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Andamios

versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063

Andamios vol.13 no.31 Ciudad de México may./ago. 2016

 

Traducción

El político y el científico *

Philippe Corcuff** 

Traducción:

María Virginia García***

** Profesor del Institut d’études politiques de Lyon y miembro del Centre de recherche sur les liens sociaux (CERLIS), L’Université Paris Descartes/Centre national de la recherche scientifique (CNRS).


Introducción

En este artículo trabajaremos sobre una temática clásica de la sociología epistemológica: “el político y el científico”,1 o para decirlo de manera esquemática, sobre la relación entre el tono de las ciencias sociales y el de la participación en los asuntos públicos.

Este tema ha estado tradicionalmente asociado a Max Weber, como recuerda Isabelle Kalinowski en su nueva traducción de la conferencia de noviembre de 1917: “La ciencia como profesión y vocación”. En Francia existe cierta imagen de Weber que requiere ser contratada:

Que Weber haya dudado toda su vida entre una carrera política y una carrera científica, que haya sido uno de los universitarios alemanes más dispuestos para exponer sus posiciones políticas en los diarios (con un promedio de seis intervenciones por año entre 1915 y 1920), que haya participado en la creación de un partido (el Partido Democrático Alemán en noviembre de 1918) y en la génesis de una constitución (la de República de Weimar), y que sus escritos políticos fueran reunidos, desde 1921, en un volumen de 586 páginas no cambia las cosas: para Francia fue un adalid de la “neutralidad” (Kalinowski, 2005: 191).

Max Weber trabajó epistemológicamente esta problemática en relación con el célebre concepto de “neutralidad valorativa” o “neutralidad axiológica” (“Wertfreiheit”) que Kalinowski prefiere traducir por “no-imposición de valor”2 (distanciándose de la traducción “neutralité axilogique”, consagrada en los países francófonos por Julien Freund). Sin embargo, contrario a lo que podría creerse, esta temática no fue trabajada por él de manera sistemática y frontal. Al menos así lo constata la publicación de las conferencias sobre la profesión del científico y sobre la del político, reunidas bajo el título El político y el científico.3 Y, por último, tampoco fue trabajada de manera maniquea como para permitir que se perciban los usos más frecuentes de la “neutralidad valorativa”.

Abordaremos este tema a partir de dos pares de oposiciones asociados pero no necesariamente equivalentes: por un lado juicios de hecho-juicios de valor, y por el otro distanciamiento-compromiso; y lo haremos diferenciando dos polos: 1) el que cedería los juicios de hecho ante los juicios de valor y el distanciamiento ante el compromiso. Este polo, presente en momentos de efervescencia social y universitaria (por ejemplo, durante mayo de 1968 en Francia y Estados Unidos), actualmente se encuentra implícitamente inscrito en las críticas dominantes o ausente en el mundo académico, y 2) el que establecería una ruptura radical entre los términos de cada par, al privilegiar juicios de hechos y distanciamiento. Si bien este polo pocas veces encuentra una argumentación epistemológica, es el que predomina en el sentido común corporativo-académico.

El objetivo del presente trabajo es construir este problema de una manera menos unilateral, apoyándonos en elementos de la filosofía y la sociología epistemológica. Finalizaremos con una serie de propuestas epistemológicas sintéticas. Esta reflexión se presenta como la síntesis de contribuciones anteriores que tratan directamente sobre la temática, o bien sobre cuestiones adyacentes (Corcuff, 1991; Bensaïd y Corcuff, 1998; Corcuff y Sanier, 2000; Corcuff, 2002a, 2002b, 2002c, 2003, 2006, 2010).

Reproblematizar la cuestión de “la neutralidad valorativa”: Max Weber visto de otra manera

Actualmente, la lectura del enfoque weberiano de “neutralidad valorativa” en las ciencias sociales es controversial.

