Introducción
Hasta mediados de la década de 1960, existía una visión hegemónica entre buena parte de los marxistas del mundo sobre el desarrollo de la historia universal, la cual planteaba que existían cinco modos de producción: comunismo primitivo; esclavismo; feudalismo; capitalismo; socialismo. Se argumentaba que a lo largo de la historia de la humanidad estos regímenes sociales se habían sucedido uno al otro sucesivamente —o, si no lo habían hecho, lo harían. Por tanto, si se quería cambiar la situación presente y transitar hacia otro modo de producción, se tenía que transitar necesariamente por esta secuencia.
Esta concepción unilineal, etapista, progresiva y teleológica de la historia, construida con base en la experiencia europea, había sido instituida en buena medida por el propio Joseph Stalin a partir de una lectura esquemática de los textos de Marx y Engels. La desarrolló en un conocido texto titulado: Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico (1938), el cual se incluyó en el libro preparado por una Comisión del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética: La historia del Partido Comunista de la Unión Soviética (Bolchevique): Curso corto [1939], el cual fue traducido a decenas de idiomas. Posteriormente, esta visión fue popularizada por diversos manuales de divulgación soviéticos como los de F. V. Konstantinov [1956], Petr Nikitin [1959] o el coordinado por Otto Wille Kuusinen [1964]. Estos manuales, a menudo promovidos por la URSS a través de la editorial Progreso, circularon ampliamente en América Latina. Durante años fueron la manera en que la mayoría de las personas se acercaron al marxismo. En ellos se solía difundir esta visión de la historia universal, configurada por etapas y leyes determinadas. Por ejemplo, en el popular Manual de marxismo-leninismo, coordinado por Otto Wille Kuusinen, se planteaba:
[…] a pesar de toda la gran variedad de detalles concretos y particularidades, la totalidad de los pueblos recorren en líneas generales un mismo camino. Pues la historia de cada uno de ellos, en resumidas cuentas, viene condicionada por el desarrollo de las fuerzas productivas, que se subordinan a unas mismas leyes internas. La sociedad avanza mediante una sucesión consecutiva, sujeta a leyes objetivas de las formaciones económico-sociales, mostrando a otros pueblos su futuro el pueblo que vive en una formación más avanzada, de la misma manera que él ve en los otros su pasado [Kuusinen 1964: 145].1
Sin embargo, a mediados de la década de 1960, comenzó a circular en el mundo francófono y anglófono un texto escrito por Karl Marx titulado en alemán Formen, die der kapitalistischen Produktion vorhergehen (generalmente conocido como las Formen, y en español como Formas de propiedad precapitalistas o Formaciones económicas precapitalistas), que puso en duda esta visión de los cinco modos de producción.2 En este texto, que no había sido pensado para ser publicado y que en realidad formaba parte de un manuscrito más amplio titulado Grundrisse der Kritik der politischen Ökonomie (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política), se estudiaban los distintos modos de producción o “formas” existentes antes del capitalismo. Marx argumentaba que existían cuatro vías en las cuales se desarrollaba la comunidad primitiva: la asiática, la antigua, la germánica y la eslava. Estos eran distintos caminos a lo largo de los cuales se pasaba de la propiedad común hacia un grado mayor de privatización o individualización de la propiedad. Más que un esbozo histórico, era una tipología sustentada en la base económica. Como explicaba Marx: “el hecho de que la historia preburguesa, y cada una de sus fases, tenga también su economía y un fundamento económico de su movimiento, es au fond la mera tautología de que la vida del hombre, d’une manière ou d’une autre, descansó desde siempre sobre la producción social, cuyas relaciones llamamos precisamente relaciones económicas.” [1989: 85].
La forma asiática o despotismo oriental está constituida a partir de la colectividad tribal, la cual se dedica a la manufactura y agricultura, y es autosuficiente. La propiedad de la tierra es comunitaria: los individuos son poseedores, no propietarios. Existe una unidad suprema por encima de las distintas comunidades, a las cuales extrae su plusproducto en forma de tributos o trabajo común. Marx mencionaba como ejemplos el sistema desarrollado por los indígenas en México y en Perú, así como por los celtas y algunas tribus de la India. Por otra parte, la base de la forma antigua (clásica) o grecolatina es la ciudad, en la cual se concentran los agricultores en tanto propietarios de la tierra. Hay una entidad comunitaria; sin embargo, está compuesta por propietarios privados que tienen parcelas propias. Las guerras funcionan como trabajo colectivo o tarea común. De esta forma es que surgiría, posteriormente, la sociedad esclavista. Mientras tanto, en la forma germánica la comunidad no existe como estado o ciudad, sino que está dada por la reunión de propietarios libres y autónomos. Su base es “la vivienda familiar autónoma, asilada, garantizada a través de su asociación con otras viviendas familiares similares de la misma tribu, y a través de su reunión ocasional para la guerra, la religión, la resolución de problemas legales, [de tareas] tales que afiancen la seguridad mutua” [Marx 1989: 79]. Hay en esta forma propiedad comunal, pero sólo entendida como una extensión o complemento de la propiedad privada. Por último, está la forma eslava, de la cual Marx tan sólo menciona que es una modificación de la forma oriental.
De estos conceptos, el asiático —el cual terminó siendo conocido como modo de producción asiático (o simplemente MPA)— causó un cisma dentro del pensamiento marxista.3 Fue una auténtica novedad: en los textos que se conocían hasta entonces de Marx y Frederich Engels no había más que una mención pasajera a él, sin ningún tipo de desarrollo.4 Pero, además, significó un cuestionamiento radical a la visión de los cinco modos de producción, y abría la posibilidad de tejer nuevas explicaciones y periodizaciones históricas para las sociedades no europeas desde el marxismo. Y, no menos importante, reavivó una antigua disputa intelectual con marcados tintes políticos sobre si América Latina era una sociedad capitalista o no.
A través del estudio de la obra temprana del antropólogo mexicano Roger Bartra (Ciudad de México, 1942) y del análisis de diversos proyectos editoriales que realizó durante las décadas de 1960 y 1970, este artículo estudia la introducción y recepción inicial en México de las Formen de Marx y, en concreto, del concepto de modo de producción asiático (MPA). Para ello, se recurre a una lectura detallada de distintos ensayos y libros, entrevistas con Bartra, y también al análisis de acervos documentales como el archivo personal de Roger Bartra y el archivo de la editorial ERA.
