Uno de los ámbitos con mayor juego de temporalidades es el arte. Ya sea desde la instalación o desde el performance, el campo artístico sitúa al observador al interior de una tensión entre temporalidades. “El archipiélago in[di]visible”, exposición e instalación en el Centro Cultural de Itchimbia, Quito, me sirve como arranque de este comentario de lectura. A lo largo de un recorrido que emula la disposición espacial del tianguis latinoamericano, el espectador experimenta un cúmulo de presencias en constante dislocación temporal: desde la plaza pública hasta la fiesta, pasando por una asamblea de futuro, es posible recorrer temporalidades en conflicto, antagónicas, y en traslape anacrónico.2
Casi a manera de un “objeto espectral”, los monigotes de la instalación -entre ellos Toussaint L’Overture, Guamán Poma, Simón Bolívar, Fidel Castro, Eva Perón, Emiliano Zapata, Mafalda y hasta Héctor Lavoe- funcionan como “un ritual histórico de dejar atrás, reflexionar sobre lo que pasó y abrirnos paso hacia el futuro”. El diálogo entre sus proyectos, salido de diversos tiempos, intenta “ofrecer una esperanza” y “la construcción de un futuro mejor al que nos han propuesto”.3
En las siguientes líneas me detendré a revisar algunos puntos de las propuestas temporales de Berber Bevernage, autor de Historia, memoria y violencia estatal. Tiempo y justicia. El libro de Bevernage puede insertarse en dos contextos. El primero consiste en los estudios sobre la memoria, además de los tópicos del reciente “giro temporal”, mientras que el segundo responde a los intereses de la agenda de investigación del autor.
Profesor belga de teoría histórica en el departamento de Historia de Ghent University, Bevernage ha colaborado en distintas redes de investigación interdisciplinaria como TAPAS (Thinking About the PASt) y la International Network for Theory of History. Historia, memoria y violencia estatal se desprende de su investigación doctoral en torno a la injusticia histórica, la ética en la operación historiográfica y las temporalidades que subyacen a la lectura de los pasados en contextos post-dictatoriales como los de Argentina, Sudáfrica y Sierra Leona. Originalmente publicado por Routledge en 2011 bajo el título History, Memory, and State-Sponsored Violence: Time and Justice, fue traducido en Argentina por María Eugenia Gay bajo la editorial Prometeo en 2014.
A partir de estos dos contextos me interesa relacionar las premisas de Bevernage sobre los espectros y el tiempo histórico con las preocupaciones recientes sobre las temporalidades sociales y políticas. Las manifestaciones sociales son las que impulsan la actualización o el uso de los pasados bajo formas de memoria esgrimidas en el espacio público4 y forman nuevas cartografías de las duraciones, de los tiempos y de las memorias. Dicho de otro modo, distribuyen los tiempos de formas distintas.
Los paisajes del tiempo y las cartografías que se desprenden de nuestros intentos por diagnosticar la temporalidad en relación con los conflictos sociales y las formas de historizar no son una operación nueva.5 La propia idea de cartografía, problematizada por Emmanuel Biset, conlleva también una serie de problemas para explorar las temporalidades distintas. Según señala el filósofo argentino, en su lectura de Claire Colebrook y Fredric Jameson, una cartografía implica una orientación o una dirección, “un movimiento, un rumbo, un camino”. Y, como tal, dicho rumbo puede “subordinar y excluir otras direcciones”6 en medio de un camino marcado por una temporalidad lineal que “permite no solo diferenciar entre un antes y un después, sino entre lo nuevo y lo viejo”.7 Preguntarnos por las “nuevas cartografías del tiempo” requiere tener el cuidado reflexivo de no incluir los marcos teóricos de las temporalidades en medio de una serie de reflejos teóricos unidireccionales: una “teoría de la vanguardia”, una “novedad” o una “teoría de la modernización”, por señalar algunos casos.
