1. Introducción*
Yo os he oído decir muchas veces que el miedo
es el mayor Señor que puede encontrarse…
Carta de Francesco Vettori a Nicolás Maquiavelo,
5 de agosto de 1526.1
En uno de los pasajes centrales del primer libro de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Nicolás Maquiavelo deja clara una de las premisas más importantes de su obra: la inmutabilidad de la naturaleza humana. Para el Segretario florentino, quien estudie la Historia se dará cuenta de que las pasiones y los deseos que habitan a las ciudades y los hombres siempre han sido los mismos.2 Como los astros del firmamento, escribe en otro lugar de la misma obra, los asuntos humanos nunca han variado su movimiento.3 Esta inmutabilidad es lo que permite a Maquiavelo llevar a cabo el método de comparación histórico sobre el que construye su obra.4 Al mismo tiempo, esta afirmación muestra que, para él, las pasiones humanas son un elemento clave para estudiar la política.
Como se lee en una de las biografías más recientes del pensador,5 en su obra existe una serie de fuerzas más allá de la razón que tienen un papel determinante en la vida de los hombres. La primera de estas figuras es la diosa Fortuna, pero casi tan influyentes como esta caprichosa deidad son las pasiones humanas, que todo lector juicioso debería tomar en cuenta en sus razonamientos.6
Pasiones como el miedo, el amor, el odio y la ambición pueblan las páginas de El príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, pero también su obra poética, sus escritos diplomáticos, sus obras de teatro y hasta su correspondencia. Ya sea de forma explícita o no, todas esas pasiones tienen un papel en los recuentos que hace de la ruina y grandeza de pueblos, individuos y ciudades. Podría decirse que, junto a “la larga experiencia de las cosas modernas y la continua lectura de las pasadas”,7 el mundo emocional es para Maquiavelo una fuente primordial de su conocimiento sobre la psicología y la política.
Sin embargo, la literatura especializada en este autor dista mucho de haber cubierto este campo de investigación a cabalidad. Aunque en años recientes, estudiosos de Maquiavelo han comenzado a prestar más atención al rol de las emociones en su pensamiento, la atención de la mayoría de estos trabajos se ha centrado sólo en un grupo pequeño de pasiones,8 por lo que la dimensión afectiva de su obra aún espera a ser debidamente explorada.
Este trabajo busca contribuir a llenar este vacío de dos maneras. En primer lugar, identificando los distintos usos que tiene una de esas emociones, en particular, el miedo, en sus principales obras, El príncipe y los Discursos. En segundo lugar, mostrando cómo esta emoción está íntimamente ligada con el concepto central de la política maquiaveliana: la virtù.
En síntesis, este texto plantea que, si bien en Maquiavelo existen maneras de temer y hacerse temer que pueden ser perjudiciales para los gobernantes, los pueblos y las ciudades, la lectura atenta de sus dos principales trabajos muestra una perspectiva mucho más compleja. De esta lectura alternativa se deriva que la capacidad de inspirar miedo ocupa un lugar fundamental en las tareas del mantenimiento, expansión y salvación de un Estado, sea una república o un principado. De igual modo, planteo que para Maquiavelo existen formas específicas de sentir temor, tanto por parte del gobernante como de sus ciudadanos, vinculadas estrechamente con estos objetivos. En este sentido, el miedo aparece no sólo como una de las emociones con mayor presencia en su obra, sino como una de las más importantes para el cumplimiento de los fines políticos que plantea a sus lectores: el honor, la gloria y la fama que trae consigo la fundación, reforma o expansión de un Estado.9
Para argumentarlo, procederé de la manera siguiente: en primer lugar presentaré, a partir de los trabajos clásicos de Quentin Skinner e Isaiah Berlin, la revolucionaria manera en la que Maquiavelo entiende la virtù. A continuación, siguiendo lo planteado recientemente por Gabriele Pedullà, discutiré la presencia general del miedo en la obra del Segretario y los dos principales roles que toma en su pensamiento: el que contribuye a los fines de los políticos prudentes y el que contribuye a su ruina. La parte central del texto consistirá en presentar lo que llamo los usos virtuosos y no virtuosos del miedo, a través de un análisis de algunos pasajes de El príncipe y los Discursos, utilizando las traducciones realizadas del original por los profesores Harvey Mansfield y Nathan Tarcov, cuyos detallados índices analíticos resultan particularmente útiles a los propósitos de este texto.10 Por último, concluiré llamando la atención sobre la relación entre esta emoción y la virtù, así como la importancia de este planteamiento en Maquiavelo.
Este texto pretende realizar tres aportaciones: en primer lugar, ser una piedra más en el edificio que están construyendo los nuevos estudios sobre el rol de las emociones en Maquiavelo. En segundo lugar, contribuir a enriquecer y matizar la visión tradicional que se tiene del miedo en su obra vis à vis su relación con la virtù, pero también con otras emociones como el odio y el amor, cuyo tratamiento llega a pecar de cierto simplismo. En tercer lugar, este trabajo invita a reflexionar, a través de un autor clásico, sobre una emoción que se ha vuelto -pandemias, conflictos y nuevos autoritarismos mediante- un signo de nuestro tiempo.
2. La virtù Maquiaveliana: hacia una nueva moralidad
Pocas cuestiones alrededor de Maquiavelo han causado tanta polémica como su concepto de virtù. Y sin embargo, pocos temas son tan fundamentales, pues en la diferencia entre la virtù maquiavélica y las virtudes convencionales radica el centro y la originalidad de su pensamiento político.
