En las 248 páginas de este libro, Silvia Arrom, con una larga trayectoria en el estudio de las mexicanas decimonónicas, aborda meticulosamente la biografía de una mujer que desbordó con creces las fantasías, más que de su tiempo, de su posteridad.
Arrom revisa multitud de archivos y bibliotecas para ofrecernos una obra de una erudición notable con la que rescata la vida de María Ignacia Xaviera Raphaela Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, conocida como La Güera Rodríguez (1778-1850). Su biografía ubica y entiende al personaje en su tiempo, con lo que el análisis de ambos se enriquece. Sin embargo, ella dista de ser una sinécdoque de su entorno para contar con una libertad condicionada que le permite un desarrollo personal. Además de rastrear una vida, también fatiga las interpretaciones posteriores a ella para inscribir la figura en un proceso que llega hasta nuestros días.
Este libro tiene dos partes claras: una biografía bien documentada que le permite deslindar la vida de la Güera de los mitos posteriores que sobre ella se construyeron. En la segunda parte se realiza una historia cultural que no sólo atiende los hechos puros y duros sino las interpretaciones sobre ellos. La información biográfica se nutre de acervos de diverso tipo y permite sobre todo rastrear los percances económicos y legales de su interesante vida, pero sin correspondencia ni papeles personales perdemos su pensamiento, sus emociones y su vida privada. Por supuesto que hay silencios de los que querríamos saber más, como quién fue la misteriosa persona que se benefició de su herencia y que la Güera no permitió conocer.
El tiempo en el que vivió la Güera fue el muy agitado e interesante de finales del siglo XVIII a mediados del XIX, y su pertenencia a la aristocracia de la ciudad de México la coloca en el ambiente de toma de decisiones medulares para los acontecimientos que marcan la política virreinal y la Independencia de México, lo que no quiere decir que sea una líder de ellos. Ella actúa dentro de los límites posibles, pero sabe aprovecharlos y la vemos administrar fincas e influencias, divertirse en saraos y tertulias durante sus tres matrimonios y su época de mujer libre y sola. La Güera dio a luz a siete hijos, la mayoría de los cuales muere antes que ella. Pertenece a un grupo de gente influyente, letrada, como ella misma, chismosa, que gusta de alardear de sus lujos y los cuida para mantener su estatus. Las joyas de calidad son una forma de invertir cuando no existen los bancos y su valor se ostenta para mostrar la solvencia que permite sortear los azotes de la vida, la enfermedad y la muerte, que se aprecian caprichosos e inclementes, peor aun que los litigios legales que acompañan a estas personas por largos periodos de su existencia.
Observamos el peso del linaje en la ayuda familiar ante los avatares económicos, aunque a menudo sobrevengan pleitos por compromisos incumplidos. Adivinamos los percances de la larga guerra civil que culminó con la independencia del país, sobre todo en propiedades que estaban en las zonas de conflicto. También la Iglesia se asoma, los clérigos son figuras de consejo e influencia para las decisiones difíciles, pero también para las diversiones en fiestas y excursiones.
Este libro va más allá de la recreación precisa de una vida memorable para abarcar también el proceso con el que ésta adquiere proporciones míticas en los siglos XX y XXI y nos obliga a pensar también en nuestro tiempo. La primera mención literaria de la Güera aparece en las Memorias de Fanny Calderón de la Barca, dando cuenta de una simpática señora de la alta sociedad que contaba de manera deliciosa sus experiencias. Ya muerta se la nombró en vagas referencias que la mencionan como una mujer bella e inteligente y poco a poco se destaca que ella cimbró con su ingenio una época estricta y aburrida, por lo que resalta como si fuera la única mujer con esas características. Fue Artemio del Valle Arizpe quien en 1946 publica La Güera Rodríguez con una pluma ágil y divertida en un libro que se reedita muchas veces, convirtiéndose en un best seller. Este libro inaugura la adjudicación sexual que crecerá y se recreará en la cultura popular, el teatro, el cine, la televisión, las novelas, las historietas, una ópera, los diccionarios de Historia, los programas de radio y los blogs de internet, dirigidos a grupos de toda índole.
