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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.36 no.143 Zamora sep. 2015

 

Sección general

Patriarcado y clase social. Cambios y permanencias en las relaciones de género, generaciones y clase en el suroeste rural de Campeche, 1940-2010

Patriarchy and social class. Change and permanence in gender, generational and class relations in rural southwestern Campeche, 1940-2010

Patriarcat et classe sociale. Changement et permanences dans les relations de genre, générations et classe dans le sud-ouest rural du Campeche, 1940-2010

Ubaldo Dzib Can* 

*Universidad Autónoma de Campeche. Correo electrónico: kisteil@hotmail.com


Resumen:

En este trabajo exploro los procesos de formación recíproca de las relaciones de género, de generaciones y de clase social, desde mediados del siglo XX, en dos localidades rurales del suroeste de Campeche. Los resultados me permiten recelar de posiciones que construyen discursos de equidad de género sin considerar otros ejes de desigualdades con los cuales los de género se producen imbricadamente. Por el contrario, aquí muestro: 1) que las relaciones de género han sido contradictorias en el sentido que el mejoramiento de las posiciones de algunas mujeres rurales frente a sus patriarcas generalmente ha sido resultado de su subordinación de clase frente a otros grupos; y 2) que incluso en tales reposicionamientos se han seguido manteniendo las distancias de género debido a que cambios y continuidades son aspectos indisociables de las dinámicas de producción de jerarquías entre los grupos.

Palabras clave: Patriarcado; clase; género; generación; desigualdades sociales

Abstract:

This work explores the processes of the mutual formation of gender, generational and social class relations since the mid-20th century in two rural localities in southwestern Campeche, Mexico. The results led me to question approaches that construct discourses of gender equality without considering other axes of inequality that may be interwoven with that of gender. In contrast, this study shows that: 1) gender relations have been contradictory in the sense that the improvement of the positions of some women with respect to patriarchs has generally resulted from their class subordination in relation to other groups; and, 2) even in such repositionings, gender distances have been maintained due to the fact that change and permanence are two inseparable aspects of the dynamics of the production of hierarchies among groups.

Keywords: Patriarchy; class; gender; generation; social inequalities

Résumé:

J'explore dans ce travail les processus de formation réciproques entre les relations de genre, de génération et de classe sociale, depuis le milieu du XXe siècle, dans deux localités rurales du sud-ouest du Campeche. Les résultats me permettent de déceler des positions qui construisent des discours d'équité de genre sans considérer d'autres axes d'inégalités avec lesquels ceux de genre se produisent de façon imbriquée. Au contraire, je révèle ici : 1) que les relations de genre ont été contradictoires, tenant en compte que l'amélioration de la situation de quelques femmes du monde rural face à leur patriarcat est généralement le produit de leur subordination de classe en relation a d'autres groupes ; 2) et même dans le cas de tels repositionnements les distances de genre ont continué à se produire ; car changements et continuités sont des aspects indissociables des dynamiques de production de hiérarchies entre les groupes.

Mots clés: Patriarcat; classe; genre; génération; inégalités sociales

Desde 1988, cuando se casó con Celso Barrera1 (n. 1957), ejidatario de Chekubul, Amelia Moreno (n. 1969) tuvo una vida muy parecida a la de la mayoría de mujeres campesinas casadas de esa zona suroccidental del municipio del Carmen. En ese tiempo, la economía de los poblados de la zona todavía se apoyaba centralmente en las producciones comerciales de arroz y ganado, respaldadas de manera importante por el gobierno federal a través de programas, maquinaria, insumos y precios de garantía.

Mientras su esposo y su suegro se dedicaban a esas actividades en tierras ejidales, ella ayudaba a su suegra en las labores domésticas que incluían el cultivo de hortalizas en el solar y la cría de animales de patio, ambos para el propio consumo. Aunque un par de años después se separaron de sus suegros, Amelia me relataba en el 2008 que siguió siendo vigilada por su suegra, quien "le metía ideas en la cabeza a Celso para que le prohibiera salir a la calle, porque las mujeres casadas -decía su suegra- no deben andar solas por ahí". Durante los primeros años de su matrimonio, Amelia fue coaccionada por su suegra y su esposo a partir de valores, reglas y golpes para llevar una vida principalmente doméstica recluida dentro de las paredes de su casa.

La misma Amelia reconoció durante la entrevista que la situación empezó a cambiar desde mediados de los noventa. Sus relatos evidencian que en este cambio fueron importantes tanto su propia iniciativa, como las acciones de otros. Pero dichas acciones se desplegaron en el marco de procesos locales y translocales en los que participaban, pero no controlaban, los grupos rurales. Entre las iniciativas y hechos familiares, Amelia mencionaba su decisión de darle "un escarmiento" a su esposo defendiéndose de sus golpes con "una raja de leña", así como la pérdida de influencia de su suegra sobre Celso por el regreso de ella a Puebla, su entidad de origen. Pero esos eventos se desarrollaban en, parcialmente, nuevas condiciones sociales detonadas por las políticas neoliberales que impactaron la zona desde mediados de los noventa. Entre los procesos desencadenados por la nueva burocracia neoliberal federal en el área fueron centrales la crisis de la agricultura desde fines del siglo XX; la necesidad de diversificación de las fuentes de ingresos de los grupos domésticos; y la emergencia en las zonas rurales de las elites municipales que han estado suplantando económica y políticamente a las burocracias federales en repliegue en el campo.

En condiciones de aprieto económico de su grupo doméstico, cuando a fines de los noventa, Amelia le pidió permiso a Celso para trabajar en la clínica del pueblo como auxiliar de enfermería, sin la influencia de su madre, él estuvo de acuerdo "siempre y cuando no descuidara la casa y a los niños". Desde que inició el nuevo siglo, Amelia ha ido sumando trabajos extradomésticos que han reducido su tiempo de permanencia en la casa, han construido su participación económica en varios espacios comunitarios, y han redefinido sus relaciones con su esposo y sus hijos. Además de su ocupación principal en la clínica, sus relaciones salariales incluían, en 2008, ser instructora local para adultos en el Instituto Estatal de Educación para Adultos (IEEA) y asalariada en el vivero de árboles melina "El Álamo", propiedad de un empresario carmelita. En virtud de sus diversas ocupaciones salariales extradomésticas le pregunté cómo se organizaba para poder cumplir con ellas:

Como al principio mi esposo me puso la condición de no descuidar la casa, me organicé y en la noche lavo, cocino y eduqué a mis hijos en limpiar cada quien su cuarto y no dejar tirado nada en la casa, al igual que a mi esposo, y hasta la fecha me ha resultado [...] Mi esposo ya se acostumbró y no hay problemas; ahora hasta me apoya para seguir trabajando.2

Sin lugar a dudas que, como otras mujeres rurales del área, Amelia ha redefinido sus compromisos en la casa al convertirse en proveedora económica al igual que su esposo, pero sin cuestionar la jefatura masculina de éste ni la división del trabajo doméstico. La continuidad de la primera jerarquía se revela cuando para poder trabajar fuera del hogar, Amelia reconoce que ha necesitado el permiso de su esposo; y la del segundo mecanismo se expresa en la doble carga de trabajo de Amelia, pues ha tenido que sumar a sus responsabilidades domésticas sus trabajos extradomésticos. Asimismo, si bien sus ocupaciones salariales le han permitido construir un mayor protagonismo económico dentro de su grupo doméstico y una mayor actividad social fuera de su hogar, ello ha sido posible por la redefinición parcial de los vínculos de subordinación de clase de su grupo doméstico. Mientras la burocracia federal se retiraba crecientemente del campo desde mediados de los noventa, los grupos rurales se articulaban subalternamente a los grupos político-económicos que desde la cabecera del municipio controlaban las empresas emergentes y las instituciones municipales y estatales que les proporcionaban empleo tanto en el campo como en la propia cabecera municipal. Es decir, la "liberación" parcial de algunas mujeres rurales respecto a determinadas ataduras de género dentro de sus grupos domésticos y en algunos espacios comunitarios ha sido construida a partir de sus inserciones en nuevas desigualdades de clase a través del empleo asalariado.

En este sentido, los objetivos de este artículo son, primero, sumarme a una vieja propuesta que se ha preocupado en mostrar que la producción de las relaciones de género se ha realizado imbricadamente con otros conjuntos de desigualdades sociales como las étnicas, las de clase social, las de generaciones, las políticas y otras (Laclau y Mouffe 1985; Sacks 1989; Andersen y Collins 1992; Dirks, Eley y Ortner 1994). No obstante, aquí me centraré en el análisis de la producción recíproca entre relaciones de género, de generaciones y de clase.

Infinidad de autores de las más variadas corrientes de la literatura feminista, implícita o explícitamente, han partido del reconocimiento de esta producción imbricada de varios ejes de desigualdades sociales (Agarwal 1994; Joan Scott 1999; Bourdieu 2007 [1998]; García y Oliveira 2004). Sin embargo, considero que todavía nos falta mucho por explorar sistemáticamente las implicaciones de esta propuesta. Por ejemplo, aunque constituye un lugar común asociar los cambios recientes en las relaciones de género a modificaciones en el contexto económico, existe literatura (García y Oliveira 2004; Pérez Villar y Vázquez García 2009) que sólo trata este contexto como condiciones sociales externas, es decir, como causas unidireccionales de los cambios de género: cómo han impactado los ingresos o el trabajo asalariado femenino en las transformaciones de las relaciones en el grupo doméstico, etcétera. Pero difícilmente enfocan las influencias recíprocas; en este caso, cómo influirían las ideologías, las prácticas y las divisiones de género en las formas de estructuración de disparidades entre clases. Al centrarse en las relaciones genéricas y sus cambios, no considerar los procesos y disparidades socioeconómicas como parte del análisis, mucho menos los vínculos indisolubles y las producciones recíprocas entre ambos ejes de desigualdad, esos enfoques han tratado los contextos socioeconómicos como dados y soslayado las permanencias o, cuando mucho, las han visto como obstáculos a transformaciones de género más igualitarias. Es decir, voluntaria o involuntariamente, han perfilado una visión teleológica de los procesos sociales en la que los esfuerzos de análisis se han orientado predominantemente a comprender las causas de género de las inercias al cambio.

Esta forma de encarar el análisis de las transformaciones de género nos incita a sucumbir a la tentación de pensar en la liberación plena de las mujeres del dominio masculino dejando intactos otros ejes de desigualdad social con los cuales los de género inextricablemente se producen; a construir aspiraciones sobre ideas de equidad de género, muy lícitas como programas, pero muy problemáticas si las mezclamos inadvertidamente con el análisis académico de la producción conjunta de varios ejes de desigualdades sociales (cfr. Bauman 1987); a formular conceptos sobre "empoderamiento" de las mujeres en algunos ámbitos, que subestiman sus inevitables "desempoderamientos" o no "empoderamientos" en otros, etcétera. Así, el segundo propósito de este trabajo es mostrar que cuando se ha enfocado su producción recíproca con otras jerarquías sociales, las relaciones de género han sido contradictorias; que sus cambios se han producido entretejidamente con permanencias; que tales cambios han originado nuevas disparidades sociales; que las permanencias no son anomalías u obstáculos a las transformaciones, sino que ambas (transformaciones y permanencias) han sido aspectos indisociables de la dinámica de procesos sociales de producción de desigualdades inextricables.

Estrategia teórico-metodológica

Para el trabajo analítico propongo un enfoque en el que entiendo las relaciones de género y de generaciones como relaciones de poder estructuradas entre hombres y mujeres, entre hombres y entre mujeres a partir de sus diferencias por edad y sexo. En esos vínculos y oposiciones entre sí, hombres y mujeres han tratado de modelar sus conductas y representaciones a través de valoraciones culturales y procesos de inclusiones y exclusiones producidos en relación con sus diferencias por edad y sexo.3 Al considerar las relaciones de poder y las valoraciones culturales quiero enfatizar que género y generación no han sido directamente dictados por las diferencias físicas mencionadas, sino que ha existido la mediación de procesos de negociaciones y apropiaciones de tales caracteres que le han impuesto al género y la generación su cualidad de producciones históricas y culturales (Scott 1996, 6-7).

