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versión impresa ISSN 0185-013X

Foro int vol.56 no.4 Ciudad de México oct./dic. 2016

 

Reseñas

Jason Seawright, Party-System Collapse: The Roots of Crisis in Peru and Venezuela

Rodrigo Salido Moulinié

Seawright, Jason. Party-System Collapse: The Roots of Crisis in Peru and Venezuela. Stanford: Stanford University Press, 2012.


Antes de la llegada de Hugo Chávez en 1998, la democracia venezolana -restablecida en 1958 con el Pacto de Punto Fijo, después de derrocar la dictadura militar de Pérez Jiménez- llegó a considerarse la “más estable de América Latina”.1 Durante las décadas de 1970 y 1980, en una región llena de gobiernos autoritarios, Venezuela tuvo elecciones libres para elegir a sus líderes, respeto a los resultados electorales por parte de los dos partidos que se alternaban el poder (AD y COPEI) y crecimiento económico sostenido. Entre los factores que explican esta estabilidad, se menciona el puntofijismo como mecanismo de presión política, la renta petrolera como lubricante de la democracia,2 líderes carismáticos (principalmente Rómulo Betancourt y Rafael Caldera) y, especialmente, un sistema de partidos institucionalizado y estable.

Hay consenso en buena parte de la bibliografía -escrita antes del colapso- sobre el último factor: la importancia y fortaleza de los partidos políticos en Venezuela. Según Mainwaring y Scully, “ningún otro sistema presidencial en el mundo posee partidos tan fuertes”.3 En su ya clásico libro Conflict and Political Change in Venezuela, Daniel Levine decía que, en resumen, “la política venezolana puede describirse como un sistema de partidos”, que son “los vehículos elementales de la acción política”. Según Michael Coppedge, en Venezuela había una “partidarquía” en la que los partidos controlaban todos los medios de participación política.4 Fuera de los partidos, no había canales efectivos de articulación política.

En teoría, una de las fuentes de estabilidad del sistema político en Venezuela era ese arreglo de bipartidismo informal.5 No obstante, algo cambió hacia el final de los años ochenta. Después del “caracazo” en 1989 (revueltas populares en contra de los ajustes económicos de Carlos Andrés Pérez), hubo dos intentos fallidos de golpe de Estado en febrero y noviembre de 1992. Para 1993, los “partidos del sistema” -que habían acumulado, en promedio, 85% del voto en las elecciones entre 1973 y 1988- perdieron más de la mitad de su apoyo electoral y, por primera vez, llegó a la presidencia un candidato independiente. En 1998 llega al poder de Hugo Chávez, un outsider (autor de la intentona golpista en febrero de 1992). En esa elección, los partidos tradicionales acumularon -juntos- menos de 10% del voto: el sistema de partidos tradicionales había colapsado. En la tipología de Sartori, se pasó de un sistema bipartidista a un “pluralismo polarizado”, donde son comunes los partidos y candidatos antisistema que “buscan minar la legitimidad del régimen” y tienen una ideología exógena, fuera de los valores que defiende el statu quo.6

En Perú, un sistema de partidos -menos institucionalizado y estable que el de Venezuela- sufrió un cambio similar en la década de 1980. Tres partidos habían dominado las elecciones de esos años, y juntos acumulaban alrededor de 85% del voto en elecciones presidenciales. En 1990, Fujimori llega al poder y los partidos tradicionales obtienen sólo 31% del voto: una caída menos estrepitosa, pero aún así significativa.

¿Cómo se explica esta decadencia repentina de los partidos dominantes en los dos países? ¿Por qué no ocurrió en otros países? ¿Por qué los partidos tradicionales, que habían llegado a obtener más de 80% de los votos en elecciones anteriores, no alcanzaron 10% en Venezuela (1998) y se quedaron en 31% en Perú (1990)?

Jason Seawright busca responder a esas preguntas mediante un análisis comprehensivo, con una base teórica y empírica robusta y un diseño de investigación adecuado y creativo (incluye un experimento psicológico, que se tratará más adelante). Para explicar el colapso de los dos sistemas de partidos aludidos arriba, el autor propone un mecanismo causal detallado, que logra entretejer muchos factores que inciden en el colapso (psicológicos, institucionales, políticos, económicos, históricos) desde una perspectiva “informal” de elección racional. Utilizando la metáfora del “mercado político”, su explicación puede verse desde dos perspectivas: el lado de la demanda (los votantes y su relación con los partidos) y el lado de la oferta (los partidos, su organización y las instituciones políticas).

