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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.30 no.119 Zamora jun. 2009

 

Reseñas

 

Francisco Javier Gómez Carpinteiro, ed., Sendas de la globalización: comprensiones etnográficas sobre poderes y desigualdades

 

Paul Liffman*

 

Puebla, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, CONACYT, Casa Juan Pablos, 2008, 260 P.

 

* El Colegio de Michoacán. Correo electrónico: liffman@colmich.edu.mx

 

La versión original de esta reseña fue una presentación de libro en el XXX aniversario del Centro de Estudios Antropológicos de El Colegio de Michoacán. Fue un texto idóneo para presentar en ese evento porque constituye una muestra representativa de varias corrientes claves de las preocupaciones teóricas y etnográficas de la antropología social mexicana a lo largo de esas tres décadas. Entre los elementos teóricos centrales del libro son la "objetivación participante" de Pierre Bourdieu (1995, 2003), que busca "hacer evidentes las condiciones que hacen posible una vida y con ello uno mismo colocarse a un lado del lugar desde donde se constituyen esas visiones" y, aún más importante, su modelo de "cómo cambios estructurales vividos e internalizados tienen consecuencias observables en planos organizativos y en la definición de sujetos" (p. 24). Además, varios ensayos de la colección hacen hincapié en dos aspectos de la obra de Eric Wolf: su atención original a las relaciones históricas de dominación entre la metrópoli y la periferia erotizada, el posicionamiento del antropólogo en medio de esas relaciones, y la jerarquía aumentada de modalidades de poder que Wolf formuló al final de su carrera (1982, 1991). Sin embargo, el libro también tiene un interés en descentrar la narrativas autoritativas de la ciencia social hegemónica para "desmitificar relaciones de subordinación, explotación y desigualdad materializadas en prácticas sociales y formaciones discursivas", lo "no mítico" que es el poder interactivo, táctico y estratégico de Wolf. Aparte el libro está permeado de un modelo postmoderno de territorialidad fragmentada o discontinua en el capitalismo globalizado, que puede rastrearse en la obra de David Harvey (1989) y otros geógrafos neomarxistas.

El libro se centra en la noción de una antropología del sur de Esteban Krotz (1993), la cual se puede entender como una respuesta marxista estructural a la disolución de historia y causalidad en una variante de la antropología reflexiva. En este sentido pareciera un poco incómodo el hecho de que más de la mitad de los autores incluidos en el volumen -Binford, Churchill, Nelson, Roth, Schaffhauser y Duke-no son precisamente sureños en el sentido que le otorga Krotz, sino se pueden caracterizar como norteños culturalmente híbridos, políticamente comprometidos y autoconscientes de su reposicionamiento como aliados de los sujetos del Tercer Mundo a menudo objetivados por las ciencias sociales convencionales. De hecho, todos los autores rastrean diferentes métodos de conectar sus lugares de trabajo de campo en el Tercer Mundo a la metrópoli, como recomienda Micaela di Leonardo (1998), aunque ninguno de ellos salvo Michael Duke se enfoca en el primer mundo como área de estudio (es una falta que al remediarse ayudaría a deconstruir una visión esencialista de "el Norte" también). Sin caer en el subjetivismo radical que aun los post-postmodernistas ahora rechazan, en esta reseña el posicionamiento autoral lo quisiera abordar en varios sentidos para presentar los ocho capítulos del libro.

Antes de empezar con ello, si uno tuviera sólo un párrafo para resumir el libro, ninguna fórmula podría ser más económica que la que se encuentra en la introducción de Fernando Gómez Carpinteiro en su introducción, "Globalización y etnografías. Experiencias en el sur" (p. 19). En palabras del editor los temas de los ensayos son los siguientes: los efectos de la mercantilización de espacios residenciales populares (Nancy Churchill); la construcción de la etnicidad antes y dentro de la globalidad neoliberal (Andrew Roth); la formación de trabajadores transmigrantes y sus conciencias problemáticas para el cuidado de sí mismos (Michael Duke y el mismo Gómez Carpinteiro); la formación histórica de personas, prácticas y configuraciones sociales en el entendimiento del presente (Sergio Zendejas); la vigencia del testimonio como herramienta para comprender las voces de individuos y colectividades con los cuales se identifican como sujetos (Leigh Binford); y el etnocentrismo desde la práctica antropológica en México (Philippe Schaffhauser), además del ensayo-comentario de conclusión de Lise Nelson que se comentará al final. Ahora, para analizar el texto en los términos señalados, sigo el orden lógico de ensayos establecido por el editor del volumen.