Pretensiones e incoherencias epistemológicas de Nathalie Heinich

En dos de sus textos, Nathalie Heinich nos invita a retomar el tema de la “neutralidad” en sociología apoyándose en la autoridad de Weber. Se trata de su libro Ce que l’art fait à la sociologie (1998) y de su artículo “La sociologie à l’épreuve des valeurs” (2006), publicado en Cahiers internationaux de sociologie. En ambos textos comenta de manera imprecisa los análisis de Weber sobre la cuestión, condescendiendo ante el sentido común corporativo-académico. En el artículo más reciente, da cuenta correctamente de las dificultades de la tarea de la “neutralidad” desde el punto de vista de los valores en sociología, señalando que Émile Durkheim, Pierre Bourdieu, Raymond Boudon, Bruno Latour y Luc Boltanski no lograrían ocupar una posición neutral. Pareciera que el fin de esta “prehistoria” sociológica ha llegado, y que gracias Heinich comenzarían los tiempos de la “verdadera” neutralidad valorativa adosada a una “nueva sociología” que conquista la cientificidad.

Dejando de lado este tipo de pretensiones, que se reiteran con frecuencia a pesar de ser bastante irrisorias desde el punto de vista de las ciencias sociales, parece dar la impresión de que su posición también es contradictoria, es decir, que estaría “contaminada” valorativamente. Por ejemplo, cuando pide que se suspenda “todo discurso sobre la naturaleza o el valor de las cosas para hacer del discurso interpretativo o normativo -vulgar o científico, esteta o sociológico- el objeto de su análisis” (Heinich, 1998: 77), o que se excluya del “juicio (implícito o explícito) sobre los valores, porque le pertenece privativamente a los actores” en nombre de un “realismo positivista” (Heinich, 1998: 303), estaría contradiciendo sus propias afirmaciones.

Podríamos preguntarnos si su crítica a “una sociología que ubica la verdad dentro de la violencia ejercida a los actores” y “más preocupada por tener razón sobre los actores que por entender las razones de ellos” (Heinich, 1998: 85) tiene que ver solamente con la ciencia, o si no se enreda igualmente con consideraciones éticas, porque el hecho de querer dar la razón a la dignidad de los actores contra las reducciones de una sociología crítica, que se habría inspirado en una lectura sin matices de Pierre Bourdieu, no tiene ninguna neutralidad en términos normativos.

Asimismo, el “papel social” que le atribuye a la “neutralidad comprometida” del nuevo sociólogo -“papel de mediación, construcción de compromiso entre los intereses y los valores en juego, hasta la refundación misma de un consenso” (Heinich, 1998: 81)- sin duda se relaciona con una concepción de política y democracia, ésta una de las posibles en la coyuntura. ¿Acaso semejante posición epistemológica no se compromete con la elección de una filosofía política, representando de alguna manera la “acción comunicativa” de Jürgen Habermas (1987a) contra “el desacuerdo” de Jacques Rancière (1995)?

Weber dice que “la ‘línea media’ en modo alguno se acerca más a la verdad científica que los ideales partidistas más extremos de derecha o de izquierda” (Weber, 1965a: 51). Entonces, el análisis “neutralista” de Heinich no sólo revelaría un mínimo de “residuos” éticos que no son estrictamente reductibles a una lógica científica, sino que también confundiría la construcción sociológica del campo de investigación: “una sociología analítico-descriptiva de los valores, considerados como una dimensión específica de la vida en sociedad” (Heinich, 2006: 301). Legítimamente, esto supone el esfuerzo particular de distanciamiento de los valores y las valoraciones que se toman como el objeto de la investigación, con la posibilidad para la sociología en general de emanciparse de todo presupuesto ético como la pretendida amenaza unilateral que harían pesar los valores sobre cualquier trabajo sociológico. Estamos ante una invitación a una relectura de las complicaciones analíticas weberianas.

Retorno a Weber y sus complicaciones

Ante todo, Weber combate la tesis de una ciencia social “sin supuestos previos”, porque “solamente una parte individual reviste para nosotros interés porque únicamente ella muestra relación con las ideas de valor culturales con las cuales abordamos la realidad” (Weber, 2012a: 73), de allí la idea de una “relación de valor” dentro de “la selección y formación del objeto de una investigación empírica” (Weber, 2012b: 259). No obstante, distingue entre la “relación de valor” y “valoración” (Weber, 2012b). El segundo término cobra sentido en relación con la “neutralidad valorativa” (“Wertfreiheit”), entendida como el rechazo de “decir algo de lo que debe valer” (Weber, 2012b: 280) o como “trivialísima exigencia de que el investigador y el expositor mantengan absolutamente separados la comprobación de hechos empíricos […] y sus propias valoraciones prácticas, por las que juzga estos hechos como satisfactorios” (Weber, 2012b: 248).

