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Revista de filosofía Universidad Iberoamericana

versión On-line ISSN 2954-4602versión impresa ISSN 0185-3481

Rev. filos. Univ. Iberoam. vol.55 no.155 Ciudad de México jul./dic. 2023  Epub 17-Mayo-2024

https://doi.org/10.48102/rdf.v55i155.185 

Reseñas de libros

Lu, Ciccia. La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí

Irina López Rodríguez

Ciccia, Lu. La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí. Ciudad de México: Siglo XXI, 2022. 254p.


Lu Ciccia realizó investigaciones en el Departamento de Fisiología del Sistema Nervioso de la Universidad de Buenos Aires, para luego doctorarse en Estudios de Género por la misma universidad. Actualmente, por las derivas de la vida, es académica del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM. Refiero a la trayectoria de la autora para mostrar hasta qué punto su libro más reciente, La invención de los sexos, es una exposición integral y provocadora de los años de investigación aquí descritos. Este volumen es original en nuestra lengua porque desarrolla una forma de trabajo en la cual los estudios feministas incorporan críticamente en sus registros las formas de investigación de las ciencias experimentales. Por lo mismo, el texto hace época y nos revela su pertinencia al presentar, de manera bien lograda, el cambio generacional marcado por los nuevos materialismos feministas, a los que se adscribe la autora.1

El libro de Ciccia tiene como argumento central que, a lo largo de la historia moderna y con el surgimiento de las ciencias biomédicas, se ha desarrollado un discurso normativo en torno a la diferencia sexual, caracterizado por concebir la complejidad de nuestros cuerpos como un hecho biológico cuya verdad reside en su presunto dimorfismo sexual. Con este concepto, la autora refiere a la idea de que el cuerpo es inteligible a partir de sólo dos formas biológicas -hombre y mujer cisgénero-, correspondientes a funciones reproductivas sexoespecíficas, mutuamente complementarias: “concepto desde el que suele legitimarse el uso de la categoría ‘sexo’ en el ámbito biomédico”.2 Ciccia sostiene que esta concepción sexualmente dimórfica de los cuerpos, lejos de describir una realidad biológica, parte de un sesgo necesariamente sexista, que consiste en una jerarquización arbitraria de nuestros cuerpos basada el desarrollo de funciones reproductivas, de habilidades y conductas sociales causalmente determinadas por “la biología”. Luego, la tesis del libro sostiene que la categoría de sexo es una invención unilateral que porta una concepción sexista del cuerpo, inherentemente cisnormativa -por la idea de que sólo existen hombres y mujeres cisgénero como las dos formas típicas de nuestra inteligibilidad corporal-, heterocentrada -por la concepción de que la reproducción y las prácticas heterosexuales son el destino biológico de nuestro desarrollo corporal- y androcéntrica, por la función explicativa y prescriptiva en el marco de los discursos biomédicos para legitimar que existen habilidades sexoespecíficas superiores y complejas, típicamente asociadas al varón cisgénero heterosexual.3

La crítica de los discursos científicos que presuponen un cuerpo sexualmente dimórfico tiene como telón de fondo que tales concepciones se han sostenido sobre la idea de que el cerebro es un órgano sexuado y causalmente determinante de la mente y de la complejidad de nuestros procesos vitales. A este presupuesto, la autora lo nombra cerebrocentrismo y sostiene que ha venido complejizándose técnica y tecnológicamente a lo largo de la historia moderna. Ciccia desarrolla este argumento históricamente, revisa la historia de los discursos científicos a partir de sus publicaciones, pero también analiza la concomitante interlocución que los feminismos han sostenido con dichas investigaciones en Europa y Estados Unidos. Así pues, La invención de los sexos nos presenta por igual una historia de los debates feministas en torno a las teorías biomédicas de la diferencia sexual.

En esta tesitura, el propósito final del libro es sugerir una estrategia con la cual la teoría y la práctica feminista podrían ayudarnos a superar la categoría biomédica de “sexo” y desarrollar una “lectura revolucionaria” y deconstructiva de nuestros cuerpos, más allá de todo binarismo sexo-género. Con esto, la autora impugna la relación causal y de sucesión temporal tradicionalmente implicada entre el sexo -como causa natural presocial- y el género -como efecto o representación cultural del dimorfismo sexual-, pero también cuestiona las tentativas de invertir el orden temporal, que dan por sentado el presupuesto de causalidad como válido por sí mismo, al conce-bir al sexo como un efecto discursivo de la fuerza performativa del género. Finalmente, el libro es una crítica general al binario naturaleza-cultura, que Ciccia elabora inspirada en los trabajos de feministas como Donna Haraway, Karen Barad y las investigadoras de la NeuroGenderings Network. En este punto está explícita la divisa generacional de los nuevos materialismos feministas, pues la autora plantea como salida al binario naturaleza-cultura una “lectura revolucionaria” y “sincrónica”, que entienda la materialidad de nuestros cuerpos como un proceso semiótico concretizado en la noción de plasticidad. La plasticidad indica el carácter irreductible de nuestra vida psíquica -cuya complejidad es todavía acotada en el libro en términos de estados metales-, pero también refiere su relación encarnada con una materialidad productiva, en virtud de su entrelazamiento con el mundo en que vive. Para la autora, materia y semiosis, naturaleza y cultura, biología y discurso, se entrelazan y desarrollan entre sí.

