En 1972 apareció el periódico El Martillo en las calles de la ciudad de Chihuahua. En el mismo año, al menos, otras dos publicaciones salieron a la luz pública; Punto Crítico en la Ciudad de México y Debate, en Guadalajara. Las tres publicaciones se identificaban con la izquierda, y contribuyeron al notable incremento de publicaciones de izquierda ocurrido desde fines de los años sesenta y hasta mediados de los ochenta del siglo XX. Por supuesto, hubo múltiples razones para este auge, no menor entre ellas la disminución de costos y la accesibilidad de máquinas de impresión: un mimeógrafo bastaba para concretar la idea de inundar las calles de propaganda. Con el fin de ubicar el análisis de este artículo, nos interesa considerar sólo una de ellas, que podríamos describir como uno de los efectos a largo plazo de la Revolución rusa de 1917: la centralidad que adquirió la prensa para construir el partido de vanguardia, acorde con el modelo leninista. El presente artículo toma el caso de El Martillo y examina la manera compleja en que la tradición de izquierda, incluyendo las ideas de Lenin, llevó a la fundación del periódico.
Los estudiosos de la historia de la prensa en México, en general, no han prestado mucha atención a los periódicos de izquierda. La problemática central ha sido la constitución de la llamada prensa moderna, un modelo de publicación que fue imponiéndose a través del siglo XX. Posiblemente, una razón para desdeñar la historia de los periódicos de izquierda ha sido el prejuicio generalizado de que se trataba de publicaciones de corta duración, de escasa calidad y saturadas de consignas. El prejuicio surge contrapuesto a la idea de que la prensa debe perseguir el fin de transmitir información veraz de manera objetiva, y evitar filtros que pudieran atravesar puntos de vista sesgados y parciales. No es aquí el espacio para entrar a debatir si la llamada prensa moderna cumple con esta finalidad. En cambio, quiero señalar que la prensa de izquierda ofreció un modelo distinto para transmitir la información [Serna 2014; Trejo Delarbre 2014: 5-6; 1975]. La ausencia de una historia de la prensa de izquierda, en consecuencia, deja en el silencio a la oposición que conformó el proceso cultural mediante el cual la prensa moderna logró ser hegemónica.
El estudio de la prensa de izquierda observa por necesidad el cruce entre cultura y política que moldeó las prácticas. Por esa razón, el presente análisis fija la atención en las ideas que acompañaron la decisión de fundar el periódico El Martillo. El examen de las ideas políticas conduce, con frecuencia, a considerar la ideología como un sistema cerrado e inmóvil de nociones entrelazadas lógicamente. La orientación aquí es distinta, porque situamos las ideas dentro de una tradición, y en consecuencia consideramos que atraviesan por un proceso en el que se forma y transforma la tradición. La relación entre la izquierda y la palabra impresa tuvo que enfrentar un proceso de selección; de su origen heterogéneo en el siglo xviii a su conversión en ingrediente esencial del leninismo en el siglo XX. En consecuencia, durante los años de la Guerra Fría, los jóvenes que se acercaron a la disidencia de izquierda conocieron de la idea leninista del periódico. Esa idea llegó a los fundadores de El Martillo como memoria colectiva en la que el periódico la toma para transfigurarla en un carácter mítico fincado en su poder para organizar y provocar revoluciones. Memoria colectiva y mito impulsaron hacia la acción deliberada de intervenir en la historia con el fin de transformar la sociedad. La acción orientada por ese impulso, a su vez, tuvo el efecto de diversificar y complejizar la tradición recibida.
Como se apuntó, la fuente utilizada para llevar a cabo este propósito fue mediante la historia oral, para realizar las entrevistas con tres de los cinco fundadores de El Martillo. 1Con este recurso, los entrevistados rememoran el suceso, y lo sitúan en conexión con otros sucesos. También, precisamente porque recuerdan, ofrecen una perspectiva desde el presente acerca de sus acciones en el pasado. Las entrevistas, en consecuencia, permiten reflexionar acerca de la transmisión, la selección y los cambios que se operan en este hilo conductor -la función del periódico revolucionario- de la tradición de izquierda.
