Introducción
La arquitectura regionalista producida en Guadalajara a finales de la década de los veinte y hasta poco después de 1936, sin lugar a dudas, ha sido inventariada y estudiada desde múltiples aspectos, a saber, a partir de sus elementos constitutivos, del contexto urbano y cultural en que se generó, de la apropiación de ciertos preceptos y composiciones plásticas tradicionales y ajenas; incluso, un número representativo de estas obras han sido protegidas y reconocidas como parte del patrimonio arquitectónico jalisciense del siglo XX.1 A pesar de ello, lo que todavía quizá es menos conocido atañe a algunas ideas previas que influyeron en la concepción de dicha arquitectura.
De tal manera, lo que nos interesa en este trabajo es analizar en particular tres textos que se adelantaron a la producción de la arquitectura moderna con características regionalistas y, por consiguiente, a las propuestas de la llamada posteriormente Escuela Tapatía de Arquitectura -denominación que también recibe la arquitectura regionalista en Guadalajara-,2así como el contexto donde surgieron, ya que consideramos que éstos tuvieron influencia en la creación de obras que hoy se agrupan y estudian bajo el signo de dicha Escuela.3 La selección de los textos se hizo atendiendo a la difusión que tuvieron precisamente entre los constructores jaliscienses y, sobre todo, examinando que los contenidos de los escritos fueran clave para orientar la concepción y la actividad arquitectónica; es decir, que diluciden tanto acerca de las nociones como de los preceptos del arte arquitectónico y que, además, reflexionen sobre el contexto y las tradiciones constructivas locales, temas de discusión en el ámbito nacional desde mediados del siglo XIX, fundamentales para la nueva propuesta arquitectónica tapatía.
Tras examinar varios escritos editados antes de 1927, fecha aproximada en que aparecen las primeras construcciones consideradas como arquitectura regionalista tapatía,4 seleccionamos dos artículos y un libro elaborados por constructores de Guadalajara: “La habitación en Jalisco” de Gabriel Castaños y “La habitación tipo en Jalisco” de Ambrosio Ulloa, ambos editados en el Boletín de la Escuela de Ingenieros de Guadalajara -en el mes de mayo y septiembre de 1902, respectivamente-; y El hombre y la arquitectura de Agustín Basave, publicado en 1919.
La selección obviamente deja de lado varias obras que fueron comunes en la formación y actualización de los ingenieros y arquitectos del país. De igual forma, no se analizan aquellos cuya relación con la Escuela Tapatía de Arquitectura ya se ha establecido, como son Les colombieres y Jardins enchantés, obras de Ferdinand Bac.5
El análisis de estos textos seleccionados se justifica no sólo por su circulación previa a la aparición de esta arquitectura, sino porque, como bien lo ha asegurado Mijaíl Bajtín, “cuanto más pleno y concreto sea el conocimiento que tengamos de los contactos genéricos de un artista, tanto más podemos comprender profundamente la interrelación entre tradición e innovación”.6
De tal suerte, siguiendo esta perspectiva de trabajo, los escritos seleccionados van más allá de dar cuenta de reflexiones concernientes a la realidad profesional y social, buscan también explorar algunos asideros conceptuales y empíricos que orientaron el quehacer constructivo entonces y que, en cierto sentido, dieron continuidad a la discursividad proveniente de la segunda mitad del siglo XIX.
Aun cuando los escritos elegidos aparecen en 1902 y en 1919, el presente trabajo también explora la existencia de contenidos afines en otras obras, planes de estudio y debates surgidos varias décadas antes, lo que permite reconocer que los asuntos tratados forman parte de la experiencia profesional de los arquitectos e ingenieros mexicanos y, del mismo modo, valorar su originalidad en el contexto jalisciense.
Es importante advertir que los autores de los escritos seleccionados, además de ser notables constructores en el estado de Jalisco -Castaños y Ulloa desde finales del siglo XIX-, se desempeñaron como profesores de la Escuela Libre de Ingenieros, institución en la que obtuvieron sus títulos los más connotados creadores de la arquitectura regionalista, a saber, Luis Barragán Morfín (1902-1988), Pedro Castellanos Lambley (1901-1961), Rafael Urzúa Arias (1905-1991) e Ignacio Díaz Morales Álvarez Tostado (1905-1992).
