Introducción
Desde finales de la década de los ochenta, la economía japonesa está realizando una larga travesía por el desierto del crecimiento moderado y del estancamiento económico. La otrora segunda potencia económica mundial, y que ahora es la tercera por detrás de la República Popular China, no parece encontrar la adecuada senda del crecimiento sostenible pese a que sucesivos gobiernos lo han intentado. A finales de 2012, el nuevo primer ministro Shinzo Abe pasó a encabezar el gobierno nipón y a liderar los esfuerzos de la reactivación económica mediante ambiciosas políticas y planes de estimulación y crecimiento.
En un contexto donde Estados Unidos y la Unión Europea no están consiguiendo la recuperación esperada tras la crisis de 2008 y con incertidumbres planeando sobre la República Popular China, el desarrollo económico nipón se torna un elemento a tener en cuenta por sus efectos sobre la evolución de la economía mundial. Japón es la tercera economía del mundo con alrededor de 10% del PIB mundial, el décimo país más poblado y posee una de las rentas per cápita más altas -46,735 dólares en 2012-. Tales características vuelven pertinente el conocer más de cerca las circunstancias del estancamiento económico de Japón y exponer y analizar las medidas que se están adoptando para subsanarlo. Los componentes y características de dichas medidas, claramente contrastables con las adoptadas por otros gobiernos en crisis, agregan un valor añadido para el estudio.
Por todo ello, el objetivo en el presente trabajo es presentar al lector una exposición y análisis de la situación de la economía japonesa en la actualidad y de las políticas de respuesta emprendidas por el primer ministro Shinzo Abe, así como efectuar una evaluación de los resultados económicos parciales obtenidos hasta el momento. El texto resultante, y las conclusiones del mismo, son la suma de un arduo proceso de investigación, contrastación y análisis de la información proporcionada por fuentes diversas, como discursos y estadísticas oficiales, libros, artículos en prensa, opiniones de diversos economistas, etcétera.
En pro de la finalidad del artículo, se ha considerado adecuado comenzar con unos breves antecedentes históricos -tomando como punto de partida la apertura y proceso de industrialización de Japón a finales del siglo XIX- que permitan comprender mejor el desarrollo histórico de la economía japonesa y su configuración actual, consecuencia en gran medida de la burbuja financiera que estalló en 1989. Dicho viaje contextualizador se detiene en 2012 con la elección de Shinzo Abe como primer ministro. A partir de ese momento se exponen las medidas emprendidas por el Gobierno nipón, se delinean los resultados alcanzados hasta el momento y se plantean una serie de dudas y perspectivas a tener en cuenta. Finalmente, la conclusión procederá a cerrar el artículo pero no el debate sobre las políticas emprendidas por Shinzo Abe y el futuro de Japón.
Antecedentes históricos: del Japón feudal al sacrificio económico nipón
Cuando en 1854 la Convención de Kanagawa 3 inició la apertura de Japón al mundo, el panorama que encontraron las potencias occidentales distaba mucho de la idea que en la actualidad concebimos de Japón. Tras el establecimiento del sakoku, 4 en Japón habían pervivido las estructuras propias de un régimen feudal bajo la férrea mano del shogun, 5 gobernante efectivo del país, y la mirada benevolente del emperador, "invitado" a dedicarse a actividades filosóficas y artísticas alejadas de las complicaciones del poder. Como sociedad feudal, el principal poder económico era la posesión de la tierra y su explotación agrícola. Pocas noticias e innovaciones del exterior llegaban al Japón de los samuráis. Entre las pocas excepciones se encontraba el rangaku, 6 los conocimientos que los holandeses autorizados a comerciar en la bahía de Nagasaki compartían con los nativos.
Así, cuando Japón se abrió -o lo abrieron más bien- en 1854, las nuevas formas económicas, políticas y sociales propagadas por los occidentales supusieron un choque frente a las viejas estructuras tradicionales del shogunato. Pronto surgieron nuevos recelos y viejos odios hacia los extranjeros. La xenofobia se mezcló con la disputa por el poder y estalló la guerra entre los partidarios del shogun y aquellos que abogaban por restaurar el poder efectivo del emperador. 7 El resultado fue la denominada Guerra Boshin entre 1868 y 1869, de la que resultó la victoria del emperador Meiji. 8 Cabe destacar que, pese al desprecio que en parte de los dos bandos se profesaba hacia los extranjeros, ambos rivales recurrieron a las armas y asesoramiento occidental. 9 Y es que una idea se había consolidado en la mente de muchos japoneses: para vencer a los extranjeros, la única forma era hacerlo con sus propias armas. Es decir, había que modernizar las estructuras caducas para salvaguardar la soberanía japonesa frente a unos poderes occidentales que se expandían con facilidad.
Esta máxima guió la política nipona -tanto exterior como interior- en las siguientes décadas. Japón comenzó, en colaboración con las inversiones y transferencias tecnológicas occidentales y los programas de formación de técnicos nipones en Europa y Estados Unidos (Pelegrín y Jensana, 2011: 46), la modernización e industrialización del país.
Pronto la ambiciosa economía nipona requirió de recursos suficientes para proseguir con su crecimiento. Estas necesidades se combinaron con las ideas nacionalistas y llevaron a Japón a buscar su "esfera de coprosperidad", 10 lo que le precipitó a enfrentamientos bélicos con China (1894-1895) 11 y Rusia (1904-1905), 12 saldados ambos con victoria nipona. La realidad internacional del nuevo Japón como potencia de proyección internacional, en los planos político, militar y económico, fue confirmada por el Reino Unido mediante el tratado de alianza firmado en 1902. El resto de la historia resultará familiar: potencia vencedora en la Primera Guerra Mundial, expansión por Manchuria, guerra con China a partir de 1937, alianza con las fuerzas del Eje, ataque a Pearl Harbor, bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, etcétera.
La alocución que por radio dirigió a su pueblo el emperador Hirohito 13 el 15 de agosto de 1945, en la que afirmaba que "la situación de la guerra no se ha desarrollado necesariamente en provecho de Japón", era un eufemismo para referirse a la destrucción que asolaba a su país tras la confrontación bélica. Una nación devastada procedía a ser tutelada por la superpotencia, Estados Unidos.
Con la ocupación vinieron las reformas políticas y económicas. En el segundo ámbito, la abolición de los zaibatsu, 14 reformas laborales 15 y la reforma de la tierra cultivable 16 destacaron entre las primeras medidas adoptadas por los ocupantes. Sin embargo, Japón necesitaba de estrategias a largo plazo para salir de la acuciante situación en la que se encontraba, con una escasez extrema de artículos y una inflación de entre 100 y 200%. Frente a esto, el denominado Keisha Seisan Hoshiki o Plan de Producción Preferencial 17 y el Plan Dodge 18 de estabilización conformaron los cimientos que, junto al desarrollo tecnológico y las políticas gubernamentales, iban a ser la base del denominado "milagro japonés" de la segunda mitad del siglo XX (Pelegrín y Jensana, 2011: 56-58).