En este nivel, encontramos una tensión entre el reconocimiento de una “relación de valor” del científico y el hecho de rechazar las “valoraciones” por significar una toma de posición valorativa directa. Por más que el trabajo científico se aleje de estas “tomas de posición” directas sobre “lo que debe valer”, ¿no nos ocupamos acaso de problemas completamente “heterogéneos”? ¿No tenemos ya indirectamente una presencia de “lo que debe valer” en la “relación de valor” comprometida en el trabajo científico, sus herramientas y su lenguaje?

Weber nos da una pista para trabajar sobre esta tensión. No prohíbe totalmente a los científicos “que expresen los ideales que los alientan, incluso juicios de valor” (Weber, 2012a: 53), pero exige que “tanto el autor como los lectores tengan clara conciencia en cada instante de cuáles son los criterios empleados para medir la realidad y obtener a partir de ellos los juicios de valor” (Weber, 2012a).

Reinterpretada en el marco de las interrogaciones contemporáneas sobre la sociología reflexiva (el retorno reflexivo sobre los presupuestos de los investigadores, las condiciones sociohistóricas de la investigación, la relación investigador-investigados, etcétera), esta pista podría desembocar en el esfuerzo de explicitar las dimensiones valorativas del trabajo sociológico, haciéndolo así más riguroso. Se entendería la “neutralidad valorativa” en un sentido kantiano, como un horizonte regulador, porque el enfoque reflexivo puede constituir un instrumento de orientación hacia un horizonte similar, sustituyendo las tensiones cientificistas de negación o de purga ilusoria definitiva de los aspectos valorativos.

Hacia una vía dialéctica

A partir de esta tensión weberiana y de las herramientas de la sociología reflexiva se hizo un esfuerzo por descubrir una vía intermedia más dialéctica. Los enunciados de las ciencias sociales no pueden escapar de los presupuestos, menos de los valorativos. No olvidemos que la investigación en sociología utiliza modos de valoración de comportamientos y de procesos sociales (no en el sentido de “valoración” en que Weber lo asimila a un juicio de valor directo, sino en uno más contemporáneo, que cubriría por ejemplo expresiones como “valoración de políticas públicas”), que tienen una dimensión técnica (sistemas de medición, como la estadística) y moral (sistema de valores con los que se puede medir de más o de menos), muy difíciles de disociar (purificar). La historia sociopolítica de las herramientas estadísticas realizadas por Alain Desrosières (1993) (con nociones aparentemente “neutras” como el promedio) es esclarecedora desde este punto de vista, porque evidencia que la manera con la cual se constituyen los usos de estas técnicas también se encuentra atravesado por debates políticos y morales, pero las ciencias sociales no se reducirían a su componente valorativo. Históricamente habrían producido herramientas de objetivación y de distanciamiento dotadas de una consistencia y de una dinámica propias que contribuyen a atribuirle una autonomía relativa, extendida gracias a la reflexividad sociológica.

Si bien ayuda a esclarecer el campo de validez de los postulados científicos, la reflexividad no constituiría una invalidación de la cientificidad, sino, por el contrario, un instrumento de consolidación de su rigor científico mediante su emplazamiento más importante. De hecho, la reflexividad no debería comprenderse principalmente de forma heroica e individualizada (por más que actos útiles y limitados se pueden direccionar en ese sentido), sino de un modo más banal, como un efecto corporativo nacido de los “controles cruzados” que generan las controversias científicas.

Si bien debemos esforzarnos por comprender, individual y sobre todo colectivamente, los efectos científicos de los valores comprometidos por el investigador en sus investigaciones, no significa que podamos reducir estos “valores” a infranqueables “obstáculos epistemológicos”, como tiende a hacer la tradición de “la ruptura epistemológica” en la línea Émile Durkheim-Gaston Bachelard-Louis Althusser-Pierre Bourdieu (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1983). De manera más amplia se les puede comprender como si alimentaran la preestructuración de una perspectiva científica, orientando el campo de visibilidad y correlativamente de invisibilidad de los cuestionamientos. Los valores revisten una dimensión doble: carburante (campo de visibilidad) y obstáculos en la búsqueda (campo de invisibilidad).

