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Investigación bibliotecológica

versión On-line ISSN 2448-8321versión impresa ISSN 0187-358X

Investig. bibl vol.22 no.45 Ciudad de México may./ago. 2008

 

Reseñas

 

XXV años del Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas: Testimonios.

 

por Miguel Ángel Castro Medina

 

Publicación conmemorativa de los 25 años del Centro, 1981–2006, : México : CUIB/ UNAM, 2007. 245 p.

 

La perseverancia y los afanes. Materiales para la historia del CUIB

Encontramos en el libro XXV años del Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas. Testimonios, los elementos suficientes para hacer los planos que le permitirán a un historiador de las instituciones educativas y universitarias levantar la obra que dé cuenta del origen y el devenir del CUIB porque, a mi juicio, estos testimonios contienen el material necesario para comenzar a construir su historia formal. Con lo cual contribuyen a la crónica y a la historia de nuestra Universidad. Le ayudan, en otras palabras, a la doctora Clementina Díaz y de Ovando, cronista oficial de nuestra casa de estudios, y al Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación.

Raúl Domínguez Martínez publicó a fines del año pasado el libro Panorama general de la investigación en institutos y centros de humanidades de la Universidad Nacional durante el siglo XX, en el cual reseña y comenta el proceso de constitución de las entidades dedicadas a la investigación en humanidades. Domínguez considera que durante la primera mitad del siglo pasado, hasta el establecimiento de la Ley Orgánica de 1945, y todavía tres décadas después, dicho proceso de creación se vio

(...)supeditado a posibilidades reales, condicionadas por una extrema insuficiencia de recursos, no intelectuales pero sí humanos y materiales, por completo al margen de un plan o programa de desarrollo prefigurado, sin objetivos definidos con anterioridad y orientados de acuerdo con el muy general postulado que se señala en el artículo primero de la Ley Orgánica, relativo a la atención preferencial de los problemas nacionales.

Añade que por ello los institutos y centros se fueron creando a partir de "posibilidades efectivas", más que para atender a un orden de "prioridades definidas".1 En efecto, la Universidad daba respuesta a la necesidad de elaborar y producir conocimientos propios para atender los problemas de la sociedad como podía, y así, a lo largo de la centuria, fue integrando la investigación científica y humanística a su misión docente y de formación de profesionales.

La década de los años setenta fue para la Universidad y la educación superior, de acuerdo con el autor, un periodo de reacomodos muy importantes, derivados, en parte, de los sucesos del 68. En lo externo fueron creados el CONA–CyT, la Universidad Autónoma Metropolitana y el Colegio de Bachilleres; en lo interno, para regular el crecimiento de la Universidad, se definió una política de admisión, que debía responder a los egresados del recién creado Colegio de Ciencias y Humanidades, y se aprobó el Programa de Descentralización de Estudios Profesionales en 1974. De esta manera ese año apareció la unidad de Cuautitlán, al siguiente las de Acatlán e Iztacala, y en 1976 las de Aragón y Zaragoza. Estas Escuelas Nacionales de Estudios Profesionales desarrollarían investigación por medio de programas departamentales diseñados para apoyar las carreras impartidas en cada escuela. La investigación recibió un impulso considerable:

En la universidad —afirmaba el rector Soberón— han sido identificados tres factores limitantes para el desarrollo de la investigación: espacio, recursos humanos y disponibilidad para los gastos de operación de los programas. Para superar estos factores limitantes se requiere ampliar los espacios destinados a las tareas de investigación y desarrollar recursos humanos y materiales para la investigación científica y tecnológica, con lo cual la universidad esté en posibilidad de coadyuvar, cada vez más, a la solución de problemas de interés nacional.2

El rector ya no concebía a la educación superior sin apoyo en la investigación, la enseñanza en la Universidad que no estuviera vinculada a la investigación era anacrónica. Llegaron los tiempos que Domínguez denomina de expansión universitaria, escenario de crisis y periodo de austeridad.3 Contexto de adversidades en el cual, y como lo muestran los testimonios que hoy presentamos, comenzó a funcionar el Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas en enero de 1982.

