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Latinoamérica. Revista de estudios Latinoamericanos

versión On-line ISSN 2448-6914versión impresa ISSN 1665-8574

Latinoamérica  no.78 Ciudad de México ene./jun. 2024  Epub 20-Mayo-2024

https://doi.org/10.22201/cialc.24486914e.2024.78.57600 

Artículos

De la cancelación al hipertexto: publicaciones periódicas culturales en la Cuba de entre siglos (1990-2010)

From Cancellation to Hypertext: Cultural Periodicals in Cuba between the Centuries (1990-2010)

Roberto Rodríguez Reyes* 

* Universidad de Brown, Estados Unidos (robertorreyes1987@gmail.com).


Resumen:

Este artículo busca caracterizar el comportamiento de las publicaciones periódicas culturales en Cuba, entre 1990 y 2010, a la luz de la crisis que trajo consigo la disolución de la Unión Soviética. Partiendo del principio de que dichas publicaciones reflejan, en todos los aspectos que garantizan su existencia, las dinámicas, tendencias y fenómenos del acontecer socio-histórico-cultural, el trabajo explora y analiza la secuencia de cancelaciones, cierres, intermitencias y estrategias de resiliencia usadas por las revistas, tabloides, boletines y anuarios culturales en correlación con aspectos de orden económico, logístico, ideológico, social y estético. Basado en el examen de fuentes primarias y documentales, el estudio revela los procesos que llevaron a la diversificación de fórmulas y alternativas de gestión, la implementación de soluciones locales sobre las estatales, la emergencia de grupos literarios ajenos a instituciones oficiales, o el empleo del medio digital como nuevo soporte.

Palabras clave: Revistas culturales; Revolución cubana; Periodo Especial; Política cultural

Abstract:

This article pursues to characterize the behavior of cultural periodicals in Cuba, between 1990 and 2010, in the light of the crisis brought about by the dissolution of the Soviet Union. Starting from the principle that these publications reflect, in all aspects that guarantee their existence, the dynamics, trends and phenomena of socio-historical-cultural events, the paper explores and analyzes the sequence of cancellations, closures, intermittencies and resilience strategies used by magazines, tabloids, bulletins and periodicals in correlation with economic, logistic, ideological, social, and aesthetic aspects. Based on the examination of primary and documentary sources, the study reveals the processes that led to the diversification of management formulas and work alternatives, the implementation of local solutions over state ones, the emergence of literary groups outside official institutions, or the use of digital media as a new support.

Key words: Cultural magazines; Cuban Revolution; Special Period; Cultural Politics

Introducción

El triunfo de la Revolución cubana en enero de 1959 no dejó aspecto en la vida de la isla de Cuba sin afectar. El sector relativo a la cultura constituyó desde el principio una prioridad en el conjunto de programas y acciones que buscaban superar ideológica y simbólicamente las estructuras gubernamentales de los años precedentes, las de la dictadura de Fulgencio Batista, pero también las de todo el periodo republicano. Para casi la totalidad de los representantes de las tendencias políticas que confluyeron en el poder en 1959, era necesario proceder con la eliminación de la mayoría de las instancias y organismos culturales existentes, el reemplazo o la creación de otros con el objetivo de atender a las demandas de ese sector, en ese entonces mayormente mancomunado en la idea del rechazo al antiguo régimen y la necesidad del cambio.

Esa comprensión de la relación gobierno y sociedad hizo posible el establecimiento de un sistema institucional de la cultura que se instauró en el ámbito nacional y se mantiene hasta nuestros días, no sin grandes tensiones, encuentros y desencuentros. Bajo los principios de centralización gubernamental, la democratización de la cultura y la socialización de la creación artístico-literaria, el nuevo grupo en el poder, de la mano de representantes destacados del gremio, impulsaron y encauzaron programas que llevaron a la fundación de instituciones, la actualización de la industria y del sistema editorial, así como el desarrollo de eventos y proyectos culturales que buscaban sincronizar y empalmar las demandas de sectores populares con las voluntades y necesidades de los escritores y artistas.

Este fue el principio de lo que llegaría a tomar la forma e instituirse —sobre todo a partir de 1961, tras el célebre y cuestionado discurso de Fidel Castro conocido como “Palabra a los intelectuales”— como la política cultural del Estado cubano. La concepción de ésta vendría a asumirse discursiva, simbólica y pragmáticamente como un deber y un derecho del gobierno revolucionario, toda vez que éste respondía a la mayoría del pueblo que había ayudado y ahora respaldaba su ascensión al poder. Desde ahí se trazaron estrategias y llevaron a cabo acciones encaminadas a la institucionalización de todas las áreas y actividades del quehacer artístico literario, de manera que el Estado fuera propiciador y regulador a la vez de sus manifestaciones.

Como parte de este proceso, los programas de la Revolución hicieron posible la articulación de un sistema de publicaciones periódicas culturales. Su constitución, en la medida en que respondía a las necesidades del sistema institucional que actuaba en atención a las necesidades de expresión de la mayoría, soslayó y terminó por excluir otras formas y fórmulas de realización más autónomas, como las empleadas por los grupos y movimientos literarios o por iniciativas cívicas, independientes del aparato estatal. El establecimiento y posterior fortalecimiento a lo largo de las tres décadas posteriores a 1959 de dicho sistema institucional, centralizado y dependiente del gobierno, explican la razón por la cual los principales cambios en la producción de la publicaciones periódicas de la cultura de la posrevolución estuvieron relacionados con momentos en los que la preeminencia de factores políticos -por sobre otros- condujeron a la toma de medidas y ejecuciones sintomáticas de la radicalización de posturas en el cumplimiento de una política cultural pocas veces colegiada con la totalidad de los intelectuales y artistas.

Uno de los momentos en la historia de la cultura cubana donde más se manifestó el efecto de este fenómeno fue cuando la crisis sin precedentes en el campo de las publicaciones periódicas coincidió con la depresión económica en la que se sumió la isla tras 1989.

En este trabajo sometemos a análisis y valoración el comportamiento de las publicaciones periódicas culturales en Cuba, a partir de la caída del campo socialista de Europa del Este, la desintegración de la Unión Soviética y la eliminación repentina de todos los acuerdos que el gobierno cubano tenía establecidos con los organismos de cooperación económica, política y social a aquellos asociados. Por “publicaciones periódicas culturales” vamos a entender el conjunto de objetos bajo diversas denominaciones y formatos (revista, tabloide, periódico, boletín, suplemento) que poseen marcas temporales precisas, determinados principalmente por su carácter seriado, y que sirven a una doble función: son sujeto de expresión de un campo cultural (ideas, impresiones, percepciones, proyectos y obras de sus actores) y, a la vez, objeto resultante de las dinámicas, discursos, fenómenos, agendas, tendencias y debates del mismo campo.

