El periodo que comienza en el siglo IX d. C. estuvo marcado en muchas regiones de Mesoamérica por notables transformaciones en las sociedades, tanto a nivel sociopolítico como económico o religioso (véase, p. ej., Berdan y Smith 2004). Se observó, en particular, la caída de los sistemas políticos anteriores, dando como resultado, en muchos casos, el abandono de los centros de poder asociados; tal fue el caso de gran parte de las Tierras Bajas mayas con la desaparición progresiva de los gobiernos dinásticos clásicos a partir del 800 d. C. (véanse, p. ej., Demarest, Rice y Rice 2004; Okoshi et al. 2021), por nombrar un ejemplo bien estudiado. En paralelo, esta transición entre el Clásico y el Posclásico también fue un periodo de intensas reorganizaciones y oportunidades que llevaron a nuevos grupos de élites a tomar el poder, así como a una intensificación de las interacciones y a la difusión de nuevas prácticas en esta amplia área cultural. De hecho, se identificaron en muchos sitios de la zona bienes o estructuras que ilustran la participación (con una intensidad distinta según los lugares) de sus habitantes en nuevas redes de interacción a larga distancia que conectaban, al menos simbólicamente, ciudades o regiones de toda Mesoamérica y de sus márgenes, como Tula, Chichen Itzá, Cihuatan, Chinkultic o la Gran Nicoya. Este fenómeno muchas veces ha sido designado como «mexicanización» en la zona maya y en las regiones cercanas localizadas más al sur (véanse, p. ej., Boone y Smith 2003; Halperin y Martin 2020; Ringle, Gallareta Negrón y Bey 1998).
Desafortunadamente, existen dificultades en varios sectores de Mesoamérica para caracterizar esta transición y las dinámicas que ocurrieron durante este periodo (véase, p. ej., Saumur 2017), e incluso en sitios estudiados de manera intensiva como Chichen Itzá, los debates para establecer una cronología fina y, por consiguiente, entender las transformaciones sociopolíticas asociadas y sus implicaciones locales de manera satisfactoria aún continúan (véanse, p. ej., Hoggarth et al. 2016; Smith 2011; Volta y Braswell 2014).
La transición Clásico tardío/Posclásico temprano en el noroeste de Honduras
Este también es el caso del noroeste de Honduras, una amplia zona montañosa considerada como parte de la zona fronteriza entre Mesoamérica y el área istmo-colombiana por los arqueólogos (véase fig. 1). De hecho, los datos arqueológicos, etnohistóricos y lingüísticos recopilados en la región demuestran que los límites entre estas zonas fluctuaron mucho en el tiempo, tanto en su localización geográfica como en su naturaleza (véanse, p. ej., Hasemann y Lara-Pinto 1993; Hoopes y Fonseca 2003; Sheets 2000). Por ejemplo, para el periodo Clásico (150-950 d. C.), investigaciones recientes demuestran la complejidad de las relaciones entre las dinastías mayas de la región y sus vecinos principalmente identificados como lencas (Hasemann y Lara-Pinto 1993), con una fuerte imbricación cultural en ciertos sectores de la región, como en el caso de la ciudad de Copán, donde se identificó la presencia de una población multiétnica (Kupprat 2019; Susuki, Nakamura y Price 2020). De manera general, estas interacciones eran muy heterogéneas, ya que se identificaron tanto verdaderas dinámicas de codesarrollo sociopolítico o económico como manifestaciones marcadas de diferenciación identitaria según los sitios o los aspectos culturales estudiados (véanse, p. ej., Canuto y Bell 2013; Johnson 2021; Schortman y Ashmore 2012; Schortman y Urban 1994). En lo que concierne a las sociedades que vivían en la zona y sus dinámicas a partir del siglo IX d. C., la información disponible sigue siendo escasa. Esta comprensión limitada no solo se deriva de la focalización de la mayoría de las investigaciones sobre las grandes entidades políticas clásicas, sino también de la existencia de verdaderos sesgos arqueológicos propios de esta fase de transición (pocos marcadores crono-cerámicos fiables, patrón de asentamiento más disperso, pequeñas estructuras con menor calidad constructiva), lo que explica el número reducido de sitios fechados para el Clásico terminal (siglo IX d. C.) y el Postclásico temprano (siglos X-XIII d. C.) en la región (véanse, p. ej., Dixon 1989; Robinson 1989; Urban 1986; Urban, Schortman y Ausec 2013).
Sin embargo, los datos disponibles indican que las comunidades de esta región también sufrieron profundas transformaciones, pero con fuertes contrastes en las modalidades según los sitios o entre diferentes valles, lo que es visible en particular en las evoluciones de los patrones de asentamiento (véase fig. 2). Estas notables reorganizaciones se observan, por ejemplo, en sectores marcados por el aparente abandono de amplios territorios y la concentración de una parte significativa de la población local en pocos centros, como es el caso del valle de Comayagua con Tenampua (Dixon 1989), del valle de Sula con Cerro Palenque ( Joyce 1991) o del valle de Cacaulapa con El Coyote (McFarlane 2005). Al contrario, en otras áreas, como alrededor de Gualjoquito, en la región de Santa Bárbara (Schortman y Urban 1995), o de La Sierra en el valle de Naco (Urban y Schortman 2004), existió una cierta continuidad de ocupación, aunque se caracterizó por una mayor dispersión de las poblaciones en los hinterlands, con la deserción parcial de los centros principales y la ausencia de nuevos proyectos arquitectónicos monumentales. Por su parte, la ciudad maya «fronteriza» de Copán, abandonada después de la caída del sistema de gobierno dinástico, presenta una situación diferente, con la identificación de una reocupación parcial por pequeños grupos asociados a una cultura material con muchos cánones estilísticos o técnicos muy similares a lo que se encontraban entonces en el resto del noroeste de Honduras (Bill 2014; Manahan 2003).