En una primera sección se explora la discusión que se dio en Francia, propiciada por el Centre d’études et de recherches marxistes y en la revista La Pensée, en torno al MPA durante los 1960. Se analiza de qué manera el entonces estudiante Bartra leyó estos debates y los empleó a finales de 1964 para estudiar la sociedad teotihuacana en el contexto de una renovación política e ideológica del Partido Comunista Mexicano. En una segunda parte, se aborda el rol que tuvo Bartra para poner en circulación las Formen y el concepto de MPA en México por medio de su labor editorial como jefe de redacción de la revista Historia y Sociedad, para la cual comisionó a Wenceslao Roces la traducción de las Formen al español —la cual, hasta donde se tienen noticias, sería la primera que se publicaría en la lengua—. Además, se considera el número del suplemento El Gallo Ilustrado que coordinó sobre los modos de producción, el cual desencadenó una influyente polémica entre Rodolfo Puiggrós y André Gunder Frank sobre la condición feudal o capitalista de América Latina. Por último, se problematiza cómo en la década de 1970 Bartra dejó de emplear el MPA y empezó a utilizar otros conceptos como “modo de producción tributario” y “modo de producción simple”.
De Francia a México
En Francia, la discusión sobre el modo de producción asiático y el problema de emplear los esquemas de periodización histórica del marxismo ortodoxo para interpretar el desarrollo de las sociedades no europeas comenzó a principios de la década de 1960, por un grupo de investigadores vinculados al Centre d’études et de recherches marxistes (Centro de estudios e investigaciones marxistas) [Parain 1964: 3-6]. Este Centro había sido fundado a instancias del Partido Comunista Francés (PCF) poco antes, en 1959, con el objetivo de propiciar investigaciones en torno al marxismo. Era dirigido por Roger Garaudy, que en aquel entonces era uno de los intelectuales del PCF más influyentes. Enmarcado en el contexto de los movimientos de liberación nacional en Asia y África y, en general, de lucha contra el colonialismo europeo, se creó en el Centro una sección de estudios asiáticos y africanos.
Fue dentro de esta sección que un grupo de investigadores se dedicó a reflexionar en torno al modo de producción asiático. Tradujeron parte del trabajo de la alemana Liselotte Welskopf-Henrich, quien había publicado en 1957 un libro en el cual criticaba a ciertos historiadores marxistas de Alemania del Este que hacían un símil esquemático entre la China antigua y las sociedades esclavistas grecorromanas.5 Posteriormente, en 1962, cuando el sinólogo húngaro Ferenc Tökei se incorporó a la institución, organizaron una sesión para debatir el tema del modo de producción asiático, en el que participaron varios investigadores franceses como Jean Chesneaux, Charles Fourniau, Maurice Godelier, André-Georges Haudricourt, Paul Noirot, Charles Parain y Jean-Pierre Vernant. La intervención de Tökei en esta sesión de trabajo, donde desarrolló sus ideas sobre el modo de producción asiático, comenzó a circular extensamente en copias mimeografiadas [Tökei 1963: 35].6
Fue tras esos años de trabajo y discusiones que en La Pensée, revista francesa de pensamiento marxista, fundada décadas atrás por Paul Langevin y Georges Cogniot, se decidió dedicar un número al MPA.7 Así, el número apareció en abril de 1964. Se encargaron textos de corte teórico a Tökei [1964] y al historiador francés, especialista en Asia Oriental, Jean Chesneaux [1964]. Por otra parte, el antropólogo francés Maurice Godelier preparó una lista comentada de los escritos en los cuales Marx y Engels hablaron del MPA, en la cual señalaba las Formen como un texto fundamental sobre la cuestión. Por último, Jean Chesneaux elaboró una bibliografía anotada de los trabajos recientes relacionados con el MPA, que incluía más de una docena de trabajos dedicados a India, China, Japón, Vietnam o África. América destacaba por su ausencia en el debate.8
El contexto francés de esa época estaba marcado por los múltiples movimientos de liberación nacional en África y Asia, por la incorporación de una pléyade de Estados africanos y asiáticos a la Organización de Naciones Unidas y la creación de instituciones como la Organización de la Unidad Africana, así como por el resquebrajamiento del dominio de Francia sobre sus colonias y por una cruenta lucha contra el colonialismo, tanto en términos políticos como intelectuales. Esto generó en aquellos años un enorme interés en la historia de las sociedades no europeas —para las cuales los esquemas y conceptos marxistas clásicos no siempre funcionaban—, y largas discusiones en torno a los problemas de desarrollo económico de los recién formados Estados.
En Francia, en el ámbito del comunismo y del marxismo en particular, se estaban dando transformaciones significativas durante aquellos años. En 1964, Waldeck Rochet se volvió secretario general del PCF y se comenzaron a impulsar una serie de cambios. En el terreno político, se insistió en la vía democrática para llegar al socialismo y se buscó la unificación de las izquierdas. En el terreno ideológico, se fomentó la apertura y se buscó combatir el dogmatismo. Hubo un claro distanciamiento con el estalinismo cultural y una búsqueda por renovarse ideológicamente. Como parte de este proceso, en marzo de 1966 el Comité Central del PCF se reunió en Argenteuil para discutir problemas relacionados con la ideología y la cultura [Martelli 2006]. Entre los temas debatidos estuvo el MPA. En su intervención, Garaudy hizo una crítica de quienes habían convertido el marxismo en una filosofía de la historia especulativa y dogmática. Argumentó que el materialismo histórico era intrínsecamente antidogmático, que era una filosofía crítica y una concepción científica del mundo. El auge que estaba teniendo el problema del MPA le parecía una ruptura con el dogmatismo y una muestra de pluralismo y renovación ideológica [Garaudy 1966: 16].
Fue por medio del número 114 de La Pensée, publicado en abril de 1964, que la discusión en torno al MPA llegó a México.9 A mediados de ese mismo año, Bartra compró un ejemplar de ese número en la Librería Francesa ubicada en la avenida Reforma de la Ciudad de México, la cual se dedicaba a vender libros y revistas publicados en Francia [entrevista a Roger Bartra, febrero, 2022].10 En aquel entonces, Bartra tenía unos 22 años y aún vivía en casa de sus padres, los escritores catalanes Anna Murià y Agustí Bartra.
Estudiaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), pero unos meses antes había tomado la decisión de cambiar de carrera: abandonó arqueología y se inscribió en antropología social. Sin embargo, sus intereses intelectuales aún tenían que ver con la arqueología y el pasado prehispánico.11 Gracias a los textos reunidos en el número 114 de La Pensée, descubrió la existencia de las Formen de Marx y del MPA, que hasta entonces no estaban presentes en el repertorio conceptual del marxismo mexicano. Bartra, quien había tomado varias clases sobre arqueología e historia del México prehispánico, rápidamente entrevió que el MPA podría serle útil para analizar tanto las antiguas sociedades americanas como la situación presente de países como México, en los cuales convivían otros modos de producción junto con el capitalismo.
