Introducción
La pobreza, en cuanto realidad social que afecta a casi dos tercios de la población mundial, ha recabado la atención tanto de científicos sociales como de organismos políticos nacionales e internacionales y ha sido un tema ampliamente abordado desde una gran variedad de disciplinas. Los debates producidos en torno a la pobreza han estado mediados por un formalismo académico centrado en articular y unificar los criterios que debían definir su contenido. La pobreza, a lo largo de la historia, no ha tenido un significado único y la principal dificultad en su estudio no reside “en una diferencia de interpretación o de contenidos, sino en la imposibilidad de comprender la naturaleza del problema” (Spicker, Álvarez y Gordon, 2009: 191) y en la incapacidad crónica de representar satisfactoriamente un fenómeno para el cual existen definiciones hegemónicas.
Lo cierto es que la pobreza “nunca ha sido una cosa concreta o mucho menos estática y se le ha concebido y definido de diferentes maneras a lo largo de la historia dependiendo de los contextos” (Estrada y Hernández, 2002). El término pobreza presenta una gran complejidad conceptual (Feres y Mancero, 2001; Harvey y Reed, 1992; López-Aranguren, 2005; Spicker, 2009) y tradicionalmente ha sido definida, caracterizada y representada como un hecho objetivo, medible, cuantificable y comparable y como “un concepto descriptivo más que explicativo” (Gutiérrez, 2003: 31 y Lawson, 2012: 4). Es por ello que, en numerosas ocasiones, se la ha considerado como un asunto despolitizado, de características meramente económicas o como un problema de actitud personal por parte de los llamados “pobres”, y a pesar de que son muy numerosos los trabajos que han llegado a cuestionar las causas históricas y estructurales que la producen y reproducen, estas referencias no son incorporadas en los informes y estudios institucionales. Como indica Dubois Migoya (2005),
... ahondar en las raíces de la pobreza supone, por tanto, plantear cuestiones difíciles y conflictivas, lo que explica las reticencias y los rechazos que acompañan el proceso del conocimiento de la pobreza.
Los enfoques cuantitativos de carácter economicista que normalmente han informado el debate sobre la pobreza no han mostrado la naturaleza de este fenómeno “como una construcción social que permanece en el tiempo” (Aguirre et al., 2013: 11) y los trabajos dedicados a estudiar la pobreza desde las representaciones sociales, todavía escasos y poco sistematizados, se han enfocado principalmente en analizar y poner de manifiesto distintos elementos mediante los cuales la pobreza es definida y naturalizada, a la vez que han aportado información relevante sobre los procesos que transforman determinados significados subjetivos en facticidades objetivas (Berger y Luckmann, 2003: 33). Es por esto que las nuevas líneas de estudio señalan la necesidad de “repensar la pobreza como un fenómeno complejo, heterogéneo, multicausal, multifacético y multidimensional” (Alvarado, 2006: 164) y de incluir el género en los análisis ya que esta categoría constituye “una realidad de desigualdad que atraviesa el conjunto de la estructura socioeconómica en lo micro, meso y macro” (Pérez, 2012: 16).
En este texto se pretende estudiar las representaciones que dos mujeres migrantes procedentes de Bolivia que trabajan en el servicio doméstico en España realizan de distintos tipos de pobreza desde la perspectiva de sus trayectorias vitales en un contexto migratorio transnacional incluyendo la categoría de género en el análisis.
Siguiendo a Jodelet (1984) en su texto clásico “La representación social: fenómenos conceptos y teoría”, podemos señalar que las representaciones sociales conciernen al modo en el que los sujetos aprehenden los acontecimientos de su vida diaria, las informaciones que manejan y las personas de su entorno próximo y lejano. Las distintas prácticas sociales modeladas por los contextos culturales y las relaciones intergrupales serían a la vez causa y consecuencia de estas representaciones. Esta forma de abordar el estudio de la pobreza pretende examinar las constantes redefiniciones a las que están sometidos los constructos y el significado que éstos adquieren para las personas, así como la influencia que tiene el proceso migratorio en su construcción. Para ello se han elaborado narrativas de carácter biográfico de dos mujeres bolivianas que migraron a España. Con tales relatos biográficos se quiere mostrar la relación dialéctica y las negociaciones cotidianas que estas mujeres mantienen con su entorno (Ruíz, 2012: 283), así como las múltiples reconstrucciones que realizan para vivir y sobrevivir cotidianamente.
Este artículo está estructurado en cinco secciones. En primer lugar, presento una revisión bibliográfica sobre algunos trabajos que han abordado la pobreza como una construcción social. A continuación, expondré la metodología empleada para la producción y análisis de los datos. El siguiente apartado está compuesto por las narrativas de Estela y Luz Marina1 que darán paso a la discusión teórica. Esta discusión se basará en el análisis de las narrativas y se detallarán los principales elementos que construyen a la pobreza desde la perspectiva de trayectoria y con un enfoque de género. Finalmente se ofrecen unas conclusiones sobre los principales hallazgos y las posibilidades que ofrece este tipo de análisis.
Estudios que construyen la pobreza y variaciones sobre la misma: género y procesos de etnificación
Los estudios que han abordado la pobreza como una realidad socialmente construida han tenido una doble finalidad. Por un lado, han tratado de poner de manifiesto una serie de elementos que operan con carácter de realidad en nuestro imaginario social y que contribuyen a perpetuar determinadas concepciones hegemónicas sobre “los pobres” y sobre las situaciones de pobreza. Y por otro, han pretendido poner fin a la neutralidad que se esconde detrás de ciertos discursos que la presentan como un fenómeno aislado o marginal sin tener en cuenta su vinculación con determinadas estructuras, procesos, acciones y actores que generan condiciones para su existencia y mantenimiento tanto en niveles globales como locales (Cimadamore y Donato, 2013: 14-16).