La cuenca del lago Yojoa y Los Naranjos
Es con el objetivo de recopilar más datos sobre los procesos de reorganización durante la transición Clásico/Postclásico en esta región que se creó el Proyecto Arqueológico Regional Yojoa-Los Naranjos (PARYNA en adelante) en la cuenca del lago Yojoa. Este gran cuerpo de agua dulce -de aproximadamente 96 km2- adentro de un antiguo cráter volcánico corresponde a un cruce de vías naturales de comunicación localizado entre los valles de Sula y de Comayagua (véanse figs. 1-2), por lo que se considera como un área de contacto cultural entre diferentes regiones de Honduras. Esta cuenca también corresponde a una zona propicia para la agricultura y la obtención de bienes valorados en la época prehispánica, como el cacao o las plumas de quetzal, así como a un posible lugar de importancia religiosa debido a su inscripción en una topografía dominada por las altas cumbres del cerro Azul Meámbar y de la montaña Santa Bárbara, y a su cercanía con las cuevas de Taulabé (Hendon, Joyce y Lopiparo 2014; Nielsen y Brady 2006).
Investigaciones previas
La información disponible sobre la ocupación prehispánica de esta cuenca es muy parcial, ya que proviene en muchos casos de descripciones realizadas durante la primera mitad del siglo XX, relacionadas casi exclusivamente con asentamientos localizados en las orillas del lago. El único sitio investigado de manera más sistemática, Los Naranjos, corresponde al mayor centro prehispánico de la zona, ocupado desde el Preclásico medio hasta el Posclásico temprano (Dixon, Webb y Hasemann 2001). Está conformado por diferentes conjuntos arquitectónicos ubicados sobre una llanura de alrededor de 16 km2 en la orilla norte del lago, en particular por el Grupo Principal, en parte destruido por la construcción de un canal hidroeléctrico, el cual corresponde al epicentro del sitio con varios edificios monumentales (véase fig. 3). Las primeras etapas constructivas de estas estructuras, así como varias esculturas de bulto redondo con influencias «olmecas» asociadas, fechan del primer milenio a. C. y la mayoría de los trabajos arqueológicos se enfocaron sobre esta ocupación temprana del sitio (véanse Ito 2010; Joyce y Henderson 2010).
Digitalización: J. Sion, según Baudez y Becquelin 1973; Dixon, Webb y Hasemann 2001; Velázquez 2020.
La única excepción corresponde al proyecto dirigido por Claude Baudez y Pierre Becquelin entre 1967 y 1969, ya que sus investigaciones más exhaustivas permitieron establecer los límites del asentamiento, así como la primera secuencia crono-cerámica general del sitio. Además, estos trabajos eran, hasta ahora, las únicas fuentes de información sobre la transición Clásico/Postclásico en la cuenca del lago Yojoa, a través de los datos obtenidos mediante algunas excavaciones en grupos residenciales y canchas de juego de pelota localizados al pie de la montaña Santa Bárbara, donde se identificaron los restos de ocupación del Postclásico temprano. En resumen, proponen que se trataba del último sector habitado del sitio, después del abandono del epicentro monumental y de una gran parte de la llanura al norte del lago al final del Clásico tardío, es decir, que existió un desplazamiento del foco de ocupación adentro del asentamiento asociado a una reducción notable de su población (Baudez y Becquelin 1973)
PARYNA
Fue con base en estos datos y las hipótesis de estos autores que se decidió enfocar los trabajos de la primera fase del PARYNA (2018-2021) sobre la parte oeste de la llanura, un sector que se caracteriza por la presencia de un amplio abanico aluvial que desciende bajo la forma de terrazas naturales desde el cerro Agua Buena hasta el río Blanco (o río Helado),1 cubriendo diversos depósitos geológicos de origen volcánico. El principal objetivo de las nuevas investigaciones en este sector de Los Naranjos era afinar la cronología y mejorar la caracterización de las distintas dinámicas relacionadas con la última fase de ocupación, tanto en el patrón de asentamiento como en la cultura material, para entender las evoluciones locales de los modos de organización sociopolítica y económica, así como el nivel de integración de esta microrregión en la zona fronteriza y en el mundo mesoamericano del Posclásico temprano.
En este marco, se realizó un programa de reconocimiento donde se localizaron dieciocho grupos arquitectónicos, muchos nunca descritos, que pueden contar con una o varias decenas de montículos, en su mayoría plataformas cuadradas o rectangulares de una superficie inferior a 100 m2 y de menos de 1 m de altura (Velásquez 2019, 2020, 2022). Mediante estas investigaciones, fue posible documentar el hecho de que la fragmentación actual del asentamiento resulta en gran parte de diversas destrucciones de origen antrópica (urbanización, agricultura) o natural (inundaciones), lo que permite pensar que la mayoría de estas agrupaciones de estructuras conformaban un amplio y denso locus durante la época prehispánica, cuyo núcleo correspondía a los Grupos 4, 5 y 6 (véanse figs. 4-5). Para responder a las interrogantes cronológicas, se realizó un programa sistemático de sondeos estratigráficos (n = 62) en los montículos identificados en nuestra zona de estudio (Sion, Arguijo y Rodas 2019, 2020; Sion, Perla Barrera y Deras 2022). Se debe también señalar la integración a este trabajo de los resultados obtenidos por Rosemary Joyce (2017) sobre diversas colecciones de vasijas policromas obtenidas en el transcurso del siglo XX en Los Naranjos y otros pequeños asentamientos de las orillas orientales del lago Yojoa (Aguacate, El Huatal, La Ceiba; véase fig. 2). Aunque no se conocen los contextos exactos de descubrimiento de muchas de las piezas, dicha revisión permite contar con un mínimo de información sobre varios sectores de la llanura donde los vestigios arqueológicos hoy en día están totalmente destruidos por las prácticas agrícolas y urbanísticas contemporáneas. El objetivo era caracterizar las diferentes evoluciones en el patrón de asentamiento de Los Naranjos a partir del final del Clásico tardío y definir de manera precisa el ritmo de estas dinámicas, es decir, entender si correspondían al resultado de una reorganización progresiva de la comunidad o a una ruptura abrupta en su historia.