Primero, "La patrimonialización como proceso hegemónico: la lucha para el significado de los barrios céntricos en Puebla", de Nancy Churchill, trata de la resistencia o lucha contrahegemónica residual contra la expropiación o bien "declaración de utilidad pública" de 4.2 hectáreas del centro histórico de la ciudad de Puebla para imponer "cambios en el uso del suelo" (p. 31), los cuales resultarían en una zona de consumo cultural globalizado estilo Plaza Tapatía de Guadalajara. Es notable como el lenguaje de este estudio recuerda la gran tradición de la antropología mexicana en cuanto disputas por la propiedad rural. También recuerda mucho el trabajo de Elizabeth Ferry (2005) puesto que la herramienta discursiva empleada por las autoridades en Puebla para justificar la expropiación de la propiedad urbana fue la del patrimonio cultural de la humanidad de la UNESCO. Este lenguaje ha reemplazado los discursos nacionalistas del patrimonio que Ferry rastrea en tres vertientes -cultural, ejidal y mineral- desde la época cardenista. De hecho el título del libro de Ferry sobre minería en Guanajuato -"No sólo nuestro" - tiene eco mucho más agudo en Churchill: "en nombre de todos pero para el beneficio de pocos" (p. 28). En todo caso, Churchill manifiesta más evidencia del hecho que hoy en día, la racionalización capitalista del espacio (o, recordando la violenta modernización parisina del siglo XIX, se llama haussmanización) requiere una buena dosis de preservación cultural para justificarse.

Dentro de la contradicción entre los modelos hegemónicos y contrahegemónicos de patrimonio, Churchill rastrea divisiones sociales y discursivas en varios niveles y sitios institucionales: las facciones de arquitectos dedicados a preservar el patrimonio, de funcionarios y sindicalistas dentro del INAH, de grupos políticos del PAN y PRI en diferentes niveles del estado, de residentes de clase obrera y media en la zona afectada. Con el despojo de los últimos inquilinos de la zona afectada, a estas alturas la lucha consiste principalmente en una contienda por la apropiación del espacio (en el sentido de Michel de Certeau, 1999) cuando regresan a sus antiguos territorios para celebrar fiestas patronales, lo cual demuestra lo potencial de la contención simbólica para indexar y así mantener vigente una lucha más amplia.

Después, Andrew Roth, en "Sobre la autosuficiencia de una categoría. Etnicidad en México antes y dentro de la globalidad neoliberal", compara diferentes casos de reivindicaciones territoriales indígenas -algunas exitosas, otras no- en el periodo colonial y contemporáneo, tanto en Michoacán y Oaxacalifornia, un "lugar" no tan confinado a México in sensu strictu. Su propósito es mostrar lo incompleto del modelo modernista de Fredrik Barth (1976[1969]) respecto a lo que Roth califica como "el problemático y dialógico carácter de la categoría étnica" (p. 77) porque "[...] la interacción en sí no permite explicar la durabilidad de los grupos étnicos y sus fronteras, sino que son las condiciones de posibilidad en las interacciones, especialmente las posibilidades de construir los marcos dentro de los cuales la relación entre autoadscripción y adscripción-por-otros se consuma o se niega o no se consuma" (p. 80).

Se logra esta finalidad al introducir el enfoque de Eric Wolf sobre los contextos más amplios del poder, el cual recuerda el trabajo de Michel Foucault (1999) al respecto. Este "poder estructural" acondiciona los contornos metapragmáticos de la etnogénesis y las disputas étnicas. Por lo tanto este nivel debe ser tomado en cuenta para explicar el contenido cambiante de reclamos étnicos hoy en día. un contexto clave que demuestra la relevancia de esta perspectiva es el paisaje discursivo transformado desde las reformas constitucionales de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Su transformación neoliberal de la economía política iba a la par con un campo ostensiblemente aumentado para plantear reclamos culturales indígenas o lo que Roth denomina la "objetivación popular de usos y costumbres [...] asociados con la organización comunal de la tenencia de la tierra" (p. 79). Señalando los estudios de Michael Kearney (1996), inclusive más allá de las fronteras del Estado-nación en el contexto de la migración transnacional y lucha de clases agraria, los "procesos complejos y contenciosos de lucha sobre los marcos mismos de la interacción" (p. 77) intensificaron, refuncionalizaron y recontextualizaron la identidad étnica de los indios mixtecos.

