Introducción
El texto que a continuación se presenta trata sobre un consulado alemán ubicado en una pequeña ciudad periférica y tropical, remota y aislada, del sureste mexicano. La ciudad de Tapachula, en el Soconusco, es una zona conocida por albergar uno de los proyectos estrella de colonización agrícola del denominado periodo porfirista de México (1877-1911), el cual buscó integrar al mercado mundial a las zonas periféricas del país, deshabitadas y con terrenos productivos, a través de la agricultura comercial de exportación. A causa de esta política, la región quedó integrada vertiginosamente a la economía global y desde su maltrecho puerto de San Benito, a finales del siglo XIX, comenzaron a zarpar barcos que abastecían los mercados mundiales con productos tropicales como el caucho, el café, el tabaco, el henequén y el azúcar.
Con la exportación de materias tropicales como meta, una serie de compañías extranjeras de capital privado se asentaron en el estado fronterizo de Chiapas y poblaron una región aparentemente deshabitada,1 colindante con Guatemala, con poca densidad demográfica y caracterizada por su trasiego poblacional. La llegada de compañías atrajo, a su vez, a distintas oleadas de migrantes nacionales y extranjeros deseosos de probar suerte y fortuna con empresas lo más variopintas y rentables: mexicanos, franceses, suizos, turcos, sirios, españoles, norteamericanos, ingleses, alemanes y, más tarde, chinos y japoneses (García de León, 1985).
Uno de los grupos más destacados fue el de los plantadores alemanes provenientes de San Marcos, la Costa Cuca y la zona de Verapaz en Guatemala, los cuales se asentaron en la región para fundar fincas de café en las zonas altas y volcánicas de la Sierra Madre de Chiapas. Conforme las fincas de café cobraron protagonismo, la ciudad capital de Tapachula también se desarrolló y se transformó en el centro bursátil más importante de café del Soconusco. Su importancia socioeconómica la hizo alcanzar la calidad de western tropical, como señala García de León (1985). Tapachula se transformó en la ciudad más próspera e importante del estado de Chiapas a principios del siglo XX. En sus céntricas calles se inauguraron tres casas comerciales de capital alemán que abastecieron durante décadas al Soconusco y a las alejadas fincas de café, con materias primas selectas que no tenían los mexicanos (Von Mentz, 1988).
La conexión con los mercados mundiales de aquella élite agroexportadora y de los comerciantes vinculados a ella hizo crecer la economía del Soconusco. Sin embargo, como lo hacen notar Berth (2018) y Lurtz (2019), para que aquel crecimiento se hiciera posible se requerían relaciones personales basadas en la confianza, así como instituciones y representantes diplomáticos que mediaran en las relaciones para la integración exitosa al mercado mundial. Por ello, en 1896 se inauguró el consulado alemán en Tapachula y se nombró al comerciante alemán proveniente de la ciudad de Bremen, Wilhelm Henkel, como cónsul honorario. Su casa comercial “El Altillo” se mantuvo como sede diplomática alemana en la ciudad. Durante por los menos las cuatro primeras décadas del siglo XX, la casa comercial Henkel prestó asistencia y protección consular a ciudadanos alemanes de la región.2
Desde sus inicios, el consulado alemán no estuvo exento de polémica; precisamente, por la designación de un nuevo cónsul estalló un conflicto a finales del 1921. El enfrentamiento dividió a la comunidad alemana en dos bandos liderados por los miembros mejor posicionados dentro de la colonia alemana del Soconusco y avivó, a su vez, viejas rencillas, sacando a la luz intereses políticos y mercantiles, así como las mentalidades y los patrones sociales de la colonia mercantil alemana en la ciudad de Tapachula.
Este artículo tiene como objetivo proporcionar una mejor base para la comprensión de las diferentes posiciones y mentalidades de la comunidad alemana del Soconusco a raíz del conflicto generado por la designación del cónsul de Tapachula en la década de 1920. El estudio aborda la presencia de las casas de comercio alemanas en la ciudad capital del Soconusco y los vínculos comerciales hacia su país de origen. Se busca clarificar cómo un selecto grupo de estos finqueros y agentes comerciales alemanes eran también emisarios de los intereses coloniales de su país de origen y se insertaron en una situación de privilegio que les permitió exportar materias primas locales, a cambio de introducir productos manufacturados de procedencia europea o americana. De manera general se busca analizar a las élites mercantiles alemanas del primer cuarto del siglo XX en México a través de sus relaciones sociales. Desde el ámbito geográfico de Tapachula, se pretende explicar cómo lo local y lo global están interconectados por actores sociales de carne y hueso (Imízcoz, 2018).
