Las primeras investigaciones de largo aliento en torno a la historia de la infancia en América Latina comenzaron a desarrollarse durante la última década del siglo XX. Ello se debió, en gran parte, al impulso del que fue objeto en esos años la historiografía social y cultural, pero también es reflejo de la centralidad en la que se colocó a los niños en los estudios de las ciencias sociales y las humanidades luego de la Declaración de los Derechos del Niño de 1989. Si bien las contribuciones en este campo han dado como resultado trabajos de gran profundidad, a nivel regional la historia de la infancia se encuentra todavía en una fase más bien temprana de su evolución. Tal afirmación salta a la vista, sobre todo, cuando observamos el desarrollo continuo que los estudios históricos sobre la infancia han tenido desde la década de 1960 en el contexto europeo, y posteriormente también en Estados Unidos.
Sin embargo, creemos que no es arriesgado reconocer también que la década actual ha significado el inicio de un periodo de consolidación de la historiografía latinoamericana sobre la infancia, puesto que en ella se han establecido poco a poco las bases de una discusión compleja y multidimensional, pero sobre todo específica para el contexto sociocultural de los países que integran esta región. Este nuevo debate, lejos de inscribirse en la ya superada polémica Philippe Ariès-Lloyd DeMause,2 plantea las particularidades de la problemática infantil en Latinoamérica desde una perspectiva de larga duración. Es decir que estudia procesos del pasado, orientándose a la solución de problemáticas regionales actuales; y se caracteriza por un doble carácter de inclusión, al plantearse a la vez en términos comparativos e interdisciplinarios.
Así pues, en los últimos años, el estudio de la infancia en América Latina se ha visto reforzado, a partir de la vinculación cada vez más estrecha entre historiadores provenientes de distintas latitudes y formados en distintas tradiciones académicas, en cuyas robustas contribuciones se definen problemáticas comunes y se descubren tanto similitudes como contrastes. Estas, distanciadas de la mirada eurocéntrica, reclaman también su independencia con respecto a otras líneas de investigación ya consolidadas, como la historia de la educación y la historia de la familia, en cuyo estudio suele diluirse (salvo en casos excepcionales) la figura infantil, eclipsada y enmudecida bajo el peso de la estructura institucional.
El debate latinoamericano, establecido paulatinamente, a través de proyectos, seminarios, simposios y redes internacionales de investigación3, ha adquirido su propia personalidad, arrojando como consenso la necesidad de renunciar a la búsqueda de una definición unívoca de la infancia, reconociendo ante todo la diversidad de miradas que subyacen a nuestras nociones más básicas en torno a la figura del niño, especialmente en culturas híbridas como las nuestras. Ello implica, asimismo, tomar en cuenta las profundas diferencias espaciales y materiales que todavía hoy determinan la existencia de una infinita variedad de universos y experiencias infantiles posibles, que en mayor o menor medida se apartan del modelo “ideal” europeo, señalado hace más de media centuria por el célebre Ariès.
Es por lo anterior que la historiografía latinoamericana más reciente tiende a referirse ya no a “la infancia” en singular, sino en un sentido más amplio e inclusivo a “las infancias”, a fin de admitir que un niño no deja de serlo por el hecho de enfrentar tempranamente la responsabilidad, libertad o pesadumbre asociadas al mundo laboral, de sobrevivir a la guerra, la migración, la situación de calle, la discapacidad, o el haber iniciado tempranamente la actividad sexual, ya sea de manera voluntaria o forzada. Así como una mujer tampoco deja de serlo al renunciar al papel “ideal” de madre y esposa que le atribuyó el modelo familiar burgués. Esta comparación no es gratuita, ni responde tampoco a un prurito meramente ideológico. Antes bien, los paralelos entre ambas condiciones de subalternidad -la infantil y la femenina- son de hecho significativos y obligan a considerar la cuestión del género como una de las condicionantes esenciales de la experiencia infantil.
Pensar la infancia en términos tan plurales ha dado lugar al despliegue de un amplio abanico de aproximaciones y periodizaciones que discuten entre sí, y al mismo tiempo recurren al diálogo con otras disciplinas, tradicionalmente interesadas en el estudio del sujeto infantil, como la psicología, la etnología, la antropología y la sociología. Dicha interacción responde al objetivo común de reinterpretar las categorías que determinan la aproximación a la infancia, ahora entendida más como problema que como paradigma. Todo ello ha permitido el abordaje de temáticas que van desde la conceptualización de “lo infantil”, hasta la definición y redefinición de rangos etarios y el desarrollo de identidades sexo-genéricas, estableciéndose vínculos con problemas que hoy en día exigen atención urgente, y para cuya solución la mirada histórica resulta indispensable.