Para entenderlo, es preciso ubicar al autor en su contexto, como hace Quentin Skinner.11 Para este historiador, al tiempo que comparte planteamientos de dos grandes tradiciones de su época -la literatura de espejos para príncipes y la recuperación de las ideas republicanas-, Maquiavelo es también un innovador que cuestiona e incluso ridiculiza a sus contemporáneos.12 En pocos temas esta ambivalencia es más patente que en el de la virtù.
Tanto en el pensamiento republicano como en los espejos para príncipes, Skinner encuentra una narrativa común formada por tres elementos: por un lado, tenemos al héroe político que busca la gloria, la fama y un lugar en la posteridad. Frente a él hay una poderosa enemiga, la voluble y avasalladora Fortuna, contra la que el héroe tienen un solo recurso: su virtù.13 Maquiavelo, explica Skinner, sigue pensando en estos términos. Su novedad está en la redefinición que hace de esa virtù y el papel que le asigna en la vida pública.14
Tradicionalmente, continúa el historiador de Cambridge, la virtud de los príncipes se entendía como una serie de cualidades en las que se combinaban las virtudes cristianas (piedad, religión y fe) y las virtudes cardinales clásicas (sabiduría, templanza, fortaleza y justicia).15 Para Maquiavelo, el problema es que, en política, estas cualidades causan más a menudo la ruina que la salvación. Como sostiene en El príncipe, quien “hace profesión de bueno en todo, debe arruinarse entre tantos que no lo son”. 16Es por ello que, si un gobernante desea mantener su Estado, debe aprender “a ser capaz de no ser bueno y usar esta capacidad de acuerdo con la necesidad”.17 Lo anterior significa que, para el florentino, el oficio del político entra con frecuencia en conflicto con lo que se juzga bueno para los hombres privados. No es que rechace las virtudes o defienda el vicio sin más. Su preocupación está en el hecho -desafortunado, pero ineludible- de que si un hombre público se conduce siempre según estas cualidades, más temprano que tarde fracasará.18
Para Maquiavelo, la salida a ese dilema es aceptar que quien quiere mantener un Estado debe apartarse de la moral convencional y abrazar un conjunto de valores alternativo. En ese sentido, nos dice Skinner, la gran diferencia entre el autor de El príncipe y sus contemporáneos no es la de una visión moral de la política frente a otra que divorcia la política de la moralidad, sino la que hay entre dos tipos de moralidad distintas.19
En su ensayo The originality of Machiavelli, Isaiah Berlin20 plantea que la originalidad de su obra se encuentra precisamente ahí, en haber contrapuesto a la moral cristiana y tradicional una moralidad alternativa, cuyos fines últimos son los que debe perseguir el político: alcanzar la gloria fundando, reformando o expandiendo un Estado. Para Maquiavelo, escritor dado a pensar en alternativas,21 es preciso elegir entre esos dos mundos morales: el cristiano, que lleva a la salvación del alma pero conduce a la impotencia (e incompetencia) política, o el de los príncipes, que hace posible construir una nueva Roma, pero que irremediablemente lleva al problema de “las manos sucias”.22
Si Maquiavelo lamenta que sus contemporáneos se limiten a admirar contemplativamente las grandes gestas de los políticos de la Antigüedad,23 su nueva concepción de la virtù, diferenciada de la virtud convencional y más similar a una virtus antica y pagana, es una invitación a imitarlos de forma activa. ¿De qué manera? Ejerciendo cualquier cualidad que sea necesaria para llevar a cabo sus fines. Tal y como lo resume Skinner, la conclusión de Maquiavelo es que la situación del político “es tal que su virtù no puede excluir el mal”.24
Este llamado a ir más allá de la moralidad convencional, como argumenta Mansfield,25 es patente en la célebre alusión maquiaveliana a un nuevo tipo de verdad: la “verdad efectual” (verità effettuale ).26 Una verdad que se muestra en los “efectos” de las acciones y las cosas, no en la “imaginación” que los hombres se hacen de ellas. Para el político, parece decirnos el florentino, sólo hay una realidad: la del mundo de las consecuencias.
Este razonamiento no es privativo de los consejos que Maquiavelo brinda a los príncipes, sino que se dirige también a los republicanos. En los Discursos, explica Skinner, existe la misma polaridad “entre virtù y fortuna [y] la misma moralidad política revolucionaria”.27 La diferencia es que en esta obra el objetivo que pone por encima de toda consideración moral convencional no es ya el de la seguridad del Estado, sino el de la libertad.28
Aquí emerge de nuevo su originalidad: el Segretario coincide con el pensamiento republicano de sus contemporáneos en que la meta de todo habitante de una ciudad libre debe ser el mantenimiento de esa libertad; lo que lo distingue es que, para él, este objetivo se vuelve un valor final ante el que todo otro dictado se subordina. Como escribe al final del tercer libro de los Discursos, cuando está en juego la libertad de la patria, “no se ha de guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto, piadoso o cruel, laudable o vergonzoso”.29 Esta visión consecuencialista de la virtù, entendida como toda cualidad necesaria para garantizar la gloria y el éxito en la vida pública,30 está íntimamente ligada con el miedo, como mostraré a continuación.31
3. El miedo y sus dos caras en la obra de Maquiavelo
Que el miedo es una pasión fundamental en la política no es una idea nueva. En la historia política que realiza Corey Rubin de esta emoción, la rastrea hasta Tucídides y los griegos. En el recuento de este autor, resultan especialmente importantes los trabajos de pensadores como Hobbes, Montesquieu, Tocqueville y Arendt,32 pero curiosamente la obra del florentino merece apenas una mención.
