; Battista, 2013a), el surgimiento de la lingüística como disciplina académica en la Facultad de Filosofía y Letras manifestó posicionamientos metodológicos muy marcados e interesantes apropiaciones teóricas de las diferentes perspectivas en circulación durante la primera mitad del siglo XX. Tal es justamente el caso que resulta objeto de indagación del presente trabajo: esto es, la recepción y/o difusión del Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure en la actividad del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires.

La temática de las (primeras) recepciones de la obra saussureana fuera de Suiza ha sido motivo de tratamiento crítico anteriormente. Sofía y Swiggers (2016) se han detenido en el análisis de este proceso en diferentes países, tanto para la primera edición (1916-1922) como para la segunda (1922-1931). Específicamente, para el primer período, encontraron que, en Francia, las menciones “al maestro ginebrino” aparecieron en “antiguos discípulos parisinos de Saussure”, entre quienes destacaron a Antoine Meillet (1866-1936), Maurice Grammont (1866-1946) y Joseph Vendryes (1875-1960); en los países germánicos, hallaron que la referencia a Saussure fue “cuantitativamente menor” y que la principal “evaluación positiva” (aunque “no entusiasta”) de la obra se debió al danés Otto Jespersen (1860-1943); finalmente, señalaron que en Italia esta recepción estuvo signada por la contribución de Benvenuto Terracini (1886-1968), quien difundió el pensamiento del ginebrino reclamando el trabajo sobre una lingüística del habla (2016: 30-33). En cuanto al segundo período, relevaron una “nueva ola de difusión” en la que se apreciaba la “apertura” de la obra a un público más amplio: del ámbito anglo-americano, con los trabajos del inglés William Collinson (1889-1969) y del estadounidense Leonard Bloomfield (1887-1949); del ruso, gracias a Mikhail Peterson (1885-1962) y Samuil Bernstein (1910-1997); y del holandés, debido principalmente a Albert Kluyver (1888-1956) (2016: 34).

Tullio de Mauro (1967), por su parte, ha analizado la fortuna del Curso en diferentes países. Encontró que son muy numerosas las referencias a algunas “famosas distinciones” de la obra, tales como sincronía y diacronía, o lengua y habla. Sin embargo, el autor daba un lugar privilegiado a una serie de textos críticos en los que se había practicado un estudio más detallado y una “evaluación global” del aporte saussureano. De Mauro ofrecía, así, una lista que se extendía en un abanico que iba desde el estudio de Bally (1908) hasta el de Benveniste (1966), y que contenía –entre los aportes de Meillet (1916), Jespersen (1917), Terracini (1919), y demás– el trabajo de Amado Alonso (1896-1952), cuyos prólogo y traducción española del Curso, más adelante, juzgaba de “excelentes” (1967: 374).4

Nuestro propósito aquí es avanzar en la línea de investigación ofrecida por estas contribuciones. Según veremos a continuación, una primera recepción y (eventual) difusión de la obra saussureana en la Argentina estuvo signada por las intervenciones del ya citado Amado Alonso y del catalán Manuel de Montolíu (1877-1961). Se trata de dos filólogos españoles que oficiaron como directores del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires en el período comprendido entre 1922 y 1946.

2. El debate epistemológico en el Instituto de Filología

La historia del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires se remonta al año 1920, cuando Coriolano Alberini (1886-1960), en su rol de decano de la Facultad de Filosofía y Letras, presentó un proyecto de creación del organismo que resultó infructuoso. Según Buchbinder (1997), la iniciativa debía ser interpretada en el marco de una transformación académica más amplia que pretendía contribuir a la construcción de un sentido de la nacionalidad. En el caso de otras áreas de especialización, la actividad de los institutos proyectados era concebida en relación estrecha y directa con la enseñanza de la materia correspondiente, de modo que los centros eran fundados como derivación de determinadas cátedras. No ocurría ello con el Instituto de Filología, pues, siguiendo a Buchbinder, la creación de este conllevaba el establecimiento de un espacio para una disciplina que, hasta el momento, no se había desarrollado en términos académicos en el país y que requería de una especialización y un saber técnico relativamente sofisticados (1997: 132-135). En diciembre de 1920 tuvo lugar también una reforma que resolvió, entre otras modificaciones, crear una nueva asignatura para la sección de Letras: “Lingüística romance” (Buchbinder, 1997: 113). La incorporación de esta materia al plan de estudios de la carrera procuraba salvar el vacío académico señalado más arriba.5

Dos años más tarde, en 1922, según explicaba Toscano y García (2011), Ricardo Rojas (1882-1957), el entonces decano, presentó un nuevo proyecto de creación de un “Instituto de Lingüística” como organismo que tendría el objetivo de llevar a cabo dos tareas: 1) “estudiar el castellano vivo de la Argentina, influido por las lenguas indígenas y por las lenguas inmigratorias”; y 2) “renovar la enseñanza del castellano en nuestros colegios y escuelas, poniéndola más de acuerdo con las nuevas tendencias científicas y didácticas” (RUBA, 1922: 703). Para ello, además, Rojas sugirió que quien resultara designado director del Instituto tuviera a su cargo también el dictado de “Lingüística romance”. La disposición de Rojas buscaba no solo resolver la designación del cargo docente para la asignatura, sino también garantizar la transferencia de los conocimientos científicos al sector educativo.

El Consejo Directivo decidió aprobar la propuesta. El Instituto, entonces, fue creado en 1922; no obstante, fue inaugurado recién al año siguiente, el 6 de junio de 1923.6 Desde esa fecha hasta 1946 se sucedieron al frente del organismo cuatro directores españoles: Américo Castro (1885-1972) en 1923, Agustín Millares Carlo (1893-1980) en 1924, Manuel de Montolíu en 1925 y –tras el interinato del antropólogo alemán Roberto Lehman-Nitsche (1872-1938) en 1926– la extensa gestión de Amado Alonso a partir de 1927. El período comprendió el momento de emergencia y establecimiento de la lingüística como disciplina de investigación y enseñanza académicas en la Argentina (Weber de Kurlat, 1975; Menéndez, 1998 y 2016; Di Tullio, 2003; Ciapuscio, 2006 y 2016; Ennis, 2008; Degiovanni y Toscano y García, 2010; Toscano y García, 2011 y 2013; Battista, 2012b, 2013a y 2013b).