Los éxitos de la "política de targeting" durante los años cincuenta convirtió a Japón en un país competitivo que creció económicamente en la década siguiente a una media de 12% anual. 19 Sin embargo, este desarrollo económico que al mundo asombraba, se vio entorpecido comenzados los años setenta por una combinación de factores. A la conocida crisis internacional del petróleo de 1973, se le sumó una apreciación del yen japonés que restó competitividad a las industrias pesadas e intensivas en energía, que dadas sus debilidades estructurales, eran incapaces de adaptarse a las nuevas circunstancias. Disposiciones como la Ley de Medidas Temporales para la Estabilización de Industrias Especialmente Estancadas de 1978, se mostraron claramente insuficientes para la reestructuración y optimización de la cada vez más anquilosada industria japonesa (Nishijima, 2009: 8-11).
Por otra parte, en 1975 la economía real nipona presentaba un pronunciado incremento del déficit público y severos cambios en el saldo de la cuenta corriente. Esta combinación empujó al Gobierno japonés a emprender una serie de reformas destinadas a la liberalización de un sector financiero que precisaba tanto un cambio institucional como una desregulación. 20 El déficit presupuestario propició la apertura de mayores opciones de financiamiento -desarrollando los mercados de títulos de deuda-, mientras que los cambios en el saldo en la cuenta corriente -causantes de una volatilidad excesiva del tipo de cambio real- incentivaron la liberalización y el desarrollo del mercado de divisas. De acuerdo con Marchini (1998), las medidas implementadas se dividieron en dos grupos: aquel enfocado en la desreglamentación de la determinación de los rendimientos financieros a través de la emisión de nuevos instrumentos asociados a tasas libres, y otro dirigido a la desregulación de las operaciones permitidas a los intermediarios, disipando con ello la segmentación del sistema.
Si bien estas reformas tuvieron lugar desde mediados de los setenta, dada la cautela excesiva de su instrumentación, los efectos comenzarían a hacerse visibles a partir de los ochenta, favoreciendo la formación de la burbuja financiera e inmobiliaria de finales de la década. A este respecto, es importante mencionar que la implementación de las reformas financieras no estuvo precedida por una revisión de los mecanismos de supervisión y seguridad del sistema financiero, sino que ésta se dio en un segundo momento. Este error de diseño dio paso a un contexto de liberalización en el que convergieron altos niveles de especulación con una supervisión deficiente.
Sin embargo, el Gobierno nipón no pudo concentrar sus esfuerzos en lo que estaba ocurriendo, ya que la economía estadounidense demandaba auxilio internacional. Mientras que en la primera etapa de Reagan imperaba en los mercados una política de laissez-faire, los altos niveles alcanzados por el dólar durante febrero de 1985, junto al déficit comercial, hicieron necesaria una mayor intervención por parte del Estado para intentar equilibrar el desajuste de la cuenta corriente y frenar la apreciación del dólar. Es en estas condiciones en que el 22 de septiembre de 1985, James Baker, quien fuera el Secretario del Tesoro durante la administración de Reagan, convoca a los ministros de hacienda y a los gobernadores de los bancos centrales de Alemania, Francia, Japón y Reino Unido para firmar el Acuerdo Plaza. En éste se estipulaba la necesidad de depreciar el dólar a través de la apreciación del resto de las divisas y así ajustar los desequilibrios que aquejaban a las economías del G5.
En el caso particular de Japón -cuyo superávit en ese momento ascendía a 3.7% de su PIB- los compromisos asumidos en el acuerdo incluían: proporcionar un acceso completo a su mercado interno a los productos extranjeros, la liberalización de sus mercados de capital y del yen, un manejo flexible de su política monetaria con especial atención al tipo de cambio del yen y, finalmente, el estímulo de la demanda interna, que se conseguiría con la ampliación del crédito hipotecario y de consumo. Tras la firma del acuerdo, el yen se apreció nominalmente en 54%, con una apreciación real de 40%, lo que generaría, hacia finales de 1986, la desaceleración del sector manufacturero de exportación y de la inversión empresarial en 6%, además de una contracción del PIB de 3.7%. 21
La caída del dólar tras el Acuerdo Plaza incentivó al mercado japonés, respaldado en sus activos inflados, a adquirir propiedades y empresas en Estados Unidos. El avance de la marea japonesa encendió los ánimos nacionalistas estadounidenses que desembocaron en la adopción de medidas encaminadas a fortalecer nuevamente el dólar, objetivo que comenzaría a materializarse con la llegada de George H. W. Bush a la presidencia en 1989 (Uekusa, 1995a: 241).
A finales de 1986 Japón experimentó una etapa de rápido crecimiento conocida como la "expansión Heisei". Los factores que propiciaron esta recuperación fueron, en un inicio, la apreciación del yen, producto del Acuerdo Plaza, que atrajo la inversión en el sector de alta tecnología debido a la transformación de la estructura empresarial. Además, también contribuyeron la disminución de la tasa de interés -que bajaría de 5 a 2.5% en 1987- y la caída del precio internacional del petróleo. Por último, el Acuerdo Louvre de 1987 hizo que el Gobierno japonés se comprometiera a disminuir las exportaciones y a colocar su énfasis en la demanda interna y en la continuidad del proceso de liberalización de los mercados. 22 En consecuencia, el Ministerio de Finanzas adoptó una política fiscal expansiva pretendiendo reducir el superávit comercial al consolidar la demanda interna, pero lo que logró con esta acción fue redirigir las inversiones privadas de la producción a los bienes raíces y al mercado de acciones.
El periodo Endaka 23 y los tipos de interés por los suelos, trajeron consigo un auge en los mercados de acciones y de los bienes inmuebles. Los precios de ambos comenzaron a dispararse mantenidos por la ilusión de que los activos seguirían revalorizándose y por la posibilidad de acceder fácilmente al crédito. Las acciones compradas por los especuladores servían a su vez como garantías de préstamos para comprar propiedades, que podían usarse como préstamos para la adquisición de más acciones. La escalada de precios de los activos amplió las posibilidades de financiamiento de las compañías, las cuales disminuyeron su dependencia de los préstamos bancarios incluso cuando se manejaba el doble del nivel de inversión respecto al periodo anterior (Lincoln y Gerlanch, 2004: 266). Los lazos tradicionales entre banca y corporaciones se debilitaron. Los keiretsu parecían ceder ante el aumento de financiamiento de capital.