Incluso Weber tiene conciencia del motor cognitivo que cumplen, mientras los actuales partidarios de una “neutralidad valorativa” limitada y corporativa apenas lo reconocen. Fue a partir de esta perspectiva que se declaró a favor de contratar un profesor de derecho anarquista, ya que ese punto de vista libertario, “situado fuera de las convenciones y los presupuestos que nos parecen tan evidentes, puede permitirle discernir en los postulados fundamentales de la teoría jurídica una problemática que escapa a todos aquellos para quienes estos postulados son demasiado evidentes” (Weber, 2012b: 245). Así, Weber defiende a un jurista anarquista, porque es anarquista y no a pesar de que sea anarquista.

En este momento de nuestra reproblematización de los meandros weberianos, la traducción propuesta por Kalinowski del término “Wertfreiheit” (traducido por Julien Freund con la expresión “neutralidad axiológica”, ampliamente retomada por los países francófonos) apoya nuestras hipótesis contra las versiones corporativas neutralistas más comunes. Kalinowski explica: “Weber no plantea el problema como la posesión o no de valores, sino en lo relacionado con su modo de transmisión”, por eso propone la traducción “no-imposición de valores” (2005: 199). Con Weber, ante todo, nos estaríamos enfrentando normativamente (en un principio de manera reflexiva respecto de sí mismo) contra los efectos de la posición pedagógica. Puesto que, para Weber, el universitario en tanto profesor-investigador debería esforzarse por desarrollar un espíritu crítico y un distanciamiento para con los destinatarios de su discurso (en primer lugar, los estudiantes), lo que traería consecuencias tanto en el contenido como en la forma de su discurso.

En la conferencia “La ciencia como profesión y vocación” sobre esta perspectiva sostiene:

Cuando un profesor cumple correctamente su función, la primera tarea es enseñarle a los alumnos a reconocer la existencia de hechos que los molesten en las decisiones tomadas; y todas las decisiones -inclusive las mías, por ejemplo- encuentran a estos tipos de hechos extremadamente molestos (Weber, 2005: 43).

Esta situación nos conduce a una ética del universitario frente a los efectos de poder de su propio discurso en la relación pedagógica, presuponiendo una filosofía moral del lugar del profesor en la construcción de “pensar por sí mismo” que integra un componente de “pensar contra sí mismo”, relacionándose con los valores de la Ilustración del siglo XVIII. Tendríamos allí una orientación sensiblemente diferente a la constitución posterior, de los lectores y traductores de Weber, de un supuesto imperativo epistemológico de “neutralidad” ética y política del científico.

Compromiso y distanciamiento: recursos en Maurice Merleau-Ponty y en Norbert Elias

Las relaciones entre los juicios de hecho y los juicios de valor antes mencionadas nos animan a buscar un nuevo equilibrio entre compromiso y distanciamiento en el enfoque sociológico. Maurice Merleau-Ponty y Norbert Elias nos brindan recursos referidos a este aspecto en filosofía y en sociología, respectivamente.

Recursos filosóficos de Merleau-Ponty

Detengámonos en primer lugar en los escritos de Maurice Merleau-Ponty, particularmente en su gran libro de filosofía Fenomenología y percepción de 1945, pero también en una serie de textos sobre filosofía política.4 Para Merleau-Ponty, yo estaría en el mundo antes de poder reflexionar de manera consciente sobre él y tomar decisiones explícitamente. Incluso, antes de la consciencia reflexiva, habría una relación corporal con el mundo, una presencia en el mundo marcada por la presencia previa del mundo. Un mundo que estaría hecho de otros, de cosas y de sus relaciones, insertos en procesos históricos.

Así, yo ya estaría previamente comprometido por ese mundo, antes de comprometerme de manera consciente en ese mundo. El no compromiso sería ilusorio y el científico que quisiera aislarse participaría de todos modos en el curso del mundo y tendría, a pesar del estado de su consciencia, cierta responsabilidad respecto de él. A partir de este desplazamiento del problema del compromiso, podríamos decir que nunca estaremos completamente “retirados”, aunque manifestáramos la voluntad de neutralidad o de legítimas dudas, y que nunca estaríamos “comprometidos” de manera consciente y voluntaria. A cada momento nos enfrentaríamos al problema de cómo establecer lo voluntario sobre lo involuntario, lo pensado sobre lo sensible, la razón sobre el cuerpo, el compromiso en el mundo sobre el compromiso por el mundo.