Definición del marco cronológico
Los análisis tipológicos y modales del material cerámico recuperado en el marco del PARYNA, las comparaciones con los datos crono-cerámicos recientes obtenidos en la región cercana (véanse, p. ej., Henderson y Beaudry-Corbett 1993; Joyce 2017, 2019; Joyce y Henderson 2010) y una serie de fechas por radiocarbono (n = 13; véanse la tabla 2 y fig. 5) permitieron mejorar la definición y afinar los límites cronológicos (véase la tabla 1), particularmente de las últimas fases de la secuencia establecida anteriormente (Sion et al. 2022a).
Periodo | Fase cronológica/ complejo cerámico | Faceta | Fechas aproximadasBaudez y Becquelin (1973) | Fechas aproximadas PARYNA |
Posclásico temprano | Río Blanco | - | 950-1250 d. C. | 875/900-1250 d. C. |
Clásico terminal | Agua Buena | - | / | 775/800 -875/900 d. C. |
Clásico tardío | Yojoa | 2 | 550-950 d. C. | 650 -775/800 d. C. |
Clásico medio | 1 | 450-650 d. C. | ||
Clásico temprano/Preclásico terminal | Edén | 2 | 100-550 d. C. | 100-450 d. C. |
Preclásico tardío | 1 | 400 a. C.-100 d. C. | 400 a. C.-100 d. C. | |
Preclásico medio | Jaral | - | 800-400 a. C. | 900-400 a. C. |
UE (Núm. muestra laboratorio) | Material | Fecha BP | Rangos fechas calibradas a 2σ (probabilidad) | Estructura | Contexto | Fechamiento contexto |
LN19-0034 (*Poz-134835) | Carbón (Pinus sp.) | 1195 ± 30 | 707-726 d. C. (2.9 %) | G5-7 este | Basurero | Agua Buena |
771-895 d. C. (88.6 %) | ||||||
925-950 d. C. (4.0 %) | ||||||
LN18-0115 (**Lyon-19314) | Carbón (Pinus sp.) | 955 ± 30 | 1027-1160 d. C. (95.4 %) | G6-11 | Nivel de ocupación | Río Blanco |
LN18-0118 (**Lyon-19315) | Carbón (Pinus sp.) | 890 ± 30 | 1045-1046 d. C. (23.1 %) | G6-11 | Apisonado 3ra etapa | Río Blanco |
1092-1105 d. C. (2.8 %) | ||||||
1120-1223 d. C. (69.6 %) | ||||||
LN18-0121 (**Lyon-19316) | Carbón (Pinus sp.) | 1030 ± 30 | 899-918 d. C. (2.9 %) | G6-11 | Relleno 3.ra etapa | Río Blanco |
960-964 d. C. (0.4 %) | ||||||
973-1047 d. C. (87.4 %) | ||||||
1084-1095 d. C. (1.4 %) | ||||||
1102-1124 d. C. (3.1 %.) | ||||||
1143-1147 d. C. (0.3 %) | ||||||
LN18-0124 (**Lyon-19317) | Carbón (Pinus sp.) | 1100 ± 30 | 887-997 d. C. (92.3 %) | G6-11 | Relleno 2.da etapa | Río Blanco |
1005-1017 d. C. (3.2 %) | ||||||
LN19-0155 (**Lyon-19318) | Carbón (Pinus sp.) | 965 ± 30 | 1024-1159 d. C. (95.4 %) | G6-5 | Apisonado 4.ta etapa | Río Blanco |
LN19-0156 (*Poz-134909) | Carbón (Pinus sp.) | 820 ± 30 | 1175-1273 d. C. (95.4 %) | G6-5 | Apisonado 3.ra Etapa | Río Blanco |
LN19-0159 (**Lyon-19319) | Carbón (Pinus sp.) | 1175 ± 30 | 772-900 d. C. (78. 6%) | G6-5 | Relleno 2.da etapa | Río Blanco |
917-973 d. C. (16.8 %) | ||||||
LN19-0249 (**Lyon-19320) | Carbón (Pinus sp.) | 990 ± 30 | 993-1053 d. C. (44.3 %) | G5-37 | Relleno plataforma | Río Blanco |
1077-1155 d. C. (51.1 %) | ||||||
LN19-0250 (**Lyon-19321) | Carbón (Pinus sp.) | 1285 ± 30 | 660-777 d. C. (92.6 %) | G5-37 | Nivelación | Yojoa 2 |
792-802 d. C. (1.5 %) | ||||||
810-820 d. C. (1.3 %) | ||||||
LN19-0270 (*Poz-134910) | Carbón (Pinus sp.) | 915 ± 30 | 1039-1181 d. C. (86.5 %) | G6-7 | Nivel de ocupación | Río Blanco |
1188-1210 d. C. (8.9 %) | ||||||
LN19-0271 (**Lyon-19322) | Carbón (Pinus sp.) | 1045 ± 30 | 895-925 d. C. (8.5 %) | G6-7 | Apisonado plataforma | Río Blanco |
950-1038 d. C. (86.9 %) | ||||||
LN19-0272 (**Lyon-19323) | Carbón (Pinus sp.) | 1060 ± 30 | 895-926 d. C. (16.8% ) | G6-7 | Nivelación | Río Blanco |
948-1030d. C. (78. 6%) |
*Poznań Radiocarbon Laboratory, Polonia [OxCal v4.4.2].