Por lo mismo, cabe aquí referirnos a la función autor, definida por Michel Foucault como la “característica del modo de existencia, de circulación y de funcionamiento de ciertos discursos en el interior de una sociedad”,7 que en nuestro caso de estudio significó la posibilidad para los autores de ejercer
un cierto papel en relación al discurso […] caracterizar un cierto modo de ser el discurso [… lo que] indica que dicho discurso no es una palabra cotidiana, indiferente […] se trata de una palabra que debe recibirse de cierto modo y que debe recibir, en una cultura dada, un cierto estatuto.8
Asimismo, las fechas de publicación de las obras son importantes: 1902, cuando se fundó la Escuela Libre de Ingenieros, y 1919, año a partir del cual ingresaron a la escuela los constructores que producirán la arquitectura regionalista en Guadalajara, Barragán Morfín y Castellanos Lambley,9 y Urzúa Arias y Díaz Morales hacia 1924.10
Contexto e ideas
A mediados del siglo XIX la apremiante necesidad de comunicar al país y de mejorar las condiciones de infraestructura urbana y los ámbitos arquitectónicos -elementos clave para llevar adelante el proceso de instauración del liberalismo- demandó a los profesionales de la construcción cuestionar sus tareas, y en el caso particular de aquellos dedicados a la producción arquitectónica a deliberar acerca de otros asuntos, como la belleza y el “carácter que debía tener la arquitectura del futuro cercano a fin de dejar atrás la preeminencia de los estilos”,11 así como a replantear su formación académica y el ejercicio de la profesión.12 Tales evidencias han permitido a Ramón Vargas Salguero afirmar que la “profesión a la que con mayor apremio se le conminó, a partir de 1857, a modificar la forma como históricamente había desempeñado su función en el conjunto de las fuerzas productivas de la sociedad fue, sin duda, la de arquitecto”.13
No obstante las discusiones sobre el quehacer de los constructores en los años cincuenta y sesenta del siglo XIX, la experimentación de nuevas formas arquitectónicas no se reflejó de inmediato; la realidad del país, marcada por varios conflictos y la acendrada desigualdad de las regiones, fue poco propicia para el debate generalizado y el surgimiento de propuestas arquitectónicas inéditas, e incluso para llevar adelante los proyectos de comunicación que tanto se necesitaban.14
Sin embargo, las modificaciones urbanas emprendidas entre los años sesenta y setenta, así como la refuncionalización arquitectónica de muchos de los antiguos edificios religiosos, ya entonces propiedad de la nación de acuerdo con las Leyes de Reforma, resultaron una fórmula, si bien no exclusiva del liberalismo, para la modernización de ciudades -renovación de infraestructura, erección de recintos cívicos, reordenamiento de la traza, movilidad del mercado de suelo en zonas céntricas-, y también un medio para la búsqueda, en ciertos casos, de nuevas formas arquitectónicas a partir de la síntesis de estilos del pasado, es decir, bajo el signo de algunas de las variantes no clasicistas.15
Andando el tiempo, hacia 1880, en la misma medida en la que el país se adentraba en la “paz porfiriana”,16 se incrementó la construcción de nuevos edificios ex profeso, sobre todo en aquellas ciudades que jugaban un papel importante en la economía nacional, gracias a una élite que poseía los recursos para ello, a la par que las entidades federativas iban siendo conectadas por las nuevas vías de comunicación:17 “Las ideas, las teorías arquitectónicas y las tendencias estilísticas o las modas viajaban más cómodamente y con más celeridad cuando lo hacían por tren”.18
Muchos de estos edificios inéditos se erigieron en áreas de reciente crecimiento urbano destinadas para las élites y en las que profesionales de la construcción experimentaban con variedad de formas cada vez menos clásicas hacia 1880, o sea, con predominio de ornamentaciones que corresponden a algunas de las tendencias eclécticas, que van desde el integrado, neogótico, neobarroco, utilitarista, hasta el art nouveau y el neorrománico, entre otros.19
En Latinoamérica y particularmente en México, como bien apunta Jean Franco, el desarrollo de los movimientos artísticos no se puede ver al margen de “las preocupaciones sociales y políticas, [centrado sólo en] la solución a problemas meramente formales, […] sino que surgen como respuesta a factores externos al arte”. Por consiguiente, al decir de la autora, la historia del arte latinoamericano no obedece a un desarrollo continuo, sino que “se presenta como una serie de nuevos puntos de partida”.20
Pese a lo aciago del periodo se mantuvo la exigencia de la búsqueda de una nueva concepción de la arquitectura y la crítica a la variedad de formas y tipologías arquitectónicas, al menos entre algunos grupos de profesionales, lo que permitió a entendidos como Manuel Gargollo y Parra21 demandar, en una fecha tan temprana como 1869, ante la Asociación de Ingenieros Civiles y Arquitectos (fundada en enero de 1868), la creación de un estilo nuevo pero “apropiado a nuestro país, a nuestras costumbres”, que dejara de lado al eclecticismo, visto entonces como un anaquel de donde se sacaban “motivos y modelos” que abastecían a las obras arquitectónicas conforme se requería.22
No obstante los argumentos en contra de algunos especialistas, lo cierto es que la diversidad de formas agrupadas bajo el eclecticismo continuó avanzando hacia el siglo XX, al igual que lo hizo la embestida a los estilos, que intentaba, aun cuando era minoría, influir en la creación de una arquitectura moderna y nacional, y de la que dan cuenta revistas especializadas de finales de siglo, algunos periódicos y semanarios.23 Es por ello que todavía en 1926 un arquitecto jalisciense, Luis Prieto y Souza, a propósito del concurso arquitectónico para representar a México en la Exposición Internacional de Sevilla (1927-1929), reflexiona críticamente sobre la diversidad de tendencias estilísticas empleadas, entre los cuales enuncia las que le parecen más representativas del periodo:
[…] los inspirados en motivos arqueológicos precortesianos, los que recreaban las modalidades hispano-coloniales de México, los de interpretación contemporánea del periodo colonial de España, los que adoptan el estilo universal cosmopolita y, por último, la importación de los barbarismos plásticos, exóticos, en nuestro medio.24
Obviamente esta discusión también abarcó la formación de los arquitectos e ingenieros de la construcción que venía desde mediados del siglo XIX,25 aunque pesarán más otros factores externos al arte arquitectónico. Una muestra de la dirección que se pretendió tomar en la segunda mitad de dicha centuria puede constatarse en el nuevo “Plan de estudios para las carreras de Arquitecto, Ingeniero, Agrimensor y Maestro de obras, en la Academia de Nobles Artes de San Carlos”, presentado por Javier Cavallari (quien había sido profesor de la Universidad de Palermo) en 1857, plan que pone especial énfasis en adiestrar a los futuros ingenieros arquitectos en la construcción de caminos, vías férreas y puentes, además de capacitarlos en otras materias como composición y estética.26