Con todo, el miedo es una de las emociones que tiene mayor presencia en su obra. Ya sea como verbo o sustantivo, la paura y el timore aparecen frecuentemente en El príncipe y los Discursos.33 Los personajes que pueblan ambas obras lo mismo inspiran miedo que lo padecen por las más diversas razones. En total, de acuerdo con los índices analíticos elaborados por Mansfield y Tarcov, el miedo y sus derivados aparecen 66 veces en 16 de los capítulos de El príncipe,34 y son protagonistas de dos de ellos: el XVII y el XIX. En los Discursos esta emoción no se hace menos presente: aparece al menos en 133 ocasiones a lo largo de sus tres libros. De un análisis textual se sigue que el miedo no sólo es uno de los conceptos fundamentales en la psicología maquiaveliana, sino la emoción más predominante en su obra, por encima de otras como el amor, el odio, la avaricia o la ambición. El arte de temer y ser temido está en el corazón de su filosofía política.
¿Quién siente miedo en la obra de Maquiavelo? Temen tanto los príncipes como los republicanos, los nobles y los plebeyos, los pueblos y las ciudades. Los motivos que causan esta emoción no resultan menos variados: en su obra hay personajes que inspiran un temor legendario, como el cartaginés Aníbal o el emperador Severo, pero también se teme a la autoridad y al castigo, a la venganza, a los impuestos e incluso a Dios. Tanto en El príncipe como en los Discursos el miedo interviene en las más grandes gestas heroicas y en las mayores catástrofes, desde la obtención de un principado hasta la corrupción de una república.
El miedo es, de esta manera, una emoción que forma un vínculo que con frecuencia funciona en ambas direcciones: los personajes de sus obras inspiran temor, pero también lo padecen, aunque en distintos grados y por distintos motivos. Si bien todo lector de este autor sabe bien que el príncipe debe preferir ser temido a ser amado por sus súbditos,35 no pocos caen en la cuenta de que es también natural y ordinario que el príncipe mismo tenga buenas razones para temer. Para ambos casos, él tiene un consejo y para ambos ofrece una técnica.
¿Hay un sentido en el miedo para Maquiavelo? La leyenda negra alrededor de este filósofo puede inducirnos a pensar en el miedo como una herramienta más que el autor de El príncipe pone en manos de los tiranos. Sin embargo, lo cierto es que su tratamiento de esta emoción es mucho más complejo. Por descontado, es un realista. Sabe que el miedo puede ser producto de la conducta arbitraria de un déspota. Sin embargo, esta faceta del miedo no es la más frecuente en su obra. Tampoco es la que recomienda a los políticos prudentes.
Como explica Gabriele Pedullà, el miedo en Maquiavelo tiene dos caras contrapuestas.36 La primera de ellas ha sido teorizada al menos desde Aristóteles, quien vio en el miedo una de las causas de las guerras civiles y lo presentó como una emoción negativa y destructiva que incentiva a los hombres a tomar acciones desesperadas.37 En Maquiavelo, este “miedo-estímulo”, como lo llama Pedullà,38 es el que caracteriza a las tiranías y a las ciudades anárquicas. Asimismo, es el que está detrás de las acciones que alteran el orden político, como rebeliones, conspiraciones y magnicidios, en las que, movidos por esta pasión, los hombres llegan a transgredir con su comportamiento los límites impuestos no sólo por las leyes o las costumbres, sino por su propio instinto de preservación.
Sin embargo, existe otra cara del miedo, una que lo presenta no como una causa de desorden sino como una herramienta de los políticos virtuosos. Es lo que Pedullà llama el “miedo-inhibición”, que actúa como un instrumento de control externo que disuade a los individuos de tomar acciones que puedan ser nocivas para el bienestar colectivo.39 Esta faceta del miedo es la que Maquiavelo reconoce como propia de los principados bien ordenados y las repúblicas libres. Y es la que sugiere poner en práctica a sus lectores atentos.
Como puede apreciarse, en ambos casos la emoción en juego es la misma, pero sus resultados no podrían ser más distintos. El miedo es así, para Maquiavelo, un instrumento ambivalente: puede contribuir al éxito de un político o un Estado o ser causa de su ruina. Ahora bien, si definimos la virtù maquiavélica como las cualidades necesarias para mantener o engrandecer un principado o una república, de lo anterior se sigue que necesariamente habrá formas virtuosas y no virtuosas de tener miedo y de inspirarlo, dependiendo de si contribuyen o no a las metas de un político prudente. A estudiarlas se dedican las siguientes tres secciones de este texto.
4. Los usos virtuosos del miedo en El príncipe
El miedo aparece por primera vez en El príncipe en el capítulo III, dedicado a los principados mixtos. Es, junto al amor, la primera emoción que se presenta en el libro. El momento en que Maquiavelo la muestra no es trivial, pues es en este punto de la obra que comienza a delinear la complejidad de la tarea de gobernar. “Pero las dificultades residen en el principado nuevo”, deja claro al comenzar el capítulo.40 Para hacerles frente, una de las herramientas con las que cuenta el gobernante es su capacidad para inspirar temor.