Continuando con el interés en procesos transnacionales, pero ahora tocando temas de sexualidad y género, Fernando Gómez Carpinteiro y Michael Duke, en "'Cuidarse a sí mismo'. Trabajadores trasmigrantes, alcohol y riesgo de VIH en la globalización neoliberal" también están inspirados en Foucault y la obra tardía de Wolf. Los autores intentan demostrar conexiones importantes entre "sexualidad, cultura y globalización" desde el nivel etnográfico micro hasta el contexto histórico macro (p. 84). En este caso, "la moderación en el consumo de alcohol y las acciones para evitar las ETS [enfermedades de trasmisión sexual] se encuentran relacionadas con el 'cuidado de sí mismo' (Foucault 2004), lo cual refiere a una racionalidad a tono con los valores hegemónicos globales sustentados por el mercado capitalista" (p. 83). Sin embargo, según los autores este "régimen de sí mismo [...] propio de las políticas neoliberales, forma una conciencia débil para hacer frente a una fuerza destructora de carácter global" (p. 85).

Llama la atención el retrato etnográfico del mundo de los migrantes, su aislamiento profundizado indudablemente por el estatus ilegal de la mayoría. Ahí hombres que viven juntos participan en borracheras hipermasculinizadas casi descontroladas y el sexo mercantilizado con mujeres. Al mismo tiempo su separación de sus familias en el México rural les obliga a adoptar papeles domésticos anómalos: "cocinando su comida, lavando su ropa, arreglando su casa [...] propias de mujeres" y genera envidias con subtextos gays bastante obvios: "'¿por qué aceptas su cerveza y no la mía?'"(p. 96), por no abundar en el caso citado de un joven que amanece después de la parranda con un hombre desnudo junto con él en la cama (en este sentido, tal vez la incidencia de VIH que padece esta población no viene sólo de sus contactos con las mujeres prostitutas que frecuentan.) En todo caso uno se pregunta -siguiendo los mismos argumentos explorados por Roth en el caso de la etnicidad- cómo los contornos del machismo han sido afectados por la experiencia globalizada de marginación y dominación.

La otra cuestión tiene que ver con el arriba mencionado aislamiento relacionado con la ilegalidad, la cual limita las opciones sociales de los migrantes. Además agudiza los riesgos a sí mismos y los efectos económicos del neoliberalismo sobre sus comunidades de origen en México, al mismo grado que la migración y las relaciones de explotación de clase. Frente a este aislamiento, ¿cuáles son las posibilidades para formar redes sociales más allá de la unidad doméstica clandestina, los bares y el trabajo en EU? Los trabajos de Gail Mummert (1999) sobre familias transnacionales divididas y de Stanley Brandes (2002) sobre Alcohólicos Anónimos podrían brindar más perspectiva sobre los contextos vivenciales de estos trabajadores masculinos.

Ahora regresando a México, pero siguiendo la cuestión de la construcción de sujetos en contextos de cambio socioeconómico, Sergio Zendejas, en "Por una etnografía histórica: desafíos metodológicos de una etnografía sobre procesos históricos de formación de sujetos y espacios sociales", asevera modestamente que "el objetivo inmediato de este capítulo es metodológico" (p. 113). Sin embargo, señala que va a rebasar esta meta de por mucho al declarar en la siguiente frase su interés "que el análisis cultural esté indisociablemente vinculado con el de relaciones de poder y procesos históricos", (p. 16) palabras que tal vez resumen mejor que ningunas la orientación de esta escuela de antropología. Concretamente, "el objeto de estudio consistió en los procesos históricos de formación de esos grupos, sus ejidos y poblados, y de las condiciones sociales respecto de las cuales dichos grupos, ejidos y poblados se formaron; es decir, en relación con otros grupos e instituciones y amplios procesos históricos como los de formación del Estado mexicano, de un catolicismo popular, y de capitales y modalidades de trabajo asalariado entre México Estados Unidos" (p. 138).

Para Zendejas la noción del campo social (en un sentido históricamente construido, a diferencia de Bourdieu) y la wolfiana de antropología histórica son imprescindibles. La renuencia a aceptar acríticamente la otredad y el aislamiento cultural como hechos ontológicos es también central con su enfoque (no obstante el hecho que por un lado los mismos lugareños a menudo representan el mundo así y por otro que ni Boas y su escuela concibieron las fronteras culturales como tan rígidos. Este punto Ira Bashkow (2004) y otros historiadores de la antropología en torno a George Stocking que se publicaron en los números del American Anthropologist dedicados al centenario de la AAA trataron de demostrar, pero véase también Briggs 2002). El antiboasianismo radical implicado en esta deconstrucción de lo local va a la par también con una prioridad para deconstruir al Estado como entidad totalizadora (lo cual viene del trabajo seminal de Philip Abrams en primera instancia).

