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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.67 no.88 Ciudad de México may. 2022  Epub 21-Nov-2022

https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.2022.88.1936 

Reseñas bibliográficas

Rodolfo Vázquez, No echar de menos a Dios. Itinerario de un agnóstico

Gustavo Ortiz Millán1 

1 Instituto de Investigaciones Filosóficas, Universidad Nacional Autónoma de México, México. Correo electrónico: gmom@filosoficas.unam.mx.

Vázquez, Rodolfo. No echar de menos a Dios. Itinerario de un agnóstico. Trotta, Madrid: 2021. 182p.


Hay por lo menos dos versiones de la historia del ateísmo. Una de ellas nos diría que el ateísmo es tan antiguo como el teísmo mismo. Nos diría, por ejemplo, que ya en el siglo IV a.e.c. Teodoro de Cirene negó la existencia de los dioses en su libro Sobre los dioses. También nos diría que Epicuro argumentaba en contra de la existencia de los dioses; que, como consecuencia de su materialismo, sostenía que los dioses no existían, y afirmaba que, incluso si existieran, seguramente no se ocupaban de los asuntos humanos. Además, fue el primer filósofo en formular el llamado “problema del mal” como un argumento para probar la no existencia de dios(es). Según este argumento, la afirmación de que existe un dios bueno y omnipotente no es compatible con la afirmación de que el mal existe. Contrario a lo que después argumentarían los filósofos cristianos en sus teodiceas, en el sentido de que, si hay un dios bueno y omnipotente, entonces el mal no existe -lo cual siempre ha resultado contraintuitivo-, Epicuro argumentaba que más bien debíamos desechar la afirmación de que dios existe. Esta historia podría luego seguir a los pensadores que a lo largo de la historia y hasta nuestros días han negado la existencia de dios(es).

La segunda versión nos diría que el origen del ateísmo depende de la aparición de un sistema de creencias formado en torno al término “ateísmo”, algo que sólo sucede hacia fines del siglo XVIII con filósofos materialistas como el barón de Holbach, el gran promotor de las ideas ateas durante la Ilustración. De hecho, el ateísmo como teoría sería, desde este punto de vista, resultado de la filosofía ilustrada que en una de sus vertientes buscaba la abolición de la religión a través del uso de la razón; según esto, la religión se basa en premisas imposibles de justificar racionalmente, de modo que sería mejor deshacerse de ella si queremos una sociedad basada en principios racionales, como los que nos ofrece la ciencia.

Ahora bien, una cosa es el ateísmo y otra diferente el agnosticismo. En un sentido amplio, el agnosticismo se considera muchas veces consistente con el ateísmo, pues ambas implican no creer en ningún dios. Por así decirlo, ninguna de las dos echa de menos a dios o a los dioses. De hecho, muchos piensan que los agnósticos son ateos que no se atreven a decir abiertamente lo que son. Por ejemplo, Bunge 2001 (p. 6) afirma que “Es probable que un agnóstico sea un ateo avergonzado, temeroso de estar equivocado, de ser acusado de dogmatismo o discriminado”. Incluso Bertrand Russell, que se autodefinía como agnóstico, pensaba que, desde un punto de vista práctico, el agnosticismo se acerca mucho al ateísmo, ya que en la práctica muchos agnósticos suelen afirmar que la existencia de dios es tan improbable que no merece una consideración seria (Russell 1969). Sin embargo, en sentido estricto hay diferencias teóricas: mientras que el ateo rechaza la existencia de dios(es), el agnóstico no afirma ni rechaza su existencia; simplemente piensa que no hay razones concluyentes para un lado ni para el otro y sostiene que lo conducente es la suspensión del juicio.

