1. Introducción
La inseguridad se ha convertido en un fenómeno recurrente que condiciona tanto las percepciones como los comportamientos de los individuos. En México, en el 34% de los hogares al menos uno de sus integrantes fue víctima de algún delito en 2018 (INEGI, 2019) y casi el 75% de los sujetos de más de 18 años señaló que su población era insegura (INEGI, 2020). Esta extensión de la inseguridad motivó que un buen número de ciudadanos modificaran sus comportamientos para evitar el crimen, como muestra el hecho de que el 53.4 y 37.4% de ellos dejaran de salir por las noches, y dejaran de salir a caminar, respectivamente, en el año 2018 (INEGI, 2019).
Esta situación se produce en sociedades altamente polarizadas, como es el caso de las latinoamericanas. En esta región, más del 30% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, de acuerdo con la CEPAL (2019). Parece ser un rasgo propio de los sistemas de estratificación latinoamericanos el que las clases medias y bajas encuentren obstáculos inquebrantables cuando aspiran a ascender a los escalafones superiores. De esta forma, si en 2002 el 5.3% de los sujetos pertenecían a los estratos medio-superior y superior, esa cifra sólo aumentó muy ligeramente hasta el 7.5% 15 años después, en 2017 (CEPAL, 2019).
Es de presumir que dicha polarización puede hacer que los ciudadanos de diferentes clases sociales experimenten y respondan de forma diferente ante dicha inseguridad ciudadana. El propósito de este artículo es validar este tipo de presupuestos. Así, nuestro primer objetivo consiste en aclarar si podemos encontrar diferentes perfiles de sujetos según como perciban, experimenten y reaccionen ante la violencia y la inseguridad. Para ello, recurrimos al concepto que acuñó Raymond Williams de estructura de sentimiento, y lo intentamos aplicar para el caso de la inseguridad.
Una vez que conseguimos identificar estructuras del sentimiento de inseguridad, nuestro segundo objetivo consiste en relacionarlas con diferentes variables de estratificación social como el género, el estrato social, los niveles educativos, o diferentes condiciones del entorno habitado. Con ello conseguimos refrendar buena parte de los hallazgos que han sido relatados por la literatura, en el sentido de señalar que la percepción y experiencia de la inseguridad dependen de las posiciones de clase social. Sin embargo, la principal aportación del trabajo consiste en que el reinterpretar dicha percepción y dicha experiencia a través del concepto de estructuras de sentimiento de inseguridad, permite dar un paso interpretativo más, y contemplar cómo esas estructuras de sentimiento de inseguridad pueden ser vehículo cohesionador para la formación de clase social. En otras palabras, la interpretación habitual ha sido hacer depender la percepción y la experiencia de la inseguridad de factores de estratificación y de clase social. Ahora bien, nuestra reinterpretación de estos fenómenos a través del concepto de estructuras de sentimiento de inseguridad abre la vía para comprender que esas mismas estructuras de sentimiento de inseguridad pueden ser corresponsables y un factor en sí mismo de los actuales procesos de estratificación social.
Para generar nuestra evidencia recurrimos a la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública (Envipe) de 2018 en México, que nos ayuda a aclarar las formas en que los ciudadanos responden ante la inseguridad.
La inseguridad y el miedo al delito se han convertido en elementos constituyentes de nuestras sociedades. Algunos autores señalan cómo los comportamientos y actitudes que buscan evitar la violencia son cada vez más importantes (Cardia, 2002; Garland, 2001). Esto supone que el miedo al delito se ha convertido en una actitud básica para interactuar con las situaciones y espacios presentes (Lopez da Souza, 2014; Furedi, 2007; Rebotier, 2011). Algunos autores han intentado analizar esta situación y han ubicado el miedo y la inseguridad dentro de un contexto más general de incertidumbres económicas (Britto, 2013: Dammert, 2012). En particular, las reformas neoliberales presentes desde la década de 1980 han erosionado las seguridades de los Estados del bienestar y han generado una situación perpetua de crisis, que deja a los sujetos desarmados para solventar sus problemas cotidianos (Goldstein, 2010). En este contexto, los ciudadanos se ven obligados a manejar y supervisar una gran cantidad de situaciones y personas consideradas como amenazantes, guiados por un estado generalizado de ansiedad y búsqueda del control (Dupuis y Thorns, 2008).
La percepción de la violencia y el miedo al delito pueden inducir cambios importantes en los comportamientos de los individuos. Hace cuatro décadas, Skogan y Maxfield (1981) señalaban que los individuos podían seguir un patrón de evitación, o un patrón más proactivo, en la manera como respondían a tales percepciones y miedos. Investigaciones más recientes han corroborado esos señalamientos. Así, algunos autores han señalado que los sujetos pueden abstenerse de realizar actividades cotidianas en espacios que son considerados como amenazantes (Bobea, 2015; Villarreal Montemayor, 2016). Otros autores subrayan que los sujetos también pueden adoptar acciones más proactivas, como amurallar y proteger sus propiedades, instalar sistemas de video vigilancia, o mudarse a condominios amurallados (Pow, 2013; Roitman y Giglio, 2010).
La extensión de la inseguridad está ligada a otros procesos sociopolíticos más amplios. Estudiosos de la estratificación social han investigado cómo la gestión de la violencia puede es una fórmula como se expresan las desigualdades sociales en el mundo contemporáneo. Así, se ha subrayado que los individuos de las posiciones sociales más altas suelen vincular el miedo al delito, con el miedo a las minorías étnicas o a los pobres (Garland, 2001; Jeffery, 2018; Benz, 2014). Al mismo tiempo, la extensión de estigmas territoriales ha servido para que las clases altas remarquen su distancia socioespacial respecto a los espacios y vecindarios especialmente amenazantes (Pow, 2013). De manera derivada, la forma como gestionan la violencia estos individuos aventajados no sólo conduce a que se sientan más seguros y protegidos, sino también a que se refuercen sus privilegios y ventajas sociales. Tal es así, que algunos autores han visto cómo esta forma de gestionar la violencia se convierte en una fórmula de gobernanza a través del delito, que es la base para la preservación del orden social contemporáneo (Coleman, Tombs y Whyte, 2005).
El concepto de estructuras de sentimiento, tal y como fue acuñado por Raymond Williams, integra varias características que lo hacen apropiado para analizar el papel que ejercen las reacciones ante la inseguridad para los procesos actuales de estratificación social. En primer lugar, la amplitud del concepto es destacada, lo que permite integrar juntos elementos cognitivos, afectivos y conductuales. En su formulación original, el concepto se destinó para analizar las asunciones y experiencias compartidas y que cohesionaban a una determinada generación de literatos (Williams, 1979; Blackshaw, 2009; Williams, 1961). Con ello, Williams intentaba superar el sesgo demasiado cognitivista que existía en el análisis del espacio literario y, de hecho, llegó a proponer como una posible alternativa a sentimiento el vocablo de experiencia. Esta dimensión afectiva y experiencial del concepto ha sido retomada por investigadores posteriores (Nava, 2006) y explica en parte su vigencia.