La aristócrata brillante que no desafió las normas de su época, se transforma poco a poco en una mujer volcánica, amante ocasional del viajero barón Alexander von Humboldt, con el que sólo se puede documentar una amistad; de Simón Bolívar, a quien seguramente ni conoció, y con Agustín de Iturbide, de su misma clase social y con quien tuvo algunos negocios. Se le adjudican múltiples amoríos, así como protagonismo político durante la larga guerra de Independencia, nada de lo cual se sostiene en los documentos. En las celebraciones por el Bicentenario de la Independencia en 2010 se llega a considerarla “Madre de la Patria” y en el Museo de la Mujer en la ciudad de México, inaugurado en 2011, se la representa junto a Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario y Mariana Rodríguez del Toro, y en su cédula correspondiente se nos informa que ella ejerció una “transgresión del deber ser femenino de su época”.1 Cabe marcar que en la figura que la representa viste un discreto y pudoroso vestido rojo, de recatado escote (figura 36). Apunta Arrom que si “violó tantas ‘reglas’ […] tenemos que preguntarnos si esas reglas hayan existido fuera de nuestros muy arraigados estereotipos”2 y es entonces obligado inquirir el porqué de tanta invención, pues, como dice la autora, ciento setenta años de interpretaciones sobre ella reclaman una explicación.3 La Güera es ya un icono, una figura que brilla con luz propia y provoca una “atracción magnética”,4 que no pide demostración alguna, porque le basta la admiración colectiva.
Ciertamente las mujeres no gozaban entonces de la holgura de nuestros tiempos, pero esta concepción magnifica el rol rompedor para convertir a la Güera en una suerte de libertaria contemporánea viviendo en tiempos equivocados. Del análisis en este libro se puede decir, sí, que la Güera sabe aprovechar su linaje para obtener favores, por ejemplo, declara ser “una mujer sola y desvalida”. Las influencias -las “palancas”, diríamos hoy en día- cuentan.
Los imaginarios dicen más del periodo que imagina que del imaginado. La Güera fue golpeada por su primer marido sin atreverse a pedir el divorcio, aunque sí lo denuncia y en su último matrimonio vivió (según las fuentes) veinticinco años de sobriedad, paz y devoción cristiana. Arrom interpreta que la leyenda actual se debe a “el ímpetu del movimiento feminista aunado a los nuevos medios de comunicación de masas”.5 Sugiere que a los movimientos de mujeres los seduce una mujer ambiciosa, brillante, autónoma y para las fantasías masculinas por ser bella, divertida, asequible y porque las mujeres fuertes e irreverentes son admiradas si también son guapas, femeninas y sensuales.6 Cabe apuntar que su caso no es el único, buena parte de las mujeres que pasaron a la historia son teñidas hoy en día de un carácter feminista que no tuvieron. El tiempo de cada vida, el histórico, es mucho más que un escenario, es la carne de lo que es posible ser. En nuestros días observo que la figura de la estrella de cine María Félix está convirtiéndose en una feminista rompedora del patriarcado. Los historiadores debemos estar atentos al manejo que se le da a las figuras del pasado.
Nuestra época es -quizá- más propensa que otras a la manipulación de los medios por los avances técnicos. Este libro desarma uno a uno los mitos que hicieron de la figura de la Güera un espectáculo y un símbolo sexual, y le adjudicaron un papel de líder que no tuvo. Cabe pensar por qué y para qué se construyeron esas fantasías.
Respecto al papel de heroína en la independencia, Arrom nos demuestra que no lo fue, aunque haya tenido contacto con algunos de los protagonistas y aún les haya dado dinero por razones poco claras. El rol de héroe o heroína es medular para la construcción de la identidad de las personas al concretar un modelo de conducta en tiempos difíciles, son además símbolos que deben renovarse generacionalmente e incluir soportes novedosos para mantenerse vigentes. Sabemos también de su importancia para la construcción imaginaria de la nación, pues encarnan arquetipos de fundación u origen, en este caso del México independiente. ¿Por qué darle ese papel a la Güera? La heroicidad se demuestra por la lucidez, la decisión, la valentía y el liderazgo, cualidades que parece haber tenido la Güera, pero para finalidades de otro orden, propias de su vida privada.