La invención de los sexos consta de una introducción, cinco capítulos y una serie de conclusiones a las que sigue un glosario bastante instructivo para lxs lectores que recién se adentran en el tema. El capítulo 1, “Entrar en calor. La historia del cerebro con perspectiva de género”, nos cuenta la gestación del discurso científico sobre la identificación del cerebro como el órgano de la mente. La relación causal entre un cerebro sexuado y las jerarquías sociales fue ganando sustento con la consolidación de la endocrinología a finales del siglo xix, lo que permitió postular la comunicación química entre la anatomía genital y las sinapsis neuronales como el origen biológico del desarrollo sexo-específico de la subjetividad.

El capítulo 2, “De hormonas, cerebros, género y feminismo”, cuenta la historia que va desde el descubrimiento de las hormonas hacia 1905, a partir del trabajo de Ernest Starling, concebidas de inmediato como compuestos químicos sexuales, hasta la consolidación de la neuroendocrinología del comportamiento durante la Guerra Fría. El recorrido lleva a Ciccia a exponer la aparición del concepto género en el ámbito de la psicología clínica, propuesto por el sexólogo John Money con el propósito de prescribir, a través de la crianza -en un periodo crítico posnatal que iría de los dieciocho meses a los cinco años-, el desarrollo de bebés inter-sex luego de intervenirles quirúrgicamente para “corregir” sus supuestas anomalías genitales. Money, cuenta Ciccia, cambiaría de postura tras la consolidación de la neuroendocrinología y el éxito de la teoría organizacional/activacional (O/A). Esta teoría, con el refinamiento de las técnicas de investigación, planteó que el tipo de organización hormonal en el desarrollo prenatal podía activar un cierto tipo de complejización sexualmente dimórfica del cuerpo, que daría lugar a capacidades y comportamientos sexo-específicos.

El capítulo 3 se titula “Feminismos críticos, teoría queer, estudios trans y la crisis del sida: la cisheteronorma proyectada a los cerebros”, aquí la autora repasa la relación de conflicto bajo la cual surgieron algunos feminismos en la década de 1990, particularmente la teoría queer y los estudios trans, respecto a las técnicas de investigación científica más especializadas que indicaban la formación de las actuales neurociencias cognitivas. El libro agrupa las teorías críticas de entonces -en las que Ciccia sitúa la obra de Eve Kosofsky Sedgwick y Judith Butler- en el marco de un “giro discursivo”, caracterizado por cuestionar la legitimidad de la categoría de sexo: las normativas de género dan inteligibilidad al cuerpo sexuado, por lo que no es el sexo el que da lugar al género.

“Cerebros, cuerpos y normativas de género”, capítulo siguiente, profundiza en la ruptura descrita, pero analiza la reacción del discurso neurocientífico a la crisis extendida de la categoría de sexo. El discurso, teóricamente regresivo, sobre la diferencia sexual promovido por las neurociencias cognitivas ha consistido, sobre todo, en fundamentar con un alto grado de especialización una suerte de neodimorfismo sexual, que postula una conexión entre concentraciones hormonales y el desarrollo sexualmente diferenciado del cerebro desde la historia prenatal. Este desarrollo vendría a ser el agente causal presocial, puramente biológico, que activaría el resto de las diferencias sexo-específicas de los cuerpos. El estudio de la diferenciación cerebral -que concibe diferencias promedio como un dimorfismo causal determinante- ha pretendido establecer un innatismo biológico y explicar así el presunto origen natural de habilidades sociales y de fenómenos como la orientación sexual y la identidad de género.

El último capítulo, “Ni rosas ni celestes”, es a mi juicio el más instructivo del libro, en él la autora desarrolla su crítica al discurso neurocientífico a partir de los nuevos materialismos feministas, con influencia de los trabajos de Dapnha Joel, Cordelia Fine, Gina Rippon, Anelis Kaiser, Stacy Alaimo, Susan Hekman y, desde luego, Haraway y Barad. Concluye con una explicitación descriptiva del sentido de la plasticidad y su densidad ontológica, ya no desde una concepción naturalista, sino desde un punto de vista fenomenológico adoptado como punto de partida para llevar a cabo la “lectura revolucionaria” de los cuerpos. La plasticidad vista así desestabiliza el presupuesto de causalidad y el orden de sucesión temporal que implicaba concebir al sexo como anterior al género o viceversa; en última instancia, una naturaleza neutral que antecede a la cultura es inviable. El materialismo feminista marca también una distancia del “giro discursivo” de la década de 1990 y hace época al entender al sexo-género como un plexo de materialidades semióticas. Sexo y género están en una misma superficie ontológica, ese plano es una biología llena de potencias discursivas, socialmente productivas, de modo que nuestro cuerpo ni nos oculta una verdad biológica, ni es posible determinar de antemano lo que puede. Este apartado apunta hacia la superación de la categoría de sexo y la consideración de variables específicas en el caso de los servicios de salud, que poco o nada tienen que ver con un cuerpo sexuado.