En segundo lugar, el concepto permite una aproximación plural a la hora de estudiar los posicionamientos a los que se adhieren los ciudadanos en contextos históricos concretos. Aunque sus primeras formulaciones sugerían un concepto más unificador, diversos intérpretes han enfatizado que el propósito de Williams era analizar posiciones múltiples y contradictorias (Anderson, 2016). De hecho, se ha señalado que Williams usaba el término como una manera de representar posiciones sociales emergentes dentro de una determinada formación social (Matthews, 2015), lo que le permitía analizar el dinamismo y el cambio histórico (Sanborn, 2016).
En tercer lugar, el concepto vincula las percepciones, las experiencias y los comportamientos con la estratificación social. Williams enfatizó que la existencia de estructuras de sentimiento alternativas eran en ocasiones expresión de las diferentes clases sociales (Williams, 1961). Sus seguidores han subrayado este sentido del concepto y han insistido en su utilidad para analizar cómo los sujetos de diferentes clases sociales se adhieren a posiciones concretas en un amplio espectro de disputas cotidianas como el patriotismo (Nava, 2006), la vestimenta (Highmore, 2016), o la cocina (Nenga, 2003).
Sin embargo, tiene que reconocerse que el concepto ha sido escasamente utilizado para analizar percepciones, experiencias y conductas ante espacios geográficos concretos (Dirksmeier, 2016). Sí que existen conceptos vecinos al de estructuras de sentimiento que se han usado exitosamente para interpretar cómo los sujetos reaccionan ante las interpelaciones de los espacios vividos. Así, con el término urbanismo afectivo se ha propuesto analizar un urbanismo que esté atento a cómo varias modalidades más allá de lo racional, como los afectos, las emociones o los sentimientos, son integradoras de la vida urbana (Anderson y Holden, 2008: 144). En una posición similar, Dowling (2009) ha analizado una gran diversidad de estudios que identifican cómo las moralidades y las identidades aparecen construidas en espacios particulares. Otros autores han investigado la extensión actual de sentimientos como el miedo y la ansiedad en espacios públicos y privados (Low, 2008; Harris, Nowicki y Brickell, 2019), o se han encargado de documentar la búsqueda de la seguridad en los entornos amurallados (Pow, 2009; Caldeira, 2000; Mycoo, 2006; Glasze, Webster y Frantz, 2006; Schuermans, 2011).
Creemos que el concepto de estructuras de sentimiento de inseguridad permitirá dos cosas, principalmente. Por un lado, servirá para reunir y compendiar la amplia evidencia existente sobre cómo la percepción, las experiencias y las conductas ante los espacios inseguros se expresan de forma diferente según las distintas posiciones sociales. Por otro, y de forma más importante, servirá para reubicar esta discusión dentro del análisis sobre la formación de clases sociales que tan fecundamente generó Raymond Williams. En particular, dicho concepto nos permitirá visualizar cómo esas formas de percibir, experimentar y reaccionar ante los espacios inseguros pueden ser un factor cohesionador que sirva para reforzar el sentido de clase social. Retomando los tres elementos implícitos del concepto de estructuras de sentimiento que se desarrollaron anteriormente, y de manera tentativa, se podría señalar que las estructuras de sentimiento de inseguridad son conjuntos de percepciones, experiencias y conductas que responden a situaciones y espacios de inseguridad, y que están relacionadas con diversas posiciones de clase social pero que, al mismo tiempo, sirven para cohesionar a los sujetos en la obtención de un sentido de clase social.
En lo particular, pensamos que las diferentes estructuras del sentimiento de inseguridad pueden ser un instrumento valioso, especialmente en un contexto donde la violencia y la inseguridad se han hecho tan relevantes. Sobra decir que el alcance de nuestra investigación es descriptivo y exploratorio. Tan sólo nos proponemos identificar algunas tendencias que puedan servir para validar si las estructuras del sentimiento de inseguridad son un concepto prometedor para analizar cómo se conforman las sociedades presentes según se enfrentan los individuos a la violencia.
Metodología
Esta investigación está basada en el análisis de la Encuesta Nacional sobre Victimización y Percepción de la Seguridad Pública (Envipe) 2018, del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) de México. La Envipe integra una gran cantidad de información en asuntos tan variados como la victimización, la percepción de la seguridad pública, el miedo al delito, o el grado de confianza en la labor que realizan las diferentes instituciones para atajar el crimen. La encuesta tiene un ámbito nacional, se aplica en los hogares, y captura información tanto de estos mismos hogares como de sus integrantes. Para los propósitos de este estudio, generamos una pequeña depuración de datos, quedándonos con un total de 72,653 hogares.
Para comprobar si era posible identificar perfiles de sujetos según fueron sus respuestas ante la violencia y la inseguridad, se realizó un análisis clúster. Las siguientes variables fueron utilizadas para la integración de los diferentes conglomerados, al ser las que generaron categorías mejor perfiladas.
Percepción del estado de residencia como inseguro.
Percepción de la vivienda de residencia como insegura.
La/el encuestado consideró que ella/él podría ser asaltado en la calle o en el transporte público en 2018.
La/el encuestado consideró que ella/él podría ser secuestrado o extorsionado en 2018.
La/el encuestado declaró que ella/él dejó de ir a los centros comerciales por miedo al delito en 2017.
La/el encuestado contrató un seguro para contener el delito en 2017.
La/el encuestado instaló alarmas o sistemas de video vigilancia para contener el delito en 2017.
Se usó el programa estadístico SPSS para generar los conglomerados, y se eligió el método en dos pasos debido al elevado número de casos que integraba la matriz de datos. Se seleccionó la medida del logaritmo de la verosimilitud para medir la distancia entre los elementos. Con la intención de no generar un número exagerado de conglomerados que fuera difícil de interpretar, se estipuló la condición de que se seleccionaran un máximo de siete conglomerados. Recurrimos a la medida de la silueta para decidir el resultado óptimo, en función de que se obtuviera una mayor cohesión dentro del conglomerado y una mayor distancia entre los conglomerados.