Jaime García Chávez fue entrevistado en Chihuahua, Víctor Orozco en Ciudad Juárez, y José Manuel Muñoz, en la Ciudad de México. Jaime es abogado, dedicado principalmente a asuntos laborales; también, y durante muchos años, escribió para la prensa comercial en Chihuahua hasta que pudo independizarse de la habitual censura y crear un blog. Permanece en el activismo político: fue candidato a gobernador por el Partido de la Revolución Democrática y aparece sin falta en las protestas contra las injusticias y abusos del gobierno de la ciudad y el estado. Víctor, igualmente permanece activo en la política disidente de izquierda, pero es mejor conocido como intelectual y académico; profesor de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, tiene una variada obra sobre la historia y política de Chihuahua. José Manuel, titulado como ingeniero, trabajó en la Comisión Federal de Electricidad hasta jubilarse; es un activista en favor de la soberanía energética de México y participa en el Observatorio Ciudadano de Energía, opuesto a la privatización de la producción petrolera y de la generación de electricidad. En el transcurso de las tres entrevistas, los relatos de sus recuerdos frecuentemente fueron interrumpidos para comentar o reflexionar sobre cuestiones políticas del presente.
Cada uno de los entrevistados rememoró y narró su trayectoria, previa a la fundación del periódico. Las trayectorias son parecidas, con ligeras diferencias atribuibles a mínimas variaciones en edad. Sus recuerdos nos llevan a recorrer sucesos políticos y movimientos de protesta ocurridos desde el inicio de los años sesenta hasta entrada la siguiente década. Los sucesos que marcaron el inicio de su recorrido político fueron también los sucesos que marcaron y dieron carácter a la década de 1960 en México. Víctor evocó el mes de abril de 1961 y las protestas en Chihuahua -que también ocurrieron en otras ciudades del país- contra el intento de fuerzas contrarrevolucionarias, respaldadas por el gobierno de Estados Unidos, en su objetivo de invadir Cuba.2 Jaime recordó el ataque al cuartel de Madera, llevado a cabo por el Grupo Popular Guerrillero (GPG) el 23 de septiembre de 1965.3 En la memoria de José Manuel quedó grabado el 2 de octubre de 1968, la violencia del ejército y la muerte de estudiantes, como el momento que lo decidió a levantarse como un activista político parta transformar a la sociedad mexicana.4
Las trayectorias convergieron en 1972. La ejecución extralegal, en enero, de algunos de los jóvenes del grupo político armado que llevó a cabo el poco exitoso triple asalto bancario, bautizado por la prensa como Comando Armado de Chihuahua, que prendió la indignación popular y que derivó en la fundación del Comité de Defensa Popular de Chihuahua (CDP). Ahí, Jaime y Víctor participaron en calidad de dirigentes de la Sociedad Ignacio Ramírez, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chihuahua; José Manuel lo hizo por parte de la Sociedad Ricardo Flores Magón, del Instituto Tecnológico de Chihuahua. En el CDP también se encontraban, Rubén Aguilar, que había pasado de la Sociedad Ignacio Ramírez a la dirigencia de la Colonia Francisco Villa, y Manuel Valles Muela, líder del Movimiento Sindical Ferrocarrilero en la sección Chihuahua del sindicato de trabajadores ferrocarrileros. Estos cinco hombres fundaron y constituyeron el consejo de redacción de El Martillo -en la reunión de fundación estuvo también Irma Campos, quizás otros más- y el primer número apareció en julio de 1972.
Cada uno de los fundadores había participado en luchas locales en los años precedentes a 1972, de manera que todos ellos acumularon experiencia y construyeron una red de amistades y compañeros que conformaron colectivos de pertenencia. Es por esa razón que los recuerdos que ofrecieron, captados en sus entrevistas, pasaron gradualmente del yo protagonista, al nosotros, y finalmente dieron paso a un sujeto social colectivo. Esos colectivos se fueron transformando con el paso de los acontecimientos, no sólo por su aumento en número, sino convergiendo hacia algo más complejo, hasta convertirse en un frente común de variadas organizaciones que aglutinaban estudiantes, trabajadores y colonos populares. En la memoria de los fundadores, El Martillo fue consecuencia de ese proceso iniciado por las luchas locales, y por esa razón y de manera natural, se convirtió en instrumento para asumir la responsabilidad de dar una voz común a este complejo colectivo; esa fue su razón de ser.
No sólo la experiencia práctica explica la fundación del periódico. Lo vivido, en su momento, fue interpretado desde el sentimiento de pertenecer a una tradición de izquierda. Los recuerdos destacan la influencia de la Revolución cubana; pero también, lecturas significativas de autores que incluyen a Lenin, Trotsky, Luxemburgo, Gramsci, Che Guevara, Debray y muchos otros; por último, figuran en el nombre de sus organizaciones, personajes de la historia mexicana como Ignacio Ramírez y Ricardo Flores Magón. Ese sentimiento, del mismo modo, impulsó la decisión de intervenir deliberadamente en la sociedad para moldear la historia. El Martillo, para quienes entonces emprendieron la tarea de publicarlo, estaba llamado no sólo a ser voz, sino guía del colectivo que transformaría la sociedad.