El propósito del trabajo es ampliar lo ya expuesto por la autora Christiane Berth (2018, pp. 150-153), la cual mencionó el conflicto por el control del consulado de Tapachula y los distintos grados y niveles de intereses: sociales, políticos y los económicos. Además, en el trasfondo del conflicto se encuentra un enfrentamiento entre los seguidores del antiguo régimen alemán y los de la República de Weimar. El texto inicia con un panorama general del comercio en Tapachula durante las primeras décadas del siglo XX. A continuación, se presentan las casas comerciales alemanas inauguradas en aquella ciudad fronteriza del sureste de México. La transferencia del consulado a Wilhelm Henkel y el conflicto del año 1921 se abordarán en un tercer apartado, seguido de las funciones de un cónsul y comerciante alemán. Por último, se realiza una breve conclusión.
Las fuentes principales están basadas en las cartas consulares del Archivo Político del Ministerio Federal de Asuntos Exteriores de Berlín, Alemania (das Polistische Archiv des Auswärtigen Amts). Con ellas se buscó reconstruir el conflicto y evidenciar las maneras en que los actores sociales lograban o intentaban alcanzar sus objetivos económicos y políticos por medio de una disputa. La documentación se encuentra en dicho archivo gracias a que el ministro plenipotenciario alemán, Adolf Graf von Montgelas, representante durante 1921 y 1922 en la Ciudad de México, escribió directamente a los finqueros de Tapachula para que se manifestaran libremente y expresaran su opinión acerca de la sucesión del representante consular.
El comercio en Tapachula en las primeras décadas del siglo XX
En 1890, un total de 20 hombres alemanes bien experimentados y posicionados en los negocios del café, y con fuertes relaciones con su lugar de origen, solicitaron al gobierno mexicano su ingreso al territorio con la intención de comprar tierras para expandir las zonas de cultivo y los espacios de producción.3 El motivo era la falta de terrenos en Guatemala y la gran necesidad de abastecer a los mercados mundiales, ansiosos por proporcionar un estimulante a la nueva clase trabajadora (Fenner, 2013; Jiménez, 2001).
Estos cafetaleros alemanes crearon una “élite agroexportadora” y se posicionaron en un lugar ventajoso dentro del comercio debido a su movilidad geográfica, su capacidad financiera y su amplitud de redes (Von Mentz, 1988; Berth, 2018; Peters Solórzano, 2004). Desde las zonas altas y volcánicas de la Sierra Madre de Chiapas, se empezó a transportar el café cosechado a principios del siglo XX hacia la costa para iniciar su viaje a Europa, vía el Estrecho de Magallanes y Estados Unidos. Primero viajaban con mulas y recuas hasta la ciudad de Tapachula o Huixtla, para después continuar por carretas tiradas por bueyes hasta el maltrecho puerto de San Benito -hoy Puerto México- en el Soconusco (Helbig, 1964, p. 83).
Tapachula, ciudad capital del Soconusco, pasó de ser un pueblo inhóspito a mediados de siglo XIX y con una población de unos 3,600 habitantes, a albergar unas 36,742 personas en la década de 1930. El incremento de su población estaba relacionado con el crecimiento del cultivo del café y el desarrollo del comercio (Favre, 1965; Gasco, 2018). Durante aquél periodo y hasta antes de la inauguración del ferrocarril, en 1908, el 75% del café de mejor calidad se dirigía hacia el extranjero, especialmente Nueva York, Londres y Hamburgo (Waibel, 1946). De esta manera, Chiapas y su región del Soconusco, lideraron en pocos años la producción nacional de café de México, junto con los estados de Oaxaca y Veracruz (Meyer y Salazar, 2003).
De forma paralela, en la ciudad de Tapachula se instalaron otros comerciantes alemanes procedentes de otras regiones de México. Ambos grupos, los finqueros alemanes y los comerciantes alemanes de la ciudad, actuaban, según el término utilizado por Bernecker (1988) como conquistadores comerciales (Handelskonquistadoren). Es decir, emigrantes de oportunidad que deseaban enriquecerse rápidamente para volver a su patria y que vivían como residentes temporales y no inmigrantes en el verdadero sentido. Así también lo expresó en 1905 el comerciante y cónsul alemán de Tapachula: “los alemanes tienen el deseo de regresar a su Heimat (patria) y de aplicar lo aprendido en el extranjero”.4 El historiador Jürgen Buchenau (2005) enfatiza que el pequeño y selecto grupo de comerciantes alemanes era masculino conservador, segregado parcialmente del entorno mexicano y que sólo se relacionaba con los hombres de las élites locales. Además, su modo de actuar no difería de las distintas colonias y emprendimientos comerciales alemanes del resto de países de América Latina.