Si, siguiendo el sentido estricto, pensamos que el agnosticismo es una teoría diferente al ateísmo, entonces también tiene una historia distinta. De nuevo, uno podría trazar dos historias diferentes y decir que ha habido filósofos agnósticos desde la Antigüedad, pero creo que sería una narrativa difícil de sostener. Encontramos filósofos que niegan la existencia de los dioses, pero no que explícitamente aboguen por la suspensión del juicio con respecto a su existencia. Ni siquiera filósofos escépticos como Sexto Empírico defendían la suspensión del juicio respecto a la existencia de los dioses; en todo caso, Sexto critica a quienes intentan justificar doctrinas teológicas apelando a la experiencia o al análisis conceptual. Según Tony Long:

Incluso los escépticos oficiales no hacen profesión de buscar socavar las creencias religiosas fuera de un contexto dialéctico específico. Su objeto no es inducir al ateísmo, sino mostrar que, por cada argumento que concluya en la existencia de dioses, se puede presentar un argumento de igual fuerza en el lado opuesto. El escéptico tiene la intención de dejarse a sí mismo y a su auditorio en una posición en la que no afirman ni niegan la existencia de los dioses. (Long 2006, p. 114; la traducción es mía)

Sin embargo, aunque puede hablarse de una suerte de agnosticismo teórico, éste no se traduce en un agnosticismo práctico, nos dice Long, porque Sexto afirma que el escéptico debe regirse por las tradiciones locales al decir que los dioses existen y al adorarlos. Después de este episodio, el inventario histórico podría enumerar a los pocos filósofos que a lo largo de la historia han recomendado la suspensión del juicio respecto a la existencia de dios(es).

La segunda versión del origen del agnosticismo -de seguro más precisa- nos diría que todo empezó en la Inglaterra victoriana cuando, en una reunión de la Sociedad Metafísica en Londres en 1869, Thomas Henry Huxley -el popularizador de las ideas evolucionistas de Charles Darwin- acuñó el término “agnosticismo” para referirse a la actitud filosófica y religiosa de aquellos que creen que las ideas metafísicas no pueden ni probarse ni refutarse. Huxley afirmaba, por ejemplo: “Ni afirmo ni niego la inmortalidad del hombre. No veo ninguna razón para creer en ella, pero, por otra parte, no tengo ningún modo de refutarla. No tengo ninguna objeción a priori contra la doctrina.” El agnosticismo es una forma de escepticismo aplicada a la metafísica y, en particular, al teísmo (cfr. Lightman 2019).

En realidad, aunque Huxley acuñó el término, la idea como tal aplicada a la existencia de dios(es) no era del todo nueva. En el siglo XVIII, David Hume ya había buscado establecer los límites de todo conocimiento posible y esto se podía extender al conocimiento de dios(es). A partir de bases empiristas, afirma que las cuestiones de hecho no pueden conocerse a priori, es decir, independientemente de la experiencia, de modo que no se puede saber a priori si algo puede ser la causa de otra cosa; por ejemplo, si dios es la causa de la existencia del mundo. En su Investigación sobre el conocimiento humano, en la sección sobre los milagros, Hume se acerca al agnosticismo cuando afirma: “Un hombre sabio adecua su creencia a la evidencia” (Hume 2001, p. 149). A lo largo de éste y de otros ensayos y diálogos dedicados a la filosofía de la religión, Hume mina las bases para justificar nuestras creencias no sólo en los milagros, sino en la teoría del diseño inteligente y en dios mismo. Pero incluso en vida de Hume su filosofía fue vista como atea y hostil a la religión, más que como un argumento a favor de la suspensión del juicio acerca de la existencia de dios. Es probable que sus contemporáneos tuvieran razón y que Hume fuera más bien un ateo.

Otro episodio de la historia del agnosticismo debería ocuparlo Kant. En la Crítica de la razón pura afirmaba que la existencia de dios y la inmortalidad del alma están más allá de los límites del conocimiento y que, por lo tanto, no podemos probarlas ni refutarlas. En todo caso, deberíamos contentarnos con la fe. Quizá el agnóstico esté de acuerdo con la primera parte de este razonamiento, pero rechace esta última afirmación y sostenga que debemos contentarnos con vivir en un estado de suspensión del juicio acerca de la existencia de dios.