A pesar de los diversos abordajes realizados por algunos investigadores sobre las publicaciones cubanas del periodo en cuestión, ninguno se ha propuesto un acercamiento sistémico de sus objetos representantes en tanto conjunto o campo. La mayoría han sido acercamientos puntuales que privilegian la atención hacia revistas cuya relevancia radica en el valor estético o temático de los contenidos publicados (Campuzano y Fornet 2001; García Carranza 2009). Junto a éstos, existen tesis académicas, que revisan el trayecto de revistas fundadas con la Revolución y que han transitado por décadas el campo cultural cubano (Costa 2013; Pérez y Sosa 2009). Otro tanto sucede con algunos estudios monográficos sobre autores, temáticas o géneros literarios que, si bien se introducen en las publicaciones, ven en ellas no más que un medio de expresión o receptáculo de las expresiones que buscan hallar (González 2013; Mirabal y Velazco 2010). Es posible también hallar artículos que traen la mirada hasta las décadas de los noventa y los 2000, la mayoría dedicados a la producción de revistas en el exilio cubano de Miami o España, desentendidos de factores socioeconómicos y pragmáticos (Leyva 2000; López 2004).

Este trabajo se posiciona más en la estela del artículo “Pase de revistas” (Hernández 1997) y el estudio “Las revistas culturales como agente transnacional del campo cultural cubano del siglo XXI” (Martín 2013). Buscando salvar algo del vacío existente sobre el tema en obras de referencia como la Historia de la literatura cubana. Tomo 3 (2008), aquí se busca conciliar tanto el carácter panorámico y descriptivo del primero -aunque limitándonos a las publicaciones artístico-literarias, pero expandiendo el alcance analítico-, y la perspectiva extraterritorial y posnacional empleada en el segundo, sin detenernos en estudios de caso como lo hace éste.

Semejante investigación se ha nutrido en gran medida de la información que brindan fuentes primarias como las propias revistas, boletines, suplementos, alojados en los archivos y centros de investigación del Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana, la Biblioteca Nacional José Martí o la Biblioteca Central de la Universidad de La Habana.

Cuba 1994

En Cuba, 1994 es año de parusía y exhumaciones, de homenajes parciales y candilejas a medio encender en honor a algunos de los autores que participaron en el célebre grupo literario Orígenes. Después de años de guardar silencio y evadir la responsabilidad por haber conminado al ostracismo o marginado a varios de sus miembros, las instituciones literarias cubanas emprendieron una ola de acciones expiatorias respaldando eventos y autorizando ediciones. Por ejemplo: el Instituto Cubano del Libro (ICL) otorgó su Premio de la Crítica Literaria a los títulos Orígenes: la pobreza irradiante (1994), de Jorge Luis Arcos, y Fascículos sobre Lezama (1994), de Pedro Marqués de Armas; dos ensayos sobre Virgilio Piñera, uno de Alberto Garrandés (1993) y otro de Antón Arrufat (1994), aparecieron en las librerías; la Casa de las Américas organizó un coloquio internacional en ocasión de cumplirse cincuenta años del lanzamiento de la revista del grupo: Orígenes (1944-1956); La Gaceta de Cuba —publicación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)— se unió a las celebraciones con un amplio dossier en su número 3, algo inédito en su historia editorial.

1994 fue el año en que el Centro de Estudios sobre América (CEA), en representación de la política estatal, acogió a estudiosos y pensadores cubanos y extranjeros con el objetivo de dialogar sobre el estado de cosas que a la sazón imperaba en la isla, teniendo como telón de fondo la reciente caída del Campo Socialista de Europa del Este y la crisis económica, política y social que trajo con ella.1 Con iguales propósitos, en Estocolmo, y convocados por el Centro Internacional Olof Palme, intelectuales fuera de la isla se reunieron para discutir sobre la cultura y el destino nacionales, a partir de una agenda previamente pactada con el gobierno cubano, con una delegación en la que se encontraban figuras de larga trayectoria de lealtad política (Vázquez 1994).2

En julio, fuerzas del ejército hicieron zozobrar el trasbordador marítimo 13 de Marzo, secuestrado por un grupo de cubanos que pretendía escapar de la isla, lo cual causó la muerte de decenas de personas (Amnistía Internacional 1997; Comisión Interamericana de Derechos Humanos 1996). Y en agosto, se disparaba el éxodo por mar de miles de ciudadanos en balsas de construcción doméstica, lo que condujo a los gobiernos de Cuba y Estados Unidos a firmar acuerdos migratorios.

Sería en 1994 cuando un grupo de jóvenes narradores acentuaron su posicionamiento frente a la circunstancia del país desde la ficción, sobre todo, luego de haber sido reunidos por el profesor universitario Salvador Redonet Cook en la antología Los últimos serán los primeros (1993). Conocidos por la crítica como “Los Novísimos”, los textos de estos escritores, en cierta medida, vendrían a sustituir la función de mirar y reflejar la realidad, algo que el periodismo oficial se abstenía de hacer.

Fue en 1994, específicamente en septiembre, cuando se autorizó la reapertura de los mercados agropecuarios —cerrados desde 1986— y, el mes siguiente, la de los mercados industriales y artesanales; ambas, formas poco menos estatalizadas y centralizadas que concedían algo de libertad al comercio minorista y buscaban estimular un deprimido mercado interno (Redacción IPS Cuba 1994).

También en octubre, el día 20, el destacado intelectual cubano Roberto Fernández Retamar inauguraba en Casa de las Américas el evento “Un siglo de revistas culturales españolas e hispanoamericanas 1898-1992” ante invitados académicos y estudiosos provenientes de varios países del mundo (Fernández 1995: 6).

Publicaciones periódicas culturales en 1989

En 1960, el gobierno revolucionario publicó, a través de la División de Publicaciones del Departamento de Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores, la revista Cuba 1960, con el objetivo de mostrar al mundo los cambios sociales, políticos y económicos que acaecían. En su primera emisión, intelectuales y funcionarios estatales se unían en el proyecto con sus artículos o discursos sobre política, literatura y arte. Los constantes reacomodos institucionales de esos años hicieron que no pasara de ese único número, pero sí que la sucedieran otras publicaciones de iguales características a lo largo de la primera mitad de la década de los sesenta. Para 1994, no existía un proyecto editorial semejante. No existía una Cuba 1994. A diferencia de aquel momento inicial, ahora los escritores y artistas, ya divididos entre la isla y el exilio —incluso, entre la isla y el insilio—, se encontraban muy lejos del nivel de participación que alguna vez habrían tenido en el espacio público, en mayor o menor medida, en lo concerniente a la toma de decisiones y el trazado de estrategias para la construcción de la sociedad en la que muchos vieron la oportunidad de contribuir al triunfo de la Revolución.

La Casa de las Américas de La Habana, una de las primeras instituciones creadas entonces, y que a lo largo de los años había procurado sin éxito conservar aquel proyecto utópico de comunión, con la celebración del mencionado evento sobre revistas literarias hispanoamericanas buscaba dar la imagen al mundo de que en la isla los acontecimientos de la cultura y los de la política estaban en sincronía. Y, sin duda, así sucedía, pero menos a nivel ideológico e intelectual que a nivel pragmático y discursivo.

La presencia de un evento académico internacional sobre revistas culturales en un país donde todas éstas eran estricta y exclusivamente auspiciadas por las instituciones oficiales llama la atención sobre las particularidades del campo de publicaciones periódicas al que nos aproximamos. El hecho de que el país auspiciante se hallaba sumido en la más grande crisis económica y política que hubiera visto en su historia, como consecuencia de la dependencia económica que su gobierno había sostenido por décadas con el campo socialista de Europa del Este, nos pone en alerta sobre el modo de emprender un estudio de aquel conjunto en el entre siglos cubano.