Esta orientación se modificó en enero de 1868, según la Ley Orgánica de la Instrucción Pública para el Distrito Federal, y con ello se separaron de nuevo las carreras de ingeniero civil y arquitecto; modificación que tan sólo unos meses después, en marzo de 1869, fue reconsiderada por el gobierno juarista, quedando suprimida la carrera de arquitecto, subsistiendo la de ingeniero civil y restableciéndose la de ingeniero arquitecto.27 Sin duda el plan de estudios de esta última carrera resultó diferente al concebido por Cavallari y fue aplicado exclusivamente en la Escuela de Ingenieros.28
Para profesores como el arquitecto y agrimensor Gargollo, la clave para encontrar el “estilo del provenir” está en la combinación de saberes y habilidades de los ingenieros y arquitectos:
Un ingeniero que no es artista, un arquitecto que no es calculador ni matemático, son dos partes incompletas de un solo todo: es el primero como digo un cuerpo sin alma, y el segundo un espíritu divorciado, de sus sentidos materiales […] Así como la ciencia y el arte son hermanos, el ingeniero y el arquitecto, en vez de seguir opuestos caminos deben darse la mano al atravesar los senderos de este mundo. Esta Asociación reúne lo más florido de los ingenieros y arquitectos de México, ella está llamada a crear esa escuela orgánica que eche cimientos del estilo del provenir; reunamos nuestros esfuerzos, y yo confío en que llegará un día de gloria para nuestro país, en que de esta Asociación brote ese estilo de arquitectura nacional.29
Gargollo va más allá en su razonamiento al preguntarse por qué divorciar la ciencia y el arte, particularmente en el caso de estas disciplinas. Tal cuestionamiento debe resaltarse, ya que es un asunto medular en la construcción de la modernidad cultural, y por ende del arte, la que se caracteriza, según Max Weber, por la separación de “las visiones del mundo unificadas de la religión y la metafísica [en esferas autónomas] que son la ciencia, la moralidad y el arte”.30
Aunque Gargollo comparte con varios profesionales de la arquitectura la preocupación por encontrar el “estilo del provenir”, lo imagina relacionado con las costumbres del país, lejos de los fundamentos de la modernidad, la que en el siglo XIX va erigiendo una “conciencia radicalizada” y en la que, a diferencia de otras etapas, no sólo se concebía lo moderno como la conciencia de una nueva época, sino como la liberación de “todos los vínculos históricos específicos” (p. 20).31
No obstante que décadas después, en 1877, la carrera de arquitecto se restableció en la Escuela Nacional de Bellas Artes, las escuelas de ingenieros comenzaban a ser una realidad en varias ciudades del país (De la Torre, 2000: 70 y ss.), y con ellas el número de profesionales de la construcción egresados de sus aulas; ello hizo posible que pronto fueran una gran mayoría frente a los arquitectos,32 a la vez que permitió afrontar muchas de las labores constructivas que entonces se demandaban y propició también el empleo de nuevos materiales.
En Jalisco la enseñanza de disciplinas afines con la construcción arquitectónica tuvo su base más significativa en la irregular existencia del Instituto de Ciencias,33 en particular en lo que correspondió a la “Academia” o las “Bellas Artes”, estudios que intermitentemente se impartieron en el Instituto o en la Universidad de Guadalajara, conforme los cierres y reaperturas, y en cierta medida en la formación de ingenieros en esta misma institución,34 algunos de los cuales se desempeñaron como constructores -a pesar de que hasta 1883 no se crearía la carrera de ingeniero civil-, máxime desde finales de los años sesenta -después del completo triunfo republicano-, cuando comenzaron a impulsarse mejoras materiales en la ciudad capital y a avanzar o reactivar la construcción de obras de infraestructura en el Estado.35
Guadalajara, como muchas de las capitales mexicanas por estos años, paulatinamente aumentaba su superficie urbana, la cual pasó de 334 manzanas en 1800 a 812 en 1879.36 lo mismo sucedió con su población, que sumaba alrededor de setenta y cinco mil almas en 1874, cifra que continuaría en ascenso hasta rebasar los ochenta mil habitantes en la década de los ochenta,37 época en que se convirtió en la segunda localidad más poblada del territorio nacional, superando finalmente a la ciudad de Puebla.
Al igual que en otros lugares, en la capital tapatía se llevaban a cabo intervenciones urbanas, sobre todo aperturas de calles como resultado del fraccionamiento o derrumbe de conjuntos religiosos -por ejemplo el de San Francisco y El Carmen-, proceso que se emprendió en los años sesenta y que se prolongó hasta los ochenta, además de la refuncionalización de viejos edificios que habían pertenecido a la Iglesia católica -caso del beaterio de Santa Clara, San Felipe, El Carmen-, y que a partir de entonces se destinaron a la beneficencia, la instrucción pública o a la milicia.38
Serán en su mayoría los ingenieros quienes se hagan cargo de tales obras,39 aunque también en la construcción o mejoramiento de ciertos edificios connotados hubo participación de arquitectos o maestros de obras egresados del Instituto, como fue el caso del arquitecto Manuel Gómez Ibarra, quien desde los años cuarenta había dado muestras de su conocimiento en la recomposición de la catedral afectada por el temblor de 1847.40 Comenzaban a abrirse “espacios de oportunidad después de una larga fase de inmovilidad del mercado de suelo [lo que daba] cuenta de la materialización urbana de la ideología liberal”.41
A partir de 1883, con la reforma educativa local, “a la par de otros reacomodos que estaba experimentando el sistema educativo en la capital del país […] se dispuso que la enseñanza superior se organizara en tres escuelas especiales: la de Ingeniería, la de Medicina y Farmacia, y la de Jurisprudencia”.42 La Escuela de Ingenieros de Jalisco (1883-1896) incluyó entre sus carreras la de Ingeniero de Puentes y Canales (Civil), sustituida después de la expedición de la Ley Orgánica de la Instrucción Pública de junio de 1889 por la de Ingeniero Arquitecto.43
En el quehacer formativo de la Escuela de Ingenieros destacan numerosos profesores, algunos de los cuales son de interés para nuestro trabajo, la mayoría de ellos educados en el Instituto de Ciencias, como Ambrosio Ulloa, quien en 1880 se recibió de ingeniero topógrafo e hidromensor, abogado y notario;44 en tanto que unos pocos egresaron de instituciones docentes de la ciudad de México o del extranjero, como es el caso de Gabriel Castaños con estudios de ingeniero civil en Bélgica hacia los años sesenta.45
