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Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.31 no.62 México jul./dic. 2023  Epub 31-Mayo-2024

https://doi.org/10.18504/pl3162-013-2023 

Ensayos

Creación de legitimidad en el capitalismo: el Parásito-Rey

Manufacturing legitimacy in capitalism: Parasite-King

*Doctor en Comunicación e Interculturalidad por la Universitat de València. Investigador en @Accountable2019 Noel.bandera-lopez@uv.es


Resumen

El artículo se aproxima al sistema capitalista desde la perspectiva nunca suficientemente transitada de la ocultación ideológica y su creación de legitimidad, presentándose al capitalismo como Parásito-Rey. Apoyándose en autores como Arrighi y Braudel, el objeto histórico analizado es el sistema hegemónico que nace cuando la economía se convierte en racionalidad última. Se propone un esquema interpretativo por estadios que contiene la evolución del Parásito-Rey a través de continuas variaciones: 1) elección de sucesivos organismos principales colonizados; 2) procesos de enmascaramiento antigénicoideológico; 3) transformaciones provocadas en el cuerpo social; 4) propagación mediante estructuras vehiculares; 5) declive del organismo principal, y 6) crisis y reorganización del sistema.

Palabras clave: capitalismo; Manufacturing Consent; ideología; legitimidad; globalización; economía política; hegemonía

Abstract

This article approaches the capitalist system from the never enough used analysis of concealment and its creation of legitimacy, presenting the thesis of capitalism as ParasiteKing. Based on authors such as Arrighi and Braudel, the historical object treated is the hegemonic system originated when economy stopped being subsidiary and became top ratio, beyond official political power. It is proposed a methodology by stages which contains the circle of evolution of capitalism through permanent variations: 1) election of successive main organisms colonized; 2) ideological-antigenic masking processes; 3) transformations caused in the social body; 4) propagation through vehicular structures; 5) decay of main organism, and 6) crisis and reorganization of the system.

Keywords: capitalism; Manufacturing Consent; ideology; legitimacy; globalization; political economy; hegemony

El capitalismo como parásito

Han sido varias las épocas en las que el sistema del capital ha caído en gran descrédito, normalmente tras sus cíclicas crisis, pero si algo ha demostrado es su capacidad para la reformulación y para continuar imperando a toda costa. La legitimación fáctica que esta ideología ha impuesto en los últimos siglos es una hazaña con difícil parangón en la historia. Sobre todo si consideramos que tal proceso se ha logrado a partir de la afirmación formal de una serie de principios y derechos contradictorios con el desarrollo histórico del capitalismo: por ejemplo, “soberanía” mientras unos países controlan a otros, “libertad” mientras una amplia regulación otorga privilegios a determinados actores económicos, “igualdad” mientras las mujeres y las minorías no tienen el mismo acceso a los recursos que los hombres blancos, etcétera. Usando los términos que Ricœur aplicó para analizar la cuestión en Weber, la función principal de la ideología no es otra que la de cubrir la brecha de credibilidad existente en todo sistema de autoridad; una brecha abierta entre la pretensión de legitimidad de la autoridad y la respuesta que el resto de la sociedad efectúa en un marco de motivación y en forma de creencia. Esta es introducida por Weber del siguiente modo: “La costumbre, el provecho personal, motivos puramente afectivos o ideales de solidaridad no constituyen una base suficiente para una dominación dada. Normalmente hay además otro elemento, la creencia en la legitimidad” (Ricœur, 2008, p. 228). Ricœur sugiere en este punto la necesidad de elaborar una teoría de la plusvalía en el ámbito del poder de forma paralela a la conocida tesis de la plusvalía económica en Marx.

Partimos por tanto de una pretensión de legitimidad de la cúspide capitalista que ha de fundamentarse a través de una ideología para fructificar en una creencia ampliamente compartida en el resto de la sociedad. La disputa en el ámbito de la creencia se da entre una supuesta autonomía de tipo ideal, que es consagrada tanto en los textos jurídico-políticos como en la cultura política general, y una tendencia a la heteronomía práctica, que se reproduce a partir de la contradicción con el tipo ideal pero que no es frenada, sino alentada. Son muchos los ámbitos en los que se actúa para ello: fomentando la escasez de formación crítica, intelectual, cultural, histórica y política de la ciudadanía; inhabilitando el fortalecimiento de una sociedad civil independiente; frenando el control sobre la clase política; alejando el derecho y la economía mediante la tecnificación abusiva y su recubrimiento mítico-religioso; extendiendo la apariencia de libertad en el ámbito privado gracias a la descollante colección de posibilidades de ocio, valiéndose de dispositivos con fuerte carga de valores simbólicos (sobre todo el cine y la televisión)... La teórica autonomía no es más que una nueva heteronomía, tanto más sofisticada en cuanto que encubierta. Barthes afirma: “el rechazo a declarar sus propios códigos caracteriza a la sociedad burguesa y a la cultura proveniente de ellas: ambas exigen signos que no parezcan signos” (Citado en Kuhn, 1991, p. 90).

Como en los clásicos términos de Marx, la función principal de la ideología es encubrir. La noción de ideología que aquí se utiliza está emparentada con la de hegemonía en Gramsci: como el liderazgo político, intelectual y moral de un segmento de la sociedad que consigue que sus intereses particulares sean vistos como propios del resto de la población. Pero la hegemonía de una clase social ya no va a hacerse depender del proceso productivo, sino que ha de construirse de modo gradual en el terreno sociocultural y político; la hegemonía como el conjunto de interpretaciones, valores, imágenes y mitos que una clase consciente utiliza para hacerse pasar por portadora de la voluntad nacional. Es en este trasvase entre creencia, pretensión y legitimidad donde encontramos el papel clave de la ideología. Se trata de una compleja tarea de articulación de legitimidad, construida mediante la represión y el encubrimiento pero también con una capacidad intelectual y emocional creadora, de seducción y síntesis, que plantea una identidad colectiva y consigue implantarla. El valor de la obra, así como su nivel de sutileza, su coherencia argumental o su arraigo intelectual vendrán marcados por el nivel de conciencia de la sociedad en cuestión.