Entre estos estudios, destaca el análisis realizado por Clarke y Cochrane (1988: 16-18) en el que se muestra cómo los constructos sobre pobreza están instalados en el imaginario colectivo y en “el sentido común” de las personas y cómo estos son puestos de manifiesto en conversaciones cotidianas, en la investigación académica o en el debate político. Estas elaboraciones representan la pobreza como un hecho natural e inevitable pues siempre habrá quienes tengan más éxito que otros, aunque desde la sociología de George Simmel (1908, 2014) se ha tratado de romper con este tipo de concepciones naturalistas y se ha mostrado que la formación de la categoría de pobre implica mantener vínculos complejos con el resto de la sociedad. Para Simmel la pobreza supone una forma de interacción social concreta y no es sólo el estado de una persona que carece de bienes materiales, pues la pobreza lleva aparejado un estatus social inferiorizado que viene determinado por la forma en la que cada sociedad asiste a los llamados pobres.
Como se apuntaba en la introducción, entre los enfoques que entienden la pobreza como un fenómeno que tiene su origen en determinadas características personales, ésta se percibiría como necesaria y estaría moralmente justificada ya que actúa como un incentivo para lograr la superación personal (Clarke y Cochrane, 1988: 16-18). En esta línea, se entiende que la pobreza es causada por el comportamiento y por la actitud de las personas pobres o por su falta de interés o habilidades para trabajar. La idea de la pobreza como un problema individual encuentra una fuerte base en la tesis de la “cultura de la pobreza” desarrollada por Oscar Lewis (1966) según la cual los sujetos son los causantes y los responsables últimos de su situación de pobreza debido a los valores culturales que poseen. Esta perspectiva desatiende todos los elementos históricos y estructurales que la pobreza lleva aparejados y vuelca la responsabilidad en los propios sujetos y en la estructura familiar.
Otras propuestas señalan que estudiar la pobreza como constructo carecería de sentido si no se aborda el papel que el capitalismo ha tenido a lo largo de la historia en su generación y mantenimiento o cómo las relaciones coloniales han asolado a países enteros dejándolos sumidos en una realidad de profundas desigualdades que aún no han podido ser superadas. Entre los discursos dominantes sobre la pobreza, y según expone Romano (2014), se observa que esta es frecuentemente construida en base a una realidad y un discurso “capitalocéntrico” que ha dado lugar a la “monocultura del productivismo capitalista” (De Sousa, 2006: 25) asentada en la idea de que “el crecimiento económico y la productividad mesurada en un ciclo de producción determinan la productividad del trabajo humano o de la naturaleza, y todo lo demás no cuenta” (ibíd).
Es decir, la pobreza se ha articulado principalmente en torno a las lógicas de las políticas neoliberales y en línea con determinados principios capitalistas, mientras que otros modelos ideológicos y económicos han sido irrelevantes para definir la pobreza. Esta realidad afecta y condiciona a las diversas representaciones y teorizaciones que hacen los organismos internacionales, grupos no pobres y el Estado y que son las que determinan, en última instancia, lo que es aceptado o no como pobreza (Monge, 2013: 125). De igual forma, el afán descriptivo de los estudios de pobreza, evita identificar a los actores e instituciones directamente involucrados en su producción y se ignoran los procesos de acumulación y creación de riqueza que se llevan a cabo por parte de algunos de estos actores. Estas definiciones realizadas desde posiciones hegemónicas servirían para seguir perpetuando determinados patrones de reproducción de la sociedad y el mantenimiento de mecanismos de dominación.
El género y los procesos de etnificación en los estudios de pobreza
Entre los sujetos a los que habitualmente no se les ha dado voz en el estudio de la pobreza han sido, paradójicamente, a los propios pobres que suelen ser los grandes ausentes en los posteriores informes. Esta circunstancia se vuelve más evidente cuando a parte de ser considerados pobres, los sujetos son mujeres y, además, han sido objeto de procesos de etnificación. Las formas clásicas de producción de conocimiento han negado a los sujetos la capacidad de definir la realidad en sus propios términos y de resistir las objetivaciones a las que son sometidos por parte de los investigadores (Vasilachis, 2003). Esto contribuye a que en muy pocas ocasiones se identifiquen y se signifiquen sus discursos, aunque los pobres sean el objeto de las teorizaciones, no exentas de ciertas dosis de moral.
La identificación de una persona como pobre
... supone algo más que una mera calificación de su condición económica o social; con ella se introducen una serie de prejuicios que buscan la legitimación del orden social, amenazado de alguna manera por la presencia molesta de personas que no participan y para las que la sociedad no tiene en principio una respuesta (Dubois, 1999: 16-17).
A diferencia de cualquier otro estatus, el de pobre no conlleva ninguna expectativa de contribución social y su identidad pública es considerada socialmente inferior (Fernández, 2000: 25-26).
La imagen generalizada que se tiene sobre el hecho de que la gran mayoría de los migrantes de nacionalidad extranjera se encuentre en situación de pobreza y de marginalidad, en parte sustentada por procesos de etnificación hacia los migrantes, contribuye a formar fuertes estereotipos. A pesar de que se trate de un debate desinformado, en el imaginario social prevalece fuertemente arraigada la referencia al colectivo de los inmigrantes como “pobres” (Morell, 2004; Santamaria, 2002), haciendo que el estudio de las causas que potencian y perpetúan determinadas situaciones de pobreza pasen a un segundo plano.
De igual manera, la perspectiva de género no siempre ha estado presente en los análisis de pobreza y metodológicamente la mayoría de estudios no facilitan la cuantificación del fenómeno en esta línea (Tortosa, 2009: 73). La idea de “feminización de la pobreza”, introducida a finales de los años setenta del siglo pasado con el fin de poner de manifiesto el aumento del número de mujeres pobres a nivel mundial, ha sido ampliamente criticada, por un lado, con base en el hecho de que la realidad de la pobreza femenina no es de carácter reciente (Spicker et al., 2009: 144) y, por otro, debido a que este término se ha basado en la cuantificación del fenómeno sin que le acompañen interpretaciones sobre el proceso de empobrecimiento desde la perspectiva de género (Mateo, 2001: 175). Este concepto también ha planteado una crítica a las definiciones de pobreza y a todos aquellos métodos y criterios de medición que no dan cuenta de las desigualdades de género y tampoco ponen en valor, por ejemplo, el trabajo doméstico realizado por las mujeres dada la primacía de los elementos monetarios empleados para caracterizarla.