Tradición unilineal, tradición compleja
La tradición de izquierda le reserva un lugar central al periódico como medio para transmitir ideas y como disparador de la organización que será también un vehículo para la transformación revolucionaria. La relación entre la prensa y la disidencia revolucionaria en Europa, en 1789, ponía en evidencia la agitación mediante las páginas que animaban Le Tribun du Peuple, en 1789 en París [Billington 1980]. Auguste Blanqui afirmaba la importancia de las ideas enarboladas en 1789 y la necesidad de transmitirlas, y él mismo sirvió de correa de transmisión para llevarlas a la Comuna de París, en 1871. La asociación entre el socialismo y la palabra impresa, de manera más específica, inició en 1831, con los sansimonianos [Debray 2007]. Pasó de ahí a todas las variedades de socialismos del siglo xix, incluyendo entre ellas a las corrientes anarquistas. Por encima de las divergencias doctrinarias, individuos y organizaciones coincidían en la importancia de atender la relación, escuela, biblioteca y prensa, para impartir la educación necesaria para la emancipación.
La prensa era, de las tres, la más importante. Al correr del siglo, esa prensa desarrolló un modelo de periódico que no meramente reflejaba información, sino que asumía el papel de guía: a la luz de una idea, encontraba la verdad detrás de la apariencia de los hechos; después, y para comunicar la verdad, transformaba una concepción del mundo en palabras menudas. La circulación de todo tipo de periódicos socialistas en los centros industriales europeos constituyó una medida del arraigo de la izquierda en la cultura obrera durante la segunda mitad del siglo xix y las primeras décadas del XX [Debray 2007; Hobsbawm 1974].
El triunfo de la Revolución en Rusia, en 1917, la posterior creación de la Tercera Internacional y la fundación de partidos comunistas cambiaron el mosaico de la izquierda revolucionaria. Los bolcheviques, a los ojos de los revolucionarios, lograron el triunfo que había eludido a los socialdemócratas y a los anarquistas. Crecieron en número los partidos comunistas que emularon al bolchevique en las siguientes décadas del siglo XX, y atrás quedó el heterogéneo medio ambiente de los socialistas decimonónicos. Ser revolucionario, como bien apuntó Hobsbawm, significaba ser comunista [ Hobsbawm 1978: 13-15]. En consecuencia y de la misma manera, el desarrollo multilineal que configuró la relación entre prensa y socialismo se transformó en una tradición lineal destilada por el leninismo.
La referencia obligada acerca del papel que debía jugar la prensa revolucionaria fue la discusión emprendida por Ivan Ilich Lenin. El líder revolucionario escribió: “¿Por dónde empezar?” y “Una conversación con los defensores del economismo”, ambos artículos aparecidos en 1901, donde esbozó los pasos inmediatos a seguir en las tareas revolucionarias. Los siguió con un tratamiento pleno, publicado en 1902, en el que polemizó con la que consideraba el ala economicista y reformista dentro del partido socialdemócrata ruso.5¿Qué Hacer? fue una obra de estrategia política que abogó por introducir las ideas revolucionarias en las luchas económicas de la clase obrera, y en utilizar la prensa para este propósito.
Lenin otorgó al periódico la función de consolidar la organización partidista y promover la idea de revolución en todo el país. Por esa razón, debía ser un “periódico político central”, que actuaría como “el hilo fundamental al que podríamos asirnos para desarrollar, ahondar y ampliar incesantemente esta organización (es decir, la organización revolucionaria, siempre dispuesta a apoyar toda protesta y toda explosión)”. Y añadió: “El periódico no es sólo un propagandista colectivo y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo” [Lenin 2010: 236-238]. Estas ideas respecto del periódico fueron referencia común y acción obligada para los partidos comunistas establecidos en la primera mitad del siglo XX y también para las nuevas organizaciones de izquierda cuyo florecimiento desbordado siguió a la Revolución cubana y al cisma sino-soviético.
Jaime García Chávez, después de nombrar a quienes fundaron El Martillo, recordó de nuevo que probablemente él era el único que en ese entonces había leído el texto de Lenin. “Para esto es bueno que recordemos que, cuando menos en mi caso, dudo menos en el [de los otros]… pues yo había leído el ¿Qué hacer? de Lenin ¿verdad?” Jaime estuvo en el Partido Comunista Mexicano, y posiblemente fue lectura obligada en algún grupo de estudio. Jaime no sólo hizo referencia al libro, calificándolo retrospectivamente de “obra horrorosa”, sino que trazó un paralelo entre el periódico bolchevique y el fundado por los chihuahuenses.