Los aparatos conceptuales de los que se ha valido el capitalismo para salvar de modo eficaz y continuo la distancia entre expectativas ideales y realidad, entre pretensión de legitimidad y creencia, constituyen pues el centro de análisis. Para ello se propone la noción de Parásito-Rey en tanto que fiel a una dinámica gradual por la que esos aparatos conceptuales han visto cómo su ascenso, fortalecimiento y eventual declive han venido determinados en gran medida por las necesidades coyunturales del sistema capitalista. Es decir, el ParásitoRey ha anidado en esos organismos conceptuales y sociales en cuanto le servían para alcanzar y luego mantener la legitimidad de su posición dominante en la sociedad, en una relación que se entiende de tipo parasitario por cuanto implica el mantenimiento de una minoría privilegiada a costa de la inmensa mayoría social, alimentándose de ella y depauperándola -siguiendo la primera acepción de la Real Academia Española de la Lengua.

El parasitismo es el caso más sofisticado de depredación. Carlos de Cabo (2010, p. 15) alude a ello en este pasaje: “el capitalismo es inestable, o dicho en el lenguaje más convencional, cíclico. Quiere decirse que el capitalismo es incapaz de mantenerse permanentemente equilibrado o, lo que es lo mismo en continuo y suficiente grado de desarrollo (quiere decirse con la acumulación necesaria), debido a su carácter permanentemente depredador, devorador, de la sociedad en la que se instala.”

El último verbo empleado también nos permite continuar con la metáfora parasitaria: una vez que el proceso supone una ventaja apreciable para la especie parásita, queda instalada en el huésped mediante selección natural. Suele ser un proceso irreversible que desemboca a lo largo de las generaciones en profundas transformaciones fisiológicas y morfológicas para ambas especies. Un modo de simbiosis en el que el hospedador resulta afectado negativamente. La irrupción del parásito es el equivalente en teorías marxistas del ascenso de la burguesía y su dominio del edificio social sobre la superestructura ideológica, jurídica, política.

Buscando que el hospedador invadido no reconozca al parásito como invasor, o que al menos la respuesta contra este pierda eficacia, la complejidad de los recursos con los que cuenta el parásito incluye desde la creación de antígenos similares a los del huésped (mimetismo molecular) hasta la adherencia al parásito de antígenos del hospedador (enmascaramiento antigénico). Esto entronca con nuestra tesis central: el modo de funcionamiento básico del capitalismo como Parásito-Rey es la ocultación ideológica tras una complejísima amalgama de áreas, ideas, prácticas, normas, instituciones, mitos, imágenes.

Otro recurso es el de ir variando rápidamente sus proteínas de superficie (variación antigénica) de modo que los anticuerpos producidos por el huésped no lo puedan reconocer. El Parásito-Rey ha anidado en diversas materializaciones del cuerpo social, desplazándose de una a otra según le conviniera para mantener o acrecentar su posición de dominio. Morfológicamente, el Parásito-Rey se define por su inagotable capacidad para el cambio; la característica esencial del capitalismo ha sido el eclecticismo, la adaptación y reformulación constantes: “Permítaseme subrayar la cualidad que me parece ser un rasgo esencial de la historia general del capitalismo: su flexibilidad ilimitada, su capacidad de cambio y de adaptación. Si existe, como yo creo, una cierta unidad en el capitalismo, desde la Italia del siglo XIII al mundo occidental actual, ésta debe localizarse y observarse sobre todo en tal capacidad” (Braudel, 1982, p. 433).

Se pretende examinar el origen del nuevo modo de gubernamentalidad que nace cuando la economía deja de ser un instrumento más del soberano y pasa a fundamentarse y organizarse autónomamente. Una crítica histórica que en su origen devendrá siempre de esta pregunta general: “lo que nos es dado como universal, necesario, obligatorio, ¿en qué medida es singular, contingente y debido a constricciones arbitrarias?” (Foucault, 2006b, p. 91). La percepción generalizada del capitalismo no como una ideología sino como una realidad ineludible demuestra ya de por sí el escaso margen existente para el desarrollo de alternativas. Y sin alternativas no es posible la democracia. La razón última de la gobernabilidad es el capital -traducido como “estabilidad”, “Europa”, “globalización”-, no la implementación de mecanismos de profundización democrática.

Braudel también nos sirve para proponer una noción tentativa e inicial del capitalismo: el estrato superior no especializado en la jerarquía del mundo económico. Siguiéndole a través de Arrighi (1999, p. 21), constatamos que es en ese estrato superior donde se obtienen los beneficios a gran escala. Esto es así no solo porque tal estrato capitalista monopolice las actividades más rentables, sino que “lo realmente importante es que el estrato capitalista goza de la flexibilidad necesaria para desplazar continuamente sus inversiones desde las actividades comerciales que se enfrentan a rendimientos decrecientes hacia aquellas que no los tienen”.

Continuando el esqueleto teórico con estos autores, la noción de siglo largo fue lanzada por Braudel e incorporada por Arrighi y Wallerstein. Se trataría de la unidad temporal básica en la historia del desarrollo del capitalismo como economía-mundo. A grandes rasgos, la propuesta de Arrighi-Braudel coincide con el esquema de estudio aquí planteado. La diferencia más importante es que los ciclos sistémicos de Arrighi-Braudel se refieren al componente económico fundamentalmente, o económico-político, mientras que la lógica última del modelo de estadios aquí propuesto se dirige al magma de ideas, prácticas e instituciones de cualquier ámbito de la sociedad que ha posibilitado la ocultación ideológica del Parásito-Rey a la par que la legitimación y el mantenimiento del capitalismo como sistema económico omniabarcante. Ambas dinámicas (la económica de Arrighi-Braudel y la ideológica del Parásito-Rey) son, por supuesto, complementarias y simultáneas en el tiempo.

¿Existe un poder hegemónico en el sistema mundial globalizado?

A continuación, se ofrece un breve estado de la cuestión respecto a esta pregunta preliminar, pertinente para nuestra tesis. Chomsky (2012), Wallerstein (1979) o Harvey (2007) no tienen dudas al identificar al capitalismo internacional como el eje del poder en el actual sistema. Otros autores prefieren poner el foco en la proliferación de centros y/o la ausencia de dirección clara, pues entienden que lo observado es una amalgama de fenómenos complejos que muchas veces llegan a oponerse. La respuesta de Ulrich Beck es: “Estamos asistiendo a la difusión de un capitalismo globalmente desorganizado, donde no existe ningún poder hegemónico ni ningún régimen internacional, ya de tipo económico ya político” (1998, p. 38). García Blanco parece ser de la misma opinión, pues concluye que no puede haber una cultura global en una sociedad que, como la moderna sociedad mundial, es un sistema social sin centro ni vértice (1999, p. 52). Según Almaraz,

la postura transformacionalista, situada entre el desmedido optimismo de los hiperglobalizadores y la miopía de los escépticos, afirma que la globalización es una poderosa fuerza transformadora que es responsable de la masiva metamorfosis de sociedades, economías, instituciones de gobierno y del orden mundial. Sin embargo, la dirección de esta metamorfosis permanece incierta, puesto que la globalización es concebida como un proceso histórico a largo plazo, repleto de contradicciones, cuya trayectoria futura es impredecible por estar sujeta a factores coyunturales (2012, p. 746).