A las propuestas de reciente cuño en torno al análisis de las temporalidades debemos, además de un cuidado en términos de evitar clasificaciones cifradas en un binarismo antes/después, imprimir una disposición espacial o, dicho de otro modo, territorial. Tal como en el “Archipiélago in[di]visible”, territorializarles en medio de las formas sociales disponibles en el acervo de experiencias históricas latinoamericanas. Estas, marcadas a veces por procesos de acumulación, despojo y destrucción de los comunes, requieren ser parte -como señala Biset- de la “posibilidad de figurarse o representarse un presente determinado que tenga efectos sobre la acción política”.8 Dicho de otro modo, una cartografía del tiempo no “deja de estar sobredeterminada, a su vez, por una historia geopolítica, colonial, racial”.9
Ahora bien, hay propuestas recientes de diagnóstico temporal, tales como los “regímenes temporales”, que entran en discusión con las ya conocidas metacategorías de “regímenes de historicidad”.10 Por ello, es interesante inscribir las teorías previas -como la de François Hartog- en las discusiones sobre la multiplicidad de temporalidades. La idea de “régimen”, por ejemplo, en términos de Felipe Torres, “has the potential to account for more than one stable pattern”.11
Un caso que ilustra la apertura en la cartografía sobre las temporalidades es la propuesta de Martín Arboleda sobre la planificación. En ella, Arboleda identifica algunos elementos críticos para pensar las relaciones entre temporalidad y conflictos. A partir de la reinvidicación de la planificación, alejada del plano burocrático y heteropatriarcal de un estado estalinista, Arboleda defiende este orden temporal como una forma de propiciar escenarios sociales futuros ayudados de los adelantos técnicos y tecnológicos en materia de cuantificación.12
Por otro lado, es innegable que una dimensión planetaria, ecocrítica, es indispensable en las nuevas cartografías del tiempo o de nuestras relaciones con las temporalidades. Los conflictos planetarios también nos impelen a volver a pensar las formas en las cuales nos relacionamos con los pasados y los tiempos.13 Una conciencia planetaria, como señala Emily Vázquez en su lectura de Cristina Rivera Garza, Gayatri Spivak y Mary Louise Pratt, es contraria a la noción de globalidad. Dicha conciencia nos permite observar el mundo en términos de las relaciones plurales con lo natural, esto es, con “la multiplicidad infinita de seres alternos que habitan el planeta”.14
La globalidad, por su parte, pertenecería precisamente a los “anhelos del capitalismo extractivo” y la “homogeneidad abstracta” de las “normas económicas o geopolíticas”.15 Junto a la conciencia y la sensibilidad ante la planetariedad de las relaciones humanas y no-humanas con lo natural, las experiencias temporales han cambiado. Hablamos ya de una historia en términos de los tiempos de cambios sin precedentes, como señala Zoltán Boldizár Simon,16 y de las preguntas por el futuro ambiental del mundo.
En este sentido, vale la pena preguntarse por la relación entre los tiempos ambientales y los tiempos históricos pues, como apuntan Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro:
Los materiales y los análisis sobre las causas (antrópicas) y las consecuencias (catastróficas) de la “crisis” planetaria vienen acumulándose con extrema rapidez, movilizando tanto la percepción popular -con la debida mediación de los medios de comunicación- como la reflexión académica.17
En función de lo anterior, una cartografía de las temporalidades para la historiografía y la teoría de la historia requiere revisitar las nociones de temporalidad, heterocronías, y el reciente giro temporal (temporal turn).18 Requiere preguntarse cómo cartografiar, mapear y territorializar el giro temporal; cuestionarse de qué formas se territorializan los conflictos y la apertura de posibilidades en las relaciones actuales con los tiempos.19 Si bien antes autores como Walter Benjamin, Martin Heidegger o Michel Foucault han problematizado las nociones lineales y unitarias de las temporalidades, es posible señalar que el contexto de producción del reciente giro temporal responde a problemas distintos o, cuando menos, insertos en temas sobre el cambio climático, los recientes procesos de desposesión de los comunes y precariedad en las formas de vida, los registros afectivos, así como las violencias globales.20
Así, desde una apertura a la perspectiva de las nuevas cartografías del tiempo es preciso comprender los ritmos temporales, las utopías, distopías y las formas de territorializar las sensibilidades temporales que los movimientos sociales hacen a partir de formas de recordar y conmemorar pasados traumáticos y difíciles.