La historia del agnosticismo podría seguir y debería diferenciarse de la del ateísmo; debería decirnos cuándo los argumentos apoyan al agnosticismo y cuándo al ateísmo. La diferencia entre ateísmo y agnosticismo es básicamente epistémica, es acerca de qué podemos probar o refutar y cuáles son los límites de la razón y del conocimiento.

No echar de menos a Dios. Itinerario de un agnóstico de Rodolfo Vázquez no busca ser una historia del ateísmo o del agnosticismo, sino, en todo caso, una historia personal de los pensadores y los libros que llevaron al autor a tomar una postura agnóstica. No se trata de un libro monográfico sobre el agnosticismo y su historia, sino de confesiones personales, de cuál fue el encuentro del autor con una serie de pensadores que lo condujeron al agnosticismo. No obstante, la obra tiene una lógica que va más allá del encuentro personal del autor con los distintos pensadores que influyeron en su agnosticismo. La primera parte lleva por título “El proceso de secularización”, y en ella aborda en orden cronológico diversas ideas de Spinoza, Bayle, Voltaire, Hume, Feuerbach y James, pensadores que, según Vázquez, contribuyeron en el proceso de secularización de la civilización occidental. La segunda parte -que parece continuar la lógica histórica que se estableció en la primera-, lleva por título “Un secular agnóstico” y aborda las ideas de Bertrand Russell sobre la religión y, de paso, también las ideas de los “nuevos ateos”: Richard Dawkins, Daniel Dennett, Christopher Hitchens y Sam Harris, aunque sin profundizar demasiado en sus teorías. Por último, la tercera parte analiza algunas “Variedades del agnosticismo” a partir de autores como Gaos, Tierno Galván, Horkheimer, Camus, Dworkin y Paz. Todos ellos son gente que, según Vázquez, propusieron modos distintos de ser agnóstico o bien diferentes argumentos a favor del agnosticismo.

Sólo por la lista de autores, uno se da cuenta de que en ella figuran ateos, agnósticos, pero también creyentes. Por lo mismo, no está claro que todos ellos argumenten a favor del agnosticismo. De hecho, en el libro no se traza una distinción clara entre el ateísmo y el agnosticismo, salvo por ciertos pasajes en los que se dice que son diferentes y por la discusión de las ideas de Enrique Tierno Galván -uno de los pocos agnósticos confesos que se discuten-. La falta de una distinción clara entre el ateísmo y el agnosticismo hace difícil saber si los autores analizados argumentan a favor de una postura o de la otra. En algunos casos, como en el de Pierre Bayle, es probable que estemos ante un ateo encubierto; en otros no podemos dudar de su ateísmo, como en Feuerbach o los “nuevos ateos”. En otros casos, se discuten teorías de creyentes en los que no siempre resulta claro que apoyen tesis agnósticas. Quiero argumentar todo esto.

Vázquez dedica buena parte del segundo capítulo a analizar a Voltaire y su idea de tolerancia. Sin embargo, Voltaire era deísta, es decir, alguien que rechaza la religión revelada o la idea de autoridades religiosas, pero que sostiene que la razón y la observación del mundo natural son confiables y suficientes para determinar la existencia de un ser supremo como creador del universo. El deísmo enfatiza el concepto de teología natural, según el cual dios se revela a sí mismo a través de la naturaleza, no a través de un grupo de personas escogidas directamente por dios y que fundan una religión. Sus ataques a la religión revelada lo llevaron a criticar la superstición y la intolerancia. Vázquez rescata su defensa de la idea de tolerancia como un argumento a favor del agnosticismo. Sin embargo, está claro que ése no era el propósito de Voltaire ni me parece que podamos usar la idea de tolerancia como un argumento a favor del agnosticismo. Es cierto que el agnosticismo tenderá a ser más tolerante con gente de otras creencias religiosas -pues mantiene la duda acerca de la posible verdad de sus creencias-, pero la tolerancia ha sido tradicionalmente un argumento que han usado los creyentes en contextos de un pluralismo religioso, sobre todo cuando se encuentran amenazados por religiones mayoritarias. En términos históricos, no ha sido un argumento de los agnósticos. Por otro lado, si Hume tiene razón, las religiones politeístas tienden a ser mucho más tolerantes que las monoteístas (Hume 1992; esp. sec. VII), pero a nadie se le ocurre pensar que ésa es una buena razón para hacerse politeísta.