Durante este repunte de su economía, Japón se erigió como la primera nación acreedora del mundo y Tokio se convirtió en el mercado internacional financiero más grande. Su envergadura era tal, que algunos como Gao (2001) afirmaban que el precio del terreno del Palacio Imperial de Tokio valía más que el del estado de California completo.
Japón no tomó las medidas oportunas para restringir la política monetaria y así frenar la expansión de la demanda interna y disminuir el superávit externo que se había generado por la depreciación del yen. Los estímulos macroeconómicos echados a andar habían llegado muy lejos. Sin embargo, este retraso en contrarrestar la burbuja que se estaba formando no puede sólo atribuírsele a la lenta reacción del Banco de Japón (BoJ), 24 ya que las presiones internacionales ejercieron también un papel importante.
A inicios de 1987 Estados Unidos incrementó en un punto porcentual su tipo de descuento y, justo cuando Japón pretendió hacer lo propio, los acontecimientos del "lunes negro" frustrarían su intento. El desplome de 22.6% del índice Dow Jones arrastraría consigo al resto de los grandes mercados, principalmente los de Tokio, Frankfurt, París, Londres y Hong Kong. La respuesta de Estados Unidos consistiría en una inyección de dinero al sistema, una reducción de la tasa de interés y en la petición a las economías industrializadas de seguir su ejemplo y así fortalecer el dólar.
Luego de este golpe, Japón esperaría hasta mayo de 1989 -cuando aumentó en cuatro ocasiones consecutivas su tasa de interés hasta llegar a 5%, el nivel que tenía en 1985- para por fin restringir su política monetaria. Esta demora se atribuye al hecho de que Japón ostentaba un gran superávit en su cuenta corriente y, en consecuencia, asumía el papel de proveedor de capital a nivel mundial, presumiendo que un aumento en su tasa de interés provocaría severas consecuencias en los países deficitarios como Estados Unidos. Así, como afirma Kazuhide Uekusa, nuevamente Japón actuaba con base en la idea de ser el "ancla" de la economía mundial. La asunción de este rol, que se sustentaba principalmente en consideraciones externas, permitió que el crédito continuara su expansión, colaborando a la formación de la burbuja económica.
A finales de 1989 el índice Nikkei alcanzó el nivel más alto de su historia con 38,915 puntos, sólo para hacer más aparatosa la caída de octubre de 1990, cuando se desplomó hasta los 20,221 puntos. La ilusión de la revalorización infinita de los activos se había roto. El estallido de la burbuja desencadenó los problemas del sector bancario. La caída de los precios de los bienes raíces disminuyó la calidad de las carteras de préstamo y aumentaron los impagos provenientes de los créditos de las inversiones de la época de la burbuja. Así, las calificaciones crediticias cayeron de rango y sus reservas de capital eran insuficientes para cumplir con los estándares requeridos por el Banco de Pagos Internacionales.
En estas circunstancias, las instituciones bancarias comenzaron a vigilar de cerca a sus empresas prestatarias, volviéndose más selectivas y reduciendo los préstamos a las firmas que se encontraban en aprietos quienes, en otro tiempo, hubieran esperado ser rescatadas por sus respectivos bancos. La reducción del crédito deterioró las fuentes de financiamiento de las empresas mientras, que el impacto a los consumidores individuales se vio reflejado en el debilitamiento de la demanda doméstica a causa de la disminución del nivel de confianza del consumidor. Para los inversores resultaba preferible mantener la liquidez y aplazar su inversión, pues no creían posible que una tasa ubicada en 1% bajara más y les permitiera obtener ganancias e, incluso, si la tasa se ajustaba al alza, podrían incurrir en pérdidas. Esta desconfianza elevó la prima de riesgo por lo que los inversores sólo suministrarían liquidez a cambio de intereses elevados, agravando aún más el estancamiento de la economía japonesa.
Los daños sufridos por la explosión de la burbuja dejaron como consecuencia, de acuerdo con Nobuhiko Shima (1995), un kūdōka 25 en el sistema financiero que comenzó a profundizarse hacia 1991. Las expectativas de ganancias cayeron y subieron los precios, así como los impuestos sobre las transacciones y los márgenes de comisiones negociados en la bolsa tokiota. Semejante combinación terminó por expulsar la compra-venta de acciones japonesas a mercados más flexibles en Occidente y Asia.
El BoJ, buscando equilibrar la relación entre flujos de ingresos y precios de activos cuando éstos alcanzaron niveles sin precedentes, incentivó la disminución del precio de los valores y del suelo, prolongando el endurecimiento de la política monetaria, lo que condujo a una fuerte caída de la tasa de crecimiento, que pasó de 5.5% en 1990 a 3.3% en 1991 y a 0.8% en 1992. La caída afectó por igual dividendos, rentas, precios de suelo y valores. Pese a estos resultados, la restricción monetaria siguió en pie.
Los problemas de Japón se agravaron cuando el Gobierno, a inicios de 1992, se resistía a reconocer que el archipiélago se encontraba en recesión y, por lo tanto, no se aplicaban más que paliativos a una economía que se sumergía en la más honda de sus simas. Dichas medidas no se tomarían hasta que las estrepitosas caídas de la Bolsa -de 39,000 puntos en 1989 a 20,000 en marzo de 1992 y a 15,000 en agosto- pusieron de manifiesto el mal estado de las finanzas niponas. Se respondería con un paquete de 10.7 billones de yenes -unos 97,000 millones de dólares- 26 para aliviar la situación, los cuales se distribuirían principalmente a obras públicas y, en menor medida, a la Banca de Desarrollo de Japón y a préstamos para la pequeña y mediana empresa, pero con esta medida sólo se logró postergar la hecatombe.
La aparente recuperación fue socavada a finales del año, iniciando un decaimiento que se prolongaría hasta febrero de 1994 cuando el Gobierno decide echar a andar un paquete de medidas fiscales que reactivaría la recuperación pero no por mucho tiempo, pues la economía japonesa volvería a desacelerar en el último trimestre del mismo año (Uekusa, 1995a: 250). La reacción del BoJ fue sorpresiva pues, en lugar de incentivar la inversión disminuyendo los tipos, los incrementó y, para completar el panorama apocalíptico a inicios del siguiente año, el país sería azotado por el terremoto de Kobe, seguido de una última revalorización del yen.
De acuerdo con Gao (2001), la causa del estancamiento de la economía japonesa no es que ésta no se haya reformado, sino que las reformas de los noventa destruyeron los mecanismos tradicionales de crecimiento económico, mientras que los nuevos aún se encontraban estableciéndose y reconfigurándose con los componentes restantes del viejo sistema. Además, arguye que la liberalización financiera hizo más grande el boom económico y la crisis más profunda, pues al ingresar más capital durante la expansión, también huye más capital durante la recesión.