Los nuevos residentes recién llegados a Tapachula se alinearon con el eje económico del café, aquel lujo semi-tropical que se plantaba en todas las regiones de América Latina y que estaba destinado a la exportación, más que para el uso local (Topik, 2003). Los comerciantes allí asentados suministraban productos a una región con una superficie en el mapa de casi 600 km2, aunque el comercio al por menor se encontraba en manos de la comunidad china. El comercio de las casa alemanas controlaba casi toda la costa del Pacífico chiapaneco y monopolizaba buena parte del comercio relacionado con el café y otros productos tropicales, así como los suministros para las fincas5 (Waibel, 1946; Renard, 1993).
Friedrich Katz (1964, pp. 137-139) estimó que las exportaciones a Alemania en la época porfirista representaron sólo el 3% del total de las exportaciones de México. Del total de café y caucho exportado, casi el 50 o 60% procedía de plantaciones de alemanes. Todo ese porcentaje de café, pieles y caucho partía cada diez días desde el Puerto de San Benito (ver Fig. 1), en un vapor que conectaba el Soconusco con la ciudad de San Francisco, California, o con Europa. Las empresas que tripulaban las embarcaciones eran la Pacific Mail & Steamship Co. de Nueva York, haciendo el viaje de Panamá a San Francisco, California; además, la Compañía Naviera del Pacífico y la Línea alemana Kosmos.
Fuente: Tarjeta fechada en Tapachula Chis., el día 8 de julio de 1907, enviada a la Cd. de México a la atención de la Srita. Esperanza Gómez Linares. Tarjeta perteneciente al Archivo Histórico documental de Colecciones Especiales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Después de 1908, se abandonó el puerto y se construyó el ferrocarril. La ciudad de Tapachula quedó entonces conectada por un tren cuyas vías pasaban por la ciudad y llegaban hasta Guatemala (Rasor, 1908, p. 503 y ss. ). El ferrocarril de la empresa Panamericana recorría los 458 km desde el Istmo de Tehuantepec (ver Fig. 2) hasta la frontera con Guatemala, transportando sacos de café en dirección al Puerto de Veracruz y rumbo a Europa (Wikiwand, s. f.).
Fuente: Sonora News Company. Tarjeta Perteneciente al Archivo Histórico Documental de Colecciones Especiales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
El crecimiento de la ciudad continuó y, para la década de 1920, Tapachula era una capital iluminada, desbordada de actividad, calurosa e invadida por la vegetación exuberante del trópico centroamericano (ver Fig. 3). Había alumbrado eléctrico gracias a la planta inaugurada por un empresario japonés en 1913, la cual fue sustituida posteriormente por una central hidroeléctrica (Helbig, 1964, p. 86). Conocida como “La Perla del Soconusco”, la ciudad, de aceras pavimentadas y con drenaje, tenía un panteón, numerosos hoteles y cantinas, tiendas de comercio, un teatro, un cine y un periódico que aparecía tres veces por semana (Waibel, 1946, pp. 229-230).
La agricultura de exportación se había por fin consolidado y el dinero fluía por las casas comerciales y los prestamistas que radicaban en la ciudad, así como por las cinco sucursales bancarias que invertían, desde una década atrás, en el fomento de la agricultura y obras de irrigación (Spenser, 1988, p. 75).
Las casas comerciales alemanas de Tapachula
Tres casas comerciales alemanas habían inaugurado sus filiales en Tapachula a finales del siglo XIX y continuaban con su actividad en la década de 1920: la casa Henkel & Cia. Sucs., conocida como “El Altillo” y cuya sede era el consulado alemán de la región del Soconusco; la ferretería del alemán de origen danés, Otto Marth, quien había llegado a Tapachula en 1895;6 y por último, la otra casa comercial de los socios alemanes Thomälen7 y Huthoff, con su tienda física “La Voz del Pueblo” (ver Fig. 4).8 El último de los socios de la anterior casa comercial era el bremense Hans Huthoff, el cual llegó a Tapachula en 18969 y, a lo largo del tiempo, diversificó sus negocios en distintos rubros, como una fábrica de hielo y una fábrica de refrescos y de embotellados; fue además consejero y consultor del Banco de Chiapas (Rasor, 1908).