Algo similar se podría decir acerca de la idea del anhelo de justicia de Max Horkheimer que Vázquez analiza: no está claro cómo esta idea conduce al agnosticismo. Según Horkheimer, la religión tiene que ver con una conciencia de la injusticia que hay en el mundo y con un anhelo de que el “verdugo no triunfe sobre la víctima inocente”. Horkheimer analiza este anhelo en el marco teórico del marxismo y desde un punto de vista ateo, pero no veo ninguna razón por la que un creyente no pueda aceptar la idea de la religión como un anhelo de justicia y adaptarla a su marco teórico religioso. El creyente puede ver con aceptación desde el punto de vista de la primera persona lo que Horkheimer ve críticamente desde el punto de vista de la tercera. Dios, dirá el creyente, es el gran impartidor de justicia que hará que el verdugo no triunfe sobre la víctima inocente, ya sea en esta vida o en la siguiente. Aceptar esta idea no va necesariamente a minar su creencia en la existencia de dios. No se ve cómo esta idea sirve como un argumento a favor del agnosticismo.

Lo mismo sucede en el caso de William James. En su libro Las variedades de la experiencia religiosa, James se centra en el estudio psicológico de las experiencias religiosas privadas individuales y en las experiencias místicas, usando una variedad de ejemplos para identificar puntos en común en las experiencias a través de las distintas religiones. No le interesaba la discusión metafísica en torno a la existencia de dios ni las religiones institucionalizadas (es decir, las iglesias o las congregaciones religiosas), sino las experiencias personales de la gente religiosa. Tampoco creía, como los deístas, que la religión fuera una cuestión de demostración racional, sino que buena parte de la experiencia religiosa estaba más allá del alcance del intelecto. Veo la aportación de James a la psicología de la experiencia religiosa, pero no entiendo por qué el análisis jamesiano forma parte de un proceso de secularización ni por qué este análisis podría llevar a alguien a una conversión al agnosticismo -si se me permite usar esta forma de hablar-.

En otros casos, algunos de los pensadores y argumentos presentados en el libro abonan el ateísmo, no el agnosticismo. Bayle, a quien algunos en su tiempo consideraron un ateo encubierto, argumentaba a favor de la tolerancia hacia las minorías religiosas, pero también hacia los ateos. En esa época se pensaba que los ateos no eran gente moralmente confiable. Si, según se pensaba, la moral depende de la religión, entonces no es posible que alguien que no cree en dios ni tiene religión alguna sea moral. Pero para Bayle el conocimiento de dios no garantiza una buena conducta -como debe quedar claro en el caso de Satanás, que tenía conocimiento de dios y que aun así pecó en su contra, o actualmente en el caso de los curas pederastas-; para Bayle, la moral y la religión eran independientes, de modo que era perfectamente posible que un ateo fuera un hombre honesto. Por supuesto que el argumento funciona también para el agnóstico, pero ése es un concepto que ni siquiera estaba en el horizonte teórico del siglo XVII.

Con todo, No echar de menos a Dios nos debe llevar a una reflexión: si muchos de los argumentos del libro parecen defender más al ateísmo que al agnosticismo o, en todo caso, a ambos por igual, y en muchos casos fueron ideados por gente que abogaba por una postura atea, entonces ¿por qué preferir el agnosticismo al ateísmo? Una posible respuesta, que supongo que sería la de Vázquez, es que el agnosticismo parece una postura más racional y “serena”. Esto es así porque parece tan irracional creer en la existencia de dios (“Creo porque es absurdo”, decía Tertuliano) como no creer en ella porque no hay certeza para un lado ni para el otro. Al agnóstico el ateísmo le parece tan dogmático como la fe irracional del creyente. Sin embargo, creo que el agnóstico se equivoca. No todos los creyentes son necesariamente dogmáticos; muchos de ellos han dedicado grandes esfuerzos para justificar su fe: buscan evidencia empírica para apoyar los sucesos de los que hablan sus religiones, elaboran pruebas racionales de la existencia de dios(es), etc. -otro asunto es que las pruebas cumplan con su cometido- (cfr. Frances 2015). Ahí están los deístas y distintas formas de cristianismo liberal como ejemplos de creyentes no dogmáticos. Pero me interesa sobre todo la distinción con el ateo, que supuestamente también es dogmático. No tiene por qué serlo y trataré de dar algunas razones.