En el plano político, el estallido de la burbuja y la crisis subsiguiente, unida a diversos casos de corrupción 27 o de otra índole, 28 acabó con cinco gobiernos del Partido Liberal Democrático (PLD) y con 45 años de monopolio del poder por parte de esta formación. En agosto de 1993 los otrora opositores conformaron una coalición de ocho partidos para expulsar al PLD del poder. Tampoco la oposición pareció encontrar solución a los problemas de Japón y tres primeros ministros cayeron en el intento. En enero de 1996 el PLD retornaba al poder con un gobierno encabezado por Hashimoto. Pero ni el nuevo primer ministro ni sus sucesores pudieron sacar a Japón del agujero en el que había caído. Y cuando intentaron hacer reformas de envergadura para paliar la crisis y reactivar la competitividad de Japón, los diferentes gobiernos terminaron rindiéndose y dimitiendo. Así, entre 1996 y 2009 Japón llegó a tener hasta seis primeros ministros del PLD con una duración media de entre uno y dos años, salvo la rara excepción de Koizumi. 29 Ninguno de ellos tuvo la fuerza o los instrumentos precisos para hacer frente al desafío planteado al país.
Ante el pobre índice de acierto de los sustitutos de Koizumi, 30 las elecciones de agosto de 2009 a la Cámara de Representantes 31 de la Dieta otorgaron un gran triunfo al opositor Partido Democrático (PD). Las promesas electorales del nuevo primer ministro Hatoyama chocaron con la realidad del país. La situación requería de medidas impopulares que conllevaban riesgos. Y si la situación ya era lo suficientemente preocupante, el terremoto, y el tsunami posterior de 2011 no ayudaron al Gobierno y sí pusieron en evidencia su desastrosa gestión ante la emergencia. Así, tres gobiernos se sucedieron sin éxito hasta las elecciones de diciembre de 2012, cuando, como era de prever, el PD fue castigado severamente 32 por un electorado japonés hastiado de la ineficiencia, indecisiones e incoherencias de sus políticos. El PLD, encabezado ahora por Shinzo Abe, 33 obtenía un triunfo arrollador sobre sus rivales al obtener 294 diputados que, junto a los 31 obtenidos por sus tradicionales aliados de Nuevo Komeito, arrojaba una mayoría gubernamental de 325 diputados sobre un total de 480. 34
Las tres flechas del arquero Abe
Era un mensaje claro el que estaba enviando el pueblo japonés. Era un SOS en toda regla ante una crisis que se había iniciado 23 años antes y que amenazaba, en algún momento del futuro cercano, con enviar a Japón a los abismos. Una economía estancada, un déficit fiscal crónico, la deuda pública en aumento, el lastre de la deflación, 35 los altos gastos de pensiones ante el progresivo envejecimiento de la población, etc., eran y son elementos que conllevan acciones duras y radicales. Y para ser el ejecutor de las mismas, los japoneses apostaron por Shinzo Abe.
No les defraudó y, tras su investidura como primer ministro el 26 de diciembre de 2012, Abe comenzó a desarrollar su plan de reactivación económica. Es bien sabido por todos, gobiernos anteriores incluidos, que Japón no necesita sólo unos "retoques" en la política fiscal para salir de la crisis, parches temporales que, hasta el momento, se han mostrado ineficaces. La recuperación nipona pasa por la ejecución de una serie de reformas estructurales que conllevarán sacrificios al pueblo japonés. Shinzo Abe es conocedor de esto y ha decidido triunfar donde otros han fracasado. Así, en la presentación de sus propuestas al gran público, aficionados como son los japoneses a los mitos y leyendas, Abe se inspiró en una parábola vinculada al daimyo 36 Motonari Mori. Se dice que un día Motonari Mori juntó a sus tres hijos y les dio una flecha para que la rompieran. Cuando lo hubieron hecho, a cada hijo le entregó tres flechas unidas y les hizo la misma petición. Ninguno de los tres hijos pudo quebrarlas. La lección que queda es que tres flechas solas son fáciles de romper pero tres flechas juntas no. 37 Es decir, si bien el Gobierno podía modificar la política fiscal -primera flecha- y monetaria -segunda flecha- para combatir la crisis, 38 era necesaria una reforma estructural - tercera flecha- para poder asegurar el desarrollo económico de Japón en el siglo XXI. La crisis no podría romper la acción conjunta de las tres flechas.
A principios de enero de 2013 Abe tomó la primera flecha de su carcaj, 39 la colocó, tensó el arco firmemente, apuntó y disparó un paquete de estímulos por valor total de 20.2 billones de yenes -226,500 millones de dólares-. El objetivo: aumentar el crecimiento económico en 2% y crear 600,000 puestos de trabajo. La flecha se debió quedar corta porque, en diciembre de 2013, el Gobierno japonés aprobó un nuevo plan de estímulos por valor de 18.6 billones de yenes -182,000 millones de dólares- con la finalidad de aumentar en un punto porcentual el crecimiento económico y crear 250,000 nuevos empleos. Eso sí, si descontamos el dinero correspondiente al pago de los gastos de los gobiernos locales y de los créditos de los prestamistas, ambos estímulos supusieron un total aproximado de 15.8 billones de yenes -154,000 millones de dólares- destinados a obras públicas, incentivos para la inversión y ayuda financiera para la pequeña y mediana empresa.
Los retos a los que se enfrenta Abe son muchos, pero de momento no está solo en este desafío. Además del apoyo "incondicional" 40 de la coalición gubernamental, el primer ministro nipón ha contado con la colaboración indispensable del Banco de Japón (BoJ), institución hasta el momento independiente a los avatares o ambiciones de los sucesivos gobiernos japoneses. Sin embargo, el 22 de enero de 2013 el BoJ confirmó que aplicaría una política monetaria más agresiva con el objetivo de combatir la deflación crónica que azota a la economía nipona. Con la designación del nuevo gobernador Kuroda el 20 de marzo de 2013, 41 el BoJ hacía suyos los planes del Gobierno y se marcaba el ambicioso objetivo de lograr una inflación estable de 2% antes de dos años.
Fue el propio Kuroda quien "disparó" la segunda flecha del Abenomics 42 cuando, el 4 de abril de 2013, anunció que el BoJ se dedicaría a la inyección masiva de grandes cantidades de dinero a la economía mediante la compra periódica de activos, principalmente bonos del Estado japonés. 43 Así, el BoJ guardaba en el cajón el instrumento de unos tipos de interés ya próximos a cero y sacaba a escena la herramienta de la flexibilización cuantitativa en la política monetaria. Su apuesta: duplicar la base monetaria 44 del país que, si todo va según lo previsto, pasará de los 138 billones de yenes -1.3 billones de dólares- de 2012 a 270 billones -2.6 billones de dólares- a finales de 2014.