En esta apertura podemos observar de forma primaria, cuando menos, cuatro sensibilidades en dirección a pensar en una territorialización de las formas temporales: a) temporalidades del conflicto y apertura de posibilidades radicales para la emancipación de los comunes;21 b) temporalidades, heterocronías y espectrologías (hauntology);22 c) temporalidades post naturales, terrestres y minerales;23 d) temporalidades queer, críticas de los futuros reproductivos.24
Ahora bien, el libro de Berber Bevernage, Historia, memoria y violencia estatal, interactúa con, al menos, los puntos a y b de estos cuatro tópicos. El libro se inserta en la problemática de la espectrología de los pasados violentos que desencajan el tranquilo paisaje de una política temporal lineal y propone el análisis de las temporalidades en conflicto que son movilizadas por grupos sociales, como las Madres de la Plaza de Mayo. Así mismo se pregunta por los pasados que permanecen “pegados” o que “persisten en el presente”.
Estos pasados insistentes, “irrevocables”, indican que la temporalidad social no es lineal. Los movimientos sociales recuperan, insisten y agrupan pasados a través de formas, dispositivos y materialidades de memoria.
Por ello, el tiempo no es “irreversible” -guiño aparte a Gaspar Noé- y tampoco pertenece a la estela de la distancia temporal que taja la relación entre pasado y presente, propia del tiempo modernista de la historia. Antes bien, señala el teórico belga:
[…] la perspectiva de lo irrevocable ofrece una gran oportunidad para criticar el tiempo irreversible de la historia y de analizar la viabilidad de una cronosofía alternativa capaz de desafiar la concepción del pasado como un asunto “muerto” que se encuentra ausente o distante.25
Los pasados insistentes deconstruyen las distancias o ausencias, en palabras de Bevernage, en la medida que cuestionan las nociones de pasado, presente y futuro como entidades temporales autocontenidas o fácilmente distinguibles entre sí.
Las consecuencias prácticas de esta discusión teórica e historiográfica son visibles a través de los ocho capítulos que componen Historia, memoria y violencia estatal. En los primeros cuatro capítulos el autor se pregunta por la justicia transicional en los contextos posconflicto de Argentina, Sierra Leona y Sudáfrica a partir de los movimientos de las Madres de Plaza de Mayo, el trabajo de la Comisión Sierraleonesa por la Verdad y la Reconciliación y, finalmente, la herencia del Apartheid.
Dentro de la discusión de Bevernage, la justicia transicional depende de una política del tiempo que sitúa a los pasados traumáticos o violentos en un espacio alejado del presente. La así denominada “adecuada conciencia histórica” sobre estos pasados distibuye las sensibilidades y memorias a partir de la distinción pasado/presente. De este modo, la historia y el “énfasis en la cronología”, según el autor, fomentan un “sentido de discontinuidad histórica” con el objetivo de construir un “presente simultáneo o contemporáneo, liberado del pasado acechante”.26 La discontinuidad histórica en los casos de las comisiones favorece la formación de un proyecto histórico en aras de la “simultaneidad/ contemporaneidad cívica”, misma que funciona como criterio de distinción entre lo que “es pasado” y lo que “es presente”.
La segunda parte del libro, consistente en otros cuatro capítulos, explora con un especial calado teórico las relaciones entre el presente y el “pasado acechante”. Problematiza lo que Bevernage denomina una “cronosofía” en términos del “relato historicista del cambio histórico y el énfasis modernista en la disyunción entre el pasado y el presente”.27 Para el autor, dicha cronosofía limita el alcance de visibilidad temporal al de un “presente vivo” en oposición al “pasado muerto”.28 En la discusión más teórica del autor, desfilan los nombres de Fernand Braudel, R. G. Collingwood, Ernst Bloch, Louis Althusser y, por supuesto, Jacques. Derrida.