En tales dinámicas de poder y distinción cultural, las identidades y disparidades entre hombres y mujeres de distintas edades han sido producidas a través de prácticas, rutinas, objetos, categorías, normas y otros dispositivos sociales que han modelado formas de comportamiento, valores, actitudes, vestuario, responsabilidades y atribuciones diferenciales, es decir, jerarquías entre hombres y mujeres (Agarwal 1994, 51; Scott 1996, 2-3, 6-7). El entrecruce de esas jerarquías de género y entre generaciones ha producido un orden en los espacios domésticos y comunitarios que ha favorecido la autoridad de los varones maduros, en general, y de los padres de familia, en particular. Esta forma de organización doméstica y comunitaria es la que Stern (1999, 42-44) denominó patriarcado.

En relación con los vínculos teóricos y empíricos entre patriarcado y clase social, mi enfoque comparte la preocupación planteada por Benería y Roldán (1992, 22-27) cuando propone realizar un análisis "integrado" de las relaciones de clase y género. En estas autoras, como en Mackintosh (1989) y Crehan (1997) hay una relación de mutua constitución entre estas dos categorías que definen distintos conjuntos de relaciones sociales; es decir, las relaciones de género pueden ser al mismo tiempo tanto constituidas como constituyentes de las relaciones de clase.

De acuerdo a esta propuesta, en la zona de estudio, la dinámica de la organización patriarcal, el crecimiento o decrecimiento de la autoridad de los patriarcas, a partir de los cambios y continuidades de las relaciones entre hombres y mujeres de distintas edades, se ha producido mutuamente con los vínculos cambiantes de clase que los grupos rurales han construido con diferentes grupos principalmente no locales: con los empresarios madereros, chicleros y comerciantes de la zona, entre 1940 y 1960; con las burocracias del gobierno federal, entre mediados de los sesenta y mediados de los noventa, y con los grupos político-empresariales establecidos en la cabecera del municipio desde mediados de esta última década en adelante. Los vínculos de los grupos domésticos con los empresarios forestales, en la primera etapa, y con las burocracias federales, en la segunda, fortalecieron el patriarcado al concentrar en los jefes de familia las relaciones directas con esos grupos, así como el acceso a los mercados de trabajo y de productos agropecuarios y créditos que controlaban los empresarios y las burocracias federales, respectivamente. Pero en la tercera etapa, en condiciones de políticas neoliberales, la participación creciente en los mercados regionales de trabajo asalariado, principalmente en la cabecera del municipio, por parte de los jóvenes de ambos sexos y de mujeres de distintas edades y etapas en sus ciclos de vida, ha ido debilitando la autoridad de los patriarcas de los grupos domésticos. Recíprocamente, estas modalidades diferenciales y cambiantes de vinculación de patriarcas, mujeres rurales y jóvenes de ambos sexos, desde mediados del siglo XX en adelante, con los mercados de trabajo y los grupos sociales que los han controlado han constituido las formas locales de estructuración de relaciones entre clases en la zona de estudio (cfr. Mackintosh 1989, 35, cit. p. Crehan 1997, 228).

En el marco de esas relaciones y dinámicas entiendo las clases como los grupos sociales diferenciados producidos en el proceso de articulación jerárquica de sus diferentes pero complementarias formas de vivir y ganarse la vida (Zendejas 2012, 24). Estas desiguales y articuladas maneras de vivir incluyen una variedad de experiencias culturales, y representaciones sobre dichas experiencias, en un mundo complejo constituido por una intrincada red de relaciones económicas, políticas y sociales (Bourdieu 1991, 231-232, cit. p. Gledhill 2000, 222-223; Bourdieu 1990, 287-289; Thompson 1977, 8). Así, las condiciones de vida de las clases no sólo son definidas por las actividades económicas, sino también por una multiplicidad de espacios sociales donde transcurre la vida de los sujetos sociales: sus grupos domésticos, su comunidad, la colonia, la escuela, sus lugares de esparcimiento, etcétera. Consecuentemente, las relaciones entre las clases, así como entre los miembros de una misma clase, no se producen sólo en los espacios laborales, sino también en los dominios de la política y la cultura. Es a través de estas relaciones -que pueden incluir luchas y acomodamientos- que los grupos construyen sus solidaridades, sus oposiciones, sus intereses, representaciones y prácticas contrastantes de clase. Estar articulados es una de las primeras condiciones para la producción de identidades y disparidades de clase; es decir, para la formación de clase.

Estos procesos de producción recíproca de relaciones de género, de generaciones y de clase los analizaré centrándome en cómo el patriarcado se ha construido mutuamente con procesos más amplios de formación del Estado y de relaciones capitalistas en la zona (cfr. Joseph y Nugent 2002 [1994], 41-43, 47-50). Es decir, cómo las identidades y disparidades entre hombres y mujeres, entre hombres y entre mujeres de diferentes edades, así como sus vínculos con grupos empresariales y burocracias gubernamentales, se han construido conjuntamente con modalidades de producción y distribución económicas basadas en los recursos forestales e inversiones de transnacionales norteamericanas, durante la primera mitad del siglo XX; con políticas de formación de ejidos y fomento gubernamental de la agricultura comercial, desde mediados de los sesenta; con reducciones drásticas de la intervención del gobierno federal en el campo y la influencia creciente de los empresarios y burocracias municipales, desde mediados de los noventa, etcétera.

Esta forma de encarar el análisis, es decir, la consideración de las relaciones locales y la vida cotidiana doméstica y comunitaria como resultados de, y puntos de apoyo en, la producción de procesos más amplios, está estrechamente relacionada con la estrategia metodológica del estudio. Aunque partí de la exploración etnográfica de dos comunidades rurales, Chicbul y Chekubul, los procesos de formación de estos poblados, de sus grupos sociales y de las identidades y disparidades de éstos, no eran comprensibles limitándome sólo a la observación de las prácticas y problemáticas contemporáneas de esos grupos. Tuve que rastrear sus vínculos espaciales e históricos con otros grupos translocales con cuyas prácticas, proyectos e instituciones cambiantes estuvieron articulados desde mediados del siglo XX.

Consecuentemente, como parte de un trabajo más amplio, los materiales de este ensayo fueron producidos tanto a través de trabajo de campo in situ, como de análisis documental. La primera estrategia la desarrollé en dos vertientes: por un lado, el registro de las prácticas observables y discursos audibles en el presente etnográfico y, por otro, a través de historia oral. En el primer caso, apliqué una encuesta de hogares en la que exploré la composición de los grupos domésticos, edades, ocupaciones, escolaridad y migración de sus miembros. Aproveché el levantamiento de esta encuesta para registrar rutinas domésticas, división del trabajo en los hogares, y distribución y actividades en los diferentes espacios de trabajo y convivencia de la casa. El aspecto histórico del trabajo de campo lo orienté a la producción de relatos sobre fundación de poblados y ejidos; historias de vida de hombres y mujeres de diferentes generaciones; y la aplicación de varias encuestas genealógicas en las que le presté atención a las edades, historia laboral, escolaridad, acceso a la tierra y migraciones de los individuos de las diferentes generaciones encuestadas. También realicé entrevistas abiertas y conversaciones informales con hombres y mujeres de distintas edades en las que indagué conflictos en los grupos domésticos entre esposos y esposas, entre nueras y suegras, entre padres e hijos, por la distribución del trabajo doméstico y agrícola, por la pretensión de trabajo de una esposa o hija fuera de la unidad doméstica, etcétera.

Los vínculos de los grupos locales con grupos y espacios translocales los exploré a través de un análisis de la historiografía regional; de trabajo en archivos de los ejidos, municipio, del estado y del Registro Agrario Nacional en la ciudad de Campeche; de un análisis hemerográfico y de informes de gobierno municipal y del estado. Pero también a través de entrevistas abiertas a los individuos que encarnaban dichos grupos y espacios en las localidades como las burocracias y técnicos de los tres niveles de gobierno y las dirigencias partidistas de diferente signo.

El patriarcado rural en 1940-mediados de los sesenta

Entre los cuarenta y mediados de los sesenta, los grupos rurales de Chicbul y Chekubul y sus poblados emergieron en las selvas del sur de la entidad, en territorio de lo que actualmente es la sección municipal4 de Sabancuy, ubicada en la frontera entre los dos paisajes medioambientales que han distinguido a la Península de Yucatán: el trópico húmedo contiguo a la Laguna de Términos, caracterizado por pantanos, manglares y profusión de ríos, y el inicio de la gran laja caliza, sin elevaciones de importancia ni corrientes superficiales de agua que ha singularizado al resto de la península.

El sur del estado constituye un territorio de colonización relativamente reciente, que apenas se empezó a poblar en las primeras décadas del siglo XX, a diferencia de la vieja zona norte habitada incluso desde antes de la llegada de los españoles por población indígena maya, así como de la franja costera, donde surgieron algunos poblados mestizos coloniales.

En el proceso de poblamiento de las selvas de Campeche -al igual que en el caso de las de Quintana Roo- fue central el programa federal de colonización agraria de los sesenta y setenta. Dicho programa constituyó una válvula de escape a la presión sobre la tierra en el norte del país, desencadenada por los incentivos de las inversiones federales en infraestructura productiva, modernización agrícola y créditos (Garza Villarreal 2005, 43-46). Sin embargo, en Campeche otros procesos y proyectos económicos con disímiles orientaciones a las de la colonización precedieron y convergieron con tal programa en el poblamiento de las selvas del sur: la producción chiclera durante la primera mitad del siglo XX; el reparto agrario cardenista a partir de 1936; la construcción del Ferrocarril del Sureste en 1936-1950; y el impulso del gobierno del estado a la explotación maderera en los cincuenta como alternativa al colapso chiclero en la década precedente. Tales procesos impulsaron a las selvas importantes movimientos de población, tanto de la entidad como de otros estados vecinos. Los inmigrantes aprovecharon las oportunidades abiertas para emplearse como recolectores asalariados de las transnacionales del chicle, solicitar la formación de ejidos y contratarse como taladores de las empresas madereras campechanas.

Entre 1940 y mediados de los sesenta, en dicha zona de bosque tropical de elevada humedad, vías de comunicación deficientes y baja población, además de los salarios de algunos de sus miembros, los grupos rurales de Chicbul y Chekubul obtenían sus principales bienes de su interacción con la selva, rica en recursos forestales como chicle, cedro y caoba, en mamíferos y aves silvestres comestibles, así como en tierras ociosas privadas y nacionales poco explotadas. En condiciones de debilidad de sus principales instituciones de gobierno local (la comisaría ejidal y la agencia municipal),5 los grupos domésticos constituyeron las principales instituciones sociales a través de las cuales llevaron a cabo su apropiación de la naturaleza y sus relaciones con las empresas madereras y chicleras.

En esos procesos vitales, tales grupos se organizaron a partir de valoraciones, prácticas y rutinas construidas en relación con sus diferencias biológicas por edad y sexo, que les parecían naturales; como parte de esa organización establecieron una división doméstica del trabajo y otras rutinas, normas y jerarquías que produjeron identidades y disparidades entre hombres y mujeres, así como entre generaciones adultas y jóvenes. A pesar de las diferentes ocupaciones y responsabilidades que asumieron esposo y esposa, padres e hijos de ambos sexos, todos los miembros del grupo doméstico trabajaban conjunta y complementariamente en los diferentes espacios de la unidad doméstica de producción: en la milpa, el solar y la casa. (Mapa 1)

Fuente: Carta Topográfica Imagen Digital, Escala 1: 250 000, Serie II, Carta E15-6 Ciudad del Carmen, INEGI.

