El médico dedicado al ejercicio activo de la profesión tiene que tomar decisiones en cuanto a lo que es diagnóstico y conducta terapéutica adecuados, no solo a la luz de lo que exige la apreciación científica pura, sino sus creencias de orden humanístico. Tiene que aceptar -no sin, resignación, sino con un gran optimismo- la realidad de que es y será durante toda la vida un perpetuo estudiante.

Los dilemas éticos son numerosos y solo se capacita para tratar de obtener la solución correcta al que se acostumbra a manejar la duda en el ejercicio diario de sus responsabilidades. Tomar una decisión puede lucir fácil como realización instantánea, lo difícil es todo cuanto precede a la misma, ya que se requiere conocimiento, análisis, temor, amor al prójimo, respeto a la dignidad de la paciente, consciencia de nuestras limitaciones y de nuestra responsabilidad moral, la capacidad de transportarnos en forma imaginaria y colocarnos en la situación del paciente, o de evocar, la posibilidad de que esté fuera alguien de nuestro más cercano afecto, y finalmente, una tremenda dosis de humildad de la cual estamos desposeídos la mayoría. La costumbre de afrontar a diario problemas, de ver el sufrimiento ajeno, no justifica la indiferencia ante los pacientes.

Los problemas éticos inmediatos los experimenta el médico fundamentalmente dedicado al cuidado de pacientes. Es, en estos niveles del ejercicio profesional, donde luce evidente la necesidad de someterse a las regulaciones contenidas en nuestro código moral. En cualquier otra profesión se elaboran reglas precisas, objetivas, de aplicación relativamente fácil, y aunque surjan dificultades de interpretación, generalmente prevalece el criterio lógico, frío, racional. En Medicina, la duda es permanente, y la prueba la hallamos en las interminables disputas acerca del simple significado de la “experimentación en humanos” (la sola palabra experimentación evoca suspicacia), ensayo, tratamiento de prueba, placebo, prueba ciega, mantenimiento de la vida, etc. En cualquier otra rama del saber estas expresiones pudieran definirse en forma clara, pero en nuestra profesión es imposible evitar las afirmaciones tendenciosas y despojarnos de la duda de si lo que hacemos es siempre lo mejor en beneficio del paciente y de la sociedad.

Estamos convencidos que ética médica es más que simples restricciones impuestas por la ley u orientadas por un código de actuación profesional. El cuidado del paciente contiene un imperativo moral insoslayable. Cada decisión importante es, al mismo tiempo, aplicación de juicios correctos y de juicios morales.

El dilema al que se enfrenta la ética es favorecer el desarrollo de la ciencia y la tecnología y proteger a la sociedad de males desconocidos, o bien congelar el desarrollo de la ciencia y tecnología y privar a la sociedad de bienes desconocidos.

Los principios de ética médica continuarán sirviéndole al médico de guía para identificar qué es lo mejor para el paciente, para él mismo y para su profesión.