**ARTEMIS, Centre de Datation par le Radiocarbone, Université Lyon 1, Francia [OxCal v4.4.4]
Ahora se propone subdividir la fase Yojoa del Clásico medio/tardío en dos facetas, una temprana (Yojoa 1, 450-650 d. C.) y una tardía (Yojoa 2, 650-775/ 800 d. C.), mientras que el inicio de la fase Río Blanco del Posclásico temprano (875/900-1250 d. C.) se establece casi un siglo antes de lo que se proponía anteriormente. Sin embargo, el mayor aporte corresponde a la identificación de una fase transicional entre Yojoa y Río Blanco, la cual será designada como Agua Buena (775/800-875/900 d. C.). Los conjuntos cerámicos de esta etapa de transición se caracterizan tanto por la presencia de recipientes asociados a Yojoa de la vajilla utilitaria (por ejemplo, Chinda Rojo Sobre Natural y Masica Inciso) y de policromos marcadores de su faceta tardía (en particular la clase Nebla del grupo Ulua [véase fig. 6a] y Olingo Policromo), así como, al mismo tiempo, por la aparición en pequeñas cantidades de la mayoría de los tipos característicos de la fase Río Blanco (Cebadia Inciso, Las Vegas Policromo [véanse figs. 6b y 6c], Los Naranjos Bicromo y Mirimpe Rojo, entre otros), a excepción de los plomizos del grupo Tohil (véase fig. 8).
Los Naranjos durante la transición Clásico/Posclásico
De manera general, los resultados obtenidos por el PARYNA corroboran las hipótesis de Baudez y Becquelin (1973) sobre los cambios en el patrón de asentamiento en el sector al norte del lago a partir del final del Clásico tardío. No obstante, con base en el mejoramiento del marco cronológico, fue posible precisar el ritmo de las dinámicas de ocupación entre los siglos VIII y XIII d. C., es decir, entre el final del Clásico tardío y el Posclásico temprano. Además, las nuevas investigaciones permitieron documentar evoluciones considerables tanto en las prácticas como en muchos aspectos de la cultura material de los habitantes de la zona durante este periodo.
Dinámicas de ocupación entre los siglos VIII y XIII d. C.
En resumen, todo indica que Los Naranjos estaba ocupado por una población importante durante la fase Yojoa 2, tanto en el Grupo Principal, como en el resto de la llanura al norte del lago. Luego, a partir del final del siglo VIII d. C., esta zona fue testigo de una reorganización mayor, con el traslado del foco poblacional en la parte occidental de la planicie durante las fases Agua Buena y Río Blanco, a través del desarrollo progresivo de nuevas áreas, y el abandono de los grupos ocupados anteriormente (véase fig. 4).
La fase Yojoa 2 (650-775/800 d. C.)
En la zona de estudio, las huellas relacionadas con el final del Clásico tardío fueron principalmente localizadas en el Grupo 1, conjunto donde todas las estructuras sondeadas estaban ocupadas para la fase Yojoa 2. Además, se debe señalar que estas plataformas presentan en su mayoría varias etapas constructivas, demostrando que sus notables dimensiones resultan en parte de una acumulación sucesiva de material y de una ocupación bastante larga, lo que confirma el fechamiento de ciertos rellenos constructivos para la fase Yojoa 1. Esta situación es muy similar a la observada en el Grupo Principal, donde diversas remodelaciones y ampliaciones de las estructuras monumentales preclásicas fueron realizadas a lo largo de todo el Clásico (Baudez y Becquelin 1973). Asimismo, es importante mencionar la identificación de muchos depósitos con recipientes diagnósticos de las dos facetas de la fase Yojoa en los pequeños asentamientos de la orilla noreste del lago, demostrando una ocupación de esta zona al menos desde el siglo VI d. C. ( Joyce 2017).
La situación es diferente en el Grupo 5, ubicado al oeste de Los Naranjos. Si bien fueron identificadas huellas de la fase Yojoa 2, en particular una sepultura y una plataforma, así como en paleosuelos, estas mismas evidencias parecen corresponder a los restos de una fase de ocupación bastante corta, una hipótesis que refuerza la ausencia de marcadores de la fase Yojoa 1 en estos contextos. La información encontrada durante las excavaciones sugiere la instalación de una población reducida al final de Yojoa 2, es decir, en el transcurso del siglo VIII d. C., en un sector aparentemente sin ocupación más antigua, lo que podría corresponder a una extensión del sitio relacionada con su apogeo demográfico.
La fase Agua Buena (775/800-875/900 d. C.)
Las dinámicas identificadas para la fase Agua Buena ilustran una notable evolución en el patrón de asentamiento en la llanura al norte del lago, marcada por su abandono prácticamente total alrededor de 800 d. C. y el desplazamiento del foco poblacional hacia los grupos al pie de la montaña Santa Bárbara. De hecho, con excepción de estos conjuntos y de un sector de Aguacate (Baudez y Becquelin 1973), ningún contexto fechado para Agua Buena (o más tardío) fue identificado en Los Naranjos o en los asentamientos en la orilla noreste del lago. Esta situación revela, sin duda, cambios radicales en las modalidades de ocupación de este territorio, en particular con la ruptura que debió representar el abandono del Grupo Principal ocupado de manera continua desde el Preclásico medio. Además, se debe destacar que esta concentración de la población en el sector occidental de la llanura incluyó solo a una pequeña fracción de los habitantes, lo que implica la dispersión de la mayoría de los residentes probablemente hacia otras zonas de la cuenca2 en el transcurso de la transición Clásico/Posclásico.
En la parte occidental de Los Naranjos, este fenómeno de traslado del foco poblacional está ilustrado por el desarrollo de varios conjuntos arquitectónicos localizados alrededor de un pequeño cerro con una cueva a su cumbre. Es particularmente el caso del Grupo 5, con la construcción de pequeños conjuntos residenciales en la cercanía de un probable espacio público, delimitado al oeste por una gran cancha para el juego de pelota. Este periodo también corresponde a la época de edificación de los tres montículos que conforman el Grupo 3, en un sector con huellas muy leves de una ocupación previa que aún no ha podido ser fechada. Por su parte, el Grupo 14 presenta una configuración espacial atípica, la cual parece corresponder al resultado de dos dinámicas constructivas distintas: en la parte oriental, se trata de montículos orientados este-oeste,3 edificados a más tardar en Yojoa 1 y reocupados de manera superficial en Agua Buena; en la parte occidental, se documentaron pequeñas plataformas que aún no han sido fechadas, pero sus características arquitectónicas sugieren que fueron construidas durante la fase Agua Buena o una posterior.