La formación de ingenieros en Jalisco no se limitó a las aulas, también comprendió la participación en las actividades promovidas por la Sociedad de Ingenieros, la que había sido fundada en febrero de 1869 -poco más de un año después que la Asociación de Ingenieros Civiles y Arquitectos de México-, en medio de un ambiente de tensión entre los liberales locales, conflictos de intereses de sectores de la burguesía asentada en el Estado, entusiasmo por la organización de asociaciones de profesionales, rotundo fracaso del sistema de enseñanza abierta, demanda de la creación de nuevas carreras relacionadas con las ciencias físico-matemáticas, etcétera.46
De allí, la preocupación científica de la Sociedad que en 1883 emprendió acciones diversas que incluyeron, entre otras, su apoyo a la Escuela de Ingenieros de Jalisco sin la rectoría del Instituto, desaparecido en tal año. Su impulso se reflejó en la investigación sobre variados temas, tanto empíricos como teorizantes, mismos que se publicaron en los boletines de la Sociedad (1880-1887),47 en los cuales colaboraron muchos de los profesores de la Escuela de Ingenieros. El Boletín resultó el medio propicio para intercambio con asociaciones y publicaciones nacionales y extranjeras; ya en 1884, se tenía contacto con el Bulletin de la Société Scientifique Industrielle de Marsella, Francia, con el O Constructor de Lisboa, Portugal, y los Anales de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México.48
Es necesario precisar que no obstante que algunos arquitectos integraron también la Sociedad de Ingenieros de Jalisco, como Manuel Gómez Ibarra y Jacobo Gálvez,49 que por periódicos y revistas -tales como los Anales de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México- conocían de los cuestionamientos de la época acerca de la necesidad de idear el “estilo del porvenir”, la polémica sobre el objeto del arte, el gusto, etc. Sin embargo no fue de su interés reflexionar, al menos no en el Boletín de la Sociedad, acerca de la belleza per se, del predominio de antiguas formas, de la creación de un “estilo nacional”; ni siquiera opinar sobre otras formas de habitar, a pesar de que ya desde 1841 en el entorno tapatío había muestras de nuevas prácticas habitacionales con la creación de colonias industriales por iniciativa de empresarios textileros.50
Sin embargo, para la Sociedad de Ingenieros sí fue prioridad abonar en sus boletines a la discusión, quizá, más importante del momento: el progreso y los adelantos científicos, lo útil en contraste con lo inútil; asuntos que incluso recoge el Reglamento de la Sociedad de Ingenieros.51 Es en este lenguaje científico del Boletín que encontramos en un artículo del ingeniero Juan I. Matute de 1886, “Ligera reseña de la ciudad de Guadalajara”, la única referencia hecha a características arquitectónicas de edificios de la ciudad, entre otros asuntos a los que dedica mayor atención como la salud, la muerte, el clima y los caminos.52
A la par, podemos afirmar que la manera en que se describen los inmuebles y el trazado urbano de la ciudad tiene mayor coincidencia con el estilo de los textos publicados por viajeros de la primera mitad del siglo XIX, como George Francis Lyon y Carl Nebel,53 que aquellos escritos que para la misma fecha comenzaban a producirse sobre la historia de la arquitectura o trabajos de historiografía romántica de los que dan cuenta boletines, folletos, revistas de asociaciones de profesionales nacionales e internacionales.
Tal orden de prioridades acreditará los aires modernizadores que llegaron a Guadalajara con la consolidación del Porfiriato: incremento de servicios, como almacenes y hoteles, y la introducción de nueva infraestructura, como la instalación de los primeros telégrafos entre 1867 y 1868, el tranvía de tracción animal -tirado por mulitas- en 1878, el alumbrado eléctrico en el centro de la ciudad en 1884 y, poco después, en mayo de 1888, el arribo del primer convoy ferroviario.54
La marcha del progreso se construía tanto sobre elementos simbólicos como sobre administrativos y jurídicos, cuyos principales beneficiarios fueron los grandes propietarios, el capital extranjero y el grupo de los llamados “científicos”, frente al acrecentamiento de la desigualdad social, lo mismo en el ámbito urbano que rural.55
La ausencia de discusiones relativas a aspectos formales y tipológicos, aunada al propio gusto de la élite tapatía, favoreció que los ingenieros jaliscienses continuaran recurriendo a ese “anaquel” de motivos y modelos eclécticos para suntuosas obras realizadas entonces -en cierta medida, una búsqueda también-.56Así podemos ver el diseño fallido de Gabriel Castaños y Domingo Torres García en 1885, en el que se planeaba la renovación de la portada de la Catedral de Guadalajara, incluidas las torres, con arreglo a tales las formas;57 o más tarde, en 1900, en la propuesta del ingeniero Antonio Arróniz Topete para reformar la cúpula de la parroquia del Sagrario.58
En el proyecto de Arróniz se evidencia, además del uso de nuevos materiales y del empleo de términos técnicos contemporáneos,59 una composición historicista; a la vez que en el dictamen de Castaños, encargado de revisar la propuesta, se muestran algunos juicios de valor sobre la composición neoclásica. Según su opinión, el clasicismo obligaba a que las columnas fueran siempre acompañadas de pilastras, no obstante, asegura que en algunas obras
en que los buenos arquitectos han infringido esta regla levantando, como en este caso, columnas aisladas frente a otras empotradas, el bello ejemplo que se ve en la hermosísima cúpula de los Inválidos, autoriza al Señor Arróniz para adoptar una disposición semejante y no sería de exigírsele un cambio en su composición […].60
El cierre de la Escuela Oficial de Ingenieros de Jalisco en 1896, debido a circunstancias oficiales y oficiosas poco favorables, dio inicio a un periodo en el que entendidos como Gabriel Castaños y Ambrosio Ulloa, junto con otros profesionales, repensaron la enseñanza de la ingeniería en Jalisco y finalmente decidieron la creación de la Escuela Libre de Ingenieros en enero 1902, bajo el auspicio del ingeniero Ulloa en el arranque.61
Orientar la práctica profesional
Casi a la par del establecimiento de la Escuela Libre de Ingenieros, algunos de sus académicos iniciaron reflexiones sobre temas que antes no habían sido tratados en el Boletín de la Sociedad de Ingenieros -desaparecido en 1887-, es así que a partir de 1902 el Boletín de la Escuela de Ingenieros de Guadalajara ya los incluye, a saber: habitabilidad, tipología, costumbres, crítica a los estilos, renovación plástica de la arquitectura, entre otros;62 con estos análisis procurarán orientar la formación de juicios de valor, e incluso explorar relaciones entre tradición e innovación.