Mapa I. Poblados y ejidos de la sección municipal de Sabancuy a principios del siglo XXI 

"Los padres de familia" se encargaron de la manutención de los grupos domésticos a través del trabajo agrícola, el corte de maderas y la extracción de chicle que realizaban en los montes nacionales y privados no explotados. Por ejemplo, en el grupo doméstico de Adelfo Paul (n. 1932), de Chicbul, en los cincuenta, él obtenía sus principales ingresos durante la seca como asalariado talador de madera para un contratista de Escárcega. En la recolección de chicle que realizaba en los montes nacionales en la época de lluvias y vendía a un acaparador también de Escárcega, recibía el apoyo de sus hijos varones mayores a través de trabajo familiar no remunerado. Y mediante este tipo de trabajo impago que incluía la participación de sus hijas en la limpieza de la milpa y la cosecha de maíz, dirigía el trabajo agrícola.

En esas ocupaciones agrícolas, como otras mujeres casadas, Hortensia (n. 1936), la esposa de Adelfo, tuvo una participación limitada debido a que gran parte de su vida adulta la pasó embarazada o cuidando a algún hijo de brazos de los 16 hijos que tuvo. A pesar de ello, era quien realizaba y dirigía a sus hijas en los trabajos reproductivos de limpieza de la casa, la preparación de alimentos y el cuidado de niños y ancianos. Como parte de dichas ocupaciones domésticas, Hortensia y sus hijas también realizaban trabajo productivo no remunerado en el solar como criar gallinas, pavos y puercos para el propio consumo, así como cultivar algunas hortalizas también para el consumo como cilantro, tomates y chile.6 Debido a que estas labores eran las que las propias mujeres de diferentes generaciones reconocían como su responsabilidad primaria, su participación en la agricultura la consideraban como una "ayuda" a los hombres de la casa, no como parte de sus obligaciones centrales.

A pesar que tanto hombres como mujeres percibían como natural esta división doméstica del trabajo, en la que las ocupaciones eran vistas como masculinas o femeninas, los valores y prácticas construidos en torno a esta división empezaban a estructurar disparidades en la medida que las mujeres podían "ayudar" a los hombres en sus trabajos, pero éstos difícilmente "ayudaban" a sus mujeres en los suyos. Es decir, más que una división rígida del trabajo para los sujetos sociales estudiados, era una división ideológica que sólo los varones usufructuaban en términos prácticos. Esta participación económica no remunerada de las mujeres rurales en los diferentes espacios de trabajo de la unidad familiar de producción (la milpa, el solar y posteriormente veremos que también en la casa) entrelazaba esos espacios productivos y domésticos y, de este modo, socava cualquier distinción analítica en términos de género en las ocupaciones: el trabajo productivo asociado a los hombres y el reproductivo a las mujeres.

Esta organización del grupo doméstico como unidad de producción en la que los varones -dirigidos por el padre y con el apoyo de las mujeres de distintas generaciones- producían los ingresos y satisfactores para todos los miembros del grupo doméstico, erigía al pa dre tanto como jefe de la casa, como de la fuerza de trabajo de la familia. Conjuntamente con esta organización jerárquica por género y generaciones, los miembros del grupo también producían los valores e ideologías a partir de los cuales tanto estructuraban este orden como legitimaban el predominio de los varones, en general, y de los paterfamilias, en particular: "El que manda, mantiene, y si no, ni vergüenza tiene", "Yo le doy su lugar a mi esposo como el 'hombre' de la casa", etcétera.

Esta organización y los valores correspondientes instituían la autoridad del padre no sólo sobre su esposa y los demás miembros más jóvenes del grupo -incluyendo a hijos varones casados que vivieran en el hogar paterno- sino también sobre el destino de las cosechas, la administración de los bienes e ingresos monetarios del grupo doméstico, el patrimonio y la representación de la familia frente a otros grupos domésticos y la comunidad. Esta forma de organización de los grupos domésticos, con un claro predominio social de los varones adultos, ha constituido lo que Stern (1999, 42) ha definido como patriarcado.

Mediante esa organización doméstica del trabajo productivo no remunerado, los hombres cultivaban la variedad de alimentos que les permitía la tierra tropical: granos básicos como maíz y frijol; hortalizas como calabazas, tomates, pepinos y chile; raíces como camotes y yuca. Recolectaban chicle que los padres se encargaban de vender a algunos acaparadores de Escárcega,7 y cazaban las piezas comestibles abundantes en la selva en esos años como armadillos, puercos de monte, venados, y aves como chachalacas y pavos de monte.

Sin embargo, a partir de sus propias experiencias de vida y de trabajo y de sus respectivos vínculos de clase con otros grupos sociales del área, los vecinos de Chicbul y Chekubul compartieron ciertos aspectos y se distinguieron en otros en las formas de producción de sus medios de vida en los cincuenta. Mientras los de Chicbul privilegiaron la explotación de maderas preciosas a través de relaciones salariales y se apoyaron como actividades complementarias en la recolección de resina y en la agricultura de temporal mediante trabajo familiar no remunerado, los de Chekubul se centraron en este tipo de agricultura y de modo secundario en el corte no asalariado de maderas preciosas para vendérselas a los contratistas de Escárcega a través del ejido. La institución ejidal -incipiente en Chekubul en esos años, e inexistente en Chicbul- también produjo distinciones en las formas de relación económica de esos grupos con los contratistas madereros.

Los grupos domésticos de Chekubul tuvieron una economía escasamente monetarizada hasta mediados de los sesenta. Su producción agrícola de subsistencia y la caza de las piezas comestibles de la selva eran mayoritariamente para el autoconsumo. Destinaban una parte de su producción agrícola para obtener a través del trueque con los comerciantes de Sabancuy los bienes de consumo y herramientas que no podían producir en la selva. Sólo algunos jefes de familia y jóvenes solteros -mediante trabajo familiar no remunerado- talaban maderas y se las vendían -a través de la intermediación del comisariado ejidal- a los contratistas madereros para comple mentar los ingresos económicos de sus grupos domésticos.

Por contraste, los jefes de los grupos domésticos de Chicbul eran fundamentalmente asalariados madereros engranados directamente (pues no existían autoridades ejidales) en relaciones económicas con los contratistas de Escárcega y la ciudad de Campeche. En los cincuenta dirigían la mano de obra no remunerada de los hijos varones para recolectar chicle, que vendían a los compradores de Escárcega, así como de hijos e hijas para hacer milpas, cuyos productos destinaban parcialmente para el propio consumo y parcialmente para su venta a los comerciantes de Sabancuy.

Habría que aclarar que la economía de Chicbul fue un caso excepcional en la zona. Chicbul emergió a principios de los cincuenta en una coyuntura en que la explotación de los recursos forestales todavía constituía la principal actividad económica en el campo campechano; adicionalmente se ubicaba más cerca, que Chekubul, de Escárcega como puerta de salida de esos recursos por ferrocarril para su exportación a través del puerto de Campeche. Los demás poblados que irían surgiendo después de los sesenta se constituirían dentro del predominio del gobierno federal en la formación de ejidos y el diseño de la política económica para el campo, que limitaban la explotación forestal y privilegiaban el fomento de la agricultura y la ganadería.

Como puede entreverse por lo expuesto hasta aquí, esta organización patriarcal del grupo doméstico se producía imbricadamente con las formas cambiantes de organización capitalista de las explotaciones de chicle y madera, así como con las relaciones de intercambio estructuradas con los comerciantes de Sabancuy. "La obligación de mantener" a todos los miembros de su grupo doméstico mediante su trabajo productivo ponía a los jefes de familia en condiciones de vincularse directamente con los mercados de trabajo y de bienes de consumo; es decir, de vincularse como asalariados madereros con los contratistas de Escárcega, y como productores agrícolas y consumidores con los comerciantes de Sabancuy, quienes controlaban, respectivamente, dichos mercados. La organización patriarcal y los valores de género y de generaciones predominantes entre los grupos domésticos -que hasta mediados de los noventa concentraron la autoridad en los varones adultos, en general, y en los padres de familia, en particular- condicionaron una relación desigual de esposos y esposas, de padres e hijos de ambos sexos tanto con el mercado de trabajo asalariado, como con el de productos agropecuarios y el de bienes de consumo. Prácticamente fueron los jefes de familia quie nes controlaron el acceso asimétrico al mercado y los vínculos salariales y mercantiles directos con empresarios y comerciantes, al mismo tiempo que excluían de esos vínculos a los otros miembros de sus grupos domésticos.

Así, el desarrollo de relaciones capitalistas en las comunidades agrícolas y forestales de Chicbul y Chekubul a partir de las explotaciones chiclera y maderera, así como del intercambio mercantil con los comerciantes de Sabancuy, fortaleció el predominio de los patriarcas y la subordinación de las mujeres y de los hijos e hijas. Pero al mismo tiempo, estos vínculos asimétricos de los grupos domésticos con empresarios madereros y comerciantes, a través de los jefes de familia, constituyeron las formas culturales predominantes en las que se estructuraron relaciones de dominación de clase entre dichos grupos rurales y grupos no locales (cfr. Mackintosh 1989, 35, cit. p. Crehan 1997, 228).

Es pertinente precisar que los vínculos de clase no sólo se han producido entre grupos locales y no locales, sino también al interior de ambos. Sin embargo, entre los primeros siempre han sido a una menor escala y generalización que las que se han constituido entre los grupos locales y no locales. Así, la producción de relaciones salariales y mercantiles en Chicbul y Chekubul han influido y han sido influidas por la construcción patriarcal de relaciones domésticas y productivas no remuneradas entre hombres y mujeres, hombres en tre sí y mujeres entre sí de diferentes generaciones.

Patriarcado y clase durante el Estado intervencionista, 1960-fines de los ochenta

Otra etapa en los procesos de formación recíproca de relaciones pa riarcales y relaciones de clase entre los grupos domésticos de Chicbul y Chekubul devino entre mediados de los sesenta y fines de los ochenta. Con el desplome de la producción chiclera desde mediados de los cuarenta concluía el predominio de la economía forestal extractiva heredada del porfirismo. Sin embargo, la entidad aún no era incluida dentro de los proyectos y recursos que un gobierno federal intervencionista estaba canalizando a otras regiones para la reorganización de la economía nacional posrevolucionaria.8 En esas condiciones, los grupos económico-políticos dominantes de la ciudad capital desarrollaron una intermediación activa en la gestión de las inversiones federales en el estado. Apoyándose en la gubernatura del estado, esos grupos empezaron a negociar, desde 1955, el establecimiento y operación de las agencias federales para la construcción de la infraestructura social y productiva de la entidad (Dzib Can 2012, 133-141). El objetivo de los grupos gobernantes campechanos era impulsar en la entidad el desarrollo capitalista que el gobierno federal estaba promoviendo en otras regiones a partir del modelo de sustitución de importaciones, industrialización urbana y modernización agrícola.

Aunque con alcances más limitados que en otras entidades, en el campo campechano los recursos federales se dirigieron al fomento de la agricultura y la ganadería orientadas al mercado, al mismo tiempo que se limitaba la explotación forestal. Se intensificó la construcción de infraestructura carretera que comunicara a la entidad con los mayores mercados urbanos del centro del país, así como vías que interconectaran las zonas locales de producción agropecuaria con los centros de consumo. Las burocracias gobernantes establecidas en la ciudad capital consiguieron, desde 1961, la consolidación en la entidad de la infraestructura federal de servicios administrativos y crediticios para el apoyo al campo: la banca oficial de crédito, oficinas de extensionismo agrario, bodegas y mecanis mos de acopio, frigoríficos. Con ello, las administraciones gubernamentales impulsaron en las zonas rurales el desmonte mecanizado, la adquisición de maquinaria agrícola y vehículos de carga, así como fomentaron las producciones comerciales de caña, arroz y ganado, sobre todo en la zona sur del estado, que incluye la región de Sabancuy, a la que pertenecen Chicbul y Chekubul (cfr. Vadillo 2000, 33; Sales 1996, 95-96).