Merleau-Ponty, en su correspondencia de ruptura político-intelectual y amistosa con Jean-Paul Sartre en julio de 1953, que prolongó en las reflexiones del libro Las aventuras de la dialéctica en 1955, cuestiona la tentación del “todo político” representado por Sartre y el aplanamiento de los recursos propiamente intelectuales. Para él, el compromiso de Sartre “se apega al acontecimiento sin distancia” (Merleau-Ponty, 2000b: 220) en el sentido de que olvidaría que las herramientas intelectuales le ofrecen la posibilidad de distanciamiento crítico. De este modo, Sartre justificaría, acontecimiento por acontecimiento, las políticas estalinistas, ya que no las dimensiona como una nueva forma de opresión. Por el contrario, Merleau-Ponty defiende la existencia de cierto retroceso frente “al punto de vista del instante” (Merleau-Ponty, 2000b: 241). Esboza una “ida y vuelta entre el acontecimiento y la línea general”, reservando una distancia “entre el acontecimiento y el juicio”, que puede desarmar “la trampa del acontecimiento” (Merleau-Ponty, 2000a: 148).

Las vías que abre Merleau-Ponty nos designan, claramente, una serie de impases a los cuales los medios intelectuales históricamente nos han habituado: 1) la figura del científico apolítico y sin compromisos, con pretensiones de estar retirado del mundo, y 2) la figura del científico comprometido que cree estar por encima del mundo y, acontecimiento por acontecimiento, piensa dimensionarse solamente respecto de la historia. Entre los demás, y no sobre o separado de los demás, inquieto por su camino narcisista, preocupado por sus responsabilidades sociales, pero decido a tomar distancia para no quemarse los ojos con las evidencias del acontecimiento, el científico comprometido descrito puntillosamente por Merleau-Ponty, se revela más modesto pero más serio. No se opone al distanciamiento, pero incorpora una exigencia de distanciamiento en un compromiso ineluctable.

Recursos sociológicos en Norbert Elias

Dentro de la sociología, Norbert Elias fue uno de los que más se orientaron hacia una vía equilibrada entre compromiso y distanciamiento; en su libro, precisamente titulado Compromiso y distanciamiento, Elias escribe sobre los investigadores en ciencias sociales:

Su participación, su compromiso, constituyen una de las condiciones previas para comprender el problema que han de resolver como científicos. Pues si bien para comprender la estructura de una molécula no es necesario saber qué se sentiría si fuese uno de sus átomos, para comprender las funciones de los grupos humanos, es necesario conocer desde adentro cómo experimentan los seres humanos los grupos de los que forman parte y los que le son ajenos, y esto no puede conocerse sin participación activa ni compromiso (1990: 28).

Por ello, según Elias, es necesaria la dialéctica (“en un vaivén y en un equilibrio”) entre “distanciamiento” científico respecto de los prejuicios de los actores sociales, y “compromiso”, es decir, es una manera de asumir científicamente las inserciones y las experiencias sociales como punto de apoyo cognitivo. Las implicaciones sociales del investigador (cognitivas, lenguaje, prácticas en grupos particulares y en relaciones sociales más amplias) se revelarían ya como puntos de apoyo, ya como obstáculos del trabajo científico; los compromisos militantes del científico en la sociedad son sólo un componente de las inserciones sociales.

Sin embargo, la tradición de “la ruptura epistemológica” siempre problematizó los compromisos sociales como “obstáculos epistemológicos”. Si bien el científico implicado debería necesariamente distanciar sus inserciones sociales (incluidos los compromisos puramente políticos) para no cegarse frente a las evidencias que generan, al mismo tiempo debe utilizarlas para comprender mejor el universo que estudia. Llamaremos a esta posición de equilibrista distanciamiento comprensivo, que hace referencia, otra vez, al resultado de una sociología reflexiva (de un regreso reflexivo del investigador sobre sus implicaciones y sobre los efectos durante su investigación).