A partir de su creación, la actividad del Instituto de Filología, consistentemente con el clima de opinión (Becker, 1971) de la ciencia del lenguaje de la primera mitad del siglo XX, puso en el centro de la escena la discusión epistemológica referida a la naturaleza del conocimiento lingüístico. En ese marco, los miembros del Instituto manifestaron, en líneas generales, una marcada inclinación en favor de una perspectiva idealista, que abiertamente rechazaba y convertía en objeto de disputa a una perspectiva positivista (Battista, 2013a).

Según Koerner (1989), el enfoque idealista surgió en el campo de la lingüística de la mano de un pronunciado antipositivismo, que reprobaba fervorosamente la obra de August Schleicher (1821-1868) y su continuación en la labor de los neogramáticos (1989: 203). La denominación idealismo, explicaba Koerner, buscaba caracterizar una perspectiva que, inscribiéndose en una tradición humboldtiana, destacaba la función literaria y (en general) creativa del lenguaje. Este enfoque se identificaba en las obras de Benedetto Croce (1866-1952) y Karl Vossler (1872-1949) (1989: 206).

3. Saussure en/para el Instituto de Filología

En sintonía con el debate epistemológico entre positivismo e idealismo como dos perspectivas antagónicas para el estudio del lenguaje –y, puntualmente, en defensa de una concepción idealista de este– el discurso del Instituto de Filología, durante su etapa de emergencia y consolidación (1922-1946), procuró evaluar (e incorporar) los aportes de las teorías lingüísticas contemporáneas. Según hemos señalado, en determinadas intervenciones de Manuel de Montolíu y Amado Alonso podemos relevar una primera recepción y (eventual) difusión del Curso. Como veremos a continuación, estos dos filólogos españoles en principio asimilaron en clave de modernización científica el pensamiento saussureano, pues consideraron que era representativo de una visión espiritualista del lenguaje; luego, en sucesivas contribuciones, Alonso practicó nuevas lecturas e interpretaciones de la obra hasta que, en 1945, cuando prologó la traducción española que él mismo efectuó, dejó bien en claro que el Curso encarnaba, a su criterio, la consagración del positivismo.

3.1. Saussure según Montolíu

Manuel de Montolíu llegó a Buenos Aires el 25 de abril de 1925 (Anales, 1925: 532). Pese a contar con una formación que lo distinguía de la de sus predecesores –dado que los intereses de Montolíu se vinculaban principalmente con los de la dialectología y la geografía lingüística–,7 el programa propuesto por Montolíu para “Lingüística romance” constituyó, al igual que en el caso de su predecesor, un curso de historia del español peninsular.8 Sin embargo, la actividad de este filólogo catalán al frente del Instituto no se redujo al dictado de dicha materia. Durante su dirección, por ejemplo, el organismo buscó impulsar un proyecto (finalmente inconcluso) de elaboración de un Diccionario del habla popular argentina (Kovacci, 2003; Toscano y García, 2011; Battista, 2012b y 2014). En simultáneo, la gestión de Montolíu permitió poner en práctica la integración entre investigación científica y transferencia educativa; puntualmente, dictó un “Curso de gramática superior del castellano”, destinado a los profesores de las escuelas normales y colegios nacionales como parte de una actividad de extensión universitaria (Anales, 1925: 533). El programa se distanciaba de la tradición gramatical decimonónica e incorporaba una concepción descriptiva (y de orden sincrónico) del lenguaje.9 El curso destinaba sus primeras unidades, por ejemplo, a la caracterización de la naturaleza del fenómeno lingüístico, y distinguía entre enseñanza del lenguaje y enseñanza de la gramática.

Montolíu (1926a) dio inicio a dicho curso en la misma conferencia que ofreció en el marco del acto de asunción de su cargo como director del Instituto de Filología. Su discurso tuvo lugar el día 30 de mayo de 1925 en el anfiteatro de la Facultad. Fue muy claro respecto de dos aspectos: la concepción del lenguaje que pretendía difundir y, principalmente, su posicionamiento frente a la Academia y otros modelos teóricos vigentes en la época; fundamentalmente, la dialectología y la estilística. Montolíu practicó una interpretación idealista de las categorías: mientras la gramática fue definida como “la aplicación sistemática de las abstracciones de nuestro intelecto”, el lenguaje fue concebido como “la manifestación de nuestro espíritu” (94). En el mismo sentido, frente a su definición de la gramática como un producto del análisis y de la abstracción, opuso la visión del lenguaje como una “obra de arte”: “un fenómeno estético, un fenómeno vivo, de intuiciones concretas, individuales y variables” (95). El establecimiento de esta dicotomía, entendemos, obedecía al reconocimiento de dos tradiciones; y, junto con ellas, de dos importantes visiones sobre el lenguaje: una procedente de una concepción filosófica y que era deudora de la tradición lógica, y otra procedente de una concepción estética y que era deudora de la tradición idealista.

Montolíu, siendo consistente con el fuerte posicionamiento epistemológico esperado en su primera intervención al frente del Instituto, señalaba de manera muy esquemática las cualidades del objeto lenguaje contemplado desde la óptica del idealismo lingüístico:

La realidad única es la vida total del lenguaje, es el lenguaje viviendo, de la misma manera que la realidad única del cuerpo humano no es la suma del hígado, del estómago y de los pulmones, ni de la cabeza, tronco y extremidades, ni la de cada uno de los miembros y vísceras en la que la anatomía se divide, sino pura y exclusivamente el cuerpo vivo en la totalidad, en la integridad de su ser. Únicamente teniendo siempre presentes estas ideas básicas, lograrán los maestros dar eficacia a la enseñanza de la gramática y evitarán convertir, como muchos lo hacen, en la más dogmática de las disciplinas escolares aquella precisamente que trata de un hecho como el lenguaje, cuya característica es la continua variabilidad, la inestabilidad permanente, la evolución sin límite (1926a: 95-96).