De forma breve señalaremos que las pobrezas, que tanto hombres como mujeres enfrentan, son cuantitativa y cualitativamente distintas puesto que
...las mujeres siguen estando sobrerrepresentadas en las situaciones de mayor vulnerabilidad social, porque hay una mayor proporción de mujeres ocupadas en empleos precarios, a la vez que recae sobre ellas una mayor tasa de desempleo y de personas dependientes de su ingreso (Quiroga, 2014: 164).
En el marco de este escenario, la migración constituye para algunas mujeres un medio para buscar mejores y más equitativas condiciones de vida (Martínez et. al., 2014) ya que las desigualdades económicas y de género que enfrentan en los países de origen convierten a la migración en un posible mecanismo para liberarse de vínculos patriarcales, relaciones de poder discriminatorias o incluso de violencia dentro de la propia familia.
Narrativas que construyen trayectorias, trayectorias que explican la pobreza. Notas metodológicas
En esta investigación de carácter etnográfico se ha empleado la técnica de la narrativa biográfica para dar cuenta de la construcción de la pobreza desde la perspectiva de “trayectoria” a modo de lugar epistémico, en contraposición a un mero “estado” con el que se termina identificando a los sujetos que son señalados como “pobres”. El estudio de la representación de la pobreza desde las trayectorias vitales permite romper con imágenes esencializadas sobre las realidades de pobreza al incorporar las modificaciones e interpretaciones que cada persona realiza de su realidad. De esta forma, las distintas experiencias vitales y la participación en otros entornos socioculturales en los que se entra en contacto con distintos valores, creencias o expectativas configuran los modos de entender la pobreza que trascienden las meras reflexiones puntuales.
Centrarse en las narrativas y en los elementos que construyen la pobreza a nivel individual y familiar, no implica, como veremos, desatender las causas estructurales que influyen en las migraciones y los modos en los que la pobreza afecta a las personas, ni tampoco el contexto más amplio donde se insertan los proyectos migratorios y donde se desarrollan las vidas laborales, sociales y familiares de los migrantes. Las narrativas no simplifican la noción de pobreza, sino que la vuelven más compleja y completa en tanto que la literatura ha omitido reiteradamente la representación de la pobreza desde la perspectiva de trayectoria ignorando, en buena medida, el conjunto de dinámicas que se ocultan tras las cuantificaciones y las elaboraciones económicas. Como en el caso de Mateo Pérez (2002: 77), coincidimos en señalar la complejidad de los procesos de empobrecimiento que no responde en la mayoría de las ocasiones a una sola circunstancia sino a distintos “momentos de crisis”.
En los procesos de “narrativización del yo” recogidos en los relatos
...la naturaleza necesariamente ficcional de este proceso no socava en modo alguno su efectividad discursiva, material o política, aun cuando la pertenencia, la “sutura en el relato” a través de la cual surgen las identidades resida, en parte, en lo imaginario (así como en lo simbólico) (Hall, 2003: 18).
De esta forma,
... los resultados narrativizados (o sea, textualizados en forma de narrativa continua en la que las preguntas y las respuestas se funden en un único texto) han de entenderse como reconstrucciones significantes de las trayectorias de vida marcadas por situaciones de [pobreza] (Biglia y Bonet-Martí, 2009).
Las narrativas recogidas en este texto se elaboraron a partir de varias entrevistas en profundidad a cada una de las participantes y son el resultado del “encuentro entre diferentes subjetividades ya que las preguntas realizadas con base en el objeto de estudio modelan y orientan la narrativa misma” (Biglia y Bonet-Martí, 2009). Estas narrativas se han centrado en distintas variables como son los orígenes familiares, la escolarización, el acceso al mercado de trabajo, la vida en pareja, el nacimiento de hijos y las cargas familiares que asumen, el proceso migratorio, la vida laboral posterior y los planes de futuro. Una vez finalizada la redacción de dichas narrativas se llevó a cabo un proceso de devolución de los textos con el fin de que las mujeres entrevistadas pudieran realizar las modificaciones necesarias y, posteriormente, se hizo una devolución del análisis completo en el que se añadieron matices al texto, se eliminaron algunas reflexiones y se reforzó la necesidad de hacer visible la realidad silenciada de las empleadas de hogar migrantes. Por último, y como parte esencial del proceso de trabajo de campo y de escritura que ha acompañado este texto, he de señalar que mi lugar de enunciación se corresponde con una posición académica y activista implicada y como mujer perteneciente a la denominada “mayoría de población de clase media española”.
Narrativas
Estela: “Me he entregado trabajando”
Estela es una mujer delgada, de tez tersa y morena, tiene el pelo corto, de color castaño claro. Habla de forma pausada, casi ceremonial, con un tono de voz muy bajo.
Yo nací en La Paz (Bolivia) en el año 1955 y no conocí ni a mi padre ni a mi madre. Mi madre me dejó cuando yo tenía apenas siete meses porque tuvo que huir de mi padre que era un golpeador y de él tampoco tengo recuerdos. Mi madre me dejó con las hermanas mayores de mi padre, pero si no es una madre, a la familia no le importas. Fue entonces cuando a mi hermana y a mí nos acogieron en un colegio de monjas, en un preventorio. Allí fui amada, cuidada, alimentada, consentida y educada. Estuve hasta los trece años momento en el que mi hermano impidió que me adoptaran en un país de Europa porque mi hermana no iba a ser adoptada conmigo.
Mi vida fuera del internado fue un verdadero calvario porque pasé de tener diez mamás en el preventorio a no tener nada ni a nadie y a tener que trabajar y trabajar para poder salir adelante. En ese tiempo mi hermano, mi cuñada o quien por allí pasara me pegaron mucho. Me quitaban el dinero que ganaba y no me dejaban salir a la calle. No tengo buenos recuerdos de ese tiempo y todo se complicó aún más cuando a mi hermano, el que se había hecho cargo de nosotras, le asesinaron porque no se dejó robar después de haber estado bebiendo toda la noche. Entonces nos quedamos en la calle.
Empecé a sufrir mucho y no tenía ni para comprarme un zapato así que a los dieciséis años me casé esperando que mi vida junto a otra persona fuese más segura y desahogada. Tuve cuatro hijos, tres niñas y un niño, y a parte de criar a mis hijos y hacer las tareas de la casa, salía a vender mercancías y con esto ganaba para comprar el pan de cada día.