Ya desde esta primera aparición en El príncipe, el miedo es un instrumento que sirve para modificar el comportamiento de los individuos en beneficio del Estado. En el capítulo III, el autor aconseja al nuevo gobernante de un principado mixto que se mude a él para tener cerca a sus súbditos. Al hacerlo, quienes decidan ser buenos tendrán más razones para amarlo y quienes se comporten de otra manera, más motivos para temer.41
Como lo explica Stefano Visentin, en Maquiavelo “las acciones del príncipe están siempre determinadas por una dialéctica permanente con las pasiones y la imaginación de su pueblo”.42 Es lo que pasa con el temor, que actúa como un freno para quienes pueden atentar contra el orden de la ciudad.43
La necesidad de este tipo de estrategias se explica, en parte, por la antropología política de Maquiavelo,44 para quien el buen gobernante debe asumir que los hombres son volubles y malvados.45 De ahí el imperativo de establecer límites externos a su comportamiento: de obligarlos a ser buenos. Mientras que en las repúblicas los medios para lograrlo son múltiples, en los principados, parece decirnos, el instrumento por excelencia para modular el comportamiento ajeno es el temor hacia el propio príncipe.
Sin embargo, la conveniencia de que un gobernante con virtù sepa hacerse temer no se basa sólo en una concepción pesimista de la naturaleza humana,46 sino que es corolario de uno de los consejos centrales de El príncipe: la necesidad de ser autosuficiente. Como lo ha enfatizado la profesora Erica Benner, para Maquiavelo, cualquier gobierno que se funde en la voluntad de otros (como el de Cesare Borgia47) es inseguro y débil; cualquiera que se funde en lo propio, por muy modesto que sea (como el de Hierón de Siracusa48), tendrá estabilidad y fuerza.49 La consecuencia de este razonamiento en asuntos militares es la implacable condena de Maquiavelo al uso de ejércitos mercenarios y lo prudente que considera el contar con “armas propias”.50 En materia de la relación de un príncipe con sus súbditos, esta autosuficiencia significará hacerse temer antes que amar, el gran tema del capítulo XVII.
“¿Es preferible que un príncipe sea temido o que sea amado?”, se pregunta Maquiavelo. Idealmente, responde, convendría ser ambas cosas. Sin embargo, revira de inmediato, tal combinación es muy difícil de alcanzar. La conclusión del florentino es que ser temido antes que amado si no resulta lo mejor, al menos sí es lo más seguro.51 La razón de la superioridad del miedo frente al amor no es otra que la lógica de la autosuficiencia. Para él, el miedo se basa en el castigo que el príncipe puede imponer a sus súbditos.52 Depende, por tanto, de lo que les es propio. El amor, por el contrario, deriva de un vínculo que los hombres “rompen a la primera oportunidad por su propia utilidad”. Depende, por tanto, de lo que le es ajeno.53
Como apunta bien Skinner,54 este posicionamiento colo ca a Maquiavelo en las antípodas del humanismo tradicional y de escritores como Cicerón en lo que toca al papel de las emociones en la política.55 Para el florentino, el miedo no sólo es una emoción más adecuada para la política que el amor, sino que irá más allá, al considerar que muchas de las cualidades que hacen a un príncipe amado acaban por volverlo despreciable,56 algo de lo que todo político prudente debe huir como de la peste.
Los hombres, argumenta Maquiavelo, ofenden con más “duda” a aquel que se hace temer que a quien se hace amar.57 En este punto conviene ir más allá de la traducción que hace Mansfield (hesitation) e ir directamente al texto original, en el que el autor usa la palabra respetto.58 El príncipe que se hace temer, en consecuencia, se hace respetar, a él mismo y a su Estado, más que aquel que se hace amar. Esta relación entre temor y respeto vuelve a aparecer cuando habla del emperador Severo, al que califica como un “fiero león y zorro astuto, como resultado de lo cual fue temido (temuto) y reverenciado (reverito)”.59
Estos pasajes comienzan a mostrar cómo el temor que Maquiavelo aconseja a los príncipes infundir no es el de un tirano caprichoso que reduce a sus súbditos a la desesperación y los incentiva a rebelarse (el “miedo-estímulo” del que habla Pedullà) sino un miedo “razonable” a una autoridad bien ordenada, que regula la conducta de los individuos forzándolos a ser buenos (el “miedo-inhibición”). Este miedo razonable al castigo por parte del que teme a la autoridad, dice Maquiavelo en el capítulo XVII cambiando súbitamente de perspectiva a la segunda persona, “no te abandona nunca”.60 La idea detrás de este mecanismo es la presencia del castigo, un concepto que, como explica Benner, para Maquiavelo está vinculado íntimamente con la ley y la justicia.61 Y es que, sigue Benner, la imposición de un castigo (punire) en un principado o una república bien gobernada debe ser un proceso estricto, pero no cruel ni arbitrario.62 El miedo a estos castigos establece límites al comportamiento de los individuos, pero deja espacio para el ejercicio de la libertad y la razón. Por el contrario, el temor que produce obediencia ciega a costa de imponer terror y ofensas continuas es dañino para cualquier gobierno.63
En el capítulo XIX, Maquiavelo muestra al lector la antítesis del miedo: el desprecio, una emoción de la que los príncipes deben protegerse tanto o más que del odio. El emperador Maximino, cuenta el florentino, era temido, pero como también era despreciado (contenutto) por su origen, fue asesinado.64 La inclusión del desprecio como una antípoda del miedo, así como las causas que lo generan, como el ser considerado “variable, ligero, afeminado o pusilánime”65 son razones adicionales para considerar que el miedo maquiaveliano es un producto no de una crueldad irracional sino de una autoridad sólida. El desprecio también es opuesto al respeto. Las cualidades que lo causan, por otro lado, muestran que la capacidad de hacerse temer y respetar dependen, para Maquiavelo, en rasgos de la personalidad asociados con la masculinidad tradicional (como la fuerza física o la gravitas).66