El resultado óptimo integró seis conglomerados, o perfiles como los sujetos respondían ante las situaciones de violencia. Para comprobar si estos perfiles guardaban relación con las variables de estratificación socioespacial, se recurrió a realizar un primer análisis a través de tablas cruzadas, que permitió también generar los primeros estadísticos de asociación entre los conglomerados y variables como el sexo, el estrato social, el nivel de educación, los desórdenes socioespaciales del vecindario, el estado de residencia, el nivel de confianza en los vecinos, etc. Estas tablas cruzadas sirvieron como un primer paso para generar diversos modelos de regresión logística multinomial, que permitieron ponderar con mayor exactitud este tipo de asociaciones. Se generó un primer modelo que nos pronosticó la probabilidad de que los individuos fueran clasificados en alguno de los seis conglomerados, de acuerdo con los valores que les acompañaban en las variables independientes. Este primer modelo explicó entre el 24.4 y el 25.1% de la varianza de la variable dependiente.
Sin embargo, comprobamos que no existían diferencias notables en cómo las variables independientes explicaban la composición concreta de dos conglomerados, por lo que procedimos a descartarlos en un nuevo modelo de regresión logística multinomial. Esta decisión fue secundada por la naturaleza exploratoria de nuestra investigación, que se proponía únicamente delimitar posibles perfiles de responder a la violencia. El nuevo modelo consiguió explicar entre el 28.7 y 30.7% de la varianza de la variable dependiente, que ahora comprehendía cuatro conglomerados.
Resultados
Después de contemplar diferentes modelos y métodos para clasificar a los encuestados, se generaron seis conglomerados. El coeficiente de la silueta que mide la bondad del ajuste fue de 0.6. Esto significa que los conglomerados están bien definidos, en la medida en que representan una cohesión interna suficiente, y en que están convenientemente separados entre ellos. El conglomerado mayor integró al 21.68% de los sujetos, y el menor integró al 12.33% de los mismos; es decir, el conglomerado mayor fue 1.76 veces más grande que el menor.
Llamamos al primer conglomerado “confiados”, porque esta característica parecía definir a los sujetos a los que integró. Así, el 43.33% de los sujetos en este conglomerado señaló que su estado era seguro, casi el doble que el valor del conjunto de la muestra. Además, todos los encuestados de este conglomerado señalaron que su casa era también segura. En lo que respecta al miedo al delito, ningún sujeto de este grupo afirmó que sería asaltado, secuestrado o extorsionado en el año 2018. A causa de este tipo de percepciones y miedos, los individuos de este grupo no tomaron ningún tipo de medidas activas o pasivas para prevenir el delito. Parece que los sujetos dentro de este conglomerado estaban seguros de poder llevar una vida tranquila.
Designamos al segundo conglomerado como “precavidos”, porque los sujetos que se integraron en él percibían como segura su situación, pero pensaban que tenían posibilidades de ser objeto de determinados delitos, por lo que tomaron ciertas medidas, sobre todo activas, para evitar tales delitos. Así, como se muestra en la tabla 1 había más sujetos en esta categoría que el grueso de la muestra que pensaban que su estado era seguro, y un valor próximo a la media muestral que pensaba que su vivienda era también segura. Esas percepciones, sin embargo, no se traducían en un menor miedo al delito, ya que el 82.62 y 61.12% de individuos pensaban que podrían ser víctimas de asaltos, o de secuestros y extorsiones, respectivamente. Estas dos cifras eran considerablemente más altas que la media muestral. Los sujetos dentro de esta categoría no se abstenían de desarrollar actividades cotidianas, como se muestra en el hecho de que el 84.60% de los individuos continuaron yendo a los centros comerciales. Sin embargo, algunos individuos sí tomaron medidas activas para prevenir el delito, como la contratación de seguros (el 9.16% de los sujetos), o la instalación de alarmas y sistemas de video vigilancia (el 22.53% de los sujetos).
Cluster 1 | Cluster 2 | Cluster 3 | Cluster 4 | Cluster 5 | Cluster 6 | Total | ||
Label | Confiados | Precavidos | Pasivos | Evasivos | Segregados | Mixto, entre pasivos | ||
18.03% | 21.68% | 15.56% | 12.33% | 13.77% | y segregados 18.63% | |||
Estado | Seguro | 43.33% | 70.57% | 0.00% | 0.00% | 0.00% | 0.00% | 23.11% |
Inseguro | 56.67% | 29.43% | 100.00% | 100.00% | 100.00% | 100.00% | 76.89% | |
Vivienda | Seguro | 100.00% | 79.73% | 0.00% | 56.74% | 100.00% | 100.00% | 74.72% |
Inseguro | 0.00% | 20.27% | 100.00% | 43.26% | 0.00% | 0.00% | 25.28% | |
Asaltado en | Sí | 0.00% | 82.62% | 89.11% | 90.21% | 100.00% | 100.00% | 75.30% |
la calle o en el transporte público | No | 100.00% | 17.38% | 10.89% | 9.79% | 0.00% | 0.00% | 24.70% |
Secuestrado o | Sí | 0.00% | 61.12% | 62.41% | 68.91% | 0.00% | 100.00% | 50.09% |
extorsionado | No | 100.00% | 38.88% | 37.59% | 31.09% | 100.00% | 0.00% | 49.91% |
Dejó de ir | Sí | 0.00% | 15.40% | 0.00% | 100.00% | 0.00% | 0.00% | 15.67% |
a centros comerciales | No | 100.00% | 84.60% | 100.00% | 0.00% | 100.00% | 100.00% | 84.33% |
Contrató un | Sí | 0.00% | 9.16% | 0.00% | 0.00% | 0.00% | 0.00% | 1.99% |
seguro | No | 100.00% | 90.84% | 100.00% | 100.00% | 100.00% | 100.00% | 98.01% |
Instaló | Sí | 0.00% | 22.53% | 0.00% | 0.00% | 0.00% | 0.00% | 4.88% |
alarmas o video monitoreo | No | 100.00% | 77.47% | 100.00% | 100.00% | 100.00% | 100.00% | 95.12% |
Fuente: análisis propio basado en la Encuesta Nacional sobre Victimización y Percepción de la Seguridad Pública, 2018.
Al tercer conglomerado lo llamamos “pasivo”, porque sus miembros no articularon ningún tipo de comportamiento para enfrentar su elevada percepción de la inseguridad y su elevado miedo al delito. En efecto, la tabla 1 muestra que todos los sujetos en esta categoría creían que tanto su estado como sus viviendas eran inseguras, y muchos de ellos temían ser asaltados, secuestrados o extorsionados. Sin embargo, ninguno de los sujetos tomó medidas activas como la contratación de seguros o la instalación de sistemas de video vigilancia, y todos ellos continuaron con sus rutinas de acudir a los centros comerciales.