Ahí se habla del periódico organizador, o sea, Iskra era el periódico a partir del cual iba a organizar, era el cemento que iba a permitir aglutinar a todos los revolucionarios en el vasto imperio zarista […] Entonces con la idea del Iskra se hace El Martillo, y aunque esto no se hizo muy explícito pos [sic] de todas maneras estaba ahí atrás.
Otros dos fundadores expresaron una idea similar, aunque sin aludir a la lectura de ¿Qué hacer?; de acuerdo con Víctor, tenían la “fantasiosa” idea “del gran periódico como agitador de las masas y organizador, como decía Lenin ¿no?, el periódico que va a organizar a las masas. Y… estábamos muy casados con la idea”. José Manuel consideraba en ese entonces que “éramos un partido leninista,” aunque “también teníamos el modelo magonista,” ambos muy parecidos porque se trataba de “partidos políticos que se organizan en torno a un periódico, y el periódico tiene una tendencia revolucionaria y, además, proletaria”. La idea leninista respecto de la prensa de izquierda constituía el eje de la tradición heredada por estos jóvenes de izquierda.
Un criterio principal que operó en la selectividad de la tradición fue el éxito. Debido a que los bolcheviques derrotaron al zar, a los liberales pequeño-burgueses y a los ejércitos del imperialismo, sus ideas y sus acciones adquirieron la calidad de principios infalibles. En los recuerdos de los entrevistados, ese criterio se hizo evidente en el optimismo, o, mejor dicho, en asociar un resultado positivo con la idea y la acción del periódico. Jaime fue particularmente claro y perceptivo al respecto cuando explicó que la lectura que hacían en 1972 de los sucesos en la Rusia de principios de siglo es que “eso había resultado bien, ¿verdad?, que habían sido exitosos,” y por tanto podían esperar lo mismo una vez que tenían El Martillo. Más adelante explicó que en 1906 el Partido Liberal había distribuido 250 mil ejemplares del número de Regeneración que contenía el programa del partido, y añadió:
Para nosotros era así como decir: cuando nosotros logremos hacer eso, es que estamos ya al borde de la revolución. Pero nunca pasamos de dos mil ejemplares [risas], o sea, sí teníamos esa idea ¿no?
El recuerdo, a pesar del distanciamiento crítico en el presente, expresó el sentimiento de pertenecer a una tradición de izquierda, y más importante, reveló que la tradición despertaba optimismo y certeza en el éxito de la empresa revolucionaria en la que él y sus compañeros se embarcaban en 1972.
La tradición que heredaron fue por supuesto más amplia. Los recuerdos introducen menciones al magonismo, al Partido Liberal Mexicano y al periódico Regeneración, todos ellos elementos integrantes de la tradición de izquierda forjada en México. Los fundadores de El Martillo tuvieron acceso a una tradición selectiva de la izquierda, pero, al mismo tiempo, eran producto de una tradición local.
José Manuel pertenecía a la Sociedad Flores Magón, en el Tecnológico de Chihuahua, y la organización publicaba un periódico titulado Regeneración. El periódico que originalmente llevó ese nombre fue dirigido por Jesús y Ricardo Flores Magón, y el primer número apareció en 1900; identificado inicialmente como órgano del Partido Liberal Mexicano, abogó por la revolución en contra de la dictadura de Porfirio Díaz (1877-1910). Los Flores Magón transitaron, ideológicamente, hacia el anarquismo y sufrieron el exilio después de que intentaron varios alzamientos anteriores al estallido revolucionario de 1910. La dirección del periódico, en el transcurso de esos años, pasó de Jesús a su hermano Ricardo, y de su subtítulo original, cuyo lema era: “Contra la mala administración de la justicia”, a “Reformas, Libertad y Justicia”, y finalmente, en 1910, al lema “Tierra y Libertad”. Mientras fue publicado allende la frontera norte mexicana, Regeneración circuló ampliamente en el norte de México y el suroeste de Estados Unidos. Fue publicado por última vez en 1918, año en que Ricardo Flores Magón y Librado Rivera fueron encarcelados en la penitenciaria federal de Leavenworth, Kansas. En años posteriores, en la medida en la que el anarquismo desapareció del horizonte político mexicano y el Partido Comunista Mexicano dominó el discurso de izquierda, esta vertiente revolucionaria quedó olvidada [Barrera Bassols 2000-2009; Cockcroft 1971; Illades 2014: 63-74].
