Comentar el texto Mutaciones de la democracia no sólo ha significado el gusto de leer una obra editada por dos buenos amigos, lo cual ya es ganancia, sino también una gran oportunidad de conocer y pensar con profundidad, siguiendo a los diversos autores, sobre los cambios políticos en una parte de nuestro continente, lo que, ante lo vertiginoso de los cambios, es indispensable para la reflexión y el análisis nacional y regional.
Comienzo con un comentario muy elemental sobre la integración del texto. A diferencia de como lo entienden los editores, me parece que el texto, por sus trabajos, se integra de tres partes -incluyendo la presentación- y no de cuatro. La primera, aunque está indicada solamente como presentación, permite a los editores plantear y definir el eje del esfuerzo colectivo, así como reflexionar sobre las perspectivas de la democracia. Es una parte fundamental, pues deja claras las intenciones del trabajo colectivo y establece precisiones sin las cuales los textos reunidos no tendrían conexión lógica ni temática, aspecto que en este tipo de trabajos es una exigencia elemental. El libro sí tiene conexión lógica.
En la segunda parte, a pesar de las diferencias regionales, los autores dividen entre el Cono Sur, la Región Andina, y México y América Central, lo cual permite definir una sola parte integrada por todo el Cono Sur, de donde la Región Andina es sólo una subregión, y no por cuestiones geográficas sino por cuestiones analíticas. Si, por ejemplo, el eje de la división hubiera descansado en los procesos de democratización posdictaduras, podría haberse incluido únicamente a Chile y Argentina, sin menospreciar la dictadura brasileña, pero los editores prefirieron incluir junto con estos dos países a Brasil, que bien puede sumarse a Venezuela y Bolivia como experiencias populares inclinadas hacia la izquierda.
La tercera parte, en la que se estudia a México y América Central, independientemente de su ubicación geográfica -podríamos decir que casi mesoamericana-, se vuelve esencial por los análisis que presentan los editores y que expresan muy bien las mutaciones de la democracia en esta amplia región.
El trabajo final, de Carlos Sirvent, hace una revisión y crítica metodológica al tratamiento que, bajo los índices de desarrollo humano y de calidad de la democracia, se realiza para medir los cambios entre el desarrollo de las sociedades y las opciones por la democracia.
La importancia de los diversos capítulos radica en el estudio de las condiciones, muchas veces adversas, de los procesos políticos que permitieron el tránsito hacia los regímenes democráticos y que, después de pasar por las políticas de ajuste económico, desplazaron a los Estados de bienestar, “impidiendo que los avances democráticos se reflejen en mejoras tangibles de los niveles de bienestar de las mayorías” (p. 11). Con relación a este tema, en al menos cuatro trabajos (Salinas y Tetelboin -Chile-, Oliver - Brasil-, Losada -Colombia- y Sonnleitner -Centroamérica-) se reflexiona sobre aspectos que de manera general podríamos llamar socioeconómicos y sobre la evolución política, como elementos coadyuvantes para su análisis, esencialmente sociopolíticos. Sin embargo, los diversos artículos revisan las historias locales y nacionales para establecer el papel de los diferentes actores en las coyunturas que posibilitaron los cambios, en general democratizadores, en la región.
Por otro lado, algunos autores (con excepción de Legler -Venezuela-) examinan las dinámicas político-electorales, los sistemas de partidos y los sistemas electorales (Cheresky -Argentina-, Salinas y Tetelboin -Chile-, Oliver -Brasil-, Romero -Bolivia-, Losada -Colombia-, Sonnleitner -Centroamérica- y Gómez-Tagle -México-), lo cual es muy relevante para la discusión actual sobre el desarrollo de esta parte del continente.
Los autores destacan el predominio en la región de países que tienen regímenes representativos y plurales. Éste es un aspecto fundamental, pues un buen número de los trabajos estudian los procesos que han llevado a los países al establecimiento de este tipo de regímenes como consecuencia de la tercera ola democratizadora. Se advierte que el acceso al poder depende -prácticamente en toda la región- de la realización de elecciones libres y competidas.
Otro de los ejes en los trabajos es el reconocimiento de que el Consenso de Washington ha marcado y acotado todas las políticas nacionales, y que los países, por una parte, se han ajustado a esos lineamientos pero, por otra, también han reaccionado contra ellos.
Los trabajos toman como referente el acuerdo que dio origen al modelo neoliberal, ya sea para reflexionar sobre las políticas adecuadas al interior de cada país o para criticar ferozmente aquellas ajustadas a dicho Consenso. Así, los trabajos contienen reflexiones sobre las dinámicas pacíficas de cada nación para ajustarse a los lineamientos de los organismos internacionales, pero también sobre la exacerbada polarización sociopolítica, todas ellas enfocadas en la ciudadanía y la participación democrática, ya sea institucional o no.
Los editores -y la historia misma- señalan que fue hace 30 años, más o menos, cuando iniciaron las transiciones hacia la democracia, por lo común dejando atrás dictaduras militares. De ahí la trascendencia de los análisis nacionales o regionales que presentan.
El contexto en el que se realizan los trabajos marca dos situaciones muy importantes, una de ellas preocupante. Por un lado, el desencanto de los latinoamericanos con la democracia, pues se ha extendido la percepción de que la democracia no se traduce en políticas que disminuyan o contrarresten la creciente desigualdad social. Por otro, el papel re-adquirido de las elecciones como mecanismo para confrontar al modelo neoliberal.