Fuente: Pan American Magazine. v. 6 (May-Oct. 1908). Cortesía de HathiTrust. https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=nyp.33433096168160&view=1up&seq=765&skin=2021&q1=Huthoff
Los propietarios de estas tres casas eran expertos mercantiles y habían viajado por distintos puntos del territorio mexicano, y comerciaban con artículos legales o de contrabando.10 Algunos de ellos habían sido empleados o socios minoritarios de otras empresas alemanas y, gracias a sus ahorros y préstamos, lograron su independencia económica y pudieron reinvertir en sus propios negocios (Delgado Cortina y Sáenz Rangel, 2008; Von Mentz, 1988).
Los negocios agrícolas, concretamente el café, no era un sector nuevo para ellos. Desde finales del siglo XIX, por lo menos tres casas alemanas invertían en las fincas de café de México. Las compañías más importantes de la época eran la casa Melchers de Bremen, establecida en Mazatlán en 1846; los Oetlings en Manzanillo y los Wöhler Bartning, también en Mazatlán (Spenser, 1988; Von Mentz, Radkau, Scharrer y Turner R., 1982). Tenían, además, experiencia y formación en el comercio de ultramar y se sentían con el deber de proteger oficialmente los intereses comerciales de su ciudad natal alemana a la cual representaban. Schramm (1950, pp. 105-110) señala que los comerciantes de las ciudades hanseáticas viajaban por el mundo con un aire de inmensidad, de trabajar en el extranjero “como pionero de un pueblo superior y de clase alta”, lo cual les daba una sensación de autoconfianza, además de ver su trabajo como una misión cultual y al servicio de una causa nacional.
La casa alemana Henkel & Cia. estaba relacionada con los hermanos Melcher de Mazatlán, Sinaloa. Entre 1883 y 1884, los Melcher enviaron a Tapachula a su socio comercial, Roberto Haack, para abrir una filial de su sucursal (Langner, 1985, p. 98). La casa Haack & Cia. se asoció con el comerciante Wilhelm Henkel,11 representante de una firma de exportación-importación de Hamburgo que había llegado a Tapachula en 1894 (Nolan-Ferrell, 2017, pp. 59-60). Ambos socios alemanes, Haack y Henkel, se ocuparon en un inicio de recibir la mercancía de los barcos que anclaban en el puerto de San Benito y de continuar con las redes comerciales y económicas guatemaltecas.12
De hecho, la frontera mexicana que separaba la zona chiapaneca del Soconusco de Guatemala, había sido recientemente adjudicada a México por el Tratado de Límites de 1882 e, innegablemente, era una zona unida a territorio guatemalteco desde antes de la llegada de los extranjeros y gracias al antiguo mercadeo de cacao y diversos utensilios para los pueblos indios (Fenner, 2015; Gallini, 2009, p. 70). Por ello, los comerciantes tenían que vincularse con los centros comerciales del puerto de Ocós, Champerico o San José en Guatemala.13 En aquellas localidades recibían mercancía de importación de barcos alemanes y las introducían por contrabando a territorio mexicano, gracias a la confabulación con los aduaneros de Tapachula, tal como lo describe en una carta de 1896 el visitador de aduanas de Tapachula cuando se queja del contrabando de la casa alemana Haack & Cía y su socio, Henkel.14
Respecto a la estrategia de venta de las casas alemanas, y según lo detallado por el comerciante Henkel en 1905, los consumidores del Soconusco no podían entrar en contacto con los fabricantes, a diferencia de otras zonas de México, donde se recomendaba que se pusieran en contacto directo. El papel de las casas comerciales de Tapachula en el comercio de artículos extranjeros en la región Soconusco era de simples intermediarios, un eslabón entre las empresas alemanas por comisión de la Ciudad de México y el cliente del Soconusco.15
El cónsul alemán detalló con precisión aquellos productos que se importaron desde Alemania al Soconusco y que se vendían en “El Altillo”: cervezas, harina, sacos, jabón, luces, almidón, paja, pasta, sombreros de paja y fieltro, colchones, somieres, mantas de cama, telas de algodón y lino, seda, corsés, calcetines, telas de algodón, de cáñamo, papel, libros, molinillos, artículos de calzado, clavos, vehículos, cartas españolas, tartas, chocolates, bombones, botones de nácar y de piedra, corchos, cosechas de fruta y cualquier otro tipo de artículo de firmas extranjeras que estuviese disponible.16
La fuerte posición de las casas comerciales alemanas se basó en los bajos precio y en la preparación de sus vendedores,17 además del apoyo de bancos, empresas navieras y las autoridades políticas alemanas (Furtado, 1970, p. 35, citado por Bernecker y Fischer, 1996). Igualmente, los comerciantes alemanes diversificaron sus negocios a otros rubros, como la concesión de préstamos a largo plazo, en un momento en el que muchas zonas de México carecían de bancos. El provechoso negocio de los préstamos, el cual se llevaba a cabo en Guatemala y otras partes de México, se basaba en el préstamo de los llamados “adelantos” hipotecarios, es decir, prestar dinero a cafeticultores menores (en su mayoría productores mexicanos con pequeñas propiedades) a cambio de cosechas de café o de hipotecas.18 Por otra parte, como los expresan Ortiz y Toraya (1985, p. 106), el precio del café era controlado por las oscilaciones del mercado mundial y no siempre se tenían grandes ganancias; de hecho, cuando los plantadores alemanes llegaron al Soconusco hubo una gran crisis del precio del café a nivel mundial, y los precios no se recuperaron hasta principios del siglo XX.19 Por todos estos motivos, los productores mexicanos, pero también los extranjeros y propietarios de grandes fincas, tenían que recurrir a los préstamos de capitales mayores para invertir en la producción, como también sucedía en Guatemala (Castellano Cambranes, 1977, pp. 220-221).