Y más adelante completaba la caracterización del lenguaje según la impronta con la que buscaba impulsar las actividades del Instituto; esto iba de la mano del anuncio de la dirección que pretendía darle al curso que en acto simultáneo iniciaba:

En todas las aulas en que se enseña gramática, yo haría colocar una lápida donde estuviesen grabadas en letras de oro aquellas palabras de Guillermo de Humboldt: “El lenguaje no es un Ergon (obra), sino una Energeia (actividad)”; o aquellas otras de Saussure: “El lenguaje no es una substancia, sino una forma” es decir: el lenguaje no es, como suele decirse, un organismo vivo, sino una vida en perpetua, en incesante organización. Con lo que hasta ahora llevo dicho se habrá sospechado, tal vez, el carácter que voy a dar a las siguientes lecciones (1926a: 96).

La asociación entre una visión dinámica del lenguaje y el pensamiento de Wilhelm von Humboldt (1767-1835) –egregio filólogo alemán, incomprendido por los gramáticos comparativistas de su tiempo– resultaba una filiación esperable y frecuente en los textos del periodo. Se trataba incluso de una relación inicialmente formulada por Karl Vossler, quien había aparecido en escena a principios del siglo XX como aquel que, siguiendo los postulados de Benedetto Croce, había fundado e impulsado la perspectiva idealista para el estudio del lenguaje.10

En conferencias posteriores a las que aquí presentamos, Montolíu (1926b) se encargó de reconstruir con mayor precisión la tradición que dio lugar al idealismo linguístico de principios del siglo XX. Así, en sus intervenciones del 13 y el 20 de octubre de 1925, el filólogo catalán reseñó de manera muy esquemática el derrotero de lo que, según él reconocía, era “una verdad tan vieja como el mismo lenguaje”:

Hay verdades científicas que han visto pasar muchos siglos antes de ser descubiertas. Una de ellas ha sido la de la naturaleza estética del lenguaje, presentida por Herder, descubierta por Humboldt, demostrada por Croce, comentada y desarrollada por Vossler (1926b: 201).

El hecho de que no haya retomado nuevamente aquí la mención a Saussure, tal como había hecho en su primera conferencia en su rol de director del Instituto, hacía que resultara más curiosa (y significativa) aun la mención inicial. Sin embargo, podemos advertir que la concepción dinámica del lenguaje que en su discurso Montolíu atribuyó a Saussure, al igual que veremos luego con las primeras intervenciones de Alonso, no fue fortuita y descuidada. Evidentemente, por aquellos años, Montolíu efectuaba una lectura particular de la obra del lingüista ginebrino. Tal como es de esperar en el marco de periodos de transición en los que las operaciones de corte fundacional son muy pronunciadas, Montolíu practicaba una apropiación un tanto heterodoxa de las aseveraciones que encontraba en el pensamiento saussureano.

Por ende, aquí hallamos la primera mención a Ferdinand de Saussure de la que tenemos registro en el discurso del Instituto de Filología. Montolíu no relevaba en el Curso una visión estática del lenguaje, sino, muy por el contrario, una visión dinámica, que entendía el objeto delimitado por su perspectiva como un proceso y no como un producto. La interpretación operada por el catalán buscaba atribuir a la obra saussureana los lineamientos propios del idealismo de principios del siglo XX, que intentaba erigir su objeto según la caracterización ofrecida por el pensamiento humboldtiano: esto es, bajo la noción de forma interior del lenguaje.

3.2. Saussure según Alonso

La gestión de Amado Alonso11 como director del Instituto de Filología tuvo una continuidad notable que contrastó con los nombramientos anuales de sus predecesores. Según cierto acuerdo crítico (Malkiel, 1952; Coseriu, 1953; Catalán, 1955; Portolés, 1986; López Sánchez, 2006), su prolongada actividad al frente del organismo (1927-1946) llevó a cabo una vasta tarea de modernización del saber lingüístico de la filología hispánica –incluso de la románica en general– a partir de la incorporación de un conjunto de novedosas perspectivas teóricas y metodológicas: el estructuralismo de Saussure, el idealismo de Vossler y la estilística de Bally.

3.2.1. La fecundidad del pensamiento saussureano

Amado Alonso llegó a la Argentina el 14 de septiembre de 1927. De inmediato, una vez asumida la dirección del Instituto, ofreció su primera disertación, con la que se abrieron las lecciones de “Lingüística romance” (Anales, 1927: 659). En ese discurso ocurrió su primera mención a Ferdinand de Saussure.

La conferencia pronunciada por Alonso ese día dio lugar posteriormente a un artículo intitulado “Lingüística e historia” (1928), que apareció publicado en la revista Humanidades. Su intervención abiertamente se proponía presentar, a modo de “comentario internacional” (1928: 38), un libro de Menéndez Pidal: Orígenes del español (1926); se trataba de una obra en la que, según declaraba el filólogo navarro, no solo se ponían “en permanente conjunción la historia y la geografía” (1928: 37), sino que además se realizaba y se cumplía una “síntesis cuadrangular” entre psicología individual, psicología colectiva, historia y geografía (1928: 34).