Siguiendo con su esquema, los neoliberales y los neomarxistas, en cambio, sí que tendrían más claro cuál es la tendencia globalizadora. Para los primeros representa el triunfo de la autonomía individual y del principio del mercado sobre el poder estatal, así como una mejora comparativa para la mayor parte de los actores económicos. Para los segundos, la globalización supone el éxito de un capitalismo global opresivo, que en algunos casos crea y en otros refuerza pautas estructurales de desigualdad dentro de los países y también entre ellos.

Stichweh acepta la arena de la sociedad mundial como hipótesis contextual y plantea en “Structure formation in world society” (2003) los métodos que ese único sistema tiene para absorber las diferencias en su seno y reconstituir las líneas de conflicto. Identifica por un lado la tesis de la mcdonaldización, que concibe el sistema mundial como sujeto a un fenómeno unificador que sistemáticamente reduce las diferencias culturales y de comportamiento, y la tesis de las múltiples modernidades de Eisenstadt (2000) que postula el mantenimiento de la diversidad preexistente, por el otro lado. Stichweh considera que ambas opciones son “probablemente erróneas” en cuanto que reivindican “demasiada continuidad” en la emergencia del sistema mundial, ya sea mediante una fuerza homogeneizadora y neutralizadora de diferencias o mediante la preservación de las diferencias culturales. En su repaso “De la mundialización y la globalización al sistema de la sociedad mundial”, García Blanco no identifica la globalidad con las tendencias homogeneizadoras o universalistas sino con la tensión entre ellas y los particularismos heterogeneizadores. Ello implica la coexistencia de dos mundos, el de la unicidad y el de la alteridad. La diversidad y el particularismo serían tan característicos de la nueva era como lo es la propia globalización, que de este modo contiene en sí movimientos que la cuestionan. En esta línea, Eisenstadt (1963, pp. 427 y ss.) apelaba a la capacidad de absorber cambios como esencial y definidora del sistema político en las sociedades modernas. Meyer (2010) considera que existe una importante brecha entre los roles que las teorías centradas en los actores conceden a estos y las capacidades de que disponen en la práctica. Esta brecha es percibida a menudo en forma de inconsistencia o injusticia, lo que según Meyer desemboca en mayores niveles de movilización de esos sujetos.

A los efectos de la premisa de la presente investigación, se entiende que muchos de los anteriores posicionamientos pueden ser reconducidos, con matices, a una teoría compatible. Comprendiendo que hace décadas pudo tener más sentido enfocar las multiplicidades, desorganización, dinámicas contradictorias y ausencia de poder hegemónico político o económico, sin embargo, la integración supranacional en instancias como la UE -llevada a cabo con deficiencia de procedimientos democráticos y garantías constitucionales (Viciano, 2009) y que incluye la decisiva creación del euro y un Banco Central Europeo-, la consolidación del neoliberalismo por la vía de los hechos (Moreno, 2019), la proliferación de acuerdos de libre comercio por todo el mundo, la abrumadora mayoría de bases militares que pertenecen a la misma potencia (EE. UU.) y su crecimiento tras la caída de la o el aumento de la concentración capitalista y la riqueza de unos pocos, constituyen signos inequívocos de la existencia de un poder hegemónico que en este artículo se subsume en la propuesta teórica del Parásito-Rey.

Heilbroner, que impregna de psicología su Naturaleza y lógica del capitalismo, habla de las siguientes razones para entender por qué el capitalista hace de la acumulación su objetivo: primero, la realización del prestigio “con su carga de necesidades sexuales y emocionales inconscientes”; segundo, la expresión del poder. “El proceso de acumulación del capital se realiza en parte porque es la manera en que la clase dominante expresa y renueva su control social y en parte porque es el medio típico mediante el cual se alcanzan la preeminencia y la distinción en el mundo socioeconómico” (1989, p. 47). Una tercera pata es que el capitalista es capitalista por mera autopreservación y mejoramiento de su posición social. Por último, el régimen del capital ofrece la posibilidad (o más bien obligación) de objetivar cuantitativamente todo o casi todo elemento social, lo cual deja atrás las limitaciones tradicionales a la hora de representar el poder y el prestigio en objetos que ocupan un volumen físico. Esto tiene consecuencias revolucionarias en tanto que se propone una nueva racionalidad y que “insinúa una falta de límite en el cálculo de la riqueza que Aristóteles fue primero en advertir y temer” (Heilbroner, 1989, p. 49).

Introducción al esquema histórico del Parásito-Rey

Debido a sus profundas implicaciones, contrarias a los valores democráticos formalmente declarados en nuestras sociedades, lo crucial (y lo coincidente entre diversos autores) es la operación de ocultación mediante la cual la esencia capitalista se sustrae a la vista, y con ello se sustrae a la política. Nace el Parásito-Rey. Economistas y expertos de todo tipo han insistido en los últimos siglos en ceñir sus extensos e intrincados análisis a lo que ocurre en la superficie del sistema capitalista y negarle toda atención al estrato desde donde realmente se despliegan las decisiones estratégicas que afectarán a todos los demás.

Nuestro centro de interés es el sistema de capitalismo hegemónico que nace cuando la economía deja de ser un elemento subsidiario del Príncipe y se convierte en un espacio con racionalidad propia. Esto ocurre, de acuerdo con Foucault (2009), a partir del siglo XVIIII. A partir de ahí, paulatinamente, las redes de acumulación van ganando peso frente a la lógica territorialista. Lo que tendríamos antes es el capitalismo incipiente o mercantilismo. En el esquema interpretativo que se presenta más adelante se trata de congeniar estos esbozos con la propuesta cíclica de Braudel-Arrighi, desarrollando todos los componentes adyacentes al económico y que lo sustentan desde la aspiración de legitimidad.