La cuarta categoría quedó conformada por los encuestados “evasivos”. Designamos así a esta categoría porque había más sujetos que en el resto de la muestra que percibían sus espacios de referencia como inseguros, y más sujetos que temían ser víctimas del delito. Así, todos los sujetos de este grupo señalaron que su estado era inseguro, y el 43.26% de los mismos describían de una forma similar su vivienda. Al mismo tiempo, el 90.21 y 68.91% de los individuos de este grupo temían ser asaltados o secuestrados y extorsionados, respectivamente, en el año 2018. A estos mayores niveles de percepción de la inseguridad y de miedo al delito los sujetos de esta categoría respondían a través de comportamientos de evitación; así, ninguno de ellos continuó yendo al centro comercial en el año anterior por miedo al delito. Los sujetos de esta categoría no desarrollaron comportamientos proactivos para prevenir el delito.
Designamos al quinto conglomerado como “segregados”, porque incorporó sujetos que parecían estar confiados sólo en ese tipo de espacios. Así, todos los sujetos de este grupo pensaban que sus viviendas eran seguras, que presumiblemente no serían secuestrados o extorsionados, y todos ellos continuaron acudiendo a lugares supervisados como los centros comerciales. Por el contrario, los sucesos y características de los espacios no supervisados acaparaban su mayor desconfianza. De este modo, todos los sujetos de este conglomerado declararon que sus estados eran inseguros, y temían que probablemente serían asaltados en la calle o en el transporte público. Por otra parte, ninguno de los sujetos de este grupo tomó medidas activas para prevenir el delito, como la contratación de seguros o la instalación de alarmas y sistemas de video vigilancia.
El sexto grupo resultó peor perfilado, y existieron más dificultades para establecer la identidad de sus integrantes. El grupo parece ser una combinación de los conglomerados pasivos y segregados. Los sujetos de este grupo no desarrollaron conductas proactivas ni de evitación para atajar el miedo al delito y su percepción de inseguridad, tal y como sucedía con los sujetos del grupo de pasivos. Al mismo tiempo, parecían confiar más en los lugares supervisados, como sus viviendas o los centros comerciales, mientras que temían los espacios no vigilados, tal y como sucedía con los sujetos del grupo de segregados. Así, todos los sujetos de este sexto grupo pensaban que sus casas eran seguras, y también todos continuaron yendo a los centros comerciales. Por el contrario, todos consideraron el territorio de sus estados como inseguro, y temían ser asaltados en los lugares no supervisados de la calle o el transporte público.
Conglomerados | |||||||
Variables | Valores | Confiados | Precavidos | Pasivos | Evasivos | Segregados | Mixtos |
Edad | Edad media | 49.05 | 46.27 | 48.51 | 46.90 | 47.47 | 47.30 |
Sexo | Hombres | 18.01% | 22.30% | 15.20% | 12.10% | 13.58% | 18.80% |
Mujeres | 18.09% | 20.09% | 16.47% | 12.90% | 14.24% | 18.21% | |
Jerarquía | Jornaleros | 27.04% | 15.95% | 14.49% | 12.45% | 14.12% | 15.95% |
del puesto de | Empleados | 15.91% | 22.93% | 15.22% | 12.61% | 14.05% | 19.28% |
trabajo | Autónomos | 17.86% | 21.67% | 16.05% | 12.15% | 13.75% | 18.52% |
Empleadores | 15.97% | 35.73% | 13.09% | 9.03% | 7.20% | 18.98% | |
Nivel educativo | Sin escolaridad | 26.54% | 15.11% | 16.72% | 11.68% | 14.26% | 15.68% |
Educación primaria | 22.19% | 16.55% | 16.71% | 13.01% | 14.59% | 16.94% | |
Educación secundaria | 17.18% | 19.77% | 16.39% | 13.18% | 14.57% | 18.91% | |
Educación media-superior | 15.95% | 22.13% | 15.69% | 12.32% | 13.90% | 20.00% | |
Educación universitaria | 14.52% | 30.52% | 12.96% | 10.69% | 11.69% | 19.61% | |
Estrato social | Bajo | 26.40% | 16.15% | 14.52% | 12.44% | 14.29% | 16.21% |
Medio-bajo | 17.60% | 19.79% | 17.08% | 13.69% | 13.84% | 17.99% | |
Medio-alto | 15.72% | 23.58% | 14.68% | 10.70% | 14.34% | 20.98% | |
Alto | 15.61% | 33.27% | 11.25% | 9.22% | 11.47% | 19.17% | |
Vivienda en | Sí | 14.57% | 23.59% | 13.47% | 13.28% | 14.49% | 20.59% |
complejo con barreras de | No | 18.56% | 21.39% | 15.88% | 12.18% | 13.66% | 18.33% |
acceso | |||||||
Tamaño de la | Menos de 2,500 | 27.20% | 15.77% | 13.60% | 11.89% | 14.53% | 17.01% |
población | De 2,500 a 99,999 | 20.99% | 19.63% | 16.61% | 13.51% | 11.74% | 17.52% |
100,000 y más | 14.31% | 24.14% | 15.69% | 11.98% | 14.36% | 19.52% | |
Estado de | Colima | 23.70% | 16.18% | 16.26% | 14.27% | 12.67% | 16.91% |
residencia | Baja California | 14.66% | 26.55% | 17.07% | 8.07% | 16.41% | 17.24% |
Tamaulipas | 19.27% | 12.27% | 16.03% | 19.20% | 9.83% | 23.40% | |
Sonora | 18.85% | 29.17% | 17.11% | 5.40% | 11.10% | 18.37% | |
Aguascalientes | 18.72% | 36.23% | 16.09% | 8.42% | 9.83% | 10.71% | |
Yucatán | 31.74% | 46.20% | 8.17% | 2.21% | 4.58% | 7.11% | |
Insuficiente | No | 22.65% | 22.25% | 12.95% | 9.51% | 14.21% | 18.43% |
alumbrado en el vecindario | Sí | 13.25% | 21.09% | 18.25% | 15.25% | 13.31% | 18.86% |
Baches y fugas | No | 22.93% | 20.56% | 14.13% | 10.20% | 14.44% | 17.74% |
de agua en el vecindario | Sí | 13.03% | 22.82% | 17.02% | 14.49% | 13.08% | 19.56% |
Pandillas en el | No | 22.44% | 21.57% | 12.36% | 10.46% | 14.65% | 18.52% |
vecindario | Sí | 8.55% | 21.93% | 22.44% | 16.34% | 11.86% | 18.88% |
Consumo de | No | 24.03% | 22.57% | 12.15% | 10.37% | 13.80% | 17.09% |
droga en el vecindario | Sí | 12.10% | 20.80% | 18.93% | 14.26% | 13.74% | 20.16% |
Robos y asaltos | No | 27.38% | 21.25% | 9.90% | 9.32% | 14.46% | 17.69% |
en el vecindario | Sí | 8.60% | 22.11% | 21.27% | 15.36% | 13.08% | 19.58% |
Disparos en el | No | 21.68% | 22.80% | 13.41% | 10.13% | 14.01% | 17.97% |
vecindario | Sí | 8.45% | 18.75% | 21.19% | 18.11% | 13.13% | 20.36% |
Secuestros en | No | 19.91% | 22.03% | 14.40% | 11.02% | 14.40% | 18.24% |
el vecindario | Sí | 5.50% | 19.34% | 23.27% | 21.04% | 9.58% | 21.26% |
Extorsiones en | No | 20.24% | 21.66% | 14.48% | 10.92% | 14.77% | 17.93% |
el vecindario | Sí | 5.63% | 21.79% | 21.65% | 20.23% | 8.14% | 22.55% |
Nivel de | Mucha | 23.95% | 22.66% | 12.21% | 10.34% | 13.68% | 17.16% |
confianza en | Alguna | 16.19% | 22.28% | 14.76% | 11.04% | 14.91% | 20.81% |
los vecinos | Poca | 12.18% | 20.08% | 19.41% | 15.43% | 13.38% | 19.52% |
Ninguna | 12.37% | 19.68% | 22.58% | 17.02% | 11.92% | 16.43% | |
Distribución media | 18.03% | 21.26% | 15.56% | 12.33% | 13.77% | 18.63% |
Fuente: análisis propio basado en la Encuesta Nacional sobre Victimización y Percepción de la Seguridad Pública, 2018.