De manera que será el Boletín mensual de la Escuela una de las vías para difundir particularmente estos conocimientos, entre 1902 y 1914, además de aquellos propios de las ingenierías que allí se estudiaban; es decir, la puesta en circulación de un discurso del que los autores -función de autor, a decir de Foucault-63esperaban que se apropiara la sociedad tapatía o cuando menos los especialistas en la construcción que forjaba la Escuela Libre de Ingenieros. Al mismo tiempo que se reforzaban estas enseñanzas mediante los saberes prácticos de los profesores y las “conferencias populares”.64
Entre los numerosos profesores que colaboraron tanto con el Boletín como en las conferencias populares destacan varios nombres: Gabriel Castaños, Ambrosio Ulloa, Daniel Navarro, Carlos F. Landeros, José Tomás Figueroa, Mariano Schiaffino, José María Arreola, Manuel García de Quevedo, Félix Araiza, Rafael y Manuel de la Mora, entre otros. Sin embargo, fueron Castaños y Ulloa quienes por primera vez abordaron en el Boletín temas propiamente de la arquitectura, si bien no serían los únicos a lo largo de estos años, por ejemplo, entre octubre de 1905 y enero de 1906, el Boletín publicó una conferencia de Agustín Aragón impartida en la Escuela Nacional Preparatoria “sobre las aptitudes que deben tener los jóvenes que se dediquen a la carrera de la ingeniería, y las dificultades de adquisición de los conocimientos de la misma carrera, y ventajas del ejercicio de ésta”.65
Entre los temas relacionados con el ejercicio de esta profesión, Aragón menciona las posibilidades de “aprovechar las fuentes naturales de energía”, considera que la “actividad profesional, en términos generales, no debe organizarse del todo sobre la base egoísta del negocio o los fines personales” y, cuando se refiere particularmente a la carrera de “ingeniería arquitectónica”, asegura que debe contemplar también el “elemento estético, porque las obras de arquitectura no sólo son obras de utilidad, sino obras de belleza, obras que sirven también para producir emoción dulce y grata en el ánimo del hombre”.66
También por estos años los profesionales de la construcción en la ciudad tuvieron acceso a revistas como El arte y la ciencia,67 la que, por ejemplo, en dos de sus números de 1907 -julio y agosto- editó la conferencia del arquitecto Jesús T. Acevedo “Consideraciones acerca de la arquitectura doméstica”, en la cual se refiere, con un lenguaje más propio del romanticismo, a “la relación entre el sistema de vida de la humanidad y el estilo arquitectónico”.68 Para el autor es evidente que el arte es producto de la relación entre el pasado y el presente, a la vez que no es ajeno a los sentimientos e ideas de cada época; sin embargo, como resultado del análisis comparativo que realiza, distingue a la arquitectura producida en Occidente durante los siglos XII, XIII y XIV como una concepción particular, sin que haya tomado nada de Egipto, Grecia o Roma, y por consiguiente digna de admiración.
La casa, durante la Edad Media, es totalmente opuesta, en sus tendencias a la habitación de nuestros días que es vulgar, muy vulgar y uniformemente confortable; como si la vida del negociante, sus costumbres, y sus necesidades fueran iguales a las del soldado; como si el alojamiento para un notario pudiese convenir a la mujer de moda. Todos vivimos mal en la casa que alquilamos y los paseantes no ven sino fachadas casi idénticas, que nos habrían hecho morir de spleen si en nuestro país pudiésemos caer bajo el imperio de tal enfermedad. El propietario de la Edad Media, si desea construir su casa, llama a uno de los sabios entre los más sabios arquitectos de su tiempo, quien con la colaboración de artesanos que son verdaderos príncipes del arte, ejecutan la obra cuidadosamente imaginada, en vista de los gustos y profesión de su dueño y llamada a testificar la sinceridad de sus autores. El estilo de estas moradas es una continuación del de la catedral […]69
No obstante las publicaciones mencionadas y las obras que pudieron haber consultado profesores y estudiantes en la biblioteca de la Escuela Libre de Ingenieros,70 los textos de Castaños y Ulloa son los primeros producidos localmente en los que se establece una clara interdependencia entre las formas arquitectónicas, el contexto y los saberes locales; interdependencia que también se encuentra en algunos trabajos difundidos en el país, caso de la revista antes citada El Arte y la Ciencia, si bien muchos de los autores que abordaron estos temas igualmente hicieron hincapié en valorar las formas arquitectónicas como parte de las artes plásticas, a la vez que insistieron en la necesidad de producir una arquitectura nacional y moderna.