Ahora bien, si Historia, memoria y violencia estatal puede insertarse en una nueva cartografía de las temporalidades es porque responde tanto a las demandas teóricas sobre la comprensión de la movilidad temporal que provocaron las resistencias a la precariedad, las violencias de estado y la lucha social en los procesos de descolonización. Recupera una forma distinta de historizar que nos remite a la apertura de posibilidades, más que en términos de una historia acabada o distanciada del presente y del futuro.29
Esta recuperación puede entenderse, en nuestra lectura, desde tres coordenadas en intersección con las cartografías temporales recientes: a) la espectrología; b) el disenso temporal; y c) la dimensión práctica del tiempo.
1. La espectrología como el análisis de temporalidades transtornadas
Es ya conocida la crítica proveniente de las lecturas deconstructivas sobre la linealidad del tiempo histórico. La escritura -en su materialidad de trazo y traza- alberga la potencia de ser leída o reconocida en distintos contextos y circunstancias. En consecuencia, la lectura de textos y documentos históricos (como papel máquina) puede hacerse desde coordenadas distintas en términos temporales.30 La iterabilidad y la artefactualidad de la escritura nos sitúa, como lectores territorializados en tiempos lejanos al de la producción de la escritura, en interpretaciones que pueden (o no) ser completamente distintas a la de la intención original de un texto. Un significado no es estable ni se ajusta a la presencia plena: está diferido en una cadena de significantes que se desplaza espacial y temporalmente. Está, por hablar en la jerga derrideana, en différance.
En las lecturas deconstructivas, el tiempo no remite a la temporalidad de la presencia, del ser pleno, o de la ausencia. No descansa en la tranquilidad metafísica de la certeza del ser. Es, antes bien, un tiempo situado en un régimen no-binario de la presencia-ausencia. En el intersticio surge la figura del fantasma o del espectro, ente que no se encuentra de forma plena en el presente pero que, no obstante, asedia o ronda el conjunto de entidades en un contexto histórico. Sabemos que está ahí por sus efectos, síntomas y latencias; y, empero, no le podemos identificar de forma plena. Modula una forma de pasado -entre otras tantas- que no se ajusta a los parámetros de la presencia o de la ausencia. Antes bien, desplaza el binarismo del ser (presencia) y del no-ser (ausencia) hacia lo espectral.31
La deconstrucción derrideana -o, al menos, el proyecto por venir de la deconstrucción- no solo remite al desmantelamiento de la ontología occidental (o de la mitología blanca, según Derrida en su lectura de Hegel). Implica pensar la historicidad y la historia a partir de los márgenes y una estrategia de lectura deconstructiva fuera de la inocencia metafísica que anida en la historiografía institucional.32
El concepto metafísico de historia -que, en una lectura cruzada, podría entenderse en tanto que des-encubrimiento del ser a lo largo del tiempo- depende de la noción de presencia, esto es:
“[…] la proximidad de objetos (materiales o ideales), o como la auto-presencia o la auto-identidad de un sujeto/cogito inmediato a sus propios actos mentales, como la co-presencia del yo y del otro en la intersubjetividad, o, en el nivel más fundamental, como el mantenimiento del “ahora” puntual del presente temporal en sí mismo”.33
Esta lectura permite entender la distinción sobre el tiempo judicial y el tiempo de la historia que Berber Bevernage introduce en Historia, memoria y violencia estatal:
[…] el discurso judicial presupone un tiempo reversible en el que el crimen está, por así decirlo, totalmente presente y puede ser revertido, anulado, o compensado por la correcta sentencia y castigo. Esta noción del tiempo se relaciona a una lógica quasi-económica de culpa y castigo, en la cual la justicia es últimamente entendida como retribución y resarcimiento. En contraste con eso, la historia tradicionalmente trabaja con lo que ha sucedió y ahora está irremediablemente perdido. Insiste en la “flecha del tiempo”, piensa en el tiempo como fundamentalmente irreversible, y nos fuerza a reconocer las dimensiones de ausencia e inalterabilidad del pasado.34
Si el tiempo de la historia es, como dice el también autor de “The past is evil/evil is past”,35irreversible, también “sobredimensiona” los rasgos de “persistencia” y “presencia acechante del pasado”.36 Incluso puede señalarse que sentimientos derivados de los procesos pasados -como el resentimiento- se instalan en los tiempos irreversibles del pasado, esto es, como ausencia y presencia plenas. Esta forma de experimentar el pasado depende también de las vivencias sobre el tiempo, ya sean como algo alejado, lejano o cercano. El autor de “Time, presence and historical injustice” recurre a una distinción planteada por Vladimir Jankélevitch: irreversible/irrevocable. Las experiencias del pasado -y del tiempo, podríamos añadir- pueden sentirse, tocarse, rondar en términos de lo irreversible o un “haber-tenido-lugar”, un “haber-sido”, un pasado “transitorio o efímero”; y de lo irrevocable o un “haber-sido-hecho” en términos de un pasado “terco y duro”.37
¿Qué sucede con los pasados difíciles, violentos o situados en temporalidades transtornadas por procesos de cambios políticos y sociales? Bervernage nos advierte que, en ocasiones, los pasados que persisten o que se adhieren al presente pueden descoyuntar o deconstruir el binarismo por excelencia del tiempo modernista: la ausencia y la distancia.