Complementariamente, desde 1962, el gobierno federal implementó el programa de colonización agraria en las selvas del sur como una válvula de escape a la presión sobre la tierra en el norte del país; la demanda de tierras y su insuficiencia fueron desencadenadas por los incentivos de las propias inversiones federales en infraestructura productiva, modernización agrícola y créditos en esa región (Garza Villarreal 2005, 43-46). Mediante el traslado a la entidad de población rural carente de tierras del norte y centro-occidente del país surgieron nuevos poblados y ejidos en la zona; a tales asentamientos se les dotó de energía eléctrica y agua entubada entre fines de los sesenta y principios de los setenta (Bolívar Aguilar 2000, 95-99). En esas condiciones, con la llegada de varios grupos de "colonos" que se sumaron a los taladores de madera, la población de Chicbul creció y pudo constituir su ejido en 1965.

Con esas políticas y acciones de fomento, la elite político-económica de Campeche y las burocracias del gobierno federal contribuyeron al remplazo de relaciones capitalistas centradas en la economía forestal, por una agricultura de mercado dirigida por las burocracias de las instituciones de Estado emergentes en las selvas tropicales. Con ello, las burocracias estatales y federales también coadyuvaron en la producción de sí mismas como grupos político-empresariales, en la redefinición de otros grupos y en la formación de espacios y grupos nuevos en el campo, como el ejido y los ejidatarios. No obstante, a su vez, estos nuevos grupos sociales contribuirían en la producción y redefinición de tales procesos de formación -que incluirían a los grupos político-empresariales- a partir de sus propios valores, prácticas y relaciones histórica y culturalmente específicos, como las de género.

Para empezar, las políticas de fomento de las producciones agrícolas y pecuarias orientadas al mercado se combinaron con aquellas que limitaban la economía forestal extractiva decadente heredada del porfirismo.9 Aunque los empresarios madereros no desaparecieron, sus vínculos de clase con los nuevos grupos de ejidatarios de Chicbul y Chekubul pasaron a segundo plano frente al protagonismo emergente de la nueva burocracia agraria, agropecuaria y financiera en el campo.

Las inversiones de los gobiernos federal y del estado también tuvieron efectos sobre los comerciantes hegemónicos de la cabecera de Sabancuy, así como sobre su vieja red de comercio fluvial en toda la Laguna de Términos. Con la construcción de carreteras en esa región pantanosa desde fines de los cincuenta, la cabecera de la sección municipal anteriormente aislada por vía terrestre por su propio estero, se empezó a comunicar por camino pavimentado con Isla Aguada, y por este medio terrestre y un transbordador con la Isla del Carmen, donde se ubica la cabecera del municipio.10

Esas vías de comunicación erosionaron lentamente, en el transcurso de los sesenta, el comercio fluvial de Sabancuy con los poblados de la Laguna, Ciudad del Carmen, Palizada y parte de Tabasco, socavando una modalidad de la principal fuente de riquezas en la cabecera de la sección. Los comerciantes -quienes al mismo tiempo eran propietarios de ranchos cocoteros y de canoas para el transpor te de carga y pasaje- reorganizaron sus bases de acumulación y se restructuraron como grupo social: algunos propietarios de canoas migraron a Ciudad del Carmen para reinvertir su fortuna en la industria pujante del camarón en esos años; pero otros se quedaron y ampliaron su producción de copra de coco y empezaron a invertir en la ganadería y en la pesca de ribera, actividad emergente a principios de los setenta, cuyas posibilidades de comercio extrarregional se ensancharon con la construcción de carreteras e infraestructura por los gobiernos federal y del estado. La pesca también generó oportunidades para nuevos inversionistas tanto campechanos como de otras entidades que llegaron a hacer negocios a Sabancuy con la inversión de capitales para el establecimiento de congeladoras, bodegas, la adquisición de equipos, lanchas y combustible.11 Las nuevas vías de comunicación tuvieron un efecto dual, pues si, por un lado, debilitaron el comercio fluvial entre Ciudad del Carmen y el pueblo de Sabancuy, por otro, propiciaron que ese comercio se reorganizara de manera terrestre y coadyuvaron al surgimiento de la pesca como nueva actividad económica de acumulación y orientación al mercado.

No obstante, las políticas económicas del gobierno federal y del estado también contribuyeron a redefinir a los comerciantes de Sabancuy a través de otros procesos: mediante la reorganización de las relaciones de intercambio entre ellos y los grupos rurales de Chekubul, Chicbul y los otros poblados emergentes. Esta redefinición debilitó el control de los comerciantes sobre los excedentes agrícolas de los productores de subsistencia, al ser remplazada su participación en este comercio por las agencias del gobierno federal.

La creación de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo) para regular los precios de los productos agrícolas básicos en 1962 y el establecimiento de una bodega de los Almacenes Nacionales de Depósito S.A. (ANDSA) en Escárcega a mediados de los sesenta, redefinieron los términos de intercambio entre los comerciantes de Sabancuy y los nuevos ejidatarios. Éstos empezaron a recibir de ANDSA anticipos a cuenta de cosecha, cuyo importe total les completaban al terminar de entregar toda su producción a partir de un precio oficial de garantía12. Con este mecanismo, los ejidatarios podían tener dinero desde el principio del ciclo productivo.

Así, los comerciantes de Sabancuy no sólo vieron socavado su comercio fluvial por la construcción de carreteras, sino también por la intervención gubernamental en el acopio y financiamiento a través de ANDSA, y la fijación de precios de los productos agrícolas básicos a través de la Conasupo. Mediante ese esquema de compra, refaccionamiento y establecimiento de precios de garantía, el gobierno federal empezó a integrar a los productores rurales de Chicbul y Chekubul a un mercado nacional de productos agropecuarios. Asimismo, con su participación como agente económico en los poblados de la zona y su fomento del mercado, comenzó a controlar la producción de los ejidatarios del área en remplazo de los comerciantes de Sabancuy. Pero a su vez, con su preferencia por los esquemas de financiamiento y acopio del gobierno federal, los productores rurales también contribuyeron a modificar a los comerciantes de Sabancuy y sus propios vínculos con ellos.

Sin embargo, la población rural de Chicbul y Chekubul siguió adquiriendo sus bienes de consumo en Sabancuy o Escárcega, dependiendo de qué lugar les quedara más cerca. Pero este intercambio también se modificó en el sentido que dejó de ser un trueque de productos agrícolas por mercancías, y empezó a ser una compra de éstas a través de dinero. Es decir, las diferentes modalidades de intervención gubernamental en el área coadyuvaron a la extensión de la economía de mercado y la monetarización entre los productores agrícolas de subsistencia.

El remplazo en Chicbul y Chekubul de los contratistas madereros y los comerciantes de Sabancuy por la burocracia federal también era una arista de otro proceso de formación social en el área entrelazado al de producción de mecanismos de mercado y relaciones entre clases: la de formación recíproca del Estado interventor y de grupos sociales subalternos. Por un lado, la creciente formación e intrusión de las agencias y agentes del gobierno federal en el campo, desde principios de los sesenta, a través de sus programas, inversiones, obras y apoyos para la formación de ejidos y el fomento de la agricultura comercial y la ganadería. Por otro, la formación de ejidatarios en la zona como nueva clase social subordinada económica y políticamente a las burocracias de los gobiernos federal y del estado. Los grupos de ejidatarios subalternos, sin embargo, serían dominantes a "los pobladores" o residentes de sus poblados sin membresía ejidal. Las modalidades de apropiación cultural -a veces conflictiva- de los proyectos gubernamentales por esos grupos jerarquizados de ejidatarios y "pobladores", de acuerdo con sus intereses particulares, incidirían en las formas específicas que adoptarían las instituciones y programas gubernamentales en la zona. El propio ejido, por ejemplo, sería la institución dominante con facultades de gobierno local más allá de los asuntos estrictamente ejidales definidos por la legislación agraria.

Los nuevos vínculos asimétricos de los grupos domésticos de Chicbul y Chekubul con las instituciones y grupos emergentes, es decir, con la burocracia y el mercado gubernamental, por un lado, y con la institución ejidal y los ejidatarios, por otro, tuvieron un sesgo de género y de generaciones. Los cambios sociales, sin embargo, dejaron inicialmente intacta la organización patriarcal prevaleciente: los jefes de los grupos domésticos siguieron asumiendo el control del acceso a esos vínculos, en detrimento de las mujeres y los jóvenes. Serían los patriarcas responsables de la manutención del grupo doméstico quienes detentarían el derecho a la membresía ejidal y el acceso directo a la tierra como ejidatarios -o como "pobladores" en los montes nacionales ociosos- para la producción del sustento de sus grupos domésticos; quienes participarían como productores en el mercado regulado de productos agropecuarios, se vincularían con la burocracia federal como ejidatarios miembros de los grupos de trabajo que gestionarían créditos y otros apoyos para su producción agropecuaria, y quienes participarían con membresía ejidal en el espacio público de las asambleas de ejidatarios. Entre mediados de los sesenta y mediados de los noventa, estas asambleas se instituirían como ámbito dominante de tomas de decisiones comunitarias que excluiría la participación de "los pobladores" y las mujeres sin membresía ejidal, pero los incluiría dentro de los efectos de las decisiones tomadas por los patriarcas ejidatarios para todo el poblado.

Sin embargo, la creciente intervención gubernamental en ambos poblados y las modalidades culturales de su apropiación diferenciada por hombres y mujeres de distintas generaciones, no sólo propiciaría el fortalecimiento de la autoridad de los patriarcas; también incubaría el germen de su debilitamiento. Recordemos que a través de sus políticas agropecuarias, las burocracias gubernamentales poco a poco fueron incorporando a los grupos domésticos de ejidatarios y no ejidatarios a una producción orientada al mercado. Este proceso tuvo un efecto dual sobre las actividades productivas de esos grupos: por un lado, crecientemente su producción se fue especializando y siendo transformada en mercancía para el intercambio; en este periodo adquirieron importancia las producciones comerciales de maíz, caña, arroz y ganado. Por otro, en la misma proporción fue decreciendo su producción agrícola diversificada para el propio consumo. En esas condiciones, los grupos domésticos fueron monetarizando cada vez más su economía para poder comprar los bienes de consumo que crecientemente iban dejando de producir, así como para poder adquirir los nuevos productos que las carreteras ponían a su alcance. La necesidad de dinero para el intercambio no sólo profundizaba la transformación de la producción agropecuaria en mercancía, sino los intercambios siempre desiguales con el mercado agropecuario y el de bienes de consumo, también generaban la necesidad de transformación de una parte de la fuerza de trabajo de los grupos domésticos en mercancía para la obtención de ingresos monetarios adicionales.

La necesidad de dinero para el intercambio comenzó a obligar a los miembros de los grupos domésticos -entre ellos a las madres de familia- a buscar este tipo de ingresos, ya a través del autoempleo dentro de la misma unidad familiar de producción, o ya afuera, a través del trabajo asalariado. En el primer caso, la noción femenina de "la ayuda" al esposo en los trabajos productivos para el sostenimiento del grupo doméstico justificaría para algunas mujeres la ocupación de parte de su fuerza de trabajo no remunerada para producir bienes o servicios para el intercambio monetario. Entre los nuevos grupos que llegaron a Chicbul desde mediados de los sesenta, algunas mujeres mayas se dedicaron dentro de sus propios domicilios a la confección y bordado de la vestimenta femenina indígena. Otras mujeres, como algunas de los grupos "colonos", es decir, de la población mestiza rural sin tierras venidas del norte y centro-occidente del país, solían lavar y planchar ropa "ajena" en sus propios hogares. Posteriormente, en los ochenta, tanto mujeres mestizas como indígenas de ambos poblados empezaron a elaborar antojitos para su "venta" en sus propios domicilios.

