Introducción. El literato y la máquina
José Arnaldo Márquez fue un dramaturgo, poeta, diplomático y traductor peruano que desarrolló mejoras en un sistema de impresión, entre 1873 y 1885, con la intención de vender esa tecnología a los principales periódicos de América y Europa. En el panorama de la literatura latinoamericana decimonónica, Márquez fue un intelectual atípico entre sus pares. En Estados Unidos escribió literatura escolar y trabajó para la difusión de los saberes pedagógicos; también se interesó por los avances tecnológicos de su tiempo, como lo hicieron otros literatos, desde Domingo F. Sarmiento1 hasta José Martí,2 en sus viajes a Estados Unidos. Sin embargo, a diferencia de estos, que narraban su experiencia como usuarios de una nueva tecnología en tierras lejanas, Márquez diseñó una mejora para la máquina de impresión simultánea, unos años antes de la linotipia de Ottmar Mergenthaler de 1886. La velocidad era el signo de los tiempos en las ciudades modernas en crecimiento, en donde circulaban cada vez más impresos para saciar la demanda de nuevos públicos. Los principales periódicos de Europa y Estados Unidos se embarcaron en una carrera por hacerse con mejoras en las técnicas de impresión que les permitieran abaratar costos y aumentar la rapidez al imprimir.
El objetivo de este trabajo es indagar cómo Márquez analizó, a finales del siglo XIX, el mercado editorial noratlántico. Con base en su práctica literaria y en la creación de mejoras para una tecnología de impresión a partir de las patentes de invención, que presentó tanto en Estados Unidos como en España, se evidencian las características del mundo del libro de finales del XIX, desde la mirada de un escritor latinoamericano. Todos los ensayos sobre Márquez que dan cuenta de su invención técnica tienen como única fuente los Recuerdos literarios de Martín García Mérou. El argentino recordó a su amigo, quien vivió al día y apostó todo su capital al desarrollo tecnológico, como “un bohemio de corazón, de temperamento y de instinto”.3 Al incorporar al estudio las patentes de invención y la escritura ensayística de Márquez como fuentes de análisis, se sumaron nuevas variables para comprender cómo el desarrollo de mejoras en la impresión se relacionó con el surgimiento de nuevos públicos (mujeres e infantes) a finales del siglo XIX.
José Arnaldo Márquez
La biografía de Márquez fue narrada de forma escueta en los diccionarios y enciclopedias literarias, o bien desde la historia social, para anudar su vida con el tiempo político del Perú.4 En este último caso se encuentra la obra de Carmen McEvoy Carreras, quien recopiló las múltiples facetas del “más empedernido de los románticos peruanos” y destacó que fue “dramaturgo, militar, prosista, poeta, diplomático, inventor, traductor, pedagogo, comerciante, asesor presidencial e incluso portero […] que dominó once idiomas, [y] que la pobreza llamó constantemente a su puerta”.5
José Arnaldo Márquez nació en Lima el 10 de enero de 1832. De familia humilde, estudió en calidad de becario en el Convictorio de San Carlos, entre 1843 y 1847. Al poco tiempo estrenó (en 1849, a sus 17 años) su primera obra de teatro, La bandera de Ayacucho, una alegoría patriótico-moralista a tono con el espíritu romántico de su tiempo. Le siguieron las piezas Pablo o la familia del mendigo y La cartera del ministro, que gozaron de buena fortuna y le permitieron codearse con la “bohemia limeña” en momentos marcados por la posanarquía, “cuando empezaban a apagarse los rescoldos de la guerra civil y aparecía el guano como paliativo a las múltiples carencias del país”.6 Márquez escribió, entre 1851 y 1852, en la revista La Semana, según la investigación de Antonio Checa Godoy sobre las revistas literarias del Romanticismo y posromanticismo en Perú.7 En su juventud fue secretario privado del presidente Echenique, pero a partir del derrocamiento de éste en 1855, Márquez se exilió hasta su amnistía por el general Castilla. Fue nombrado cónsul en Nueva York, en cuya estancia escribió Recuerdos de viaje a los Estados Unidos de América (1857-1861), publicado en Lima en 1862 por la Imprenta del Comercio de José María Monterola. Desde el país del norte redactó artículos para Revista de Lima y escribió Notas perdidas (dos volúmenes de poesías). En 1865 fue cesado en su cargo diplomático, con la caída de la presidencia de Juan Antonio Pezet y Rodríguez de la Piedra.
El poeta, ya sin recursos en Estados Unidos, se dedicó al comercio, y en 1867 nuevamente estuvo durante poco tiempo a cargo del consulado peruano en Nueva York. Al año siguiente, una nueva revolución terminó por quebrar los lazos de Márquez con el Estado peruano, pero no abandonó Estados Unidos, ya que tenía una idea en mente que no abandonó hasta el final de sus días. Presentó ante las autoridades de Nueva York una patente, fechada el 29 de noviembre de 1872, de su Machine for Making Matrices for Stereotype - Plates con el número 136 442. La descripción de la patente, junto con los gráficos de la máquina, fue dada a la imprenta y se publicó en marzo de 1873. Un par de meses después, bajo el mecenazgo de Henry Meiggs, pudo dedicarse a la difusión del conocimiento didáctico al publicar El Educador Popular, periódico con sede en Nueva York entre 1873 y 1877, que circuló en América Latina con el propósito de difundir traducciones de obras pedagógicas, narraciones y ensayos de divulgación histórica para la infancia. McEvoy Carreras sostuvo que “[l]a empresa educativa de Márquez, en la que combinó los intereses del empresario con los del intermediario cultural, coincidió con el surgimiento del civilismo como opción político-ideológica en el Perú”.8 De vuelta a su país natal, publicó sus opiniones en el diario El Trabajo, en el que abogó por causas progresistas como el trabajo de las mujeres, que ya había narrado en su crónica de viaje a Estados Unidos.