El argumento principal del libro es que la percepción de subrepresentación ideológica y las preocupaciones por la corrupción, reflejadas en los cambios de la identidad partidaria, son motivos centrales -a nivel individual- para producir el colapso del sistema de partidos. Estas dos actitudes producen enojo, lo cual reduce la aversión al riesgo de los votantes y, de esta manera, facilita su decisión por un candidato fuera del sistema de partidos (“demanda”). Del lado de la “oferta”, la estructura organizacional de esos partidos implicó cierta rigidez ideológica, lo cual impidió que los partidos respondieran adecuadamente a las preferencias del electorado.

Para defender el argumento, Seawright hace primero un análisis comparado de los países de América Latina para descartar la hipótesis (frecuente en la bibliografía) de que el colapso es consecuencia del mal desempeño económico de los gobiernos en turno. Con un análisis empírico, demuestra cómo otros países (Argentina o México), que también tuvieron crisis económicas severas, no sufrieron un colapso del sistema de partidos.

Este capítulo es uno de las grandes aportaciones del libro, porque en otras visiones se da por cierta esa hipótesis, sin que alguien la haya probado de manera empírica formalmente. El mal desempeño económico no es, pues, la causa principal del colapso, sino una causa indirecta; debilita a los partidos en el gobierno, pero no determina su desaparición. Pueden provocar que los individuos estén más atentos frente a las políticas y errores del gobierno (como la corrupción), lo cual crea las condiciones que propician el colapso (p. 63).

Una vez despejada esa nube, el autor se concentra en el análisis de las identidades partidarias, que es la variable central de su argumento para explicar el voto. Desde la publicación de The American Voter, la identidad partidaria ha sido un componente fundamental de las explicaciones del voto. Puede verse desde dos perspectivas: como causa (el desplazamiento o desaparición de identidades partidarias propicia la desaparición de partidos) y efecto (los partidos apoyan distintos grupos o políticas específicas, por lo que las identidades de los individuos van cambiando con el tiempo) del cambio político.

Para explicar el colapso, Seawright adopta la primera perspectiva y demuestra, con un modelo estadístico hecho con datos de varias encuestas, cómo los escándalos de corrupción tienen un efecto significativo en las identidades partidarias. Siguiendo el argumento, si se diluyen las identidades hacia todos los partidos al mismo tiempo, es más probable que ocurra el colapso.7 En efecto, en Venezuela y Perú, las identidades partidarias se redujeron significativamente en pocos años antes del colapso (pp. 92-93).8

Además de la corrupción, otro factor que incide en la variable es la subrepresentación ideológica. La ideología es esencial para los partidos, ya que simplifica su contenido programático, reduce los costos al votante de buscar información y aumenta la identificación.9 Varias explicaciones del colapso y de la llegada de Hugo Chávez en Venezuela apuntan en esta dirección.10 Seawright se inscribe en esta corriente para el colapso y sustenta el argumento con evidencia empírica: en Perú y Venezuela, a diferencia de Argentina, los partidos no estaban representando sectores amplios del espectro ideológico y, al no desplazarse y captar esas demandas, se desplomó la identidad partidaria en esos países.

Aquí cabe la pregunta: si está en el interés de los líderes partidistas atraer electores y ganar elecciones, ¿por qué no cambiar el contenido ideológico y atender esos sectores? Para responder, Seawright argumenta que la estructura del partido importa: AD, COPEI y APRA son menos flexibles que el Partido Justicialista de Argentina, por lo que más difícil adaptarse al medio político. Mediante encuestas aplicadas a líderes locales, encontró que los partidos que colapsaron tenían miembros más homogéneos y menos autonomía respecto a los sindicatos, sus líderes tenían mucha influencia sobre nominaciones locales y no tenían tantos arreglos clientelares (p. 192).

Sobre este punto, el arreglo federal de Argentina podría explicar parte de las características organizacionales que adoptó el PJ. Sin embargo, el autor cae en un error al decir en los primeros capítulos que “el federalismo no se alinea con el colapso del sistema de partidos; Argentina y Venezuela tienen instituciones formales federales, mientras que Perú era esencialmente unitario durante los años ochenta” (p. 57). Primero, como señala el autor, en Venezuela el federalismo es el arreglo formal; pero no era la forma de hacer política en los hechos: no había elecciones para gobiernos subnacionales hasta 1992, y los partidos tradicionales se crearon desde el centro, sin una lógica regional, por lo que su estructura estaba más centralizada.11 Un arreglo federal requiere, pues, otro tipo de organización partidista, más parecida al modelo del PJ en Argentina. (Sería interesante hacer una comparación con el PRI en México, que es otro caso de un partido que sobrevivió durante ese periodo.)