En el segundo caso, la misma noción de la "ayuda" económica al jefe del grupo doméstico se convertiría en un arma de negociación que algunas mujeres usarían para impulsar -sin que fuera una estrategia preconcebida- redefiniciones de las relaciones patriarcales de desigualdad en las que estaban insertas. "La ayuda" económica a los jefes de la casa dentro de la unidad doméstica de producción era un reconocimiento hegemónico de las mujeres al estatus de los varones como proveedores fundamentales y a su autoridad como jefes de los grupos domésticos. Sin embargo, en este periodo histórico, cuando las necesidades económicas empezaron a llevar a algunas de ellas a "pedirle permiso" al esposo para trabajar asalariadamente fuera de las fronteras de la unidad doméstica de producción, se iniciaban negociaciones conflictivas en torno a tal "ayuda". El trabajo asalariado fuera de la casa ponía en riesgo los valores y prácticas patriarcales de control del tiempo, el movimiento, el trabajo y la sexualidad de las mujeres. En esas condiciones, sin necesidad de una comprensión clara del mundo desigual de género en el que vivían, y sin articular un discurso contra hegemónico coherente de género, a través de la ideología y la práctica de "la ayuda" económica realizada salarial-mente fuera de la unidad familiar de producción, unas cuantas esposas empezaron a desafiar la organización patriarcal de sus grupos domésticos.

A principios de este periodo a mediados de los sesenta, los escasos trabajos asalariados para mujeres existentes en Chicbul y Chekubul consistían en empleos domésticos ofrecidos por familias económicamente mejor posicionadas como el acarreo de agua desde los pozos públicos y la limpieza de casas. Al final del mismo, a fines de los ochenta, empezaron a aparecer algunos empleos -relacionados con la educación escolarizada y la salud, ofertados por las burocracias estatales y federales- como promotoras de educación, instructoras para educación de adultos y auxiliares de salud. Aunque el trabajo asalariado todavía no constituía una práctica generalizada en Chicbul y Chekubul, las pocas madres de familia que podían vencer las resistencias de sus esposos iniciaban redefiniciones parciales significativas de sus relaciones de género tanto dentro como fuera de sus grupos domésticos: a través del empleo asalariado dejaban parcialmente de estar bajo la dirección productiva de los patriarcas proveedores de sus grupos domésticos, empezaban a estar económicamente supeditadas por un salario a otros hombres y mujeres ajenos a sus unidades familiares de producción, y comenzaban a producir sus experiencias de trabajo fuera de la influencia y mirada vigilante de los patriarcas de sus grupos domésticos. Sin embargo, dentro de la unidad doméstica de producción las esposas seguían manteniendo su estatus subalterno y sus responsabilidades domésticas bajo la autoridad de los patriarcas.

Así, el crecimiento de la intervención gubernamental en la zona, en términos del mercado regulado de productos agropecuarios, y la transformación creciente de una parte de la fuerza de trabajo del grupo doméstico en mercancía crearon en Chicbul y Chekubul las condiciones para la incipiente erosión de dos aspectos organizativos del grupo doméstico: 1) tanto su organización como unidad de producción; como 2) el carácter patriarcal de tal organización.

En cuanto al primero, los grupos domésticos ampliaban en este periodo su carácter como unidades de consumo dependientes crecientemente de la generación de ingresos monetarios y de los mercados de bienes y servicios, al mismo tiempo que disminuían su producción de bienes para su propio consumo. Este proceso era indicativo de la redefinición de las relaciones de clase de algunos de sus miembros con grupos locales y no locales debido a las inserciones desiguales de sus grupos domésticos campesinos en el mercado tanto gubernamental de productos agropecuarios como en el de bienes de consumo y de fuerza de trabajo.

El segundo aspecto era expresión de la redefinición incipiente de las relaciones de género de los grupos domésticos por la participación salarial de algunas madres de familia fuera de las unidades domésticas de producción y al margen de la autoridad de los patriarcas. No obstante, ambos cambios se producían mutuamente, pues, si bien, por un lado, la organización productiva del grupo doméstico comenzó a redefinirse por los nuevos vínculos de clase de algunos de sus miembros con la burocracia gubernamental y grupos domésticos empleadores locales; por otro, esos vínculos adquirían un carácter de género por las oportunidades salariales incipientes que abrieron para algunas mujeres de Chicbul y Chekubul.

Neoliberalismo y debilitamiento del patriarcado desde mediados de los noventa

Desde mediados de los noventa se redefinirían en los poblados de la zona, incluyendo a Chicbul y Chekubul, las condiciones que posibilitarían nuevas transformaciones recíprocas entre las relaciones patriarcales de los grupos domésticos y los vínculos de clase de algunos de sus miembros con grupos no locales. La producción de esas condiciones ha estado estrechamente asociada con una nueva etapa en los procesos incesantes de formación mutua entre el capital y el Estado mexicano desde principios de los ochenta. Las políticas de las nuevas burocracias gubernamentales neoliberales desde esa década se dirigieron a disminuir la intervención de las instituciones de Estado en la economía del país, así como a incentivar la participación de la iniciativa privada nacional e internacional en dicha economía; de ese modo, los nuevos grupos políticos dominantes en el país se proponían profundizar la formación de relaciones capitalistas tanto en el campo como en las ciudades.

En Chicbul y Chekubul, el repliegue del gobierno federal en materia de inversiones, fomento productivo y regulación del mercado de productos agropecuarios condicionó la debacle de los cultivos comerciales de arroz y caña de azúcar a fines de los ochenta, que habían sido apoyados por los gobiernos federal y del estado con programas, maquinaria, créditos, subsidios y precios de garantía desde fines de los sesenta en toda la zona sur del estado. A pesar de que esos productos constituían la base de sus economías, los grupos domésticos de Chicbul y Chekubul no resintieron inmediatamente el colapso económico porque desde principios de los noventa -ya en la época de los mercados desregulados- emergía salvadoramente en toda la zona sur la producción de chile jalapeño impulsado por los capitales de comerciantes foráneos. Sin embargo, este cultivo sólo fue un espejismo de las supuestas bondades del neoliberalismo, que terminó aniquilado por la propia dinámica desigual del mercado a principios del siglo XXI: por un lado, el control de los intermediarios sobre los precios -siempre a la baja- que hicieron el cultivo irrentable para los productores rurales; y, por otro, la formación de regiones productoras mejor tecnificadas en otras partes del país, que sacaron del mercado la producción rudimentaria de temporal de los ejidatarios de la zona.

La segunda experiencia neoliberal tenía resultados inciertos en la zona hasta el 2010. A partir de 1997, los gobiernos federal y del estado impulsaron en los municipios de Escárcega, Carmen, Candelaria y Palizada, del sur de la entidad, un proyecto tripartito (gubernamental, privado y social) para el cultivo e industrialización de la palma africana (González Curi 1998, 105-106). Pero hasta la primera década del siglo XXI, el proyecto no había dado los resultados esperados por los gobiernos federal y del estado: constituía una experiencia muy limitada que sólo había impactado a 5.6 % de los 15,138 ejidatarios que constituían la población objetivo minoritaria en los 145 poblados de los cuatro municipios referidos (González Curi 2003a, 180-181; 2003b, 79); surgieron fuertes conflictos de intereses entre los empresarios de la aceitera y los líderes de la organización de productores por el precio de compra del producto; esas pugnas llevaron al cierre de la empresa desde el 2006,13 a tres años de su inauguración y, finalmente, ha habido fracturas al interior de la propia agrupación de palmicultores en la disputa por el control centralizado de la organización, que ha beneficiado política y económicamente a un reducido grupo y al único presidente de la unión de productores desde su fundación en 1997.14

Así, las pretensiones gubernamentales de reactivación del campo por la vía neoliberal fracasaron estrepitosamente en Chicbul, Chekubul y en toda la zona de Sabancuy, como Arias (2008, 368-369) y Warman (2004 [2001], 183) reconocieron que ha ocurrido en otras regiones del país. Sin embargo, mientras el gobierno federal no lograba atraer y consolidar la inversión de capitales locales o foráneos en las actividades agropecuarias, sus políticas económicas incentivaban la participación de la iniciativa privada campechana y extranjera en algunos rubros de la industria petrolera en Ciudad del Carmen. La apertura de Pemex a la inversión de capital nacional y transnacional, desde Carlos Salinas (1988-1994), incentivó la formación de compañías empresariales carmelitas o su asociación con grupos transnacionales que firmaban contratos con la paraestatal para proporcionarle servicios y tecnología (Vadillo 2000, 75-76). Asimismo, se multiplicaron pequeños negocios comerciales y de servicios de empresarios carmelitas detonados por el auge petrolero en la isla. Este impulso a las inversiones de la iniciativa privada en la cabecera municipal ampliaría el mercado de trabajo asalariado para la población rural expulsada por la crisis del campo y, por tanto, promovería la construcción de nuevos vínculos de clase entre las elites municipales y los grupos rurales.

Sin embargo, estos grupos político-económicos municipales dominantes y los grupos rurales construirían otros vínculos de clase en condiciones de repliegue de la burocracia federal respecto a sus inversiones productivas en el campo. Por un lado, la política federal de descentralización administrativa y fiscal impulsada por la burocracia neoliberal desde los ochenta empezó a ampliar las capacidades financieras, legislativas, de planeación y gobierno de entidades y municipios15 (Arroyo García 2003, 56-63). Por otro, la construcción conflictiva de un sistema pluripartidista, intensificada después de 1988 por las movilizaciones neocardenistas, canalizó recursos extraordinarios a la formación de partidos nacionales, a las actividades de proselitismo de estos institutos políticos y a la competencia entre sus miembros por cargos públicos en los tres niveles de gobierno. Esos dos procesos fortalecieron económica y políticamente en el territorio nacional a los gobiernos municipales y a los partidos políticos, cuyo atractivo de ambos para los grupos político-económicos locales intensificó las disputas electorales por los ayuntamientos entre las elites municipales (Dzib Can 2007, 194-195).

En el municipio de Carmen, a través de los recursos económicos, políticos y jurisdiccionales que les posibilitó el ayuntamiento, las elites político-empresariales de la cabecera de Carmen construyeron, desde mediados de los noventa, una mayor intervención administrativa, en construcción de obras, dotación de servicios y la gestión en general del desarrollo municipal, en los poblados rurales de los cuales estuvieron largamente excluidas política y presupuestalmente por el gobierno federal (Dzib Can 2012, 273-283).

Sin embargo, dicha intervención no sólo era por objetivos de desarrollo municipal, sino también parte de una estrategia político-electoral en que los programas de gobierno y la construcción de obras empezaron a ser usados por las elites municipales para la construcción de redes clientelares en los poblados como bases partidistas de apoyo en las disputas por el gobierno municipal. Así, desde mediados de los noventa, a través de sus empresas, de los partidos y del control del ayuntamiento, los grupos político-económicos dominantes del municipio han coadyuvado a construir relaciones de dominación clientelar y salarial sobre los grupos rurales de Chicbul y Chekubul y de los demás poblados del área.

Por su parte, estos grupos han participado diferencialmente -a partir de sus identidades y disparidades entre hombres y mujeres, así como entre generaciones- en la construcción de esos vínculos de clase con las elites político-económicas municipales. En este proceso han continuado redefiniéndose las jerarquías entre esposos y esposas, así como han empezado a hacerlo las existentes entre padres e hijos e hijas. La modificación de ambas disparidades ha ido ampliando el debilitamiento del patriarcado rural.