Mi marido era joyero de profesión y en casa siempre teníamos para comer. Después de unos años de casados mi marido empezó a beber y los ingresos y ahorros de la familia empezaron a disminuir. Mi marido comenzó a pegarme y a pedirme todo lo que habíamos ahorrado. Cuando no le daba dinero más me pegaba. Varias veces me separé de él y volví porque no tenía donde ir, no tenía dinero y no me abastecía para criar a cuatro personas y conmigo cinco. Lo poco que vendía no me alcanzaba para el pan o la comida. No tenía para nada.
Ya no sabía qué hacer y una amiga me dijo que en Argentina había trabajo y que allí se ganaba bien. Esta fue la primera vez que dejé a mis hijos. Les dejé abandonados. Les dije “que me voy a Buenos Aires, que voy a ir a ganar, que no les va a faltar nada, que siempre yo les voy a estar llamando” y en trece años no regresé a mi país. En Argentina trabajé de empleada de hogar interna y externa y en una clínica y no pude coger muchos trabajos porque no tenía “documento”. Después de haber ahorrado veinte mil dólares caímos en el corralito y solo me devolvieron la mitad y en el año 2004 regresé a Bolivia porque allí ya no había trabajo.
No estuve ni un mes en mi país porque mi excuñada y unas amigas que estaban en España, me repetían que allí había trabajo y muy bien pagado, así que decidí irme para seguir ganando dinero. Antes de marchar, aumenté el anticrético que ya tenía para que mis hijos tuvieran una casa de tres dormitorios, les dejé la comida y me fui. Era la segunda vez que les abandonaba y yo bien sabía el sufrimiento que habían tenido mis hijos por esto.
En España he tenido muchos trabajos por todos los lugares. De empleada de hogar interna, externa, en el servicio de ayuda a domicilio y en la limpieza de obra. En mi primer empleo, el señor que me contrató me dio el permiso de trabajo en la amnistía que hubo, pero él bien que se aprovechaba y me amenazaba con quitármelo cuando algún domingo se me ocurrió decir que quería descansar. Me pagaba setecientos euros y no tenía ni vacaciones ni días libres.
Mi vida en España no ha sido fácil. De los catorce años que estoy en España más de nueve años los he pasado trabajando de interna y no siempre me han tratado bien. No puedo decir que tenga amigos y con este tipo de trabajo tampoco podría verles porque me paso el día encerrada, a veces siento la soledad en el estómago. Mi vida es trabajar constantemente para ahorrar dinero pues quiero seguir ayudando a mis hijos y comprarme una casa.
Cuando ya llevaba diez años en España volví Bolivia a ver a mis hijos y estaba muy feliz de verles, pero desde el mismo momento que llegué me quería volver. Ahora no estoy a gusto en mi país por muchos motivos. Allí me he desesperado y si no hubiera comprado mi pasaje para la vuelta no más me hubiera vuelto al mes. Me fui con cinco mil euros y como iba de diez años les compré a mis hijos una cosa que no tuvieran como un televisor, una lavadora, un microondas, ropa, les mandé ollas y me vine sin dinero, porque de algún modo tenía que compensarles por mi ausencia.
Aún no sé lo que voy a hacer en el futuro, me gustaría seguir trabajando otros diez años en España para poder conseguir la pensión, porque ¿de qué voy a vivir? No tengo marido, mis hijos ganan poco y una persona mayor necesita muchas cosas. Mañana o pasado me puedo enfermar y los medicamentos son caros. Allá no tenemos Seguridad Social y si vas al médico es para morir. Me gustaría ahorrar lo suficiente para poder pagar mi casa, para poner un pequeño negocio que me ayude a comer y darle algo a mi hija o a mi nieto por si me tuvieran que cuidar. No pido grandezas, pero por lo menos allí voy a tener compañía.
Reconozco que emigrar a otros países para buscarme la vida no ha sido fácil, pero no me arrepiento. Lo volvería hacer porque gracias a dios así he abierto los ojos.
Luz Marina: “Ya quiero regresar. No compensa vivir acá”
Las entrevistas tienen lugar en la casa de Luz Marina, en la habitación que comparte con una amiga en la que la mitad del espacio permanece ocupado por unos globos llenos de helio que suele vender durante los fines de semana. Luz Marina es poco habladora y cuando se expresa lo hace de forma precisa.
Nací en Cochabamba (Bolivia) en el año 1964. Soy la mayor de diez hermanos, pero soy la única nacida del mismo padre y de la misma madre. De padre somos diez hermanos y por parte de madre tengo una hermana. Yo no conocí a mis verdaderos padres hasta que fui mayor. En mi pueblo la gente murmuraba cuando yo pasaba “pobrecita, que su madre la dejó” y entonces yo pensaba y pensaba que por qué decían eso, hasta que un día, cuando tenía más o menos once años, se lo pregunté a mi madre. Mi madre me contó que ellos, la pareja con la que vivía, no eran mis verdaderos padres, que mi madre de sangre era una mujer pobre y que ellos le dijeron que me dejara para poderme criar, pero que debía ser que no me quería porque nunca más volvió. Al escuchar esto rompí a llorar y no volví a ser la misma. Durante mucho tiempo viví con la incertidumbre de saber quiénes eran; quería encontrarles y conocerles y después de mucho buscar y de andar preguntando a la gente encontré a mi hermana, luego a mi madre, a mi padre y a todos mis hermanos. Pero en seguida me di cuenta de que yo no estaba acostumbrada a estar con ellos, que no había vivido ni un minuto a su lado y que no les tenía cariño. Me sentía muy mal por no poder querer a mis padres, pero así era.
A pesar de todo, tuve una infancia tranquila. Fui al colegio durante seis años y también ayudaba con el molino, con los animales, a sembrar y a cosechar. Mi padre era maestro y mi madre se dedicaba al campo y al molino. Yo creo que mi padre sí que me quería porque él me compraba todo, me compraba ropa, zapatos, los materiales del colegio, pero mi madre era más mayor y, como a las personas antiguas, no le gustaba que saliera o que mirara por la ventana y tampoco me dejaba hacer muchas cosas.