La fase Río Blanco (875/900-1250 d. C.)
Se observa una dinámica de crecimiento de los nuevos sectores ocupados al pie de la montaña Santa Bárbara. La ocupación se desarrolló espacialmente a partir del Grupo 5 en dirección del río Blanco, a través de la edificación de las numerosas estructuras que conforman los Grupos 4, 6 y 21, pero esta expansión también se realizó hacia espacios al norte del río, con la construcción del Grupo 9. De hecho, es muy probable que el área cerca de la corriente de agua presentaba una densidad de montículos similar a lo que se observa en el Grupo 5, pero hoy en día es difícil comprender su organización espacial de manera precisa debido a las destrucciones provocadas en particular por diferentes inundaciones en el Grupo 6 y, sobre todo, en el Grupo 7, que ha desaparecido totalmente.
Además, aunque todavía no es posible subdividir la fase Río Blanco, lo que permitiría entender más detalladamente las evoluciones del patrón de asentamiento, ya es posible realizar una serie de constataciones empíricas con base en los datos de excavación en esta zona. Por una parte, las plataformas localizadas al sur del espacio público del Grupo 5, así como las de los Grupos 3 y 14, es decir, los sectores que se desarrollaron durante la fase Agua Buena, no presentan etapas constructivas asociadas a la fase Río Blanco, lo que podría indicar el abandono de estos conjuntos durante la primera parte del Posclásico temprano. Mientras que, por otra parte, los Grupos 4 y 6 representan un caso contrario, ya que muchas de sus estructuras, de dimensiones y funciones diferentes, presentan varias etapas constructivas o remodelaciones fechadas de la fase Río Blanco, lo que parece implicar una ocupación bastante larga. De hecho, las fechas radiocarbono obtenidas en el Grupo 6 permitieron comprobar la existencia de una sucesión de eventos constructivos entre los siglos X y XIII d. C. en varias plataformas y terrazas (véase fig. 5).
Finalmente, se debe señalar que las razones por las cuales se dio el abandono final de este sector, aparentemente en el transcurso del siglo XIII d. C., aún siguen sin comprenderse. De hecho, ningún elemento asociado a una ocupación del Posclásico tardío ha podido ser identificado hasta ahora, aun cuando los documentos coloniales describen la zona del lago como un área poblada por varios grupos lencas al momento de la llegada de los conquistadores españoles (véanse, p. ej., Chapman 1978; Lara Pinto 1991, 2021).
Repertorio arquitectónico
A lo largo de todo este periodo, los edificios que conforman los distintos grupos de la zona de estudio fueron edificados con las mismas técnicas constructivas que perduraron a través del tiempo, con el uso de muros de piedras de río no labradas y de rellenos de tierra para las plataformas que soportaban superestructuras de materiales perecederos y bajareque (véase fig. 7). Sobresale también el hecho de que todos los conjuntos fechados de las fases Yojoa 2, Agua Buena o Río Blanco presentan una orientación similar con un azimut de 25° (véase fig. 4). Estas permanencias en el repertorio arquitectónico marca, seguramente, una fuerte continuidad y filiación cultural entre los habitantes de Los Naranjos de estas distintas épocas.
Sin embargo, a partir del siglo IX d. C., la gran mayoría de los edificios construidos también muestran extensiones y volúmenes notablemente menores en comparación a lo que se observa en los sectores con larga ocupación, como en el Grupo 1 y el Grupo Principal, donde los edificios, algunos de ellos monumentales, eran el resultado de múltiples etapas constructivas (véase fig. 3). De hecho, este fenómeno de abandono de los epicentros antiguos y de nuevos programas de construcción con estructuras de menores dimensiones corresponde a tendencias marcadas en el noroeste de Honduras para esta época (véanse, p. ej., Mc Farlane 2005; Robinson 1989; Urban 1986).
Asimismo, esta etapa «posmonumental» en Los Naranjos vio la construcción de estructuras públicas y ceremoniales con nuevas formas y funciones, reflejando, sin duda, las nuevas prácticas sociales mediante las cuales las élites de esta comunidad afirmaban su prestigio y su poder. Una de estas novedades en el repertorio arquitectónico corresponde a la estructura G4-6, el edificio más grande de los fechados hasta ahora para las fases Agua Buena y Río Blanco: se trata de una plataforma alta de unos 52 m de largo, en forma de «L», que integra en su parte central una pequeña pirámide de 2.45 m de alto que podría corresponder a un templo (véase fig. 5). Esta gran construcción presenta una configuración espacial que no se observa en el sitio para los periodos anteriores y se interpreta de manera preliminar como un posible lugar de reunión, debido a la ausencia de divisiones internas y la identificación de una banqueta a lo largo de toda la pared trasera de su(s) cuarto(s) sur.
Otra notable novedad corresponde a las dos canchas de juego de pelota alrededor de las cuales se organizaba la ocupación durante las fases Agua Buena y Río Blanco (véase fig. 5). La cancha del Grupo 5 (estructura G5-7), asociada a un gran basurero,4 presenta una forma de «I» (cerrado en ambos extremos) con un eje principal orientado con un azimut de 25°. Por su parte, la del Grupo 6 (estructura G6-1) corresponde a un espacio ligeramente hundido en «T» (cerrado solo en un extremo) con una orientación casi este-oeste. Cabe señalar que estas formas de cancha fueron ampliamente difundidas a través de toda Mesoamérica justamente durante la transición Clásico/Posclásico (véanse, p. ej., Halperin et al. 2020; Ringle, Gallareta Negrón y Bey 1998).