La clave para diferenciar entre las distintas formas de inspirar miedo está en el capítulo XVII, en el que se discute la manera correcta en que un príncipe debe hacerse temer. Y es que, para Maquiavelo, el mantenimiento de un Estado no sólo requiere que el príncipe sepa ser una bestia para provocar terror (“ser león para asustar a los lobos”67), sino que aprenda cómo hacerlo con una técnica fundamentalmente humana. En pocas palabras, un príncipe que se hace temer debe hacerlo de tal forma que no se vuelva odioso (ni despreciable) para sus súbditos. A diferencia de la imposible combinación entre ser temido y amado, ser temido y no ser odiado “muy bien pueden estar juntos”.68 Para lograr esta combinación es necesario seguir una técnica que resume en la consigna de abstenerse de tocar los bienes y las mujeres de sus súbditos. Es decir, en no ser rapaz.69 Un buen ejemplo de ello lo da un famoso pasaje del capítulo VII, en el que habla de Cesare Borgia y Remirro de Orco, a quien Valentino encomendó poner paz en la región de la Romaña.70 Cuando el duque sospechó que la crueldad de su lugarteniente no sólo había generado temor sino también odio, no dudó en reemplazarlo de forma definitiva.71
Maquiavelo da cuenta de los usos virtuosos del miedo incluso en los lugares menos esperados. Tal es el caso del capítulo VIII, en el que discute a quienes llegaron a príncipes por medio del crimen. Este capítulo analiza la única figura de la obra que merece ser llamado pauroso (inspirador de miedo o temor) en todo el libro: Oliverotto da Fermo.72 La historia de Oliverotto muestra la utilidad de inspirar miedo como una herramienta para adquirir un principado. Después de los crímenes iniciales que este mercenario comete contra sus benefactores,73 fue el miedo lo que hizo que los nobles de la ciudad de Fermo le entregaran el gobierno. El miedo también es un elemento clave en la seguridad de la que Oliverotto gozó hasta su muerte. Esto sugiere que la capacidad de inspirar miedo no sólo no está peleada con la creación de órdenes civiles y militares firmes para Maquiavelo, sino que en determinadas circunstancias es la que los hace posibles en primer lugar. También mueve a pensar que, como ocurre con el otro protagonista de este capítulo, el siracusano Agátocles,74 hay más virtud en Oliverotto que la que una primera lectura de El príncipe deja entrever.75
Además del miedo que el propio príncipe inspira, Maquiavelo muestra una forma adicional en la que el temor sirve a los príncipes para modificar la conducta de sus súbditos y mantener su Estado: generar miedo hacia un enemigo externo. En El príncipe, Maquiavelo aconseja al gobernante que se encuentre sitiado por un enemigo recordar a su pueblo la crueldad del extranjero, de modo que sus súbditos se mantengan fieles y, por temor, no lo abandonen.76 Esta manera de usar políticamente el miedo a los ataques externos aparece sólo una vez en el capítulo X, pero es heredera de una gran tradición que Maquiavelo retoma en sus Discursos: la idea del metus hostilis, que será objeto de estudio de la siguiente sección.
¿Qué hay del miedo que siente el propio príncipe? El capítulo XVII deja entrever que, también aquí, este sentimiento necesita ser modulado y gestionado por la prudencia. El príncipe debe ser mesurado (grave) y proceder de modo moderado (temperato)77 al creer los rumores que escucha sobre aquello a lo que podría temer, de modo que no se vuelva incauto al no temer a nada ni a nadie, pero tampoco intolerable, al temer y sospechar de todo y de todos. En el siguiente capítulo en el que el miedo se hace presente, el XIX, se profundizará en este tema.
El capítulo XIX plantea que el príncipe puede tener dos tipos de miedo. Por un lado, el que se siente hacia el exterior, hacia sus enemigos, y el que se percibe en el interior del principado, hacia sus súbditos.78 Maquiavelo se centra en este segundo temor, tomando como base el problema de las conspiraciones. En una especie de juego de espejos, plantea que la mejor forma que tiene el príncipe para hacer frente a su temor a las conspiraciones es influir en el miedo de quienes pueden conspirar contra él. ¿Cómo? Manteniendo la amistad con el pueblo, de modo que el conspirador no sólo tema el castigo por parte del príncipe que puede sufrir si falla en su intento de magnicidio, sino la ira del pueblo en caso de tener éxito, como ocurrió con los Caneschi en Bologna.79
La siguiente aparición del miedo en El príncipe ocurre al hablar de la conveniencia o no de las fortalezas en el capítulo XX. En esta sección, Maquiavelo vuelve a hacer la distinción entre los dos miedos del príncipe planteados en el capítulo XIX: por un lado, el príncipe que teme más a sus súbditos y, por el otro, el que teme más a sus enemigos externos. El primero deberá construir fortalezas mientras que el segundo deberá omitirlas.80 Aunque Maquiavelo escribe que ambos tipos de príncipes pueden ser alabados de acuerdo con las circunstancias, su argumentación deja claro que el único miedo razonable, prudente y conducente a la estabilidad y éxito políticos es, en este caso, el que se tiene por los enemigos externos y conduce a prescindir de las fortalezas. La falta de fortalezas es, de esta forma, una especie de necesidad autoimpuesta por el príncipe hacia sí mismo para obligarse a ser bueno, manteniendo satisfecho al pueblo y no haciéndose odiar por él.81
5. Los usos virtuosos del miedo en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio
Como en El príncipe, el miedo en los Discursos adopta varias caras, pero mantiene su íntima relación con la virtù. La diferencia es que su uso virtuoso no radica sólo en mantener el orden o la seguridad de un principado, sino en el mantenimiento de la libertad de una república y, sobre todo, como un remedio contra la corrupción de sus costumbres.