Es así que Gabriel Castaños y Ambrosio Ulloa desde 1902 reflexionaban acerca de los tipos de habitación en Jalisco con fundamento en sus experiencias empíricas,71 razonamientos que no volvemos a observar de la misma manera en trabajos editados por el Boletín posteriormente o en textos producidos por profesores de la Escuela Libre de Ingenieros hasta finales de la segunda década del siglo XX. El primero de los autores publicó en el Boletín de la Escuela en mayo de 1902 la conferencia que había sustentado el 24 de febrero anterior, en la que refirió sus consideraciones sobre
la habitación del hombre, dado el estado de la civilización, debe responder a dos órdenes distintos de exigencia, el uno corresponde a las prescripciones invariables del Arte arquitectónico y el otro dependiente de las condiciones locales; por consiguiente, las primeras serán generales para todos los pueblos y las otras variarán para cada localidad en particular.72
Para Castaños la arquitectura debía responder tanto a la utilidad (comodidad y solidez) como a la belleza, “fin común que todas las artes persiguen”, y que en el caso de la arquitectura obedece a la verdad en la forma, es decir, al orden y a la armonía de las líneas y a la variedad de sus combinaciones; aspectos que considera “amalgama inteligente […] que constituye lo que admiramos en las obras que satisfacen al buen gusto en general” de todos los pueblos,73 pero que no son suficientes cuando nos referimos a la obra arquitectónica concreta, en la que deben estar presentes las condiciones locales.
En cuanto a la influencia de lo local Castaños destaca varios aspectos: el clima (advirtiendo que en Jalisco variaba muy poco); las costumbres (incluida la mayor presencia en el hogar de mujeres, niños y algunos animales, la escasez de espacios públicos, todo lo cual debe tenerse en cuenta para satisfacer las necesidades); los materiales de construcción (tradicionales e industriales); el lugar donde se construya (humedad, orientación, drenaje, etc.); y los tipos de habitación (ubicación en la traza urbana, tamaño del asentamiento, número de pisos, servicios públicos, entre otros).74
Para Castaños el análisis de estas exigencias locales deben llevar a fijar la habitación modelo y, a partir de ésta, establecer los tipos más apropiados para los diversos sectores sociales. Concluye estas reflexiones con una crítica a los chalets y villas que se levantaban en las modernas colonias del poniente de la ciudad, que considera exóticos y que no respondían a las condiciones locales enunciadas;75 evaluación similar a la que realizarían otros profesionales como Carlos J. S. Hall veinte años después, a propósito de las nuevas colonias de la ciudad de México.76
Es importante destacar la forma en que se estructuró el artículo: primero se abordan aspectos generales relacionados con el arte arquitectónico universal y luego, de acuerdo con el pensamiento científico en desarrollo, se enlistan aquellos elementos de la naturaleza que se considera influyen en los tipos de habitación y, por último, se alude a aspectos sociales, es decir, se parte de la observación del medio ambiente natural, para posteriormente analizar las costumbres del lugar donde se construirán las viviendas con proporciones y materiales adecuados.
En cierta medida este texto mantiene argumentos similares a los del artículo de Juan I. Matute, “Ligera reseña de la ciudad de Guadalajara”, de 1886, quien también fue profesor de la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara desde 1902. De esta manera, en el texto se subdividen los tipos de vivienda atendiendo a los factores naturales y sociales antes mencionados, no obstante que estos últimos tienen una mayor representación en el diseño arquitectónico cuando se refiere a edificios construidos en zonas urbanas y para los estratos socioeconómicos más altos.
En el discurso es evidente la ausencia del término “estilo”, impuesto a partir del siglo XIX en muchos de los escritos sobre arquitectura, y sobre el que arquitectos contemporáneos a este autor, como Nicolás Mariscal, publicaron sus concepciones. No cabe duda de que el trabajo de Castaños se integra a la corriente historiográfica de la arquitectura, sin embargo, la perspectiva desde la que elabora su propuesta es la de la habitabilidad y no a partir del inventario de edificios, autores, rasgos estilísticos;77 tema que a partir de los años veinte encontraremos con frecuencia, por ejemplo, en muchos de los artículos que aparecieron en la sección de arquitectura del Excélsior.78
Meses después (en septiembre de 1902), Ambrosio Ulloa abundaría en el tema, según lo refiere él mismo. El estudio se centró en una propuesta de clasificación de “La habitación tipo en Jalisco”, con mayor énfasis en Guadalajara. El análisis, que incluye los dibujos respectivos, se divulgó en el número 9 del Boletín, agrupó los tipos de habitación de acuerdo con el estrato socioeconómico y, por ende, los relacionó con las dimensiones del lote, el partido arquitectónico, las funciones (ya de casa habitación o para el comercio), niveles construidos y ubicación dentro de la traza urbana de la ciudad, el pueblo o la ranchería.79
Ulloa, al igual que su mentor Gabriel Castaños, termina su texto con una crítica a aquellos inmigrados de otras partes del país o del extranjero, que han reproducido tipos de habitación de su lugar de procedencia o introducido ideas ajenas al entorno local y, por lo mismo, ha resultado
[…] muy inadecuado para la localidad. Como no sería remoto, que dado el espíritu de imitación que aún reina entre nosotros, se estableciera la tendencia al cambio de tipo de habitación, con grave perjuicio de la salud y de la comodidad, nos apresuraremos a combatir esas ideas presentando gráficamente nuestras habitaciones tipos.80