Los comerciantes alemanes actuaban a su vez como bancos, con líneas de crédito e hipotecas, e introdujeron en la región un tipo de contrato inédito, el contrato de venta anticipada, el cual se tradujo en la imposición de entregar la cosecha a un precio fijo, créditos con intereses del 24% anuales y que la mayor parte de los gastos inherentes a la producción agrícola quedaba en manos de los plantadores, en vez de los compradores (Fenner, 2015, p. 130; Lurtz, 2019, p. 154; Von Mentz, 1988). Las deudas pagadas con café representaban una parte de la exportación hacia Europa o Estados Unidos, pero también enviaban a otras casas comerciales, como fue el caso de Henkel & Cia. hacia la casa matriz en Mazatlán (Renard, 1993, p. 25). En muchos casos, cuando el deudor no podía cumplir con las deudas adquiridas, la casa de comercio confiscaba las propiedades hipotecadas. El mercado de tierras20 fue, por lo tanto, un rubro importante de las inversiones alemanas en el Porfiriato (Von Mentz, 2001).
De manera similar que el sector cafetalero de Guatemala o Costa Rica, las casas comerciales alemanas del Soconusco, por lo menos en sus inicios, se unieron a los distintos eslabones de la cadena del comercio del café, ya sea en la comercialización-financiamiento, la plantación y el beneficiado.21 Además, establecían alianzas con otras casas importadoras y con tostadores extranjeros, lo cual representaba conexiones con el consumidor internacional.22 En otras palabras, eran “al mismo tiempo productores de café cereza,23 beneficiadores, exportadores de grano e incluso consignatarios” (Peters Solórzano, 2004).
Transferencia del consulado a Wilhelm Henkel y el conflicto de 1921
Como Tapachula se postulaba como una rica ciudad comercial, y el peso de los ciudadanos alemanes era cada vez más notorio, en 1896 se inauguró el consulado alemán del distrito de Soconusco. En un principio, la labor corrió a cargo del consolidado comerciante proveniente de Mazatlán, Roberto Haack, y su empresa. Un año más tarde, en 1897, no sabemos si por la carga burocrática o por la presiones de las otras casas comerciales, Haack cedió el puesto a su socio, Wilhel Henkel, el cual asumió el puesto en 1898, momento en que se reordenó la compañía y se hizo cargo de la casa comercial bajo el nombre de Henkel & Co. Posteriormente, en 1901, Roberto Haack se declaró como un empleado de Henkel y, finalmente, abandonó los negocios y se fue de Tapachula en 1903.24
La sucesión de Henkel no fue de beneplácito de toda la comunidad alemana porque, una vez asignado el consulado a una casa de comercio, éste permanecería allí indefinidamente. Por ello, se inició una competencia feroz entre las tres distintas casas de comercio alemanas por conquistar el puesto de cónsul honorario alemán.25 En 1899, un grupo de alrededor de 41 hombres alemanes residentes en el Soconusco firmaron una carta dirigida al Ministro de la Legación alemana en México para pedir que la sede del consulado permaneciera con Henkel y que no se tuviera en cuenta la petición de los Señores H. Huthoff, O. Marth y W. Kahle. El apoyo a Henkel se basaba en cuestiones prácticas porque su casa de comercio se ubicaba en el centro de Tapachula, y ubicar el consulado en otra plantación de café implicaría dificultades de comunicación. La carta aludía a pretendidos componentes patrióticos relacionados con las funciones comerciales, “(…) por personas que han tenido muy poco interés en la germanidad (Deutschtum) hasta ahora, nos hace suponer que están menos preocupados por el bienestar general de la colonia que por las ventajas personales”.26
Henkel no permaneció mucho tiempo en el cargo de cónsul honorario y falleció en marzo de 1906 a la edad de cuarenta años. La vacante del puesto consular recayó posteriormente en manos de su trabajador y apoderado, Alwin Schulze, un comerciante y empleado de la casa Henkel que llegó de Alemania en 1898. Su cargo consular se mantuvo hasta su muerte repentina, en 1921, momento en que se tuvo que buscar nuevamente un sustituto. De hecho, el consulado permaneció en la casa comercial Henkel y todos los aspirantes a cónsul eran viejos alemanes que llegaron al Soconusco en la década de 1890 y que se vincularon con la casa Henkel.