La crisis económica, el asesinato de Manuel Pardo, con el que se relacionaba Márquez, y la declaración de guerra por parte de Chile en 1879 hicieron que nuevamente empacara sus maletas para deambular en favor del desarrollo tipográfico que había patentado en Estados Unidos.9 Tampoco tuvo éxito con su invención en España, donde hallamos la solicitud de patentamiento de su Máquina de impresión simultánea para matrices, en Barcelona, donde dejó sin pagar su registro. Para sobrevivir tradujo los dramas de Shakespeare, antes de probar suerte, sin fortuna, en Francia.
Para el desarrollo de su máquina de impresión no encontró compradores en Europa, por lo que, desahuciado y sin esperanzas, regresó a América; primero a Chile, “donde pasó una breve temporada trabajando como redactor del diario de Santiago La Libertad Electoral, en el periódico quincenal El Boletín de la Industria Fabril y en La Revista de Artes y Letras”; además tradujo, por encargo, un largo poema de Lord Byron.
“De vuelta en Lima, se convirtió en colaborador regular de El Comercio, ganándose la vida durante sus últimos años como escritor y traductor de obras pedagógicas”.10 El 6 de diciembre de 1903 falleció de un ataque al corazón, en una de las habitaciones del Hotel Central. Antonia Deorila Ochoa, su viuda -de nacionalidad argentina-, regresó a su patria y se instaló en Buenos Aires.11 De acuerdo con Maurilio Arriola Grande, quedaron en su poder “importantes documentos y correspondencia con ilustres figuras americanas del pensamiento, así como los segundos planos de la máquina, pues los primeros le fueron robados por un mecánico norteamericano, el mismo que después echó el invento al mercado, patentado como suyo”.12 Esta última hipótesis no pudo ser comprobada, hasta el momento, así como tampoco se pudo hallar pista sobre el archivo de la familia Márquez-Ochoa.
Las imprentas del siglo XIX
Desde la invención de la imprenta en el siglo XV hasta entrado el XIX, la tecnología de impresión no tuvo cambios significativos. La prensa implicaba “tres avances tecnológicos: tipos movibles duraderos, una tinta que permitiese la impresión y una máquina que la facilitase”.13 La prensa de torno vertical, las matrices para fundir en metal los signos gráficos en relieve, la tinta espesa y el papel fueron los elementos necesarios para imprimir durante más de tres siglos. Se estima que en ese periodo la calidad de impresión fue decreciendo, ya que “cada letra todavía debía ser fundida y compuesta a mano, siendo la velocidad máxima que podía alcanzar un experto fundidor la de unas seis letras por minuto”, más o menos media jornada de trabajo por página; frente a este panorama “ni las máquinas de fundición de tipos ni las de composición hicieron rápidos progresos debido a la oposición de los obreros que a ello se dedicaban, quienes estaban relativamente bien organizados”.14 En Inglaterra, por ejemplo, dentro de la industria tipográfica, para pasar de aprendices a oficiales se exigían al menos siete años de formación en los talleres. Es decir, los resabios del gremio medieval todavía pervivían en los talleres de impresión después de la primera revolución industrial. En cambio, en Estados Unidos, sin el peso de la tradición, la oposición de los trabajadores del sector era menor que en Inglaterra, por lo que las innovaciones tecnológicas fueron aceptadas antes que en el Viejo Continente.
En 1838 se inventó en Estados Unidos la primera máquina eficaz para fundir tipos de imprenta que se movía tanto manualmente como a vapor, ya que “la máquina transportaba el molde hasta la tobera de una caldera que contenía el metal en fundición de que se habían los tipos”, el metal fluía hacia la matriz, que se cerraba y luego abría para que cayera el tipo. La velocidad de producción de los tipos móviles hizo que, no sin problemas, en 1851 fuera la principal tecnología utilizada por los medios gráficos de mayores tiradas. La posibilidad de evitar la cuestión gremial y la huelga de quienes trabajan en un taller gráfico fue uno de los argumentos que esgrimió Márquez a favor de la tecnología de su invención que, según él, tenía un bajo umbral para su aprendizaje.
La idea del progreso económico y social fue un discurso sostenido en las principales ciudades capitales de América y Europa, que veían cómo la tecnología intervenía en su cotidianidad. Entre 1850 y 1860 se extendió el cable transatlántico, en la década siguiente se estableció la telegrafía eléctrica, se desarrolló el comercio internacional, crecieron las ciudades por los movimientos migratorios y aumentó el tendido de vías férreas. En la segunda mitad del siglo XIX se avanzó en el proceso de escolarización y alfabetización de la población, y fue liberada la legislación de imprenta. La sindicalización, la disminución de la jornada laboral y la llegada de la luz eléctrica permitieron que obreros, mujeres e infantes se sumaran al mercado del libro.15 En el ámbito de la producción impresa a finales de ese siglo, se consolidó el cambio del papel realizado con pulpa de trapo al de pasta de celulosa, que permitía abaratar los costos de producción y trasladar esta ventaja económica al precio de venta al público. Por otro lado, ya había comenzado el pasaje del modelo de composición manual de la página a la composición mecánica, para cubrir las demandas de mayor velocidad y tiraje de la prensa periódica. Uno de los primeros pasos fue utilizar una pieza impresora que contaba con un rollo cilíndrico de papel continuo, junto con cilindros de entintado.