Descubrir si existe algún tipo de relación entre los perfiles de respuesta a la inseguridad y ciertas variables socioespaciales es de especial interés para nuestra investigación. Si se pueden generar este tipo de vinculaciones, tendríamos más elementos para afirmar la existencia de estructuras del sentimiento de inseguridad. La tabla cruzada anterior nos permite una primera exploración para encontrar dichas relaciones.
Las variables demográficas (edad y sexo) estaban distribuidas de forma homogénea entre los clústeres, por lo que no puede derivarse ninguna asociación. Sin embargo, las variables de estratificación social de los individuos parecía que sí definían de forma diferente en qué grupo de respuestas a la violencia quedaban clasificados. Desde un punto de vista global, puede señalarse que los sujetos de posiciones sociales más elevadas quedaban clasificados predominantemente en el grupo de los precavidos. Éste era el caso de los sujetos que eran empleadores, que habían terminado su educación universitaria, y que formaban parte del estrato social alto. Al mismo tiempo, los sujetos de los niveles sociales más bajos se ubicaron sobre todo en la categoría de los confiados. Los jornaleros, los sujetos sin escolaridad o con sólo la primaria, y los sujetos del estrato bajo quedaron incluidos en esta categoría de los confiados. A su vez, las posiciones sociales medias se repartieron de forma más equilibrada en todos los conglomerados de respuestas ante la violencia, de una forma parecida a la de la distribución media.
La inclusión de los sujetos en los conglomerados también está condicionada por buena parte de las variables territoriales. Los individuos que viven en entornos rurales fueron ubicados mayoritariamente en el conglomerado de los confiados, y aquellos que vivían en áreas urbanas de más de 100,000 habitantes estaban sobre-representados en el grupo de los precavidos.
Asimismo, el estado de residencia contó con gran influencia en la composición de los clústeres. Dada la imposibilidad de hacer un análisis de los 32 estados que componen el país, se seleccionaron los dos con el peor índice de homicidios en 2018 (Colima y Baja California), los dos con el mejor índice (Aguascalientes y Yucatán), y los dos con las cifras más próximas a la media (Tamaulipas y Sonora). Se evidenció una gran diversidad entre estados, pero fue difícil establecer alguna pauta inteligible. Seguramente las formas de manifestarse la violencia en cada uno de estos estados, las reacciones particulares de sus distintos grupos sociales, elementos socioculturales y otras particularidades del territorio puedan explicar esta gran variabilidad.
Las variables sobre la infraestructura urbana también fueron significativas a la hora de asociarse con la inclusión de los sujetos en los diferentes conglomerados. Así, los sujetos que vivían en vecindarios con infraestructura adecuada quedaron sobre-representados en el conglomerado de los confiados, y sub-representados en los conglomerados de los pasivos y los evasivos. De forma inversa, los sujetos en vecindarios con insuficiente alumbrado público, con baches en la vialidad y fugas de agua quedaron sobre-representados en los conglomerados de los pasivos y de los evasivos, y sub-representados en el conglomerado de los confiados.
Los atributos sociales de los vecindarios también mostraron estar altamente asociados con la inclusión de los sujetos en los diferentes grupos de respuesta ante la violencia. Los sujetos que vivían en vecindarios con desórdenes sociales apenas quedaron incluidos en el clúster de los confiados, y se alojaron preferentemente en los grupos de los pasivos y de los evasivos. Los sujetos que no informaron de comportamientos antisociales o delictivos en sus vecindarios se distribuyeron de una forma más homogénea entre los diferentes grupos, aunque se aprecia que están ligeramente sobre-representados en el clúster de los confiados.
La tendencia de estas relaciones se asienta al considerar la vinculación de la variable confianza en los vecinos con la clasificación en los diferentes grupos de respuesta a la violencia. Aquellos encuestados que no tenían confianza en sus vecinos quedaron sub-representados en el grupo de los confiados, y sobre-representados en los grupos de los pasivos y los evasivos. Por su parte, los sujetos que confiaban mucho en sus vecinos estaban más presentes en la categoría de los confiados, y menos presentes en las categorías de los pasivos y los evasivos.
Se aplicaron diversos modelos de regresión logística multinomial para evaluar cómo todas estas variables independientes podían explicar la probabilidad de que los sujetos quedaran encuadrados en los diferentes grupos de respuesta a la violencia. Por motivos de parsimonia, las variables que no mostraron asociación aparente en las tablas cruzadas fueron excluidas del modelo. Un primer modelo integró los seis grupos de individuos según su respuesta a la violencia, y alcanzó a explicar entre el 24.4 y 25.1% de la varianza de su composición. Generamos un segundo modelo que excluyó los clústeres de los segregados y los mixtos, porque las variables independientes no modificaban de forma sustantiva la composición de estos clústeres. Además, la aspiración de la investigación era generar los perfiles más nítidos posibles de agrupaciones en función de las respuestas a la violencia. El segundo modelo resultante consiguió explicar entre el 28.7 y 30.7% de la varianza de la variable dependiente. El conglomerado de los pasivos fue seleccionado como el de referencia, y todos los datos deben ser comprendidos tomándolo como comparativo.