En condiciones de crisis de la economía en Chicbul y Chekubul, crecientemente los miembros de los grupos domésticos han buscado opciones de ingresos tanto fuera de la agricultura como de sus propios poblados.16 Aunque en estos procesos los jefes de los grupos domésticos mayoritariamente han seguido siendo los principales proveedores económicos, las nuevas condiciones sociales han creado oportunidades diferenciales de empleo a los jóvenes solteros de ambos sexos y a las mujeres casadas jóvenes y maduras.

Estas últimas, con más limitaciones sociales para migrar que las jóvenes solteras, generalmente se han quedado a laborar en sus propias localidades en condiciones precarias; creando su propio empleo a través de la elaboración y venta de antojitos en su propio domicilio; vendiendo por catálogo productos para el hogar y el arreglo personal; dedicándose a la cría de animales de patio; haciendo "carboneras" en el monte o vendiendo frutas y hortalizas de temporada en los mercados y calles de la cabecera de Sabancuy e Isla Aguada. Sólo una exigua minoría ha podido acceder al empleo asalariado a través del trabajo de promoción social encargado por las burocracias de instituciones educativas o de salud de los tres niveles de gobierno. Otras han usado su integración a los programas de "Solidaridad", y más tarde "Progresa" y "Oportunidades", para obtener recursos complementarios para sus grupos domésticos. Finalmente, algunas también se han apoyado en las UAIM (Unidades Agro Industriales de la Mujer) o participado directamente como bases clientelares de los partidos y gobiernos municipales para acceder a programas, becas, bienes y servicios gubernamentales a cambio de sus votos. En estos espacios partidistas de participación, algunas mujeres rurales han desarrollado liderazgos políticos y, a través de la obtención de candidaturas, han ocupado cargos de representación y de gobierno local. En Chicbul y Chekubul, como en el resto de las comunidades rurales de Sabancuy, la participación partidista de las mujeres, ya sea como bases clientelares, como lideresas o como autoridades locales, ha estado estrechamente ligada a la búsqueda de beneficios económicos para sus grupos domésticos.

Aunque todavía no son mayoría en sus poblados, sobre todo, las amas de casa que han estado saliendo de sus hogares y contribuyendo al fortalecimiento de los ingresos de sus grupos domésticos a través de su autoempleo, mediante un salario o su participación clientelar en los partidos que controlan las elites municipales, han estado entrelazando de modos parcialmente nuevos sus grupos domésticos, los mercados de trabajo y los espacios político-electorales. La conquista por ellas de tiempo y espacios nuevos a costa de su permanencia en la casa ha estado redefiniendo la figura del esposo como jefe del hogar al perder éste control sobre una parte del tiempo, el movimiento y las actividades de su esposa como miembro subalterno de su grupo doméstico.

Como Amelia, de Chekubul, en la Introducción de este trabajo, y otras mujeres casadas de la zona, Fidencia San Juan (n. 1964), de Chicbul, ha ganado participación en espacios extradomésticos y se ha convertido en proveedora económica y, con ello, ha erosionado cierto control patriarcal que su esposo tenía antes sobre muchas de sus actividades: desde fines de los noventa vendía artículos por catálogo de "Jafra", "Fuler" o "fayuca" que traía periódicamente de Santa Elena, una zona de comercio libre en Belice. Ha sido durante mucho tiempo presidenta del consejo de vigilancia de la UAIM desde principios de la misma década hasta la primera del siglo XXI, presidenta de un comité seccional del PRI, vocal del programa gubernamental "Oportunidades" y precandidata a la comisaría municipal en el 2003.

Aunque estas actividades económicas y políticas extradomésticas de algunas mujeres casadas han estado provocando conflictos y rupturas con sus esposos, otros, como Rufino Tzab (n. 1953), ejidatario de Chicbul, vendedor ambulante de enseres de plástico y cónyuge de Fidencia, parecen estarse acomodando a los nuevos compromisos de sus esposas: "A partir de los años que vivas con tu esposa, tú debes de saber qué clase de mujer tienes en tu casa, y saber si confías en ella o no. Yo sé qué clase de esposa tengo, y hasta ahora he confiado en ella", me respondió Rufino cuando le pregunté qué opinaba sobre las frecuentes salidas de su esposa,17 Otros esposos, como Ramiro Fuster (n. 1948) ejidatario de Chekubul y empleado agrícola en un vivero de cocos de Sabancuy, reconocían explícitamente "la ayuda económica" de sus esposas en tiempos de crisis. Ramiro me comentaba, en el 2008, que "a pesar que la situación estaba dura", él le había dado "profesión" a cuatro de sus cinco hijos. Pero también reconocía que su esposa, quien cosía en su casa y vendía ropa, zapatos y perfumes por abono, también había ayudado en la economía de la casa. Al contrario de él -me comentaba- "muchos [esposos] todavía tienen en la cabeza la idea tonta de que sólo ellos deben de llevar la casa y no permiten que sus esposas trabajen".18

Por su parte, los jóvenes de ambos sexos también se vieron forzados a buscar opciones de ingresos fuera de sus grupos domésticos, de los trabajos agropecuarios y, sobre todo, del mismo poblado. Desde fines del siglo XX, los varones crecientemente han migrado a Ciudad del Carmen para intentar "subir a plataformas" (de Pemex), emplearse en las corporaciones transnacionales que firman contratos con la paraestatal o acomodarse en las empresas del sector servicios y comercio de la isla que se han multiplicado por influjo del auge petrolero. En esos mismos negocios comerciales y de servicios de la elite empresarial carmelita han encontrado ocupación algunas jóvenes con cierta instrucción, mientras que otras -generalmente con menores niveles de formación escolar- han empezado a irse de empleadas domésticas a Escárcega, Sabancuy o Ciudad del Carmen, y un número creciente de hombres -incluyendo a algunas mujeres- han estado participando en la experiencia de la migración a Estados Unidos.19

En la mayoría de esas ocupaciones salariales en Ciudad del Carmen, la construcción de escuelas de nivel medio en la zona, desde los ochenta, ha contribuido en la formación tanto de mano de obra asalariada con cierta instrucción, como de valores y aspiraciones de "progreso" y de movilidad social que han coadyuvado en la producción y naturalización de relaciones capitalistas desiguales20 (Dzib Can 2012, 264-265).

Esas nuevas opciones de educación, trabajo asalariado y migración empezaron a erosionar la organización patriarcal de los grupos domésticos y la autoridad generacional de los padres. En el caso de los jóvenes varones, esas nuevas rutas de formación social debilitaron sobre ellos la influencia de los patriarcas construida a partir de valores y prácticas relacionados con la jefatura del grupo doméstico y de la unidad familiar de producción, así como con el control de la residencia de los miembros del grupo.

Como Stern (1999, 448-461) encontró en Morelos de la segunda mitad del siglo XX, la formación escolar de los jóvenes, su producción de experiencias y de ingresos fuera de las rutas de autoridad y de los espacios de trabajo agrícola y residencia controlados por el patriarca, los ponían en condiciones de tomar crecientemente sus propias decisiones y a construir con autonomía sus opciones de vida, de trabajo y de emigración. En algunos grupos domésticos, los jóvenes solteros -sobre todo los que han migrado a Estados Unidos- incluso han suplantado poco a poco a sus padres como proveedores económicos principales.

Para las jóvenes solteras, las opciones de educación, migración y trabajo asalariado abrían un abanico de rutas alternativas a la vía hegemónica casi única que siguieron sus madres de "la casa, casarse y tener hijos". Los nuevos espacios de interacción que se les abrían en la escuela, los centros de trabajo y nuevos lugares de residencia las alejaban de la supervisión y control del patriarca y de la madre. Lejos de la vigilancia de padre y madre construían las experiencias y medios a través de los cuales se apoyaban para incrementar su independencia y capacidad de negociación frente al patriarca: su escolarización, sus ingresos y nuevas relaciones sociales con otras personas.

Un caso paradigmático de estas redefiniciones de jerarquías entre padres e hijos e hijas lo constituye el grupo doméstico de Grimaldo Bárcenas (n. 1938), uno de los pocos solicitantes de tierras venidos a Chicbul del norte y centro-occidente del país como "colonos", en 1965, que todavía vivían en el poblado en 2008. A diferencia de él y de su esposa, para quienes "la escuela no les hizo falta para los trabajos del campo y de la casa", sus ocho hijos (cuatro varones y cuatro mujeres) habían concluido sus estudios secundarios; tres de ellos (dos mujeres y un varón) habían terminado su bachillerato y una carrera técnica corta, y los dos últimos todavía continuaban estudiando en el 2008: Ricardo (n. 1986) estaba cursando sus estudios profesionales de licenciado en Administración de Empresas en la Universidad Autónoma del Carmen, y Violeta (n. 1989), la menor de todos, estaba estudiando la carrera técnica corta de estudios computacionales en Atasta, la otra cabecera de sección del municipio.

La escuela, como un medio que alimentaba aspiraciones de "progreso" desde los ochenta, y la crisis de la agricultura, que estrechaba las posibilidades de generación de ingresos, desde fines de los noventa, fomentaron la emigración de todos los hijos de Grimaldo como alternativa para buscar un empleo asalariado fuera del poblado. Gaby (n. 1968), la mayor de todos, primero emigró a la ciudad de Campeche, a mediados de los ochenta, para estudiar enfermería, y desde mediados de los noventa a la cabecera del municipio de Calakmul para trabajar en el Hospital de ese lugar. Vero (n. 1970) después de la secundaria estudió una carrera técnica corta en Atasta, la otra cabecera de sección del municipio, y a mediados de los noventa regresó Chicbul para emplearse en la biblioteca pública. Ignacio (n. 1973) y Miguel (n. 1981) cuando el jornal escaseó a principios del siglo XXI, migraron a Estados Unidos como lo empezaba a hacer la mayoría de los hombres jóvenes solteros y casados; no obstante, el primero regresó dos años después, se enroló en el ejército y se fue a vivir a Atasta donde es casado desde entonces. Lola (n. 1977) también migró a Calakmul a mediados de los noventa, donde su hermana mayor la acomodó en un programa de salud, pero regresó un par de años después a la casa paterna; desde entonces ha sido empleada de tiendas de abarrotes, ha vendido por su cuenta ropa por abonos, productos de "Avón" y "Fuler", y criado animales de patio para salir adelante como madre soltera. Roberto (n. 1979) después de su carrera técnica corta en Atasta, trabajó en Ciudad del Carmen en una compañía transnacional relacionada con Pemex, pero desde principios del nuevo siglo tuvo que regresar al seno paterno y a los trabajos agrícolas después de sufrir un accidente extralaboral que lo dejó incapacitado para seguir en la compañía. Y los dos últimos, como ya establecimos al final del párrafo anterior, en el 2008, todavía estaban estudiando, el penúltimo, en Ciudad del Carmen, y la última, en Atasta.21

Las trayectorias de educación, de trabajo asalariado y de migración mostraban que la mayoría de los hijos e hijas de Grimaldo se habían formado en espacios nuevos, no conocidos ni controlados por el patriarca, lejos de la casa y la parcela, espacios tradicionales donde construía su autoridad como jefe del grupo doméstico y de la fuerza de trabajo no remunerada del grupo. Las decisiones para escolarizarse, para migrar e incorporarse a empleos asalariados en Ciudad del Carmen o en Estados Unidos fueron no sólo tomadas por los propios jóvenes al margen del patriarca, sino incluso a pesar de él como en el caso de las hijas mayores cuando quisieron estudiar la secundaria como parte de las primeras generaciones a principios de los ochenta. Gaby y Vero tuvieron que luchar contra "las ideas a la antigua" de Grimaldo, quien pensaba que las mujeres "no deberían seguir perdiendo el tiempo en la escuela, si su lugar estaba en la casa". Las hijas no sólo estudiaron a pesar de la oposición del padre, sino que tres de ellas migraron para poder hacerlo y dos han hecho su vida conyugal en contra de Grimaldo y de su esposa, escogiendo cónyuge y una forma no tradicional de iniciar su vida en pareja: la unión libre. En cuanto a los varones, ninguno de ellos sintió atractivo por la tierra, ámbito de influencia del patriarca. Sólo uno de ellos regresó a la casa y a los trabajos agrícolas, pero no por predilección, sino por un accidente extralaboral que lo dejó imposibilitado para competir por un empleo asalariado urbano. Pero Grimaldo, aunque sigue siendo el patriarca, en condiciones de crisis de la agricultura en la zona ha sido suplantado en una de las funciones centrales que lo habían instituido tradicionalmente como jefe del grupo doméstico: en su papel de proveedor fundamental por las remesas de su hijo que vive en Estados Unidos. Cómo esta nueva condición económica y social ha redefinido las nociones ideológicas en torno a la jefatura del grupo doméstico, es un tema fuera del alcance de este artículo.