Al igual que los súbditos en los principados, en Maquiavelo los ciudadanos de las repúblicas necesitan constantes limitantes externos para ser (y mantenerse) virtuosos. Ahora bien, la virtud de los republicanos no es ya la del orden y la obediencia, sino la del patriotismo: anteponer el bien de la colectividad a cualquier otro interés.
Pese al tono más apasionado que adopta en los Discursos, Maquiavelo sigue sin hacerse ilusiones sobre la naturaleza huma na: su consejo en esta obra es que el gobernante deber tomar a los hombres como sujetos cuyos deseos nunca quedan satisfechos.82 Para prevenir estos apetitos insaciables, uno de sus mecanismos predilectos volverá a ser el temor.
Si bien, como dice Skinner, Maquiavelo admira el uso que hacían los romanos de la religión para inspirar patriotismo en sus ciudadanos, parece más interesado en destacar cómo usaban esta misma religión civil “para inspirar terror en su población, haciéndolos actuar de una forma tan virtuosa como no hubiera sido posible de otra manera”.83 Así ocurrió, por ejemplo, luego de la derrota de Roma ante Aníbal84 en Cannas, cuando algunos jóvenes romanos estuvieron tentados a huir de la ciudad. Maquiavelo cuenta en los Discursos que, para evitarlo, Escipión85 los obligó, espada en mano, a jurar que permanecerían en Roma para defenderla.86 Lo que no hizo su amor por la patria, concluye Skinner, lo hizo el miedo a jurar en vano; en pocas palabras, el miedo a faltar a los preceptos de su religión los obligó a ser virtuosos.87
Algo similar ocurre en cuestiones militares. Los Discursos están llenos de ejemplos de la virtù de generales como Escipión y Camilo.88 Hay uno, sin embargo, al que Maquiavelo reserva su mayor admiración: Manlio Torcuato. La figura de este militar, que condenó a muerte a su propio hijo por desobedecerlo en la guerra, es sinónimo de severidad.89 Su conducta es, según el autor, la muestra de que la capacidad de un buen líder para inspirar miedo es la base de un ejército unido, disciplinado y virtuoso como el romano.
Sin embargo, si hay una forma preponderante del miedo virtuoso en los Discursos no es el que causa la religión o los generales romanos, sino el que inspira el enemigo: la teoría del metus hostilis.90 De acuerdo con la investigación de Pedullà, esta teoría está presente en el pensamiento político al menos desde Salustio,91 quien explicó la corrupción de Roma como una consecuencia de la falta enemigos poderosos, una vez destruida Cartago.92 Para Salustio, “el miedo a un enemigo exterior mantuvo al Estado dentro de los límites de la buena moralidad. Pero cuando ese miedo se alejó de las mentes de la gente, se levantaron los vicios”.93 A pesar de su larga historia, esta idea está ausente del pensamiento de los contemporáneos del florentino. La razón, nos dice Pedullà, es que, para estos autores, la conexión entre virtud y miedo era simplemente “escandalosa”, pues cancelaba el elemento de libertad en el desarrollo moral.94 Hacía falta que llegara Maquiavelo para reintegrar este argumento al pensamiento occidental con sus Discursos.95
En los Discursos, el metus hostilis representado por Aníbal y Cartago mantiene a los romanos virtuosos cuando está presente. De forma igual de importante, la ausencia de este temor es una de las causas con las que Maquiavelo explica la corrupción de Roma. En el primer libro de los Discursos,96 por ejemplo, señala la falta de miedo a los enemigos como una de las razones por las que los romanos dejaron de elegir a los ciudadanos más virtuosos como sus dirigentes,97 una crítica que reaparecerá al final de la obra.98
Trasladándose de la Antigüedad a las “cosas modernas”, argumenta que el miedo a enemigos externos también contribuye de forma significativa a la unidad de un Estado. Al refererise a las ciudades suizas, el Segretario concluye que la unión que existe “dentro de sus murallas” resulta de tener enemigos cercanos que tomarían ventaja de cualquier signo de discordia.99 Esta idea volverá luego, cuando reflexione sobre los conflictos entre Roma y sus vecinos, que trataron de explotar la desunión entre la plebe y el Senado. La moraleja es clara para Maquiavelo: si “la causa de la desunión en una república son usualmente el ocio y la paz, la causa de la unión son el miedo y la guerra”.100
Como ya lo sugiere la alusión a los suizos, las consecuencias virtuosas de temer a un enemigo no se agotan en Cartago, ni siquiera para el caso romano. La idea del metus hostilis le servirá también para explicar el origen mismo de la constitución de Roma y la importancia de los tribunos de la plebe, que consideró los mayores baluartes de la libertad republicana. Para Maquiavelo habría sido el miedo al regreso de los Tarquinos, los antiguos reyes de Roma expulsados al fundarse la república, lo que permitió la unión de nobles y plebeyos que hizo posible la constitución romana.101 De igual manera, fue el temor al poder de los tribunos de la plebe lo que mantuvo a raya la ambición de los poderosos en tiempos de la república.102 Especialistas como John P. McCormick ven en la figura de los tribunos una muestra del “populismo” de Maquiavelo.103 De acuerdo con este autor, para el filósofo, las buenas leyes e instituciones, como los tribunos, son siempre la traducción de la histórica rivalidad entre los grandes y el pueblo, en la que el Segretario toma el bando popular.104 Desde las coordenadas del presente trabajo, este diseño institucional puede entenderse no sólo como una expresión de la profunda desconfianza de Maquiavelo hacia la elite, sino como el resultado de usar el miedo para el bien de la ciudad.
