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Tópicos (México)

versión impresa ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  no.38 México jul. 2010

 

Reseñas

 

Marco Tulio Cicerón: Disputas tusculanas

 

Víctor Hugo Méndez Aguirre

 

2a. ed., introd., versión y notas de Julio Pimentel Álvarez, México: UNAM/IIFL 2008, (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana), CCCXCII +237 (dobles) pp.

 

Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

 

El conocimiento del doctor Julio Pimentel Álvarez, sobre todo lo que atañe a la época de Cicerón, es evidente en las notas y la introducción a esta obra, ya que antes de ella (1979) había traducido, y publicado en la colección de la UNAM, Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, En defensa de Murena (1972) y, después continuaría publicando, en la citada colección, las siguientes obras de Cicerón: De la república (1984), Sobre la naturaleza de los dioses (1986), De la adivinación (1988), Cuestiones académicas (1980), Catón el mayor: de la vejez y Lelio: de la amistad (1997), Las paradojas de los estoicos (2000), De los fines de los bienes y los males. Libros I-II (2002) y Libros III-V (2003) y Del hado (2005). Resulta afortunado que la segunda edición de las Disputas tusculanas haya visto la luz ahora, casi al final del segundo lustro del siglo veintiuno. En ellas, además de fijar la fecha de composición -probablemente junio y julio del 45 a. C. (p. IX)-, dar una acuciosa descripción del contenido de la obra y analizar diversos tópicos ciceronianos, destaca el examen de la filosofía de Cicerón.

Al hablar de traducción de textos latinos, el doctor Pimentel Álvarez afirma que "[...] debe guardarse un equilibrio y usarse el buen sentido común, a fin de tener en cuenta no sólo la lengua de partida, sino también la lengua meta [...]".1

Cuando se habla de Cicerón, éste suele ser reconocido como un personaje fundamental en la historia de Roma, uno de los mejores escritores de todos los tiempos, orador excepcional, quizá él mismo "modelo supremo de los oradores", como tituló a uno de sus tratados, y teórico imprescindible de la retórica;2 pero su importancia en la historia de la filosofía no siempre es igualmente apreciada. Es un lugar común afirmar que es un filósofo ecléctico, un tanto escéptico, no demasiado original, cuya filosofía sigue de lejos la de los grandes pensadores griegos, y cuyo principal mérito, junto con el de Lucrecio, es el de trasplantar la filosofía del griego al latín. Lo anterior quizá no carezca totalmente de fundamentos, pero a lo largo de prácticamente ocho lustros Julio Pimentel se ha esmerado en develar en la obra del Arpinate "[...] una propuesta filosófica, si no original en cada uno de sus puntos, al menos personal en su conjunto.3

También circula la acusación de que a la filosofía de Cicerón le falta originalidad, la cual parece no estar bien fundamentada, pues el doctor Pimentel Álvarez hace hincapié en qué sentido las Disputas tusculanas exponen una filosofía genuina, para cuya demostración argumenta:

Pienso, por lo demás, que filósofo no es únicamente quien hace teorías novedosas o absolutamente originales, pues, si así fuera, el número de filósofos se vería muy reducido. Filósofo es también, creo yo, el que reflexiona, el que medita en las grandes interrogantes de la vida humana y trata de hallar respuestas satisfactorias. Pienso que esto es lo que hizo Cicerón, pues en ninguna parte de las Tusculanas, pretende ofrecer teorías totalmente nuevas; sólo se propone encontrar remedios para su alma y para el "adolescente", es decir, para otros que deseen oír su voz. (Tusc.,V 41, 121) (pp. XXXIV-XXXV).

Y ciertamente las Disputas tusculanas exponen una filosofía genuina a lo largo de sus cinco libros. El primero gravita en torno del desprecio a la muerte, en tanto que no se trata de un mal; el segundo se aboca a la tolerancia del dolor; el tercero versa sobre el alivio de la aflicción; el cuarto examina por qué es menester no ceder ante las pasiones y, por último, el quinto concluye "[...] que la virtud está contenta consigo misma para vivir en forma dichosa" (V, 1, 1).

