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CONfines de relaciones internacionales y ciencia política

versión impresa ISSN 1870-3569

CONfines relacion. internaci. ciencia política vol.2 no.4 Monterrey ago./dic. 2006

 

Artículos

 

Las narrativas del detenido-desaparecido (o de los problemas de la representación ante las catástrofes sociales)

 

The Narratives of the Detained-Disappeared (Or the Problems of Representation Facing Social Catastrophes)

 

Gabriel Gatti*

 

* Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva, departamento de Sociología 2, Universidad del País Vasco. g.gatti@ehu.es

 

Fecha de recepción: 20/04/06
Fecha de aceptación: 15/08/06

 

Resumen

El texto propone la figura del detenido-desaparecido como un lugar donde analizar las estrategias de gestión social de un problema teórico de inmenso calibre en el ámbito de las Ciencias Sociales contemporáneas, el de la crisis de la representación. Para analizar estas estrategias, el trabajo parte de una definición (restrictiva) de la figura del detenido-desaparecido, proponiéndola como una catástrofe para la identidad y el lenguaje; luego, explica y detalla dos de las narrativas desde las que, en un contexto sociohistórico concreto, el del Cono Sur latinoamericano, se ha administrado esta figura y se han gestionado sus consecuencias: la narrativa, transicional, de lo invisible; la narrativa, terriblemente compleja, del vacío.

Palabras clave: detenido-desaparecido, crisis de la representación, catástrofes sociales.

 

Abstract

The text proposes the concept of the detained-disappeared as the point from which to analyze social management strategies of a high-caliber theoretical problem in the context of contemporary social sciences, the crisis of representation. To analyze these strategies, this work starts by narrowly defining the concept of the detained-disappeared, thereby suggesting that this is a catastrophe for identity and for language. After considering the social and historical context of the Latin-American southern hemisphere, the author explains and examines the two forms of narrative that explain how the concept and its consequences have been managed. These forms of narrative are the transitional narrative of the invisible and the highly complex narrative of the void.

Key words: detained, disappeared, missing, narratives, social catastrophes, crisis of representation.

 

Ana Victoria Fellini fue la hija de un detenido desaparecido en Argentina.
Murió joven, de un cáncer en la boca. Se enteró tardíamente de la
historia de sus padres y, aturdida, nunca quiso hablar sobre el tema.
En la búsqueda de terapias alternativas una bruja le dijo: "Vos quisiste

gritar y no pudiste" (Olivera, 2005)

INICIO 

Con los detenidos-desaparecidos nada de lo que habitualmente encaja lo hace. Nada: los cuerpos se separan de las identidades y hasta las palabras se disocian de las cosas. Terrible. La figura del detenido-desaparecido es una irrupción en el sentido que supera a los instrumentos que lo dan, que desconcierta al sentido mismo emplazándose en el terreno pantanoso de las catástrofes sociales y lingüísticas. Una figura que, al situarse en lugares de estatutos otros, reclama de lenguaje para esos estatutos otros.

Este texto quiere pensar esa figura y pensar en esos lenguajes que ella requiere. Pretende hacerlo repasando algunas de las estrategias que, para narrarla y solventar las dificultades de su representación, se han emprendido en los lugares donde el detenido-desaparecido tiene un peso social significativo. Y quiere hacerlo desde la sociología1, pues, de lo que se trata, en realidad, es de estirar las posibilidades de esta ciencia, sometiéndola al tormento de trabajar cuando se las tiene que ver con figuras sociales que, en esencia, se le escapan, pues huyen de su forma de representar, tan esférica, tan rotunda.

Es ese el caso de la figura del detenido-desaparecido: existe socialmente, tiene consecuencias concretas, precisas. Pero el lenguaje rebota cuando se le acerca. Resulta por eso una figura incómoda para el trabajo de la sociología, que cuando se le acerca la explica, la llena de lenguajes. Quisiera sin embargo dejar la figura en su lugar, recoger, precisamente, el hecho de que, en no pocas dimensiones, sea una figura inabarcable, incomprensible o, mejor, sólo comprensible en su falta de sentido. Que no puede dársele sentido. Analizar por qué el lenguaje se agota al llegar a ella y por qué desespera esa indecibilidad. De eso quiero dar cuenta: de ese lugar vacío en el que está la desaparición y de cómo pensarla sin anular su imposible representación, su cualidad más terrible y principal.