Depósitos funerarios y rituales
Asimismo, en Los Naranjos, los contextos funerarios presentan varias evoluciones entre el Clásico tardío y el Posclásico temprano, ilustrando la adopción de nuevas prácticas por parte de sus habitantes. Mientras que, de manera sorprendente, los depósitos rituales relacionados con la construcción y las remodelaciones de las estructuras parecen mostrar una continuidad fuerte en comparación con los periodos anteriores, hasta ahora, los datos disponibles sobre estos tipos de contextos provienen en su gran mayoría de las excavaciones realizadas por el primer proyecto francés, en particular en la estructura G5-6, una pequeña plataforma de la unidad residencial contigua a la cancha del Grupo 5 donde se encontraron diez sepulturas, así como tres depósitos (Baudez y Becquelin 1973; Joyce 2017, 2019).
La inhumación más antigua (sepultura T51-10) identificada en esta estructura corresponde a una fosa excavada en el paleosuelo en Yojoa 2 o Agua Buena, con anterioridad a la construcción de la estructura G5-6, y contenía los restos de un adulto en posición lateral con los miembros flexionados. Por su parte, los entierros más tardíos (sepulturas T51-1 a T51-9), instalados adentro del relleno constructivo de la plataforma y fechados para Agua Buena o Río Blanco, contenían principalmente cuerpos de adultos depositados sentados (n = 4) o de niños sin posición definida por el mal estado de conservación de los huesos (n = 4), así como una sepultura doble perturbada en la época prehispánica o de un depósito secundario con algunos huesos seleccionados. El cambio más claro en esta secuencia funeraria concierne entonces a la posición del cuerpo en las inhumaciones de adultos: pasan de ser acomodados en decúbito en el Clásico tardío, a una posición sedente, probablemente adentro de una mortaja, durante el Posclásico temprano. De hecho, este cambio en el tratamiento mortuorio también fue observado durante la misma época en otros sitios de la región, como, por ejemplo, en Las Flores Bolsa en el valle de Sula (Joyce 2017, 184).
Asimismo, estos entierros contenían en su gran mayoría al menos un recipiente cerámico asociado a uno o varios artefactos de distintas naturalezas (herramientas de obsidiana o elementos de adorno en piedra verde, entre otros). La presencia casi sistemática de recipientes cerámicos corresponde a otra evolución marcada, ya que el acto de colocar vasijas como parte de los ajuares funerarios corresponde a una práctica muy poco común en el noroeste de Honduras antes del siglo VIII/IX d. C., a excepción de la región de Copán (Joyce 2017). Se puede señalar, por ejemplo, la sepultura T51-10 descrita anteriormente, con su ajuar funerario conformado por cuatro puntas de proyectil bifaciales de obsidiana, así como por un cuenco del grupo Ulua depositado boca abajo sobre una pequeña olla Masica Inciso que contenía caracoles de agua dulce («jutes»), o una inhumación tardía (sepultura T51-4) que corresponde a un adulto en posición sedente, enterrado con dos cuencos trípodes Las Vegas Policromo (véase fig. 6b) depositados labio a labio -el de abajo con carbones-, tres navajas de obsidiana y un fragmento de hueso trabajado, así como dos cuentas tubulares y elementos de mosaica de piedra verde.
También es interesante notar que la morfología de los recipientes y su número (entre uno y cuatro recipientes cerámicos, policromos o no), así como su asociación regular con colgantes o fragmentos de placas en piedra verde en estos conjuntos de artefactos, revelan grandes similitudes con lo que se encuentra de manera recurrente en los depósitos rituales encontrados en las construcciones en la cuenca del lago Yojoa o en el valle de Sula desde el Clásico tardío ( Joyce 2017). Tal es el caso en Los Naranjos del depósito T55-1, fechado de la fase Yojoa 2, por ejemplo, encontrado debajo de la escalera de acceso de la estructura G1-26, compuesto por cuatro recipientes (dos ollas y dos cuencos trípodes) de las clases Nebla (véase fig. 6a) y Manzanillo del grupo Ulua, cinco cuentas de piedra verde dispuestas adentro de tres de las vasijas, así como restos de peces y carbones en uno de los cuencos (Baudez y Becquelin 1973; Joyce 2017). Este tipo de prácticas rituales perduró en el tiempo, como lo ilustra el descubrimiento por el PARYNA del rasgo # 9 en la estructura G9-1, un contexto fechado de la fase Río Blanco (Sion, Perla Barrera y Deras 2022). Se trata de un pequeño nicho arreglado en un muro, sellado antes de una remodelación de la plataforma, que contenía una olla antropomorfa representando un guerrero del tipo Malacatan Modelado (grupo Tohil) y un colgante aviforme de piedra verde, similar a artefactos encontrados en particular en Costa Rica, depositado adentro del recipiente (véase fig. 8).
Vajilla cerámica y obsidiana
Si los datos disponibles parecen revelar un ritmo bastante progresivo en los cambios en la vajilla de Los Naranjos, que concretiza en particular la fase transicional Agua Buena, la naturaleza de los recipientes identificados en los conjuntos descritos anteriormente también ilustra la importancia de las reorganizaciones en curso en las interacciones regionales y las redes de intercambio a larga distancia en las cuales estaban implicados los habitantes de la cuenca del lago Yojoa desde el final del Clásico tardío. Estas evoluciones surgen, en particular, con la aparición de nuevas formas en la vajilla local durante la transición Clásico/Posclásico, particularmente vasos piriformes o con pedestal y cuencos trípodes con soportes moldeados (grupo Las Vegas; véase fig. 6c), molcajetes (tipo Cebadia Inciso), así como sahumadores (grupos Los Naranjos y Mirimpe). Se trata de recipientes con formas específicas que constituyen un repertorio morfológico compartido por muchas áreas de Mesoamérica y de su zona fronteriza meridional (véase, p. ej., Ringle, Gallareta Negrón y Bey 1998), lo que ilustran ejemplares de las vasijas importadas de los grupos Tohil (vaso con pedestal) o Papagayo (cuenco trípode con soportes moldeados) encontrados en sepulturas de Los Naranjos, por ejemplo (Baudez y Becquelin 1973).