Es así que, tanto “La habitación en Jalisco” como “La habitación tipo en Jalisco”, se integraron a los estudios que van más allá del análisis de las fachadas que dieron inicio en la década de 1840, entre los cuales destacan los escritos de Lorenzo Hidalga a propósito de los proyectos del Mercado del Volador (1843) y de la penitenciaría (o cárcel municipal, 1848), en los que se refiere a los aspectos utilitarios como conveniencia y economía, entendida la conveniencia como la solidez, salubridad y comodidad, y la economía como la eliminación de todo lo que sea inútil al edificio, sin prescindir del diseño.81
Del mismo modo, los textos de Castaños y Ulloa forman parte de los ensayos de carácter historiográfico del proceso productivo de espacios habitables, en los que desde finales del siglo XIX se analiza la arquitectura, sobre todo los edificios públicos y las viviendas construidas para las élites urbanas, atendiendo también a la tipología de planta, la que tendrá especial importancia en la crítica arquitectónica, tal como se puede apreciar en los artículos de Antonio Rivas Mercado con motivo del proyecto del Palacio Legislativo Federal, publicados en la revista El Arte y la Ciencia entre abril y septiembre de 1900.82
Debe reconocerse que estos autores fueron pioneros en el tema de la vivienda, no sólo de la élite, sino también de la popular en general, mismo que quedó consignado en la Constitución de 1917, en el artículo 123, fracciones XII, XIII y XXX,83 sin menoscabo de los múltiples trabajos que sobre la vivienda aparecieron en las primeras décadas del siglo XX, como los de Federico Mariscal, por caso su artículo publicado en el Excélsior en 1924: “El estilo de la casa mexicana debe ser el que mejor cuadre”, o la declaración en el mismo año de Bernardo Calderón y Juan Galindo, quienes anunciaban que 1925 sería el año de la “casa popular”.84
Años más tarde, hacia finales de la segunda década del siglo XX, otro profesor de la Escuela Libre de Ingenieros, Agustín Basave,85 retoma en el ámbito local estas reflexiones conceptuales y empíricas que trataban de orientar el quehacer constructivo con la obra El hombre y la arquitectura, terminada de escribir en 1918 y publicada en 1919, cuyo propósito, a diferencia de los artículos antes referidos, estaba dirigido a aquellos interesados en la historia de la arquitectura o en la arquitectura misma y, por consiguiente, en el proceso de producción de espacios habitables. Se trata de una postura comprensible si conocemos que Basave se encargaba desde mediados de la segunda década de impartir materias como nociones y teoría de la arquitectura, historia de la arquitectura, y órdenes y decorados.86
Según indica el autor, se propone presentar a “la arquitectura en su sentido espiritual”, producto del genio humano a través de los tiempos;87 dicho argumento lo sustenta con un notable aparato erudito, que incluye autores clásicos como Marco Vitruvio Polión y Jacopo Vignola, y filósofos, tanto críticos de arte como historiadores, para entonces muy reconocidos, como John Ruskin (1819-1900), Hipólito Taine (1828-1893), Charles Blanc (1813-1882) y Guy de Maupassant (1850-1893), quienes indagaron acerca del papel del arte, en particular el de la arquitectura, desde mediados del siglo XIX.88 Autores, la mayoría de ellos, que fueron muy empleados y a veces criticados, en especial Vignola, en los textos de corte historiográfico escritos por ingenieros o arquitectos a partir de la última década de esta centuria.89
Basave define la arquitectura como “el arte humano por excelencia […] donde han dejado las distintas razas sus ideales y su fe, sus adelantos y sus caídas, su culto a lo Bello y su espontánea admiración a las formas y fenómenos de la Naturaleza”.90 Una manera antropologizada de definir la arquitectura que difiere de textos publicados algunas décadas antes, como los Estudios estéticos de Liber Varo de 1890, para quien la arquitectura es la primera entre las bellas artes, y la “belleza reside y emana del Ser Supremo, que es el conjunto ordenado y armónico de todas las virtudes, de todas las perfecciones y, por lo mismo, en este orden supremo, en esta armonía suprema, consiste la belleza de Dios”.91
Para el arquitecto Basave la producción arquitectónica resulta de la “correspondencia entre la arquitectura y la raza, el momento y el medio de que es producto”;92 postura que respecto del contexto también compartía el ingeniero Ulloa, si nos atenemos a lo expresado en varios de los boletines de la Escuela, entre 1902 y 1914.93 Sin embargo, el capitulado de El hombre y la arquitectura no escapa a la forma en que se estructuró la historia del arte occidental a partir del siglo XIX y que en esta obra se organizó en los siguientes apartados: albores de la arquitectura, arquitectura egipcia, griega, romana, bizantina, cristiana, renacentista, moderna y sus tendencias, último apartado sobre el que opina que,
a pesar de los esfuerzos de las grandes academias […] por uniformar y encausar bien las concepciones de los arquitectos modernos, haciéndolos estudiar profundamente las necesidades y tendencias de nuestra edad en general y del país y ciudad en que viven, en particular, para expresarlas con acierto y claridad en sus construcciones, ha resultado que por afán de originalidad en algunos o por preferencia determinadas en otros, lo construido en la presente época reviste los más disímbolos aspectos y no tiene, en sus totalidad, rasgos generales que pudieran ser representativos de una idea dominante.94
Crítica con la que coincidió años después (1926) Luis Prieto y Souza ya mencionada y que, en cierto sentido, lo habían expresado en 1902 Castaños y Ulloa al referirse a las villas y chalets exóticos que se levantaban en la ciudad de Guadalajara, los que consideraban que no respondían a las condiciones de la localidad.