Con la referencia de trayectorias pioneras previas como las de Venecia y Génova, el siglo XVII marca el desarrollo de dos fenómenos interrelacionados que han definido al mundo moderno: por un lado, el establecimiento de un modelo de relaciones internacionales basado en el Estado nación y su lógica territorialista; por otro, la adopción del sistema de acumulación capitalista como régimen económico. Esta dicotomía contiene las dos genealogías que definen el sistema de capitalismo hegemónico: siguiendo la lógica territorial, cada ciclo ha contado con una potencia líder cuyo modelo ideal ha sido la ciudad-Estado de Venecia y que a partir de ahí ha ido expandiendo sus dimensiones y pretensiones, produciendo hegemonías mundiales; en la genealogía de la lógica de la acumulación, el protagonismo no lo tienen los Estados sino las empresas, el modelo prototípico es la “diáspora” comercial genovesa y la descripción se realiza a partir de la sucesión de ciclos sistémicos de acumulación. El espacio-de-lugares define el primer modelo, el del Estado, y el espacio-de-flujos define al segundo, el del capital.

Más que un progreso lineal, lo que se observa es una dialéctica constante entre las dinámicas territorialistas y las de flujos, así como entre un capitalismo monopolista de Estado y un capitalismo financiero cosmopolita. Las sucesivas innovaciones organizativas han actuado sobre este esquema básico, adquiriendo los procesos de acumulación de capital dimensiones cada vez mayores.

La historia mundial de los cuatro últimos siglos es guiada por la lógica de transformación que lleva desde un sistema en el que las redes de acumulación capitalista están incardinadas y subordinadas a las redes de poder territorial hasta otro, consumado en las últimas décadas del siglo XX, en el que las sedes de poder territorial forman parte de una estructura pautada según las necesidades de las redes de acumulación. Siguiendo a Braudel (1982) y Arrighi (1999), esta transformación histórica ha tenido lugar a través de una serie de ciclos sistémicos de acumulación; cada ciclo ha dispuesto inicialmente de una fase de expansión material a la que ha seguido una fase de expansión financiera. Identifican el comienzo de las expansiones financieras con el momento en que las agencias empresariales líderes de la expansión comercial precedente desplazan sus energías y recursos hacia la actividad monetaria (“viven de las rentas”).

Las fases de expansión financiera serían precursoras no solo de la madurez de una etapa particular de desarrollo de la economía-mundo capitalista, sino también como el principio de una nueva etapa. Para ello se produce un cambio de guardia o renovación en la agencia capitalista, además de una revolución organizativa del sistema. Los elementos que conforman cada innovación sistemática suelen ser una pléyade de nuevas características y otras propias de ciclos previos. Es difícil hallar similitudes unánimes más allá de la constatación de Arrighi de que cada ciclo sistémico de acumulación supone una expansión de la lógica capitalista, así como una reducción en la duración: unos 220 años para el ciclo genovés, aproximadamente 180 para el holandés, 130 para el británico y 100 el estadounidense -también habría que citar el imperio español, trasladando la gravitación desde el Mediterráneo hacia el Atlántico-. Para la potencia hegemónica, cada periodo ha supuesto una profundización de las dimensiones de su poder: mayores extensiones geográficas, mayor control sobre ellas, una mayor capacidad para diseñar el orden mundial y un mayor gasto de recursos, un patrón que conduciría a que el próximo ciclo sistémico se aproximara al gobierno mundial -si no formalmente, al menos sí de la parte relevante, la del capital.

En contra del asentado mito según el cual la dicotomía principal de la edad contemporánea ha sido la que enfrentaba a Estado y mercado, una mínima atención histórica es suficiente para constatar: 1) que el proceso de creación del aparato estatal (en todas sus vertientes) ha ido de la mano de la guerra y, en gran medida, del proceso de despliegue del capitalismo como sistema de la economía-mundo; 2) que desde las experiencias pioneras en Génova y Venecia la regla general de desarrollo ha supuesto una intervención protagónica del Estado en la actividad económica, mientras que las excepciones (si las ha habido) son las de aquellos territorios que han progresado a partir de la inacción de su Estado; 3) que el sistema internacional que fomentó la Gran Bretaña del sigloXIX ha constituido probablemente el caso más cercano a un genuino libre mercado, aunque siempre siguiendo reglas que beneficiaban al propio imperio británico. En resumen, como concluía el historiador Paul Bairoch (1994), el mundo occidental es “un océano de proteccionismo rodeando algunos islotes liberales”.

La cosmovisión propia del Parásito-Rey se fundamenta en cuatro premisas: 1) Solo el homo economicus es coherente con la concepción materialista y economicista del mundo que ha conseguido implantar el capitalismo hegemónico; a ello se oponen las visiones que parten de otra noción de ser humano: más compleja, con valores, construyendo en el común, aspirando a la justicia social. 2) En consecuencia, la primera cosmovisión ha apostado desde el principio por un modelo de trabajo mecanizado, alienado y meramente productivista en lugar de concepciones más cercanas a lo que tan diversos autores han considerado primordial: que el trabajo hace al ser humano y reviste por tanto un libérrimo componente autocreador. 3) Tal modelo de relaciones de producción ha supuesto también un gravísimo quebranto del medioambiente y de los recursos naturales, así como una desigual distribución de los mismos. 4) Los planteamientos que no cuestionan el statu quo mantienen los privilegios del Parásito-Rey. En el sistema de capitalismo hegemónico, un experto es alguien que articula el consenso de la élite y lo presenta a la sociedad como lógico, positivo o inamovible, ocultando toda alternativa.

Giddens (1993), aun como autor de diferente tradición a la mayoría de los aquí tratados, destaca la separación de la economía de las instituciones políticas entre las características básicas de la organización social capitalista:

La naturaleza fuertemente competitiva y expansiva de la empresa capitalista hace que la innovación tecnológica tienda a ser tan constante como penetrante. La segunda característica a destacar es que la economía está muy determinada o “aislada” de otros campos, especialmente de las instituciones políticas. Dadas las altas tasas de innovación en la esfera económica, las relaciones económicas tienen una considerable influencia sobre otras instituciones. El tercer rasgo es que el aislamiento de la política y la economía (que toma muchas y variadas formas), se funda en la preeminencia de la propiedad de los medios de producción […] La propiedad de capital está directamente unida al fenómeno de “desposeimiento” (propertylessness), esto es, la reducción a mercancía de la mano de obra asalariada en el sistema de clases. (Giddens, 1993, p. 61).