No obstante, Alonso discurrió en esa ocasión también sobre otras cuestiones. El punto de partida de su exposición fue una observación de orden epistemológico: “[...] la Lingüística va encontrando la plenitud de su objeto a medida que se sale fuera de sí misma. Valga la paradoja” (1928: 28). Para demostrar el contenido de su afirmación trazó, pues, un recorrido histórico de la ciencia del lenguaje; así, rápidamente pasó revista a las contribuciones de Jacob Grimm (1785-1863) y su romanticismo, de August Schleicher y su naturalismo, y de Karl Brugmann (1849-1919) y su historicismo, entre otros. El periodo que continuaba a esos trabajos en el derrotero delineado era, para Alonso, el que reparaba sobre la intervención del espíritu en los actos del lenguaje. El mismo, a su criterio, se planteaba en el marco de una controversia entre dos perspectivas: la lingüística histórica y la geografía lingüística; es decir, “la investigación en el tiempo, hacia arriba, en dirección vertical, frente a la investigación en el espacio, por los pueblos, en dirección horizontal” (1928: 31). Así era como su representación del desarrollo de la disciplina llegaba a principios del siglo XX, un momento que caracterizaba de la siguiente manera:

En esa rebusca de formas dialectales entre los repliegues de la tierra, una bandada de ideas nuevas levanta vuelo. Los problemas ganan en complejidad y riqueza. La orientación es más segura. Se patentizan mil maneras insospechadas de elaboración espiritual (1928: 31).

En este sentido, Alonso presentaba la disputa que ocupaba, según hemos adelantado, el centro de atención de la escena en el período: la tensión entre positivismo e idealismo como perspectivas científicas opuestas para abordar el estudio del lenguaje. Aquí buscaba desandar la contienda entre ambos enfoques, y así ofrecer su propia versión de la perspectiva espiritualista. Específicamente, afirmaba que “los lingüistas que ellos [los idealistas] llaman positivistas, los que precedieron y siguieron a Wundt, eran tan espiritualistas a medias, como lo son estos Vossler y Bertoni de ahora” (1928: 32). Así, Alonso sostenía que mientras los “sedicentes idealistas” se desentendían de la colectividad y se encerraban en la psicología individual, los “positivistas” llevaban a cabo la misma tarea pero de manera invertida, esto es, limitando su investigación a la psicología colectiva sin interesarse por el acto personal del individuo (1928: 32). A criterio de Alonso, entonces, los enfoques idealistas y positivistas no eran más que protagonistas de una controversia en la que podían relevarse dos énfasis: uno que apuntaba a la masa, otro que apuntaba al individuo; puntualmente, decía: “no son principios antagónicos, sino preciosos complementos” (1928: 33).

Llegado a este punto, Alonso valoraba positivamente la propuesta de un lingüista al que presentaba como “uno de los lingüistas más espirituales, el suizo Ferdinand de Saussure” (1928: 33). Su apreciación resultaba, al igual que hemos señalado anteriormente para el caso de Montolíu, al menos un tanto curiosa; aquí el nivel de asombro que puede presentarnos hoy es aún mayor en virtud de ciertas caracterizaciones de Alonso que hallamos en años siguientes; específicamente, en sus trabajos de 1943 y 1945, de los que nos ocuparemos más adelante. De todos modos, es importante relevar cuál era la lectura que el filólogo navarro efectuaba del Curso. Puntualmente, indicaba:

[Saussure] estableció una fecunda diferenciación entre estos dos elementos del lenguaje: El colectivo, como suma de convenciones, como instrumento virtual que un solo individuo nunca llega a poseer por entero, sino que existe en los cerebros de todos los individuos del grupo, y a la disposición de cualquiera de ellos. Y el individual, que es la realización personal de esa virtualidad. Al primero, Saussure lo llama lengua, al segundo habla (1928: 32-33).

Alonso tenía muy presente la dicotomía saussureana, pero en ella parecía no advertir (al menos por aquellos años) el carácter que el ginebrino le daba cuando adoptaba la lengua como objeto de estudio (pasible de sistematización) para la disciplina y relegaba el habla como fenómeno eventualmente abordable por otro tipo de lingüística. Alonso reivindicaba el aporte espiritualista de Saussure, lo capitalizaba y lo ubicaba en la línea del desarrollo de la concepción idealista del lenguaje, pues de inmediato agregaba:

En realidad, el reproche de los idealistas va contra los que descuidaban en el estudio del lenguaje el lado individual. Y el reproche es justo. Pero el error está en no ver que es un lado del lenguaje, interesantísimo, pero uno de los lados; y en no ver que no es lícito excluir del estudio del lenguaje la otra cara, la colectiva, en nombre del interés que tiene la individual (1928: 33).

Por ende, la interpretación particular (y la consecuente apropiación) de la antinomia saussureana que practicaba Alonso lo invitaba, incluso, a mostrar el trabajo del suizo como superador respecto del idealismo vossleriano, al que acusaba de ir en la misma dirección del positivismo al que quería destruir, y cuyo error, naturalmente, denunciaba.

Esta primera disertación de Alonso, entonces, marcó el rumbo de un proceso de paulatina renovación de los saberes filológicos en el contexto argentino y, eventualmente, en el mundo hispánico. Su labor en el Instituto buscó dar impulso a las publicaciones y continuidad al dictado de “Lingüística romance”. Así, si bien el curso seguía en lo esencial el referido manual de Menéndez Pidal con el que habían dictado la materia sus predecesores, en las lecciones correspondientes al segundo curso de la materia, dictadas en los meses de abril y mayo de 1928, Alonso incorporó explícitamente una primera unidad de “Nociones generales sobre el lenguaje” (AFyL, B-3-3). En el curso de 1929, amplió dichas nociones al agregar la distinción entre las perspectivas sincrónica y diacrónica: dos categorías que dejaban entrever el interés de transferir al sector educativo el enfoque saussureano. Sin embargo, recién en el programa de 1930 incluyó en las referencias bibliográficas el Curso de lingüística general de Saussure y El lenguaje y la vida de Bally, hecho que daba cuenta de la constante preocupación de Alonso por incorporar las teorías lingüísticas contemporáneas, en general, y el enfoque idealista, en particular.

