Los procesos de densificación en las colonias populares consolidadas en América Latina y México constituyen, desde hace ya varias décadas, objeto de estudio para las ciencias sociales. No obstante, el énfasis en procesos, dinámicas y actores concretos ha sido sumamente diverso en función de la disciplina, el enfoque teórico, e incluso el periodo histórico de referencia. Así, de las primeras investigaciones que centraron su interés en el fenómeno migratorio rural-urbano que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XX, se transitó al análisis de los procesos de ocupación irregular de predios, la regularización de la tenencia de la tierra, la autoconstrucción de vivienda, la consolidación de las colonias populares, y las estrategias residenciales, entre otros aspectos.
Las distintas perspectivas teóricas desde las cuales se han abordado los tópicos previamente enunciados evidencian la centralidad de la vivienda como ámbito en el que convergen toda una serie de prácticas sociales que se despliegan a nivel individual, pero sobre todo familiar, con intenciones y motivaciones diversas. Al mismo tiempo, revelan una preocupación por esclarecer la naturaleza de los vínculos entre estructura y prácticas sociales, o si se prefiere, entre cambios estructurales y respuestas de los sujetos.
El libro Autoconstrucción de vivienda, espacio y vida familiar en la Ciudad de México, de Liliana Ortega, se inserta, entonces, en la tradición de los estudios sociales que han abordado el tema de la consolidación y densificación urbana, desde una perspectiva centrada en el análisis de la relación entre entorno construido y prácticas sociales.
En dicho trabajo se recurre al método etnográfico con la intención de dilucidar los distintos mecanismos a partir de los cuales las familias pertenecientes a sectores populares acceden, construyen y mejoran sus viviendas, y cómo este proceso influye en el comportamiento de las familias y en su integración social.
Al respecto, cabe señalar que si bien la cuestión de la vivienda y su relación con la familia fue abordada de forma temprana por la etnografía (a modo de ejemplo, podemos citar el estudio clásico Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis), dicho enfoque perdió paulatinamente importancia frente a los estudios de corte sociodemográfico que centraron su atención en el grupo doméstico; tal categoría, pese a ser definida a partir de la vivienda, no consideró a ésta ni a su relación con el núcleo familiar como objeto de estudio. Por su parte, los enfoques estructuralistas acentuaron el papel de la vivienda como mercancía, circunscribiendo a la familia a su papel de consumidor o demandante; mientras que la vertiente marxista la consideró como ámbito privilegiado para la reproducción de la fuerza de trabajo.
La recuperación del método etnográfico para el análisis del proceso de densificación y autoconstrucción de vivienda en la colonia Pedregal de Santo Domingo, en la Ciudad de México, constituye un primer aporte del libro, en tanto que no se trata de una etnografía elaborada en el sentido clásico del término; es decir, como una investigación que aspira a relevar todos y cada uno de los aspectos que forman parte de la cultura del barrio en cuestión, sino que se aboca a explorar exhaustivamente -en el marco de dicha cultura- un fenómeno en particular, el cual se considera nodal en la articulación de prácticas familiares y esquemas residenciales: el proceso de autoconstrucción de vivienda en una colonia popular consolidada.
Dicho aporte cobra relevancia a partir del uso de la categoría de habitus, misma que permite esclarecer, tanto a nivel teórico como empírico, la naturaleza de los vínculos entre estructuras sociales externas y aquellas que son propias de la subjetividad, reconociéndolas “como dos estados de la misma realidad, de la misma historia colectiva que se deposita e inscribe a la vez, e indisociablemente, en los cuerpos y en las cosas” (Bourdieu, 1980). El uso de la categoría de habitus, y yo diría más bien del esquema teórico de tipo relacional que ésta supone, permite a la autora postular la hipótesis de que en el caso de los grupos domésticos que habitan en colonias populares consolidadas, como la de Santo Domingo, existe una relación intrínseca entre vivienda autoconstruida y procesos familiares.