La identificación del Parásito-Rey con el capitalismo y su sucesiva transformación a lo largo de los últimos cuatro siglos implica una suerte de ciclo adaptativo y ámbitos útiles para el análisis de su reproducción histórica: primero la elección de organismo principal, que se refiere al aparato conceptual básico del que se sirve el capitalismo para alcanzar y/o mantener el poder en cada época: primero el Estado nación, empezando por las ciudadesEstado italianas; luego los nuevos paradigmas del llamado “Siglo de las Luces”; la expansión comercial, territorial e industrial en el tercer estadio; en el cuarto, la contraposición al comunismo en el contexto de la Guerra Fría y con el desarrollo de mayor cobertura social como gran efecto desactivador de la alternativa liderada por la , y por último la globalización.

Por otro lado, tenemos los procesos de enmascaramiento antigénico, o los modos utilizados por el Parásito-Rey para ocultar su carga ideológica. Suponen la fundamentación más elemental y abstracta en el terreno ideal y formal. Aquí las ideas decisivas han sido: soberanía, progreso, ciencia, derechos humanos y posmodernidad. Ellas han constituido las bases teóricas ineludibles y atractivas para la sustanciación y legitimación del resto de los elementos del parásito, en especial las pertenecientes al tercer componente del esquema propuesto: las transformaciones sufridas por el cuerpo social debido al hospedaje del parásito. Las principales consecuencias de la hegemonía del capital han sido las desigualdades entre territorios, clases y géneros; el abuso sin límites de la naturaleza y de los trabajadores; el esclavismo y la colonialización -tanto la directa como la indirecta posterior, que llega a nuestros días-; las guerras, básicas para la conformación de las fronteras y el avance de las lógicas capitalistas de las potencias, y la financiarización de la economía en detrimento de los ámbitos productivos.

A continuación observamos la propagación parasitaria mediante las estructuras vehiculares, que se encargan de irradiar sus valores (individualismo, patriarcado, consumismo, esfuerzo, obediencia, superficialidad...) y serían entre otras la educación y otras instituciones basadas en la disciplina, el cine, la publicidad, el deporte profesional, la literatura promocionada, los cristianismos que tuvieron tanta influencia en el desarrollo del capitalismo en algunos países o, recientemente, las nuevas tecnologías de la comunicación. Se trata de mecanismos de socialización e interiorización del ethos propio de cada época y sociedad, siempre con el objetivo de sostener el statu quo. En parte, este concepto bebe del de “institución total”, de autores como Goffman: “lugar de residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente” (1961, p. 13).

El quinto paso del esquema interpretativo es el seguimiento del declive del organismo principal: el final del primer estadio es la crisis del modelo de economía subordinada al poder político soberano; en el segundo, es el reduccionismo de la razón a principio burgués al servicio del capital; en el tercero, la aparición de ideologías alternativas, como los socialismos o el anarquismo; en el cuarto, es la conquista de la primacía del capital sobre el territorialismo, que había sido la lógica preponderante hasta entonces, y la decadencia de la quinta fase se enmarca en la crisis financiera desatada en 2008 y la crisis de legitimidad política que ya se venía larvando, profundizada desde entonces. La pandemia mundial desde 2020 agudiza problemas sociales y estructurales de cada país y del sistema general, aumentando los beneficios de las élites capitalistas y conduciendo a millones de personas a la pobreza; revela las contradicciones insalvables entre los intereses del Parásito-Rey y los de la mayoría social, así como las deficiencias en bienestar y salud pública y la necesidad de instituciones fuertes que no dejen a la población al albur de un sistema económico insostenible, como mínimo, desde el punto de vista ecológico. Una posible reformulación que se adivina es la de un capitalismo maquillado con propaganda verde y cada vez más dependiente de lo digital.

El último punto es la variación que provoca la metamorfosis del parásito, la reorganización del sistema y el recomienzo del ciclo. Al final del primer bloque, la subrogación del Estado en favor del mercado supone una evolución cualitativa clave, en tanto que lo económico deja de ser un elemento secundario y pasa a ser la racionalidad última del poder, por encima de las instituciones formalmente constituidas. Esto va gestándose en el siglo XVII y sobre todo en el XVIII, con los fisiócratas y su laissez faire. Siguiendo a Foucault (2006a, p. 61), supone la introducción de la economía política y nociones como la del ciclo económico, mercado en tanto que cálculo de comportamientos económicos y la ampliación del mismo desde la arena nacional a la continental o incluso mundial, más interconectada.

La transformación que va del segundo al tercer estadio se produce a través de las revoluciones liberales, en especial la francesa y la que da lugar a los Estados Unidos de América. Los dos motores que abren la puerta al cuarto y quinto estadios, respectivamente, son dos reformulaciones teóricas del capitalismo: el keynesianismo con su Estado del bienestar y el neoliberalismo con la consolidación de la internacionalización y su aparente desregulación -que en realidad es una gran regulación en favor de grandes empresas.

Más que orientar el esquema en el sentido de cuerpos históricos que van sucediéndose, lo adecuado es concebirlo como un gran magma en el que se modifica continuamente la relevancia de cada elemento de que se vale el sistema de capitalismo hegemónico. Todos forman parte de una nebulosa de ideas y materializaciones, pero en cada época tienen prioridad unas sobre otras. Lo mismo ocurre con los ciclos sistémicos de acumulación y sus potencias hegemónicas: Génova, Holanda, Gran Bretaña o Estados Unidos ostentaron el liderazgo en alguna de las fases capitalistas, pero siempre tuvieron que coexistir con otras potencias, en especial con la potencia decadente del periodo anterior y la potencia emergente del siguiente.

Con siglos aproximados, y teniendo siempre en cuenta que no se trataría de compartimentos estancos sino de elementos en constante relación -por ejemplo, algunos puntos no son ubicables en un único estadio, en especial las estructuras vehiculares-, un esquema tentativo sería como el que se refleja en la Tabla I.

Tabla I Esquema interpretativo del Parásito-Rey 

Estadio primero Estadio segundo Estadio tercero Estadio cuarto Estadio quinto
Organismo principal Estado nación Nuevos paradigmas contra el Antiguo Régimen Expansión comercial, territorial e industrial Contraposició n a El Otro comunista Globalización
Enmascaramientos antigénicos Soberanía Ilustración, progreso Ciencia, positivismo Derechos humanos Posmodernidad
Transformaciones del cuerpo social Colonialismo, esclavismo Asunción del productivism o contra la naturaleza Alienación, depauperación del trabajo Guerras globales Financiarización
Estructuras vehiculares Cristianismos Patriarcado, moral sexual Organizaciones racionales, instituciones totales Cultura y medios de masas Nuevas tecnologías
Declive Crisis del modelo de economía subordinada Reducción de la razón Aparición de ideologías alternativas Primacía del capital sobre el territorialismo Crisis financiera y de legitimidad política
Crisis y reformulación Subrogación del Estado en favor del mercado Revoluciones liberales Keynesianism o y Estado del bienestar Neoliberalismo

Fuente: Elaboración propia.