Conglomerado confiados | Conglomerado precavidos | Conglomerado evasivos | |||||||
B. | Sig. | Odds ratio | B. | Sig. | Odds ratio | B | Sig. | Odds ratio | |
Constante | -3.671 | 0.000 | -0.371 | 0.001 | .733 | 0.000 | |||
Edad | -0.003 | 0.018 | 0.997 | -0.010 | 0.000 | 0.990 | -.008 | 0.000 | 0.992 |
Hombres | -0.040 | 0.220 | 0.961 | 0.087 | 0.003 | 1.091 | -.034 | 0.297 | 0.967 |
Sin escolaridad | 0.093 | 0.238 | 1.098 | -0.552 | 0.000 | 0.576 | -.062 | 0.455 | 0.940 |
Educación primaria | -0.078 | 0.107 | 0.925 | -0.610 | 0.000 | 0.544 | -.019 | 0.698 | 0.981 |
Educación secundaria | -0.202 | 0.000 | 0.817 | -0.555 | 0.000 | 0.574 | -.060 | 0.185 | 0.942 |
Educación secundaria superior | -0.080 | 0.095 | 0.923 | -0.409 | 0.000 | 0.664 | -.065 | 0.173 | 0.937 |
Estrato bajo | -0.001 | 0.990 | 0.999 | -0.454 | 0.000 | 0.635 | .017 | 0.841 | 1.017 |
Estrato medio-bajo | -0.168 | 0.006 | 0.846 | -0.454 | 0.000 | 0.635 | -.041 | 0.511 | 0.960 |
Estrato medio-alto | -0.119 | 0.044 | 0.888 | -0.330 | 0.000 | 0.719 | -.068 | 0.274 | 0.934 |
Población inferior a 2,500 | 0.576 | 0.000 | 1.780 | -0.009 | 0.868 | 0.991 | .135 | 0.015 | 1.145 |
Población de 2,500 a 99,999 | 0.361 | 0.000 | 1.434 | -0.041 | 0.269 | 0.960 | .102 | 0.010 | 1.108 |
Estado de Colima | 0.413 | 0.000 | 1.512 | 0.436 | 0.000 | 1.546 | -.203 | 0.032 | 0.816 |
Estado de Baja California | 0.123 | 0.243 | 1.131 | 0.916 | 0.000 | 2.500 | -.060 | 0.185 | 0.942 |
Estado de Sonora | 0.366 | 0.001 | 1.441 | 1.100 | 0.000 | 3.003 | -1.216 | 0.000 | 0.296 |
Estado de Aguascalientes | 0.429 | 0.000 | 1.536 | 1.355 | 0.000 | 3.875 | -.019 | 0.698 | 0.981 |
Estado de Yucatán | 1.455 | 0.000 | 4.286 | 2.264 | 0.000 | 9.624 | -1.354 | 0.000 | 0.258 |
Suficiente alumbrado público en el vecindario | 0.529 | 0.000 | 1.697 | 0.195 | 0.000 | 1.215 | -.107 | 0.001 | 0.898 |
Sin baches ni fugas de agua en el vecindario | 0.250 | 0.000 | 1.284 | -0.063 | 0.023 | 0.939 | -.168 | 0.000 | 0.846 |
Sin pandillas en el vecindario | 0.680 | 0.000 | 1.974 | 0.278 | 0.000 | 1.320 | .068 | 0.042 | 1.071 |
Sin consumo de drogas en el vecindario | 0.358 | 0.000 | 1.431 | 0.200 | 0.000 | 1.221 | .086 | 0.011 | 1.089 |
Sin robos ni asaltos en el vecindario | 1.229 | 0.000 | 3.419 | 0.604 | 0.000 | 1.830 | .262 | 0.000 | 1.299 |
Sin disparos en el vecindario | 0.532 | 0.000 | 1.702 | 0.212 | 0.000 | 1.237 | -.097 | 0.003 | 0.908 |
Sin secuestros en el vecindario | 0.506 | 0.000 | 1.659 | 0.048 | 0.243 | 1.049 | -.107 | 0.009 | 0.898 |
Sin extorsiones en el vecindario | 0.671 | 0.000 | 1.956 | -0.075 | 0.048 | 0.927 | -.194 | 0.000 | 0.824 |
Mucha confianza en los vecinos | 0.825 | 0.000 | 2.283 | 0.565 | 0.000 | 1.759 | .139 | 0.004 | 1.149 |
Alguna confianza en los vecinos | 0.497 | 0.000 | 1.643 | 0.362 | 0.000 | 1.436 | -.011 | 0.821 | 0.989 |
Poca confianza en los vecinos | 0.017 | 0.764 | 1.018 | 0.090 | 0.060 | 1.095 | .051 | 0.301 | 1.052 |
χ2 (159, N = 47251) = 15966,033, p < 0.000; Cox y Snell R cuadrado = 0.287; Nagelkerke R cuadrado = 0.307. Casos clasificados correctamente: 44.7%. |
Fuente: análisis propio basado en la Encuesta Nacional sobre Victimización y Percepción de la Seguridad Pública, 2018.
El encontrar condiciones socioterritoriales óptimas fue muy importante para predecir las oportunidades de que los sujetos quedaran integrados en el clúster de los confiados, cuando se los comparó con el grupo de los pasivos (tabla 3). Los encuestados que más confiaban en sus vecinos tuvieron un 128% más de probabilidades de quedar clasificados en este grupo, cuando se los compara con los individuos que fueron agrupados en el clúster de los pasivos. Además, la ausencia de desórdenes sociales en los vecindarios incrementó las opciones de que los sujetos quedaran clasificados en el clúster de los confiados, en lugar de en el clúster de los pasivos. Por ejemplo, quienes no informaban de robos ni asaltos tenían casi 2.5 veces más oportunidades de ser incluidos en el grupo de los confiados, en comparación con los que fueron ubicados en el grupo de los pasivos. Unas condiciones de infraestructura adecuadas también fueron un factor que detonó que los sujetos fueran clasificados en el grupo de los confiados. Así, los sujetos que vivían en un vecindario con alumbrado público suficiente tuvieron casi 70% de opciones más de quedar en este grupo. Además, cuanto menor era el tamaño de la población, mayores eran las oportunidades de pertenecer a la agrupación de los confiados. Los sujetos que residían en poblaciones de menos de 2,500 habitantes tenían 78% más de oportunidades de quedar clasificados en este clúster, cuando se los compara con los individuos que fueron al clúster de los pasivos. Que los encuestados vivieran en el estado de residencia tomado como referencia (Tamaulipas) implicaba que tuvieran menos oportunidades de ser agrupados en el conglomerado de los confiados. Vivir en el resto de los estados implicaba tener entre el 34% (Sonora) y el 328% (Yucatán) más de oportunidades de integrarse en la categoría de los confiados.