Si bien esta idea había sido previamente explorada, desde el mismo marco teórico y para el mismo caso de estudio (véase Lima, 1992), lo novedoso del libro en cuestión es que a partir de la reconstrucción minuciosa de las trayectorias colectivas e individuales de los habitantes de Santo Domingo, se consigue rescatar y posicionar la disposición a la vida familiar y comunal como un elemento central de sus habitus -individuales y de clase- que los predispone a aglutinarse en lotes multifamiliares. Estos habitus, resultado de la incorporación o interiorización de regularidades en las condiciones de existencia referentes al acceso a la vivienda y a la organización de la vida familiar, así como de la inculcación en el seno de la familia de prácticas residenciales y familiares acordes con dichas condiciones, se manifiestan en una serie de tácticas -que son minuciosamente descritas y analizadas- cuya apuesta principal consiste en alcanzar el arreglo residencial ideal, claramente identificado y propuesto por la autora, el cual consiste en “vivir juntos, pero no revueltos”.
Es precisamente del análisis de las prácticas instrumentadas a nivel familiar e individual en la consecución de este arreglo ideal, del que se derivan las principales aportaciones de la obra al campo de estudio, entre las cuales destacan:
Una redefinición de la vivienda, concebida más allá del papel de “contenedor” que se le suele asignar desde otros enfoques teóricos, la cual es conceptualizada y analizada en estrecha relación con las prácticas familiares. A contrapelo de las definiciones fijas o estáticas de la vivienda, la autora demuestra que en lo cotidiano, las fronteras internas y externas de la casa son porosas y flexibles, y que sus límites se delimitan y negocian de forma continua y permanente.
El cuestionamiento de las posturas pragmáticas que definen a la familia como el grupo de personas que habitan bajo un mismo techo; de las nociones esencialistas que la conciben como una entidad determinada en términos biológicos o naturales; así como de las definiciones normativas que presentan a la familia nuclear como el modelo habitual en los contextos latinoamericanos. En efecto, las prácticas de autoconstrucción descritas por la autora ponen de manifiesto no sólo la gran diversidad de esquemas residenciales (principalmente de índole extensa o compuesta) presentes en las colonias populares consolidadas, sino la “doble adscripción” de los individuos que habitan en dichos espacios, los cuales se definen simultáneamente como un conjunto de agrupaciones familiares diferenciadas, y como una sola familia a la vez. De lo anterior se deriva la necesidad de abandonar las conceptualizaciones con pretensiones universales o estáticas, y de focalizarse menos en la definición de “familia” y más en la comprensión de sus significados e implicaciones. En el contexto actual, en el que la institución familiar se ha convertido en objeto de disputa política, la crítica a las nociones tradicionales de la familia, y la verificación empírica de su disposición a conformarse bajo el esquema de familia extensa, aunque asumiendo formas variables y complejas, me parece un aporte por demás significativo.
La constatación empírica de la relación directa y bidireccional que existe entre la vivienda autoconstruida y el curso de vida de las familias, así como de la trayectoria no lineal y no circular del proceso de construcción en el que casa y familia emergen juntas.
La identificación del conjunto de prácticas a partir de las cuales los habitantes de los lotes multifamiliares negocian los límites y fronteras socioespaciales en el interior y en el exterior de sus viviendas, con el objetivo de ajustarse lo mejor posible, y en la medida en que sus condiciones estructurales lo permiten, al ideal de vivir “juntos, pero no revueltos”.
Finalmente, a nivel metodológico, destaca el uso de croquis, trazados en colaboración con las familias participantes del estudio, como fuente de información novedosa que permite documentar la transformación física de las viviendas a lo largo de distintos periodos, y explorar su relación con los cambios en la estructura familiar y las experiencias de sus habitantes.
Pese a lo dicho previamente, me permito señalar un par de aspectos que a mi parecer hubieran dotado a la investigación de mayor consistencia y formalización, sobre todo a nivel teórico.