Desde mediados del siglo XIX comenzó la carrera entre los inventores y los dueños de los talleres tipográficos por el desarrollo de prensas mecanizadas para la composición tipográfica, que les permitieran aumentar la velocidad de impresión y disminuir los costos del proceso. La necesidad de desarrollar esta técnica se debía a que cuando una obra tenía éxito y se vendía con rapidez había que realizar una reimpresión, pero no resultaba posible tener guardada la composición de cada página, principalmente porque se deshacían para componer otras páginas. Era una inversión tremenda guardar todas las letras empleadas en un libro.16 El periódico inglés The Times impulsó distintos desarrollos técnicos para aumentar la velocidad de composición, por ejemplo, en 1819 se experimentó infructuosamente con la fabricación de moldes de fundición de yeso. En 1857 se imprimieron “matrices de papel maché del tamaño de una página completa de periódico y se fundieron estereotipos curvos para adecuarse a la forma de los cilindros de impresión”.17
José Martínez de Souza definió “estereotipia” como “procedimiento para la duplicación de formas de impresión fundiendo en planchas de metal o caucho planas o curvas una composición con tipos movibles con objeto de obtener formas de impresión más resistentes que las de la fundición tipográfica ordinaria”.18 El sistema de estereotipia fue inventado en 1725 por el escocés William Ged y tuvo distintas mejoras, como la que realizó en 1847 Richard March Hoe, residente en Nueva York, quien inventó la plancha curva que permitía “acoplar el estéreo a la rotativa, lo que supone un gran adelanto en el tiraje de periódicos”, aunque solamente aumentó el diámetro del cilindro impresor.19
Entre los inventores que proliferaron en el siglo XIX, merecen especial mención los escritores que quisieron controlar no sólo los textos de su pluma, sino los impresos y su comercialización. El francés Gérard de Nerval fabricó en 1845 “una máquina de fundición de tipos que podía componer desde sus propias matrices hasta una medida de texto especificada”.20 En 1873, José Arnaldo Márquez patentó en Estados Unidos su máquina y en 1880 el escritor Samuel Clemens, conocido como Mark Twain, llegó a invertir 150 mil dólares en los interminables retoques que llevaba adelante James W. Paige a su dispositivo de composición tipográfica (al que le faltaba la capacidad de justificar los espacios entre palabras). Clemens conocía de primera mano el trabajo de los talleres y creía que The Paige Compositor era la solución para automatizar las tareas.21 El éxito del linotipo de Mergenthaler hizo que la máquina diseñada por J. W. Paige y financiada por Clemens, gracias a la intermediación del joyero Dwight Buell, pasara al olvido, salvo por el relato “The Machine Episode” de la autobiografía de Twain.22 Lamentablemente no tuvimos un relato de primera mano de José Arnaldo Márquez sobre su aventura impresa y sólo se recuperó en los recuerdos de su amigo argentino.
Los editores de periódicos y revistas estaban atentos a las invenciones tecnológicas porque necesitaban componer el texto con mayor velocidad. En 1877 la fuente de energía en la máquina de componer era la electricidad, y la demanda del público por nuevos contenidos impresos a menor costo hizo que hubiera gran variedad de inventos, a tal punto que “se decía que The Times tenía sótanos enteros llenos de máquinas desechadas; a pesar de lo cual, y teniendo en cuenta las frecuentes averías, tales máquinas no eran suficientemente rápidas como para asegurar su adopción general, aunque los periódicos siempre se mostraron ansiosos de poder contar con ellas”.23 Entre los avances técnicos se pasó de elaborar un cliché para una página entera -aunque era imposible corregir las erratas, porque ante un simple yerro había que componer toda la página de nuevo- al desarrollo de la linotipia. En Estados Unidos, en 1884, el inmigrante alemán Mergenthaler utilizó todos los saberes previos para desarrollar la linotipia bajo un principio simple:
un juego de matrices es colocado en una recámara, de donde se las trae por medio de un teclado. Se colocan entre dos regletas, que aseguran su justificación. Luego la línea es colocada en un molde que funde el conjunto (es la línea bloque). Las matrices son reclasificadas automáticamente, y reemplazadas. Es entonces un procedimiento muy rápido, pero las correcciones resultan complejas: es necesario rehacer enteramente la línea.24
La demanda de una nueva tecnología mucho más veloz encontró en la linotipia una aliada que le permitía “hacer el trabajo de entre siete y ocho cajistas manuales”, lo cual causó la sustitución de oficiales de imprenta y sembró el terreno para las huelgas.25 El monotipo, inventado en 1887 por Tolbert Lanston, producía líneas justificadas formadas por caracteres individuales con metal caliente, bajo las instrucciones de una cinta perforada previamente preparada.