Las variables de estratificación social y demográficas no tuvieron mucho protagonismo al explicar que los sujetos cayeran en la agrupación de los confiados. Menores niveles
educativos implicaron menos oportunidades de pertenecer a esta agrupación, en comparación con los sujetos del grupo de los pasivos. Por su parte, el no pertenecer a la categoría de estrato alto implicó que los individuos tuvieran menos oportunidades de estar dentro del grupo de los confiados.
Estas mismas variables de estratificación y demográficas sí fueron bastante importantes para explicar que los sujetos fueran clasificados en el grupo de los precavidos. Todos los valores resultaron ser significativos, e implicaron que los sujetos más jóvenes, hombres y pertenecientes a las posiciones sociales superiores tuvieran más oportunidades de ser incluidos en este grupo. Así, cada año extra de edad implicó tener un 1% menos de probabilidades de estar en la categoría de los precavidos, los hombres tuvieron 9% más de oportunidades de estar en esta agrupación, y los sujetos sin escolaridad o sólo con la primaria tuvieron 42 y 45% menos opciones, respectivamente, de ser clasificados dentro de la categoría de los precavidos, en comparación con quienes fueron al grupo de los pasivos. Por último, los encuestados en los estratos bajo y medio-bajo tuvieron un 36% menos de opciones de pertenecer al grupo de los precavidos. La existencia de condiciones socioterritoriales favorables también resultaron relevantes para predecir que los sujetos fueran incluidos en el grupo de los precavidos, al igual que sucedió con el grupo de los confiados. Sin embargo, la fuerza de esta relación fue menor para este caso concreto de los sujetos clasificados como precavidos.
Las variables demográficas y de estratificación social no fueron significativas para explicar que los individuos se integraran dentro del grupo de los evasivos (tabla 3). Sólo la edad ayudó a explicar la composición de este grupo, de manera que cada año extra implicó que los encuestados tuvieran casi un 1% menos de opciones de pertenecer a este grupo, en comparación con el grupo de los pasivos. Por su parte, algunos de los valores de las variables socioterritoriales sí fueron significativos, aunque es difícil establecer alguna tendencia pues los resultados son contradictorios. Por un lado, la ausencia de algunos desórdenes sociales significó que los sujetos tuvieran menos opciones de incluirse en esta categoría, como fue el caso de la ausencia de disparos en el vecindario, la ausencia de secuestros en el vecindario, y la ausencia de extorsiones en el vecindario. Por otro, la ausencia de otros desórdenes sociales implicó el aumento de la probabilidad de que los individuos pertenecieran al clúster de los evasivos, en lugar de al clúster de los pasivos. Ése fue el caso de la ausencia de pandillas en el vecindario, la ausencia de consumo de droga en el vecindario, o la ausencia de robos y asaltos en el vecindario. Viendo la gravedad del tipo de delitos anterior, se podría hipotetizar que los delitos de alto impacto tendían a ubicar a los sujetos en el clúster de los evasivos, mientras que la existencia de pequeños desórdenes y delitos menores implicó que los encuestados pasaran al grupo de los pasivos. También son resultados contrastantes que la presencia de un alto grado de confianza en los vecinos implicara que los sujetos tuvieran más opciones de acabar en el clúster de los evasivos, pero que vivir en vecindarios con suficiente alumbrado público y sin baches ni fugas de agua implicara menos opciones de caer en este clúster, en comparación con los pasivos.
Discusión
Nuestros resultados confirmaron que las estructuras del sentimiento de inseguridad pueden explicar cómo se constituyen diferentes grupos sociales en función de sus respuestas a la inseguridad existente en México, y cómo dichas estructuras pueden funcionar como cohesionadoras del sentimiento de clase social. En la literatura ya existen intentos por categorizar a ciertos grupos sociales según la intensidad y frecuencia como experimentan el miedo al delito (Farrall, 2007). También han existido investigaciones que vinculan las diferentes posiciones ante la inseguridad con variables de índole socioeconómica, como la actividad económica, el género o el hábitat de residencia (Amerio y Roccato, 2005). A diferencia del primer tipo de aportaciones, nuestro trabajo incorpora otras respuestas aparte de las cognitivas y afectivas frente a la inseguridad, como son los comportamientos, según quedan inscritos dentro de nuestro concepto rector de estructuras de sentimiento de inseguridad. A diferencia del segundo tipo de trabajos, el apoyarnos en ese mismo concepto de estructuras de sentimiento de inseguridad nos permite considerar que dichas estructuras no son sólo expresión de las posiciones socioeconómicas, sino que además sirven para cohesionarlas y forjar un sentido de clase social.
Así, hemos visto que los sujetos en México quedaron integrados en grupos bien perfilados que se constituyeron según las reacciones a la inseguridad. Pudimos identificar seis grupos de individuos según sus percepciones ante la inseguridad, su miedo al delito y sus comportamientos para enfrentar la violencia. Identificamos a los grupos de los confiados, los precavidos, los pasivos, los evasivos, los segregados y un sexto grupo mixto peor definido. Además, los resultados permitieron asociar estos grupos con diversas variables que, directa o indirectamente, expresan la estratificación social. Así, se encontró que el estrato social, el nivel de educación, el estado de residencia, la existencia de desórdenes en el vecindario, o la confianza en los vecinos estaban asociados con diferentes respuestas a la inseguridad.
Los cuatro principales grupos de estructuras de sentimiento destacados por este trabajo permiten, además, integrar una gran cantidad de evidencia encontrada en la literatura. Nuestra categoría de los precavidos puede ser emparejada a mucho de lo que se ha escrito sobre el miedo al delito de las clases medias y altas. Esta categoría se trataba de sujetos que consideraban que sus casas y su estado de residencia eran seguros, aunque eso no les exoneraba de temer mayoritariamente ser víctimas del delito. Estos sujetos continuaron yendo a centros comerciales, pero una parte sustantiva de ellos tomaron medidas proactivas para prevenir el delito, como contratar seguros o instalar alarmas y sistemas de video vigilancia. Los sujetos precavidos aparecieron asociados con los estratos altos y medios-altos, dentro de poblaciones urbanas de más de 100,000 habitantes, en vecindarios sin desórdenes socioespaciales, y con el tener un alto grado de confianza en los vecinos. Por su parte, la literatura ha documentado una mayor susceptibilidad al crimen dentro de las posiciones sociales altas (Valenzuela Aguilera, 2013; Berger, 2018; Herbert y Brown, 2006; Foster et al., 2014) que suele abordarse a través de medidas activas como la fortificación de las viviendas (Glebbeek y Koonings, 2015; De Vries, 2008; Smulovitz, 2003), o la instalación de sistemas de video vigilancia (Davis, 2007; Garland, 2001; Lemanski, 2004). Asimismo, también ha sido documentado que las clases altas suelen tener más resistencias a la hora de dejar sus actividades cotidianas, o que cuentan con más recursos para continuar haciéndolas por otros medios más seguros (Villarreal Montemayor, 2016; Hae, 2012).