En noviembre de 1964, Bartra utilizó por primera vez el concepto de MPA para interpretar el pasado precolonial americano en un breve texto titulado: “Ascenso y caída de Teotihuacán: una hipótesis”, que publicó en El Gallo Ilustrado [1964b], suplemento dominical del periódico El Día. En este ensayo, que se enfocaba en el caso de Teotihuacán, argumentaba que la evolución de las antiguas civilizaciones americanas había sido distinta a la europea. En el caso de Europa, la disolución de la comunidad primitiva había traído la aparición de la propiedad privada y de la esclavitud. En cambio, en América, al igual que en Egipto y China, las relaciones comunales primitivas habían dado lugar a una sociedad dividida en clases, con un Estado controlado por una capa dirigente compuesta por sacerdotes. Fue en ese momento que surgió la religión, como un instrumento de control por parte de la clase sacerdotal. La sociedad teotihuacana pasó a depender del tributo de los campesinos, los cuales eran dominados despóticamente. En suma, según Bartra, Teotihuacán no había pasado del comunismo primitivo al esclavismo como lo hicieron las civilizaciones europeas, sino del comunismo primitivo al modo de producción asiático.
“Ascenso y caída de Teotihuacán: una hipótesis” [1964b] es uno de los primeros textos que utilizaron el concepto MPA para interpretar lo que se considera la historia de México. Lo más probable es que Bartra lo haya escrito sin haber leído directamente las Formen de Karl Marx y, en realidad, haya desarrollado sus ideas a partir de lo que planteaban los textos de Tökei, Chesneaux y Godelier incluidos en La Pensée. Esto puede afirmarse por el poco tiempo transcurrido entre la publicación en Francia del número 114 de La Pensée (agosto 1964) y la aparición del texto de Roger Bartra en El Gallo Ilustrado (noviembre 1964). Pero, sobre todo, porque en el archivo personal de Bartra se conserva una copia de la versión italiana de las Formen (publicada por Editori Riuniti, en 1956), en cuya guarda está escrito con pluma “BARTRA/1965”, lo que indica que no fue hasta ese año que leyó directamente el texto de Marx.12
La visión etapista del desarrollo de las sociedades humanas en cinco modos de producción, propuesta por Stalin y los manuales marxistas promovidos por la URSS, resultaba deficiente para explicar la historia y la realidad contemporánea de las sociedades de América Latina. Dada la información arqueológica existente, los conceptos esclavismo y feudalismo resultaban poco precisos para dar cuenta de las características de las sociedades precolombinas. El MPA, en cambio, parecía describir con mayor precisión a las culturas indoamericanas. En ese sentido, como entrevió rápidamente el entonces joven Bartra, el MPA abría la posibilidad de construir nuevas explicaciones marxistas sobre la realidad latinoamericana desde las ideas del mismo Marx: una especie de movimiento teórico hereje partiendo de los propios textos sagrados.
Al igual que el Partido Comunista Francés, a lo largo de la década de los 60 e inicios de los 70, el Partido Comunista Mexicano (PCM) vivió un proceso de transformación ideológica. Según la opinión de Arnoldo Martínez Verdugo, quien fue secretario general del Comité Central del PCM desde 1963 hasta su disolución en 1981, el partido vivió una crisis prolongada desde 1937 cuando, durante el cardenismo, adoptó la política de “unidad a toda costa” —lo cual significaba apoyar a la Confederación de Trabajadores de México (CTM), a Vicente Lombardo Toledano y al gobierno mexicano e “impulsar” la Revolución mexicana de 1910 [Martínez 1971: 38].13 Esta época, marcada por una subordinación frente al Partido Comunista de la Unión Soviética y a organismos como la Kominform, llegó a ser conocida como el “encinismo”, en referencia a Dionisio Encina Rodríguez, quien fue secretario general de 1940 a 1960. Durante esta etapa, la dirección del partido defendió que México era un país semicolonial y semifeudal, por lo cual se debía impulsar una lucha antiimperialista y antilatifundista, y generar una alianza con la burguesía nacional [Martínez 1971: 48]. Fue determinante durante aquellos años la influencia de la Kominform y de Earl Browder, secretario general del Partido Comunista de los Estados Unidos, quien argumentaba que era necesario establecer una alianza entre el proletariado y la burguesía nacional “progresista” —la cual se distinguía de la burguesía reaccionaria proimperialista [Crespo 2016: 675-677].
De nuevo, según la explicación de Martínez Verdugo, la situación cambió a finales de los cincuenta. Por un lado, surgieron en el país varios movimientos obreros y campesinos, entre los que destacó el magisterial encabezado por Othón Salazar y otros desde 1956. Por el otro, en el contexto internacional, tuvieron lugar dos eventos importantes: en 1956, se realizó el xx Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en el cual se criticó el culto a Stalin y desencadenó un proceso de autocrítica en distintos partidos comunistas; en 1959 la Revolución cubana triunfó, y se convirtió en un ejemplo para el resto de América Latina sobre la posibilidad de enfrentarse exitosamente tanto al imperialismo como a la burguesía local [Martínez 1971: 47].
Esta serie de elementos permitieron que el partido viviera una “renovación” [Carr 1996: 226]. Desde 1957 comenzó una discusión interna que culminaría en el xiii Congreso Nacional del PCM, realizado en mayo de 1960. En éste, cambió la dirigencia: Dioniso Encina Rodríguez fue removido de su cargo y se constituyó una secretaría colectiva de tres miembros, encabezada por Martínez Verdugo —quien tres años después sería nombrado secretario general. Se comenzó a hablar de “una nueva revolución democrática de liberación nacional” [Carr 1996: 226]. Además, en lugar de describir a México como “semi-feudal”, se le llamó “dependiente, agrarioindustrial, con un desarrollo capitalista medio y con importantes residuos semifeudales” [Carr 1996: 226].
Fue en este contexto de cambios políticos e ideológicos del PCM que se dio la introducción de las Formen en México. Este texto, y en particular ciertos conceptos en él desarrollados como el de modo de producción asiático, contribuyeron a la renovación ideológica que se estaba dando. Asimismo, permitieron elaborar nuevas explicaciones marxistas para la realidad mexicana y latinoamericana y, de esta manera, independizarse teóricamente de los postulados promovidos por la URSS y la Kominform.
Las Formen en español
Roger Bartra entró al Partido Comunista Mexicano (PCM) a principios de los 60, alentado por su amigo de la infancia Paul Leduc. Se incorporó a la célula de la ENAH, en la cual militaban varios antropólogos como Guillermo Bonfil Batalla y Leonel Durán Solís. Gracias a su militancia en el partido conoció a Arnoldo Martínez Verdugo [entrevista a Roger Bartra, agosto, 2022]. Este, a su vez, le presentó a Enrique Semo, con quien coincidió en la redacción de la revista del PCM Nueva Época, fundada a principios de 1961.14
Unos cuantos años después, con apoyo económico del Partido Comunista de la Unión Soviética, el PCM impulsó la creación de otra revista cultural que, más allá de las fuentes de financiamiento, aspiraba a mantenerse independiente, enfocarse en el desarrollo de la teoría marxista y, fundamentalmente, contribuir a la renovación ideológica que buscaba el partido. Como apunta Carlos Illades, el modelo era la revista estadounidense Science & Society. A Journal of Marxist Thought and Analysis, la cual publicaba artículos académicos vinculados al marxismo [2012: 52]. Así, en 1965, surgió la revista Historia y Sociedad. Revista latinoamericana de pensamiento marxista. El cargo de director lo ocupó el historiador y economista Enrique Semo, quien en ese entonces era uno de los intelectuales más influyentes dentro del PCM. A instancias de Martínez Verdugo, Bartra ocupó el cargo de jefe de redacción.
