“¡Que me importan las leyes, la sociedad, si dentro de
mí hay un reino donde yo sola soy!”
“[…] la vida no fue hecha para mí, porque soy una
llama que se devora a sí misma”.
Nahui Olin
Se dice que los ojos son las puertas del alma, que por ellos es posible llegar a la profundidad de los recónditos recovecos de lo que escondemos. Son la puerta al yo que se desnuda. Por otro lado, también se dice que “de la vista nace el amor”. Lo que es muy cierto, es que la vista es el sentido por el que conocemos al otro.
Los ojos de Carmen Mondragón dejarían una profunda huella en quien los miraba. Era como mirar al mar, con tonalidades de verde intenso que transportaban al profundo abismo de la pasión que la devoraba, que se derrama por los poros de su piel, dejando un rastro imborrable e invisible, que indicaba el camino para el encuentro con las avasalladoras llamas de la desbordante pasión y erotismo que la quemaba y que terminó por consumirla.
Carmen Mondragón nació en la hoy Ciudad de México, en Tacubaya, bajo el signo de Cáncer, el 8 de julio de 1893. Fue la quinta de ocho hijos de un connotado general porfiriano, Manuel Mondragón, que además de su carrera militar, encontró tiempo e imaginación para inventar utensilios mortíferos -un cañón, un fusil automático y una carabina-. Por indicación del presidente Porfirio Díaz, viajó a Francia y en ese periodo sus hijos se educaron allá. Carmen aprendería francés, lengua en la escribiría su poesía, danza, pintura literatura y teatro. Desde niña se reconoce su precocidad e inteligencia, que deja como evidencia en unos cuadernos que le entrega, la que fuera su maestra en el Colegio Francés, al Dr. Atl (Gerardo Murillo)1.
No es de extrañar que una mujer tan fuera de su época, se conociera por los hombres que compartieron las diversas etapas de su vida -como lo menciona Adriana Malvido-: hija del General M, esposa de X, amante de Z. No por ella: Carmen. Es por el nombre con el que la bautizó el Dr. Atl: Nahui Olin, sí con una sola “l”, así lo escribía ella, eso la distinguía, no era el cuarto movimiento en náhuatl, ese sí era de ella.
Nahui es más conocida por sus desnudos, que quedaron plasmados en las fotografías de Antonio Garduño y Edward Weston. La libertad que expresa y la naturalidad de las tomas son impresionantes, así como la estética del cuerpo de Carmen, que además se sabía bella y decía: “Me retraté desnuda porque tenía un cuerpo tan bello que no iba a negarle a la humanidad de su derecho a contemplar esta obra”2. Pero no solo su cuerpo era bello, sus ojos eran otra característica de Nahui que se pueden apreciar en sus autorretratos y en las fotografías que los registraron.
Su obra pictórica se calificó como ingenua y espontánea, de colores vivos y brillantes, que se clasificó en la corriente conocida como naif. Su obra se pudo apreciar hace algunas semanas en una magnifica exposición, aquí en la Ciudad de México en el Museo Nacional de Arte “La mirada Infinita”. La plaza de toros, los mercados, la boda son algunas de las pinturas que se podían apreciar en la exposición. Sus autorretratos y otras pinturas con estilos de épocas diferentes se mostraban cercanos en la misma sala3.
Se dice de ella, que mendigaba en la Alameda cubierta con un abrigo hecho con las pieles de sus amados gatos, pero según Tomás Zurián, esto es más mito que realidad, y no la identifica como “feminista de pancarta”, sino que lo fue con el ejemplo, al romper con las buenas costumbres de la época4.
Nahui escribió poesía en francés, era buena caricaturista, convivió con los artistas de los años veinte que agitaban el ambiente artístico de la época. Su primer libro de poesía Óptica cerebral. Poemas dinámicos, no solo es una obra de arte por el contenido, también por la portada, que realizó el Dr. Atl; referimos al lector a un documento en el que hay una traducción de dos poemas de ese volumen5.
Quedó Nahui integrada en la obra de Diego Rivera, como “la poesía erótica” en el mural La Creación, que se encuentra en San Ildefonso1. Otras mujeres, como Lupe Rivas Cacho, Lupe Marín, María Dolores Asúnsolo, Palma Guillén, entre otras, la acompañaron por ese camino que muy pocas transitaban1, la libertad de ser mujer e inteligente, no solo la esposa de Rodríguez-Lozano o la amante del Dr. Atl, sin la necesidad de un hombre para demostrar su valía, ella, solo ella: Nahui Olin.