En la conferencia inaugural del evento en Casa de las Américas, su histórico director Roberto Fernández Retamar dejó entrever varias formas de asumir la relación que se establece entre “la naturaleza de las revistas” y los diversos fenómenos de la realidad histórica. Así se expresaba:

Pero no quiero dejar de mencionar, antes de concluir, algo que desborda al ciclo, y por eso mismo está lleno de futuro. […] Cuando se habla con esperanza […] de los nuevos vientos que soplan, e incluyen la creciente solidaridad que recibimos, el rechazo mundial al bloqueo y el incremento de nuestras relaciones diplomáticas y comerciales, la creación de empresas mixtas, contactos necesarios con compatriotas que viven fuera de Cuba pero no la desaman, la firma de acuerdos migratorios con los Estados Unidos y el mejoramiento de las comunicaciones telefónicas con ese país, las pintorescas ferias populares que tanto me gustan, el aumento de trabajos por cuenta propia, la apertura de Mercados Agropecuarios y de otros que son inminentes, la recuperación en marcha del peso cubano y demás hechos que miran a salvar nuestra nación y preservar nuestros logros, es justo añadir realidades de la naturaleza de las revistas: las que contra viento y marea se han mantenido en estos nueve años de prueba, y las que se anuncian y serán bienvenidas como la lluvia después de la sequía (Fernández 1995: 20).

En principio, su intervención parece insinuar un vínculo de tipo causa-efecto, sobre el entendido de que una revista, para su realización, necesitaría de ciertas garantías de naturaleza pragmática ajenas a ella. Sin dudas, la existencia de dicho vínculo es incuestionable, pero el carácter que le atribuye, al menos metodológicamente, nos parece que limita la complejidad del fenómeno. Más adelante, en lo que despliega sus argumentos, Retamar intenta despachar una síntesis de la realidad cubana de entonces para celebrar los cambios que advierte en ella con entusiasmo. Sin embargo, dado el modo retórico empleado, pareciera que esos acontecimientos que enumera confluyen con los aspectos de realización de las revistas armónicamente, en progresiva coexistencia y en un sentido positivo. En su lógica, el comportamiento del conjunto de revistas culturales habría de entenderse como una parte más del entramado de reajustes administrativos del Estado, en estrecha consonancia con los discursos totalizantes, nacionalistas y positivistas del gobierno revolucionario.

Una tercera lectura, sin embargo, consideraría un vínculo más complejo entre la naturaleza de las revistas y la realidad en la que acontecen. Ya no causal, ya no bajo una comprensión arcádica o consonante, sino a partir de las tensiones que generan los aspectos, fenómenos y eventos de una circunstancia al entrar en contacto con dichas revistas, teniendo en cuenta los diversos órdenes (económico, logístico, ideológico, ético, epistemológico, social, estético, etc.) en los que se produce este contacto. Para así considerarlo, asumimos las publicaciones periódicas culturales no como un reservorio de información de actualidad, ni el resultado ineluctable de factores determinantes relativos a alguna suerte de determinismo histórico, ni como el reflejo directo o especular de una sociedad, ni siquiera como una mera plataforma pasiva de expresión de un conjunto de individuos. Antes bien, proponemos el estudio de la publicación como espacio de realización en sí mismo de las dinámicas, procesos y fenómenos del campo cultural, con las particularidades y las características que implican semejante tipo de locus.

Para los historiadores de la literatura en Cuba, las postrimerías de la década del ochenta pasarían a la historia de la cultura cubana como una época de bonanza y esplendor en lo que a las publicaciones se refiere (Chaple 2008: 30-34). Según las cifras que ofrece el Catálogo de publicaciones seriadas cubanas. 1988-1989, publicado por la Academia de Ciencias de Cuba (ACC), en el país se habían registrado un total de 151 publicaciones de carácter social y humanístico.3 Si bien los criterios de clasificación seguidos por los órganos a cargo de la confección del Catálogo resultan incompatibles con el enfoque de nuestro trabajo, y desconfiamos de la veracidad de esta fuente por las limitaciones propias de su objeto (recoge las publicaciones registradas y no las existentes), sería ilustrativo, cuantitativamente hablando, apuntar que entre las mencionadas, 74 figuran bajo las rúbricas de “Arte. Estudios de Arte”, “Literatura. Preceptiva Literaria. Folclore Poético” y “Sociología” (ACC 1989).

Dejando a un lado las cifras oficiales, un recorrido por los catálogos y ficheros de bibliotecas como la del Instituto de Literatura y Lingüística y la Biblioteca Nacional José Martí informaría de los cientos de publicaciones en formato de boletín, tabloide, revista o suplemento de diario que, desde los años setenta y a lo largo de la siguiente década, pululaban, con más o menos páginas, de peor o mejor calidad gráfica, editorial y artística, en su mayoría, confeccionados por los miembros de los Talleres Literarios, el Movimiento de Artistas Aficionados y la Brigada Hermano Saínz. Para 1989, y como parte de los programas de socialización de la cultura impulsados por la política cultural gubernamental -muchas veces implementados bajo la ordenanza del cumplimiento cuantitativo y en desmedro de exigencias o resultados cualitativos-, la mayoría de las provincias contaba al menos con una publicación artístico-literaria. A ellas se sumaban aquellas otras publicaciones, ya para entonces históricas, que habían sido fundadas en los primeros años de la Revolución para no cesar jamás. O al menos eso se creía.

El edicto de cancelación

El 24 de septiembre de 1990, el Partido Comunista de Cuba (PCC) emitía un comunicado a través de la primera plana de su diario oficial Granma, bajo el título “Adoptadas medidas en relación con la prensa escrita”. A modo de editorial, se informaba de la comparecencia de distintos dirigentes al frente de sectores y ramas de desarrollo económico y social del país en una serie de reuniones extraordinarias convocadas con urgencia por Fidel Castro y dirigentes cercanos. Para la ocasión y el tema en cuestión, a juzgar por la información contenida en el documento, los actores concitados representaban la industria poligráfica, la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) y el Comité Central del PCC (“Adoptadas medidas en relación con la prensa escrita” 1990: 1). La ausencia más notable para los intereses de este trabajo es, sin duda, la de las organizaciones o instituciones de la cultura. Como suele suceder en la isla, donde todas las decisiones se toman a puertas cerradas y la información es suministrada a conveniencia del gobierno y con muy bajo grado de transparencia, de la agenda y lo acontecido en las reuniones sólo se hicieron públicos algunos de los acuerdos fijados en forma de “disposiciones” y “medidas”.