En este diálogo reciente, los historiadores latinoamericanos y latinoamericanistas hemos reconocido muchas similitudes entre los países que conforman nuestra región, pero también hemos destacado las formas específicas en que los mismos problemas -la infancia en situación de pobreza, el trabajo infantil, la minoridad, el consumo, por mencionar algunos- adquieren especificidad en función del contexto cultural en el que se desarrollan.
Dada la amplitud de temas que se vinculan directa e indirectamente a la historia de la infancia, la convocatoria para este número especial de Secuencia se limitó a una línea de estudio en la cual poco se ha avanzado en nuestra región: el análisis de los espacios y la cultura material que se diseñaron, construyeron y elaboraron para las niñas y los niños en América Latina durante los siglos XIX y XX: espacios de recreación, educación, habitación, consumo, trabajo o encierro; así como objetos de uso cotidiano, como ropa, juguetes o muebles, mismos que provocaron nuevas configuraciones en las ideas sobre la infancia y en las prácticas infantiles. De tal modo, este dossier reúne un conjunto de artículos que buscan historizar la creación de espacios infantiles, tanto físicos como simbólicos, que discuten la relación entre los niños y los espacios en los que transitaron, así como el peso de la cultura material en la constitución de experiencias, cotidianidades e identidades infantiles en el ámbito latinoamericano. Así, con este número buscamos contribuir al desarrollo y consolidación de una tradición historiográfica centrada en el estudio de la niñez y a la discusión de nuevas preguntas.
Como han señalado Marta Gutman y Ning de Coninck-Smith (2008, p. 2) , la modernidad hizo que los espacios para los niños comenzaran a pensarse más detenidamente de acuerdo con lo que se consideraban las características y necesidades infantiles. A finales del siglo XIX surgió una arquitectura para la niñez, espacios que fueron diseñados para los niños, desde parques y escuelas, hasta hospitales y correccionales. Todos estos partieron de una visión hegemónica de la infancia en la que los espacios para niños y niñas evidenciaban las concepciones adultas sobre una infancia ideal e incluso utópica. En esta visión de la infancia los niños debían ser protegidos, alimentados, educados y, especialmente, debía de dotárseles de una cultura material que pudiera asegurarles la felicidad. Cuatro artículos de este número se concentran en el análisis de los espacios por donde transitaron niños y niñas: asilos, direcciones de menores, hospitales, internados e institutos religiosos, casas, escuelas, y el espacio público por excelencia, la calle. ¿Qué modelos de infancia ideal estaban detrás de la construcción de esos espacios y de esa arquitectura para la niñez? ¿Cómo se vinculaba el género o la clase social con los espacios “para niños”? ¿Cuáles eran las dinámicas que se establecían entre adultos y niños en esos espacios? ¿En qué medida los espacios para niños o para menores incluían o excluían? ¿Cómo esos lugares definían las experiencias de infancia? y, ¿cómo se relacionaron los niños con esos espacios?
Tenemos tres trabajos sobre el caso argentino que estudian espacios institucionales de encierro para la infancia. Los artículos de María Carolina Zapiola y Nicolás D. Moretti muestran cómo las instituciones para niños, en especial la Colonia de Menores de Marcos Paz y los internados salesianos en las primeras décadas del siglo XX pretendían no sólo regenerar a una infancia “peligrosa” y “en peligro” sino moralizar a los niños y organizar el tiempo infantil y estructurar la vida cotidiana. Para los niños “en situación de peligro”, físico o moral, se idearon espacios que los profesionales de la infancia justificaron como necesarios para aislar a quienes no respondían al modelo de infancia esperado por las elites. Zapiola y Moretti muestran la dimensión espacial de los procesos educativos de niños y menores y las funciones que se le asignaban al entorno natural y a la arquitectura. El espacio urbano en casi todos los casos latinoamericanos se configuró como lugar peligroso para la infancia, especialmente en aquellas naciones que se caracterizaban por su vertiginosa urbanización. En consecuencia, el campo continuó con su histórica asociación con lo positivo y con la naturaleza, símbolo durante todo el siglo xviii de la construcción romántica del niño, ya que los paisajes naturales condensaban la “esencia natural” de los niños y su inocencia. Criminólogos y pedagogos argentinos convirtieron al campo en un espacio moralizador y terapéutico por sí mismo, que permitía alejar a los niños de las influencias malsanas de la ciudad. Sin embargo, como señala Zapiola, en el caso de las colonias de menores, el campo no implicaba per se la libertad, sino que permitía la construcción de recintos de encierro para los niños, de espacios arquitectónicos planeados exclusivamente para contener y controlar, que pretendían ser reconocidos por su higiene, sus jardines, talleres, albercas y espacios para la agricultura, lugares que permitían la rehabilitación de los niños a través del trabajo y del deporte. Moretti estudia a los varones en los internados salesianos en Córdoba a principios de siglo. En estos lugares, el espacio estaba estructurado para una vida caustral, y la arquitectura, cargada de valores morales y de jerarquías de poder sobre los niños y jóvenes. El encierro, el nulo acceso a los objetos traídos del exterior, especialmente si eran libros o revistas, configuraban las formas en que se buscaba disciplinar a los niños para evitar actos inmorales.