Algunas propuestas epistemológicas sintéticas

Nos hemos esforzado por aprehender de una manera más compleja las relaciones entre el científico y el político, a través de una visión interactiva y un equilibrio en la tensión establecida dentro de las relaciones de juicios de hecho / juicios de valor y de distanciamiento / compromiso. Se inscribe en un marco global de una serie de proposiciones epistemológicas sintéticas que entregamos a la discusión científica. Las propuestas se apoyan tanto en la experiencia de investigación sociológica en diversos terrenos, como en diferentes compromisos ciudadanos y en formas variadas de mestizaje entre ambos. Terminaremos esta intervención con cuatro propuestas:

  1. Las relaciones entre conocimiento científico y conocimiento vulgar del mundo social deben considerarse de una manera no exclusiva, teniendo en cuenta a la vez sus continuidades, discontinuidades e interacciones, suponiendo así un rechazo a la polarización entre: la afirmación de una “ruptura epistemológica”, separando las sociologías profesionales y las percepciones cuasi sociológicas de los actores, por un lado, y la tentación de una indistinción entre ambos registros de saber.

  2. Nuestras inserciones sociales (las inserciones militantes, pero no únicamente) se revelan a la vez como obstáculos y puntos de apoyo para el trabajo científico, que puede asumirse como una dialéctica del compromiso y del distanciamiento, de la comprensión y de la objetivación, que alimenta una lógica de distanciamiento comprensiva o de comprensión distanciada. A partir de allí, la tensión entre una lógica de rigor de la investigación y los imperativos de acción militante alimentan una doble inquietud ética (en dos sentidos: respecto de los efectos negativos de la militancia en el proceso de investigación y de las consecuencias perturbadoras de las lógicas de la investigación sobre la acción militante), que puede contribuir positivamente tanto en el momento de la investigación como en el de la acción.

  3. Se debe considerar en un mismo marco el ensamblaje valorativo de los enunciados de las ciencias sociales como forma de emancipación parcial que adquiere cierta objetividad científica. Se desplaza así nuestro enfoque de “neutralidad valorativa” o más precisamente el de “la no imposición de valores”. Se lo considerará más como un horizonte regulador, el cual invita a una reflexividad sociológica sobre los componentes éticos del trabajo, que como la búsqueda ilusoria de “la purificación” de esta dimensión. En esta perspectiva, el dominio reflexivo de lo valorativo en sociología y no su negación, tanto en sus efectos sobre el campo de la validez de los enunciados científicos como en la autoridad sobre los alumnos, permitiría hacer progresar tanto la cientificidad de los enunciados como la ética de la pedagogía científica.

  4. El trabajo sociológico conectado a una reactivación de la imaginación -pero, no de manera exclusiva, a un horizonte utópico, entendido en el sentido de una pluralidad de afuera y no como un proyecto alternativo de sociedad cerrado- se presenta como uno de los recursos posibles para ampliar los cuestionamientos críticos y, de forma más global, el espacio mental de la investigación sociológica, como lo esbozó el sociólogo estadounidense Charles Wright Mills (2006). De esta forma, imaginar lo imposible -lo que aparece como socialmente imposible en un momento determinado- constituiría una de las vías para abrir aquí y ahora el campo de lo pensable y el universo de lo posible, del lado de los marcos cognitivos del sociólogo y también del lado de su compromiso con los problemas sociales. Existiría una función heurística (no exclusiva) de lo utópico en la búsqueda y en la acción.