Por sobre otro tipo de intereses, el edicto privilegió la función comunicativa, informativa, de “orientación” y propaganda ideológica de los productos editoriales y, en consecuencia, concentraban los pocos recursos disponibles del Estado en la conservación de la prensa plana, salvo alguna excepción. El sistema de prensa nacional fue entonces reorganizado: de los cuatro diarios nacionales quedó sólo Granma, con frecuencia “diaria” (en realidad, de lunes a viernes); Juventud Rebelde y Trabajadores, sendos órganos oficiales de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) se convirtieron en semanarios; y Bastión, diario editado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), institución de gran protagonismo para la conservación del partido y el gobierno, cesaría. Los quince diarios territoriales, órganos de los Comités Provinciales del PCC, se mantendrían, al igual que Bohemia, la única revista que, según dictamen oficial, quedaría en pie, convertida desde entonces y hasta la actualidad en una suerte de resumen semanal de lo publicado por los diarios nacionales.

La sexta y última “definición” del comunicado gubernamental en Granma establecía “[r]ecesar la edición de todos los demás diarios, revistas y publicaciones periódicas del país” (“Adoptadas medidas en relación con la prensa escrita” 1990: 1). La causa era de orden eminentemente pragmático: la ruptura unilateral de los contratos de Cuba con el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) tras la caída del muro de Berlín el año anterior había interrumpido, casi en su totalidad, la importación de papel desde países socialistas, así como de tintas, planchas de imprenta, piezas de repuesto, máquinas, materia prima y otros insumos de los que dependían íntegramente los planes editoriales.

Los indicios de una crisis sistémica se hacían aún más palmarios con la evidencia de que, dado el grado de dependencia existente, la interrupción del flujo de abastecimiento de materias primas y de productos de todo tipo provenientes del bloque socialista de Europa del Este quebrantaba inmediata e irreductiblemente cualquier actividad económica, social y cultural que se tuviera proyectada.4 Cuatro días después del editorial, el 28 de septiembre, Granma reproducía un discurso de Fidel Castro en el que éste hablaba de un “periodo especial en época de paz”, nombre con que empezó a denominar a la crisis en la que entraría el país por tiempo indefinido (Castro 1990a: 1).5

De la cancelación a la restauración

Las publicaciones culturales se adentraron entonces en un periodo marcado por la ausencia definitiva o temporal, las reapariciones parciales, las muestras de vida intermitentes, la salida en forma de anuario o breves antologías que aunaban el contenido previsto para su salida en números seriados, la depresión de revistas a meras gacetillas, boletines u hojas literarias confundibles con pasquines propagandísticos o volantes prohibidos.

Aunque el editorial de Granma anunciaba que las medidas entrarían en vigor a partir del 1º de octubre, no fue hasta unos meses después que se percibieron las afectaciones en las publicaciones culturales. Para marzo de 1992, datos oficiales computaban que había 58.8% menos del total de publicaciones, y cerca de 78% menos de ejemplares (Guzmán 2010: 86).6

En buena medida, esta reducción cuantitativa es atribuible al cese abrupto de las publicaciones de carácter artístico-literario que se hacían en las provincias. La ordenanza recayó tanto sobre aquellas que habían sido creadas por las Direcciones Provinciales de Cultura y atendidas por las Asambleas del Poder Popular, realizadas por lo general por los miembros de los talleres literarios, como sobre las pocas -aunque de mejor calidad- que eran auspiciadas por los Comités Provinciales de la UNEAC, constituidos en 1988, o por la Brigada y luego Asociación Hermanos Saínz (AHS).

Cabe mencionar entonces el cese de El Caserón (Santiago de Cuba, 1983-1990); Yayabo (Sancti Spíritus, 1986-1990); Opción (La Habana, 1987-1993) de la editorial Arte y Literatura, dedicada a la divulgación de la literatura extranjera canónica y contemporánea; Letras Cubanas (La Habana, 1986-1992) de la editorial homónima, dedicada la literatura nacional exclusivamente y hermanada con la Revista de Literatura Cubana (La Habana, 1982-1988), dirigida desde la UNEAC por Ángel Augier; y Naranja Dulce (1989-1990), que empezaría como suplemento de la revista El Caimán Barbudo, y que tuvo entre sus realizadores a jóvenes escritores de la AHS, intelectuales que habían estado involucrados con el censurado y proscrito Proyecto Paideia7 y algunos de los que formarían posteriormente el grupo Diáspora(s).

Las que tenían un carácter nacional y estaban auspiciadas por las máximas instituciones culturales o el propio Ministerio de Cultura (Mincult) tampoco se salvarían de ver afectada su salida por algún tiempo. La ministerial Revolución y Cultura y la algo más autónoma Casa de las Américas se mantuvieron gracias a la cooperación financiera de instituciones extranjeras y escritores simpatizantes con el sistema cubano o con algún rasgo de la vida cultural en la isla. De hecho, el evento sobre revistas hispanoamericanas y el congreso en homenaje a Orígenes, que mencionamos al principio de estas páginas, son muestra de las estrategias y mecanismos empleados para vadear la crisis. En el caso de la bimensual revista Casa de las Américas, por ejemplo, en 1990, tras su número 181, correspondiente a julio-agosto, hubo que esperar hasta principios del siguiente año para ver su número 182 de enero-febrero (“A partir de este número…”, 1990: 2).

A pesar y a propósito de la carestía y los reajustes, el 26 y 27 de mayo de 1992 se realizó el Pleno de la Comisión Nacional de la UNEAC en el que se habló de garantizar, por todos los medios, la continuidad de la creación artística (Guzmán 2010: 159). Es así que, en algún momento de ese año, resucitaría La Gaceta de Cuba con su número 1, correspondiente a enero-febrero, después de año y medio cancelada. En sus páginas se agradecía la solidaridad de las asociaciones de amistad con Cuba, de Francia y Alemania, lo que se repetirá en enero de 1993, ahora con la Asociación de Amistad Luxemburgo-Cuba.

Paulatinamente, gracias a las nuevas fórmulas de ingreso y esquemas de financiamiento que el gobierno se vio forzado a aprobar para las instituciones del Mincult, la permisibilidad para gestiones extrainstitucionales y la recepción de donaciones, aunque insuficientes para una solución sistémica, comenzaron a reaparecer publicaciones que habían cesado: Revista Bimestre Cubana; Ámbito; Universidad de La Habana que reaparece con los número anuales 245 y 246 en 1995 y 1996 respectivamente; la revista del Centro de Estudios del Caribe de Casa de las Américas, Anales del Caribe; Ariel; Boletín de Problemas Filosóficos; la revista sobre música, Clave; Del Caribe; Diéresis; El Mar y la Montaña; la Revista Cubana de Ciencias Sociales, y una de las principales sobre el arte dramático y escénico en general: Tablas.

Uno de los eventos que marca el comportamiento de las publicaciones culturales y que se convierte en tabla de salvación ante las removidas de la centralización del sistema institucional de la cultura es el desarrollo de las pequeñas editoriales de provincia, llamadas luego Sistema de Ediciones Territoriales, cuya invención todavía hoy el sitio oficialista Cubadebate atribuye a Fidel Castro y pone como fecha de fundación el año 2000 (Doimeadios; Martínez; García 2017).