La arriesgada política del BoJ busca tres objetivos. El primero, mencionado anteriormente, es lograr una inflación estable de 2% frente a la deflación que viene sufriendo Japón. Por otra parte, se piensa que si se alcanza el objetivo inflacionario, al estar los tipos de interés nominales cercanos a cero, implicaría que los tipos reales pasasen a ser negativos, abaratándose con ello el acceso al crédito por parte de la inversión privada. Finalmente, al aumentar la oferta de yenes en circulación, la cotización de dicha moneda bajará frente a otras divisas, facilitando con ello las exportaciones niponas al abaratarse sus productos. Así, el BoJ respondía ambiciosamente a los requerimientos del Gobierno para contribuir a esta segunda flecha.
Y, como no hay dos sino tres, el primer ministro Shinzo Abe anunció el 5 de junio de 2013 la que sería su tercera flecha. El proyectil, que tiene que impactar de lleno en la anquilosada estructura económica japonesa, se antoja como el más complejo y difícil de ejecutar, tumba de varios gobiernos anteriores. El propio discurso de Abe ya anunciaba la gran problemática de la reforma estructural. Frente a medidas concretas de las dos primeras flechas, Abe habló del objetivo general de rejuvenecer la economía nipona con reformas que buscarían incorporar a más mujeres al mundo laboral, 45 fomentar la inversión de los beneficios de las empresas y promover la innovación industrial. También se anunció la intención de crear "zonas económicas estratégicas" que permitan al sector privado operar infraestructuras como aeropuertos, sin que se dieran más detalles al respecto. También anunció su intención de desregular los sectores de energía, salud e infraestructura y duplicar la inversión extranjera a 357,000 millones de dólares para 2020. Por último, el primer ministro hizo un guiño a los contribuyentes asegurando que, si el Gobierno logra su objetivo de 2% de inflación, se compromete a subir los ingresos de los japoneses en 3% anual para que no pierdan poder adquisitivo. En resumen, frente a las medidas concretas dispuestas en las dos primeras flechas, Abe recuperó el discurso ambiguo propio de ineficaces gobiernos anteriores para abordar la siempre difícil cuestión de la reestructuración de la economía y administración japonesa. 46
Esta ambigüedad provocó la decepción de los mercados -quienes esperaban el anuncio de medidas tajantes que dieran fin al rezago de la economía japonesa- y ocasionó el desplome del índice bursátil Nikkei, cerrando esa jornada con una caída de 3.83%. 47 Abe tardaría un año en volver a intentarlo. No es de sorprender el tiempo que le tomó al primer ministro nipón volver a preparar la flecha, siendo ésta la más difícil de implementar dentro del conjunto que integra el Abenomics. Pero los mercados no perdonan y la espera colaboraría a explicar el bajo desempeño que tuvo el Nikkei durante la primera mitad de 2014.
Hasta finales de junio de 2014 no se detallaron más específicamente algunos componentes del proyectil. En ese mes se filtró a los medios de comunicación un plan preliminar de 60 páginas de lo que constituirían las reformas estructurales de la tercera flecha. Los mercados aguardaban especialmente por el anuncio de la reforma fiscal empresarial, que beneficiaría tanto a las firmas como a sus acciones, y el anuncio de la reforma del Fondo de Pensiones Gubernamental. Respecto a esta última, se pretende que el primer ministro asigne hasta 200 mil millones de dólares del fondo de pensiones a la compra de acciones y bonos extranjeros. Según los estimados, con este cambio a su fórmula de inversión -alrededor de 60% de sus inversiones actuales se dirigen a bonos locales de baja rentabilidad-, la divisa nipona podría depreciarse hasta 108 yenes por dólar al cierre del año (Bloomberg, en The Japan Times, 2014). La intención detrás de esta asignación es usar el fondo de pensiones para realizar inversiones de mayor riesgo y que esto genere un efecto dominó de confianza que incentive a otras instituciones a mover su dinero de los bonos del Gobierno japonés y lo invierta en activos que generen mayores intereses.
Finalmente el 23 de junio Abe volvería a levantar el arco, lo tensaría y dejaría volar una nueva tercera flecha. El primer ministro dio a conocer el paquete conformado por 230 propuestas con las que pretende alcanzar el Seisha Seichu 48 de su política económica: crecer al menos a una tasa de 2% anual del PIB. Para la elaboración de su estrategia, Shinzo Abe se reunió con comités de reforma dentro de su mismo partido, principalmente con el Economic Revitalization Headquarters 49 y con el Consejo de Competitividad Industrial. Entidades encargadas de reunir las opiniones de expertos en diversos campos, incluyendo economistas, representantes del sector privado, entre otros defensores de la reforma.
En la tercera flecha, con el fin de promover la inversión y el crecimiento, se incluye la tan anhelada y exigida reforma fiscal, que consistirá en realizar importantes recortes por etapas al impuesto corporativo, situado casi en 36% -uno de los más altos del mundo-, para ubicarlo por debajo de 30%. La incógnita es que no se ha especificado cómo se procederá para alcanzar tal objetivo ni cómo se restaurará el vacío tributario que genere. Se enunció que los recortes se realizarán de manera gradual, iniciando el próximo año fiscal, a lo largo de un periodo de cinco años. Dentro del paquete se incluye una promesa de reforma del Fondo de Pensiones Gubernamental, el más grande del mundo con un total de 1.26 billones de dólares, para poder invertir mayor cantidad de activos en la bolsa y, con el retorno, financiar infraestructuras. Se espera que con esta reforma, aunada a los recortes del impuesto corporativo, se fortalezcan las firmas japonesas. Conviene señalar que entre las empresas niponas existen grandes corporativos que poseen importantes ahorros financieros. De hecho, ante la caída del ahorro de las familias, la deuda pública ha venido nutriéndose de este ahorro empresarial, limitando así las políticas de reinversión de los beneficios (Feldstein, 2010). Como ejemplo de ello, actualmente 30% del total del mercado de valores japonés pertenece a manos extranjeras, una cifra bastante lejana del 4% de 1989 26).