Conclusión

La vía de tensión, equilibrio y dinámica entre el compromiso en las profesiones intelectuales y los compromisos en la sociedad aquí propuestos sólo constituye uno de los caminos posibles para hacer con la complejidad de la configuración epistemológica y ética que caracterizan nuestra situación de profesores-investigadores en ciencias sociales. Sin duda, no será del agrado de los epistemólogos de manos blancas a quienes les gusta establecer separaciones claras y definitivas entre lo puro y lo impuro, la ciencia y las ilusiones de los actores, los juicios de hecho y los juicios de valor o la vocación del científico y del militante. Con frecuencia aplazan para el mañana “la purificación final” de las ciencias sociales. “Purificación final” de la que ellos serían la “vanguardia”, mientras que todos los sociólogos realmente existentes hasta ese momento, desde los clásicos hasta los contemporáneos, serían demasiado “impuros”. A esta vanguardia purificadora tal vez le podría interesar leer a un tal Merleau-Ponty que, en su filosofía política, le deja un lugar, tanto dentro de sus pensamientos como dentro de la acción humana, a la ambigüedad, a la incertidumbre, a la fragilidad, a las circunstancias que se nos escapan, sin abandonar, no obstante, una doble meta de verdad y justicia en tensión, siempre difícil y jamás garantizada, y que toma la forma de apuestas razonadas (Corcuff, 2009). Escribe en Humanismo y terror: “Siempre, en tanto existan los hombres, el porvenir estará abierto, y no en lo que le concierne más que conjeturas metódicas y no un saber absoluto” (Merleau-Ponty, 1968: 138). Además precisa: “en ese riesgo y en esa confusión debemos trabajar y hacer aparecer, a pesar de todo, una verdad” (Merleau-Ponty, 1968: 65).

Junto a Merleau-Ponty se puede extender el “riesgo” y la “confusión” más allá de los análisis del porvenir, e incluir la confrontación sociológica con la “época”:

nuestro tiempo tratado sin respeto en su verdad insoportable, aún adherida a nosotros, aún sensible al juicio humano que lo comprende y lo cambia, interrogado, criticado, interpelado, confundido como un rostro que aún no sabemos descifrar, pero como un rostro inflado de posibles (Merleau-Ponty, 1997: 113).

Esto no nos invita a la negación del rigor científico -negando la necesaria autonomía científica-, ni a la negación cientificista -la cientificidad entendida como la pretensión ilusoria de una ciencia social sin supuestos previos- de nuestras “impurezas” y de nuestras fragilidades constitutivas, sino a asumir reflexivamente estas impurezas y fragilidades en el movimiento de constitución de rigores científicos parciales y provisorios.

Fuentes consultadas

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* Este artículo apareció originalmente publicado bajo el título “Le savant et le politique” en SociologieS. La recherche en actes. Régimes d’explication en sociologie. Artículo disponible en [http://sociologies.revues.org/3533] a partir del 2 de julio de 2011, bajo el régimen y los términos de la licencia Creative Commons Attribution. Agradecemos a los editores de la revista electrónica SociologieS su autorización para publicar esta traducción y a Philippe Corcuff la revisión final de esta misma.

***Traducción del francés

1La primera versión en francés de este artículo, “Le savant et le politique”, se presentó durante una conferencia plenaria en el marco de la Université d’été, el 24 de junio de 2010, organizada por el Programa doctoral Romand en Sociología, la Facultad de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad de Lausana y la Red Internacional de Escuelas Doctorales de Sociología/Ciencias Sociales de la Asociación Internacional de Sociólogos de Lengua Francesa (AISLF) y de la Agencia Universitaria de la Francofonía (AUF).

2La propuesta de traducción que hace Kalinowski (2005) es literalmente non-imposition des valeurs (N. del T.).

3La obra de Weber traducida al francés bajo el título Le savant et le politique fue publicada en Francia 1963 (N. del T.).

4Véase sobre la filosofía general y principalmente sobre la filosofía de Maurice Merleau-Ponty, Corcuff (2009).

Philippe Corcuff es profesor del Institut d’études politiques de Lyon y miembro del Centre de recherche sur les liens sociaux (CERLIS), L’Université Paris Descartes/Centre national de la recherche scientifique (CNRS). Su reflexión sobre la epistemología de las ciencias sociales se funda en una lectura crítica del pensamiento de Pierre Bourdieu y en una relectura de las contribuciones de la tradición filosófica moderna con particular atención en el pensamiento de Maurice Merleau-Ponty. Su libro Las nuevas sociologías es expresión de esta reflexión y se ha convertido en un referente para la discusión contemporánea sobre el estado de las ciencias sociales. A la par de su trabajo teórico y académico, Corcuff ha tenido una importante participación en los debates del movimiento altermundista y en la discusión política en Francia. A este respecto, han sido notables sus profundas críticas a la derecha contemporánea y sus posturas para redefinir la política de izquierdas y libertaria.

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