Es pues en el siglo XVIII cuando comienza propiamente el proceso que aquí estamos siguiendo. Con el desgaje de la economía respecto a la política da comienzo una nueva era en la historia mundial, acompañada en primer término por la fuerza de las ideas ilustradas. Es poco antes, con relaciones intercontinentales continuadas, cuando puede empezar a hablarse con propiedad de sistema mundial, y por ende de historia mundial. Para comprender las estructuras que se despliegan a partir del siglo XVIII es preciso acudir a la época inmediatamente precedente, en la que ya están prefigurados los grandes elementos en los que se basará el incipiente sistema de capitalismo hegemónico: un sistema-mundo cada vez más delimitado a través de la nueva noción de soberanía, con las fronteras aproximadas durante siglos entre Estados nación, y cuyas dinámicas benefician a las grandes potencias europeas: “Algunas de estas generalizaciones (por ejemplo, la tendencia a que la guerra fuera forjando estructuras del Estado) son aplicables a gran parte de la historia universal. Otras (por ejemplo, el acusado contraste entre las regiones intensivas en coerción y las intensivas en capital) diferencian a Europa de muchas otras regiones del mundo” (Tilly, 1992, p. 39).

Además, un contexto favorecedor del desarrollo del espíritu emprendedor y exploratorio, la emergencia de una nueva clase social al calor del desarrollo comercial, cierta moderación de la intolerancia religiosa -no así en los territorios conquistados-, una mayor apuesta por la ciencia y en especial por su potencial comercial, relaciones de dominación de unos países y continentes sobre otros que ya anticipan una distribución funcional y jerárquica de la producción, con las colonias proveyendo de materias primas y mano de obra barata o esclava, etcétera.

Las condiciones materiales propicias para la aparición del Parásito-Rey: exterminio, esclavitud y subyugación de poblaciones enteras en otros continentes. Aquello no fue un mero pecado original (que se profundizó en el siglo XIX), sino la ventaja posicional clave que ha permitido desplegar desde entonces un régimen internacional de implacable dominación. Los continentes llamados “subdesarrollados” o “en vías de desarrollo” siguen en el siglo XXI bajo el yugo de un neocolonialismo que no es tal en términos formales, pero sí en los privilegios y constricciones que imponen determinadas potencias, multinacionales e instituciones financieras.

En el siglo XVIII, el motor legitimador del sistema capitalista que se va desarrollando son las ideas ilustradas, la razón, las revoluciones liberales y en general los nuevos paradigmas que se contraponen a los valores y estructuras propias del Antiguo Régimen. A grandes rasgos, el siglo XIX equivale al tercer estadio de nuestro análisis. En él son preeminentes las nociones de progreso, positivismo y ciencia; de la revolución industrial emergen nuevas realidades sociales y relaciones de poder. Ello conlleva la aparición de ideologías contestatarias al nuevo régimen. La tensión no se resolverá (parcial y temporalmente) hasta que no se expandan los derechos sociales, la seguridad social y el llamado Estado del bienestar - desde finales del XIX y sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial-. El siglo XX es central porque en él se consolidan las dinámicas globalizadoras: las guerras son por primera vez mundiales, la geoestrategia en bloques va cubriendo todo el planeta, las organizaciones de ámbito internacional proliferan y la cultura y los medios de comunicación se tornan de masas. El modelo nación-Estado sigue siendo predominante en el XX y el XXI, pero ya no es hegemónico. La globalización lo es. El salto cualitativo puede situarse en los años 1970-1980, a partir de la última reformulación conocida hasta la fecha del Parásito-Rey: el neoliberalismo es causa y efecto del nuevo orden mundial, en el que los Estados pierden peso frente a los agentes multinacionales y la globalización es una realidad.

Stichweh (2012, p. 3) explica la relevancia que queremos otorgar a la divergencia entre política y economía:

Solamente en este punto [“largo siglo ”] de la historia el comercio entre regiones del orbe -que es un fenómeno antiquísimo- fue complementado con patrones de división del trabajo entre regiones del mundo. Wallerstein une este hecho con su hipótesis de que gracias a esta transformación estructural surge una ‘economía mundial’ la cual, por primera vez en la historia, no es parte componente de un ‘imperio mundial’. Desde un punto de vista estructural, la emergencia del ‘sistema mundial moderno’ derivó, en aquel entonces, en una divergencia permanente entre los límites de los sistemas económico y político.

Y Wallerstein (1979, p. 10) aclara:

No estoy defendiendo aquí el clásico argumento de la ideología capitalista según el cual el capitalismo es un sistema basado en la no interferencia del Estado en los asuntos económicos. Todo lo contrario. El capitalismo se basa en la constante absorción de las pérdidas económicas por las entidades políticas, mientras que las ganancias económicas se distribuyen entre manos «privadas». Lo que defiendo en vez de eso es que el capitalismo como modo económico se basa en el hecho de que los factores económicos operan en el seno de una arena mayor de lo que cualquier entidad política puede controlar totalmente. Esto les da a los capitalistas una libertad de maniobra que tiene una base estructural. Ha hecho posible la expansión económica constante del sistema mundial, aunque con una distribución muy desigual de sus frutos.

Los capitalismos de tipo genovés y veneciano que caracterizamos como estadio previo serían los modelos prototípicos de Estado capitalista. Con una poderosa oligarquía mercantil, Venecia se erigió como prototipo de capitalismo monopolista de Estado y Génova como capitalismo financiero cosmopolita básicamente porque la primera apostó por su incardinación en el sistema de lógica territorialista que imperaba en Europa y la segunda inauguró el capitalismo financiero y no reducido territorialmente que acabaría imponiéndose a la larga en el mundo. Esta fundacional distinción desplegaba importantísimas diferencias estructurales. Así, en especial, Venecia concedió prioridad a la construcción de su aparato estatal y a su vertiente militar, mientras Génova se creaba a sí misma antes que nada a partir de sus redes comerciales y financieras.