Las reformas vinculadas al mercado laboral eran una asignatura indispensable dentro de la propuesta, dada la situación demográfica de Japón. Según estimaciones del FMI, se prevé que la población activa, que alcanzó su máximo en 1995 con 87 millones, para el año 2050 caiga a 55 millones, número equiparable al que tenía el país al final de la Segunda Guerra Mundial (Steinberg, 2012). En este sentido, se apunta a una mayor integración de la mujer a la fuerza laboral 50 y a una mayor flexibilidad de los trabajadores, de manera que los salarios vayan en sintonía más con el desempeño que con la antigüedad o las horas trabajadas. Se prevé, además, el incremento en el uso de la robótica para incrementar la productividad. En cuanto a los inmigrantes, se anunció la flexibilización de las rígidas políticas para trabajadores extranjeros, una medida necesaria ya que el número de inmigrantes ilegales va en aumento y su destino son los trabajos de baja calidad y mal remunerados en el sector de la subcontratación que cumplen con las "3-K", Kitanai, sucios; Kitsui, duros; y Kiken, peligrosos (Almazán y Barlés, 2010: 148).
Otro de los tópicos principales de las reformas estructurales del Abenomics es el aumento de las negociaciones para generar alianzas económicas estratégicas. Bajo este panorama, emerge la decisión de ingresar al Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP por sus siglas en inglés), anunciada durante marzo de 2013. Sin embargo, esta acción deberá esperar para concretarse, dadas las diferencias con Estados Unidos, particularmente porque Japón pretende mantener el arancel en productos como el trigo, el arroz, la carne y el azúcar, en un intento de proteger a un sector vulnerable y deficitario pero con gran influencia política. Cambios o liberalizaciones en estos rubros implicarían un fuerte costo político para Abe ante las deficientes pero todopoderosas cooperativas. No obstante, en la propuesta del primer ministro, si bien no se trata en profundidad, sí se hace referencia a la apertura comercial que permita integrar al sector agrícola a la disciplina de competencia extranjera.
De manera somera, se menciona el tema de la liberalización del sector salud y el energético así como la iniciativa de la nueva ley de casinos que fomente el turismo nacional, y en la cual ya tienen interés grandes compañías del ramo como la MGM Resorts International y Las Vegas Sands Corp, especialmente luego de que se dio a conocer que Tokio ha sido seleccionada como la ciudad anfitriona de los Juegos Olímpicos de 2020. A esto hay que agregar la intención anteriormente anunciada de una reforma urbana que consistiría en la transformación de los principales centros urbanos nipones -Kansai, Tokio, las islas de Okinawa y las ciudades de Yabu, Fukuoka y Niggata- en "zonas especiales estratégicas nacionales". Se proyecta que las llamadas tokku, en japonés, serán el terreno donde comiencen a aplicarse las reformas estructurales, por lo que gozarán de desregulación en determinados sectores económicos y una burocracia laxa con el afán de convertirlas en importantes centros internacionales de negocios que capten la inversión y, posteriormente, sirvan como modelo para el resto de las ciudades japonesas.
Según el consejero económico de Abe, Koichi Hamada (2013), los efectos de las primeras dos flechas alcanzarán su límite cuando eleven el crecimiento real por encima del crecimiento potencial. Cuando esto suceda, la expansión económica no generará aumentos significativos en el PIB ni en los niveles de empleo. De ello deriva la importancia de la tercera flecha, pues mientras que la primera y segunda apuntan a la transformación del patrón de crecimiento actual, ésta tiene como blanco aumentar el potencial de crecimiento económico, asumiendo la utilización óptima del total de recursos y tecnologías disponibles.
Diversos expertos han afirmado que las medidas van en la dirección correcta aunque aún falta ver cómo se aplican. Kenji Yumoto 51 afirmó que, "incluso después del anuncio de la estrategia de crecimiento del Gobierno, varias leyes deben ser promulgadas y tomará tiempo para que las empresas comiencen a actuar". Dicho experto calcula que pasarán de 10 a 20 años antes de que se eleve la tasa de crecimiento potencial y que alcanzar el 2% de crecimiento anual que pretende el Gobierno va a ser muy difícil (Kajimoto y White, 2014).
Hay una gran divergencia en cuanto a los objetivos a los que debe apuntar la tercera flecha y su fuerza de impacto. En general, hay propuestas de todo tipo, aunque una mayoría de economistas vinculados a determinadas escuelas hablan de la imperiosa necesidad de una desregulación del funcionamiento de la economía nipona, de la privatización de las empresas estatales, de flexibilización laboral y de la imprescindible reforma en profundidad de las pensiones, todos ellos temas sumamente polémicos. Sin embargo, frente a la desregulación necesaria de la que se suele hablar, economistas como Joseph Stiglitz (2013), premio Nobel de Economía, antepone el término de "regulación correcta". Para él, Japón caería en un error si retrocede en legislación sanitaria o ambiental. Afirma que es necesario el papel del Gobierno para garantizar una competencia más efectiva, aunque reconoce la necesidad de reformas en las prácticas de contratación, 52 en el sector servicios para el aumento de su productividad o en la legislación laboral para facilitar la incorporación de la mujer así como facilitar la inversión en innovación. Así, como suele ocurrir ante un problema económico, diversas propuestas aparecen como la posible solución.
Análisis de los resultados de Abenomics
Tras dos flechas lanzadas, y una a la espera de impactar, es difícil, en tan corto espacio de tiempo, valorar adecuadamente si las medidas adoptadas por el primer ministro Abe supondrán la solución a los males crónicos de Japón. Sin embargo, exponemos a continuación algunos datos interesantes que, al mismo tiempo, han sido aplaudidos por unos y cuestionados por otros.
En lo que respecta al problema de la deflación, en abril de 2014 Japón logró que el IPC subiera hasta 3.2% en tasa interanual, la más alta desde 1991. El BoJ afirmó que se producían los "efectos deseados" a su política monetaria y que estaba dispuesto a tomar nuevas medidas para consolidar la inflación. Sin embargo, diversos analistas comenzaron a matizar el éxito obtenido por el Gobierno nipón. Para calificar de "éxito" la tasa interanual de 3.2%, hay que tener en cuenta que el 1 de abril el impuesto sobre el consumo subió de 5 a 8%, 53 incrementando en consecuencia, y de forma obligada, los precios. El otro matiz que se expone para cuestionar el éxito de Abenomics es que la inflación viene producida principalmente por el aumento del precio de las importaciones de energía 54 y de alimentos. Es decir, el incremento de los precios no vendría como consecuencia de cambios internos del país sino, más bien, derivado de un alza en los precios internacionales. Así, el IPC subyacente, que excluye a los alimentos y a la energía, estableció un incremento en la tasa interanual para abril de 2.3%. 55
El crecimiento inflacionario no puede basarse en estos elementos, ya que además de la volatilidad de los mercados internacionales, hay que tener en cuenta que la particular situación energética que vive Japón tras la paralización de sus centrales nucleares, le está obligando a una importación anormal de hidrocarburos que no tiene por qué continuar una vez se restablezca una adecuada política energética. 56 Por último, y bastante grave, si la inflación no aumenta con base en la subida de los salarios y un mayor consumo interno, que supone 60% del PIB del país, se estaría cercenando la renta disponible y el poder de compra de los japoneses, 57 cayendo los salarios reales de Japón a su nivel más bajo en los últimos 20 años (Lacalle, 2014). De esta forma, si bien parecía que se había logrado romper con la dinámica deflacionaria, el espectacular incremento de 3.2% en la tasa interanual de abril no sería tal si se eliminaran las influyentes y caras importaciones energéticas o si no se hubiera subido el IVA. Con base en esto, Japón quedaría lejos aún del objetivo del 2% de inflación anual y, en cualquier caso, ésta se asentaría sobre unas bases equivocadas que estarían limitando progresivamente el poder adquisitivo de los japoneses, con todos los riesgos que ello comporta.