Durante el año de 1921, con la muerte repentina de Schulze y la nueva vacante consular, la Legación alemana determinó que le sustituyera provisionalmente Paul Hitze27 y, poco tiempo después, se nombró a Hermann Johannes Otto Kruse, socio de la casa Henkel y originario de la provincia Schleswig-Holstein. Kruse contaba con una sólida formación como comerciante en la escuela privada de su ciudad natal, Glückstadt, y había llegado a Tapachula en el año 1898. En 1906, Kruse comenzó a trabajar en la empresa de Henkel & Cia., primero como empleado y, en 1912, como procurador, hasta que finalmente, en 1916, se convirtió en socio de la empresa.28 Por aquella época contrajo nupcias con la hija del rico finquero mexicano, Alejandro Córdova, propietario de Cafetales Unidos San Jerónimo y Sinaloa (Rasor, 1908, pp. 545-548).
La candidatura de Kruse despertó el rechazo de la casa comercial Huthoff y de la firma del finquero Adolf Gieseman. Ambos se unieron para solicitar a la Legación alemana una votación secreta y confidencial y, así, decidir entre los propios integrantes de la colonia alemana de la región en quién recaería el puesto.29 Giesemann lideró la votación porque “no se trata tanto de confiar el puesto consular a un ciudadano alemán por haber adquirido la rutina oficial necesaria debido a una colaboración más larga con el cónsul anterior”30 y se propuso como candidato al comerciante Hans Hutthoff.
La colonia alemana se posicionó en dos bandos diferenciados: los que apoyaban a la casa Henkel y los contrarios, que eran partidarios de “renovar” el consulado con Hutthoff. Hans Huthoff contaba con partidarios a su candidatura porque durante la Primera Guerra Mundial fue apoderado de algunas fincas de sus compatriotas y, al parecer, estos estaban en deuda con él. Pero la guerra también le había traído muchos enemigos, porque los alemanes que se encontraban en Alemania cuando estalló el conflicto le dieron un poder ilimitado y este aprovechó su posición para enriquecerse “de manera no muy honorable”.31
Estos detalles salieron a la luz cuando en 1921, el enviado y Ministro plenipotenciario alemán, conde Adolf von Montgelas,32 tomó cartas en el asunto y consultó de manera confidencial y discreta a algunos plantadores de café y trabajadores alemanes de las fincas del Soconusco. Paul Hintze expuso que Huthoff quería ser a toda costa cónsul en el Soconusco y, para ello, se valió de Adolf Giesemann, conocido en la región por el apoyo del rico empresario alemán del metal, Hugo Stinnes33 y por su influencia en el Reichstag (parlamento) alemán.34
El administrador de la finca Libertad comentó que el conflicto ahondaba sus raíces en un enfrentamiento político partidista que salía a relucir sólo en el ámbito privado de los candidatos,
(…) el Sr. Huthoff representa el viejo sistema y es un entusiasta partidario del antiguo Káiser alemán, mientras que el Sr. Kruse es republicano. Todos los finqueros establecidos aquí, así como otras personas que han hecho fortuna aquí, son partidarios y defensores del viejo sistema, y son precisamente los locales comerciales del Sr. Huthoff los que sirven preferentemente a estas personas para descargar su ira política en palabras poco halagadoras sobre el gobierno actual y bromas sobre el presidente del Reich y su familia. Todas estas personas, incluso las que no tienen ninguna relación comercial con el Sr. Huthoff, desean por tanto, aunque sólo sea por la idea monárquica, que el Sr. Huthoff sea elegido cónsul alemán, mientras que nosotros, los viejos y antiguos empleados, administradores de fincas, así como todos los nuevos elementos que se han trasladado aquí desde el viejo país, anhelamos el nombramiento del Sr. Kruse.35
En el conflicto por el consulado de Tapachula se evidenciaron las disputas políticas entre los seguidores del viejo orden y los de la República de Weimar (Berth, 2018, pp. 150-153). El propietario de la finca México manifestó que “mi preocupación por el Sr. Kruse es sólo política. Los alemanes de la zona del Soconusco somos, gracias a Dios, en su mayoría nacionalistas, mientras que el Sr. Kruse es uno de los pocos que son socialdemócratas hasta la médula. Con esas ideas, que el Sr. Kruse ya tenía durante la guerra, si todos pensáramos así, nuestra Alemania no podría resurgir”.36