Según recuerda Roger Bartra, fue él quien propuso publicar en la recién creada Historia y Sociedad las Formen en español, así como el texto de Chesneaux aparecido precisamente en el citado número de La Pensée.15 Semo, quien como director tomaba las decisiones importantes, accedió. Entonces, Bartra buscó a Wenceslao Roces, quien era conocido por su traducción de El Capital, para pedirle que realizara una versión al español de las Formen. Al parecer, según recuerda Bartra, Roces ya conocía el texto porque estaba traduciendo los Grundrisse en su conjunto [entrevista a Roger Bartra, febrero, 2022].16 Por esto mismo, no tardó mucho tiempo en entregar su versión de las Formen. Apenas unos meses más tarde, en el número 3 de Historia y Sociedad, fechado en otoño de 1965, apareció por primera vez en español de forma completa, traducido directamente del alemán, el texto de Marx Formas de propiedad precapitalistas.17
Es importante detenerse en un episodio previo, el cual terminó resultando fundamental en la historia de la recepción de las Formen en México. Bartra, a manera de adelanto de lo que más tarde sería publicado en Historia y Sociedad, coordinó en octubre de 1965 un número de El Gallo Ilustrado sobre los modos de producción.18
El eje del número fue un extracto del texto de Marx Formas de propiedad precapitalistas. Además, apareció el ensayo “El régimen despótico-comunitario en las antiguas civilizaciones americanas. A propósito del modo de producción asiático”, de Ettore Di Robbio (quien a veces firmaba con el pseudónimo “Asiáticus” y del que se sabe poco), originalmente publicado en Rinascita, la revista político-cultural del Partido Comunista Italiano [Di Robbio 1965]. En este ensayo se afirmaba que el MPA resultaba útil para analizar las sociedades no europeas, las cuales no podían ser definidas ni como esclavistas, ni feudalistas, ni capitalistas. Este era el caso de las sociedades de América, las cuales eran uno de los mejores ejemplos del MPA o, como él lo denominaba, modo de producción despótico-comunitario. Lo interesante es que la comunidad aldeana, el rasgo principal de ese tipo de sociedades, había sobrevivido a la Conquista y al liberalismo republicano. Esta supervivencia hacía, según el autor, que fuera pertinente que en países como Bolivia y México se hablara de “reintroducir la antigua comunidad en el marco de la reforma agraria moderna”. Analizaba tanto el ayllu y el calpulli como las bases comunitarias del imperio inca y azteca, respectivamente.19
Di Robbio decía que algunos autores como los peruanos José Carlos Mariátegui e Hildebrando Castro Pozo enfatizaban los rasgos comunistas del MPA o modo de producción despótico-comunitario, y dejaban de lado sus rasgos despóticos. Otros autores, como el belga Louis Baudin, “prefieren interpretar el llamado socialismo estatal precolombino como una simple tentativa de racionalización autoritaria de la sociedad, en beneficio exclusivo de una élite” [Di Robbio 1965]. Este debate, apuntaba Di Robbio, había entorpecido el conocimiento de las sociedades americanas. No obstante, establecía una serie de conclusiones que son ilustrativas de algunas de las posiciones y tensiones existentes. Primero, que no debía sobrevalorarse el comunitarismo del MPA: se tenía que tener presente que estas sociedades generalmente estaban estancadas económicamente y la mayoría de las personas vivían esclavizadas. Segundo, afirmaba que lo que él denominaba el “modo de producción precolombino” era positivo porque la tierra era un bien “natural”, y que este elemento podía sobrevivir incluso tras la disolución de los imperios y generar cohesión. Por último, llamaba a tener cierta cautela: el hecho de que existan en el presente comunidades aldeanas dedicadas a la agricultura no debía llevar a la promoción eufórica de reformas colectivistas. Le parecía que no se podía “revivificarlas”; a lo más podían pensarse como un terreno propicio para una “vía cooperativista o socialista”, pero sólo si antes se realizaba previamente una transformación económica y social. Es decir, Di Robbio insistía en que la existencia de rasgos propios del MPA en sociedades contemporáneas no debería suponer, en términos políticos, un llamado a su restauración comunitarista.
Además, en ese número de El Gallo Ilustrado se publicó otro ensayo de Bartra titulado “Sociedades precapitalistas”, en el que subrayaba la importancia de las Formen [1965]. Explicaba que en ese texto, escrito por un Marx enfermo y azotado por problemas económicos, se esbozaba una nueva periodización de la historia radicalmente distinta a la que se conocía. En lugar de los cinco modos de producción de los que se hablaba en los manuales soviéticos, se apuntaba la existencia de siete —sin contar el socialista: la comunidad primitiva, la asiática o MPA, la antigua o clásica, la forma germánica, la esclavista, la feudal y la capitalista.
Desde la perspectiva de Bartra, en ese momento proliferaban visiones sociológicas y antropológicas que, partiendo de una lectura reduccionista de Marx y de autores como el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies, conocido por plantear la dicotomía entre “comunidad” y “sociedad”, empleaban un esquema dualista para analizar la situación latinoamericana. Dejando de lado el análisis de la estructura de clases, buscaban explicar el funcionamiento de la sociedad a partir de un principio dual (ya fuera metrópoli-colonias internas, desarrollo-subdesarrollo, folk-urbano, arcaico-moderno, feudalcapitalista o campo-ciudad). El empleo de este esquema era realizado, a los ojos de Bartra, tanto por autores de “izquierda” (Pablo González Casanova, Rodolfo Stavenhagen, André G. Frank, Gonzalo Aguirre Beltrán, Ricardo Pozas), como por otros de “derecha” (Robert Redfield, Gideon Sjoberg, George M. Foster, Horace Miner, Sidney Mintz). Al contrario de estas explicaciones dicotómicas, lo planteado en las Formen permitía analizar el desarrollo de las sociedades sin recurrir a esquemas de periodización previamente conceptualizados y que no se adaptaban a la singularidad de cada caso.