Las patentes de Márquez fueron el único registro hallado sobre cómo su máquina se insertaba en la historia de las técnicas de impresión, que dejaron distintos indicios sobre cómo un escritor leyó el mercado editorial, cómo era la materialidad de los impresos desde sus condiciones de producción, y los distintos públicos. Estas fuentes pueden interpretarse a partir de la historia de la cultura impresa, tras los pasos de Chartier, para analizar la interrelación entre las diversas instancias de producción, circulación y apropiación de los impresos.26
Nueva York
En su estancia como cónsul peruano en Estados Unidos, Márquez prestó especial atención al panorama cultural que apelaba a la construcción ciudadana desde la cultura impresa -libros, periódicos, bibliotecas y escritores-, gracias a la tecnología de impresión, que permitía bajar los costos de producción y aumentar la velocidad de producción de los impresos.
En la narración de su viaje, Márquez comparó aquello que observaba extrañado en su nuevo destino. El libro se publicó en Lima en 1862, en los talleres de la imprenta de José María Monterola, tal vez porque buscaba de alguna manera intervenir -esto se intuye porque le dedicó el libro al coronel Pedro Obregoso- en la realidad peruana, anclada en su pasado, frente a Estados Unidos como ejemplo del progreso y la civilización. La industrialización, el crecimiento económico y el fortalecimiento de la sociedad civil, ante el tejido del asociativismo, fueron temas que se anidaron en su narración al remarcar la libertad política y religiosa, el espíritu nacional, el sistema de educación, “el poder de la imprenta, la amplitud y el estímulo ofrecidos al desarrollo de la inteligencia, la elevada posición de la mujer y, en fin, la acción múltiple y poderosa de la Beneficencia pública”.27 El ejercicio del derecho de asociación de las mujeres, así como que pudieran disponer de sus bienes, fue un punto que apareció en los recuerdos del autor como meta civilizatoria, como meta para una carrera que todavía Perú, como el resto de América del sur, no había comenzado. Márquez comentó que las mujeres se reunían en clubes con centenares de miembros, que leían sus textos en público y que escribían
libros de todo género y varias de ellas han llegado a ser plumas influyentes en la prensa periódica. Hay autora a quien se paga US $200 por cada columna, como lo hace el Ledger, periódico literario de Nueva York, que cuenta con medio millón de suscriptores. En los Estados Unidos no se considera ridículo que una señorita de dieciocho años concurra a las escuelas y academias; que viva con el trabajo de su inteligencia o de sus manos.28
Las mujeres también eran mayoría en “las fábricas de tejidos de algodón y otras telas, en las imprentas, en muchos talleres de litografía y grabado, entre otros, se compone de jóvenes de dieciséis a veinticinco años”.29 La mirada de Márquez sobre el rol de la mujer, su emancipación y su incorporación a las distintas esferas de la cultura impresa -tanto en la escritura para la prensa periódica como en los talleres e imprentas- puede situarse en el marco de la historia de la lectura que analizó el auge de nuevos lectores a finales del siglo XIX, entre los que se encontraban las mujeres, infantes y obreros. La ampliación de la educación primaria, la reducción de la jornada laboral -que permitió contar con más tiempo para leer- y los nuevos formatos de la cultura letrada interpelaron al público que se acercaba al mundo del impreso.30 Si estos nuevos lectores eran una fuente de beneficios futuros, Márquez no quería dejar pasar la oportunidad.
Se encontró maravillado por la cultura impresa y sus mundos. Los clubes de lectura, la producción de textos para distintos públicos, el arte de la imprenta y, principalmente, el ingreso de las mujeres y los niños al mercado editorial aparecen como datos menores, pero constantes en cada página. Los intereses de Márquez eran modestos, tal vez frente a la inestabilidad de los cargos políticos en el Perú buscaba profesionalizar su escritura de distintas formas. Una de ellas fue ejercer como editor del periódico El Educador Popular, donde tuvo la posibilidad de conocer el interior de los talleres gráficos e indagar sobre las técnicas de impresión.
En la portada del primer número de El Educador Popular, editado por Márquez en Nueva York, se unían las palabras educación y progreso como sinónimos: “La educación en los Estados Unidos considerada como industria”. En ese artículo se abogaba por el sostenimiento de las escuelas públicas por parte del Estado.31 El intelectual peruano ya escribía para un público poco usual, los estudiantes de nivel primario. En su periódico educativo se anunciaba, en su última página, que estaba disponible por 75 centavos el libro primero sobre El alfabeto, con 120 ilustraciones, de la Serie Educación, y que próximamente estarían los siguientes títulos: el libro 2o. Silabeo y Lectura; el libro 3o. Historia universal, Historia de América, Geografía Universal; y el libro 4o. Manual de Escuela. También escribió de manera seriada unas “Lecciones de Geografía Universal para uso de los niños de las escuelas americanas”.32 Márquez producía contenido escolar para un público en aumento, pero en las noticias biográficas consultadas no se explicitan los libros escolares que escribió, sólo los ensayos, dramas, traducciones y poemas. Márquez era un autor que buscaba profesionalizarse en el mercado editorial, aunque para hacerlo se alejara de la literatura que se comentaba en los salones y cafés. Quizá intuía que para sostener la demanda de los impresos educativos era necesario contar con una tecnología de impresión que abaratara los costos y trasladarlos a precio de venta al público. Sólo le faltaban inversores.