Otro problema de usar a Argentina y la supervivencia del Partido Justicialista después de crisis económicas y reformas neoliberales como variable de control es que el peronismo trasciende el ámbito partidista, porque es un movimiento político y cultural más amplio.12 ¿Los vínculos que estrechó el peronismo con los argentinos son de la misma naturaleza que las de los adecos en Venezuela o los apristas en Perú? Es probable que haya una explicación particular para explicar la permanencia del PJ. Se podría desarrollar un argumento similar sobre el aprismo, que también es un movimiento y sigue presente en la política peruana.

La parte más interesante -y más problemática- del libro es, sin duda, el experimento. En esta parte, Seawright toma distancia de los modelos económicos del voto (elección racional) para demostrar que hay una dimensión emocional: la sensación de enojo propicia que se vote por un candidato fuera del sistema, mientras que la ansiedad conduce a un voto más conservador, más adverso al riesgo. Con ese objetivo, diseñó una prueba psicológica en la que se inducía a los participantes en uno de esos dos estados emocionales (se les proyectó un video), y después se simulaba una votación. El estudio encontró que, como se planteó en la hipótesis, el enojo motiva a las personas a no pensar en los riesgos y votar por un candidato antisistema. Lamentablemente, no funcionó el método para inducir un estado de ansiedad en los participantes, por lo que esa hipótesis no se pudo comprobar. No obstante, los resultados apuntan en la misma dirección del argumento general del libro: la corrupción produce emociones de enojo, lo cual aumenta la probabilidad de que se vote por un outsider (p. 156).

Cabe señalar que ya se había desarrollado un argumento muy similar en América Latina. En un texto de 2006, Sonia González explica el colapso del sistema de partidos (sólo en Venezuela) con un modelo de “votante frustrado”, el cual “aparece cuando las expectativas de los electores [sobre desempeño económico] no son satisfechas, pero sobre todo cuando esos electores no ven alternativas razonables a las que acudir en busca de soluciones”.13 En este modelo, el votante tiene desconfianza en las instituciones, afinidad partidista desgastada (analiza las identidades de padres e hijos y busca la relación) y expectativas grandes respecto al desempeño de gobiernos anteriores.

Con base en encuestas (algunas de las mismas que usa Seawright), González llega a la conclusión de que, en buena medida, este modelo explica el colapso del sistema de partidos y la llegada de Chávez. Aunque Seawright afina el mecanismo causal que subyace en este modelo al sostener que es la percepción de la corrupción y no de la economía lo que incide en el voto, no mencionar esa aportación es una omisión considerable. (La omisión puede deberse a la baja circulación del texto de González o, en el peor de los casos, a un desconocimiento de la discusión sobre el tema en habla hispana.)

Por otra parte, las definiciones que propone el autor para “partidos tradicionales” y de “colapso de sistema de partidos” son muy abiertas. Define los partidos tradicionales como los que “han tenido la oportunidad de desarrollar una tradición vibrante y extensiva con el electorado. Específicamente, los partidos tienen una historia -de varias décadas- y fueron competidores electorales con posibilidades reales de formar el gobierno en varios ciclos electorales” (p. 33). Después, define el colapso como la “situación en la que todos los partidos que conformaban el sistema de partidos tradicional se han vuelto electoralmente irrelevantes al mismo tiempo” (p. 48).

Estas definiciones inciden en la selección de casos; permiten incluir el caso prototípico de un colapso del sistema de partidos, Venezuela, y un caso muy distinto, Perú. Sin embargo, se podría argumentar que no se trata exactamente del mismo fenómeno. En Venezuela, el sistema de partidos estaba mucho más institucionalizado; los partidos que colapsaron siguen marginados electoralmente hasta hoy. Mientras tanto, en Perú, el sistema estaba menos formalizado, el aprismo volvió a ganar elecciones presidenciales después del colapso y los otros dos partidos siguen marginados. No obstante, creo que la selección de casos es interesante y, al mantener en perspectiva comparada los demás países de América Latina, se mitigan los riesgos de escoger casos por la variable dependiente (el colapso).

El libro cierra con un capítulo sobre los posibles efectos del colapso en el sistema político y la opinión pública. Seawright señala que, de no haber colapsado los sistemas de partidos, hubiera sido muy difícil que Chávez y Fujimori llegaran al poder. Sin embargo, admite que explicar el colapso tiene sus limitaciones: puede apuntar que el voto va a ser hacia fuera del sistema, pero ¿cómo decidieron los votantes entre los distintos candidatos antisistema en ambos países? ¿Por qué no Irene Sáez o Mario Vargas Llosa?