[…] la perspectiva de lo irrevocable ofrece una gran oportunidad para criticar el tiempo irreversible de la historia y de analizar la viabilidad de una cronosofía alternativa capaz de desafiar la concepción del pasado como un asunto “muerto” que se encuentra ausente o distante y deja algún espacio intelectual para tomar en serio la idea de un pasado “persistente” o “acechante”.38
Un pasado que permanece y acecha rompe la tranquila temporalidad del tiempo vacío u homogéneo, de las cronologías modernistas, de la “extrañeza del pasado” y de la linealidad temporal de la historia convencional, de “los archiveros o historiadores clásicos en su epistemología, en su historiografía, en sus operaciones tanto como en sus objetos”.39
En este punto, Bevernage recurre a Jacques Derrida para recuperar las nociones de tiempo espectral y de deconstrucción del tiempo. El discutido giro político derrideano en “Espectros de Marx” (1993) es fundamental para entender la dimensión del tiempo espectral. Contrario al proclamado fin de la historia y la victoria de la democracia liberal en el globo, los espectros o afantasmamientos de Marx rondan el presente constitutido por:
[…] el desempleo causado por la desregulación de los nuevos mercados, la exclusión masiva de los ciudadanos sin hogar y los exiliados de la vida democrática, la incapacidad de dominar las contradicciones del libre mercado, el agravamiento de la deuda externa, la industria y el comercio armamentista.40
La herencia de Marx, de los socialismos y comunismos, rondan cual espectros a las descafeinadas posturas que defendieron y defienden la hegemonía liberal. Incluso, como señala Bevernage, los espectros rondan y participan del propio Marx al momento de lidiar con la “herencia revolucionaria” (francesa), el “carácter místico de la mercancía” como “aparición”.41
El asedio de los fantasmas, de los espectros, disloca el tiempo. Lo transtorna a partir de la “introducción de una anacronía constante en el presente”.42 El tiempo presente, al momento en que un espectro brota cual trauma o duelo, no es contemporáneo de sí mismo. Como apunta el autor de Historia, memoria y violencia estatal en su lectura de Warren Montag,43 un espectro depende de la noción derrideana de huella. Los pasados que emergen como fantasmas tienen una huella que no se ajusta al tiempo de la presencia; son, por el contrario, no-contemporáneos. Dicho de otro modo, son pasados que no mueren (no son ausentes) y no viven (no son presentes).
¿De qué forma los tiempos espectrales de los pasados adquieren vitalidad al momento en que movimientos sociales como las Madres de Plaza de Mayo, los sobrevivientes del Apartheid en Sudáfrica y Nueva Sierra Leona movilizan demandas de justicia transicional o de reparación?44
Las temporalidades también son usadas por las comisiones de verdad a través de discursos históricos que remiten a una “simultaneidad/contemporaneidad cívica” con el fin del “perdón y la promesa de no-repetición”.45 Para Derrida, según señala Bevernage, “toda reflexión sobre la injustricia y la ética debería estar estrechamente relacionada a una reflexión sobre la naturaleza desarticulada del tiempo y viceversa”.46 Veamoslo un poco más.