Más importante aún, las ideas desarrolladas por Marx en las Formen implicaban un cuestionamiento a las concepciones unilineales y etapistas del devenir histórico propuestas por ciertas vertientes del marxismo. A decir de Bartra, la pluralidad de los modos de producción abría una serie de preguntas fundamentales: “¿es posible hablar de una evolución unilineal de la historia, aplicando el esquema comunidad primitiva-esclavismo-feudalismo-capitalismo? ¿Y, en ese caso, cómo debemos considerar a las formas “antiguas” “asiática” y germánica? ¿O, por el contrario, debemos postular una evolución multilineal del desarrollo de la humanidad?” [1965].
Las Formen dejaban entrever algo que Marx había planteado en otros textos, tales como la carta que le escribió a la populista rusa Vera Zasulich en 1881 o el Prefacio a la edición rusa de 1882 del Manifiesto del Partido Comunista: que no todas las sociedades humanas tenían el mismo desarrollo. No había una sola forma de evolución, inevitable e insustituible. Bajo esta idea se podía pensar que, por dar un ejemplo, era posible pasar de la comunidad primitiva al socialismo sin pasar por el capitalismo. El estudio concreto de la historia, insistía Bartra, nos mostraba la existencia de una pluralidad de situaciones. Había formas de transición como el MPA. Había momentos de desarrollo regresivo, como cuando el capitalismo en América Latina engendró formas feudales. Había momentos de coexistencia entre distintos modos de producción al mismo tiempo, como en el caso de México, en donde la comunidad primitiva existía de forma simultánea con el capitalismo. En algunos casos, se habían dado saltos de periodos como en el sureste asiático, donde se había pasado del MPA al capitalismo. En otros casos, como Mongolia, se había pasado de formas precapitalistas al socialismo. Por último, había sociedades estancadas, como algunas regiones de la India.
Bartra argumentaba que las tesis sobre el MPA articuladas en las Formen y, en general, en el estudio de los modos precapitalistas, eran fundamentales para entender la situación que atravesaban las sociedades de América Latina. Y cerraba con una serie de preguntas para los latinoamericanistas: “¿en qué medida la historia precapitalista de nuestras sociedades se puede examinar a la luz de estos conceptos? ¿Y cómo se puede comprender la interacción del mundo precapitalista con la moderna sociedad capitalista y con el imperialismo económico, interacción que ha producido esto que llamamos países subdesarrollados?” [1965].
En el número de El Gallo Ilustrado coordinado por Bartra también se publicó “Los modos de producción en Iberoamérica”, del historiador argentino Rodolfo Puiggrós [1965]. En este texto, Puiggrós denunciaba que algunos autores hicieran un uso esquemático del marxismo, como si fuera una especie de positivismo lógico. Criticaba a quienes buscaban dar cuenta de lo singular a partir de fórmulas preconcebidas, cayendo en lo que tachaba de metafísica y platonismo. “La autoridad sustituye al conocimiento. El dogma mata a la dialéctica. Las tesis del marxismo se osifican en moldes o categorías invariables, dentro de los cuales se pretende encerrar, por las buenas o por las malas, a una realidad que no les corresponde o que los rebasa” [1965]. Se refería a los modos de producción propuestos por el marxismo ortodoxo: comunidad primitiva, esclavitud, feudalismo, capitalismo, socialismo. Si bien era una abstracción concreta de la historia de la humanidad con cierta validez, no se podía sólo recurrir a esos cinco. Afirmaba que incluso Marx había descubierto modos intermedios y variedades dentro de los modos generales.
Puiggrós argumentaba que, tras la llegada de los europeos a América, había surgido un modo de producción de la simbiosis entre el orden social de los conquistadores y el de las comunidades indígenas. Los primeros europeos que llegaron a América eran parte de la burguesía comercial, pero no tenían suficientes recursos para colonizar la vastedad del territorio. Por ello, se vieron en la necesidad de recurrir a la Corona española para poder emprender una colonización tanto militar como religiosa. Fue así que se trasplantó a América un feudalismo que en Europa estaba en decadencia. Debido a la existencia de múltiples modos de producción en América antes de la llegada de los europeos, se generaron formas singulares del feudalismo. Sin embargo, tras enfatizar que no se debía confundir economía mercantil con capitalismo, rechazaba la idea de que se hubiera generado un modo de producción capitalista. Desde su perspectiva, no existía ningún rasgo que permitiera afirmar eso. Puiggrós decía que, si bien las formas singulares de feudalismo surgidas en América, tras la colonización europea, habían sufrido transformaciones a lo largo del tiempo, era “indispensable no equivocarse en el punto de partida para explicar el raquitismo capitalista de la actualidad y las posibilidades que existen de pasar a un orden social superior” [1965].
Por su parte, André Gunder Frank, que inicialmente respondió mediante un texto con el juguetón título de “¿Con qué modos de producción convierte la gallina maíz en huevos de oro?”, argumentaba que Iberoamérica era capitalista desde su concepción. Para probar su punto mencionaba varios elementos: en Iberoamérica se dio una acumulación de capital, el cual fue invertido en Europa; se desarrolló una producción mercantil; existieron capitalistas u obreros [1965]. Desde su perspectiva, el “raquitismo capitalista y el subdesarrollo” de América Latina no se debía atribuir, como afirmaba que hacía Puiggrós, a una “sobreviviencia feudal”. Tampoco, y aquí confrontaba directamente el mencionado texto de Bartra aparecido en el número de El Gallo Ilustrado, a la existencia de remanentes del modo de producción asiático [Bartra 1965]. Según el economista alemán, la situación contemporánea de América Latina se debía al desarrollo que había tenido el sistema mundial capitalista, el cual había terminado por incorporar dentro de sí a todos los países. Su estructura colonialista y de desarrollo desigual fue la que dio forma a los modos de producción de los países latinoamericanos, transformándolos también en capitalistas.
La estructura metrópoli-satélite, que tenía una condición monopolística, no había terminado con las independencias nacionales. De hecho, continuaba hasta el presente. El hecho de que los países latinoamericanos ocuparan una posición satelital en el sistema capitalista mundial era la razón por la cual sus economías y burguesías nacionales no podían desarrollarse plenamente. Visto de esta forma, el sistema mundial capitalista había dado pie, por un lado, al “desarrollo de la metrópoli monopolizante” y, por el otro, al “subdesarrollo de los satélites monopolizados” [Gunder 1965].