El periódico The Printers Circular: A Record of Typography, Literature, Arts and Sciences publicaba las patentes ligadas al arte de imprimir que se presentaban. Uno de sus números anunciaba que entre los distintos estados de la Unión se había registrado un total de 12 patentes, entre las que se encontraba la Machine for Making Matrices for Stereotype - Plates de Márquez. Nuestro poeta declaraba, ante testigos, en el documento registral en Nueva York, el 29 de noviembre de 1872, que había inventado una nueva y mejorada máquina para fabricar matrices para estereotipia, y que permitiría a los expertos fabricar y utilizar su artificio. El proyecto facilitaría la realización de una placa estereotipada porque tenía un disco giratorio con un juego de tipos, de diferentes fuentes y signos. Con esta máquina, afirmaba Márquez, se podía imprimir directamente en una matriz, en una placa metálica o en una curvada para poder utilizarla en las prensas de periódicos. En el documento se reclamaban como novedades en la tecnología existente el disco giratorio, la combinación entre el disco tipográfico giratorio y la matriz móvil, y el travesaño que permitía el disco suspendido y giratorio para imprimir en la matriz. El objetivo de las modificaciones técnicas del autor, con el patentamiento de su Machine for Making Matrices for Stereotype - Plates en 1873,33 era anudar las mejoras de la técnica de impresión con la demanda de textos que desde Estados Unidos necesitaban, ante los procesos de alfabetización de finales del siglo XIX. El fomento de la educación de primeras letras implicó no sólo la producción de contenidos, sino la necesidad de contar con impresos cada vez más económicos para ampliar la base de consumidores.
Barcelona
En 1880 La Gaceta Industrial informó que nuestro poeta había obtenido en Barcelona la patente de “una máquina aplicada a la imprenta”.34 Tiempo después, el periódico El Demócrata daba más detalles al informar que se trataba de la “patente de invención de una máquina tipográfica que, con el trabajo de un operario puede producir hasta tres ediciones diferentes de cualquier obra”.35La Gaceta de Madrid anunció que el Conservatorio de las Artes tomó conocimiento del patentamiento durante 20 años de Márquez, vecino de San Gervasio de Cassolas (Barcelona), por una máquina de impresión simultánea de matrices a partir del 1o. de febrero de 1881.36 En la Gaceta volvió a ser noticia cuando en 1885 fue nombrado entre aquellos inventores que no habían pagado la quinta anualidad de su licencia. Márquez no fue el único en presentar una patente ligada a las artes gráficas. Entre 1826 y 1850 se habían registrado en España 19 y “en las tres décadas siguientes sumaron 80 patentes, ofreciendo un crecimiento relativo del 321 por ciento. Poco más del 60 por ciento de estas solicitudes se refirieron a innovaciones en composición e impresión”.37 El panorama de las artes gráficas en España tuvo como cabeza de lanza, casi siempre, la prensa periódica, donde “fueron modificando las viejas estructuras artesanales, aunque todavía predominantes”.38
Sobre la estancia del peruano en Barcelona, poco podemos encontrar en los Recuerdos literarios de García Mérou. El propio Márquez, cuando coincidió con el argentino en París, le refirió su “triste odisea de soñador vagabundo”, comentándole que cifraba sus esperanzas en “una máquina para componer tipográficamente, e imprimir con un número reducidísimo de tipos, de una manera mecánica”. Para ponerla en práctica decidió ir a Europa y permaneció un tiempo en Barcelona, “haciendo fundir las piezas del aparato que esperaba iba a darle gloria y fortuna. Se asoció con uno de esos agentes que manejan negocios sospechosos, y a quien, por un raro contagio, convenció de la grandeza y provecho de su descubrimiento. Para construir la máquina, chocó con toda clase de inconvenientes. Tuvo que rehacerla mil veces buscando una perfección inaccesible”.39
Los fondos menguaron y para sobrevivir vendió sus traducciones de los dramas de Shakespeare.40 No dejó de lado su invención e intentó arreglar y refundir las piezas defectuosas. Fue en Barcelona donde, según García Mérou, ligó “su destino con una mujer que se entregó a él, atraída por esa fascinación extraña que ejercen sobre los seres sensibles, los fanáticos y los visionarios”. Tuvo que huir de la ciudad condal con destino a París, junto con su invención.41
Para saber las características que tenía el artificio de Márquez, recurrí al Servicio de Archivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas, la cual resguardó la solicitud presentada el 9 de agosto de 1880 y reafirmada en noviembre del mismo año.42 La diligencia que se presentó bajo el título “Máquina de impresión simultánea para matrices” permite ver el desarrollo, en ocho años, de la invención del poeta, y aclarar los puntos de su artificio que debían ser resguardados por la ley. El texto y los planos de la máquina fueron presentados por duplicado y se incorporó una “Nota. Pliego adicional” a la solicitud de patentamiento, en la que se hacía una síntesis de la originalidad que buscaba proteger. Entre los detalles técnicos del disco, la cremallera, los portatipos, y otros elementos, se destacó que el objetivo era realizar “la impresión directa sobre matrices de metal para la cual se emplean tipos de acero, y que suprime por completo la estereotipia y la electrotipia”, dando un paso adelante sobre su máquina patentada en Nueva York. A la vez, decía que ignoraba “que exista en operación, como teoría conocida, los puntos enumerados, ni parte alguna importante de ellos. El invento importa una revolución radical y completa en la más influyente de las industrias”.43
[Aquí irán las figuras 1, 2, 3, 4 si se autoriza su publicación]
La importancia del invento se justifica en las primeras páginas de la patente, donde Márquez afirma que el principal “objetivo de esta máquina es poner la tipografía al alcance de todo individuo que sepa leer; bastándole una práctica de muy pocos días por todo aprendizaje”, porque esperaba cubrir los futuros puestos de trabajo con simples lectores sin capacitación alguna, gracias a la facilidad de instrucción para el uso de la máquina. Un par de párrafos antes de estampar su firma de puño y letra al final del documento, Márquez aseguró que el operario promedio no requeriría más que: “leer bien y contar cantidades de una o dos cifras; y siendo fácil manejar diestramente la máquina después de tres o cuatro días de ejercicios; llegarán a ser imposibles las huelgas, por la facilidad que habría de reemplazar inmediatamente a los operarios. Y empleando el trabajo de la mujer o el del adolescente, se reducirán los jornales en una 3er parte o en una mitad”.44
La sencillez de uso de la máquina estaba en sintonía con las observaciones del autor realizadas en Estados Unidos sobre el trabajo de mujeres y adolescentes en los talleres gráficos, que implicaba menores salarios, y los interpelaba como futuros operarios que serían reemplazables si se presentaban a huelga. En la fundamentación, Márquez también apeló a la sensibilidad de sus futuros inversores, al sostener que ante la falta de trabajo que tienen las “personas desvalidas, inválidas, o que no pueden trabajar sino en su domicilio, tendrían en la máquina un nuevo recurso” para ganarse el pan.