Las actividades extradomésticas de algunas amas de casa y la formación creciente de jóvenes de ambos sexos fuera de los espacios de control y autoridad de los patriarcas, generalmente, implicaron disputas en torno a valores y a desigualdades entre hombres y mujeres, entre esposos y esposas, y entre padres e hijos. Valores tradicionales que, en las nuevas condiciones sociales, a algunos miembros subalternos de los grupos domésticos empezaban a dejarles de parecer "naturales". Si bien, los conflictos más intensos se desarrollaron entre los patriarcas y las mujeres solteras y casadas de distintas generaciones, también hubo enfrentamientos entre madres e hijas, o entre suegras y nueras, cuando las mujeres más jóvenes querían salir a la calle en busca de ingresos complementarios para el grupo doméstico.

Al intentar insertarse en los espacios extradomésticos en formación, a costa de sus tiempos de permanencia en la casa y sus responsabilidades domésticas, algunas mujeres solteras y casadas, jóvenes y adultas, empezaron a cuestionar sus disparidades frente a los hombres que limitaban su participación en dichos espacios; en esas pugnas comenzaron a producir discursos sobre sus derechos a ir a la escuela para "progresar", a generar ingresos para "ayudar" en la casa, a tener las mismas capacidades (físicas y mentales) para participar en "política" y ocupar cargos de gobierno local mediante los cuales también podían obtener beneficios para los suyos. Sin embargo, comenzaron a hacer esos cuestionamientos manteniendo intocados otros aspectos de sus relaciones de género, que hasta entonces les pasaban desapercibidos para ellas o habían sido escasamente cuestionados, no obstante que seguían siendo mecanismos claves generadores cotidianos de desigualdades entre hombres y mujeres, así como entre padres e hijos: "la jefatura masculina" del grupo doméstico y la división por género del trabajo en el hogar.

Estos mecanismos sociales en los que se han objetivado valores y desigualdades entre hombres y mujeres, así como entre padres e hijos, continúan produciendo identidades y disparidades de género dentro y fuera de los grupos domésticos, al masculinizar y feminizar a los sujetos sociales; es decir, continúan produciendo un orden que sigue estando inscrito en el atuendo, las prácticas, los valores y las cosas. Los resultados han sido redefiniciones de las disparidades sociales entre hombres y mujeres en cuanto a las participaciones de estas últimas en la escuela media y superior, el mercado de trabajo, la política partidista y la ocupación de cargos de gobierno y representación política, entrelazadas con permanencias de desigualdades en la división doméstica del trabajo y el mantenimiento por los varones de la jefatura del grupo doméstico.

Hemos visto que Amelia Moreno tenía, desde fines de los noventa, varios compromisos salariales y de servicios comunitarios, pero me aclaraba que para poder cumplirlos tenía que realizar "sus quehaceres" por la noche. Fidencia San Juan me comentaba enfáticamente que ella sale a realizar sus gestiones partidistas o el cobro de sus abonos aunque su esposo no esté en la casa. Pero que cuando sale, ella ya hizo todos los trabajos de la casa y ya le dejó ropa limpia y comida a su esposo para que sus hijas "lo atiendan". Elvira Mendoza (n. 1963), presidenta del consejo de administración de la UAIM desde hace más de 20 años y única regidora de Chicbul por el PRI a la junta municipal de Sabancuy en 2000-2003, me decía que ella "siempre le ha dado su lugar a su esposo como 'el hombre' [jefe] de la casa para no tener problemas con él y poder contar con su apoyo para cumplir con sus compromisos en la política".22

En el caso de los y las jóvenes, aunque crecientemente han ganado control sobre decisiones y acciones relacionadas con su educación, trabajo y lugar de residencia en detrimento de la autoridad de los patriarcas, ello no ha borrado el respeto o la deferencia hacia éstos como padres y jefes de sus grupos domésticos. Con Stern (1999, 458-459), sin embargo, argumento que tal respeto cada vez es más simbólico en virtud de su divorcio creciente de la autoridad real de los patriarcas durante la juventud de los hijos.

Asimismo, aunque algunas mujeres casadas crecientemente se estén constituyendo en proveedoras económicas ganándole tiempo y espacio a sus trabajos domésticos, o estén desarrollando participaciones importantes en las luchas político-electorales por los gobiernos municipales locales disputando posiciones de tú a tú con los hombres en este ámbito, en esos mismos espacios se puede arribar a nuevas inequidades (por ejemplo, las emergentes entre lideresas y sus bases clientelares), así como, en otros, persistir disparidades entre hombres, entre mujeres, entre hombres y mujeres, y entre generaciones. En virtud del mantenimiento mayoritariamente incuestionado de la jefatura del hogar y la división por género y entre generaciones del trabajo doméstico, se han mantenido las desigualdades de jerarquía y de responsabilidades tanto entre esposo y esposa, como entre madres e hijas, y padres e hijos. Debido a estas disparidades, las participaciones de madres e hijas, o suegras y nueras, en los espacios extradomésticos emergentes han sido diferenciales no sólo entre ellas mismas, sino también desiguales frente a las participaciones más amplias o las resistencias de los varones de sus grupos domésticos y de fuera. De igual modo, la carga de trabajo en el hogar no se ha repartido por igual entre hombres y mujeres; por el contrario, estás últimas han incrementado sus tareas al sumar a sus compromisos económicos o partidistas extradomésticos, las ocupa ciones cotidianas del hogar.

Cambios y continuidades en las relaciones de género, generaciones y clases

Adicionalmente, la producción de jerarquías entre hombres y mujeres, como entre padres e hijos, también se ha reforzado con su producción imbricada con relaciones entre clases sociales. La formación de relaciones capitalistas en la zona, variable en diferentes etapas históricas, ha creado condiciones tanto para el reforzamiento (entre los cuarenta y mediados de los noventa) como para la erosión (de mediados de los noventa en adelante) del patriarcado rural. Esto ha implicado un proceso recíproco: las relaciones capitalistas han sido estructuradas a partir de las identidades y disparidades cambiantes entre hombres y mujeres de distintas generaciones. Es decir, las identidades y jerarquías que se han seguido produciendo tanto entre hombres y mujeres, como entre padres e hijos, históricamente han influido en los modos desiguales en que los miembros de los grupos domésticos se han vinculado con los grupos que han controlado los mercados de trabajo, de consumo y de productos agropecuarios en la zona: los empresarios del chicle y la madera, así como los comerciantes y propietarios de Sabancuy, en los cuarenta y cincuenta; las burocracias del gobierno federal, entre mediados de los sesenta y mediados de los noventa, y la elite político-empresarial de la cabecera del municipio de Carmen, de fines del siglo XX a principios del XXI.

No sólo en las primeras dos etapas históricas mencionadas, en condiciones de fortalecimiento de la autoridad de los patriarcas, se produjeron disparidades de género y entre generaciones en los vínculos de los grupos rurales con otras clases sociales. A pesar del desdibujamiento parcial de dicha autoridad por las articulaciones de fines y principios de siglo de las esposas y los hijos jóvenes de ambos sexos con dichas clases, se han seguido manteniendo las desigualdades entre hombres y mujeres, entre hombres y entre mujeres (de distintas generaciones) en la construcción de esos vínculos de clase. Las jóvenes solteras han tenido mayores oportunidades que las adultas y casadas para migrar y conseguir un empleo asalariado en Ciudad del Carmen y otras ciudades regionales mayores; de modo similar, los jóvenes solteros y casados no sólo han desplegado mayores facilidades sociales que las mujeres para migrar y acceder a dicho mercado de trabajo, sino generalmente también han ocupado los empleos mejor remunerados. Estas mejores posiciones económicas, a su vez, en el caso de los varones casados, ha reforzado su estatus de proveedores fundamentales y jefes de sus grupos domésticos.

Bourdieu (2007, 112-116) ha llegado a conclusiones similares en su análisis de las relaciones de género entre la sociedad cabileña mediterránea de los sesenta. Él reconoce que aunque los cambios más notables en las relaciones entre hombres y mujeres han sido impulsados por la escolarización creciente de estas últimas y su avance en el mercado de trabajo, "estos cambios visibles de las condiciones [de las mujeres] ocultan unas permanencias en sus posiciones relativas [de desigualdad]". Sostiene que la distribución de hombres y mujeres en las profesiones y en las ocupaciones han seguido manteniendo las distinciones de género entre ellos. Mientras las mujeres están muy representadas en las carreras tradicionalmente consideradas más femeninas y poco calificadas como las administrativas, comerciales, secretariado y asistencia sanitaria, casi no tienen presencia en profesiones socialmente consideradas masculinas como mecánica, electricidad y electrónica. Algo análogo ha observado en el mercado de trabajo. Las ocupaciones mayoritarias de las mujeres se sitúan entre las posiciones subalternas y los mandos medios en actividades de asistencia, servicio y cuadros administrativos y técnicos, pero permanecen mayoritariamente excluidas de los puestos superiores de mando, responsabilidad y tomas de decisiones en la economía, las finanzas y la política.23

Reflexiones finales

En el trabajo he mostrado que las jerarquías de género, generación y clase se han producido mutuamente en Chicbul y Chekubul en el marco de procesos políticos y económicos incesantes que han conectado a las localidades con otros grupos y espacios translocales. Mostré que el debilitamiento o reforzamiento del patriarcado en dichas localidades ha sido sensible a procesos de formación de relaciones de clase no sólo entre los grupos rurales y empresarios regionales, sino también entre los primeros y las burocracias del estado de bienestar. Recíprocamente, que los cambios en las relaciones entre esposos y esposas, o entre padres e hijos, han constituido formas en que los grupos rurales se han articulado desigualmente en relaciones de clase con grupos locales y no locales. Es decir -en el caso de sus vínculos con estos últimos- que el mejoramiento de las posiciones de algunas esposas y de hijos de ambos sexos frente a los patriarcas rurales desde fines del siglo XX, han constituido la otra cara de sus inserciones en nuevas relaciones de subordinación de clase frente a los empresarios y grupos políticos de la cabecera municipal. El reposicionamiento de esposas y de hijos e hijas en un espacio, ha sido a costa de su subordinación en otro. En este sentido, argumento que si enfocamos la producción imbricada de varios ejes de disparidades sociales comprenderemos, por un lado, el carácter contradictorio de las relaciones de género, en particular, y de las relaciones sociales, en general; y, por otro, que no es posible pensar o buscar cambios absolutos en un solo eje de disparidades, dejando intactos los demás.