6. Modos no virtuosos de sentir e inspirar miedo en la obra de Maquiavelo
Queda por ejemplificar el modo en que el “miedo-estímulo”, la manera de experimentar e inspirar esta emoción que está vinculada al desorden, las acciones desesperadas y los gobiernos tiránicos, aparece en la obra de Maquiavelo.
El príncipe ofrece algunos ejemplos que prueban los desastrosos efectos que el inspirar un temor excesivo o irraccional en súbditos, aliados o enemigos tiene para quien lo hace. El primero viene del propio Cesare Borgia, quien había sido retratado previamente como un maestro en la gestión de esta emoción. Como lo cuenta el capítulo VII, el equivocarse a la hora de calibrar los efectos que el miedo produce en los otros fue una de las razones detrás de la ruina del Valentino: para Maquiavelo, Borgia debió haberse asegurado, tras la muerte de su padre Alejandro VI, de que ninguno de los cardenales a los que había ofendido o le temían, como Giuliano della Rovere,105 se convirtieran en el nuevo papa. El Segretario deja claro que el miedo que causa un príncipe como Borgia puede resultar contraproducente cuando se convierte en una razón para que quienes le temen se lancen al ataque.106 En ese sentido, Borgia no sólo acabó por mostrarse “demasiado cristiano”, al confiarse en el perdón de Julio II,107 sino que pecó también de imprudente, al no prever que el gran temor que inspiraba en sus enemigos podía actuar en su contra.
Para Maquiavelo, el miedo (junto a la envidia y los celos108) es el principal motivo detrás de todas las conspiraciones que los grandes, los nobles siempre ambiciosos y amenazantes, traman contra el príncipe. Como ya se ha dicho, el único remedio definitivo que plantea ante tales maquinaciones es que el gobernante evite la hostilidad del pueblo.109 Sin embargo, existen otros tipos de conspiraciones, y dedica la segunda parte del capítulo XIX a estudiar una de ellas a profundidad: la de los soldados. Las historias sobre los emperadores romanos contadas en estos pasajes de El príncipe ofrecen valiosas lecciones sobre los modos en que un príncipe no debe hacerse temer. Por ejemplo, el destino de Antonino Caracalla, que fue asesinado por uno de sus propios centuriones, demuestra que no es prudente hacerse temer de tal manera que incluso tus allegados se sientan amenazados por tu crueldad.110 El resultado de tal exceso es convertirse en “odioso para todo el mundo”.111 El final del emperador Maximino, por otra parte, enseña que hacerse temer por todos puede crear demasiados enemigos y volverte odioso, lo que podría acabar, paradójicamente, haciéndote más vulnerable.112
El destino de Caracalla y Maximino muestra de forma elocuente la íntima relación que existe entre los modos no virtuosos de infundir miedo y la pasión que, junto con el amor, forma el gran triángulo de las emociones políticas de Maquiavelo: el odio. Lo malos emperadores a los que se refiere El príncipe tuvieron un comportamiento cruel (crudelissimi), que los hizo temibles, pero también rapaces (rapacissimi), lo que los volvió odiosos, incluso entre los suyos. Si bien puede argumentarse que fue el odio lo que produjo como causa próxima la caída de estos príncipes, lo planteado por Pedullà muestra que el miedo fue realmente su causa última. Hacerse temer de forma incorrecta es lo que pone en marcha el mecanismo que vuelve odioso al político (de forma análoga a la manera en que buscar hacerse amar puede generar desprecio). De nuevo, como en el capítulo XVII, la lección es que para Maquiavelo debe haber siempre una economía de la violencia. Y para que hacerse temer sea motivo de éxito y no de ruina - es decir, para que sea una virtud-, esta acción debe estar mediada por la prudencia, de modo que el temor que se inspire se mantenga en los límites del “miedo-inhibición” y no se convierta en el inestable “miedo-estímulo”. Como se señaló líneas arriba, Maquiavelo enseña de forma explícita que “ser temido y no ser odiado van muy bien juntos”.