Víctor aludió en la misma oración a la idea leninista del periódico y al periódico Regeneración de los Flores Magón, y declaró: “éramos magonistas”. Luego añadió que “traíamos la idea del periódico muy mítica… era aquella idea de Flores Magón: ‘Las revoluciones corren por ríos de papel; él hace las revoluciones’. Era una… había mucha mitificación del periódico”. Jaime abundó respecto de Regeneración y añadió otra referencia: “Al principio también teníamos mucho, teníamos presente la prensa del siglo XIX, como El Socialista, o sea no era nada más Iskra…” El Socialista fue un periódico de la década de 1870 que fungió como órgano del Gran Círculo de Obreros de México [Bringas y Mascareño 1979: 11-17]. El desarrollo unilineal de la idea leninista del periódico fue así sostenida, y al mismo tiempo modificada, por una tradición más amplia.
La tradición era compleja porque conjuntaba sucesos acaecidos en distintos tiempos y geografías, y personajes que pertenecieron a distintas corrientes ideológicas. Algunos de estos elementos no estaban directamente relacionados con el periódico. Ese era el caso con el nombre de la Sociedad Ignacio Ramírez, a la que pertenecían Víctor, Jaime y Rubén. Ramírez fue un liberal radical decimonónico, quien tempranamente en el siglo XIX, comunicó a una reunión de sabios académicos que “no hay Dios” y se armó la de San Quintín. Ramírez hizo política, fue escritor, y por supuesto, periodista [Sierra Partida 1978: 24, 33-37]. Rubén Aguilar, además, encabezó una organización de colonos que invadió terrenos urbanos y fundó la Colonia Francisco Villa. Villa, además de haber sido destacado jefe militar del movimiento revolucionario de 1910, se convirtió en símbolo del carácter popular de esa Revolución. Manuel Valles Muela era cabeza local de un movimiento nacional, el Movimiento Sindical Ferrocarrilero; dicho movimiento fue organizado por Demetrio Vallejo, dirigente gremial encarcelado durante la huelga ferrocarrilera de los años 1958-59, cuando fue liberado en 1971. Estas dos últimas referencias van asociadas, por un lado, al nacionalismo revolucionario, identificado con el momento más radical de la Revolución mexicana en los años treinta y durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, y que postulaba el desarrollo económico independiente, la oposición al imperialismo y el carácter popular del Estado; y por el otro lado, con los partidos Comunista y Popular Socialista, vinculados a la Tercera Internacional, aliados del partido único de Estado, y de gran influencia en sindicatos y organizaciones campesinas entre 1930 y 1970.
Estas variadas corrientes ideológicas conformaron la tradición de la izquierda mexicana. A través de la segunda mitad del siglo xix y hasta la década de 1930, esta tradición combinó las ideas venidas de Europa en letra impresa o en boca de inmigrantes, con tradiciones locales. Convivieron así el liberalismo radical con el catolicismo social, varios socialismos utópicos con anarquismo y comunalismo, ideas sobre la natural evolución hacia el socialismo con ideas milenaristas y revolucionarias. La variedad de corrientes invitó a la proliferación de publicaciones y al debate entre ellos; de hecho, ya un primer diario, El Socialista se publicó en 1849 [Illades 2014: 17-40]. Durante los años medios del siglo XX, la expresión de izquierda apareció dominada por el Partido Comunista y el Partido Popular (después, Popular Socialista); y, en consecuencia, disminuyó la variedad y cantidad de publicaciones. Humberto Musacchio describe la saga del periódico comunista El Machete: apareció legalmente de 1924 a 1929, después ilegalmente hasta 1935, y en 1938 cambio su nombre a La Voz de México. Musacchio afirma que después de 1968, tuvo lugar “la mayor explosión de prensa independiente que haya habido en México” [Musacchio 1982]. Carlos Aguirre afirma lo mismo, con respecto al Perú, y agrega que de 1960 a 1990, hubo una intensificación de la relación entre militancia de izquierda y cultura impresa [Aguirre 2013: 303].6 En consecuencia, en esos años, resurgió la pluralidad vital de la disidencia de izquierda. Lo que es interesante, en el caso de El Martillo y sus fundadores, es que las variadas influencias no actuaron por separado, sino que confluyeron en una organización o en un individuo.
