Cuando Manuel Ceballos Ramírez publicó en 1991 El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911),1 se hizo evidente que un importante campo historiográfico, el del estudio de la relación entre el catolicismo y la vida política y social en México, estaba en plena renovación. Un campo de interés ciertamente añejo, pero surcado de rencillas, estereotipos e interpretaciones altamente politizadas. El libro de Ceballos Ramírez mostró no sólo que el catolicismo social era un tercero en discordia dentro del espectro de actores políticos del México de finales del siglo XIX y principios del XX, y que su estudio fino obligaba a matizar las interpretaciones acostumbradas a alinear lo católico del lado de lo conservador y lo progresista del lado liberal, sino que una renovación historiográfica desde una perspectiva diversa -si se quiere una tercera postura- también era necesaria, urgente y, sobre todo, posible.
Un cuarto de siglo después de la publicación de ese libro señero, la producción historiográfica muestra que el estudio de los movimientos sociales y políticos confesionales se ha renovado desde distintas aristas, que se han multiplicado y sofisticado los análisis, se han enriquecido las temáticas y los espacios estudiados, y que ha crecido el interés por enfoques antes enteramente ausentes de este campo, como la perspectiva de género. Los espacios estudiados se han incrementado no sólo en términos geográficos, creciendo el número de regiones mejor conocidas, sino que los estudios han dejado de enfocarse exclusivamente en lo público para interesarse también por lo privado y aun por lo íntimo.
Como objeto de estudio histórico complejo, durante las últimas dos décadas el catolicismo se ha confirmado como uno de los ejes desde los cuales se renueva la investigación sobre la historia mexicana de los siglos XIX y XX. No ha sido ajena a esta renovación la transformación del contexto nacional en materia de relaciones Iglesia-Estado, que entre otras cosas llevó a la apertura de importantes fondos de archivo eclesiásticos a la consulta de los especialistas luego de las reformas constitucionales de 1992, como el de la Arquidiócesis de Guadalajara, que resguarda algunas de las principales fuentes con que trabajó la autora.
A esta distancia, puede apreciarse que el campo de estudio del catolicismo, en especial desde una perspectiva política y de estudio de los fenómenos asociativos, ha cursado una etapa de intensa renovación. Como campo de producción de saber, ha encontrado relativa autonomía respecto a pasiones políticas e ideológicas, además de que ha sumado un importante número de cultivadores.
La publicación de este libro de Silvia Marina Arrom muestra que esa etapa de intensa renovación con estudios de casos y multiplicación de interrogantes, combate de estereotipos, diversificación de escalas de análisis, mayor acercamiento a los fenómenos asociativos, mejor conocimiento de las posturas ideológicas y políticas de los actores estudiados, también va quedando atrás para dejar al descubierto nuevas exigencias, tanto más apremiantes cuanto que los logros de ese conjunto historiográfico son sugerentes y obligan a llevar los cuestionamientos más lejos. Así, Voluntarios por una causa pertenece a una nueva generación de estudios sobre dinámicas políticas y sociales del catolicismo, que se apoya con mucha seguridad en trabajos elaborados durante las tres últimas décadas -entre los que se cuenta la obra anterior de la misma autora-. Esta investigación toma impulso en esos estudios, subraya con claridad algunos de sus límites, y enseguida los rebasa.
Precisamente en el trabajo que realiza desplazando los límites de investigaciones anteriores, la autora muestra que es preciso cruzar el campo con interrogantes nuevas, que abran compartimentos historiográficamente estancos y los comuniquen entre sí. Lo hace entrelazando cuestiones antes rara vez combinadas, como son la caridad y la política.
Para hacerlo moviliza fuentes que no habían sido trabajadas para el caso mexicano con la profundidad con que ella las aborda, a fin de armar un estudio del conjunto de los movimientos caritativos católicos mexicanos que tuvieron como emblema la figura de San Vicente de Paúl. Aborda así la historia de las diversas asociaciones vicentinas masculinas y femeninas, de sus dinámicas y obras específicas, desde su introducción en México a mediados del siglo XIX, inspiradas en el modelo francés, hasta su declive en la época postrevolucionaria.
Que para llegar a la política confesional había que pasar por el asociacionismo es algo que ya el libro citado de Ceballos Ramírez mostraba, una pista que fue seguida fructuosamente por un conjunto de estudios que Arrom conoce bien. Hacía falta hilar más fino para desentrañar el vínculo entre el asociacionismo y el desarrollo de actividades estrictamente piadosas y de caridad con la vida política. Una de las mayores demostraciones de Arrom es que la política pasa por la caridad y pasa por ahí donde ella misma se define como ausente: las mujeres. El movimiento de las Conferencias de San Vicente de Paúl, en su rama femenina, tejió las principales redes en las cuales se apoyó el movimiento político católico en los inicios de la revolución de 1910 y durante los años siguientes. El mérito de Arrom tiene que ver con su trabajo acucioso sobre las fuentes, sin duda, pero también con las preguntas formuladas: poco se habían trabajado esas fuentes, pero sobre todo, no se habían formulado esas preguntas. Es un trabajo sobre las fuentes y en cierta forma contra las fuentes mismas, contra el tipo de discurso que oculta a las personas y enfatiza a las organizaciones; tiende a silenciar los nombres de la mayoría de las mujeres, enfatiza las iniciativas masculinas y de los dirigentes y minimiza la potencia de acción de las bases.
Sobre las huellas de trabajos como los de Sol Serrano, Arrom vincu la modernidad y caridad y luego política y caridad. Para llegar ahí, tuvo que explorar en su propia trayectoria la historia de las mujeres, de lo popular, de lo asistencial; también supo leer como historiadora la experiencia de vida de sus abuelas.