En realidad, el 23 de septiembre de 1990 se fundaba en Villa Clara la editorial Capiro (Guzmán 2010: 80). Constituía la segunda editorial provincial, puesto que, hasta el momento, excepto la editorial Oriente, localizada en Santiago de Cuba, todas se encontraban en la capital. La fundación de estas instituciones provinciales que parecían predestinadas al fracaso respondía a las discusiones sobre el habano-centrismo editorial que protagonizaran los escritores del interior en el IV Congreso de la UNEAC de 1988 (Rodríguez 2013: 286-287). Asimismo, dicha solución, que luego se extendería institucionalmente por todo el país con la creación de los Centros Provinciales del Libro y la Literatura, órgano que atendería el ramo subordinado al ICL y, por tanto, al Mincult directamente, sin depender de las Asambleas del Poder Popular, permitiría, al principio, tímidos asomos de publicaciones culturales, la conservación de algunas pequeñas muestras de origen local y, en la medida que transcurría la década, hizo posible el restablecimiento de las de antaño.

Por la gestión de un grupo de escritores y editores fundadores de la editorial Capiro con instancias gubernamentales de la provincia, por ejemplo, se lograría presentar el pequeño boletín Brotes, y darle continuidad al suplemento literario Huellas, del diario Vanguardia; espacios que, en tales circunstancias, se convirtieron en los únicos, o al menos, en los más inmediatos y accesibles para algunos creadores locales. Asimismo, gracias a la asunción de una editorial, en este caso Vigía, se inició en 1995 en Matanzas La Revista del Vigía, de corta duración, pero de cierta relevancia por las perspectivas que adoptaban sus trabajos sobre la tradición y el canon literario cubano.

Las publicaciones además mostrarían condiciones gráficas distintas. Ante la suspensión radical de entrada de papel, los realizadores de revistas tuvieron que echar mano a viejas técnicas de reciclaje. En 1977, en La Habana ya se habían aventurado intentos para hacer libros con materiales desechables (Guzmán 2010: 86), y en Matanzas desde 1985 se había implementado la práctica como sello de identidad en los talleres de la mencionada editorial Vigía, donde los volúmenes, en escasas tiradas, se elaboraban con la técnica manufacturada, esgrafiadas e ilustradas a mano y en papel kraft, papel artesanal o de estraza. Lo que comenzó siendo principalmente un estilo de trabajo en el que se privilegiaba el valor artesanal-humanista, se convirtió en una práctica extendida (la plaquette), pero ya no como elección técnica, sino como alternativa para la publicación de las obras y ediciones periódicas culturales. Un ejemplo conocido es el de la revista Ámbito (Holguín 1981) que entre 1991 y 1996 implementa este formato.

Pero no sería hasta 1990 que los Centros del Libro y la Literatura adoptaron esta alternativa como procedimiento oficial y generalizado para vadear la crisis y fomentar la creación de las editoriales en provincia. De ella resultan la llegada al panorama cultural de revistas artístico-literarias, algunas de las cuales aún se conservan: Antenas (Camagüey, 1990); Cauce (Pinar del Río, 1996); SIC (Santiago de Cuba, 1998); Videncia (Ciego de Ávila, 1998).

Los debates sobre mercado y turismo con relación a la creación artística y la proyección internacional de la cultura cubana habían tomado un cariz distinto con respecto a años precedentes (Pozo 1992). El V Congreso de la UNEAC, celebrado los días 20 y 21 de noviembre de 1993, incluía en su informe ideas favorables a la incursión de Cuba en el mercado del arte y la disposición a aprobar el diseño de estrategias que impulsaran la inserción de los productos culturales nacionales en los circuitos internacionales de promoción y comercialización (UNEAC 1994: 14-22). La necesidad de asumir los códigos del mercado en las publicaciones propició la creación de espacios de propaganda comercial como los anuncios de equipos electrónicos de marca Philips al final de cada entrega de La Gaceta de Cuba. Lo extraordinario de esta alternativa sólo se alcanza a calibrar si se sabe que en la isla desde la década del sesenta fue eliminada de todos los medios de difusión la propaganda comercial por considerársele un perjuicio propio del capitalismo burgués.

Asociado a ello, surgieron nuevas publicaciones, básicamente relacionadas con las artes plásticas y el cine, que ostentaban una calidad técnica y de impresión inéditas en el país, y con una evidente intención de mostrar, ofrecer y acercar a los lectores extranjeros al arte que se estaba produciendo y se quería comercializar. Nociones como “industria cultural” y “mercado del arte” respaldaron conceptual e ideológicamente empresas editoriales como las revistas Arte Cubano (1995) —que llega con estudios y ensayos sobre el tema para superar la función promocional de su precedente: Lo que venga—; Opus Habana (1996) —auspiciada por la Oficina del Historiador de la Ciudad para divulgar la actualidad cultural de la capital habanera y visibilizar las acciones de la restauración y conservación del patrimonio arquitectónico de La Habana Vieja—; y Nuevo Cine Latinoamericano (2000) —publicación oficial del festival homónimo, de gran atractivo para los extranjeros del gremio y algunos sectores sociales del país.

Mencionadas las dedicadas al cine y las artes plásticas, no podemos dejar de apuntar además que el campo de revistas se abrió hacia otros temas y fenómenos menos favorecidos por las instancias legitimadoras. Así lo confirman la fundación de Movimiento (La Habana, 2003), publicación de la Agencia Cubana de Rap, dedicada al análisis del género y el fenómeno sociocultural que despierta, y la Revista Latinoamericana de Estudios sobre Historietas (La Habana, 2001), editada por el Centro Pablo de la Torriente Brau.8 O las revistas dedicadas al movimiento de la música rock que empezó a proliferar y alcanzó fuerza y definición desde inicios de la década de los noventa (Ramón y González 2010).

Para la llegada de los años 2000, la conveniente y regulada “flexibilidad” institucional hacia la autogestión de las editoriales de provincia y la incorporación de las máquinas impresoras Risograph confirmaba la implementación de acciones para mitigar un poco los perjuicios que la centralización y la verticalidad institucionales habían ocasionado durante décadas. Los realizadores podrían confeccionar sus números y producirlos con algo más de libertad y menos trabas o dependencia respecto de instancias ajenas al trabajo cultural propiamente. Muchas de esas revistas, con frecuencia bimestral o trimestral, empezarían a participar, aunque de manera ciertamente tímida, en los debates teórico-culturales, estéticos y literarios que iban a su vez engendrándose en las de alcance nacional, a la vez que destinaban buena parte de su contenido a divulgar las obras de creadores locales.

Fueron precisamente esas publicaciones periódicas culturales de carácter nacional, que empezaban a resurgir con el paso de la década del noventa y la entrada en los 2000, las que albergan los nuevos temas literarios y culturales de siempre, pero desde diversos paradigmas teóricos, metodológicos y epistemológicos que estaban en boga: estructuralismo, deconstrucción, estudios de género, estudios posmodernos, estudios culturales, de racialidad, etc. La Gaceta de Cuba, por ejemplo, concederá páginas a debates conceptuales sobre fenómenos como la modernidad y la posmodernidad, la globalización y los desafíos sociopolíticos en los nuevos momentos históricos, si bien nunca exentos del sesgo político que imprime la autocensura y la censura instituida en la isla.