Además de estas dinámicas panmesoamericanas, la aparición progresiva en Los Naranjos de los recipientes policromos sobre fondo blanco del grupo Las Vegas (véanse figs. 6b y 6c) a partir de la fase Agua Buena y su presencia en una proporción significativa (12 %) en los conjuntos cerámicos de la fase Río Blanco5 ilustran evoluciones en las interacciones regionales durante el Posclásico temprano. En efecto, estas dinámicas revelan una intensificación progresiva de las interacciones entre la región de Yojoa-Comayagua y la Gran Nicoya, a través del golfo de Fonseca, que dieron lugar a una emulación entre los alfareros de estas distintas regiones y a la creación a partir del siglo IX d. C. de una verdadera comunidad de prácticas, particularmente visible en el desarrollo contemporáneo de los grupos Las Vegas y Papagayo (Dennett 2016; Joyce 2019; Kolbenstetter 2018; Steinbrenner 2010). Asimismo, esta situación marca la culminación de las reorganizaciones en curso desde mediados del siglo VIII d. C. en las redes de interacción adentro de la «esfera» de producción del grupo Ulua (Hendon, Joyce y Lopiparo 2014; Joyce 2017), con una distinción cada vez más fuerte entre las vajillas de la zona Yojoa-Comayagua y las de Santa Bárbara o del valle de Sula, en las cuales los policromos sobre fondo blanco del grupo Las Vegas se encuentran en cantidades limitadas (Joyce 2019; Lopiparo 2003; Urban 1993).
Se debe señalar que los resultados preliminares de los análisis de la obsidiana refuerzan la distinción entre estas áreas geográficas, ya que la mayoría de los artefactos recuperados en Los Naranjos estaban fabricados, al menos desde la fase Yojoa 2, con materia prima extraída de las minas de La Esperanza, al oeste de Honduras (Sion et al. 2022b). La predominancia de esta fuente en las colecciones demuestra la participación de los habitantes de la cuenca durante este periodo en la «Esfera del Centro de Honduras» definida por Braswell (2003), tal y como sucede en el valle de Comayagua, mientras que los sitios localizados más al norte, como Cerro Palenque y El Coyote, o al oeste, como Copán, estaban involucrados en redes distintas permitiendo la obtención de obsidiana guatemalteca de Ixtepeque (Hendon 2004; Manahan 2003; McFarlane 2005), una materia prima igualmente distribuida de manera masiva en El Salvador o en la costa de Belice para esta época (Braswell 2003). La única novedad durante el Posclásico temprano corresponde a la llegada de obsidiana verde de Pachuca (Centro de México) en todos los centros del noroeste de Honduras, algunas veces en cantidades notables como en El Coyote (McFarlane 2005), demostrando la vinculación de al menos una parte de sus habitantes con las redes de intercambio a larga distancia pan-mesoamericanas (Braswell 2003; Joyce 2019).
Discusión y consideraciones finales
La información obtenida por el PARYNA sostiene que las transformaciones identificadas en las orillas norte del lago Yojoa para la transición Clásico/Posclásico corresponden al resultado de múltiples dinámicas intrincadas y entrelazadas, particulares a esta área como extrarregionales. Sin embargo, las dinámicas asociadas a estas evoluciones presentan un carácter claramente endógeno, ya que no existen elementos que podrían revelar la instalación de nuevas poblaciones en la cuenca, una hipótesis de migración foránea regularmente propuesta para El Salvador y la Gran Nicoya con base en información etnohistórica o lingüística (véase, p. ej., Sheets 2000), un paradigma que las investigaciones recientes en estas regiones han cuestionado mucho (véase, p. ej., McCafferty y Dennett 2013).
Al nivel local, se observa una verdadera ruptura en la historia sociopolítica de la comunidad de Los Naranjos hacia 800 d. C., marcada por el abandono de la antigua sede de poder, remodelada de manera continua desde el Preclásico medio, y a partir del siglo IX d. C., la construcción progresiva más al oeste de nuevos espacios, públicos y residenciales, donde solamente una parte reducida de la población local se concentraba, mientras que el resto de los habitantes se dispersaba fuera de la llanura. Tanto el desuso de los edificios monumentales del antiguo epicentro como el desarrollo de la ocupación tardía desde un sector periférico ocupado solamente a partir de Yojoa 2 parecen demostrar que los nuevos gobernantes procedían de grupos sociales que aprovecharon este periodo para imponerse, aparentemente sin relación con la élite anterior. Se puede hacer un paralelo con lo que se observa en el área maya durante este mismo periodo, donde las élites de muchos sitios dejaron, por ejemplo, de invertir en construcciones de mampostería de grandes dimensiones o de remodelar los antiguos edificios monumentales asociados a los gobernantes clásicos, en relación con las reorganizaciones sociopolíticas en curso (véanse, p. ej., Bey, Hanson y Ringle 1997; Halperin y Garrido 2019; Sion 2016).