Tradición selectiva, tradición abierta
La tradición a la que accedieron los jóvenes fundadores del periódico había atravesado por un proceso de selección. Como en cualquier otro campo que va conformando un cuerpo de conocimiento acumulado a través del tiempo, el resultado de la selección deja mucho por fuera. No obstante, como hemos visto, la tradición era compleja, y esa complejidad marchaba a contrapelo de congelar las ideas en el tiempo. La tradición no era inerte.
Los jóvenes que fundaron El Martillo sumaron lo que de aquí y allá fueron conociendo, y la mayoría de esos conocimientos la adquirieron a través de sus lecturas. El acceso a obras socialistas y marxistas había sido difícil en un México de finales del siglo XIX, debido a la falta de traducciones y la circulación relativamente restringida de las existentes. Camilo Arriaga, en el inicio del siglo XX, viajó a Europa y trajo consigo un cargamento de libros y folletos con contenidos de ideologías radicales europeos, en los que abrevaron sus amigos y cofundadores del Partido Liberal Mexicano [Cockcroft 1971: 64-68]. Una generación después, Víctor Manuel Villaseñor regresó a México en 1931, con una buena cantidad de libros sobre marxismo, que incluían obras selectas de Marx en idioma francés y de Lenin, en inglés [Villaseñor 1976: 303]. En 1935, un artículo publicado en El Machete, lamentaba la dispersión y falta de energía en los esfuerzos por editar obras marxistas en México, aunque destacaba algunos logros por las editoriales Integrales y Ediciones Frente Cultural. Esta última, ligada a la Librería Navarro en la Ciudad de México, se impuso la tarea de traducir y publicar a Marx, Engels, Lenin y Stalin, con modesto éxito, entre 1934 y 1939. Este empeño editorial aprovechó la apertura política hacia la izquierda que inauguró la presidencia de Lázaro Cárdenas, y es interesante notar que el esfuerzo contribuyó a reducir la tradición de izquierda, porque los militantes de izquierda encontraban en las librerías obras de Lenin y de Bujarin principalmente [Rivera Mir 2016: 112-115, 120]. El vigoroso conservadurismo que siguió a la presidencia de Cárdenas contribuyó poco al crecimiento de las publicaciones de izquierda.
Esta pudo ser la razón de que, en 1972, sólo Jaime García, conociera el ¿Qué Hacer?, y con esto cabe la posibilidad de que se hubiera acercado a la lectura de la traducción al español realizada por el Partido Comunista Argentino, que inició la traducción de las obras de Lenin desde la década de 1920, y cuya editorial Cartago publicó las obras completas entre 1957 y 1973; Rodney Arismendi, en Lenin, la revolución y América Latina, refiere a ¿Qué hacer? como el tomo v, aparecido en 1959 [Arismendi 1970; Concheiro Borquez 2016: 83]. Quizá es más probable que haya tenido acceso a la publicación realizada en Cuba en la década de 1960, basada en la de Cartago, ya que, como recordó Víctor, recibían una gran cantidad de publicaciones distribuidas por la embajada cubana en México.7
En la entrevista, Jaime también menciona, con respecto a los Flores Magón, la aparición del libro de James Cockcroft, publicado en inglés, en 1968 y, en español, en 1971. Aparentemente, no se hallaba mucha información acerca del PLM, Regeneración y los hermanos Magón. Cockcroft enlista en una bibliografía exhaustiva algunas memorias, unos pocos estudios publicados y otros inéditos (incluyendo tesis de maestría y doctorado de los años cincuenta y sesenta) y varios artículos de periódico escritos entre las décadas de 1940 y 1960 por quienes conocieron a Ricardo Flores Magón, incluyendo a su hermano Enrique [Cockcroft 1971: 234-260]. Los Flores Magón perdieron notoriedad en las décadas de mediados del siglo XX; por una parte, quizá como resultado del exilio; por otra, a partir de la idea de que los vencedores escriben la historia, y una parte más, como resultado de la dominante identificación entre izquierda y comunismo. Fue posiblemente José Revueltas, comunista disidente, quien primero los reincorporó a la tradición de la izquierda mexicana, en 1963, y trazó una línea que unió la disidencia de izquierda antes y durante la Revolución de 1910, con la izquierda del siglo XX [Revueltas 1980: 199-210].