Entre las características técnicas que explicó, en relación con los planos de la máquina que adjuntó, y que tal vez también esgrimió ante García Mérou en París, se destacaba que podía realizarse “la impresión, no solamente letra por letra, sino también por sílaba, por palabras y por frases enteras; reduciendo de este modo en más de una tercera parte el tiempo que por el antiguo método se emplea en la composición”.45 Se podía “imprimir enteramente la distribución de tipos, y la composición de espacios para producir blancos en la página” y “evitar los errores de los cajistas, provenientes de la distribución de los tipos y de la precipitación con que trabajan por alcanzar el máximo de composición. En la máquina tiene el operario a la vista la letra, palabra, o frase que va a imprimir, y no puede alterarla de ningún modo”. Márquez mejoraba, al menos en el papel, el desarrollo que un siglo antes llevó adelante el periódico The Times en Londres. A finales del siglo XVIII, los componedores manuales contaban con las palabras y combinación de letras más usuales fundidas en lingotes sueltos, para agilizar la tarea del cajista que componía la página.46
El autor explicó que su sistema permitía “señalar exactamente el lugar o extensión que ocupa cada signo, número, letra, sílaba, palabra, y frase; pues cada una lleva escrito a un lado el número de milímetros o de puntos tipográficos que ocupa”, así como “imprimir con la misma facilidad de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, o viceversa; y también en renglones, o diseminadas las palabras como en los mapas, planos, etc.”.47 Entre otras ventajas, argumentaba que se podía “dar a las matrices impresas en la máquina todo el relieve que se desee; pudiendo imprimirse a más o menos profundidad”.48
Entre las virtudes de la máquina diseñada por Márquez se destacaba que el mecanismo de funcionamiento era sencillo y no se descomponía, además de ocupar “cosa de un metro cuadrado de superficie, y se le puede transportar fácilmente en piezas, o a lomo de acémila. Su peso puede variar de cien a trescientos quilogramos”.49 Tal vez por su peso reducido pudo llevarla a París cuando, según García Mérou, se alejó de su socio en tierras españolas.
París
Las desventuras de Márquez con su máquina en París se conocen gracias al registro de Martín García Mérou, quien recordó a su amigo peruano como un bohemio de corazón, intelectual distinguido, humorista notable y un orador capaz de cautivar al público con su acerado sarcasmo. Fue protegido de Santiago de Estrada y escribió “de cuando en cuando” en la revista La Biblioteca de Buenos Aires, dirigida por Miguel Navarro Viola, y en el periódico La América del Sud. Diario de la Mañana, Católico, Político y de Intereses Generales, que se publicó entre 1876 y 1880,50 años en los que supuestamente Márquez recaló en Buenos Aires antes de marchar a Barcelona, para luego llegar a París. Sabemos que en Francia fue padre por primera vez, y con más ahínco pretendió hacer valer su invento. En su furor por comercializar su máquina dio cita “al jefe de los talleres tipográficos del Petit Journal, del Fígaro, etc. para mostrarles el mecanismo y las ventajas de su sistema, y no dudaba que la visita de estos señores inauguraría para él una época de prosperidad y riqueza”.51 El Petit Journal utilizaba las prensas a cilindros, construidas en 1856 por Hippolyte Marinoni, que permitían imprimir cuatro páginas a la vez. Este periódico buscaba una nueva tecnología de impresión para competir con el Petit Parisien, que en 1888 hacía su tirada con la impresión de seis y luego 10 páginas a la vez.52 En 1869 el Petit Journal, que publicaba noticias sensacionalistas, llegó a imprimir entre 357 mil y 467 mil ejemplares.53
La importancia de mejorar las técnicas de impresión estaba marcada por el aumento de la escolarización en Francia y la obligatoriedad, desde 1890, del uso de los manuales escolares en la escuela primaria. Entre 1865 y 1867 se habían publicado 200 títulos anuales, la productividad creció a 500 publicaciones entre 1872 y 1875, y llegó a su máximo en 1883 con 933 títulos. El auge en la producción de contenidos correspondió con las ventas, por ejemplo, el “librero Armand Colin habría vendido 50 millones de volúmenes entre 1872 y 1889”.54 Es decir, la necesidad de contar con una veloz y eficaz técnica de impresión tenía su correlato en el crecimiento del mercado lector.