En todo caso, el punto de partida para Zendejas es encontrar las condiciones contextuales de cualquier aparente unidad o identidad grupal en un determinado momento histórico, siguiendo a los antropólogos sociales británicos, a marxistas como Raymond Williams, Eric Wolf y Alexander Lesser, y tal vez a los mismos "suppressed insights" (entendimientos suprimidos) de otros boasianos incluyendo al mismo Boas y Sapir. Y después hay que rastrear como detective los vínculos entre actores, lugares e instituciones -que a primera vista podrían parecer desconectados unos de otros- hasta encontrar a manera de Jean y John Comaroff (1991) la "formación recíproca de grupos sociales y de condiciones u ordenamientos sociales que posibilitan y constriñen sus acciones y los sentidos que orientan a estas últimas", tratándose de "un campo cultural y social de lucha en el que poder y cultura están indisociablemente vinculados" (pp. 132-133). Sin embargo, pareciera que en esta formulación, el poder siempre se explora más que la cultura.

Pero para regresar a lo ostensiblemente metodológico con que empezó, Zendejas resume su meta al observar que "No es lo mismo hacer un estudio sobre un poblado o municipio [...] que sobre alguna problemática que involucre a algunos (o a todos los) habitantes de dicho sitio, pero en relación con mucho otros grupos y organizaciones cuya ubicación geográfica pueda ser distinta" (p. 128). Abundando sobre este punto, se podría considerar que más allá de rastrear los campos institucionales implicados en un determinado lugar, este enfoque apunta hacia la necesidad de prestar más atención a cómo los informantes producen textos etnográficos que constituyen las pistas para el antropólogo-detective, y cómo indexan los relevantes contextos de "prácticas e instituciones sociales específicas" en dicho campo social. Es decir, prestando más atención a lo que Charles Briggs (2004) y otros han denominanado "cartografías discursivas" podría ser un próximo paso para este tipo de acercamiento.

Estas cuestiones de construcción narrativa se resaltan al considerar el capítulo de Leigh Binford, "Escribiendo Fabio Argueta. Testimonio, etnografía y derechos humanos en tiempos neoliberales". Es decir, siguiendo estas últimas observaciones sobre el sujeto histórico creativo y cómo contextualizarlo, la reivindicación de "la imagen emergente de discursos y prácticas a través de los recuentos posteriores al hecho por personas cercanas a ellos" (p. 178) o más bien la narrativa personal de un "sujeto" antropológico que a la vez es interlocutor e intelectual orgánico sería relevante como otra metodología para cerrar la brecha entre Nosotros y los Otros sin ponerse el albatros imperial de culpabilidad o un sentido exagerado de parentesco con los sujetos, postura que Binford critica de forma acérrima en el caso de Translated Woman de Ruth Behar (1993). El contraste central que el autor plasma entre ésta y Worker in the Cane de Sidney Mintz (1960, y menos explícitamente, la obra de Lila Abu-Lughod, 1986), que guía el ensayo, también podía haber considerado otros modelos de etnografías políticas y biográficas como Los príncipes de Naranja, que profundizan la problemática del testimonio coyuntural planteada por Binford con una indagación a la vez psicológica y sociológica.

Habría sido aún más conmovedor el testimonio del revolucionario salvadoreño Fabio Argueta conociendo mejor los valores que lo motivaron a narrarlo e inclusive su propia explicación metanarrativa en un diálogo explícito con su interlocutor. Binford explica que uno de los valores fundamentales de Argueta fue la dignidad que proviene de la influencia decisiva de la teología de la liberación, pero siguiendo esta línea, ¿en qué consiste el testimonio como género narrativo y cuáles elementos le son incluidos y excluidos? Uno haría la misma pregunta respecto al ejemplo de Rigoberta Menchú que nos presenta Binford, dada la controversia surgida en torno a esta figura desde la publicación de su autobiografía aparentemente transpersonal e híbrida. Otra cuestión sería la naturaleza concreta de la intervención del antropólogo en esta producción textual, la que este autor modestamente reduce a ser el agente de una "función testimonial" (p. 163).