Me casé cuando tenía veinte años con un chico que tenía a su abuela en el pueblo y tuve tres hijos, dos niñas y un niño y para tener más oportunidades nos mudamos del pueblo a la ciudad. Allí mi marido empezó a cambiar y todavía no me explico lo que le pasó, pero empezó a beber y me pegaba palizas enormes. No sé si es que se fijaba en otros hombres o que a veces se preocupaba por no poder traer dinero a casa. Mis hijos presenciaron las agresiones e intentaban parar a su padre para que no me siguiera pegando y ellos también recibían golpes. Yo aguanté todo lo que pude por el bien de mis hijos que eran pequeños, pero luego me fui.
Mis hijos y yo empezamos a trabajar en lo que encontrábamos. Fueron momentos muy duros. A veces vendíamos, limpiábamos, mi hijo ayudaba en un garaje y así pudimos salir adelante. En el año 2004, cuando todos estábamos ganando un poco, empecé a plantearme venir a España. Mucha gente decía que de allí se ganaba bien y que los que estaban en España se habían comprado un terrenito. Entonces yo pensaba “bueno, yo también puedo ir y así mis hijos siguen estudiando” porque en ese momento estaban estudiando y tenía que pagar las mensualidades de la universidad de mis dos hijas. Consulté la decisión con mis hijos y mediante la venta de patatas tardé dos años en ahorrar parte del dinero necesario para poder venirme. El resto me lo prestaron.
Cuando llegué a España pasé los tres primeros años casi sin salir de casa porque no tenía papeles y tenía miedo de que la policía me cogiera sin el documento. La gente me decía que me podían mandar de vuelta a mi país y por eso no quería salir a la calle y prefería quedarme en la habitación todo el tiempo.
Aquí he trabajado con y sin contrato. Casi siempre de empleada de hogar interna cuidando a personas mayores que es lo que mejor sé hacer. He tenido que dejar un trabajo y rechazar otros porque no querían darme de alta en la Seguridad Social y si no lo hacían, no podía renovar mi permiso de trabajo. Durante los ocho años que llevo en España he ido encontrando distintos trabajitos, aunque a veces he tenido épocas de hasta siete meses en las que no he tenido trabajo y ahora también estoy sin trabajo.
Cuando vine solo quería quedarme el tiempo necesario para costearle la universidad a mis hijos y ahorrar un poco de dinero, pero me he quedado más tiempo porque aquí puedo ganar el doble. Desde que vine siempre les he estado mandando dinero para que coman mejor, para su ropa, el transporte a la universidad o las fotocopias, aunque ahora mi hijo está en una universidad pública y no tengo que pagar. Él se ha retrasado con sus estudios, pero desde aquí no puedo hacer nada. Yo le digo “¿estás estudiando?”, y él me contesta “sí, sí. Que este año salgo, que a medio año salgo”, y no. Entonces yo le regaño y él se molesta. A veces pienso que no está estudiando porque no estoy a su lado y que él cree que los he abandonado para venir a buscar dinero. Tal vez ellos digan “a mi madre le viene mejor el dinero que sus hijos” y sientan que es mejor estar todos juntos, aunque sea sin dinero. Ellos me dicen que no, que no es eso, pero yo no estoy en sus corazones así que no sé lo que de verdad piensan y esto me duele mucho.
Ahora mismo llevo sin trabajar seis meses y me empiezo a sentir muy mal. Solo estoy feliz cuando estoy trabajando. Si yo no tuviera a mis hijos me gustaría quedarme a trabajar en España porque aquí hay más seguridades para las mujeres, pero ya solo quiero encontrar un trabajo para poder costear los gastos de vuelta a mi país y así poder hacer vida con mis hijos y ayudarles a criar a mis nietos.
Análisis: procesos de empobrecimiento y contextos migratorios
Las representaciones de pobreza recogidas en las narrativas que en los siguientes apartados vamos a analizar, ponen de manifiesto la capacidad de los sujetos para expresar a través de ellas el sentido que dan a su experiencia del mundo social y las distintas estrategias que ponen en marcha para modificar estas experiencias.
La pobreza desde la familia y las relaciones personales
Entre los distintos elementos mostrados en las narrativas a través de los cuales se representa y construye la pobreza, tenemos, en primer lugar, la debilidad de las redes familiares. Estas mujeres perciben que la falta de una red de apoyo familiar es causa de pobreza tanto en la etapa infantil como en otros momentos de su vida adulta. Esta circunstancia genera discursos sobre el hecho de ser pobre que afectan a lo más profundo de su identidad ya que la pobreza en este caso, es para ellas carecer de los vínculos familiares que aportan sentido de pertenencia y soporte familiar, así como de una protección económica. La pobreza es para ellas un hecho personal, irremediable y trágico, y es sentida como una falta de oportunidades, como una condición permanente e impuesta y como la carencia de un marco de “seguridad ontológica” (Giddens, 1997: 52) que afecta hasta las más básicas actividades cotidianas. Debido a las características que acompañan a esta realidad y partiendo de las definiciones de pobreza en términos de “necesidades básicas insatisfechas y de líneas de pobreza”, se podría afirmar que para dejar de ser pobre bastaría con un poco más de ingresos. Sin embargo, las historias de vida nos muestran que, por un lado, las lógicas de la primarización de los sujetos que subyacen a determinadas definiciones de pobreza no están en consonancia con la complejización de las necesidades y de sus satisfactores que ha tenido lugar en la sociedad contemporánea (Yapa, 1996) y que, por otro, el dinero y distintos bienes materiales no son suficientes para superar la exclusión de determinados estratos sociales. Esta emancipación incompleta no les permite, por tanto, acceder a estatus sociales considerados de mayor prestigio e influencia en términos de posibilidad de acceso a distintos empleos y a diferentes oportunidades.
En las narrativas presentadas podemos ver que la relación de pareja es percibida, en el caso de Estela, como una táctica, tanto económica como de prestigio social, para mejorar las condiciones vitales, aunque esto no excluye el componente emocional. La unidad familiar es representada como un espacio afectivo y de seguridad socioeconómica, siendo la unión con un hombre, no tanto una falta de alternativas para desarrollar su proyecto vital, como un signo de la prolongación sistémica de la dependencia patriarcal.