Otro acierto de esta investigación es la variación de escalas de análisis que permite captar que una dimensión fundamental de estas organizaciones es perceptible a escala internacional, por tratarse de un modelo que se difunde desde Francia hacia el mundo católico en general, reconstruir la historia del movimiento a escala nacional y explorar detalladamente el caso más sobresaliente que corresponde al estado de Jalisco, enmarcado en la arquidiócesis de Guadalajara. Esta reconstrucción a diversas escalas permite a Arrom destacar lo singular de lo mexicano frente a la matriz francesa, y luego lo singular de lo jalisciense, dentro de un fenómeno asociativo moderno cuyas pautas estaban marcadas desde la ciudad de París.
La obra se propone revisar y reinterpretar al menos dos temas: el primero es la cronología general del catolicismo social en México, para combatir la versión comúnmente asumida de que éste inició con la difusión de la encíclica Rerum Novarum, y en cambio ubicar su nacimiento en época mucho más temprana. Este primer punto permite resituar a nuestro país dentro de los ritmos del asociacionismo laico internacional del catolicismo. Para hacer esta propuesta, la autora rastrea los primeros pasos en México de organizaciones caritativas fundadas bajo el emblema de San Vicente de Paúl, mostrando detenidamente sus similitudes y diferencias con el movimiento francés, en el que se inspiran y con el que se comunican, y además tomando en consideración estudios relativos a otros países.2 La demostración de la vitalidad de los vicentinos en México desde mediados del siglo XIX obliga en efecto a revisar la cronología del catolicismo social mexicano.
El otro gran eje de revisión interpretativa es el que se acerca a los mecanismos y actores de la movilización política católica de las prime ras décadas del siglo XX. Actores que siempre habían sido vistos en clave masculina y que Arrom considera deben ser estudiados en clave mayoritariamente femenina: desde su punto de vista -y esto lo argumenta con el conjunto del estudio empírico- las artífices del fortalecimiento asociativo católico que permitió el empuje del catolicismo político de 1910-1930 fueron las mujeres, movilizadas por miles para la caridad y las redes sociales que construyeron. Los estudios sobre los movimientos políticos y los movimientos católicos, para un arco temporal que cubre desde finales del siglo XIX hasta los años revolucionarios, como insiste Arrom, tendrán que considerar sistemáticamente la acción de las mujeres y el papel de la caridad. Análisis de género que la autora realiza del tipo de trabajo hecho por hombres y mujeres laicos católicos en el campo de la caridad, permite conocer las razones de las disparidades entre las organizaciones vicentinas de hombres y de mujeres, a partir de considerar lo que éstas representaban para unos y para otras como espacios de sociabilidad, entre otros aspectos. El análisis arroja luz sobre aspectos importantes del funcionamiento del espacio público de la época y subraya las paradojas que se ofrecen como retos para el análisis del funcionamiento de lo político en un sentido amplio.
Ambos ejes de reinterpretación constituyen dos aportaciones mayores de este libro. Los logros mismos del estudio sugieren algunas ventanas de reflexión desde las que podrían en el futuro ensancharse perspectivas. Señalo sólo algunas: por una parte, el estudio de los movimientos confesionales, sean éstos abiertamente políticos o aun tengan objetivos exclusivamente devocionales, no puede ser autónomo del de la multitud de fenómenos sociales con los que se cruzan o interactúan. Esto supone una tarea que puede parecer inmensa de contextualización y entretejido constante, de la cual fluyen otras interrogantes. Así, por ejemplo, es cierto, como insiste la autora, que la secularización no provee la única perspectiva posible de explicación de la modernidad, ni es la razón última de lo sucedido en el siglo XIX, pero también es cierto que los impulsos para restringir lo religioso a lo privado, para conferir al Estado una esfera de acción autónoma de la autoridad eclesiástica, dieron en parte su razón de ser a movimientos confesionales como las asociaciones caritativas inspiradas en la obra de San Vicente de Paúl. Sin duda una parte del problema -y en esto ha insistido la sociología de los fenómenos religiosos en las últimas dos décadas- tiene que ver con la manera en que se suele utilizar la categoría secularización en un conjunto de interpretaciones que la asimilan con el concepto decimonónico de progreso, en un impulso historiográfico que adopta la interpretación decimonónica liberal. Frente a ello, Voluntarios por una causa contribuye a la tarea de desmontar un modelo interpretativo heredado y heredero de las lides políticas e ideológicas del siglo XIX, y por eso mismo a una mayor comprensión de lo que se jugó en esas mismas luchas para quienes las protagonizaron en diversas trincheras.
Por otra parte, a partir de la constatación de que la caridad tejió redes sólidas que sostuvieron la posibilidad misma de la acción política, será sin duda fructuoso preguntarse qué le hizo la política a la caridad. Finalmente, y también con apoyo en los logros que presenta Arrom en esta obra, y que contribuyen a la historización de los vínculos entre catolicismo y modernidad, cabe desear la apertura de una discusión más a fondo sobre algunos conceptos comunes en la historiografía, como el de resurgimiento católico (restauración, en el lenguaje de algunos actores de la época). En relación con un mundo en donde la experiencia de ser católico cambió, en donde la Iglesia católica se transformó profundamente a diversas escalas en sus relaciones con otros poderes y en su propia institucionalidad, y en donde en no pocos países el catolicismo transitó de un estatus de religión de la patria a religión mayoritaria, tiene sentido preguntarse qué es lo que se restauraba o resurgía, de qué hablamos cuando utilizamos expresiones como restauración o resurgimiento. Nuevos estudios vendrán sobre el tema, es de esperarse, siguiendo las huellas de este sólido trabajo y, para desplazar sus límites, deberán apoyarse en él.