Al mismo tiempo, se iniciaba un auge editorial por publicar los textos marxistas, durante los años sesenta y setenta del siglo XX. Jaime refiere haber leído el libro de Trotsky, 1905, que le sirvió para hacer un análisis del Comité de Defensa Popular como la constitución de un soviet.8 Por supuesto, explica, no mencionó a Trotsky, sino que lo metió por la puerta de atrás. Víctor hace referencia a cambios en sus ideas respecto del papel de la izquierda y en particular de la relación entre el partido y las masas. Recuerda la lectura de Gramsci y de los Cuadernos de Pasado y Presente, que fueron importantes para dar a conocer la obra de Gramsci [Crespo 2009; Starcenbaum 2015]. Hace referencia también a Rosa Luxemburgo, en particular a la aparición de una biografía escrita por Peter Nettl, y la parte de su obra publicada por editorial Era en México [ Nettl 1974]. En específico, las editoriales Siglo XXI y Era, muchas otras también, enriquecieron la oferta en español de obras tanto clásicas como contemporáneas del marxismo, y de variadas reflexiones acerca de los movimientos revolucionarios, la estructura social y la cultura.
La importancia de descubrir estos nuevos textos fue que ensancharon la tradición, y, en consecuencia, permitieron cuestionar ciertos preceptos. La idea leninista del partido como vanguardia y del revolucionario como quien inyecta la conciencia en los obreros, fue desechada, para entonces poder emprender una búsqueda de otra manera de pensar la relación entre la organización y las masas. Víctor hace una referencia particular a la noción de Luxemburgo de “fecundar”, que sustituye la idea de inyectar conciencia y dirigir a las masas. En otras palabras, la tradición no era fija ni inerte, y esos años fueron particularmente importantes en el florecimiento de un pensamiento marxista renovado. La nueva izquierda fue nueva, no sólo porque rompía con el gradualismo evolutivo y la coexistencia pacífica promovida por los partidos comunistas, sino porque amplió, complejizó, y transformó la tradición de izquierda.
Ideología, memoria heredada y mito
En el momento de decidir hacer un periódico, los jóvenes de 1972 tenían en mente -clara o vagamente, no importa- la idea leninista. El leninismo, es decir, las ideas de Lenin que posterior a su muerte fueron elevadas a principios en la ciencia de la revolución, puede comprenderse como ideología. El propio Lenin afirmaba en el ¿Qué hacer?, en torno a la importancia de elaborar la ideología proletaria que pudiera contraponerse a la ideología burguesa, y asignó a Iskra la misión de introducir esa ideología proletaria en los trabajadores. Lenin usa el término ideología para referir un cuerpo de ideas que expresan intereses de clase, y descarta la connotación de ideas ilusorias que Marx adscribía a la ideología. Otra manera de entender las ideas leninistas consiste en considerarlas -como lo que he hecho aquí-, parte de la tradición de izquierda que agrega elementos disímiles bajo un mismo manto. En ese sentido, las ideas recibidas son una ideología latente que introduce símbolos y valores del pasado en las acciones del presente, sin ser ni ilusión ni organización sistemática de preceptos racionales [Thompson 1990: 40-44]. Quizás sea más apto hablar, en este caso, de una memoria heredada que modificó las expectativas y abrió un horizonte en el que se entrevía el progreso revolucionario.
La tradición de izquierda, como memoria heredada, fue un puente entre pasado, presente y futuro. Esa tradición confería un papel central al periódico: el pasado dictó a los fundadores la decisión de crear El Martillo en 1972, y debido al éxito de esa idea en el pasado, el futuro conminaba a los fundadores a andar por el sendero del triunfo de la revolución socialista. El periódico adquirió así un carácter mítico, porque unía los tiempos y afirmaba un origen común que identificaba a los participantes. Las ideas elaboradas por Lenin en ¿Qué hacer? respondían a debates y circunstancias específicas, pero en el leninismo, este anclaje en tiempo y espacio desapareció, por eso adquirió ese carácter simultáneo: histórico y ahistórico en la tradición de izquierda.9 La importancia del periódico no estribaba en que su poder para organizar y producir la revolución pudiera verificarse, sino, en tanto mito, en que podía ser un poderoso impulso a la acción.
Y lo fue: El Martillo nació de la convicción que sus fundadores tenían en el poder del periódico para organizar. Esa convicción los decidió a hacer historia, es decir, a actuar consciente y deliberadamente para transformar el futuro.
Y bueno, volviendo a El Martillo, efectivamente volvió a jugar el papel de ser el vehículo para manejar tesis de organización política, de programa hacia el movimiento obrero, campesino, popular, estudiantil, era organizador, un periódico organizador y aparte pues la idea de la reflexión, de ahí que El Martillo hasta el final haya tenido la, pues la muy peregrina idea de que de ahí podía haber surgido un partido proletario, ¿verdad? [Jaime].