Los movimientos del canon: epistemes, temas, polémicas, poéticas

Como ya advertía al principio de este trabajo, uno de los fenómenos que caracteriza temáticamente las publicaciones del periodo es la labor de rescate, homenaje, reconocimiento, legitimación y canonización por parte del oficialismo de algunas de las propuestas ideoestéticas del grupo Orígenes. En 1989 los diversos manifiestos del Proyecto Paideia reclamaban el análisis de varios aspectos relativos a la construcción de la nación, los símbolos de la insularidad y las concepciones poéticas sobre la identidad nacional. Por la misma época, pero de la mano de un grupo de estudiantes del Instituto Superior de Arte (hoy Universidad de las Artes) se hacía la revista Albur. La cercanía de su director, Iván González Cruz, con Cintio Vitier, principal responsable de la reivindicación oficial del origenismo, hizo posible que esta revista combinara expresiones del movimiento artístico con aires de autonomía que se generaba en las aulas del centro de estudios y los textos, a veces inéditos, de Lezama, el propio Vitier, Fina García Marruz, o sobre su obra. También Albur fue la responsable de dedicar, antes que varias institucionales, números temáticos a Virgilio Piñera y Octavio Smith.

Similar interés mostrarían casi todas las publicaciones del país. La Gaceta de Cuba empieza 1990 celebrando el aniversario del nacimiento de José Lezama Lima, tratándolo de “el Maestro”, como solían hacerlo sus coetáneos. Tampoco dejarían de agasajarlo, a él y al grupo que entronizaba, las revistas Unión, Revolución y Cultura y Casa de las Américas. Si desde las publicaciones institucionales se promovió la reconsideración y valoración de Orígenes hasta el punto de que, para muchos, su condición mayestática en el imaginario simbólico de la nación fue consenso por decreto, en otras, fuera de los predios institucionales, se asumieron posturas que discursaban críticamente al calor de la realidad histórica del momento con los programas poético-nacionalistas del grupo republicano.

La revista Diáspora(s) Documentos (La Habana, 1997-2008) resulta paradigmática en este sentido y vaticina un fenómeno que se producirá aisladamente a mediados de los 2000 y que hoy tiene más fuerza que nunca. Me refiero al de las publicaciones independientes, una opción que había sido clausurada en la década de los sesenta por la política de centralización e institucionalización de la cultura y que aún hoy sigue sien- do perseguida por el gobierno. Con una tirada de sólo cien ejemplares y un total de ocho números, Diáspora(s) fue agente y emisaria de formas de entendimiento de epistemes ideoestéticos contrastantes con los que había planteado Orígenes y que, por esa fecha, se habían estado ensalzando desde las páginas de las publicaciones, los concursos, los eventos y las ediciones del ICL (Cabezas Miranda 1993: 13-14). Diáspora(s) fue medio de expresión del grupo homónimo que asumía posiciones contestatarias ante los valores y conceptos que habían dominado el pensamiento poético y la poesía cubanas hasta el momento. Heredera en algunos puntos del Proyecto Paideia, cuya publicación nunca llegó a concretarse debido a la persecución de la policía política, esta revista concentra las interrogantes sobre la institución cultura, las construcciones simbólicas de la nación y la necesidad de deconstruir los códigos estéticos que imperaban en la creación y el pensamiento literarios. El propio título, como suele suceder en varias revistas, ya era elocuente sobre la distancia que declaraban tomar respecto de nacionalismos viscerales, los folclorismos políticos y los provincianismos consensuados con las instituciones oficiales, para abordar, experimentar y representar nuevas maneras de asumir y lidiar con el constructo de “cultura cubana”.

Las propias circunstancias marcadas por el éxodo masivo y las derivas de un diálogo intergubernamental con Estados Unidos propiciaron que la relación entre la emigración y la cultura nacional se incorporara a los temas que las publicaciones culturales oficiales tuvieron a bien abordar de repente. Durante el periodo en cuestión, entre las distintas políticas de apertura a medias que se promovieron desde las instituciones, estuvo la de reconsiderar la participación y la pertenencia a la “cultura nacional” de algunos de los autores cubanos que habían salido del país y residían permanentemente en el extranjero. Durante años, el gobierno había prohibido el regreso de ciudadanos cubanos que habían emigrado desde los primeros días de 1959, sobre el supuesto ideológico de que eran “traidores a la patria”. Los escritores y figuras públicas habían sido difamados en la opinión pública nacional, y su obra y legado habían sido silenciados, desaparecidos o prohibidos por orden oficial. Con la llegada de la crisis de los noventa, parte de los resultados del diálogo entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos hizo posible que algunos escritores, intelectuales y artistas que mantenían una posición de simpatía con el poder y el país pudieran volver en viajes muy bien pactados, e incluso iniciar un proceso de inserción en las publicaciones culturales.

Autores como Lourdes Casal, Román de la Campa, Roberto González Echevarría, Emilio Bejel, José Kozer, entre otros, fueron publicados en las revistas nacionales. Otros que habían desaparecido de los espacios de expresión volvieron como materia de dossière y críticas: Lydia Cabrera, Reinaldo Arenas, Lino Novás Calvo, Severo Sarduy o Jorge Mañach —a quien la revista Albur, por cierto, consagró un número especial en mayo de 1992 y La Gaceta de Cuba, su número 4 de 1994—. La propia felicitación del Equipo de Redacción de esta última a Guillermo Cabrera Infante cuando le fue concedido el Premio Cervantes, reconociéndolo como el tercer escritor cubano en obtenerlo, fue un gesto que mostraba alguna disposición por parte de cierto sector al interior de la institución cultural del gobierno a conjurar el pasado inquisitorial de censura y exclusión que había demonizado por años al autor de Tres tristes tigres.

Pero en ello no estaban solos ni se trataba de un arranque autónomo de participación en el reacomodo de la memoria histórica. En realidad, esos aires de aparente reforma simbólica, más allá de lo que correspondiera a la agencia personal, formaban parte de una disposición mayor, de otra ordenanza política que prescribía el acercamiento al exilio cubano en el extranjero. Así lo muestran la creación de una revista auspiciada por el Ministerio de Relaciones Exteriores titulada Correos de Cuba (La Habana, 1995) y la realización de eventos sobre el tema, como es el caso del ciclo de conferencias “La Nación y la Emigración”, convocado por la misma instancia gubernamental con escritores de afuera elegidos por sus posicionamientos mesurados hacia el régimen y algunos de adentro (Ministerio de Relaciones Exteriores 1994). Asimismo, la UNEAC y la Universidad de La Habana serían llamadas a incorporarse al momento con el evento “Cuba: Cultura e Identidad Nacional”, en representación de una aparente sociedad civil (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba; Universidad de La Habana 1995).