2. Las temporalidades en conflicto (o disenso)
La idea de François Hartog sobre un presente expandido que coloniza los pasados y los futuros ha encontrado una profunda resonancia entre las perspectivas analíticas de las temporalidades. Ciertamente, la tesis de que vivimos bajo un régimen de historicidad que ordena los pasados, presentes y futuros bajo el presentismo y la aceleración ha sido la punta de lanza de las reflexiones historiográficas sobre el tiempo.47 Sin embargo, ¿qué sucede cuando observamos las movilizaciones sociales que reclaman futuros y movilizan pasados de formas distintas a las de una “conceptualización moderna del tiempo”?, esto es, la idea de una “división estricta entre el pasado y el presente”.48 ¿Qué implicaciones analíticas tiene, para un análisis crítico de las temporalidades, el saber que un tiempo puede ser espectral o no-contemporáneo de sí mismo ni de su presente vivo?
Si vamos más allá de la tesis de Hartog, los conflictos sociales movilizan una serie de temporalidades que resquebrajan el paisaje temporal de una linealidad tranquila. Temas como la racialidad, la colonialidad, el cuidado y el género necesitan ser incorporados al momento de observar la constitución social de las temporalidades.49 Ideologías y posturas políticas desde el marxismo poseen también una pluralidad de temporalidades que necesitan ser consideradas como contrapunto a la identificada - por Wendy Brown y Enzo Traverso- melancolía de izquierda.50
Historia, memoria y violencia estatal también explora la dimensión conflictiva de las temporalidades a partir de los discursos de justicia en cuanto a los pasados violentos. Tal como señala Berber Bevernage, la “relación entre la historia y la justicia se encuentra generalmente dominada por la idea de que el pasado está ausente o distante”.51 Esta relación (o postulación) temporal con el pasado conlleva una serie de dificultades, empezando por la idea de un “pasado ausente”. Más allá de que la temporalidad modernista del pasado le confiere un estatus ontológico en términos de pérdida y ausencia, para la “carga ética” -en términos de Verónica Tozzi- la ausencia del pasado hace díficil cumplir con las demandas del “deber recordar”, del “hacer justicia al pasado” e, incluso, del “nunca más”.52 Por ello, es en la justicia transicional, en la reparación de injusticias históricas, en las violencias de las dictaduras del siglo XX y en los genocidios de regímenes raciales donde, a partir de Bevernage, podemos decir que la relación tiempo-ética se hace más presente que nunca.
Hay una política del tiempo a la que recurren los organismos dedicados a la preservación de la memoria y a la reparación de injusticias; política que, según el autor, es parte de un conjunto de reacciones frente a la “dicotomía modernista” del “presente vivo” y el “pasado ausente”.
El olvido como receta del perdón (el par amnesia-aminstía es ejemplar de esto) ha perdido crédito en medio de los conflictos temporales de los movimientos sociales en Sudáfrica con el Apartheid y en Argentina con las dictaduras militares.53
Dentro de los organismos dedicados a la justicia transicional están las comisiones de verdad. Situadas en un “tiempo post- conflicto”, las comisiones recurren a la historia a partir de la pacificación de “la fuerza problemática de la memoria”. En palabras de Bervenage, “la política transicional en general es interpretada como la búsqueda de un equilibrio justo entre el exceso de memoria y el exceso de olvido”.54
A pesar de ello, en el desborde de la receta del par amnesia-amnístia también habita una “disputa entre dos formas de memoria que son orientadas por dos apuestas temporales contrarias”.55 Desde esta disputa puede entenderse que la memoria y la historia no son un “dato natural” ni parte de una función representacional del pasado, “de buscar la verdad y generar sentido”. Antes bien, señala Bevernage, es una forma de relación con la distancia temporal del pasado: “nuestra relación con el pasado se basa en la producción y la manipulación de la distancia, por más resumida o extendida que sea”.56
Así pues, hay “construcciones de distancia” histórica, y, junto al autor, podemos decir que, en el margen de las temporalidades en conflicto o en disenso,57 coexistenten temporalidades en convivencia bajo formas espectrales o sedimentadas, a la espera de ser actualizadas.