Testimonios que, como las memorias, los diarios y la prensa, según sugiere Álvaro Matute, son documentos parahistoriográficos, es decir, muy útiles para la Historia pero no la constituyen. A mi modo de ver, qué bueno que así sea, porque son testimonios que lindan entonces con la literatura y recrean la parte sentimental de los individuos, la experiencia humana con toda la subjetividad que la hace única y digna de ser compartida. No es, pues, poca cosa lo que nos ofrece el libro que tengo el privilegio de comentar en esta ocasión: impresiones, imágenes, reflexiones, recuerdos e ideas orientados a

(...) reflejar la conciencia del compromiso individual y colectivo de hacer frente al reto de conformar un Centro de vanguardia especializado en la investigación bibliotecológica

según asienta en la presentación el doctor Filiberto Felipe Martínez, coordinador de la obra y su actual director. En otras palabras, se trata de testimonios de personas que participaron activamente en el nacimiento y desarrollo del Centro y que, por lo tanto, tienen gratos recuerdos. Lo cual no quiere decir que no hayan pasado malos ratos, desde luego, pero todos sabemos que, en general, los problemas, una vez procesados o superados, se olvidan o quedan en la memoria como batallas ganadas. Y qué bueno que así sea, insisto, porque se trata de una publicación que invita a celebrar un cuarto de siglo de trabajo académico, de investigación y producción intelectual. El método de trabajo escogido para recoger y conducir estos testimonios fue el de la entrevista, de las preguntas dirigidas a obtener datos e información que confirmen lo que, tal vez, todos sabían de antemano, que se ha trabajado con empeño y en aras de un objetivo compartido. Confiesa la estrategia el coordinador del trabajo:

Uno de los denominadores comunes que se observan en los testimonios aquí reunidos es la entrega a una causa común, coadyuvar a la profundización del conocimiento y la investigación bibliotecológica.

El tono conversacional de las entrevistas, que Zuemi A. Solís y Rive–ro, Ayesha Esther Ávila Dávalos y Zindy E. Rodríguez Tamayo realizaron de forma inteligente con una batería de preguntas bien planeada, permite al lector dialogar con los directores y algunos miembros del Centro de modo tal que uno siente que los tiene en frente, sus respuestas conservan su personalidad, y quien ha tenido la suerte de conocerlos, a todos o a algunos de ellos, puede sin dificultad identificar sus frases y las particularidades de su discurso oral así como su trato, siempre fino, afable y comedido. El descubrimiento de la vocación académica o la aparición del interés por los libros y la bibliotecología de los directores e investigadores fundadores, por ejemplo, nos permiten tener un momento de intimidad o acercamiento:

Cuando terminé mis estudios —cuenta Adolfo Rodríguez Gallardo— me fui un año a Michoacán y al regresar a la ciudad de México me empleé como profesor en la Escuela Nacional Preparatoria número 5; ahí estaba cuando apareció una convocatoria para obtener una beca en el extranjero de la Dirección General de Bibliotecas de la UNAM —recién creada como tal— a cargo del doctor Armando Sandoval. La convocatoria era para estudiar la maestría en Bibliotecología en Estados Unidos y como yo pensaba que era un campo en donde la Historia o los historiadores trabajaban, me inscribí, sin conocer en realidad qué era la Bibliotecología (p. 5).

El paso de San Ildefonso a la Torre de Humanidades II fue un momento de transición que le permitió al Centro dar un salto cualitativo importante, no obstante que los recuerdos de quienes trabajaron en el viejo edificio revelan tanto las dificultades que tenían por estar alejados de la administración central como el sabor de los primeros pasos de la aventura. Refiere Adolfo Rodríguez Gallardo que

En realidad el CUIB era un centrito, éramos seis u ocho investigadores, y unos cuantos técnicos académicos, estábamos en el segundo nivel de los patios centrales en San Ildefonso, bellísimo, un lugar privilegiado porque afuera hay un ruido espantoso pero adentro no se oye nada. Entonces el lugar era como un convento, un monasterio (p. 14).

La convivencia era tan cercana que llegaba a lo familiar, por eso no es de extrañar que, como recuerda Estela Morales, los niños (los hijos de los investigadores) y los adultos se pusieran a jugar en los pasillos que tenían declives, y que todos se divirtieran con los fantasmas de monjes y verdugos de tiempos de la Inquisición que poblaban el recinto (p. 54).