Esta polémica propiciada por el número de El Gallo Ilustrado coordinado por Bartra tuvo una enorme repercusión y fue retomada posteriormente por varios autores.20 Una de las cuestiones que evidencia es que las Formen de Marx y los tempranos textos escritos en torno a ellas por autores como Bartra y Puiggrós abrieron discusiones que excedieron el problema del MPA. También revitalizó viejas polémicas, como aquella relacionada con la condición feudal o capitalista de América Latina. Esta polémica en concreto tenía, al menos desde la década de 1920, una marcada carga política. A partir del V Congreso de la Internacional Comunista, realizado en junio y julio de 1924, desde Moscú se empezaron a imponer ciertos postulados teóricos y estrategias políticas concretas. En el caso de América Latina, eso significó fomentar la idea que los países latinoamericanos estaban marcados por la persistencia de rasgos esclavistas y feudales, lo cual daba pie a un principio político preciso: la necesidad de generar alianzas con las burguesías nacionales para impulsar una revolución democrática que instaurara un capitalismo pleno, tras lo cual podría emprenderse una revolución socialista. Estas ideas, como ha mostrado Mariano M. Schlez, fueron pronto retomadas en varios países de América Latina [2019, 2020]. Sin embargo, la idea de la América Latina feudal también fue cuestionada. Distintos autores hablaron de la condición capitalista o híbrida de la región y, por tanto, propusieron realizar directamente una revolución socialista y abandonar la idea de que debía emprenderse una revolución democrática y burguesa.
Del MPA al Modo tributario y al Modo mercantil simple
En 1965, por invitación del antropólogo Leonel Durán Solís, Bartra comenzó a trabajar en la Comisión de la Cuenca del río Balsas, un organismo estatal que buscaba desarrollar económicamente la región [entrevista a Roger Bartra, febrero, 2022]. A partir de entonces, y durante cerca de quince años, se enfocó en temas agrarios, en particular en el problema de la caracterización del campesinado y la economía campesina —que él denominó modo de producción mercantil simple. Si bien su interés temático se trasladó de las sociedades antiguas mesoamericanas al campesinado mexicano, siguió realizando un análisis basado en el concepto marxista de modo de producción. De hecho, ambos problemas estaban vinculados de cierta forma. El concepto de modo de producción y, más concretamente, la idea de que distintos modos de producción podían interactuar entre sí que inició con la introducción del MPA, terminó siendo fundamental para que distintos autores, incluido Bartra, desarrollaran teorías de corte marxista sobre el campesinado. Como apuntó Arturo Warman, un importante estudioso de la cuestión agraria, sin estas discusiones “no se hubiera llegado a plantear el comportamiento económico del campesinado como algo específico, racional y productivo” [1983]. En última instancia, lo que permitieron fue pensar, a partir de las categorías marxistas, la supervivencia de los campesinos. La idea de que distintos modos de producción podían coexistir —incluso los no capitalistas con el capitalista— abrió la posibilidad de explicar la persistencia de los sujetos y economías como la campesina en países como México.
Sin embargo, el interés de Roger Bartra en el MPA no desapareció abruptamente. A lo largo de los siguientes años seguiría escribiendo textos vinculados a este concepto. En 1967, por ejemplo, publicó en 1967 una reseña del libro Oriental Despotism: A Comparative Study of Total Power (1957), del historiador y sinólogo alemán-estadounidense Karl Wittfogel, en la revista Tlatoani de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia [1975a].21
En primera instancia, Bartra criticaba que la teoría de la “sociedad hidráulica” o “despotismo oriental” de Wittfogel estuviese basada en un principio de determinismo geográfico (o, más precisamente, en un “determinismo hidrológico”): el agua y su manifestación en las distintas regiones del mundo configuraban la totalidad de los fenómenos socioeconómicos. Desde su perspectiva, lo que Wittfogel había hecho era retomar el concepto de MPA, entendiéndolo como sociedad hidráulica, pero manteniendo lo peor de este (el determinismo geográfico) y erradicando lo realmente importante: “la conjugación de circunstancias socio-históricas”.
Por otro lado, cuestionaba que Wittfogel, en un afán por distanciarse del marxismo que hablaba de cinco modos de producción, desechara por completo la idea de progreso y afirmara que la historia de la humanidad era multilineal. Para Bartra, el problema es que existía una confusión: al referirse a la evolución unilineal de la historia, los marxistas no pensaban que siempre existieran las mismas formas o las mismas etapas de desarrollo. De lo que hablaban era del sentido o contenido de la historia, el cual estaba marcado por el progreso.22 Como apuntaba Bartra:
[…] ese contenido se expresa en una variedad limitada de formas, o de formaciones socio-económicas no necesariamente consecutivas conforme a un patrón establecido. Por lo tanto, la continuidad y la necesariedad de la historia las encontramos en su contenido, no en su forma (aunque las diversas series de formaciones responden al sentido general). De esto resulta que a una misma etapa histórica pueden corresponder varias formas, sin que por ello se altere su carácter esencial [1975a: 24-25].
El propio Marx, decía, entrevió la posibilidad de que sus planteamientos fueran leídos equivocadamente como una teoría histórico-filosófica que explicara toda la historia de la humanidad —para mostrarlo, Bartra citaba una carta que escribió el pensador alemán en 1877, en la cual afirmaba la necesidad de realizar estudios situados y comparativos. No obstante, muchos marxistas habían terminado construyendo esquemas históricos cerrados y dogmáticos. Lo que había que hacer frente a ello, desde el punto de vista de Bartra, era enfatizar que la historia era unilineal (marcada por el progreso), pero multiforme (con una cantidad limitada, pero múltiple, de formaciones sociales).
Por último, además de acusarlo de ser excesivamente descriptivo y poco analítico y de que su teoría no servía para explicar realidades históricas concretas, Bartra denunciaba que la obra de Wittfogel tenía un marcado fin político. Esto se evidenciaba en la última sección del libro, en la cual realizaba un repaso histórico del uso del concepto MPA que planteaba que Marx y Engels lo dejaron de utilizar porque, tras las críticas de Bakunin, descubrieron que existía una similitud entre este modo de producción y el socialismo, particularmente en la existencia de un poder burocrático centralizado. Bartra afirmaba que esto no era cierto y que, en realidad, lo que Wittfogel buscaba hacer era establecer un vínculo entre el “despotismo oriental”, caracterizado por un poder total terrorífico ejercido por un sistema estatal-burocrático, y la realidad contemporánea de países socialistas como la URSS y China. En este sentido, desarrollaba un “marxismo antimarxista” marcado por una dicotomía: mientras Oriente significaba despotismo y terror, Occidente significaba democracia y libertad. Según Bartra, en última instancia, el objetivo de Wittfogel era justificar el imperialismo occidental y acentuar que lo mejor que podían hacer los países del Tercer Mundo para salir del subdesarrollo era impulsar la democracia y el capitalismo y alejarse del socialismo.