Una nueva (y significativa) mención a Saussure por parte de Alonso se produjo en “Karl Vossler”, un artículo que apareció publicado en la sección Artes-Letras del diario La Nación del 13 de diciembre de 1932. En este texto, Alonso informaba acerca de la visita a la Argentina del filólogo alemán, cuya estancia era de “incalculable provecho para nuestro medio intelectual”, sobre todo, “por su valor de ejemplo” (1932: 8).

Alonso refirió rápidamente a la conferencia dictada por Vossler en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires –sobre “Enciclopedismo y especialización”– y a su disertación en la reunión de la Sociedad Kantiana –sobre “Lo individual y lo social en el lenguaje”– (1932: 8). A continuación, presentó la perspectiva de Vossler –su “tesis”–; la mostraba como el resultado de un proceso de superación de la perspectiva positivista, que lucía entonces como un enfoque desgastado y anclado en el pasado de la disciplina.

El motivo por el que, según Alonso, resultaba tan productivo el encuentro entre la perspectiva de Vossler y los jóvenes intelectuales argentinos era muy claro: para el español, aquel filólogo alemán había sido quien, a principios del siglo XX, había destruido la “visión engañosa” y la “concepción mecanicista” del lenguaje del positivismo. Vossler, a criterio del autor, había pasado a entender el lenguaje como “una estructura polar de creación y evolución, de fantasía libre y de mecanismo, de estilo y de gramática, de espíritu y de cultura” (1932: 8). Alonso ubicaba en paralelo con este desarrollo la visión de Bally, quien, aunque con otros intereses, veía “la estructura del lenguaje como una polaridad de inteligencia y afectividad” (1932: 8).

Luego, una vez puesto de manifiesto el contraste entre ambos paradigmas –el naturalista, rechazado, y el idealista, revitalizado–, Alonso se proponía trazar la “genealogía” de la perspectiva que buscaba difundir. Indicaba, pues, que la obra de Vossler procedía de la filosofía de Croce (1969), y que esta se entroncaba, a su vez, con la de Giambattista Vico (1668-1744), quien “fue el primero en entrever, más que concebir, el lenguaje como manifestación de las fuerzas creadoras de la fantasía” (1932: 8). Mencionaba un “brillantísimo plantel contemporáneo de filósofos del lenguaje: Wundt, Marty, Husserl, Spengler, Croce, de Saussure, Bally, Ammann, Cassirer”; y explicaba que, sin embargo, ninguno había calado “tan hondo” como Vossler en “los problemas últimos de la expresión humana”, salvo Saussure, de quien –subrayo– destacaba lo siguiente: “[Saussure] le es parangonable [a Vossler] en haber dado a sus concepciones filosóficas la máxima fecundidad para la investigación particular de las lenguas” (1932: 8).

Esta evaluación favorable de la perspectiva saussureana –que, como hemos indicado más arriba, caracterizaba la etapa inicial de la producción de Alonso– resultó modificada a partir de la década de 1940, de la que nos ocuparemos en lo que sigue. De todos modos, en este caso puntual, una vez más podemos ver que la interpretación que Alonso practicaba de Saussure, a quien ubicaba en el mismo panteón espiritualista que a Vossler, se debía a un posicionamiento epistemológico propio, según el cual el lenguaje aparecía como una estructura polar que oscilaba entre la iniciativa individual y la aceptación social.

Durante 1932, Alonso continuó con el dictado de la materia correspondiente a su cargo. De la ampliación de la primera unidad devenía particularmente destacada la presencia de Saussure y su teoría del signo lingüístico (AFyL, B-3-5). En el programa de 1933 (AFyL, B-3-6), la unidad referida a las nociones de lingüística general aparecía formulada de la siguiente manera:

I. Nociones generales. a) Teorías sobre la estructura del signo lingüístico (Saussure, Husserl); b) Lo afectivo y lo activo en el lenguaje (Bally); c) Lo fantasístico y lo estético (Vossler, Lorck). Causas de la inestabilidad de las lenguas.

Por ende, el punto de partida del programa no solo estaba constituido por la perspectiva puramente sincrónica del enfoque saussureano, sino que procuraba también revisar el abordaje afectivo de la estilística de Bally y el abordaje estético del idealismo vossleriano. De este modo, entendemos, Alonso buscaba conjugar en la unidad introductoria del programa los conceptos que, articulados bajo su mirada, daban lugar a una visión particular del lenguaje: una perspectiva en la que la noción de sistema lingüístico o lengua –como objeto unitario– aparecía atravesada por la noción de estilo –como objeto complejo, subjetivo y creativo–. En relación con este punto, Portolés (1996) señalaba que, para este momento, Alonso ya había desarrollado una perspectiva propia respecto del idealismo: “en particular, se afianza en él la idea de Wilhelm von Humboldt de que cada lengua posee una forma interior del lenguaje que condiciona su desarrollo y la visión del mundo de sus hablantes”; y destacaba, a su vez, que esta “concepción romántica de la lengua había tomado nueva fuerza en la filosofía con la obra de Ernst Cassirer y en la lingüística anglosajona con la denominada hipótesis de Sapir y Whorf” (1996: 16). En el filólogo navarro, entonces, según Portolés, la estilística de Vossler y la de Bally se combinaban con la influencia de la fenomenología de Edmund Husserl (1859-1938), dando lugar a un idealismo distanciado de sus posiciones más extremas, como la de Croce (1996: 16).12

3.2.2. El Curso como consagración del positivismo

Con una carta fechada el 2 de junio de 1939, Amado Alonso comunicaba a Charles Bally su plan de traducción y publicación de “ocho o diez libros fundamentales de lingüística”.13 Alonso informaba a su “ilustre maestro y amigo” la aceptación del proyecto por parte de la Editorial Losada y le pedía autorización (bajo las “condiciones económicas” que él propusiera) para hacer lo propio con su “maravilloso” El lenguaje y la vida; manifestaba su deseo de que este fuera “el primero de los libros publicados”, hecho que finalmente se vio consumado en 1941 cuando salió a la luz la traducción de dicha obra (1939: f. 38r).