Estos aspectos no son menores, pues podríamos suponer que un objetivo general de los procesos de democratización -plasmado en muchas de las esperanzas colectivas-está asociado a la mejora en las condiciones materiales de vida. Lo habitual es que no suceda así, y tal parece que, en muchos casos, las elecciones democráticas sólo conforman gobiernos que dan continuidad a las políticas económicas anteriores. Esto no siempre ocurre, pero la esperanza de la población se sigue presentando así y se mueve en ese contexto. Además, como los trabajos lo advierten, muchos gobiernos elegidos de manera democrática toman distancia de sus ciudadanos, en especial en temas de rendición de cuentas y transparencia, lo que abona a la desilusión ciudadana.
A ello podemos agregar el asunto de las convicciones reeleccionistas, que han llevado a la modificación -a veces forzada- de las constituciones para permitir la reelección por varias ocasiones; pero invariablemente con el discurso de la democracia por delante. Esta situación ha causado un divorcio entre una sociedad en movimiento y unas instituciones “congeladas”, lo que, a decir de los editores, puede preparar el terreno para el colapso del sistema de partidos (p. 27).
En cuanto a los diversos capítulos, destaca el excelente trabajo de Isidoro Cheresky sobre Argentina, donde nos presenta un análisis político e histórico de ese país que pasó por fuertes momentos de inestabilidad, por una dictadura militar y por elecciones que han desembocado en la instalación de gobiernos que, en varias coyunturas, no han podido mantener la estabilidad nacional. En su revisión de los distintos actores, nos presenta el papel crítico de los partidos políticos en varios momentos.
Darío Salinas y Carolina Tetelboin estudian, en particular, el momento pos-Pinochet en Chile y los problemas y limitaciones de los gobiernos conformados en esa época, así como la crisis de los partidos políticos en ese país. Hacen una afirmación para Chile que, sin problemas, podría ser válida para toda Latinoamérica: “sobresale en la democracia chilena un proceso de acumulación de demandas sociales y tensiones políticas producto de su modelo de funcionamiento, sin que desde la misma política predominante se haya logrado construir cauces resolutivos alternos” (p. 107), lo cual es cierto sin duda alguna. Por una parte, están las exigencias y demandas que los distintos grupos de la sociedad muchas veces no ven resueltas ni incorporadas, por la otra, una democracia (usualmente ceñida a lo electoral) que, en vez de ser espacio de expresión y de sahogo, se convierte en espacio de conflicto.
En su análisis del Brasil actual, Lucio Oliver insiste en que, en los primeros años de las transiciones, la consolidación de las instituciones democráticas estuvo acompañada de la aceptación e inclusión del neoliberalismo como modelo de desarrollo en nuestros países, con lo cual se iniciaba una época de exclusión social y de mayor actividad económica en beneficio sólo de algunos sectores (p. 121). Además, enfatiza casos en donde se limitaban los derechos ciudadanos en el marco del discurso democratizador. La presencia de tal orden económico generó una “tensión entre las formas políticas igualitarias y la estructura social desigual” (p. 131).
Los excelentes trabajos sobre la región andina aportan elementos valiosos para sus análisis locales, pero no considero que puedan extenderse para Latinoamérica, aunque nadie trata de hacerlo.
La parte final del texto, en donde Sonnleitner trata los países centroamericanos y Gómez-Tagle a México, es muy rica por los elementos que aporta. En el primer caso, resalta el análisis de la intención de unidad regional frente a la realidad fragmentada. El trabajo nos recuerda la importancia de las herramientas de la geografía política y de la es tadística, a fin de establecer relaciones entre aspectos políticos y del desarrollo. Sin duda, el texto es un interesante esfuerzo por buscar una visión de Centroamérica como la unidad que no fue, que no es y que no será. La guerras internas de los años ochenta dejaron marcados a varios de estos países; sus sociedades, tal vez como herencia de los conflictos, sufren una polarización y fragmentación crecientes, como señala el autor (p. 280).
En su trabajo sobre México, Silvia Gómez-Tagle recorre la historia del sistema electoral y de partidos de las últimas tres décadas. Su trabajo muestra la relación de las elecciones en el marco de un sistema en general autoritario, en donde: “parece existir el acuerdo tácito de que la democracia política es tolerable y hasta necesaria mientras no atente contra los intereses de los ‘poderes fácticos’ nacionales y extranjeros” (p. 306). La autora pone de relieve la alternancia política, pero advierte, con gran tino, que no significa el cambio de régimen, lo cual demuestra con datos de los “gobiernos de la alternancia”.
Para finalizar su texto, introduce una frase importante: “la democracia electoral no ha logrado resolver los viejos problemas y los que han surgido”. Y más adelante advierte: “pero las fuerzas democráticas de la sociedad mexicana todavía no se han apropiado con suficiente fuerza de los espacios de participación para darle una dirección positiva al cambio político que se ha producido” (p. 334).
El volumen es muy rico en todos sus capítulos y permite hacer algo muy interesante que tal vez no estaba en la mente de los editores: comparar entre países, pues los análisis tienen un eje conductor y, al reflexionar sobre el proceso de democratización y las mutaciones de sus sistemas y modelos democráticos, generan un marco común para el análisis comparativo.
El libro es de lectura obligada para cualquier investigación política contemporánea sobre nuestros países. La rigurosidad de los trabajos, de los análisis, de las argumentaciones y de las evidencias presentadas permite asegurar la seriedad académica. Ojalá siempre tuviéramos lecturas como este texto. Felicidades a los editores y autores.