Esta reseña escrita sobre el libro de Wittfogel muestra que la discusión sobre el MPA se vinculó con discusiones políticas que se estaban dando en la década de 1960 en distintos países de América Latina. Esto puede observarse en el prólogo que escribió Bartra para una antología que preparó sobre el tema del MPA, la cual apareció con el título de El modo de producción asiático. Antología de textos sobre problemas de la historia de los países coloniales, publicada por editorial ERA en 1969. Este libro se volvió extremadamente popular: tan sólo de 1969 a 1986 se vendieron 19,000 ejemplares.23
En el prólogo, Bartra apuntaba que uno de los problemas más apremiantes del momento, tanto en términos intelectuales como políticos, era el del atraso de los países del Tercer Mundo. ¿Por qué millones de personas vivían en la miseria? ¿Por qué los países subdesarrollados no lograron ser potencias coloniales como los europeos? Se había querido explicar de múltiples maneras: se debía al colonialismo, a la inferioridad racial, al medio ambiente. Pero la mayoría de estas explicaciones terminaban legitimando una supuesta inferioridad y, por ende, afirmando la necesidad de la guía de los países occidentales. Incluso la historiografía marxista, basada en una rígida periodización eurocéntrica, había fallado en resolver eficazmente el problema.
Bartra afirmaba que las ideas contenidas en las Formen, y el concepto de MPA en particular, permitían construir nuevas explicaciones e incluso dar pie a una teoría general sobre el subdesarrollo. El MPA, el cual Marx había empleado para explicar el atraso y estancamiento de Asia, se caracterizaba por la existencia de un Estado fuerte que sobrevivía de explotar a las comunidades aldeanas por medio del tributo. Es decir, por un lado, era una forma de comunidad primitiva y, por el otro, era una formación social clasista. En este sentido, no era un estado social “puro”, sino un modo de producción de transición, en el cual existía simultáneamente un estado social anterior con una nueva formación. Este desequilibro interno generaba un estancamiento, el cual sólo sobrevivía debido al poder despótico del aparato estatal. En este sentido, a ojos de Bartra, el MPA permitía entender los mecanismos de atraso y estancamiento económicos y, así, abrir la posibilidad de explicar el subdesarrollo. Decía que los prolongados desequilibrios estructurales de ciertos países, épocas de lento crecimiento, eran la causa interna del subdesarrollo, la cual había sido aprovechada de forma sistemática por el imperialismo. En suma, el MPA permitía explicar desde una perspectiva marxista tanto el desarrollo histórico como las razones del atraso de los países tercermundistas.
En 1970, mientras vivía en Londres, Bartra escribió un ensayo que permaneció inédito hasta 1975, cuando lo incluyó en su libro Marxismo y sociedades antiguas. El modo de producción asiático y el México prehispánico [1975c]. Comenzaba con una crítica a Frederich Engels, quien en 1884 escribió que, antes de la colonización europea, los pueblos americanos estaban en una “etapa media de la barbarie”. Para Bartra, esta visión estaba equivocada y se debía a la lectura que Engels realizó del trabajo del antropólogo estadounidense Lewis H. Morgan, para quien en la América precolonial no se había desarrollado lo que denominaba civitas (una sociedad configurada por la existencia de la propiedad privada, un territorio dominado y un Estado). Esta visión equivocada de Morgan se debía a dos cuestiones. La primera, que generalizó para todas las culturas de América la estructura tribal de los iroqueses que estudió personalmente. La segunda, que los conceptos de feudalismo y esclavismo, desarrollados a partir de la realidad europea, no servían para explicar sociedades como la azteca, la maya o la inca.
Según Bartra, tanto las fuentes históricas como los descubrimientos arqueológicos demostraban que la sociedad azteca no era una comunidad primitiva. Había sido una desarrollada sociedad con clases sociales. En ella existía propiedad colectiva (los calpulli y los altepetlalli) y un poderoso Estado, por lo cual no podía decirse que hubiese sido feudal. Existían esclavos (tlacotin) pero la economía no estaba basada en ellos, por lo cual tampoco podía afirmarse que hubiera sido esclavista.
La caracterización de la sociedad azteca había sido difícil por la yuxtaposición de elementos “primitivos” y “civilizados”. El concepto marxista de MPA, según Roger Bartra, podría ayudar a sobrepasar los problemas de definición que se tenían. No obstante, proponía seguir la propuesta del filósofo rumano Ion Banu de llamarlo más bien modo de producción tributario, en tanto se empleaba para estudiar una sociedad no asiática [Banu 1966]. Ese nombre le parecía el adecuado porque el tributo era el “resorte” que mantenía la relación entre las comunidades aldeanas y el Estado en este tipo de sociedades.
El rasgo esencial del modo de producción tributario era, según Bartra, que en este tipo de sociedades existía una multiplicidad de comunidades que si eran analizadas de forma aislada funcionaban mediante relaciones de producción primitivas, pero que, en realidad, estaban aglutinadas política y económicamente por un aparato estatal —el cual les cobraba tributos. Las distintas obras públicas de estas sociedades eran realizadas gracias a los tributos, que eran el medio a través del cual se explotaba a las comunidades. En términos de división en clases, por una parte, estaban los miembros de las comunidades y, por la otra, estaba una clase de nobles-funcionarios que controlaban el sistema administrativo estatal.
A partir de la lectura de una fuente colonial del siglo XVI (Breve y Sumaria relación de los Señores y maneras y diferencias que había de ellos en la Nueva España, de Alonso de Zurita) y de una fuente de origen indígena (Códice Mendoza), Bartra hacía una descripción del sistema tributario azteca, el cual estaba conformado por un Estado poderoso y por fuerzas productivas basadas en la agricultura. La base del sistema eran los altepetlalli (los pueblos o comunidades aldeanas), los cuales tenían una propiedad colectiva de la tierra y debían pagar un tributo colectivo en especie o en trabajo.
En la definición que Marx dio del MPA, explicaba Bartra, uno de los elementos fundamentales era que existía una combinación de “trabajo casero artesanal y manufacturero” y agricultura. Esto, como daban cuenta las listas de tributos del Códice Mendoza, sucedía en la sociedad azteca: las distintas comunidades realizaban trabajos artesanales y, a su vez, se dedicaban a la agricultura.
Otra cuestión importante es que las comunidades existentes bajo el Imperio azteca básicamente eran autosuficientes. Su producción artesanal no se convertía en mercancía y su plusproducto funcionaba como tributo. En ocasiones, ya siendo propiedad del Estado, los tributos se volvían mercancías, pero generalmente eran utilizados por la propia burocracia estatal, los sacerdotes, los guerreros o los nobles. En esto también coincidía la sociedad azteca sobre lo que Marx había dicho sobre la antigua Asia, donde los productos no siempre eran transformados en mercancías.
Bartra concluía su ensayo con un análisis de la organización económica azteca, comentando que “el estudio conjunto del sistema de tributación y de las formas de la tenencia de la tierra permite afirmar que la sociedad azteca, en los siglos XV y XVI, tenía como base un modo de producción tributario (“asiático”)” [1975b: 154].