En palabras de Heilbroner, lo que distingue al capitalismo de otras formaciones sociales no es el hecho de su carácter jerárquico sino su forma única, en la cual la lucha por el poder y la dominación llega a sublimarse en el deseo de acumular capital (1989, p. 123). Cuando el mecanismo que posibilita la introducción de un segundo nivel de lectura se refiere al poder es necesariamente un mecanismo creador de ideología. La sublimación abstracta de las cifras del capital es el modo de encubrir las relaciones de poder y dominación. Tenemos así al capital como cubierta ideológica del poder; a partir de ahí se despliegan los complejos y extraordinariamente ricos mecanismos de encubrimiento del sistema que se basa en ese capital. Su autoexpansión constituye la única constante de todos los periodos y su única raison d’être. Se materializa en la búsqueda de ganancias al ritmo más alto posible. Para ello el capital precisa la sucesión intercalada tanto de las fases productivas y financieras como de los tres mecanismos de crecimiento económico: monopolio, oligopolio y liberalización. Así, identificar capitalismo y liberalización solo es correcto si atendemos a determinados países y momentos. Por el contrario, la regla general de desarrollo capitalista ha consistido en la intervención, protección y regulación del Estado ante el comercio, el mercado laboral y demás arenas con componente económico. Ya Venecia y las Provincias Unidas constituyeron capitalismos organizados y dirigidos desde el Estado. Han existido experiencias liberalizadoras, sin duda, aunque normalmente en un plano de excepcionalidad que sería pronto contrarrestado. Más que para la práctica capitalista, el liberalismo económico ha servido sobre todo como discurso ideológico, como retórica legitimadora y como arma de dominación de los mercados ajenos.

El Parásito-Rey es normalmente hegemónico pero no omnipotente. Dependiendo del momento y lugar dispondrá de un arsenal más o menos prolífico, más o menos persuasivo. A veces los condicionantes sociales le superarán y se verá obligado a conceder mejoras objetivas para los actores contrahegemónicos. Cada conquista histórica se basa en la inclusión de una demanda de la mayoría social, que es permitida por el actor hegemónico cuando no tiene mejor modo de imponer su voluntad. Ejemplos relevantes lo constituyen la creación de la seguridad social en las últimas décadas del siglo XIX -reivindicación de los movimientos obreros-, la expansión del sufragio universal a comienzos del siglo XX- movimientos populares, sufragistas, feminismos...- o la aparición del Estado del bienestar después de la Segunda Guerra Mundial -en respuesta a los modelos socialistas.

Esto da idea de las relaciones de mestizaje, en permanente cambio y adaptación, entre el actor hegemónico y los subordinados. El primero no solo se impone a los demás, también acepta contenidos de los otros; utiliza sus propuestas, incomes para fortalecer la legitimidad de su dominio. Aunque, claro está, los adapta a sus intereses; la relación se renueva continuamente y el dominio del discurso y los símbolos es ahí clave. Eisenstadt (1963, pp. 427-429) identificó como esencial para su supervivencia esta capacidad de adaptación de las sociedades modernas. El sistema absorbe a su manera incluso las representaciones de sus mayores enemigos ideológicos.

El actor hegemónico o Parásito-Rey no solo dispone de mayores recursos y de todo tipo, sino que además provee las condiciones del conflicto con aquellos que desafían su hegemonía, es decir, las reglas del juego; también dispone los elementos discursivos, las ideas, las líneas que marcan lo que es legítimo o no, lo que es posible o no, etcétera. El resultado es que los actores contrahegemónicos no pueden presentar un bloque de ideas puro y completamente nuevo, sino una reordenación a partir de las materias primas disponibles en el régimen vigente y que puede dar lugar a una distribución del poder muy diferente.

Todo sistema político se basa formalmente en la inclusividad -todos apelan en sus textos políticos o jurídicos a valores como la democracia o la patria-, que se combina con la capacidad de despolitizar o desenfocar a los grupos que pudieran interesarse por un cambio de régimen. El actor hegemónico ordena y controla a los demás actores en la medida de su cercanía a los núcleos políticos, financieros y mediáticos. El Estado es la condensación en leyes, prácticas e instituciones de un particular reparto de poder. Su base constitucional refleja el equilibrio básico. A partir de ahí, comienza (continúa) la partida, el constante reflujo de elementos, tácticas y acontecimientos que va recomponiendo el statu quo. El Estado, como voz principal y oficial del actor hegemónico y sus aledaños, es el encargado de ofrecer el juego permanente entre coacción y seducción. Se quiebra el modelo y se da una crisis de autoridad cuando el actor no puede ofrecer la confianza suficiente para garantizar la estabilidad del sistema, la satisfacción mínima de las demandas de los sectores clave. El Parásito-Rey ha sorteado reiteradamente esa eventual ruptura de su modelo de autoridad. Y según el esquema interpretativo propuesto, lo ha conseguido sucesivamente a través de reformulaciones que actualizaban su presentación y algunos elementos pero mantenían su esencia de acumulación.

Un actor hegemónico consolida su poder principalmente a partir de dos ocultaciones, de dos intentos de hacer triunfar su ideología: primera, despojar de historicidad, evitabilidad y maleabilidad su poder, es decir, presentarlo como inevitable, natural, inamovible. En las sociedades precapitalistas, la referencia o vinculación con motivos religiosos jugó frecuentemente este rol naturalizador. Como esto no es ya posible en un grado suficiente, se hacen necesarios otros argumentos: fin de la historia o de las ideologías, resignación ante la inevitabilidad del sistema... “La tarea prioritaria para el constitucionalismo crítico y para los defensores de la democracia constitucional es hoy la lucha, dialéctica, contra la pretendida naturaleza aséptica y neutral de la nueva constitución económica, de esa nueva gubernamentalidad neoliberal” (Moreno, 2019, p. 402).

El afianzamiento del neoliberalismo a través de la integración supranacional y otros mecanismos, sin procedimientos democráticos ni garantías constitucionales, en un desorden de fuentes de derecho ad hoc que, al menos en el caso de la Unión Europea, utiliza incluso notas diplomáticas o declaraciones sin publicación oficial y que contradice los propios principios y coherencias del Estado de derecho de concepción liberal.

La segunda ocultación consiste en vencer en el terreno declarativo y simbólico: que las personas acepten su relato histórico y político, que lo aparente venza sobre las relaciones de poder realmente existentes: supuesta igualdad de oportunidades, supuesta democracia. Aquí, como en lo anterior, el control capitalista de los medios de comunicación desempeña un papel decisivo.