En Los Naranjos, aunque todavía resulta difícil caracterizar las nuevas modalidades de poder en Agua Buena y Río Blanco y compararlo con el sistema anterior, que aún no ha sido bien comprendido, todo indica que la situación socio-política era muy diferente a la del Clásico. De hecho, varios de los nuevos espacios construidos en el sitio muestran configuraciones espaciales más abiertas, en comparación con el Grupo 1, por ejemplo, y los edificios considerados como no residenciales presentan un repertorio arquitectónico renovado que parece apoyar la hipótesis del establecimiento de un nuevo sistema de poder (véase fig. 5). Es el caso del posible espacio de reunión, gran edificio asociado a la plaza del Grupo 4, es decir, localizado entre los dos conjuntos más densamente poblados (Grupos 5 y 6) del sector, posibles sedes de las facciones dominantes durante la ocupación tardía. Las características de esta estructura y las de los edificios largos con banqueta («C-shaped» y «L-shaped») del área maya permiten de nuevo una analogía con esta zona donde el uso de estas nuevas modalidades arquitectónicas se interpreta como una consecuencia de la adopción de nuevas organizaciones socio-políticas en las cuales el poder era repartido entre diferentes entidades sociales (véanse, p. ej., Arnauld 2001; Bey, Hanson y Ringle 1997). Además, cada uno de los dos conjuntos principales de la zona de estudio posee una cancha de juego de pelota, espacios donde se podía negociar las relaciones de competición para el poder entre facciones, a través del patrocinio de partidos de pelota y de los festines asociados (véanse, p. ej., Fox 1996; Hendon 2010). Asimismo, presentan una orientación y una planta diferentes, lo que podría reflejar una voluntad de sus habitantes de distinguirse.6
También es importante notar la imbricación de estas transformaciones locales con evoluciones macrorregionales complejas. Si lo observado en Los Naranjos y su hinterland corresponde al resultado de dinámicas propias a esta comunidad, muchas innovaciones visibles en la cultura material y las prácticas de sus habitantes ilustran asimismo la participación de estos en nuevas redes establecidas tanto a una escala regional como panmesoamericana. La materialización de estas interacciones se ilustraba, por ejemplo, mediante la construcción de canchas de pelota con forma de «I» o de «T», en particular en centros donde estos espacios estaban ausentes antes del siglo IX d. C., periodo a partir del cual notables evoluciones sociopolíticas fueron identificadas, tanto en el noroeste de Honduras (véanse, p. ej., Dixon 1989; Hendon 2010; Manahan 2003) como en El Salvador (véanse, p. ej., Amador 2011; Braswell, Andrews V y Glascock 1994; Brunhs 1980). Asimismo, el uso de un subcomplejo cerámico particular en contextos rituales como la sepultura T51-2, una fosa que contenía los restos muy deteriorados de dos adultos acompañados por dos vasos con pedestal Tumbador Inciso y Las Vegas Policromo, una olla sin engobe Custeca Simple, así como dos sahumadores, uno del tipo local Mirimpe Rojo y otro designado como «mixteco». Tales asociaciones de una selección de vasijas similares fueron encontradas en diversos contextos fechados entre los siglos X y XII d. C., en el noroeste de Honduras (Manahan 2003), en El Salvador (Boggs 2011; Velásquez y Hermes 1997) y en las tierras altas de Guatemala (Sharer y Sedat 1987), así como en sitios tan lejanos como Tula (Bey y Ringle 2011; Joyce 2019). De manera interesante, se puede observar que la mayoría de las cerámicas asociadas en estos depósitos corresponden a objetos con una estandarización más marcada y una difusión extrarregional más amplia que para los recipientes del periodo anterior, demostrando evoluciones notables de los sistemas de la manufactura de ciertos tipos de vasijas particulares que presentan un repertorio morfológico en gran parte compartido. Se trata de las producciones del grupo Las Vegas (Joyce 2019), del grupo Tohil en la costa pacífica a la frontera entre Guatemala y México (véase, p. ej., Navarro-Castillo 2014) y del grupo Papagayo en la Gran Nicoya (véase, p. ej., Dennett, Salgado y Bishop 2019), pero este fenómeno se observa igualmente para las cerámicas de pastas finas (grupos Altar, Balancán, Silho y Tres Naciones) del suroeste de las Tierras Bajas mayas (véase, p. ej., Ancona, Jiménez y Basto 2009).
Más que el resultado de una uniformidad cultural o de la dominación política de un centro particular a lo largo de la frontera sur de Mesoamérica, estas evoluciones compartidas por muchos centros en el noroeste de Honduras o en El Salvador marcaban su participación en redes política y comercial panmesoamericanas durante este periodo. La integración de estas prácticas claramente asociadas al mundo mesoamericano parece indicar el surgimiento de una ideología compartida al menos por los líderes locales que les permitía distinguirse del resto de la población y facilitar sus interacciones, políticas o económicas a través de la adopción de un simbolismo cosmopolita en su parafernalia y sus prácticas (Boone y Smith 2003; Chase y Chase 2005; Halperin y Martin 2020; Joyce 2019). Este fenómeno podría estar en parte relacionado con la difusión del culto a Quetzalcóatl/Ehécatl y las dinámicas asociadas de peregrinajes en centros como Chichen Itzá (véanse, p. ej., Harrison-Buck y McAnany 2013; López Austin y López Luján 2000; Ringle, Gallareta Negrón y Bey 1998), lo que podría ilustrarse con el uso del motivo iconográfico de la «serpiente emplumada» en la región. También es factible pensar que se realizó la integración de este elemento, al igual que otros símbolos o prácticas, sin que su significado haya materializado conceptos mesoamericanos (véanse, p. ej., Halperin y Martin 2020; Joyce y Henderson 2010; Keller 2012). De hecho, las variaciones que se pueden observar de una comunidad a otra en la región demuestran una gran diversidad en la manera en la que se adaptaron a partir del siglo IX d. C. frente a un mundo en plena transformación, con líderes que decidieron hacer suyas, o no, las nuevas prácticas «mesoamericanas» según sus propios intereses locales para consolidar su poder sociopolítico en esta zona fronteriza, lugar de hibridación cultural donde se renegociaban regularmente las identidades (véanse, p. ej., Halperin et al. 2020; Lightfoot y Martínez 1995; Schortman y Urban 2021).
En resumen, la cuenca del lago Yojoa es un territorio productor de bienes valorados con una localización geoestratégica idónea para la circulación en la zona fronteriza entre Mesoamérica y el área istmo-colombiano, y los datos recopilados confirman que se trata, indudablemente, de un caso de estudio valioso para comprender las reorganizaciones en curso en esta área entre los siglos IX y XIII d. C. Si bien se está iniciando con la caracterización de la integración de los gobernantes de Los Naranjos en las dinámicas regionales, resta por comprender con más detalle sus modalidades de interacciones sociopolíticas con su hinterland, así como las implicaciones que estas transformaciones pudieron haber tenido sobre la organización económica de la comunidad, en particular en el manejo de los recursos naturales y las prácticas agroforestales, lo que corresponde a los objetivos de la segunda fase del PARYNA (2022-2025).