Estos y otros recuerdos de algunos de los protagonistas de la historia del Centro nos permiten afirmar que se trata de un libro que destaca valores esenciales de la vida académica: perseverancia, rigor, constancia, estudio, compromiso, responsabilidad, actitud crítica, tolerancia y espíritu de formación. Por eso es una obra muy útil, sin temor a exagerar, es un libro que deberían leer todos los interesados en la vida académica de la Universidad, en el desarrollo institucional, en la investigación y en la docencia en humanidades, porque si bien los testimonios se refieren al terreno de la bibliotecología, son experiencias que enseñan y que por ende permiten aprender. El camino de consolidación de la planta académica, por ejemplo, ha exigido la entrega y el compromiso de la comunidad con sus directores, tal como lo refieren todos ellos:

(..) el CUIB se formó con gente sin formación en investigación —recuerda Estela Morales— prácticamente, la mayoría de la masa crítica tenía una licenciatura y para la investigación se requería el doctorado. Han pasado muchos años y ahora el CUIB tiene una plantilla de doctores, pero para que eso se lograra, todos esos licenciados tuvieron que entusiasmarse para hacer una maestría. Precisamente, en la consolidación del CUIB, lo que teníamos que hacer primero era subir los niveles académicos, que todas esas personas hicieran la maestría y luego se titularan, que obtuvieran el grado de maestros. Además, el programa editorial, el de docencia, todos los eventos que hacíamos, eran muy importantes (p. 55).

Este proceso de consolidación se ha logrado gracias a la continuidad de los proyectos y las estrategias de crecimiento fundamentales que los directores del Centro han sabido identificar para que, como podemos observar, cada uno de ellos hiciera, dentro de ese plan de desarrollo de largo plazo, modificaciones, proyectos, adecuaciones y propuestas académicas y administrativas ante los cambios en la Universidad y ante las nuevas situaciones del entorno político, social, económico y cultural del país y del mundo. Conocemos los pormenores sobre las dificultades que tuvieron que enfrentar para resolver la obtención del doctorado en Bibliotecología porque no existía en México ni en toda América Latina. Tuvieron que recurrir a la Escuela de Biblioteconomía y Documentación de la Universidad Complutense de Madrid para que, después de realizar una serie de trámites muy complicados, se pudiera echar a andar el programa de doctorado entre esa casa de estudios y la Universidad. La continuidad y la actualización, según los testimonios de quienes han dirigido el Centro, han funcionado como ejes de su desarrollo:

Otra acción —destaca Elsa Ramírez Leyva— fue reestructurar las áreas de investigación porque cada proyecto era una línea, la idea era, entonces, identificar y hacer patentes las áreas propias, cuál era nuestra frontera con otras disciplinas; teníamos que delimitar la especificidad de la nuestra, con ese afán se reestructuraron las líneas de investigación, recuerdo que fue un proceso muy interesante porque participaron todos los investigadores del CUIB; nos reuníamos cada semana para trabajar (..) aprendimos a trabajar en grupo, a ceder cosas, a comprender a los demás; al final, si bien no quedamos cien por ciento satisfechos, logramos reorganizar los dieciocho temas en cinco áreas (p. 71–72).

Martha Añorve ilustra la forma en la cual los temas de investigación se diversificaron, al referir cómo surgió su interés por la historia de la Bibliotecología y los bibliotecarios en México y cómo ha logrado impactar con sus trabajos a colegas y alumnos de la carrera, pues favorecen la identificación de personajes como Juana Manrique de Lara, María Teresa Chávez Campomanes y Juan. B. Iguíniz. Roberto Garduño Vera describe la integración del grupo de trabajo que desarrolló el proyecto LIBRUNAM, impulsado por la Dirección General de Bibliotecas, y cómo vinculó el conocimiento adquirido en este proyecto sobre el formato MARC para ocuparse del Control Bibliográfico Universal. Ofelia Solís, junto con otros colegas suyos, impulsó el área de Organización bibliográfica, como resultado de su trabajo sobre las Reglas de Catalogación Angloamericanas. Maria Trinidad Haza se interesó por los problemas de la lectura y su promoción entre grupos vulnerables.