En primer lugar, el ateísmo suele seguirse de una visión naturalista del mundo. El naturalismo (en su versión ontológica) afirma que no hay más entidades en el mundo que aquellas de las que hablan las ciencias naturales; se colige de aquí que no hay espíritus, unicornios, ángeles, hadas, almas transmigrantes, pero tampoco dioses inmateriales. Esta compatibilidad con el naturalismo -que Russell vio con claridad- constituye un argumento bastante fuerte a favor del ateísmo -aunque el agnóstico dirá que también puede usarlo a su favor-. Sin embargo, contra el agnóstico, en general no pensamos que hay que pedir evidencia de la existencia de unicornios, hadas y almas transmigrantes. Para nada de esto hay evidencia que pruebe su existencia, pero tampoco hay evidencia en contra. ¿Deberíamos de ser agnósticos acerca de la existencia de unicornios, hadas y almas transmigrantes cuya existencia no podemos probar ni refutar? Por lo general no pensamos así y no oímos que nadie diga “Yo soy agnóstico acerca de la existencia de los unicornios”. ¿Por qué sí deberíamos ser agnósticos en el caso de la existencia de deidades, pero no en el de los unicornios? El agnóstico debería darnos una buena respuesta, que bien puede ser que también se declare agnóstico acerca de la existencia de los unicornios. Pero, en general, los agnósticos acerca de la existencia de dios(es) no creen en los unicornios. Los agnósticos simplemente son inconsistentes.

Como dije antes, la diferencia entre el ateo y el agnóstico es epistémica, y hay un segundo argumento, tal vez más fuerte y de orden epistémico, a favor del ateísmo y en contra del agnosticismo. El agnóstico le reprocha al ateo y al creyente que no pueden tener certeza absoluta de que uno o varios dioses existen, de modo que lo más racional es suspender el juicio, o sea, abstenerse de creer una cosa u otra. Pero aquí el agnóstico está llevando su rasero de certidumbre a un punto demasiado alto. Seguramente se basa en la idea filosófica tradicional, de origen platónico, de que el conocimiento o bien es absolutamente cierto o no es conocimiento. No obstante, en la vida cotidiana afirmamos que tenemos conocimiento cuando no tenemos certeza absoluta (sino meros “grados de creencia”, dirán algunos epistemólogos). Con todo, no decimos: “¿No puedes estar absolutamente segura? ¡Entonces suspende el juicio y abstente de creer y de opinar!” Pensaremos que alguien que toma esa postura está exagerando. Por lo general no estamos absolutamente seguros de casi nada, salvo de que somos entidades que no están seguras, diríamos con Descartes. Si seguimos la lógica del agnóstico, deberíamos suspender el juicio acerca de todas las cosas de las que no tenemos certeza absoluta, o sea, acerca de casi todo. Esto es lo que parece exagerado del agnóstico: quiere llevar su racionalismo en la justificación de la creencia en la existencia de dios(es) a tal punto de mesura que no se da cuenta de que sus premisas lo llevan a la desmesura en el resto de su sistema de creencias. En todo caso, me parece más coherente la postura del ateo, quien sostiene su creencia acerca de la no existencia de dios(es) como sostiene el resto de sus creencias, sabiendo que éstas se presentan en diferentes grados y que no tiene certeza absoluta para todo lo que cree.