Agostina Gentili, apunta a una dimensión distinta en el estudio del espacio, una relacionada con lo que hoy llamamos trata infantil. Centenares de niñas argentinas, que pasaron por establecimientos de acogida y reclusión, eran “colocadas” en el espacio doméstico con fines de explotación laboral como empleadas del hogar bajo la figura de la adopción. Su tránsito por diversos espacios, estatales, religiosos y privados en los que los adultos decidían su presente y su futuro, no mermó la capacidad de las niñas de oponerse a la dominación. Gentili muestra cómo los efectos de estas políticas caracterizadas por una nula sensibilidad de funcionarios y de encargados de proteger a la infancia, provocaron desgarramientos en las vidas infantiles de niñas y jóvenes en los años sesenta, y tránsitos continuos de un lugar a otro. El texto de Gentili invita a abordar una temática poco explorada en el campo de la historia de la infancia latinoamericana: el de la posibilidad de los niños para crear “lugares infantiles” (diferenciados de los “lugares para niños”), que podían pasar incluso desapercibidos para los adultos, que los niños consideraban importantes y a los que les atribuyeron significados especiales (Rassmusen, 2004, 155-173).
El artículo de Patricia Castillo, Miguel Roselló y Marcelo Garrido propone un posible camino para incursionar en este tema a partir de documentos elaborados por niños y el planteamiento de una distinción conceptual que ayude a reconocer las diferencias entre lugar, espacio y territorio, atendiendo a los límites, las abstracciones y las subjetividades que esos conceptos suponen. Y es que, como plantea Kim Rassmusen (2004, p. 165), los lugares infantiles son finalmente una construcción del investigador, una categoría que busca hacer reflexionar a los adultos sobre lo que implican esos lugares tanto física como emocional y afectivamente. Por eso Castillo, Roselló y Garrido analizan cómo la construcción espacial de los niños chilenos durante la dictadura de Augusto Pinochet, no necesariamente acompañaba aquellas geografías para la infancia que se imponían desde el mundo adulto. A través del estudio de las percepciones infantiles estos autores analizan cómo, por ejemplo, los niños interpretaron la familia, como un territorio y la escuela como un espacio donde confluían distintas perspectivas ideológicas y relaciones de poder. Estos trabajos buscan entender la historia de los niños y niñas latinoamericanos y su relación con el espacio y los lugares porque, como en algún momento planteó Pablo Toro, estos deberían ser estudiados “en una perspectiva dialéctica que permita a los investigadores reconocer relaciones entre dimensiones físicas, usos sociales, de los espacios y apropiaciones subjetivas de ello” (Toro, 2014, p. 269).
El estudio de los espacios destinados a la infancia se vincula de manera directa con el de la cultura material, al atenderse particularmente los objetos que rodearon la experiencia infantil y que en gran medida configuraron la percepción generada en torno a ellos en el contexto moderno. Ya desde el periodo de entre guerras el filósofo alemán Walter Benjamin (1989, pp. 12-13) llamaba precisamente la atención respecto a la importancia de los juguetes antiguos como fuente de estudio, tanto para el folclor, como para el psicoanálisis, la pedagogía y la historia del arte. Como coleccionista de objetos antiguos, rememoró su propia experiencia infantil a través de la exploración de libros y juguetes de tiempos pasados, en los que buscaba los ecos de las historias vividas, sensibilidades olvidadas y un cúmulo de actitudes que regularon las relaciones entre niños y adultos en momentos clave de la historia de occidente.
Resulta pues innegable que el desarrollo de la infancia moderna se vio enmarcado en contextos políticos, económicos y sociales determinados en gran medida por el desarrollo de la sociedad de consumo y la cultura de masas que multiplicaron por miles los artefactos para la infancia. Desde distintas perspectivas y planteando diferentes preguntas, los cuatro artículos restantes de este dossier comparten esta reflexión, planteada desde la realidad latinoamericana de los siglos XIX y XX.
El tema de la materialidad, y del universo a la vez físico e imaginario del juego y el juguete, es esencial en la reflexión de Soléne Bergot y Patricia Raffaini. La primera de estas autoras parte precisamente de la identificación entre espacios y objetos, que concibe como parte de un mismo “entorno material”: elementos indisolubles que en el caso estudiado (el de la elite chilena en el cambio del siglo XIX al XX) responden incluso a una intención común, enmarcada científicamente en los discursos higiénico y pedagógico de la época. Bergot parte de la idea de que dichos elementos dan cuenta de la construcción del concepto de infancia y la configuración de las prácticas asociadas a este; no obstante, también señala la diferencia implícita (si bien, muy pocas veces atendida) entre el objetivo perseguido en el diseño y proyección de los espacios -individuales y comunes- y el resultado obtenido, a partir del uso práctico que de ellos hacen los niños, concediéndoles así la agencia que la historiografía ha tendido a negarles.