En su caso, conviene atender también el creciente tono sexual que se le adjudica. ¿Es así por tratarse de una mujer hermosa? La exclusión binaria entre hombres y mujeres delega en los primeros la acción, entre otras la heroica, mientras que ellas interpretan a la materia y a la naturaleza, como ella, fértil y dadora de vida. Las representaciones -del tipo que sean- concretan las ideas abstractas para su transmisión y aprehensión, son performativas y así inciden en los imaginarios y forman parte de los significados compartidos que hacen la cultura común. Las representaciones que convierten a la Güera en un icono de nuestros días exigen rastrear sus razones.
Es difícil precisar hasta dónde ella se convierte en una alegoría simbólica, no homologable al prócer o héroe-heroína. En el México de los años veinte del pasado siglo, inicia la reproducción masiva de imágenes femeninas para calendarios y cromos de amplia circulación para la publicidad de todo tipo de productos y como alegorías de la patria. En ellas se marca claramente el género, sea mediante elementos maternales o sexuales, lo que las hace aptas para las fantasías masculinas, más allá del puro patriotismo. La figura metafórica en los cromos populares y calendarios tiene un carácter profano. En las representaciones de la Güera se alterna la solemnidad, como la que vemos en el Museo de la Mujer, con una imagen muy diferente, la que se nutre de esos cromos y calendarios que en su caso llega a lindar con el porno-soft en la novela ilustrada (figura 32). Cabría preguntarse si esta representación sexualizada de heroína independentista la vincula con un supuesto ímpetu sexual de la pareja fundante de la nueva nación o simplemente quiere satisfacer la pulsión de obscenidad (entendida como lo que debe mantenerse fuera de la escena) del que la mira.
Griselda Pollock observa que “el cuerpo femenino en la cultura de masas es el símbolo del mercado saturado de mercancía, el campo de juego por el dinero, el poder, el capital y la sexualidad”.7 Algunas teóricas consideran que, en las sociedades patriarcales, la construcción simbólica del cuerpo femenino se convierte en un ente vacío, sin significados propios. “La mujer” se concibe como un simple objeto de la mirada.8 Éste podría ser el caso de las figuras hipersexualizadas que se han hecho de la Güera.
Otro mérito de este trabajo es presentar una serie de ilustraciones relativas al periodo o a la biografía de la Güera que permiten al lector imaginar situaciones de su vida pero, aunque en este libro se presentan a modo de ilustración, cabe marcar que las imágenes también construyen imaginarios. El único retrato que Arrom considera fidedigno es la miniatura que la representa de jovencita, en donde se destacan sus rizos rubios (figura 2). Es curioso que una dama de su alcurnia y posibilidades no hubiera mandado pintar algún retrato, pues desde el siglo XVIII ya las mujeres civiles accedían a ese privilegio que antes sólo tenían las santas, las vírgenes y las monjas. La portada del libro de Artemio del Valle Arizpe es una recreación de esta primera imagen, pero en ella la Güera tiene los ojos claros y mira directamente a quien la observa, con lo que denota un talante directo y atrevido (figura 28). Sorprende que la autora haya escogido para la portada la figura con que José Miguel de la Peza acompaña su artículo “La bella Güera Rodríguez” publicado en el periódico Excelsior en 1921. Sorprende porque esta ilustración encierra muchos de los signos que la identificarán con una serie de extravagancias. En blanco y negro, la mujer aparece de tres cuartos de perfil y una parte de su rostro está a oscuras, con lo que se sugiere un misterio. La Güera aparece muy maquillada, especialmente sus ojos, y lo más significativo es que su cabello se convierte en el centro de un torbellino que la rodea, enmarcándola así en situaciones embrolladas y complejas (figura 27), las que para el siglo XX serán su marca.
La biografía histórica debe verse en su tiempo, con los valores y códigos del periodo estudiado, pero -como vemos en este libro- muchas veces es necesario atender las construcciones posteriores que le dieron otro sentido, como en el caso que nos ocupa, donde la mirada de la Güera se cristaliza en una ficción acrítica. Hacerlo así sugiere preguntas, hipótesis que permiten seguir adelante en la comprensión de la cultura. Una obligación de los historiadores es separar el mito de la historia y deslindar la confusión que en este caso es enorme. Cabe agradecer a Silvia Arrom el haberlo hecho de una figura tan deslumbrante, y haberlo hecho tan bien.