Las entrevistas de Edgardo Ruiz Velasco, Pilar Rodríguez Ramos, Concepción Barquet Téllez y Zuemi Solís Rivero, Jefes de los Departamentos de Cómputo, Publicaciones, Biblioteca y Difusión, respectivamente, aportan, además de sus experiencias personales, datos e información que permiten observar el engranaje que han tenido estas áreas para apoyar las funciones del Centro.

Cierran el volumen los testimonios de una técnica académica Emma Norma Romero Tejeda, y tres becarios procedentes del extranjero, Saray Córdoba González, de Costa Rica, Octavio Castillo Sánchez, de Panamá, y Francisco Herranz Navarra, de España.

Consideré, al principio de esta presentación, que estos testimonios servirán para escribir la historia del Centro, sin embargo debo añadir que también muestran el camino por el cual avanza, la forma en la cual sus integrantes trabajan y las metas que persiguen a corto y largo plazo para hacer frente a los retos que tienen. Para Margarita Almada, por ejemplo, es importante

(...) obtener reconocimiento no solamente entre sus pares, sino también en otros campos de investigación, dado que su tema central —la información— desde las perspectivas de su adquisición, organización y transferencia, acceso y recuperación, tiene importancia en todos los sectores de la sociedad.

Con toda seguridad los investigadores del Centro comparten este punto de vista por lo cual, me parece que su testimonio hubiera enriquecido la obra y además confirmado la forma en la cual todos ellos y su actual director persiguen un objetivo de mayor alcance:

En el segundo periodo de mi gestión —advierte Filiberto Felipe Martínez—, el que inicié en 2005, una de mis mayores expectativas era (y es) incrementar la presencia internacional del Centro a través de un mayor número de participaciones de los investigadores en publicaciones de carácter internacional. Asimismo, dar los pasos necesarios para convertirnos en Instituto. Esta es una de mis principales metas hacia el año 2009. No sé si lo vaya a lograr, pero considero que los pasos se tienen que empezar a dar. La conversión del Centro a Instituto sería la mejor forma de consolidarlos esfuerzos que se han hecho durante veinticinco años de su existencia para lograr un desarrollo integral (p. 86).

Origen y destino del CUIB podía ser el subtítulo del libro. Y ya que se refiere a los afanes y los días de un centro de investigación en Humanidades no podía dejar de ser una obra muy humana, que ofrece el sesgo de la cotidianidad, de la convivencia, donde se mezclan las preocupaciones personales con las obligaciones contraídas. Se trata, en conclusión, de un libro que expresa el orgullo, la emoción y el devenir de un Centro que ha ganado sus 25 primeras batallas, por lo cual todos aquellos que han participado en ellas ya pueden presumirse como triunfadores. Y que mejor que sean héroes que amen los libros y el conocimiento.

Conferencia dictada por Miguel Ángel Castro Medina (Instituto de Investigaciones Bibliográficas/UNAM) durante la presentación de Testimonios el 1 de marzo de 2008, en el marco de la XXIX Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.

 

NOTAS

1 México: UNAM / Seminario de Educación Superior – Miguel Ángel Porrúa, 2007, p. 17.         [ Links ]

2 Ibíd., p. 143–144.

3 Humberto Muñoz, a su vez, establece tres etapas de cambio en la investigación humanística y social, y en la tercera, que concluyó, según el investigador, hacia fines de los ochenta, "tuvo como característica principal la creación de centros orientados al tratamiento de objetos o temas específicos con un enfoque inter o multidisciplinario: de estudios sobre la Universidad y la educación superior, de América Latina y de América del Norte… de la bibliotecología y la informática, y otro de investigaciones interdisciplinarias en ciencias y humanidades". La investigación humanística y social en la UNAM. Organización, cambios y políticas académicas. Humberto Muñoz García con la colaboración de Alejandro Canales, Óscar F. Contreras y Teresa Pacheco Méndez. México: UNAM / Coordinación de Humanidades — Miguel Ángel Porrúa, 2000, p. 68–69.         [ Links ]

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