Las dudas en torno a un posible frenazo al consumo en los meses siguientes 58 y, en consecuencia, una vuelta a la deflación en el mediano plazo, se han visto confirmadas parcialmente. Los últimos datos relativos al tercer trimestre de 2014 indican que el consumo interno creció un escaso 0.4%, mientras que la inversión de las empresas y del sector inmobiliario bajó en 0.2 y 6.7%, respectivamente. De momento la inflación subyacente, incluyendo los hidrocarburos 59 y excluyendo los alimentos frescos, alcanzó 3.1% en agosto respecto al año anterior, un poco menos de la estimación promedio de 3.2% que se esperaba. Lo grave es que, según el BoJ, si restáramos el efecto de la subida del IVA a la inflación de agosto, ésta sería de 1.1%, lejos del objetivo de 2%.
En cuanto a la creación de empleo, Japón logró en mayo de 2014, en cuanto a tasa de desempleo, el mejor dato desde 1997 con la envidiable cifra de 3.5%, el mayor nivel de disponibilidad de empleos desde 1992. Habrá que ver el comportamiento del mercado laboral japonés ante la pronosticada contracción económica del segundo trimestre (Kihara y White, 2014). Eso sí, es justo señalar que Japón parte de unas condiciones particulares. Desde 2007 la población japonesa ha venido descendiendo paulatinamente. Sólo en 2013 el país registró una disminución de 244 mil personas, caída record desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. El último censo oficial de marzo de 2013 situaba a la población japonesa en 126'393,679 personas. 60 A este descenso se suma el envejecimiento progresivo de la ciudadanía ante una reducción constante de la tasa de natalidad, 61 disminuyendo, en consecuencia, la fuerza de trabajo disponible y aumentando, por tanto, la disponibilidad de empleo. Sin embargo, el aspecto negativo de estas particularidades son los desequilibrios en la financiación de las pensiones. En 1955 había una persona de más de 65 años por cada 11.5 trabajadores, mientras que en 2010 el ratio era de una por cada 2.8. 62 De hecho, Marcel Thieliant, de Capital Economics, afirma que la tercera flecha difícilmente impulsará el crecimiento ya que "no aborda la contracción de la fuerza laboral de manera adecuada, la cual es el principal factor que está frenando la economía" (Pérez Barros, 2014).
En lo que respecta a la balanza comercial, la devaluación del yen 63 y las necesidades energéticas del país provocaron un encarecimiento de las importaciones e hicieron que, en 2013, se registrara un déficit comercial de 112,406 millones de dólares, cifra récord desde 1979. 64 Además, la situación tiene el agravante de ser el tercer año consecutivo de déficit para la otrora superavitaria balanza comercial nipona.
En cuanto al crecimiento económico, en el primer trimestre de 2014 Japón registró su mejor dato en dos años al expandirse en 1.6% respecto al trimestre anterior. Sin embargo, hay que tener en cuenta que veníamos de dos últimos trimestres de 2013 con datos decepcionantes de crecimiento de 0.5 y 0.2% 65 y que el previsto incremento del IVA para el 1 de abril catapultó el consumo. De hecho, desde el verano se avecinaba tormenta ante una posible contracción en el horizonte inmediato y los peores presagios se cumplieron. En el segundo y tercer trimestre de 2014 el PIB experimentó una caída de 1.9 y 0.4%, respectivamente, convirtiéndose en la cuarta recesión 66 nipona desde 2008. Así, retomando lo dicho por Yumoto, se antoja muy difícil que el Gobierno logre el objetivo de 2% de crecimiento económico. Ante estos malos datos, y en un intento de evitar una contracción mayor de la economía, Abe no dudó en aplazar hasta 2017 el segundo incremento del IVA -que preveía un aumento de 8 a 10% para 2015- pese al riesgo que ello supone para el futuro saneamiento financiero. 67
No hay que olvidar, finalmente, que el Abenomics está operando a costa de unas finanzas públicas ya de por sí muy castigadas. En marzo de 2014 la Dieta aprobó, para el periodo de abril de 2014 a marzo de 2015, un presupuesto récord de 95,882 billones de yenes -936,000 millones de dólares-, de los que 43% se financiará a cargo de la deuda pública, recurso que viene siendo habitual desde hace años para cuadrar las cuentas por parte del Gobierno. De esta manera, no es de extrañar que la deuda pública nipona sobrepasara 245% de su PIB en 2013 y que, al pago de dichos créditos, el Gobierno japonés destina 24.3% de su presupuesto actual 68 (Tetsuji, 2014). Según la previsión del primer ministro Abe, aún pasarán algunos ejercicios económicos hasta que los datos del déficit fiscal crónico o la deuda pública mejoren.
Al analizar la política económica desarrollada por el primer ministro Abe, no hemos podido evitar el surgimiento de algunas dudas respecto al éxito de su proyecto:
La tercera flecha, aquella que debe impactar de lleno en la anquilosada estructura económica japonesa, consta de 230 propuestas, un número muy amplio y que, al mismo tiempo, no dejan de ser eso mismo: propuestas. Su aplicación sigue siendo una incógnita, y el abarcar demasiados aspectos puede minimizar los logros que se obtendrían con una acción más concentrada en elementos clave.
Se desconoce si los efectos de las dos primeras flechas -fiscal y monetaria- aguantarán hasta que la tercera tome forma y si, como era su objetivo inicial, se fortalecerán mutuamente.
No parece haber una política clara y ambiciosa para abordar la contracción laboral y demográfica que padece Japón. Propuestas espectaculares como conceder tres años de permiso de maternidad a las mujeres se han quedado en el cajón ante la presión de los empresarios, y otras más modestas se han perdido por el camino.
No se han definido los planes de reestructuración del sector público. Además, hasta en las mejores circunstancias cualquier reforma estructural será un proceso complejo y dificultoso que contará con la oposición de los sindicatos.
Falta profundidad en los procesos de desregulación para desterrar viejas prácticas y en la liberalización de ciertos sectores como el agrícola.