Acompañado por amigos como el ingeniero Nolasco Ortiz Viola, Alberto Blancas y varios más que se encontraban en París, García Mérou fue a ver “la máquina de componer e imprimir que había desesperado a aquel poeta y que lo tenía sumido en la miseria”. El artefacto estaba en un almacén húmedo y Márquez hizo una larga presentación que dejó a sus oyentes con “la impresión de que si la base de aquel invento era realmente ingeniosa, él estaba lejos de poder ser aplicable a la práctica, y más lejos aún de la perfección necesaria para su funcionamiento regular”. El recuerdo del literato argentino sobre la demostración de la máquina era vago, pero es el único testimonio que nos llegó con las apreciaciones de un contemporáneo sobre el funcionamiento y posibilidades de dicho invento:
tenía un vago parecido con el de las máquinas de escribir norteamericanas. Creo recordar que para componer se daba vuelta a un manubrio que giraba alrededor de dos alfabetos circulares, colocados perpendicularmente. La letra señalada en cada alfabeto iba a incrustarse en una matriz que hacía el efecto de componedor y de cliché para la estereotipia. La composición de la pasta maleable de la matriz era también uno de los secretos de Marques. Nos pareció cruel desengañar a un hombre fanatizado por el influjo de una idea fija, pero nuestra impresión unánime fue que aún le faltaba mucho para llegar al invento que había soñado.55
Las publicaciones periódicas francesas que había contactado Márquez tampoco avalaron su tecnología de impresión. El inventor todavía creía en el diseño de su máquina y atribuía sus deficiencias al proceso de construcción y a la refundición de algunas piezas, perdidas en la mudanza desde Barcelona. El encuentro de los literatos americanos en París fue en 1885, y desde dos años antes había comenzado el recorrido en las imprentas de la invención de Ottmar Mergenthaler, quien desarrolló la Rotary Matrix Machine, “parecida a una máquina de escribir, en cuyo cilindro se colocaba un cartón húmedo, se tecleaba y el cartón servía para obtener el molde estereotípico.56
Buenos Aires
La revista El Hogar publicó el 8 de julio de 1927 un artículo de Juan José de Soiza Reilly, firmado bajo el seudónimo Ataliva Ruiz Palazuelos, con un título llamativo: “La linotipo fué inventada por un poeta peruano en Buenos Aires”,57 que develaba la identidad de José Arnaldo Márquez. Este texto recuperaba someramente las discusiones sobre el origen de la invención del linotipo, a la vez que glosaba la narración de Martín García Mérou.58 Soiza Reilly consignó que, más de una vez, el ministro argentino en Bélgica, doctor Alberto Blancas, se lamentó por la “existencia dolorosa y trágica” de Márquez, compañero de bohemia en su juventud. Blancas recordaba que su amigo había inventado una “máquina que, componiendo mecánicamente, suprimía el tipógrafo a dedo”.
El lintotipo, recordaba Soiza Reilly, era una “máquina que compone y funde mecánicamente los caracteres tipográficos por líneas” y que fue tal su impulso en el mundo cultural que Clemenceau afirmó: “Si el linotipo se hubiera inventado cien años antes que los cañones, ya no tendríamos guerras”. El artículo en El Hogar se hizo eco de las preocupaciones técnicas del periodo, al tiempo que buscó insertar a Argentina en una tradición de países que se vanaglorian de sus inventos, o al menos que “pretenden haber inventado […] el teléfono, la radiotelefonía, el engomado de estampillas”, por lo que “ahora nos toca a los argentinos el honor de atribuirnos la invención, a pesar de que el inventor era peruano, pero la idea de la famosa máquina nació durante la larga permanencia de aquél en la Argentina. (¡Gloria para dos!)”. Durante su estancia porteña, Márquez vivió en un hotel del bajo en la calle Cangallo, hoy Juan D. Perón, entre Florida y Maipú.
La preocupación por la tecnología de impresión no era sólo de interés para el público de El Hogar, también el año anterior en el diario La Nación, el periodista Julio Camba escribió una crónica sobre el 40 aniversario del invento que se le atribuyó a Ottmar Mergenthaler, mientras que “en un interesante boletín de los tipógrafos de Buenos Aires, un obrero salió a rebatir la opinión de Camba, afirmando con bastantes razones, que Mergenthaler no fue el inventor: fué únicamente el fabricante de las linotipos que llevan su nombre. Fué, quizá, el más activo divulgador de la linotipia”.59
La circulación de saberes, el cuestionamiento de un obrero tipógrafo al periodista del principal periódico de la conservadora élite letrada, era síntoma de un momento donde los saberes técnicos y la literatura de divulgación científica eran compartidos dentro de una creciente esfera de productos impresos que interpelaba a nuevos públicos “afectados por los procesos de urbanización, alfabetización y modernización económica”, ya que principalmente en la década del 20 en Argentina, la técnica impactó en tanto “instrumento de modernización económica y [fue] protagonista de cambios urbanos, pero también como núcleo que irradia configuraciones ideales de imágenes y desencadena procesos que tienen que ver tanto con construcciones imaginarias como con la adquisición de saberes probados”.60 El saber del obrero tipográfico, en tanto experto, se contraponía al texto de La Nación, pero también a la glosa de los recuerdos literarios de García Mérou que hizo Soiza Reilly. La invención de Márquez, a pesar de las diferencias que tenía con la linotipia, fue asimilada al desarrollo de Mergenthaler, y el autor peruano fue recordado como un escritor sin estrella para la invención y los negocios.