Aunque en la obra El hombre y la arquitectura no se mencionan explícitamente autores como los franceses Viollet-le-Duc y Julien Gaudet o los mexicanos Antonio Rivas Mercado y Nicolás Mariscal y Piña, es evidente que los planteamientos hechos siguen una línea de pensamiento desarrollada por estos autores, es decir, aquella que considera a la arquitectura como resultado de las necesidades del hombre, sus costumbres, gustos, climas,95 a partir de las cuales el especialista crea, no compila formas erigidas con anterioridad;96 argumentos que pudo haber consultado Basave en múltiples publicaciones que progresivamente circulaban por el país, por ejemplo, en números de la revista El Arte y la Ciencia entre 1899 y 1911, así como las existentes en la biblioteca de la Escuela Libre de Ingenieros,97 o en ciertas bibliotecas privadas con que algunos de ellos contaron, como fue el caso de Castaños, o en los propios textos de Castaños y Ulloa a los que nos hemos referido.
Finalmente, Basave ve el futuro de la arquitectura lleno de promesas, y apuesta a que el desarrollo de la ciencia contribuirá con nuevos materiales, procedimientos constructivos, además de con la belleza y el arte, porque a pesar de que “el hombre no llegará nunca al conocimiento perfecto […] siempre será lo desconocido fuente y abrevadero de inspiración”.98 De igual forma considera pertinente la incorporación de la mujer en la arquitectura y la decoración -lo que ya ocurre en universidades europeas y norteamericanas, según el autor-, quizá por razones que hoy se consideran subjetivas y exclusivistas, como la delicadeza y sensibilidad de la mujer,99 pero que entonces debieron ser transformadoras en un ámbito profesional exclusivamente masculino, pronunciamiento que se integra al debate abierto en México en este sentido desde finales del siglo xix.100
Hasta donde sabemos, este autor participó del interés por reflexionar sobre temas clave para la arquitectura del siglo XX como fue la vivienda y la habitabilidad, análisis que localmente, iniciaron Castaños y Ulloa en el Boletín de la Escuela de Ingenieros de Guadalajara a partir de 1902, y que, al menos para los que produjeron en Guadalajara la arquitectura moderna con características regionalistas -en el sentido más amplio-,101no constituyó una palabra cotidiana, indiferente, se recibió de cierto modo y produjo, en conjunto con otras influencias teóricas y empíricas, una cierta forma de concebir y hacer la arquitectura o, si se prefiere, de resolver ciertos problemas;102 si bien, este discurso no trascendió en una única dirección formal y constructiva en la ciudad, ni aun para aquellos arquitectos que la concibieron y llevaron a cabo.
Apunte final
Aunque la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara estuvo dedicada a lo largo de su existencia a la formación de ingenieros de variadas disciplinas, las carreras inherentes a la construcción precisaron a algunos de sus profesores, entre ellos los autores de los textos analizados, a cuestionarse el quehacer arquitectónico, la función de la arquitectura, sus representaciones y el papel del arquitecto, así como a tomar en cuenta maneras de habitar, materiales y funciones que, tal como muchas veces se ha dicho, provienen de lo local o del ambiente de provincia, de la vida cotidiana, de las maneras de hacer y de pensar en regiones mexicanas que, en definitiva, también tuvieron una ascendencia específica en las obras de la nombrada Escuela Tapatía de Arquitectura.
No obstante que muchos de los catedráticos de la Escuela Libre de Ingenieros expresaron en las aulas una noción de la arquitectura a partir de sus propias obras, de las que no podemos decir que se apartaban formalmente de las múltiples corrientes arquitectónicas vigentes entonces y de las que todavía dan cuenta las colonias del poniente de la ciudad de Guadalajara, las reflexiones planteadas en los textos aquí analizados evidencian la preocupación por dilucidar conceptos y teorías que les permitieran orientar la edificación arquitectónica o cuando menos formar parte de la discusión sobre la creación arquitectónica, lo que a la vez los relaciona con el quehacer analítico de otros profesionales mexicanos y foráneos.
Estos escritos, a la par que muestran el dominio de los autores sobre la arquitectura, favorecen la continuidad del discurso historiográfico y la crítica arquitectónica. Son precursores en otras materias como la vivienda y la habitabilidad, en las que consideran que debe prestarse atención a las condiciones locales y las costumbres, lo que los convierte en textos introductorios que probablemente encauzaron una nueva manera de concebir la arquitectura tapatía en viviendas del lapso alrededor de 1927 a 1936 y que, por lo tanto, ello nos permite comprender mejor la interrelación entre tradición e innovación; es decir, entre la eficacia o la manera de la arquitectura moderna, sobre todo europea, y la búsqueda de arquitecturas nacionales, exploración que en nuestro país dio pie a diversas expresiones arquitectónicas -algunas más allegadas a lo que se entendió por arquitectura nacional y otras que siguieron pautas de la arquitectura moderna, esto es, desde las variantes eclécticas, hasta el “californiano”, neoindigenista, art déco, racionalismo austero, etc. -, y que particularmente en Guadalajara produjo, a la par que dichas expresiones, obras con características regionalistas que incluyeron elementos tradicionales, de las “provincias mexicanas”, pero también incorporaron componentes andaluces, mudéjares, mediterráneos.
De tal suerte, los textos analizados se integraron, por una parte, a las reflexiones realizadas por los profesionales de la construcción que desde mediados del siglo XIX se cuestionaron el quehacer y la enseñanza de la arquitectura y las ingenierías afines con la actividad arquitectónica y urbana, como parte de las transformaciones que demandó el país para la construcción del estado nacional y la instauración del liberalismo; y, por otra, contribuyeron a la circulación de un discurso arquitectónico dentro de una sociedad, la de Guadalajara, entre 1927 y alrededor de 1940.