En la referida carta, Alonso informaba a Bally también que la lista de materiales seleccionados se completaría con las respectivas autorizaciones de Vossler, Jespersen, Bloomfield, los herederos de Meillet, Edward Sapir (1884-1939), Richard Hönigswald (1875-1947) y Leo Spitzer (1887-1960) para el Breviario (1928) de Hugo Schuchardt (1842-1927). A continuación, Alonso solicitaba a Bally “la debida autorización” para cumplir con su deseo de traducir y publicar bajo el sello referido el Curso de Saussure: “el teórico del lenguaje más y mejor conocido en la Argentina por la insistencia de mis cursos”, y a quien “ahora ya lo exponen también otros profesores” (1939: f. 38r). La obra, como veremos más adelante, fue finalmente publicada en 1945, pero la correspondencia de 1939 ya daba cuenta del interés alonsino de ampliar el alcance del pensamiento saussureano en el mundo hispánico, en general, y en la Argentina, en particular.

La segunda publicación de la colección fue la edición española de Filosofía del lenguaje (1923), de Karl Vossler. En 1943, Alonso, traductor de la obra, la precedió de un “Prefacio” organizado en diez secciones. Las tres primeras, específicamente, versaban sobre la historia de la disciplina en el siglo XIX: “Los comparatistas”, “Naturalismo y positivismo” y “Concepción espiritualista”. En ellas, Alonso se encargó de trazar una serie de filiaciones con las que encuadrar, luego, la propuesta vossleriana; esta iba acompañada, por supuesto, de su propia interpretación de la perspectiva idealista, siempre en tensión con otra perspectiva que presentaba como contemporánea: la saussureana.

En este momento de su producción discursiva, a diferencia de lo que habíamos visto oportunamente en años previos, Alonso asignaba el papel de revolucionario de las ideas sobre el lenguaje al filólogo alemán; puntualmente, encontraba que con sus “dos obritas juveniles”, Vossler había reaccionado “contra esa concepción despersonalizada del lenguaje y determinista y positivista de la ciencia”, frente a la que “predica una concepción espiritualista o, como él dice, idealista” (1943: 11).

En las restantes secciones de su artículo, Alonso entretejía una vez más la contienda entre Vossler y Saussure. Asombrosamente, a diferencia de lo que había expresado en su artículo de 1928 (donde presentaba a Saussure como “uno de los lingüistas más espirituales”), en 1943 lo consideraba un “positivista”, que con desacierto creía que, si la disciplina quería constituirse en ciencia, debía “someterse a las necesidades de las demás ciencias, que eran las de lo cuantitativo” (1943: 16). Como opuesto a Saussure, entonces, Alonso presentaba a Vossler, quien no podía concebir que la lingüística, “para ser dignamente una ciencia”, tuviera que “ajustarse a las condiciones de lo mecánico-cuantitativo” (1943: 16). A continuación, Alonso volvía a trazar la dicotomía entre materia y espíritu y la trasladaba, en este caso, a la concepción de ciencia que atribuía a cada uno de los autores mencionados:

La conducta del espíritu no es igual que la conducta de la materia, y una ciencia (o conocimiento sistemático) que tenga como objeto propio la actividad del espíritu no puede calcarse sobre las ciencias cuyo objeto sea las condiciones de la materia. Por eso, si Saussure se limita por principio al sistema constituido, Vossler aplica su estudio a la constitución del sistema (1943: 16).

En definitiva, para Alonso, la contienda se resolvía en la antítesis: frente a la lengua, el objeto unitario, deslindado, desespiritualizado y despersonalizado de la perspectiva saussureana, aparecía el estilo, el objeto complejo, espiritual, creativo y estético de la perspectiva vossleriana.

En 1945 se publicó finalmente la edición española del Curso de lingüística general de Saussure. Alonso fue nuevamente quien tradujo la obra y, al igual que para el caso de Filosofía del lenguaje, la precedió con una contribución. Este “Prólogo” constituyó una nueva toma de posición respecto del debate epistemológico característico de la lingüística del periodo. En este trabajo, Alonso presentaba la obra señalando que el Curso era “el mejor cuerpo organizado de doctrinas lingüísticas que ha producido el positivismo; el más profundo y a la vez el más clarificador” (1945: 7). E indicaba luego que Saussure exhibía “una posición científica positivista”; pero de inmediato aclaraba:

La doctrina de Saussure es algo más que el resumen y coronación de una escuela científica superada; lo que aquí se nos da, o lo mejor y más personal de lo que se nos da, se salva de la liquidación del positivismo, incorporado perdurablemente al progreso de la ciencia (1945: 7).

De esta manera, al igual que en el prefacio de 1943 a la obra de Vossler, pero a diferencia de las caracterizaciones que había ofrecido en sus intervenciones de 1928 y 1932, Alonso presentaba a Saussure como un positivista y no como un espiritualista.

A continuación, el prologuista nuevamente apeló a la reconstrucción histórico-epistemológica de la disciplina para encuadrar el surgimiento del Curso. Así es como, según Alonso, Saussure rechazaba “muy hermosamente la concepción naturalista (Schleicher) de la lengua como un organismo de vida autónoma y de crecimiento y evolución internos”, pero lo hacía siguiendo los postulados de la visión positivista del lenguaje, que creía necesario “mondar del objeto de la ciencia lo que fuera indeterminación, y, por consiguiente, todo lo que fuera espíritu con su libertad de iniciativa” (1945: 27). Así, Alonso advertía que Saussure dejaba atrás el naturalismo, pero encontraba que “su positivismo” lo había llevado a “suplantar esta concepción por otra mecanicista en la que la lengua es un sistema igualmente autónomo, ajeno al habla, fuera del alcance de sus hablantes” (1945: 27). No obstante, al rescatar de la propuesta de Saussure la visión de la lengua como “el dominio de las articulaciones”, y al momento de realizar entonces una valoración positiva de su obra, Alonso encontraba que los que podían considerarse aportes saussureanos iban en la misma dirección que los de la perspectiva idealista; específicamente, Alonso expresaba:

Este concepto de las relaciones entre lengua y pensamiento, mucho más profundo que el meramente asociacionista de los Neogramáticos, está en la misma dirección que la forma interior del lenguaje de Humboldt, la actitud categorial o clasificatoria de la razón-lenguaje de Bergson y la filosofía de las formas simbólicas de E. Cassirer (1945: 9).