Estas dos ocultaciones son fundacionales para el poder del Párasito-Rey. A ellas intenta tender en todo momento, y su alcance razonable supone el éxito en su razón de ser: el mantenimiento del poder a través de la conservación o mejora de unas condiciones favorables para la reproducción del parásito -o autoexpansión del capital.

Carlos de Cabo (2010, p. 19) escribe que, a diferencia de los sistemas políticos precedentes en los que la desigualdad era transparente, reconocida, justificada, teorizada y con base en ella se defendía su legitimidad y permanencia, en el capitalismo los hombres ya no son desiguales.

La justificación se hará desde perspectivas morales (ideológicas, como el iusnaturalismo y primer liberalismo) y jurídicas (tanto en el Derecho privado y todas las construcciones sobre el sujeto jurídico y la autonomía de la voluntad, como en el público, con el constitucionalismo liberal). Y a partir de esta opacidad básica, todo el crecimiento del capitalismo contribuye a ocultar su funcionamiento. El capitalismo tiene aversión a la claridad, a la luz y, como el vampiro, sólo vive en la oscuridad; probablemente no es sólo un condicionamiento de su funcionamiento, sino también la desconfianza, más o menos conscientemente expresada, en su legitimidad. En todo caso, contrasta el progresivo crecimiento de la pretendida complejidad en el funcionamiento del capitalismo actual con el mantenimiento de un fundamento que, en último término, es susceptible de explicaciones elementales, como tienen que ser todas las que se refieran a un sistema que simplemente se basa en la obtención del beneficio como criterio de racionalidad social.

El desvelamiento de la contradicción esencial del capitalismo contiene los dos elementos nucleares del análisis que el esquema del Parásito-Rey propone: búsqueda de legitimidad y ocultación del funcionamiento del sistema.

Conclusión

Se ha partido de la tesis de que en el sistema mundial globalizado existe una hegemonía del componente económico-financiero sustentada en las continuas reformulaciones del sistema capitalista, que reviste un carácter estructural y que ha basado su legitimación en mecanismos implícitos de ocultación ideológica, que operan en especial en áreas aparentemente no económicas ni políticas. Este artículo presenta una propuesta metodológica para el estudio de la constante reproducción del capitalismo como ParásitoRey a través de seis ámbitos: 1) elección de los sucesivos organismos principales colonizados, 2) procesos de enmascaramiento antigénico-ideológico, 3) transformaciones provocadas en el cuerpo social, 4) propagación mediante las estructuras vehiculares, 5) declive del organismo principal, y 6) crisis con reorganización del sistema y recomienzo de 1). Se exponen las correspondencias de estos seis puntos con los principales fenómenos sociopolíticos de los últimos cuatro siglos.

La historia mundial de estas centurias es guiada por la lógica que va desde un sistema con las redes de acumulación incardinadas y subordinadas a las redes de poder territorial hasta otro, consumado en el último cuarto del siglo , en el que el poder territorial forma parte de una estructura dirigida por los intereses de las redes de acumulación. Siguiendo a Braudel (1982) y Arrighi (1999), esta evolución se ha producido a través de ciclos sistémicos de acumulación; cada ciclo ha dispuesto de una fase de expansión material a la que siguió una fase de expansión financiera.

El proceso de construcción de una sociedad mundial se inicia con el desarrollo de los principios mercantilistas en el siglo XVII y los principios liberales en el XVIII y culmina con la globalización imperante en el siglo XXI. El antes y el después lo marca la subrogación del Estado en favor del mercado, fenómeno fundacional que marca la separación entre política y economía, la dominación desde entonces de la segunda sobre la primera y en última instancia la incompatibilidad de la razón democrática y la razón capitalista.

A partir de ahí se desarrolla la tesis del Parásito-Rey como explicativa de las sucesivas transformaciones que el sistema de capitalismo hegemónico ha ido realizando para responder a los cambios históricos en las mejores condiciones de legitimidad. Se propone un modelo abierto por el que en cada periodo histórico el sistema de capitalismo hegemónico ha optado por un organismo principal en el que basar su dominio y unas estructuras vehiculares que le permitieran su mantenimiento. En el modelo se contraponen los elementos ideales a las relaciones de poder históricamente existentes y se da cuenta del declive del organismo principal, que conlleva en última instancia su sustitución por otro más preparado para el nuevo estado de cosas, en una reformulación del sistema de capitalismo hegemónico que no supone cambio alguno en su esencia: las relaciones de dominación de una pequeña minoría respecto al resto de la sociedad. Más que un recorrido histórico exhaustivo, lo que se ha propuesto es el seguimiento de nuestra tesis a través de los elementos básicos señalados para el sistema de capitalismo hegemónico.

En contra del asentado mito según el cual la dicotomía principal de la edad contemporánea ha sido la que enfrentaba a Estado y mercado, se ha constatado que la creación del Estado vino de la mano de la guerra y del capitalismo y que, desde las experiencias pioneras en Génova y Venecia, la regla general de desarrollo ha supuesto una intervención protagónica del Estado en la actividad económica.

La cosmovisión del Parásito-Rey se fundamenta en cuatro premisas: 1) Solo el homo economicus es coherente con la concepción economicista que implanta el capitalismo; a ello se oponen las visiones que parten de otra noción de ser humano: más compleja, con valores, construyendo en el común, aspirando a la justicia social. 2) La primera cosmovisión apuesta por un modelo de trabajo mecanizado, alienado y meramente productivista. 3) Tal modelo de producción supone un gravísimo quebranto del medioambiente, así como una desigual distribución de los recursos. 4) Los planteamientos que no cuestionan el statu quo mantienen los privilegios del Parásito-Rey. En el sistema de capitalismo hegemónico, experto es quien articula el consenso de la élite, lo presenta como lógico, positivo o inamovible y oculta las alternativas.

Con Wallerstein (1979, p. 16) concluimos que “la marca del mundo moderno es la imaginación de sus beneficiarios y su refutación por los oprimidos. La explotación y la negativa a aceptar la explotación como inevitable o justa constituyen la perenne antinomia de la era moderna, unidas en una dialéctica que está lejos de alcanzar su culminación en el siglo XX”.

Es el estudio de esa imaginación de los beneficiarios la que ha impulsado el presente trabajo; los cambiantes y fascinantes mecanismos ideológicos a través de los cuales el sistema de capitalismo hegemónico ha labrado su legitimidad sociopolítica y desplazado a la democracia a lo largo de cuatro siglos.

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Recibido: 07 de Julio de 2020; Aprobado: 16 de Noviembre de 2022

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