La distancia histórica tiene un carácter performativo, esto es, la distancia entre presente y pasado no es un elemento dado de forma natural, antes bien requiere de ser pensado a la luz de la inestabilidad temporal:
[…] el lenguaje histórico no solo se utiliza para describir la realidad (el uso así llamado constatativo del lenguaje) sino que también puede producir efectos sociopolíticos y que, hasta cierto punto, puede provocar la efectivización de un estado de cosas que pretende meramente describir (el así llamado uso “performativo” del lenguaje).58
3. ¿Qué hacer con el tiempo?
A partir de las reflexiones que Berber Bevernage elabora en Historia, memoria y violencia estatal debemos preguntarnos por las dimensiones éticas que mantenemos en nuestras operaciones historiográficas. Dicho de otro modo, debemos abrir un campo de disenso en las temporalidades de las historiografías, disenso introducido por los espectros de pasados violentos que aún nos asedian: fantasmas del colonialismo, del racismo, de la precariedad, de las desapariciones.59
Una operación de lectura crítica del libro de Bevernage puede comenzar a preguntarse cómo territorializar desde suelo mexicano los tiempos de irreversibilidad e irrevocabilidad. Preguntarnos por las temporalidades y por elaborar nuestras propias cartografías a partir de los contextos de violencia en el siglo XX requiere tener en mente que las teorías de la historia y las historiografías no pueden desligarse de procesos como la guerra sucia en México, las violencias de estado en Acteal (1997), Aguas Blancas (1995), Tlatelolco (1968) o los recientes acontecimientos de Ayotzinapa (2014).
Los procesos de necropolítica y capitalismo gore, las desapariciones forzadas y feminicidios, así como la acumulación por despojo por la violencia del narcotráfico, requieren una acentuación del giro ético en la historiografía.60
Preguntarnos por los espectros de aquellas violencias de estado implicaría, por seguir a Bevernage, dislocar la linealidad del tiempo histórico, de la “simultaneidad/contemporaneidad cívica”. Significaría además cuestionar la distancia histórica que, como actores del siglo XXI, performamos respecto de las violencias pasadas y presentes. Al mismo tiempo, implicaría preguntarnos por la relación de las operaciones historiográficas y reflexivas en medio de un contexto marcado por el horrorismo contemporáneo, esto es, la violencia y el terror congelante, sin objetivo salvo “la vulnerabilidad del inerme”.61
La dimensión ética en la historiografía -dimensión abierta por Bevernage, Norton, Donnelly, entre otros y otras-62 nos empuja a pensar en las formas de duelo, de trauma y de pérdida que asedian a la reflexión teórica en la historia; no solo en términos de un pasado que nunca será alcanzado por la propia constitución espectral de la duración, del tiempo y los ritmos sociales, sino, además, por los ámbitos emocionales que subyacen a toda teoría de la historia.
En suma, Historia, memoria y violencia estatal nos invita a tratar críticamente nuestras relaciones con el tiempo y la historia. Estas reflexiones nos impelen, además, a examinar críticamente las historiografías cifradas en la lógica del tiempo modernista y lineal, o dicho de otro modo, “a reconocer el potencial performativo y la totalidad de las implicaciones éticas de las prácticas discursivas de la historia”.63
Una de las lecturas del libro de Bevernage podría remitirse a analizar las implicaciones de sus reflexiones para la historiografía del tiempo presente y la deconstrucción de la distancia histórica entre presente y pasado. Sin embargo, considero que, al inscribirse en el contexto de una cartografía de las temporalidades, Historia, memoria y violencia estatal funciona como síntoma de la imperiosa necesidad de territorializar las sensibilidades emergentes sobre los tiempos: desde la hauntología y espectrología derrideanas, la deconstrucción de las formas de duelo y memoria hasta los enfoques planetarios y ecocríticos. En ello reside la potencia crítica del libro de Bevernage; potencia que requiere, por incómodo que resulte, mirar hacia los pasados violentos y los presentes transtornados por los espectros de aquellas temporalidades en disputa.64