Analizando información de encuestas más recientes, el autor concluye que el discurso de Chávez -centrado en la incapacidad del Estado, el combate a la corrupción de los “partidos del sistema”, el poder excesivo de las élites-14 fue una variable importante en la decisión de los venezolanos en 1998. Sin embargo, en temas sobre participación ciudadana y calidad de gobierno, no hay diferencia significativa entre los países que tuvieron colapso (Venezuela y Perú) y los que no (Argentina y Chile). La explicación de la elección de Chávez y Fujimori requiere de otras herramientas analíticas para estudiar el discurso, el liderazgo y carisma, la capacidad de movilización y de negociación, que están fuera del alcance del libro. No obstante, el capítulo es una buena aproximación y sugiere algunas preguntas interesantes.

Aunque seguramente no será la última palabra sobre el tema, el libro de Seawright es una buena aportación al debate, ya que ofrece una explicación convincente e integral de un fenómeno complejo y multicausal como el colapso de un sistema de partidos. La lectura invita a reflexionar sobre muchos temas relevantes para América Latina: las variables económicas y su poder explicativo, los efectos políticos de la corrupción y el papel de los medios de comunicación (especialmente en México, donde la administración actual está pasando por un momento difícil en este tema) y, sobre todo, el poder del voto para cambiar un régimen político. En la discusión sobre el voto nulo y los candidatos independientes, estos casos se mencionan poco, a pesar de que podrían traer lecciones relevantes sobre el funcionamiento de los sistemas políticos. (Nada dura para siempre.)

Bibliografía

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1Manuel Alcántara, Sistemas políticos de América Latina, Madrid, Tecnós, 1999, p. 491.

2En su libro Petroleum and Political Pacts: The Transition to Democracy in Venezuela, Terry Karl sostiene que el petróleo creó las condiciones estructurales para el surgimiento y mantenimiento del régimen democrático, pero al mismo tiempo fue una de las causas de su crisis.

3Scott Maunwaring y Timothy Scully, “La institucionalización de los sistemas de partidos en América Latina”, América Latina Hoy, 1997, núm. 16, p. 99. 4 Michael Coppedge, Strong Parties and Lame Ducks: Presidential Partyarchy and Factionalism in Venezuela, Stanford, Stanford University Press, 1994, pp. 19-20.

4Michael Coppedge, Strong Parties and Lame Ducks: Presidential Partyarchy and Factionalism in Venezuela, Stanford, Stanford University Press, 1994, pp. 19-20.

5“Si la distribución de ideologías en una sociedad permanece constante, su sistema político se moverá hacia una posición de equilibrio en el que el número de partidos y sus posiciones ideológicas son estables en el tiempo” (Anthony Downs, An Economic Theory of Democracy, Nueva York, Harper and Row, 1957, p. 115).

6Giovanni Sartori, “A Typology of Party Systems”, en Peter Mair, The West European Party System, Oxford, Oxford University Press, 1990, pp. 328-330.

7En los años del bipartidismo de facto, la disciplina partidista era muy alta, y tener una postura acrítica frente al gobierno se veía como una responsabilidad que tenían los ciudadanos de cuidar el régimen democrático, que tanto les había costado construir. Por lo tanto, el descontento frente a escándalos de corrupción se traducía un sentimiento generalizado hacia todo el sistema. Véase Gustavo Torres Briceño, “Opposition in Times of Change”, en Joseph Tulchin y Gary Bland (eds.), Venezuela in the Wake of Radical Reform, Colorado, Boulder, Woodrow Wilson Center, 1993, p. 126.

8Cfr. Humberto Njaim et al., Opinión política y democracia en Venezuela, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1998, p. 48.

9A. Downs, op. cit., pp. 96-113.

10Por ejemplo, véase Kirk Hawkins, “Populism in Venezuela: The Rise of Chavismo”, Third World Quarterly, 24, 2003, pp. 1137-1160; infra, n. X.

11Véase Brian F. Crisp et al., “The Rise and Decline of COPEI in Venezuela”, en Scott Mainwaring y Timothy Scully, Christian Democracy in Latin America: Electoral Competition and Regime Conflicts, Stanford, University Press, 2003; y John D. Martz, Acción Democrática: Evolution of a Modern Political Party in Venezuela, Princeton, Princeton University Press, 1966.

12Thomas Skidmore y Peter Smith, Modern Latin America, Nueva York, Oxford University Press, 2005, pp. 96 s.; James Brennan, Peronism and Argentina, Wilmington, Scholarly Resources, 1998, p. xi.

13Sonia Fuentes González, “Desconfianza política: el colapso del sistema de partidos en Venezuela”, en Romer Cornejo (comp.), En los intersticios de la democracia y el autoritarismo. Algunos casos de Asia, África y América Latina, Buenos Aires, CLACSO, 2006, p. 205.

14Sobre el discurso de Chávez sobre las élites y su relación fructífera con los empresarios, véase el estudio de Leslie Gates, Electing Chávez: The Business of Antineoliberal Politics in Venezuela, Pittsburgh, Pittsburgh University Press, 2010, p. 17 et passim.

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