Podría ofrecer más argumentos a favor del ateísmo que muestran que el ateo no es ningún dogmático -como parecen pensar Tierno Galván, Russell, Vázquez y otros autodenominados agnósticos-, sino alguien que tiene una mejor justificación para sostener su punto de vista que el agnóstico. El ateo también podría invocar el argumento del mal, que mencioné antes: ¿por qué, si existe un dios bondadoso, omnipotente y omnisciente, existe el mal (y no sólo el mal que tiene un origen humano, sino también el mal natural que también provoca sufrimiento)? Este problema ha llevado a muchos grandes pensadores a negar la existencia de un dios que permite que sufran innecesariamente seres inocentes, aun cuando es bueno y tiene el poder para evitarlo. Podríamos discutir los argumentos en torno a este problema, pero una inferencia a la mejor explicación (que no nos proporciona certezas absolutas) nos llevará probablemente a inclinarnos a favor de la postura del ateo, no a la del agnóstico. Podríamos seguir con argumentos a favor del ateísmo, y en contra del agnosticismo, pero no es el objetivo de esta recensión.1 Creo que mi idea hasta aquí debe estar clara.

Se me dirá que exijo mucho a un libro que no busca ser ni una historia ni un tratado argumentado a favor del agnosticismo, sino las confesiones personales de alguien que nos relata las lecturas que lo condujeron a dudar acerca de la existencia de dios(es), pero sin negarla (aunque desde este punto de vista incluso la lectura de la Biblia podría conducir a alguien a una postura agnóstica). En ese caso, tal vez sería mejor considerarlo un conjunto de reflexiones inteligentes sobre temas de filosofía de la religión, no todas necesariamente en torno al agnosticismo. Si lo vemos así, entonces tendremos mucho que aprender del libro. No cabe duda que Rodolfo Vázquez es alguien que escribe una prosa clara y amena y que sus interpretaciones de los distintos autores son siempre cuidadosas e iluminadoras. Si comprendemos su trabajo como un conjunto de reflexiones sobre la religión y estamos dispuestos a dejar que el autor nos lleve por las paradas de su itinerario personal hacia el agnosticismo -no siempre con argumentos directos a favor de esa postura-, entonces es posible que descubramos libros apetecibles y autores que han reflexionado de manera profunda sobre dios(es), la religión, la secularización y otros muchos temas fascinantes. Si lo leemos como una confesión honesta de cómo el autor fue cambiando sus puntos de vista para llegar a pensar como piensa hoy sobre dios y la religión, entonces el libro vale la pena. A mí me ha obligado a poner en claro algunas de mis ideas sobre estos temas y, simplemente por ello, le estoy agradecido.

Referencias bibliográficas

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Dawkins, Richard, 2006, The God Delusion, Houghton Mifflin, Boston. [ Links ]

Frances, Bryan, 2015, “The Rationality of Religious Belief”, Think, vol. 14, no. 40, pp. 109-117, <doi:10.1017/S1477175615000044>. [ Links ]

Hume, David, 1992, Historia natural de la religión, trad., estudio preliminar y notas C. Mellizo, Tecnos, Madrid. [ Links ]

Hume, David, 2001, Investigación sobre el conocimiento humano, trad., prólogo y notas J. de Salas Ortueta, Alianza, Madrid. [ Links ]

Lightman, Bernard, 2019, The Origins of Agnosticism. Victorian Unbelief and the Limits of Knowledge, Johns Hopkins University Press, Baltimore, <https://muse.jhu.edu/book/69480/pdf>. [ Links ]

Long, A.A., 2006, “Scepticism About Gods”, en From Epicurus to Epictetus: Studies in Hellenistic and Roman Philosophy, Oxford University Press, Oxford, pp. 114-127, <doi: 10.1093/acprof:oso/9780199279128.001.0001>. [ Links ]

Russell, Bertrand, 1969, “¿Qué es un agnóstico?”, en Escritos básicos, trad. A. Froufe, Aguilar, México, pp. 846-857. [ Links ]

1 Una defensa más completa del ateísmo y de sus ventajas teóricas frente al agnosticismo se encuentra en Baggini 2003. De este libro provienen algunos de mis argumentos en contra del agnosticismo y a favor del ateísmo. Véase también Dawkins 2006 (esp. “The Poverty of Agnosticism”, pp. 46-54).

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