Se asume que el déficit fiscal se va a mantener durante la presente década y que la deuda pública seguirá subiendo de forma imparable, para financiar la recuperación económica prometida.
La situación internacional puede lastrar el desarrollo económico. La espiral de tensión al alza con la República Popular China, 69 las disputas periódicas con la República de Corea 70 o una recuperación no consolidada de sus principales clientes Estados Unidos y la ue, pueden enturbiar la balanza comercial japonesa y perjudicar las previsiones del Gobierno nipón.
Creemos que nuestras dudas son legítimas y es justo plantearlas y compar tirlas. Y, sin embargo, en estos momentos apostamos por la ambiciosa política económica emprendida por Abe. Los resultados del Abenomics aún son parciales y no se debe denostar o sacralizar una política aún en evolución.
Frente a los fríos datos macroeconómicos, nos gustaría introducir un ele mento de perspectiva social. Como venimos repitiendo en este artículo, Japón requiere necesariamente de una reestructuración en sus sectores industrial y administrativo. La burocracia nipona es una ineficiente máquina administrativa que consume grandes cantidades de recursos. Como hemos podido ver en países europeos como Grecia, Portugal o España durante la reciente crisis, las palabras "reforma", "reestructuración" o "mejora de la competitivi-dad" implican recorte al gasto social, descenso de salarios y despidos, todo en pro de la tan sobrevalorada política de austeridad. 71 Shinzo Abe no es ajeno a estas realidades y sabe que, en algún momento, deberá abordar la reforma laboral y administrativa. Sin embargo, a diferencia de sus homólogos europeos obsesionados o presionados por un "ahora y ya", los tiempos y el contexto son importantes para el primer ministro nipón. En Europa, las políticas de austeridad recetadas por la Unión Europea a los países en crisis han acabado con el consumo, hundido el sector privado, expulsado a cientos de miles de trabajadores al desempleo 72 y cercenado el posible empuje del sector público.
Frente a esto, Abe está comprometido a la tan aplazada reforma laboral y administrativa, pero lo hará en un momento en el que el sector privado pueda absorber a los nuevos desempleados. Es decir, cuando el sector privado tenga unas condiciones de fortaleza y crecimiento que hoy en día no se dan. Si nada se tuerce, será sólo en ese momento cuando Abe comience los recortes en la administración, la flexibilización laboral, la reducción de los estímulos fiscales y el saneamiento presupuestario que permita la reducción de la deuda pública y asegure un desarrollo económico sostenible. Así, un dinamizado sector privado podrá absorber los excedentes públicos evitando, en gran medida, una situación social traumática, a diferencia de lo que ocurre en diversos países europeos. En esencia, un primer ministro de ideología conservadora está tomando algunas referencias keynesianas. Decía Keynes 73 que, en tiempos de crisis, es el sector público y los estímulos económicos los que deben impulsar la economía aun a costa de la deuda pública, mientras que en tiempos de bonanza la elevación de impuestos y los recortes deben sanear un Estado en una etapa en la que el sector privado sea quien cobre protagonismo. Abe toma parte de los principios keynesianos para afrontar la tan acuciante reestructuración.
¿Y cuándo el sector privado podrá absorber los excedentes públicos? Nadie lo sabe a ciencia cierta pero se podría intuir un calendario con base en algunas previsiones, cálculos y actuaciones 74 del Gobierno nipón. Entre julio y agosto de 2020 se celebrarán los Juegos Olímpicos en Tokio, y previsiblemente a finales de ese año, elecciones legislativas; 75 si todo va bien, Abe cuenta con ser reelegido para un nuevo mandato. Se espera que en esos momentos la economía japonesa esté en un crecimiento sostenible comandada por el sector privado. Será en ese momento cuando haya que hacer la "reestructuración desdramatizada". Y, si todo sale según lo previsto, Japón será salvado.
Eso sí, no es seguro que en 2020 el crecimiento económico de Japón se haya consolidado y la empresa privada lo lidere. Si no es así, Japón tendrá que seguir lidiando con un grave déficit fiscal en sus presupuestos anuales y con una deuda pública que previsiblemente se sitúe entre 260 y 280%. Además, hasta la fecha Japón se ha financiado a bajo interés y, principalmente, los compradores de bonos han sido sus ciudadanos y empresas. Sin embargo, si falla el Abenomics y la deuda pública continúa incrementándose, nadie asegura que los intereses a pagar aumenten, quebrando aún más las maltrechas arcas públicas, lo que nos llevaría a una situación insostenible y rozando lo apocalíptico.
Conclusión
En lo que nadie duda es que, vistas las circunstancias actuales de la economía japonesa, ésta demanda acciones ambiciosas y valientes, algo que durante las dos últimas décadas los gobiernos nipones no han hecho. Abe asume una responsabilidad que se le otorgó y apuesta su legado al futuro de Japón. Y como ejemplo de su compromiso con el país y buscando reeditar la confianza que los ciudadanos depositaron en él, en noviembre de 2014, ante los desalentadores resultados económicos producidos hasta el momento, decidió adelantar dos años los comicios legislativos y celebrarlos al mes siguiente. 76 Los políticos piensan en qué hacer hasta las siguientes elecciones; los estadistas ven más allá.
Pese a que los primeros resultados pueden ser cuestionables, no hay que olvidar que el plan se desarrolla en vistas a mediano y largo plazos. Confiamos en que las dudas planteadas se irán resolviendo durante los próximos años, una vez se definan mejor algunos de sus elementos. No se sabe cuál es la respuesta adecuada en economía hasta que se observan con perspectiva los resultados obtenidos, pero sin embargo la introducción de una perspectiva social dentro de las grandes políticas macroeconómicas hace que le otorguemos un margen de confianza al Abenomics. No todo son las grandes cifras sino también las personas. El tiempo dirá si Shinzo Abe acertó o no en sus decisiones pero, al menos, por desarrollar una política distinta a la de sus colegas europeos, merece ser tomado en consideración. No sólo eso, si Japón tiene éxito, puede convertirse nuevamente en el "ancla" de la economía mundial; la que aporte estabilidad al sistema. En definitiva, tal y como dijo el primer ministro Shinzo Abe en un discurso ante la Dieta en octubre de 2013:
Nuestra única opción es avanzar sin vacilación por este camino. El mundo está prestando mucha atención en este momento a la revitalización de Japón. Lo percibí agudamente en Lough Erne y nuevamente en San Petersburgo, así como también en Nueva York y una vez más en Bali. Japón puede volver a crecer con fuerza. Japón también puede participar dinámicamente en la escena central del mundo una vez más. Además, Japón tiene crecientes esperanzas en un futuro así, ahora. Recorramos juntos ese camino (Embajada de Japón en Colombia, 2003:1 y 2).