He querido exponer lo más ampliamente posible el desarrollo de los cinco capítulos para mostrar la forma histórica de su argumento y el carácter de su procedimiento, a menudo historiográfico. El libro construye la historia de la categoría científica de dimorfismo sexual, esto significa, a mi juicio, que aún está pendiente profundizar en el análisis de la plasticidad por la misma vía: una crítica materialista.

Para estudiar la categoría de plasticidad como determinación interna de toda materialidad productiva, convendría considerar el trabajo de Catherine Malabou y Deborah Goldgaber. Por lo mismo, sería provechoso escribir la historia de los discursos científicos en torno a la plasticidad, lo que equivaldría a registrar cómo éstos han naturalizado la cosificación objetiva de la plasticidad, al concebirla unilateralmente, privada de su concreción histórica; no hay plasticidad externa a la reproducción material de la vida ni una que no esté relacionada con el movimiento cosificador del capital. Así, la historicidad de la plasticidad sería explícita y eso permitiría considerar su historiabilidad: es decir, hacer historiografía al desencadenar la plasticidad, realizar nuevas historias con y a partir de la plasticidad. ¿No sería entonces de mayor provecho abandonar la idea de una lectura revolucionaria de los cuerpos -prevenir el exceso aporético de la deconstrucción- y empezar a desarrollar una praxis revolucionaria de nuestra materialidad productiva? ¿No es más bien urgente que el desarrollo de esta praxis revolucionaria de los cuerpos desencadene la plasticidad como una potencia transformadora organizada conscientemente a partir de la posibilidad objetiva de la superación de la sociedad capitalista? Misma que ha producido al dimorfismo sexual para naturalizar la subsunción real de la fuerza de trabajo de los cuerpos al capital.

Esta posición nos llevará a plantear una discusión instructiva entre los materialismos feministas y la crítica de la economía política desarrollada por Marx; concebida como la crítica de las relaciones sociales capitalistas en tanto formas de dominación desplegadas en nuestra materialidad productiva. El libro de Ciccia anticipa esta discusión al plantear que “los procesos de industrialización y el creciente capitalismo exigían una nueva estrategia para sostener la estructura de la vida social. Y esa estrategia fue […] un dimorfismo sexual desde el cual se daba legitimidad a la existencia de conductas e intereses sexo-específicos”.4

Por otro lado, creo que entre los capítulos 2 y 3 sería pertinente un desarrollo sobre los feminismos de la diferencia sexual -Irigaray, Cixous, Kristeva y la obra temprana de Braidotti- para revisar hasta qué punto su relación crítica con el psicoanálisis y el postestructuralismo fue un intento por desarrollar la irreductibilidad de la diferencia sexual. Cabría preguntar, ¿no es acaso insuficiente y naturalizadora la noción misma de mente para dar cuenta de los procesos psíquicos, la vida anímica y cierta trabazón que pudiera tener con ellos la diferencia sexual?

Para concluir: ¡cuánta falta nos hacía un libro como La invención de los sexos! Un texto que ha decidido dejar de tomar el rábano por las hojas, para plantear la posibilidad de una ontología procesual de los cuerpos, al investigar la materialidad a partir de su carácter productivo y autotransformador, que no parte de concebir esencias unilaterales, sino desde procesos concretos en los cuales se entrelazan historia y naturaleza. El libro es tan ambicioso que por momentos nos deja a la espera de algo más. Ciccia nos presenta, por decirlo así, una primera parte historiográfica de lo que todavía puede ser un programa teórico mayor: algo que ya podríamos ir nombrando como una crítica materialista de la metafísica del cuerpo sexuado…

Referencias

Ciccia, Lu. La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí. Ciudad de México: Siglo XXI, 2022. [ Links ]

Guerrero, Siobhan y Lu Ciccia, coord. Materialidades semióticas. Ciencia y cuerpo sexuado. Ciudad de México: UNAM, 2022. [ Links ]

1 Ver: Siobhan Guerrero y Lu Ciccia, coords., Materialidades semióticas. Ciencia y cuerpo sexuado (Ciudad de México: UNAM, 2022).

2 Lu Ciccia, La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí (Ciudad de México: Siglo XXI, 2022), 252.

3Ciccia sostiene que existe una diferencia cualitativa entre lo que llamamos “orientación sexual” (en la que caben las monosexualidades —heterosexualidad, homosexualidad, lesbianidad— y las pluri-sexualidades —bisexualidad, pansexualidad, etcétera— y la “identidad de género” (donde estarían las identidades mujer, hombre y el espectro del no binarismo). Los prefijos cis- y trans-, así como la palabra cisgénero, no designan propiamente identidades ni corporalidades, sino nuestro tipo de relación con el género y cómo lo vivimos y encarnamos. Es decir, sirven para nombrar las relaciones y asimetrías que produce el género y desnaturalizarlas: una persona cis es alguien que se identifica con el género que se le asignó al nacer. Una persona trans es alguien que ha dejado de identificarse con el género asignado.

4Ciccia, La invención de los sexos, 70.

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