Tanto Bergot como Raffaini exploran la materialidad de los juguetes, y sus implicaciones en la definición (podríamos incluso decir, inducción) de los roles de género. Esta última, evocando las reflexiones de Benjamin, desde una mirada que echa mano de la semiótica, hace hincapié en los materiales empleados en la construcción de juguetes: plomo, estaño y madera para los niños; y cera, papel maché, porcelana o trapo para las niñas. Así, el texto de Raffaini contrasta la “materialidad intrínseca” de unos y otros, confrontando la dureza de los primeros con la fragilidad de los segundos, y evidenciando las diferencias de comportamiento derivadas de su manipulación, lo que la lleva a plantear la pregunta ¿las niñas son de trapo y los niños de plomo?, con todas las implicaciones de esta metáfora en el sentido de la construcción de significados e identidades genéricas. Si bien el texto se centra sobre todo en el contexto europeo, Raffaini hace énfasis en la incorporación de estos elementos lúdicos al universo brasileño, tomando como ejemplo la comparación de dos cuentos para niños que comparten el elemento de los juguetes animados: por un lado, el clásico de Andersen “El soldadito de plomo” y, por el otro, el personaje de la muñeca de trapo “Emilia” del autor brasileño Monteiro Lobato.
Como también lo evidenció Benjamin, la relación entre la cultura material y la literatura infantil es profunda, si bien tiende a obviarse en los estudios propiamente literarios. Los últimos dos artículos que conforman este dossier se centran precisamente en esta cuestión. En sus respectivos trabajos, Diana Marcela Aristizabal y María Paula Bontempo hacen referencia a los contextos colombiano y argentino, señalando con toda claridad la necesidad de considerar producciones culturales asociadas a la literatura infantil (libros y prensa para niños) no solamente por su contenido literario exclusivamente textual, sino como parte de un contexto sociocultural, político y material específico. Ambas coinciden en observarlos como parte del universo material que rodea a la infancia en un sentido semejante a los juguetes, la indumentaria o el mobiliario infantil. Así pues, más que un género literario en sí mismo, lo que estas autoras entienden como literatura infantil constituye en realidad un género editorial, cuyo desarrollo se centró fundamentalmente en la elaboración de un dispositivo tangible: un artefacto creado para ser manipulado por manos infantiles y leído con ojos de niño (o más bien, con lo que se concibe como esa mirada desde la perspectiva de los adultos a cargo de la edición).
Aristizabal ofrece un recorrido que va desde la aparición de los primeros periódicos infantiles en la Europa del siglo xviii, hasta su surgimiento en el contexto colombiano en las últimas décadas del XIX, así como su evolución en las primeras décadas del XX, identificando este tipo de productos como un “reflejo material del cambio social”. Una parte esencial de su aportación es la perspectiva comparativa, a partir de la cual observa el desarrollo de la prensa infantil en otros países latinoamericanos, como México y Argentina, ubicando las coincidencias y particularidades con respecto al caso colombiano, no sólo en cuanto a las nociones de infancia e infancia lectora se refiere, sino también a las prácticas inscritas en el consumo de estos dispositivos. Por su parte, Bontempo asume una perspectiva que podría parecer opuesta a la mirada panorámica de Aristizabal, ya que centra su atención en el estudio de un autor específico: Constancio Cecilio Vigil, nacido en Uruguay y radicado en Argentina. No obstante, al seguir el derrotero histórico que explica el éxito de este autor en toda la región latinoamericana, explorando las “operaciones culturales, sociales y económicas” que transformaron sus textos en productos culturales, Bontempo delinea una ruta que en muchos sentidos es común a toda América Latina, si bien quizá un poco anterior, debido a que fue precisamente en el contexto argentino, y gracias a autores como Vigil, donde comenzó a perfilarse el desarrollo de una literatura infantil que se podrá entender como propiamente latinoamericana.
El desarrollo de este campo de investigación historiográfica ha sido desigual en las naciones que conforman la región. Hacen falta todavía más estudios que permitan hilvanar las tramas de las múltiples historias que configuran las experiencias, prácticas, imaginarios, representaciones y políticas hacia la infancia latinoamericana. Esperamos que los trabajos que hemos reunido en este dossier sean una invitación para abrir nuevos caminos temáticos y perspectivas analíticas en torno a la historia de los niños y las niñas de los países latinoamericanos.