Desde la diáspora se manifestaron voluntades de participar en este —no para todos— promisorio diálogo con los cubanos en la isla. De las publicaciones culturales de afuera que surgieron en la década, algunas pocas buscaron ese diálogo en el marco de las negociaciones intergubernamentales, mientras que otras (la mayoría) lo evadieron y usaron sus propias formas de gestión e intercambio con la sociedad civil cubana. Es así como escritores, intelectuales, periodistas y artistas residentes en Cuba empiezan a aparecer en los índices de estas publicaciones. A la par, es notable cómo, a diferencia de las predecesoras de las décadas de los sesenta, setenta u ochenta, orientadas sobre todo hacia las comunidades de emigrados, varias de las publicaciones del exilio emergentes en los noventa asumen políticas editoriales que contemplan la existencia de un lector potencial al interior de la isla y el interés por el rescate de una identidad nacional fraguada en correspondencia con los intereses de la élite político-militar en el poder. Revistas memorables como la bilingüe Apuntes Posmodernos (Postmodern Notes) (Miami, 1990-2000?), Catálogo de Letras (Miami, 1994-1999), Újule (Miami, 1994-1995), Encuentro de la Cultura Cubana (España, 1996-2009), Revista Hispano Cubana (Madrid, 1998-2013), o las digitales La Habana Elegante (1998-2012), Baquiana (Miami, 1999); cuenta con una edición anual en papel) o Cubista Magazine (Los Ángeles, 2004-2005), por mencionar las de mayor relevancia, circularon con mayor o menor frecuencia, de modo accidentado, a trasmano y en la bolsa negra de los libreros, en los correos electrónicos de los amigos. Habiendo sido consideradas contrarias al “proyecto socialista” por algunos intelectuales y funcionarios, muchas de estas publicaciones recibieron el ataque y el descrédito de instancias oficialistas (Hernández 1996; García 2002), pero consiguieron salvar, en tanto fue posible, el vacío de información existente en Cuba, y difundir parte del pensamiento y el conocimiento más inquietante, verdaderamente plural y diverso que se producía en otros países sobre la realidad cubana del Periodo Especial y la nación.

No fue un secreto siquiera posible de ocultar para las autoridades oficiales que la crisis económica trajo aparejada una crisis moral y política. De ahí que, simultáneamente a los movimientos administrativos por lograr la sostenibilidad del gobierno, se generó, como nunca, cierto grado de libertad, negociada y acotada ideológicamente, para el debate y la reflexión en ciertos círculos académicos: centros de investigación de ciencias sociales, instituciones culturales, etc. En el discurso de la apertura, siempre y cuando no se “traicionara” el dictum de Fidel Castro: “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada” (Castro 1980: 15), era posible organizar sesiones de diálogo sobre las posibilidades y características del socialismo en los momentos que se vivían y de los problemas que fustigaban la sociedad cubana desde 1989. Temas que hasta el momento habían sido tabú en el campo intelectual cubano, como el de la “sociedad civil”, la “democracia socialista”, la “participación popular” en los programas de gobierno y los modos de administración y gestión del capital simbólico, afloraron en las escasas revistas especializadas a flote, e incluso, en aquellas que, siendo de carácter artístico-literario, fueron susceptibles a la necesidad y permisibilidad del diálogo interdisciplinario y pluridiscursivo, y dedicaron sus páginas a temas y aproximaciones que excedían la creación estética propiamente. Entre las que surgieron por entonces, y al calor de las circunstancias descritas, se pueden nombrar Contracorriente (La Habana, 1995) y Temas (La Habana, 1995- ).

Sin embargo, hubo un caso que no corrió con semejante suerte y, lejos de recibir apoyo y consideración, dado su aporte en materia de conocimiento, fue clausurada. Cuadernos de Nuestra América (La Habana, 1983-1996) desde su fundación había difundido el trabajo realizado por los investigadores del Centro de Estudios de América (CEA), quienes habían procurado sostener una activa participación en las reflexiones sobre la sociedad y el futuro de la nación durante el primer quinquenio de la década. El trabajo desempeñado por la institución, fundada con la autorización personal de Fidel Castro y auspiciada directamente por el PCC, incluyó eventos con especialistas en las ciencias sociales y la politología de Cuba, Estados Unidos y Europa, la publicación de volúmenes que compendiaban las ponencias de panelistas invitados y las presentaciones de la revista del Centro. En 1996 autoridades gubernamentales en la dirección del país tildaron las labores del Centro de simpatizantes con los proyectos intervencionistas de los Estados Unidos y, por tanto, de considerable peligro para la seguridad del Estado (Giuliano 1998; Álvarez; González 2001).

No por casualidad el mismo año en que Cuadernos de Nuestra América se ve obligada a desaparecer, reaparecerán dos publicaciones que habían quedado interrumpidas en 1990 con la ordenanza de cierre por motivos económicos: Marx Ahora (La Habana, 1996) de la Editorial Ciencias Sociales —cuyo objetivo era divulgar los textos de pensadores e investigadores contemporáneos del pensamiento marxista de Latinoamérica y el mundo, no de la isla ni sobre la isla— y Cuba Socialista (1961-1967; 1981-1990; 1996) —revista del Buró Político del Comité Central del PCC, de larga data en la línea del pensamiento comunista más ortodoxo en la Revolución—. Este tipo de tensiones marcará el vínculo dentro del campo cultural entre publicaciones auspiciadas por actores de mayor autoridad política y gubernamental y otras, pertenecientes a organismos que, aun supeditados a órganos rectores del Estado, gozaban de cierta autonomía y facultades para proyectar formas de entendimiento y aproximación más o menos distintas a las propugnadas por instancias oficiales.

A partir de 2000, o tal vez desde unos años antes, con el desarrollo de las nuevas tecnologías para la información y el acceso a la world wide web y la Internet —siempre por conexiones pirateadas o clandestinas tomadas de las instituciones que gozaban del privilegio—, se percibe en Cuba el uso de una nueva herramienta que determinaría formas, procedimientos y mecanismos alternativos en la confección de una publicación cultural. Con la llegada del año cero, una nueva generación de jóvenes escritores hace su carta de presentación por caminos virtuales, a la vez que participa en los concursos nacionales y publica sus primeras obras (Viera 2022; Simal y Dorta 2017). Al margen de las instituciones culturales, algunos de ellos se lanzan a crear sus propios magazines o e-zines con las ventajas y libertades que le proporciona el ciberespacio, sin importar el formato (documento PDF, Microsoft Word, página HTML) o plataforma: página web o blog alojados en algún servidor extranjero, revista digital, hoja o boletín. Con estas variantes, se inició la circulación de revistas artístico-literarias cuyos realizadores actuaban fuera de cualquier institución oficial y con políticas editoriales que reflejaban las motivaciones, predilecciones e inquietudes estéticas, sociales, políticas y creativas de sus realizadores, en algunos casos, de marcado contenido autobiográfico o personal. Las nuevas publicaciones circulaban igualmente por vías alternativas, por dispositivos de almacenamiento electrónico (memoria USB, CDs), por el paso manual de la información o por correos electrónicos. Algunas de ellas, en su mayoría de efímera existencia, aparecían repentinamente en los buzones de correo electrónico de estudiantes, profesores, escritores e intelectuales dentro y fuera de la isla. Entre las más destacadas, por sólo mencionar algunas de las que convivieron en el ciberespacio literario cubano durante la primera década del milenio, se encuentran Cacharro(s) —revista coordinada por Jorge Alberto Aguiar, expresión del proyecto homónimo del que formaban parte, además de jóvenes escritores, otros que se habían nucleado alrededor de la revista Diáspora(s) Documentos—; la revista The Revolution Evening Post (TREP), editada por Ahmel Echevarría, Jorge Enrique Lage y Orlando Luis Pardo (Rodríguez 2022); 33 y 1/3, dirigida y realizada íntegramente por Raúl Flores; La Caja de la China, proyecto unipersonal de Lien Carrazana Lau; y Desliz, proyecto de Lizabel Mónica que, al igual que la mayoría, comprende una revista literaria, un blog interactivo, y otros soportes de expresión. Se trataba de lo que hoy se conoce como las revistas de la Generación Cero.