Todas estas cuestiones políticas no trascendían de manera explícita en las cartas. Adolf Giesemann abanderaba la nueva sociedad totalmente democrática, aunque de manera privada apoyaba la vertiente conservadora y militar del país y apelaba a que el nuevo gobierno socialdemócrata de Weimar debería de hacer “un cambio fundamental en el procedimiento utilizado hasta ahora”. Basaba su preocupación en los cambios en cuanto al nombramiento de cargos en los círculos gubernamentales alemanes durante los últimos años. Además, y según las palabras del finquero, la comunidad alemana de la región de Tapachula es respetable y bastante unida, y busca con “empeño contribuir a mejorar el servicio consular del Imperio, lo cual es particularmente importante en nuestros tiempos”.37 No era por lo tanto “una cuestión de personas, sino de conseguir derechos para los alemanes en el extranjero”.38 Giesemann añadió:
(…) Pero, en realidad, para mí todo el asunto del Consulado de Tapachula no tiene nada que ver con una persona, sino que se trata de inducir a nuestro gobierno a considerar si, en la situación actual, en la visión política de nuestro gobierno, en nuestra actual forma de gobierno socialdemócrata, no se justifica conceder a los alemanes en el extranjero derechos que el gobierno ha dado en abundancia en el propio Reich y que defiende enérgicamente.39
Efectivamente, la herencia del consulado era un tema que parecía injusto a una parte de la comunidad alemana, porque existía en México, así como en otros países de ultramar, una “cierta práctica [por la cual] el cargo de cónsul de las grandes casas alemanas es, por así decirlo, hereditario, por lo que se consideraría una considerable capitis diminutio para la Casa de Henkel si, sin causa especial, el puesto consular vacante no fuera transferido a un socio de la casa”.40 Pero además, el nuevo cónsul Kruse podía perjudicar las actividades de la colonia alemana de la región.41
Referente a la candidatura de Huthoff, sus detractores se basaban en que había sido un asunto acordado entre la empresa Giesemann y Huthoff. Desafortunadamente, algunos miembros se habían enterado tarde del asunto y habían votado por Huthoff en una votación que parecía “honorable”, pero que estaba llena de irregularidades y de un miedo generalizado a reconocer las letras de los votantes e, incluso, las máquinas de escribir.42
En la disputa se manifestaron cuestiones patrióticas y raciales referentes a la asimilación de los comerciantes alemanes con el país receptor, tal como refiere Michael Zeuske (2000) para el caso venezolano. Este autor refiere que, cuando los alemanes se casaban o se “nivelaban” con la población receptora, los comerciantes dejaban de pensar en sus ingresos como parte capital del alemán y abandonaban su función de “íconos de la propaganda marítima y colonial de Alemania”, además de perder el interés por la Vaterland (madre patria). En el caso particular del candidato Hermann Kruse, éste se había casado con una mujer mexicana y había adquirido “cierta brusquedad en sus modales”, por ello “nunca podrá impresionar a las autoridades locales y no logrará lo que razonablemente se podría esperar de un cónsul”.43
Las funciones de un cónsul comerciante alemán
Alrededor de la década de 1902, México contaba con unos 20 organismos representando al Deustche Reich, repartidos entre consulados, viceconsulados y agentes comerciales (Nagel, 2005, p. 77). El estado de Chiapas tenía dos representaciones consulares alemanas ubicadas en la ciudad de San Cristóbal de las Casas y en Tapachula. El número de alemanes en todo el estado ascendía a un total de 174 personas, repartido entre San Cristóbal (77) y Tapachula (97). Aunque aparentemente es un número reducido, sorprende la cantidad de alemanes asentados en el sur del país, si se compara con los alemanes registrados en las ciudades más industrializadas del norte. Monterrey, por ejemplo, contaba con 195 alemanes registrados, mientras que Guadalajara con 179. En total, en todo el país había alrededor de 3,584 alemanes.44
Con la expansión imperialista alemana (1871-1914), el papel de los actores consulares -y a su vez empresarios- cobró un protagonismo crucial en América Latina porque materializaron la penetración de Alemania hegemónica en el país de acogida a través de su diplomacia. “El capital financiero requería de presiones diplomáticas y de política comercial”, por ello se entremezclaron desde un primer momento las relaciones comerciales, con la diplomacia y el capital financiero. Castellano Cambranes (2007) considera que, aunque aparentemente los cónsules alemanes se extralimitaron de sus funciones en América Latina, desde un principio dichas funciones fueron ambiguas por la injerencia de los grupos comerciales en las ciudades y sus intereses comerciales. Esto se tradujo en que los agentes comerciales actuaban en dos esferas, la de los negocios privados y la de los asuntos públicos (Nagel, 2005, p. 76).