Lo que sugiero aquí es que, como ocurre a menudo con su obra, hay algo más que va implícito en este consejo: que existen formas de ser temido que generan estabilidad y respeto, pero también otras que engendran odio y desorden. Al respecto, el caso de Remirro de Orco vuelve a ser ilustrativo. El error del lugarteniente de Borgia fue no modular el temor que su crueldad generó en el pueblo, pasando del “miedo-inhibición”, que lo hizo respetable, al “miedo-estímulo”, que lo volvió odioso.113
Aunque el uso más frecuente del miedo en los Discursos es el del virtuoso metus hostilis, también están presentes en sus páginas formas no virtuosas de inspirar temor. Casi al final del primer libro, Maquiavelo advierte a los gobernantes de una república de los peligros que surgen cuando se reduce a la gente a un estado en el que están “en suspenso y temerosos con continuas penas y ofensas”.114 “Los hombres que empiezan a sospechar que tienen que sufrir el mal”, argumenta, “se aseguran por todos los modos en sus peligros, y se vuelven más audaces y menos vacilantes para intentar cosas nuevas”.115 En su lenguaje, esta referencia a la “innovación” es una forma oblicua de referirse al comportamiento faccioso, la rebelión y la anarquía (licenzia): todos ellos signos de ruina política. Es difícil pensar en una explicación mejor de los perniciosos efectos de lo que Pedullà llamó acertadamente “miedo-estímulo”.
Por último, a propósito del miedo que experimentan los príncipes, recordemos las afirmaciones de Maquiavelo sobre la conveniencia de construir fortalezas en el capítulo XX de El príncipe. Como se dijo en apartados anteriores, la carencia de fortalezas es una especie de necesidad autoimpuesta que obliga al gobernante a ser bueno y evitar ser odiado por su pueblo. Por el contrario, confiar en las fortalezas habla de un príncipe que teme a sus propios súbditos, un modo de proceder siempre ruinoso. Para Maquiavelo, el miedo que impulsa a un príncipe a construir fortalezas es una especie de profecía autocumplida, pues convierte a este tipo de gobernante en alguien desinteresado por su pueblo y odioso, lo que a su vez dará al príncipe aún más razones para temer a sus súbditos.
Las perniciosas consecuencias del miedo de los gobernantes a sus súbditos o ciudadanos es uno de los temas que aparecen tanto en El príncipe como en los Discursos. Para Maquiavelo, este tipo específico de miedo no sólo es perjudicial para el buen gobierno: es la raíz de todo gobierno tiránico. Al principio del primer libro de los Discursos, presenta su teoría sobre los orígenes y la inevitable degeneración de los tipos de gobierno, desde el principado hasta la anarquía licenciosa.116 En este relato, deja claro que la corrupción de las monarquías en tiranías es un subproducto de un temor no virtuoso por parte de los propios príncipes: “Así pues, como el príncipe comenzó a ser odiado y, a causa de tal odio, comenzó a temer, y como pronto pasó de los temores a las ofensas, de ello surge rápidamente una tiranía”.117
7. Conclusión
Así como el lector atento de El príncipe y de los Discursos descubrirá fácilmente modos de usar el arte de temer que son un claro signo de buen gobierno, es también posible identificar modos de temer y hacerse temer que son signo de gobiernos tiránicos o de anarquía. Existen pocas dudas de que, para Maquiavelo, el miedo es una emoción con un potencial ambivalente.
No obstante, un estudio cuidadoso de ambos trabajos muestra que, contrario a la opinión de la mayoría de los escritores clásicos, que enfatizaron la cara negativa del miedo, y no pocos comentaristas contemporáneos, que remiten este tema al problema del “mal”, en Maquiavelo esta emoción es una de las pasiones más íntimamente vinculadas al mantenimiento de un principado y a la creación de un espíritu patriótico en las repúblicas. En otras palabras, a la virtù.
Como he planteado en este trabajo, para Maquiavelo el miedo es un instrumento político que, bien usado, regula la conducta de los hombres de modo que obliga a ser virtuosos a los que no lo son y a mantenerse así a los que ya lo eran. En este sentido, está vinculado a dos de sus consejos más importantes. En primer lugar, a la necesidad de ser autosuficiente y fundarse en lo propio. En segundo lugar, a la conveniencia de aprender a actuar simultáneamente como hombre y como bestia, pues para tener éxito político no sólo basta con ser un león para inspirar miedo, sino ser hombre para saber cómo hacerlo, modulando esta emoción de modo que no degenere en un estímulo para el desorden y la desesperación.
Lejos de ser sólo una herramienta de tiranos para controlar a sus súbditos, el miedo en Maquiavelo está mayormente asociado con políticos prudentes. Más que con el capricho o la discrecionalidad, se trata de una emoción emparentada con las leyes, la religión y la autoridad. Todas ellas son herramientas que aspiran a poner límites al comportamiento de los demás y dependen de la amenaza de una represalia para disciplinar a quienes desobedecen. En uno de los primeros capítulos de los Discursos, escribe que “el hambre y la pobreza hacen trabajadores a los hombres y las leyes los hacen buenos”.118 Lo mismo puede decirse del temor.
La clave está -como en las propias leyes y la religión, que pueden contribuir a volver grande a un Estado, pero también a corromperlo- no en el instrumento mismo, sino en la habilidad y, sobre todo, la calidad de los fines que persigue quien lo utiliza. Quizá no haya sido Maquiavelo el primero en entender esto sobre el miedo, pero sí fue quien dedicó más esfuerzos en demostrarlo. Hoy, que la “verdad efectual” de crisis como la climática convive con amenazas “imaginadas” por los nuevos autoritarismos para afianzar su poder, comprender la complejidad y ambivalencia del rol del miedo en política se vuelve un imperativo. Para hacerlo, la obra del florentino mantiene plena vigencia.