A la hora de retratar la relación de las clases medias-bajas y bajas con la violencia, es frecuente encontrar la construcción de una imagen invertida de lo que se advierte sobre las clases altas. La literatura reconoce que es en los vecindarios más pobres donde se da una presencia más destacada de asesinatos y delitos de alto impacto (Pare y Felson, 2014; Glebbeek y Koonings, 2015; Kessler, 2009). Esos altos niveles delictivos amenazan la generación de vínculos sociales y la conservación de los espacios públicos (von Wissel, 2012; Davis, 2013; Ceccato, 2012), lo que hace que los pobladores más pobres adopten una constante actitud defensiva de escrutinio ante la aparición de constantes peligros (Hicks-Bartlett, 2000; Kessler, 2009). En ocasiones se ha señalado que las poblaciones más pobres son más propensas a dejar de hacer actividades cotidianas en los espacios públicos (Desmond Arias y Davis Rodriges, 2006), o muestran un deseo de convertirse en invisibles (Villarreal, 2015). Sin embargo, también se ha reconocido que, como carecen de recursos y de alternativas para mitigar tales temores, están obligadas a continuar con el desarrollo de esas actividades, aunque eso comporte exponerse a diversos peligros (Mason, Kearns y Livingston, 2013; Adlakha, Hipp y Brownson, 2016; Figueroa Martínez et al., 2019).
Nuestros resultados nos ayudan a organizar algo mejor estos hallazgos presentes en la literatura, porque identifican tres estructuras del sentimiento de inseguridad que podrían vincularse con las formas que tienen las clases sociales medias bajas y bajas de enfrentarse a la inseguridad. En lugar de asumir que la posición que tienen estos grupos sociales ante la violencia es única, pudimos identificar tres tipos de posiciones diferentes: la confiada, la evasiva y la pasiva.
Los sujetos de las categorías de los pasivos y de los evasivos guardan mayores coincidencias con lo que se ha descrito por la literatura. Los individuos del conglomerado de los pasivos no tomaban ningún tipo de medida contra la violencia, aunque había un gran número que percibía altos niveles de inseguridad y que temían ser víctimas en el corto y medio plazos. Por su parte, los individuos del conglomerado de los evasivos reaccionaban a los altos niveles de percepción de inseguridad y de miedo al delito a través de abstenerse de realizar actividades cotidianas.
Sin embargo, el resultado más llamativo respecto a lo visto en la literatura es el del grupo de los confiados. En los confiados tenemos un grupo numeroso de sujetos que asumen que sus viviendas y sus estados son seguros, no tienen miedo de ser asaltados, secuestrados o extorsionados y, por tanto, no toman medidas activas o pasivas para evitar ser victimizados. Como vimos, los sujetos de las clases más bajas son quienes integran este grupo de los confiados en entornos preferentemente rurales. En adelante se debería prestar más atención a este grupo de sujetos, que ha pasado algo inadvertido para las diferentes investigaciones que analizan la respuesta de las clases bajas ante la inseguridad.
Aparte de radiografiar las diferentes posturas ante la violencia, nuestro trabajo ha ayudado a reafirmar que el concepto de estructuras de sentimiento puede aplicarse con éxito para analizar el papel estructurador que tiene la inseguridad en la actualidad. La ventaja del concepto de estructuras de sentimiento de inseguridad es que permite no sólo analizar los condicionantes socioeconómicos de las posturas ante la inseguridad, sino que permite contemplar cómo estas estructuras de sentimiento de inseguridad vehiculan la formación de clases sociales. En un periodo caracterizado por la extensión de las ansiedades (Garland, 2002), algunos investigadores ya habían mostrado que sentimientos como el miedo asumían una parte importante en la conformación de las relaciones sociales (Archer, Hollingworth y Halsall, 2007; Leal Martínez, 2016). Es más, se ha señalado también que los sujetos de las clases privilegiadas pueden recurrir a la gestión de la violencia como una fórmula para reforzar sus privilegios de clase y para mantener a la debida distancia al resto de sujetos (Schuermans, 2016; Vanin, 2019; Caldeira, 2000; Low, 2001). Algunos investigadores ya han usado el concepto de estructuras de sentimiento para analizar cómo los sujetos de diferentes clases sociales experimentan el temor o la angustia de forma diferenciada (Kawecka Nenga, 2003), o para mostrar cómo dichas estructuras actúan como principios catalizadores del comportamiento de las clases medias (Low, 2008). Nuestro trabajo contribuye a este tipo de aportaciones, y ayuda a certificar que estructuras de sentimiento constituye un prometedor concepto para especificar cómo las posiciones ante la violencia pueden colaborar en el sostenimiento de la formación de las clases sociales.zxc
El ámbito de nuestro estudio fue descriptivo y exploratorio, y se basó en un análisis estadístico para establecer un mapa tentativo de las estructuras del sentimiento de inseguridad dentro de la sociedad mexicana. Sin duda se necesita mucho más trabajo para validar las cuatro principales estructuras de sentimiento de inseguridad que ha develado el presente artículo. Es necesario incrementar los estudios que permitan concluir que las posiciones de los precavidos para las clases altas, y los confiados, los pasivos y los evasivos para las clases medias y bajas conforman estructuras de sentimiento válidas para agrupar a los sujetos según su posicionamiento ante la inseguridad y la violencia. Pero es más necesario todavía incrementar las investigaciones que acrediten que estas estructuras de sentimiento de inseguridad no sólo reflejan posiciones de clase social, sino que además sirven para vehicular la formación de las presentes clases sociales. Ésa era la principal aportación del concepto originario de estructuras de sentimiento de Raymond Williams: el señalar que dichas estructuras no sólo reflejan, sino que cohesionan a las clases sociales.
Para avanzar en la investigación del papel que tienen las estructuras de sentimiento en la estructuración social, se necesitará analizar cómo lo espacial, lo social y lo intersubjetivo se vinculan y se constituyen mutuamente. Este tipo de trabajo ya ha sido abordado por autores como Thrift (2008), y exige una aproximación que rompa diversos cánones de las tradicionales disciplinas. Si consideramos nuestra investigación, este camino implica que las estructuras de sentimiento no pueden ser consideradas como un simple reflejo de procesos sociales más profundos, sino que deben ser entendidas como parte activa de estas transformaciones. Estudiar las adherencias de los sujetos a los diferentes posicionamientos sobre la violencia, en espacios particulares y concretos, será entonces esencial para entender las actuales divisiones sociales.