Conclusiones
La invención técnica permitiría a José Arnaldo Márquez que sus textos, y los de sus colegas, llegaran a un mayor público lector cuando las políticas de alfabetización comenzaban a implementarse en el continente. El escritor también imaginó el fin de las huelgas en los talleres de imprenta, porque los obreros sabrían que serían fácilmente reemplazables. El autor confió en que su máquina tendría una corta curva de aprendizaje y que las mujeres podrían suplir a los obreros. Por otro lado, se presentaron los lazos de una sociabilidad letrada americana que oficiaba como una red de contención del genio creador que, sin fortuna heredada, se encontraba en la búsqueda de la profesionalización del escritor.
Márquez no sólo intentó vivir de la pluma en su peregrinar por los distintos géneros literarios en los que incursionó, sino que trató de engarzar su prosa con uno de los eslabones de la cadena de valor de la edición: la imprenta. La incertidumbre de su carrera como funcionario en el Estado peruano le hizo percatarse de la profesionalización del escritor en Estados Unidos, principalmente porque en ese país se invertían miles de dólares en formar y educar a sus ciudadanos, a diferencia de América Latina. El fortalecimiento de las políticas de alfabetización que comienzan a aplicarse con ahínco a finales del siglo XIX en el ámbito hispanoamericano implicó la producción de manuales de estudio, y gracias a las tecnologías de impresión mecánica, como la que propuso Márquez, los costos de los textos escolares se hicieron más accesibles. Los argumentos de nuestro poeta buscaban ganar inversores para que desarrollaran su artefacto, y por eso les aseguraba ventajas como el tamaño y peso reducidos, al igual que su facilidad de uso. Este punto no era menor, ya que cuestionaba los saberes de los operarios, favorecía la baja de salarios al proponer que se podían contratar mujeres (a quienes históricamente se les pagaba menos) y que la curva de aprendizaje era de tres días aproximadamente, por lo que era fácil reemplazar al técnico que se adhiriera a una huelga.
Es decir, Márquez no pensaba sólo como productor de contenidos, sino como gerente de un taller de artes gráficas, para lograr vender su patente. Sabía cuáles eran los argumentos de ventas que los empresarios de finales del siglo XIX querían oír. Sostuvo en su patente que su máquina podía “producir simultáneamente dos o más ediciones del texto, en diferentes clases de letra y en páginas de diferentes tamaños, sin emplear para ello más tiempo o más trabajo que para una sola”.61 La velocidad de trabajo y la facilidad de imprimir distintos tipos de letras eran argumentos dirigidos a un inversor que buscaba una rápida rentabilidad, y más aún cuando enfatizaba que
esta circunstancia pone de manifiesto la enorme reducción de precios que podrá hacerse en la venta de las obras que mayor circulación alcanzan; como textos de enseñanza, obras maestras de literatura, clásicos, etc., de las cuales hay que hacer frecuentes y variadas ediciones, renovándose en cada una de estas el gasto de la composición. Por el nuevo sistema, dos o tres ediciones costarán exactamente lo mismo que una sola, en lo que se refiere al gasto de la composición; es decir, a la formación de las páginas que deben entrar en la prensa.
Sus argumentos no tenían fisuras, se dirigían al inversor para que no dudara de que con su máquina mecánica se reducirían los costos que se tenían con el modelo de imprenta manual. Tal vez, dado que esta presentación la llevó a cabo en España, fue necesario aclarar este punto porque la imprenta manual todavía seguía vigente fuera de Madrid, Barcelona y Bilbao. Márquez sostuvo, al final de su presentación, que el objetivo de su invento era cubrir “[l]a necesidad de abaratar en lo posible los productos de la imprenta que tan íntimamente afectan a la educación general de los pueblos” y, por otro lado, dar trabajo y sustento en una ciudad en crecimiento.62
La narración que hizo de su viaje a Estados Unidos tuvo como propósito funcionar como una guía programática para que los hombres influyentes del Perú introdujeran en el país “algunas de las mejoras que tanto necesita para su progreso y que son en la actualidad una exigencia imperiosa de la civilización”.63 El texto dejaba en claro que el pasado estaba en el Perú y que el futuro se escribía en tipos de imprenta en Nueva York.
El rol de la mujer como escritora y conferenciante que interviene en el espacio público fue para el escritor una revelación, al punto de que -casi con envidia- contaba cuánto cobraba una autora por cada columna que escribía. Que las mujeres publicaran libros de todo género y que él tuviera a docentes y estudiantes como público en El Educador Popular fueron tal vez las señales que necesitaba para saber que el aumento en el número de lectores estaba en marcha y que era necesario estar preparado desde la imprenta.
Con su invención, Márquez cifró el progreso educativo en la certeza de que la disminución de los costos de impresión permitiría reducir el valor de venta en el mercado. Hijo de familia humilde y becario durante sus estudios, sabía de la necesidad, por lo que pudo dialogar con distintos públicos, como escritor y en las presentaciones de su invención. Escribió para niñas y niños, pero también para los hombres que dirigían los destinos del Perú. Su patria requería de la alfabetización, y una de sus bases era contar con impresos a bajo costo. La mecanización de la imprenta cumplió con los objetivos del autor, sólo que no fue su invento el que ganó la carrera tecnológica, por ello no se posicionó entre las máquinas que conquistaron los talleres desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX. José Arnaldo Márquez fue un escritor anfibio entre la tinta china y la espesa tinta de imprenta.