Paralelamente, las distintas instituciones culturales se plantearon desarrollar sus propios espacios oficiales en la web. En la actualidad, son escasas las publicaciones que no posean, además de su edición en papel, con un formato tradicional, su edición electrónica, o aparezcan alojadas en formato PDF en una página web.

Conclusiones

Definitivamente, en Cuba la década de los noventa se inauguraba con otra vuelta de tuerca en todos los niveles de la vida sociocultural, con la caída del bloque socialista del Este y la cancelación de los acuerdos bilaterales de desarrollo económico asociados al CAME, del que el gobierno de la isla formaba parte y era además dependiente. Si bien las publicaciones periódicas culturales se habían caracterizado en Cuba por oscilaciones constantes de sus ciclos de vida -algo, en cierta medida, inherente a su propia naturaleza pues, para su emergencia y conservación, dependen de la compleja conjugación de elementos de diversa naturaleza-, en el periodo de cambio de siglo, entre 1990 y la siguiente década, su comportamiento puede ser descrito por un movimiento que va de la ausencia instituida y forzada a la restauración gradual y accidentada en el campo cultural.

Salvo mínimas excepciones, no hubo publicación periódica en la isla que no padeciera en sus aspectos pragmáticos, formales y temáticos, los efectos de la crisis económica. Muchas de las que se habían fundado a lo largo de la década de los ochenta desaparecieron definitiva o temporalmente. Algunas de las que se dieron a conocer, coincidiendo con el comienzo de la crisis, vieron malogrados sus proyectos o, en el mejor de los casos, disminuida considerablemente su frecuencia de salida. No fueron la excepción otras publicaciones paradigmáticas que habían cobrado particular relevancia, ya por el tiempo que se habían mantenido sin interrupciones en su periodicidad, ya por el grado de representatividad respecto de las instituciones que las auspiciaban y editaban, ya porque habían llegado a trascender funciones propias de su naturaleza -publicaciones que funcionaban como instituciones, convocaban a concursos y eventos o habían albergado entre su realizadores grupos de individuos que alcanzaron la identidad y definición de un grupo literario.

Tan notable resulta el cese repentino de la producción de publicaciones periódicas culturales, divulgativas y científicas como el largo proceso de restauración que le sucedió, caracterizado por una dinámica que comprendió intentos fallidos de sobrevivencia, la reaparición intermitente o el restablecimiento definitivo de las cesantes, la emergencia de proyectos que no se concretaron o que resultaron malogrados o efímeros, y la fundación de nuevas publicaciones que prosperaron y se mantienen hasta nuestros días.

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1 Con un título impensable en otros momentos de la historia de la revolución, Haroldo Dilla coordinó el volumen donde se recogieron varias de las intervenciones del encuentro: La democracia en Cuba y el diferendo con los Estados Unidos (Dilla 1995).

2La reunión tuvo lugar en Estocolmo el 28 de mayo de 1994. Fue moderada por el vicepresidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Parlamento sueco, Pierre Schori, bajo el título “La bipolaridad de la cultura cubana”. Allí se dieron cita, por la parte de los escritores residentes en Cuba, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández, Reina María Rodríguez y Senel Paz, mientras que por el grupo de escritores exiliados asistieron Heberto Padilla, Jesús Díaz, Lourdes Gil, José Triana, Manuel Díaz Martínez y René Vázquez Díaz.

3La denominación obedece a un intento generalizador por comprender un total de diez áreas temáticas, entre las que figuran desperdigadas publicaciones de relevancia en el campo cultural, al igual que otras tantas de escasa o nula pertinencia. El Catálogo de publicaciones seriadas. 1988-1989, para la clasificación temática, se rige por el Rubricador del Sistema de Registro Automatizado de Publicaciones Seriadas (MARSI) de los países miembros del Centro Internacional de Información Científica y Técnica, y por la rúbrica y código que empleaba el Anuario Estadístico de la UNESCO en su edición de 1984.

4Las políticas gubernamentales relacionadas directamente con la cultura tendrían que suspender o detener las actividades de implementación proyectadas desde 1986 como parte del Programa de desarrollo cultural para el decenio 1987-1997, implementación nacional de las nuevas concepciones que la UNESCO incorporaba a su agenda para la década (Guzmán 2010: 52-53) y que habían sido ratificadas en el IV Congreso de la UNEAC en 1988. Según Jorgelina Guzmán Moré, de las proyecciones de estos programas desde 1986, devino el Primer Programa Cultural Nacional, y apunta que “[e>l mencionado Programa debía ser, en las nuevas circunstancias, el elemento rector de la dirección, la gestión y el control del trabajo en la esfera cultural. Se convertiría en el elemento integrador de gestión y expresión de la política cultural, incluyendo su financiamiento” (Guzmán 2010: 53). Sin embargo, añade la autora, no se puso en práctica hasta 1995 (Guzmán 2010: 52).

5En realidad, Fidel había empezado a referirse a la crisis que se veía venir como “periodo especial en tiempo de paz” desde un discurso pronunciado el 28 de enero de 1990 (Castro 1990b).

6La autora toma el dato del periódico Juventud Rebelde. Cuba, 15 de marzo de 1992. 7a.

7Paideia fue el nombre del grupo compuesto en 1988 por Rolando Prats Páez, Reina María Rodríguez, Ernesto Hernández Busto, Radamés Molina, Víctor Fowler, entre otros que se sumarían. Esta iniciativa cívica presentaba en el campo intelectual una agenda de diálogo, estudio crítico y revisión de los modos de organización política y cultural en el país. Tras varias actividades que incluyeron reuniones, presentaciones literarias, paneles y la publicación de una revista con el título de Paideia. Proyecto de promoción, crítica e investigación de la cultura, que nunca llegó a salir, fue perseguido por la Seguridad del Estado y prohibido. Véase Morejón Arnaiz 2006.

8En la década de los setenta, aparecía y desaparecía la revista C Línea, con el subtítulo Revista Latinoamericana de Estudios de Historieta, antecedente de la que auspició el Centro Pablo en 2001.

Recibido: 22 de Noviembre de 2022; Aprobado: 24 de Abril de 2023

Roberto Rodríguez Reyes. Máster en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan). Coordinador y editor del Archivo Rialta. Estudiante de doctorado en el Departamento de Estudios Hispanos de la Universidad de Brown. Sus líneas de investigación son los vínculos entre literatura, política y moral; las publicaciones periódicas culturales y las editoriales en América Latina, el Caribe y Cuba; y los estudios sobre narrativa latinoamericana. Su más reciente publicación es la compilación de textos críticos Roberto Bolaño (Colección Valoración Múltiple, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2019).

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