Todos los accidentes biográficos de Cicerón, que un día se vio exaltado a la dignidad de "padre de su patria" y al otro se encontraba en desgracia; que sufrió la muerte de su hija dilecta, que vivió en una sociedad cuyos avatares políticos, ideología y convicciones personales frecuentemente conducían al suicidio a personas célebres, como a Catón el Uticense, después de la batalla de Tapso (p. LXV), quien admiraba profundamente al Sócrates platónico y para quien la filosofía no era otra cosa que un ejercicio de preparación para la muerte, explican en parte no desdeñable el hincapié que hace el Arpinate en que la muerte no es un mal. Su certeza en la providencia divina y en la inmortalidad del alma -presente ésta también en su Catón el mayor: de la vejez - se muestran de manera magistral en el libro I de las Tusculanas:

Pero nosotros, si nos acaece algo de tal naturaleza que nos parezca que Dios nos ha notificado que salgamos de la vida, alegres y dándole las gracias obedezcamos y pensemos que nos va a sacar de la cárcel y a quitar las cadenas, sea para que retornemos a la casa eterna, y nuestra con toda razón, sea para que carezcamos de todo sentido y molestia. Pero si nada se nos notifica, seamos sin embargo de tal ánimo, que aquel día horrible para otros, lo consideremos fausto para nosotros. Y no tengamos entre los males nada que haya sido establecido o por los dioses inmortales o por la naturaleza, madre de todas las cosas. En efecto, no hemos sido generados y creados temeraria y fortuitamente, sino que ha habido, a buen seguro, una cierta fuerza que mira por el género humano, y que no lo hubiera engendrado o alimentado para que, después de haber soportado todos los trabajos, cayera entonces en el mal sempiterno de la muerte. Considerémosla, más bien, como un puerto y refugio preparado para nosotros (Tusc., I, 49, 118).

La obra de Cicerón, por una parte, refleja claramente un horizonte cultural específico, grecorromano, previo al Occidente Cristiano. Los ecos de la Apología y del Fedón son innegables, ciertas influencias estoicas son igualmente evidentes. Pero por otra parte, no se le puede escatimar su carácter universal, humano. Los diversos temas tratados en Disputas tusculanas, la muerte, el dolor, la virtud, el carácter terapéutico de la filosofía, y tantos otros de tal tipo, hacen de esta obra un clásico de la filosofía en general y un texto clave para entender a Roma en particular. Cada generación humana está obligada a pensar en los temas que preocuparon a Cicerón. ¿Y qué mejor que conocer las respuestas de los filósofos clásicos a las cuestiones a las que cada ser humano debe enfrentarse?

Pero no sólo en el estilo del diálogo filosófico es posible reconocer cierta personalidad independiente del Arpinate, sino que también algunos de sus planteamientos constituyen hitos filosóficos. Algo de esto ocurre con el pensamiento ciceroniano acerca de la vejez, ciertamente más elaborado que la gerontocracia de Platón o la incomprensión aristotélica de la senectud; pero en lo que Cicerón claramente iguala al Estagirita es en su impronta en lo que sería la reconstrucción teórica de la historia de la filosofía occidental.

Las Disputas tusculanas de Cicerón y la Metafísica de Aristóteles son las interpretaciones de la filosofía a partir de las cuales Occidente edificó su propia historia canónica de esta disciplina. Ciertamente, discurriendo sobre las cuatro causas de la realidad -final, formal, eficiente y material- el Estagirita fijó el nacimiento de la filosofía en el agua del monista Tales; a partir de esta reflexión enmarcada en la teoría tetracausal, posteriormente se unificó la idea de que los que serían denominados "presocráticos" se dedicaron al estudio de la naturaleza; pero la concepción de que Sócrates fundó la ética y a partir de él la filosofía descendió del cielo a la tierra fue consolidada por Cicerón:

Pero desde la antigua filosofía hasta Sócrates, quien había oído a Arquelao, discípulo de Anaxágoras, se trataban los números y los movimientos y de dónde nacían todas las cosas y a dónde volvían, y con empeño eran investigadas por éstos las magnitudes de las estrellas, sus intervalos, sus cursos y todas las cosas celestes. Sócrates, en cambio, hizo, el primero, descender del cielo a la filosofía y la colocó en las urbes y la introdujo también en las casas y la obligó a investigar sobre la vida y las costumbres y las cosas buenas y malas (V, 4, 10).

Así pues, lejos de resultar una figura marginal, el autor de las Disputas tusculanas se erige como un escritor de primera línea. Sucintamente, las Disputas tusculanas del doctor Pimentel Álvarez, obra que conjuga una argumentación filosófica rigurosa y sutil con una labor filológica fina y precisa, son una lectura imprescindible para toda investigación seria que se realice sobre la obra filosófica de Cicerón a partir de ahora.

 

Notas

1    Julio Pimentel Álvarez, "Algunas notas sobre la traducción de textos latinos", Noua tellus 14 (1996), p. 262.         [ Links ]

2    Véase Marco Tulio Cicerón, El modelo supremo de los oradores, introd., versión y notas de José Quiñones Melgoza, México, UNAM/IIFL, 2000.         [ Links ]

3 Julio Pimentel Álvarez, "Reflexiones sobre la obra filosófica de Cicerón", Noua tellus 12 (1994), p. 121.         [ Links ]

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