De manera paralela a la recuperación de esta tradición, Alonso buscaba caracterizar, como elemento de investigación no identificable con el idealismo lingüístico, el objeto de estudio establecido por el recorte epistemológico saussureano. Para ello, una vez más –tal como había hecho en el prólogo de 1943– retomaba la contienda entre Sasussure y Vossler. Señalaba que mientras el alemán se centraba sobre la complejidad y reconocía en el lenguaje una “estructura polar”, cuyo objeto radicaba en la “corriente perpetua de doble dirección”, el suizo, por el contrario, “rehuía” a tal complejidad en el objeto de estudio, pues se dirigía “en busca de uno deslindado y homogéneo” (1945: 11). De acuerdo con Alonso, “fue la aspiración del positivismo al pájaro en mano la que empujó a la clara inteligencia de un Saussure a simplificar su objeto de estudio” (1945: 28). Para dejar bien en claro su crítico descontento con esta postura, Alonso nuevamente presentaba su propia concepción, respaldada por el recurso de ubicar las teorías que rechazaba como pertenecientes al pasado de la disciplina; y así decía:

Todo se paga: la lingüística de Saussure llega a una sorprendente claridad y simplicidad, pero a fuerza de eliminaciones, más aun, a costa de descartar lo esencial en el lenguaje (el espíritu) como fenómeno específicamente humano (1945: 12).

En definitiva, Alonso encontraba que, frente a la delimitación del objeto lengua como coronación del positivismo, el lenguaje como fenómeno estético y auténtico objeto de investigación podía abordarse solo desde una perspectiva en la que el foco de atención estuviera puesto sobre el espíritu. Según Alonso, únicamente el “habla real da[ba] realidad a la lengua”, un hecho que “obliga[ba] a ver en el habla y no en la lengua el gozne de la ciencia del lenguaje”; sin embargo, aclaraba de inmediato el navarro, efectuar ese movimiento de ubicar el habla en el centro de los estudios lingüísticos era pretender “hacer girar todo el sistema positivista de Saussure y encuadrarlo en la orientación espiritualista” (1945: 26-27). La propuesta de Alonso, entonces, era “enmendar” las cosas: esto es, corregir “la dislocación del eje de la lingüística”, de modo que el objeto de estudio de la misma recobrara su concreta complejidad (1945: 28). Su perspectiva, definitivamente integradora, buscaba superar las antinomias saussureanas, que debieron haber sido pensadas como “aspectos diferentes de un objeto unitario” (1945: 30).

4. Conclusión

El discurso del Instituto de Filología, según hemos anticipado, practicó una interpretación particularmente heterodoxa de la obra que, posteriormente, el devenir de la disciplina consolidó como fundación simbólica de la lingüística moderna. La actividad del organismo durante el periodo descrito –que, como hemos visto, resultó foco irradiador de pensamiento no solo en el ámbito argentino, sino incluso en el marco más general de la filología hispánica– es una clara muestra de un momento en el que la ciencia del lenguaje en la Argentina se hallaba en plena emergencia. Ello traía aparejados fuertes condicionamientos y oscilaciones en los posicionamientos teóricos de sus hacedores y/o protagonistas; las contribuciones de estos, por ende, encarnaban pronunciados movimientos epistemológicos que buscaban imprimir una dirección a la disciplina, dando lugar a lecturas como las que Montolíu y Alonso operaron sobre la perspectiva saussureana.

Hemos encontrado que, durante los primeros años del periodo considerado, Montolíu (1925) y Alonso (1927-1932) desplegaron una valoración positiva de los postulados desarrollados por Saussure en su obra, a la que consideraron parte del devenir de la lingüística espiritualista. Luego, durante la década de 1940, específicamente a partir de las traducciones que Alonso efectuó de los trabajos de Vossler en 1943 y Saussure en 1945, esta apreciación se vio sustancialmente modificada, ya que la valoración positiva de la perspectiva idealista apareció acompañada por una valoración (parcialmente) negativa del positivismo saussureano, en el que se denunciaba una concepción desespiritualizada y despersonalizada del lenguaje.

Por lo tanto, advertimos que el posicionamiento teórico de estos dos directores del Instituto de Filología guiaba el desarrollo argumental de sus intervenciones en función de una visión espiritualista, según la cual el lenguaje era concebido como un fenómeno estético; se trataba de una perspectiva científica que buscaban presentar como modernizadora, y cuya clave epistemológica residía en la incorporación de la dimensión subjetiva en los estudios lingüísticos. Sus lecturas del Curso resultaban, entonces, apropiaciones particulares del pensamiento saussureano que lo valoraban positiva o negativamente en tanto interpretaban que contribuía o no con dicha empresa.

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1Rudolf Engler, por ejemplo, señalaba al respecto que la publicación del Curso era “un hecho de significación histórica” (2004: 47).

2Vale aclarar, una vez más, que la obra ha sido publicada por dos de sus alumnos y/o discípulos –Charles Bally (1865-1947) y Albert Sechehaye (1870-1946)– a partir de la elaboración de una serie de apuntes fruto de los cursos que Saussure dictó en Ginebra entre 1906 y 1911 sobre gramática comparada y lingüística general. Ese es el motivo por el que reparamos en referir de esa manera a su concepción del lenguaje: esto es, la perspectiva epistemológica a él “atribuida”. Para un estudio del proceso de publicación del Curso en el período que va desde la muerte de Saussure, en 1913, hasta la versión definitiva del texto en 1916, puede consultarse Sofía (2013, 2016a y 2016b).