La cuestión de la relación -o del tipo de relación- entre pobreza y violencia mostrada en las narrativas, es un tema que se escapa de este análisis debido a la complejidad de ambas realidades, pero lo que es claro es que la violencia se vincula a un sistema de dominación y de relaciones de poder que es agravada, en algunos casos, por una situación de precariedad económica familiar (Moreno, 2005: 290). Según los contextos,
... la alta prevalencia de violencia doméstica, relacionada con normas autoritarias en el hogar y con la aceptación social de la violencia física y psicológica como medio para resolver conflictos (ONSC, 2011: 11)...
... hace que la única opción que estas mujeres encuentran para librarse de estos abusos sea “huir con los hijos”. Para ellas la pobreza más dolorosa, implacable y extrema comienza en este momento en el que tienen que responsabilizarse de los hijos sin ningún tipo de ayuda familiar o por parte de los maridos ya que en su imaginario social no se concibe la crianza de los hijos desde una corresponsabilidad, sino que, por el contrario, es un rol que corresponde exclusivamente a la mujer.
A partir de estos constructos, la pobreza, además del hecho material, viene acompañada de la pérdida de prestigio social por ser “malas esposas”, de un sentimiento de culpabilidad por ser “malas madres” y de estigma social por ser “mujeres separadas y pobres”. Estas realidades están vinculadas a la organización patriarcal y a la estructura actual de la sociedad boliviana que encuentra en los roles de género una base para seguir reproduciendo la pobreza.
La familia patriarcal tradicional es pensada desde la economía neoliberal como un agente fundamental para el éxito económico (Weeks, 2011: 64) y al cual las mujeres deben someterse puesto que otro modelo de familia supondría una desviación social. Estudios clásicos de pobreza como el informe Moynihan (1965), aún presente en el imaginario social y político actual, señalaron que las rupturas matrimoniales y las familias uniparentales (encabezadas principalmente por mujeres) constituían una patología social cuya consecuencia es la pobreza. Sin embargo, las graves pérdidas en términos de desarrollo económico que la violencia sobre las mujeres tiene para el conjunto de la sociedad no son puestas de manifiesto dentro de los estudios económicos (Bott, Guedes, Goodwin y Mendoza, 2012; Day, McKenna y Bowlus, 2005; Ellsberg, Jansen, Heise, Watts y Garcia-Moreno, 2008) presentándose ambos problemas de forma desconectada o, como hemos visto, situando a la mujer como responsable de su propia pobreza.
Reelaboraciones sobre la pobreza y “otras pobrezas” en el contexto migratorio
El proceso migratorio constituye un aspecto clave para comprender la construcción de la pobreza. Esto es debido a que, por un lado, en la sociedad receptora existen una serie de patrones y elementos que definen, organizan y representan las distintas formas de entender la pobreza y, por otro, estas mujeres habitan en un espacio transnacional que no les resulta fácil abandonar y que las mantiene en un estado de liminalidad permanente. Estas circunstancias repercuten directamente en la construcción que hacen de su situación de pobreza.
En el contexto de la migración, la primera reconstrucción de la pobreza que tiene lugar es la realizada en el entorno laboral del servicio doméstico y de cuidados en el que desarrollan su actividad y que reconfigura una nueva dimensión de la pobreza que antes no habían experimentado debido a las características mismas de este tipo de trabajo. El trabajo doméstico “cuasi invisible” que desempeñan, especialmente cuando trabajan como empleadas de hogar internas, constituye una fuente de reproducción de la pobreza debido a la falta de reconocimiento de esta actividad, a la desregulación que existe en torno a la misma, a los bajos salarios y a la exigua protección social (Espino, 2012). En este caso, la migración contribuye a reforzar la construcción de la división sexual del trabajo a nivel global debido al tipo de puestos laborales que ocupan las mujeres migrantes alejadas de una salarización formal (Pérez, 2012: 20) y que evidencia la distribución desigual de las oportunidades de empleo y del trabajo remunerado de calidad al que optan hombres y mujeres.
Los procesos de pauperización a los que se enfrentan las trabajadoras domésticas latinoamericanas, unidos a los procesos de etnificación, generan un estatus personal, económico, cultural y social devaluado que afecta a todo el conjunto de posibilidades que estas mujeres tienen en la sociedad receptora en general y en el mercado laboral en particular. Las construcciones que se realizan sobre los migrantes y que los identifican como “pobres”, con independencia de su verdadera situación económica, ponen de manifiesto que la pobreza actúa como “principio clasificador” (Monge, 2013: 126) y no es sólo el estado en el cual se carece de bienes materiales, sino que éste comporta igualmente un estatus social específico, inferior y desvalorizado, que marca profundamente la identidad de aquellos que así son considerados. Los pobres no están sólo privados de recursos económicos, sino también de capacidad de influencia y de reconocimiento social (Fernández, 2000: 18).
Dentro de su contexto laboral, estas mujeres experimentan un alto grado de aislamiento social que limita su participación en la sociedad de destino y que apenas deja margen para intentar un proyecto vital con más implicación personal y social. Como señala Spicker (2009: 299) la pobreza también puede ser vista como la falta de participación en un conjunto de relaciones sociales por diversos motivos.
Esta circunstancia hace que, aunque estas mujeres lleven más de una década fuera de sus países, la reconstrucción que realizan con respecto a su situación de pobreza tiene como referente principal el contexto de sus localidades de origen. Según exponen, esto se debe a que en su proyecto vital los referentes simbólicos en términos de riqueza y pobreza continúan siendo los de su sociedad de origen y de forma más precisa los de su entorno más cercano (su familia extensa y su barrio). Para ellas carece de sentido aspirar a un bienestar material que observan en España, aunque sí demandan, sin embargo, un cambio en las sociedades de origen en términos del trato que tienen las mujeres y de la seguridad personal. La construcción de la pobreza, si bien se trata de un proceso dinámico, es dependiente del tipo y de la intensidad de las relaciones que mantienen con la sociedad receptora que les afecta y les interpela, pero especialmente en términos de seguridad personal, de mayor respeto a la mujer, de roles de género compartidos o en el rango de posibilidades que el entorno les ofrece para poder realizar su proyecto vital.