Como comenta Charles Briggs (2007), refiriéndose precisamente a la controversia en torno a Menchú -en la cual por un lado la desacreditaron como mentirosa y por otro insistieron en la veracidad referencial del texto que ella produjo con Elisabeth Burgos-Debray (1984)- pero también a la etnografía de entrevistas en general, "Múltiples mapas comunicativos [...] asociados con historias de vida, testimonios, la circulación de historias dentro de la familia Menchú, los espacios que ella había habitado y la circulación global de contranarrativas revolucionarias parecen haber conformado el texto. [...] [T]extos basados en entrevistas no se conforman a entendimientos existentes y comunicables de entrevistas sino más bien constituyen campos contenciosos dentro de un conjunto complejo de relaciones sociales, políticas e intertextuales" (2007, 561; mi traducción).

En todo caso Binford reivindica la relevancia aún vigente del testimonio de lucha revolucionaria para una tercera ola de movimientos de izquierda en América Latina. Una cuestión sería qué forma va a adoptar esta ola en medio de una crisis económica que está generando nuevos nacionalismos en el mundo al mismo tiempo que en cierta medida los vínculos globalizados durante la desdichada época neoliberal siguen vigentes. En particular, siguiendo el ejemplo mixteco de Michael Kearney, ¿cuál es la nueva conformación de clase social después de las masivas migraciones internacionales de gente y capitales, y las reconfiguraciones identitarias de las últimas décadas?

Ahora introduciendo un enfoque más reflexivo, el capítulo de Philippe Schaffhauser, "Mexicanamente: comentarios etnográficos en torno a la crítica de etnocentrismo" consituye un experimento teórico-discursivo. Basado en un "positivismo crítico del positivismo", gira en torno a una reflexión inspirada en parte por los etnopaisajes de Arjun Appadurai (1996). Toma como punto de partida la premisa que la ciencia -y no sólo la antropológica- se basa en el etnocentrismo y que es precisamente a partir del mismo etnocentrismo, "que no siempre dificulta el proceso de comunicación entre las culturas" que se encontraría la mejor manera de entablar un diálogo con el Otro y así remediar el "insoluble problema" de haber planteado una brecha cognitiva entre nosotros y los otros (p. 187).

Más allá de su agenda teórica, este capítulo es en algún sentido una nota metodológica como el de Zendejas, aunque en este caso se trata de una llamada humanística para una relación más dialógica con el campo y sus habitantes en los dos sentidos de la palabra "campo" -el lugar de trabajo de campo y el campo de producción intelectual- en el que cualquier fuerza de ilocución (persuasión en términos del filósofo John L Austin, 1962) se ancla finalmente en las relaciones sociales en torno a ella. Sin embargo, es precisamente en este sentido que debe notarse que la antropología semiótica posterior a la obra de Austin en los cincuenta y sesenta ha reconocido que la persuasión no es una cualidad intrínseca o formal de las palabras o los argumentos, sino depende de las relaciones contextuales indexadas en un determinado acto discursivo. Así, la aseveración de Schaffhauser que "la antropología es una ilocución" (p. 198) siempre dependerá del anclaje consensado de la función "verdictiva, expositiva y comportativa". Además de estas tres funciones, que al parecer corresponden, respectivamente, a la función referencial, metalingüística, conativa y emotiva en la obra de Roman Jakobson, una etnografía cabal también incluiría la función poética en su sentido amplio de una transformación mutua de significados y relaciones entre objetos en una serie enunciativa, la cual resalta su propia estructura normalmente invisible a los hablantes (cfr. Friedrich 1986). Así se complementaría la traducción evaluativa implicada en la función metalingüística (el "mensaje sobre el mensaje") a través del uso de tropos como la iconicidad, indexicalidad y simbolismo entre niveles de práctica y lugares geográficos.

Finalmente, cabe comentar brevemente el trabajo de Lise Nelson, cuyo ensayo "Espacio y etnografía en un contexto globalizado" sirve como un excelente resumen del resto del libro. Ella se preocupa por la relevancia de la categoría de género e inclusive la noción del actor político individual que trajo en el bagaje teórico a su estudio de participación política de mujeres purépechas. Concluye que "La motivación de las mujeres para participar en las movilizaciones se basó en la colectividad del 'pueblo' y no produjo un sentido de privilegio político como mujer per se" (p. 222). Tal vez Nelson abandonó cuestiones de género demasiado pronto si tomamos en cuenta la fuerte imbricación de símbolos femeninos en la categoría de "pueblo" entre los purépechas, observación que hizo inicialmente Paul Friedrich en su primer libro sobre Naranja, Revuelta agraria en una aldea mexicana (1977). En este sentido, un enfoque heteroglósico sobre los símbolos y significados tras una palabra clave como "pueblo" abriría paso a un análisis de género u otras categorías culturales inesperadas en el campo del poder globalizado.

 

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