3Así se plantea también, de forma explícita, en los Escritos de lingüística general: “Se falta a la verdad si se dice: un hecho de lenguaje exige ser examinado desde varios puntos de vista; incluso si se dice: este hecho del lenguaje será realmente dos cosas diferentes según el punto de vista. Pues se empieza por suponer que el hecho de lenguaje nos es dado fuera del punto de vista. Hay que decir: primordialmente, existen puntos de vista; si no, es sencillamente imposible captar un hecho del lenguaje” (Saussure, 2002: 25).

4 Cuando Tullio de Mauro refería a la recepción de Saussure en los países de lengua española, junto al citado “Prólogo” (1945) de Alonso, mencionaba también dos trabajos (1958 y 1962) de Eugenio Coseriu (1921-2002) en Uruguay (1967: 374).

5 Sobre la historia del dictado de esta materia entre 1924 y 1946 puede consultarse Battista (2012a).

6 Si bien la ordenanza de creación consagró la denominación inicialmente proyectada de “Instituto de Lingüística”, tras la designación de Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) como “director honorario” todas las referencias al organismo en el ámbito administrativo se efectuaron bajo el rótulo de “Instituto de Filología”; finalmente se oficializó este nombre hacia 1940 (Toscano y García, 2009; Ciapuscio, 2016).

7Montolíu nació en Barcelona (España) en 1877; se doctoró en Madrid en 1903 y entre 1908 y 1911 se formó en Halle (Alemania) junto a Antoni Griera y Pere Barnils, con quienes se familiarizó en investigación dialectológica (Sagarra, 1961: 9). Una vez de regreso a su país, ocupó una cátedra de literatura en la Universidad de Barcelona y colaboró con el Boletín de Dialectología Catalana, publicado por las Oficinas Lexicográficas del Institut d’Estudis Catalans. Según veremos, es a este filólogo catalán que se debe la primera mención a Saussure de la que tenemos registro en el discurso del Instituto de Filología.

8A pesar de lo establecido en la ordenanza fundacional del Instituto y en el contrato firmado con la Facultad, Castro no dictó en 1923 el curso de “Lingüística romance” que debía inaugurar. Fue Millares Carlo quien impartió por vez primera la materia en 1924. Su programa se enfocó exclusivamente en la historia del español peninsular, sin hacer referencia alguna al español de la Argentina o América.

9 El curso podía ser visto en continuidad con su Gramática de la lengua castellana (1914), un texto anterior a la gestión de Montolíu en el Instituto en el que mostraba cuáles eran las consecuencias que tenía, en el nivel de la gramática escolar, la incorporación de la perspectiva idealista (Battista, 2011).

10Vossler había expresado abiertamente estos vínculos en el “Prefacio” de su Positivismo e idealismo en la linguística (1929). Específicamente, había referido a Croce como un “amigo” al que dedicaba la obra y como el hombre que había definido con “claridad, seguridad y lógica la estética como ciencia de la expresión espiritual y la linguística como parte de la estética”; a Humboldt, por su parte, lo había presentado como aquel que había intentado, antes que Croce, fundar la linguística “sobre las bases del idealismo crítico” (1929: 9).

11 Amado Alonso nació en Lerín, Navarra (España), en 1896. Cursó el bachillerato en Pamplona entre 1911 y 1914, y sus estudios superiores de filosofía y letras en Madrid entre 1914 y 1918. En 1917, se integró al Centro de Estudios Históricos. Entre 1922 y 1924, con una beca de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, se dirigió a la Universidad de Hamburgo (Alemania), donde desempeñó el cargo de lector de español como profesor auxiliar (Anales, 1926-1930: 657).

12Los programas de “Lingüística romance” de 1934 a 1937 mostraban un retorno a los cursos tradicionales de historia de la lengua y en ellos desaparecía la primera unidad destinada a nociones de lingüística general; se eliminaron también en ellos las referencias a Saussure, Bally y Vossler en la bibliografía. En 1938 se produjo un cambio radical en cuanto al dictado de la materia, pues por primera vez el curso adoptó una perspectiva exclusivamente dialectológica y fue destinado íntegramente a la cuestión de “El castellano en América” (AFyL, C-2-6, 6). A partir de entonces, la materia osciló anualmente entre el curso tradicional y el dialectológico (Battista, 2012a).

13Agradezco a Estanislao Sofía la transmisión de esta correspondencia conservada en la Biblioteca de Ginebra (Suiza); sin su generosidad no hubiera tenido conocimiento de estos documentos, mucho menos acceso a ellos.

Recibido: 10 de Noviembre de 2016; Aprobado: 02 de Marzo de 2017

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Doctor en Letras de la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Desde 2003 se desempeña como Ayudante de trabajos prácticos de “Lingüística” en la Facultad de Filosofía y Letras, cargo que regularizó hacia 2011. Entre 2009 y 2013 desarrolló sus estudios de postgrado como becario del CONICET en el Instituto de Lingüística (UBA), organismo en el que continuó su formación de postdoctorado en años subsiguientes. En 2016 pasó a ser Investigador Asistente del CONICET con sede en el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso” (UBA), centro de estudios cuyo devenir ha sido objeto de análisis de gran parte de sus indagaciones. Ha dictado seminarios y ha publicado trabajos en el país y en el exterior sobre la temática en la que se especializa: Historia de la lingüística. Su producción científica revisa el desarrollo de los debates epistemológicos en relación con la representación del pasado de la disciplina; muchos de sus artículos prestan particular atención a las referidas problemáticas en el devenir de la reflexión sobre el lenguaje en la Argentina.

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