Durante el proceso migratorio se descubren otros tipos de pobrezas que previamente no habían experimentado como son la falta de estatus en las sociedades receptoras por ser migrantes, mujeres, pobres y, como se ha indicado, por el tipo de trabajo que desempeñan. Asimismo, sienten la falta de relaciones sociales y de apoyo familiar al que le acompaña un sentimiento de no pertenencia, y de igual forma, la falta de control vital por la inestabilidad laboral que afrontan y que condiciona la renovación de los permisos de residencia y por la disponibilidad presencial absoluta a las que las confina trabajo que desarrollan como empleadas de hogar internas. Estas pobrezas ya no se perciben únicamente de índole económica, sino que las carencias que experimentan se sitúan en un plano afectivosimbólico y cuya superación no está directamente relacionada con la obtención de dinero.
Si bien pareciera evidente, debe señalarse que el equilibrio entre la vida familiar y laboral es imposible de lograr en este contexto de migración transnacional (Weeks, 2011: 27). La realidad migratoria y la pobreza desequilibran constantemente la balanza hacia el trabajo para superar la situación de pobreza.
Las referencias que realizan sobre el hecho de la maternidad transnacional son reveladas en términos de pérdida y de culpabilidad por el “abandono de los hijos”, aunque este hecho sea el que justifique gran parte del proyecto migratorio. En este contexto se vuelven a mercantilizar las relaciones de cuidado en tanto que estas mujeres deben remunerar a las personas, generalmente otras mujeres, que se quedan al cuidado de sus hijos e hijas y que reproducen las llamadas “cadenas globales de cuidados” siendo el coste afectivo que la migración tiene en este aspecto difícilmente compensable.
Las reelaboraciones que se realizan en cuanto a temas de género y pobreza durante el proceso migratorio son complejas y no se basan únicamente en la apreciación de la diferencia por el mero contraste. Se trata más bien de un proceso gradual que implica desnaturalizar ciertas construcciones en cuanto al bienestar de la mujer que comporta una mayor igualdad entre hombres y mujeres y un acceso equitativo a las oportunidades laborales, en especial, a puestos de alta cualificación. Ellas son conscientes de su situación de desventaja social en sus países de origen, pero la reelaboración en términos de desigualdad entre hombres-mujeres ocurre principalmente después de haber tomado contacto con la sociedad española y de la cual remarcan las diferencias expresadas en forma de estatus, de posiciones subordinadas en las relaciones de poder y de acceso a distintas y “mejores” oportunidades laborales.
El proceso de ahorro que realizan mientras están en España, junto con el envío de remesas, no les permite implementar sus condiciones vitales siendo la aceptación de la precariedad del momento presente un estímulo para hacer frente a las necesidades del futuro. A pesar de los bajos salarios que reciben, estas mujeres logran libertad de agencia, pueden ejercer una mayor autonomía personal gracias a su nueva independencia económica y una cierta emancipación social (Salvador, 2012: 276), así como la capacidad de poder seguir cuidando autónoma e indirectamente a sus hijos (Esquivel, 2012: 165; Folbre, 2006: 187), aunque estas transacciones sigan teniendo lugar en el contexto de relaciones de género desiguales y su posición en el mercado laboral y en la escala social sea todavía incuestionablemente subalterna.
El presupuesto de que “la independencia económica es un requisito previo para la autosuficiencia de la mujer” (IMU, 1987: 66) puede considerarse parcialmente cierto si en la relación que se establece entre independencia y trabajo asalariado no se tiene en cuenta y se cuestionan las responsabilidades tradicionales de la mujer, las relaciones patriarcales o la división sexual del trabajo (Parella, 2003: 42). A todo esto, debemos añadir que la independencia económica de la mujer es solo un primer paso que no mitiga determinados elementos estructurales que constriñen fuertemente otros desarrollos personales.
Transitando entre la estrategia familiar y el proyecto personal
Según lo señalado en las narrativas podríamos suponer que los propósitos que inicialmente motivaron la migración se habrían logrado ya que estas mujeres han alcanzado una mejora sustancial en el bienestar material de su familia e incluso han generado cierta capacidad de ahorro, pero por distintos motivos que ahora pasaremos analizar, su estancia en España decide prolongarse derivando la estrategia de subsistencia familiar en un proyecto de mejora personal.
Una de las razones fundamentales que motivaron extender la estancia en España fue, por un lado, la reconstrucción de las explicaciones sobre las causas de la migración vinculadas al significado de carencias, y por otro, la posterior reelaboración que hicieron sobre su situación de pobreza y sobre sus necesidades en relación a la disponibilidad de medios para poder satisfacerlas, que se vio parcialmente resuelta en la posibilidad de “ganar más dinero” que en su país de origen.
Una vez que estas mujeres se han estabilizado en la sociedad de destino y han mantenido unos ingresos estables y superiores a las de las sociedades de origen, es cuando las posibilidades del nuevo entorno son incluidas en el imaginario de sus recursos y cuando se produce otro proceso paralelo y simultáneo de reconstrucción de la necesidad. Se observa entonces un cambio en la naturaleza de los discursos que, manteniendo una base económica, transitan de un cierto pragmatismo en la satisfacción de las necesidades más inmediatas a una cuestión de independencia y autonomía personal. A estos procesos le acompañan la desvaloración generalizada de las oportunidades que el entorno de origen les ofrece en el ámbito sociolaboral. Expresado en otros términos, podríamos decir que no es que no existan oportunidades laborales en sus contextos de origen, sino que éstas ya no son una opción para ellas en tanto que sus necesidades se han ido transformando y el entorno no puede satisfacerlas.
Las necesidades que en este momento señalan, como ya se ha apuntado, no tienen una naturaleza exclusivamente económica, pues más bien se revela la falta de estatus, de reconocimiento, la baja capacidad de influencia en su sociedad o las escasas oportunidades de mejora. Estas necesidades, expresadas en forma de pobreza, podrían ser amortiguadas con dinero ya que este les procuraría una posibilidad, aunque limitada, de ascenso en la escala socioeconómica. Una mayor disponibilidad de medios económicos les permitiría cubrir sus gastos y seguir colaborando en las tareas de cuidado de sus familias, en esta ocasión, ayudando a sus hijos en la crianza de los nietos. La pobreza de estatus y de reconocimiento que enfrentan en sus sociedades de origen sería mitigada con la capacidad de poder subsistir de forma independiente, aunque la responsabilidad familiar y, en cierto sentido, la sobrecarga que deben afrontar, no termine por desaparecer.