Asimismo, los cambios en las relaciones entre hombres y mujeres, así como entre hombres y entre mujeres de diferentes edades, nunca han sido absolutos, totales. En el trabajo mostré cómo en sus vidas cotidianas, las esposas rurales y los jóvenes solteros de ambos sexos, de Chicbul y Chekubul, jamás han tenido un plan revolucionario maestro para cuestionar y transformar totalmente el conjunto de sus desigualdades de género, generación y clase. Usualmente han impugnado algunas de sus disparidades entre ellos, mientras han dejado sin cuestionar otras. Las jóvenes solteras, por ejemplo, han luchado por sus accesos a la educación escolarizada media y superior para poder "progresar"; algunas solteras y casadas, por generar ingresos para "ayudar" en el sostenimiento de la casa, y algunas esposas maduras por participar en "la política" y ocupar cargos de gobierno local, como los varones. Pero mayoritariamente, tanto jóvenes como adultas, solteras o casadas, madres o hijas, han seguido viendo los trabajos domésticos como ocupaciones propias de su sexo, lo mismo que las esposas y los hijos de ambos sexos han seguido respetando a los padres y esposos como jefes de la casa. Inadvertidamente para ellos (madres, esposas, hijos e hijas), tales mecanismos (la división doméstica del trabajo y la jefatura masculina del hogar, junto con sus valores y prácticas consustanciales) han seguido produciendo identidades y disparidades de género y entre generaciones, es decir, jerarquías, entre hombres y mujeres, entre hombres y entre mujeres.

Dicha persistencia de la producción de identidades y disparidades entre hombres y mujeres incluso ha condicionado la dirección de los cambios entre ellos, es decir, el rumbo del propio mejoramiento de las posiciones de las mujeres en varios espacios sociales. La incursión de ellas en la escuela media y superior, en el mercado laboral y en la política se ha realizado no sólo preservando sus disparidades entre sí mismas y frente a los varones, sino incluso incrementándolas por su entrecruce con la ideología y la práctica de la competencia capitalista por el acceso a ingresos, puestos y prestigio en dichos espacios (cfr. Bourdieu 2007, 112-117). Es decir, tenemos que empezarnos a acostumbrar que cambios y continuidades sean aspectos indisociables de las dinámicas sociales en un mundo complejo en el que también coexisten desigualdades que se cuestionan, con otras que pasan inadvertidas o son menos impugnadas, y hasta reforzadas por su entrecruce con otros ejes de disparidades sociales.

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1Todos los nombres consignados en este trabajo son seudónimos para conservar en el anonimato la identidad de los informantes.

2Entrevista de Erika Blanco, en adelante EB, a Amelia Moreno (n. 1969) en Chekubul, 27 de agosto de 2008.

3En esta noción de relaciones de poder me apoyo en Foucault (1991 [1981] 13, 18; 1988, 239) quien las define como la estructuración de vínculos y oposiciones tácticos entre individuos o grupos orientados a producir las acciones y representaciones de unos por otros.

4Las secciones municipales son demarcaciones territoriales y administrativas intermedias entre las localidades y el municipio, que cuentan con un órgano de gobierno denominado junta municipal (Artículo 23, Fracción i, de la Ley Orgánica de los Municipios del Estado de Campeche: http://www.ordenjuridico.gob.mx/Estatal/CAMPECHE/Municipios/APGLey2.pdf [Consulta realizada el 13/febrero/2013]).

5Esos dos órganos de gobierno local expresaban el traslape de jurisdicciones de diferentes niveles de gobierno sobre la misma población y parte del mismo territorio, en torno a diferentes asuntos: el monopolio del gobierno federal sobre la cuestión agraria, y la administración del orden público y la dotación de servicios y obras a las localidades por parte del ayuntamiento, a través de las agencias municipales (Dzib Can 2012, 143-144). Sin embargo, la presencia de las burocracias de los tres niveles de gobierno todavía no se consolidaba en la zona en esos años, entre otras razones, debido a: 1) la escasa población en el área (por esta razón en Chicbul no se había podido constituir el ejido); 2) la inexistencia de caminos pavimentados en una zona parcialmente selvática y pantanosa; y, sobre todo, 3) debido a los limitados recursos económicos de los gobiernos estatales y municipales que impedían su intervención administrativa en obras o servicios en los poblados de su jurisdicción (Idem, 88-95).

6En virtud de que durante la fecha de la entrevista su esposa ya había fallecido, la información de este párrafo y del anterior me la proporcionó el propio Adelfo Paul en una de las largas charlas que sostuve con él bajo la sombra de un cocotero de su solar; Chicbul, 12 de marzo de 2009. Sin embargo, de acuerdo a la información procedente de entrevistas a mujeres de la primera generación de habitantes de Chekubul, las ocupaciones domésticas femeninas son muy similares en ambos poblados.

7Varios procesos fueron modificando la organización de la industria chiclera desde su declinación al finalizar la segunda guerra mundial: a) el retiro, desde 1947, de las transnacionales del chicle que financiaban la explotación; b) el proceso de formación de ejidos en las selvas del sur desde esos años y, finalmente; c) el traslado gubernamental, a partir de 1962, de los permisos de explotación de los contratistas privados a los ejidatarios. Sin embargo, desde el surgimiento de los ejidos en los cuarenta, los ejidatarios empezaron a tener la alternativa de enrolarse como asalariados de los contratistas privados o recolectar su propia resina para vendérsela a estos mismos (Dzib Can 2000, 83-86).

8El modelo de un Estado intervencionista, con amplia injerencia en la economía, por contraste al Estado liberal porfirista y neoliberal de los ochenta, fue favorecido por la propia Constitución de 1917 que definió un régimen presidencialista -con un ejecutivo fuerte- y una economía de orientación nacionalista. Ambos ejes se combinaron en varios artículos, particularmente en el 27, el 123 y el 28 y su ley reglamentaria, para entregar a la nación la propiedad de la tierra y sus recursos naturales; facultar al Estado para organizar el reparto agrario; intervenir en la regulación de las relaciones entre el capital y el trabajo; desarrollar infraestructura para la producción e incluso ser empresario en algunas actividades económicas (Delgado 2008, 75; Castellanos s.f, 76-79; Warman 2004, 143-167).

9Debido a la intensa explotación forestal (chiclera y maderera) de las décadas de predominio de las transnacionales chicleras (1900-1950), la industria maderera impulsada por el gobierno del estado en los cincuenta nació limitada. Desde el inicio de esta última década, la Secretaría de Agricultura y Ganadería fijó un tope sobre el volumen de explotación de maderas preciosas, que iría descendiendo gradualmente hasta un nivel que no atentara contra la conservación de la selva. Adicionalmente, tampoco se crearon programas federales ni se canalizaron recursos para impulsar dicha actividad (Uc Valencia 2003, 241).

10En 1959 se inauguró el viaducto sobre el estero que enlazó la cabecera de Sabancuy con la carretera costera Champotón-Isla Aguada, inaugurada en 1960 (Informes de Gobierno de Trueba Urbina, 1960 y 1961). En Isla Aguada el medio de transporte para comunicarse con Ciudad del Carmen era un transbordador que atravesaba un brazo del Golfo de México. Dicho transbordador fue sustituido por el puente "Unidad y Trabajo" construido en la primera mitad de los ochenta.

11Entrevista del autor a Antonio Novelo Lara (n. 1958), realizada en su domicilio en Sabancuy, 27 de noviembre de 2008.

12Entrevista con Adelfo Paul, Chicbul, 12 de marzo de 2009.

13Tribuna de Campeche, 29 de marzo de 2006, p. 1. Periódico campechano de mayor circulación en la entidad propiedad de la familia político-empresarial de los Arceo Corcuera, proclive al gobierno priista del estado.

14Escuchamos versiones sobre el conflicto de parte de los dos bandos en pugna: del tesorero de la agrupación, avecindado en Chekubul, quien fue destituido del cargo y expulsado de la agrupación en 2007, y de la presidenta de la Unidad Agrícola e Industrial de la Mujer (UAIM) de Chicbul, quien era partidaria de Cecilio Aguirre, el presidente de la agrupación desde su fundación en 1997.

15Entre las medidas legislativas y el diseño de instrumentos de políticas públicas más importantes para el logro de ese objeto han estado las reformas al artículo 115 constitucional de 1983 y 1999, que han impulsado las atribuciones de los ayuntamientos en la gestión del desarrollo regional y la provisión de bienes y servicios públicos a las localidades bajo su jurisdicción; el diseño en 1997 del Programa para un Nuevo Federalismo que integró 27 de 32 programas federales de mediano plazo que contemplaban la redistribución de responsabilidades y recursos a estados y municipios; las modificaciones sucesivas al Sistema Nacional de Coordinación Fiscal para transferir crecientemente potestades tributarias a las administraciones estatales y municipales; y las reformas a la Ley de Coordinación Fiscal mediante las cuales se han regulado los Ramos 26, 28 y 33 que han establecido fondos presupuestales para entidades y municipios (Arroyo García 2003, 58-63, 67-68).

16En una encuesta de hogares levantada en Chicbul, Chekubul y Plan de Ayala, entre mayo y agosto de 2008, encontré un proceso de diversificación de las fuentes de ingresos de los grupos domésticos al menos en tres sentidos. En primer lugar, aunque éstos seguían teniendo como base la agricultura -ya sea con sus jefes de familia como ejidatarios o jornaleros- crecientemente estaban combinando esta actividad con otras como el comercio, la construcción, los servicios y la migración regional e internacional; es decir, mientras sólo en 23 % de los hogares dijeron vivir exclusivamente de la agricultura, en el resto (77 %) combinaban esta actividad con otras de las mencionadas. En segundo lugar, crecientemente un mayor número de miembros del grupo doméstico se sumaba a los esfuerzos económicos del grupo con un ingreso adicional; en la encuesta encontramos que 75 % de los hogares tenían entre dos y cuatro miembros aportando ingresos económicos y, en tercer lugar, las mujeres se estaban convirtiendo en actores re levantes en esta dinámica al participar activamente en el mercado laboral, pues la mitad de los hogares encuestados reportaba que al menos una mujer aportaba ingresos (Encuesta de hogares levantada en 44 viviendas de las localidades de Chicbul, Chekubul y Plan de Ayala en las fechas mencionadas).

17Entrevista del autor a Rufino Tzab, ejidatario maya de Chicbul, 19 de noviembre de 2009.

18Entrevista del autor a Ramiro Fuster (n. 1948) en la comisaría ejidal de Chekubul, 12 de agosto de 2008.

19Información procedente de observaciones in situ y de diálogos informales con varios informantes en mis temporadas de campo 2003 y 2008.

20Las escuelas de nivel medio en la zona fueron construidas en Chicbul desde 1980, la secundaria, y en 1994 el Colegio de Bachilleres (http://www.cobacam.edu.mx/web2007/planteles/10chicbul.html Consulta realizada el 18/enero/2011)

21Encuesta de Hogar aplicada al grupo doméstico de Grimaldo en Chicbul, 11 de septiembre de 2008.

22Entrevista de EB a Elvira Mendoza (n. 1963) en su domicilio en Chicbul, 8 de octubre de 2008.

23Subrayado en el texto original.

Recibido: 06 de Junio de 2013; Revisado: 12 de Noviembre de 2013; Aprobado: 13 de Enero de 2014

Ubaldo Dzib Can. Profesor de tiempo completo en el Centro de Investigaciones Históricas y Sociales (CIHS) de la Universidad Autónoma de Campeche y doctor en Ciencias Sociales por El Colegio de Michoacán. Ganador del certamen nacional de investigación "Premio Estudios Agrarios 2003". Entre su producción más importante estánlos libros PRI, Élites y Fresas, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2007; Género y Políticas Públicas, Campeche, Comité del Bicentenario, 2010 y su colaboración en el tomo de la Enciclopedia Histórica de Campeche titulado De la revolución a la época moderna. 1911-1961, México, Miguel Ángel Porrúa, 2000. Actualmente investiga procesos de institucionalización de relaciones de poder y formación del estado en una comunidad pesquera de Campeche.

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