En 1974, Bartra organizó un simposio sobre modos de producción en América Latina como parte del xli Congreso Internacional de Americanistas, realizado en la Ciudad de México. Asistieron a éste una cantidad significativa de personas a escuchar las ponencias. Algunos han señalado que el evento fue un parteaguas: “constituyó un hito en las discusiones intelectuales en el seno de la izquierda y del nuevo latinoamericanismo” [Sábato 2016: 172].
Participó un grupo nutrido de investigadores, quieners discutieron distintos temas relacionados con los modos de producción. José Luis Lorenzo y Mario Sanoja presentaron trabajos sobre las formaciones sociales preclasistas. Miguel Acosta Saignes, Fernando Arauco, Jürgen Golte y Alberto J. Plá se enfocaron en el MPA. Ciro F. S. Cardoso, José Carlos Chiaramonte, Ángel Palerm y Jean Piel hablaron sobre los modos de producción coloniales. Manfred Kossok, Sergio de la Peña y Enrique Semo dictaron ponencias sobre problemas de la transición al capitalismo. Lê Châu, Rodrigo Montoya, Luisa Paré y Verónica Bennholdt-Thomsen abordaron temas relacionados con los modos de producción en las sociedades agrarias. Bartra, Pierre Beaucage, Austín Cueva, Pierre Vilar y Raúl Olmedo se dedicaron a debatir problemas teóricos [INAH 1975: CVI].24 La pluralidad de problemas discutidos es un buen ejemplo de la amplitud temática y teórica que adquirió en esa época la discusión sobre los modos de producción.
La ponencia presentada por Bartra muestra que se habían dado cambios significativos en su pensamiento en los últimos años.25 En primer lugar, ya no hablaba exclusivamente del MPA. Se centraba en discutir desde una perspectiva teórica lo que eran los modos y las formas de producción y, de manera concreta, en la manera en que distintos modos de producción se articulaban entre sí. Lo que le interesaba era explicar el funcionamiento de sociedades abigarradas como las latinoamericanas, en las cuales coexistían simultáneamente distintas formaciones sociales. Así, ahora su interés principal ya no eran el MPA y las sociedades precapitalistas, sino el modo de producción mercantil simple, esto es, el sistema del campesino parcelario y de los artesanos. Desde su punto de vista, este concepto era el que permitía comprender cabalmente la historia contemporánea de América Latina. Ese mismo año publicaría en la editorial ERA un libro que se volvería un clásico sobre el tema agrario: Estructura agraria y clases sociales en México [1974].
Palabras finales
En 1971, la editorial Siglo XXI publicó las Formen, junto con la introducción de Eric J. Hobsbawm, como el número 20 de los Cuadernos Pasado y Presente con el título Formaciones económicas precapitalistas. Gracias a esa edición el texto circuló más ampliamente. Para entonces, también ya existía una edición impresa en 1966 en Buenos Aires, Argentina, con traducción de Ariel Bignami en la Editorial Platina y una realizada en Barcelona, España, en 1967 por la editorial Ciencia Nueva, con prólogo de Juan Carlos Rey Martínez y traducción de Gregorio Ortiz.26
A lo largo de toda la década de 1970, se dio una gran cantidad de debates en América Latina en torno al problema de los modos de producción dentro de diversas disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades.27
En aquellos años se discutió álgidamente sobre el MPA, pero también sobre otros problemas afines como la acumulación primitiva y los procesos extractivistas, el carácter feudal o capitalista de la conquista europea de América, la condición del ingenio y la hacienda, el desarrollo desigual y combinado, el esclavismo colonial, la caracterización del campesinado, por sólo mencionar algunos de los más relevantes [Schlez 2020]. Más allá de la diversidad, en última instancia, como ha apuntado Sergio Villalobos-Ruminott, la discusión continental giraba en torno a “la organización del relato histórico según una teoría más o menos lineal de la evolución social y de la superposición de los modos de producción” [2015: 76].
En términos intelectuales, estos debates se vieron propiciados en buena medida por la circulación de los textos de Marx hasta ese momento desconocidos como las Formen y los Grundrisse, los cuales también aparecieron de forma completa en español en 1971 bajo el sello de Siglo XXI Editores, así como por la lectura de textos poco consultados como el tomo III de El Capital. Sin embargo, también fue fundamental la influencia de las ideas del filósofo francés Louis Althusser y lo que llegó a conocerse como marxismo estructuralista. Sus textos del momento fueron pronto traducidos al español y tuvieron una amplia circulación en distintos países de América Latina.28 En textos como “Materialismo dialéctico y materialismo histórico” (1966) se exponía una visión del marxismo en la cual se concebía al materialismo histórico como una teoría general de los modos de producción [Althusser 1967: 3-26].29 Desde esta perspectiva, el objeto del materialismo histórico se constituía por “los modos de producción que han surgido (y surgirán) en la historia, su estructura, su constitución, su funcionamiento, y las formas de transición que hacen pasar de un modo de producción a otro” [Althusser 1967: 4]. Estas ideas circularon por medio de los escritos del propio Althusser, pero también gracias a las obras de algunos de sus intérpretes, como la chilena Marta Harnecker o el francés Maurice Godelier [Harnecker 1969; Godelier 1967: 62-98; Ortega 2015: 143-164].
El problema de los modos de producción fue debatido con particular interés en las regiones y países no europeos, en lo que hoy se denominaría el Sur global. En lugares como India, China, Pakistán y el norte de África, los modelos marxistas hegemónicos, al igual que en el caso de México y el resto de países latinoamericanos, no funcionaban para explicar su historia y su presente [Banaji 1972: 2498-2502; 1982; Alavi 1975: 1235-1262; Amin y Alavi 1965: 241-277]. Por eso buscaban —en el marco de los procesos de descolonización, el triunfo de las Revoluciones china y cubana, la guerra de Vietnam y la proliferación de las políticas tercermundistas— construir explicaciones propias sobre el desarrollo histórico y la situación contemporánea de sus países. Asimismo, en el campo de los partidos comunistas, se vivía un proceso de distanciamiento con las directrices políticas marcadas por el Partido Comunista de la Unión Soviética y sus organizaciones internacionales.
Específicamente, como se buscó mostrar en este artículo mediante el caso mexicano y la obra temprana de Roger Bartra, el modo de producción asiático (también conocido como MPA), concepto desarrollado por Karl Marx en las Formen o “Formas de propiedad precapitalistas”, permitió cuestionar la entonces hegemónica visión etapista de los cinco modos de producción. Como ha señalado Laura J. Torres-Rodríguez, “el MPA representa un dispositivo teórico de interrupción de la historiografía, una desorganización del sentido de la temporalidad predicada por el marxismo ortodoxo” [2019: 136]. De esta forma, permitió construir nuevas reinterpretaciones de la historia y de las realidades no europeas partiendo de las ideas del propio Marx, así como alimentar los procesos de transformación ideológica y política que ciertos partidos comunistas como el mexicano estaban atravesando a lo largo de la década de 1960 y principios de los 1970.