Si bien expresan que su situación económica y la de su familia ha mejorado sustancialmente con la migración, se siguen identificando como pobres, puesto que el hecho material de poseer objetos a los que nunca hubieran accedido si no hubiesen migrado no les ha emancipado de su situación de pobreza que ahora es pensada con otros esquemas muy distintos a los de antes del proceso migratorio. La movilidad social realizada en sus países de origen es incompleta y contradictoria (Salazar, 2001: 150) mientras que en la sociedad receptora también son ubicadas en los puestos más bajos de la escala social. Como señalaban al comienzo de su narración, la pobreza es una marca de nacimiento de la que no pueden desprenderse tan fácilmente y son conscientes de que para superar esta condición se necesitaría una sociedad igualitaria en aspectos de género que promocionase la autonomía y la independencia de todos sus miembros y que se reconociesen y valorasen las actividades que tradicionalmente se han considerado femeninas.
Cuando en el proyecto migratorio la idea de retorno va emergiendo y estas mujeres empiezan a replantearse su vida en sus países de origen tras haber culminado una etapa laboral en sus vidas en España, la falta de redes de apoyo familiar, el hecho de estar separadas, de no haber recibido una herencia por parte de la familia, de tener una edad avanzada o el tipo de puestos laborales a los que podrían acceder, les carga con la responsabilidad de programar muy bien este momento para no tener que retroceder en el camino que han recorrido para la superación de su pobreza. Como hemos visto, el proyecto migratorio, sin dejar de ser una estrategia de supervivencia familiar, se centra en una fase de carácter más personal en el que ellas deben procurarse un bienestar individual, aunque sigan colaborando con la economía familiar.
A modo de reflexión final
El estudio de la pobreza como construcción social permite poner de manifiesto todo un conjunto de elementos discursivos y estructuras que, en distintos momentos y lugares, y promovidos por diversos actores, crean y mantienen diferentes concepciones de pobreza sin que se cuestionen los presupuestos con base en los cuales se articulan. Estas elaboraciones, una vez objetivadas e incorporadas al imaginario social, constituyen un patrón válido desde el que establecer un determinado orden social entre distintos grupos ya que el hecho de ser identificado como “pobre” no solo implica la descripción más o menos objetiva de una realidad, sino que afecta a múltiples dimensiones de las personas y los grupos que son clasificados y ordenados jerárquicamente en los puestos más desvalorizados. La pobreza no se reduce a un estado meramente económico, sino que remite a una posicionalidad en las relaciones sociales de poder en diferentes escalas (Grosfoguel, 2011: 99) y que articula las distintas clases socioeconómicas. De esta forma, los grupos y sujetos que no son necesariamente pobres son empobrecidos a través de distintas estrategias y con base en los ya mencionados constructos.
El estudio de la pobreza desde la perspectiva de los sujetos en un contexto migratorio tiene como fin completar el entendimiento de esta realidad y de contribuir a desvelar lo que las grandes abstracciones teóricas esconden tras de sí simplificando las explicaciones que se amoldan a las lógicas de unos modelos socioeconómicos determinados. Indirectamente se observa, sin ápice de novedad, cómo se han determinado una serie de soluciones que no afectan a las causas que originan los procesos de empobrecimiento y que, en el mejor de los casos, solo contribuyen a paliar levemente sus consecuencias.
Las narrativas biográficas de Estela y Luz Marina han permitido recrear un lugar estratégico desde el cual observar el impacto que los distintos procesos económicos, sociales y culturales tienen sobre las trayectorias vitales. Situar el análisis de la migración entre la comunidad local, la sociedad receptora y la experiencia individual-familiar ha posibilitado ampliar el marco de análisis de los fenómenos migratorios para captar así la influencia que tanto los procesos globales como locales tienen sobre la construcción de la pobreza, siendo la migración un hecho clave en su elaboración. La descripción de estos procesos desde la voz de los mismos “pobres” es esencial para poder entender la naturaleza intrínsecamente compleja de aquello que se rotula con la etiqueta de “pobreza” ya que las atribuciones que le acompañan son efectivas para acomodar una realidad social en la que la desigualdad aparece justificada.
La pobreza que las mujeres migrantes enfrentan en sus trayectorias no es una sino que, a lo largo de las narrativas, las pobrezas son diversas, se encuentran silenciadas, permanecen intencionalmente ocultas y, con frecuencia, son dolorosas. Los procesos de empobrecimiento han mostrado tener múltiples recorridos poniendo de manifiesto la existencia de un orden socioeconómico -patriarcal, capitalista, eurocéntrico y blanco- que, a través de distintas estrategias, sitúa a estas mujeres migrantes en posiciones genuinamente subalternas. A pesar de que las representaciones sociales son en gran medida tributarias de la posición que ocupan las personas en la sociedad, estas mujeres han ido transformando algunos de los elementos que han conformado sus representaciones de pobreza con el fin de resignificar su propio mundo social y esto les ha permitido no reproducir los estereotipos que están asociados a la pobreza y a la migración y de hacer frente a la pérdida de estatus y a la identidad devaluada que les fue adjudicada.
Finalmente, coincidimos con Joaquín Arango (2003: 26) en señalar que el arsenal teórico producido para explicar los movimientos migratorios parece no estar a la altura de “las exigencias de una realidad tan multifacética como dinámica”. Es por ello que, para evitar el divorcio que a menudo ocurre entre la teoría y la práctica, el estudio y la comprensión de la pobreza y la relación que ésta guarda con los procesos migratorios precisa de análisis complejos que continúen poniendo de manifiesto el entramado de producción de categorías que operan con carácter de realidad en los imaginarios sociales y que monopolizan las definiciones que se hacen de la pobreza y de los sujetos pobres, o en algunos casos, intencionalmente empobrecidos.