Esa convicción, vista con los ojos del presente en que se realizó la entrevista, es considerada ingenua. Por lo mismo, la acción pasada aparece como fallida en relación con las expectativas, ahora consideradas ilusorias. Los entrevistados reconocen el carácter mítico de la idea que tenían.
No obstante, la admisión nacida del peso de la experiencia, reconocen que en su momento hicieron historia. Refieren que El Martillo, inmerso en el movimiento de masas, fue capaz de orientar la dirección de las acciones emprendidas, es decir, cumplir el papel que el periódico debía cumplir y dejar huella en la historia. Víctor lo explicó así:
El Martillo nació así, con esa idea justamente, de impulsar las luchas de masas… Eso fue lo que [lo] distinguió… de otros proyectos periodísticos de la izquierda en ese periodo… nació vinculado directamente al movimiento de masas, y… en ese momento era lo que distinguía.
Jaime, por su parte, refirió que El Martillo quedó registrado para la posteridad en el libro La prensa marginal, “que examina el caso de El Martillo… y bueno, cuando llegó el libro de Trejo, pues para nosotros fue como un gran halago, de estar brincando a esas ligas, que digamos, ya mayores”. Trejo Delarbre clasificó los tipos de prensa de izquierda en los años setenta, e incluyó a El Martillo en lo que denominó periódicos integrales: aquellos que ofrecían un panorama amplio de las luchas, creaban su propio público, y “hacían de sus lectores participantes activos en las luchas populares” [1975: 120-123]. En otras palabras, los contemporáneos, así como los fundadores, consideraron en su momento que El Martillo cumplía exitosamente la tarea del periódico organizador. En el recuerdo, la divergencia entre expectativas pasadas y experiencia actual introduce un tono irónico y crítico en el relato del recuerdo; no obstante, la conciencia, el orgullo incluso, de hacer historia permanece.
Las expectativas pasadas fueron producto de la memoria colectiva a la que tuvieron acceso. Los sucesos del pasado fueron colectivizados a través de la escritura, y fue así que individualmente y por medio de la lectura, los fundadores de El Martillo accedieron a esa memoria colectiva. La tradición leninista que llegó a ellos era flaca en comparación al robusto pasado del que provenía. Pero fusionada con tradiciones locales y con la experiencia vivida, esa tradición recobró la diversidad y complejidad que alimentaban su vitalidad.
En la tradición heredada del leninismo, el periódico partidista era pieza central de la acción revolucionaria. Este precepto del periódico organizador provenía de la creencia, nacida de la Ilustración europea, en la importancia de las ideas, y, por ende, de su transmisión a través de la letra impresa. Desde 1789, escribió Blanqui, “han sido sólo las ideas las que constituyen la fuerza y la salvación del proletariado” [Debray 2007]. Esta creencia se convirtió en el núcleo del relato mítico que narra la fundación de Iskra, por Lenin, y el consecuente triunfo de la revolución bolchevique. Este relato integrado a la memoria colectiva, como hemos señalado, separa las acciones y sus razones del contexto histórico y las hace vivir dentro de una estructura ahistórica permanente.
Los fundadores de El Martillo consideraban que el principio leninista acerca del periódico era cierto, y por esa razón, confiaban en que la fundación del periódico los pondría en camino del inevitable triunfo de la revolución proletaria y socialista. La ideología, adquirida en la forma de memoria colectiva, impulsó a la acción deliberada. La acción, a su vez, abrió nuevos horizontes de búsqueda, de manera que la tradición ensanchó su cauce y propició la experimentación que asignó funciones distintas para el periódico.
La experiencia acumulada hasta el momento de la entrevista, aportó a los fundadores un punto de vista crítico de las expectativas y acciones en el pasado, pero que simultáneamente reconoce la importancia y valor del proyecto emprendido. Sus testimonios, por supuesto, requieren del contexto en el que los he situado aquí para entender la fuerza de las convicciones entonces sostenidas. La distancia que emerge entre pasado y presente revela, en los relatos de sus recuerdos, ambigüedad frente a valoraciones potencialmente opuestas. Se trata de tensiones, de hecho, que rebasan a estos relatos y apuntan hacia aspectos difíciles del pasado, que en el presente condicionan la acción y comprensión de la izquierda. Por esta razón, y para aclarar el pasado reciente, resulta importante conocer la historia y las razones que sostuvieron la larga carrera de El Martillo, entre 1972 y 1985, que abarcó casi la totalidad de un periodo de auge, diversidad y radicalismo de la izquierda mexicana.