“Las casas comerciales, en su mayoría hanseáticas en América Latina, actuaron como puestos de avanzada para los intereses exportadores y como bisagra para la importación y exportación” (Bernecker y Fischer, 1996). Los cónsules y agentes comerciales buscaban el control y poder influir en la política comercial de sus países de acogida (Bernecker, 1988, p. 18). Dentro de sus funciones, tenían que reclamar inmunidad para sus connacionales y con un trato jurídico distinto a los ciudadanos mexicanos, además tenían que influir en la red social, política y financiera y conseguir ventajas de su posición “oficialmente poco definida, pero de facto privilegiada” (Zeuske, 2000).
Un cambio importante para los plantadores alemanes del Soconusco fue el nuevo orden político de Alemania, el cual había transformado su sistema de gobierno de tradición monárquica por uno socialdemócrata: la denominada República de Weimar (1918-1933). La política exterior alemana se vio ensombrecida por los conflictos internos que tenía que enfrentar el nuevo gobierno: por un lado, la presión de las amenazas internas y externas de los opositores; por el otro, la presión de las potencias extranjeras vencedoras después de la Guerra (Restrepo Zapata, 2015). La Guerra recién librada y las cuestiones europeas fueron más importantes que las relaciones con América Latina, que no se llegaron a romper porque era el último continente libre sin un sistema colonial formal y la diplomacia alemana auxiliaba en las relaciones de abastecimiento, directo y abundante de materias primas (Rinke, 1996, pp. 166-168).
Por último, en 1922 se concluyó la votación organizada por el finquero Adolf Giesemann en su finca El Retiro. La mayoría de papeletas dieron la victoria al candidato Hans Huthoff, con 54 votos. Hermann Kruse, candidato de la Legación alemana, recibió 26 votos; Hans Hintze, 13 votos; Paul Hintze, 1 voto; y Oton Marth, 1 voto. En total, votaron 100 personas.45 A pesar de ello, en 1923 la Legación alemana reconoció a Hermann Kruse como Cónsul Honorario de la República Alemana en Tapachula, zanjando así el conflicto.46 Hans Huthoff desapareció del escenario político local de Tapachula y reapareció nuevamente durante el periodo Nacional Socialista después de 1933, momento en que ocupó el cargo de jefe de la Gestapo en la región Soconusco y, posteriormente, consiguió el puesto de cónsul en Nicaragua (Lombardo Toledano, 1941).47
Después del conflicto de la designación del cónsul, los plantadores alemanes volvieron nuevamente a los problemas nacionales de México. Las ideas revolucionarias difundidas durante la Revolución Mexicana se extendían de manera tardía entre los trabajadores de las fincas. El recién creado Partido Socialista de Chiapas había materializado el sentimiento revolucionario y la lucha de clases, y los trabajadores exigían una serie de mejoras en sus condiciones laborales (Benjamin, 1990, pp. 211-219; Nolan-Ferrell, 2017).
Conclusiones
El hallazgo más interesante que se puede extraer de este trabajo se refiere a cuestionar la unidad de la colonia alemana del Soconusco, ya que el conflicto constata la diversidad en cuanto a sus aspiraciones empresariales y la mentalidad de sus actores sociales, así como sus intereses políticos. El cambio de cónsul no sólo brindaba ventajas económicas y políticas de las que no disfrutaban sus demás colegas comerciantes, sino que manifestaba la lucha por los beneficios y poderes otorgados durante el Imperio alemán que se veían amenazados por la nueva izquierda socialista48 y sus reformas. Parece posible que la división política de los alemanes en el Soconusco se exacerbó en la década de 1920 y que los detractores de la candidatura de Kruse y de los promotores del cambio de sede del consulado, fueran posteriormente defensores del nuevo gobierno nacionalsocialista alemán. Las pugnas que se vivían en el viejo continente reverberaron en el seno de aquella pequeña colonia alemana del sur de México.
Existe abundante espacio para seguir avanzando en las historias de las colonias mercantiles extranjeras del Sureste mexicano. Los empresarios y comerciantes que se reseñaron, así como sus descendientes, son una fuente de estudio para reconstruir la historia de la comunidad alemana que, hoy en día, mantienen una significativa presencia en la región.