Si bien la autora dedica un apartado del libro a discutir la noción de habitus, así como de otros conceptos que forman parte del cuerpo teórico de Pierre Bourdieu (espacio social, campo, capital, etc.), la construcción del estudio de caso adolece de una visión que incorpore, de forma explícita, dichos conceptos al análisis empírico. La descripción y el análisis de los habitus individuales y de clase de los habitantes de Santo Domingo se presentan así de forma aislada, obviando el hecho de que el habitus es un concepto que hace parte de un sistema explicativo, y como tal, debe ser abordado, invariablemente, en función de los otros conceptos que lo explican. Por ejemplo, las prácticas orientadas a establecer o mantener vigentes las redes familiares y comunitarias, así como los vínculos de confianza, pudieron haber sido tratados como estrategias de acumulación de capital social. Lo mismo se puede decir de las distintas apuestas que realizan los agentes sociales que tienen mayores niveles educativos (es decir, que cuentan con mayor capital cultural en estado institucionalizado), las cuales pudieron haber sido explicadas como resultado de la modificación de la estructura y la composición de las especies de capital que determinan la posición de un individuo o familia en el espacio social.
Por otro lado, llama notablemente la atención que no se recurra a la noción de “estrategia” desarrollada por Pierre Bourdieu para dar cuenta de las prácticas que despliegan los agentes sociales en el campo social y en el familiar, sobre todo porque dicha noción -a diferencia del concepto de “práctica táctica” de De Certau (1984), que se recupera en el libro para el análisis de las prácticas familiares- responde al cuerpo teórico seleccionado en primera instancia por la autora.
En lo personal considero que el uso amplio e integrado de los conceptos clave que postula Bourdieu, hubiera resultado de gran utilidad para construir con mayor rigor los estudios de caso, y explicar, a la luz de las condiciones estructurales que afrontan las familias de Pedregal de Santo Domingo, la incorporación de un sistema de disposiciones común (habitus de clase) y sus respectivas variantes (habitus individuales); así como la forma en que se despliega, en el interior de cada familia, un verdadero trabajo de institución con el objetivo de convertir esa “ficción nominal” que es la familia, en un grupo real, integrado y dotado de una identidad social conocida y reconocida, que en ocasiones funciona como cuerpo (cuando se disputa el espacio social con otros grupos familiares), y en ocasiones lo hace como campo (cuando las posiciones de poder se disputan en el seno de la propia familia), tal y como lo explica Bourdieu en L’esprit de famille (1994), y como se desprende implícitamente de los hallazgos consignados a lo largo de la obra.
Pese a lo anterior, es de reconocer la riqueza analítica que se desprende de los conceptos seleccionados para el análisis de las prácticas familiares, los cuales, para fines prácticos, cumplen con el mismo objetivo: comprender la relación entre entorno construido y prácticas sociales, a partir del análisis de las distintas formas en que las familias, dentro de los límites de los recursos a su alcance, transforman el orden socioespacial en el que habitan de acuerdo con un esquema residencial ideal. Asimismo, vale la pena destacar el modo sistemático y riguroso con el que la autora registra y analiza la información proporcionada por sus informantes, trabajo que se refleja en el conjunto de aportaciones señaladas en líneas anteriores.
En términos generales, se puede afirmar que el libro Autoconstrucción de vivienda, espacio y vida familiar en la Ciudad de México constituye un aporte valioso al estudio de la relación entre vivienda y familia. No sólo consigue dialogar con un gran número de autores y teorías, ofreciendo una interpretación exhaustiva de cómo se han desarrollado los lotes multifamiliares en la colonia Santo Domingo y cómo dicho proceso ha sido experimentado por sus habitantes, sino que además, a partir de un enfoque teórico poco utilizado, plantea nuevas interrogantes en relación con el papel del Estado y de las familias como productores del espacio habitable. Al respecto, considero de particular interés las conclusiones de la autora en torno a la problemática y los dilemas que afrontan las colonias populares consolidadas de la Ciudad de México, y sus posibles alternativas frente a los procesos de gentrificación y densificación residencial, fenómenos que se presentan cada vez con mayor intensidad en la capital del país.