Tras proponer abordar la figura del detenido-desaparecido como una catástrofe lingüística, repasaré e ilustraré dos de entre las posibles formas de narrarla: la construida sobre el concepto de invisible y la sostenida por el de vacío. Ambas narrativas apuntan en la misma dirección —lo que existe, pero no se ve ni se representa, lo que no-tiene-sentido, lo que procura pensarse en su condición de impensable, representar en su condición de irrepresentable2—, pero se construyen de manera muy distinta. Argumentaré que la primera, la de lo invisible, es útil para pensar la representación de lo irrepresentable en las primeras fases de los procesos de restitución de lo que fue soterrado, cuando se reivindica la verdad y se reclama la visibilidad de algo (la desaparición forzada de personas y el detenido-desaparecido en este caso) que fue negado y ocultado; diré también que esta narrativa es soportada por una categoría, la de lo invisible, relativamente fácil de manejar en lo empírico, pero concluiré que tiene insuficiencias teóricas importantes. Sostendré, luego, que la segunda narrativa y su categoría principal, el vacío —de muy difícil operacionalización en el abordaje de lo concreto aunque resulte teóricamente más fina— comparece en momentos sensibles a mayores dosis de complejidad, cuando es posible reconocer para un hecho, fenómeno, situación o cosa, para el caso la figura del detenido-desaparecido, su estatuto: ser irrepresentable.

A la luz de estas nociones me aventuraré a proponer unas pocas ideas para estudiar algunos productos culturales que, más o menos recientemente, se han acercado en el Cono Sur de América Latina a la figura del detenido-desaparecido.

 

1. LA FIGURA DEL DETENIDO-DESAPARECIDO, UNA CATÁSTROFE PARA LA IDENTIDAD Y EL LENGUAJE

La desaparición forzada de personas es un fenómeno que afecta a la identidad y al sentido: ataca al edificio de las identidades, cuyas bases dinamita; somete al lenguaje a uno de sus límites, obligándolo a situarse en el lugar en el que las cosas se disocian de las palabras que las nombran. Por eso la figura del detenido-desaparecido es, en muchos planos, una figura difícil de pensar y de vivir. Habla de individuos sometidos a un régimen de invisibilidad, de hechos negados, de cuerpos borrados, de cosas improbables, de construcción de espacios de excepción. Bordea lo imposible, está de lleno dentro de lo impensable y es sólo con la conjugación de términos de semántica difusa que podemos definir la desaparición; y es con sustantivos de resonancias incómodas que nos referimos a los detenidos-desaparecidos y a sus lugares: chupado, separado, disociado; chupaderos, lugares de excepción, donde un sujeto era absorbido, abducido casi, por la maquinaria desaparecedora, inventora de la jerga con la cual referirse a sus singulares productos.

Detener y someter al individuo a un régimen de invisibilidad, negar la existencia del hecho, borrar el cuerpo, silenciar toda posibilidad de prueba, situarlo en lugares excepcionales, tanto en lo simbólico (la extralegalidad) como en lo físico (el Lageren la Alemania de los '40, el chupadero en la Argentina de los '70, campos de concentración como Guantánamo en nuestra década). El decreto Nach und Nebel (Noche y Niebla), de 1941 (Amnistía Internacional, 1983) parece ser el antecedente histórico directo de la figura del detenido-desaparecido y de la desaparición como estrategia de represión política. Y la estrategia que se abre desde que ese decreto se aplica es tan siniestra como eficaz, pues crea situaciones límite en el individuo detenido-desaparecido; en su entorno; en el tiempo de las generaciones —"reproduce los miedos, las angustias, los silencios, las negaciones, las desesperanzas" (Maier, 2001: 51)— y, por encima de lo demás, en el sentido mismo: cuerpos ausentes, imposibilidad del duelo, terror continuado, no-legalidad.

La figura y la estrategia se desarrollan, en el Cono Sur latinoamericano, en los años setenta (dictaduras chilena, uruguaya y, sobre todo, argentina) con peculiaridades que pueden rastrearse sondeando en los imaginarios locales sobre el control de la población, sobre las políticas de purificación de la realidad, sobre lo que, en definitiva, guarda relación con la vertiente local de la biopolítica (Foucault, 1997; Agamben, 1998). La (re)invención en la región del "dispositivo desaparecedor" (Calveiro, 1998) y las particularidades en el diseño y la puesta en práctica de la idea de "campo de concentración" (Vezzetti, 2002) consiguen, en cualquier caso, que allí la estrategia alcance un fuerte grado de sofisticación y de elaboración. Sea como sea, hoy la fría perversidad que rezuma se ha integrado al lenguaje común: el detenido-desaparecido es el chupado, absorbido, separado, disociado; los lugares de detención son los chupaderos o pozos, lugares donde los detenidos-desaparecidos son tabicados, aislados del exterior, abducidos casi. Es tal la dimensión cuantitativa y cualitativa del fenómeno que la figura de los detenidos-desaparecidos supera ya el estatuto de agregado y alcanza el de grupo, el de identidad colectiva —con una cifra, la mítica de "los 30.000", que no refiere a un número sino a un nombre de grupo—.

El del detenido-desaparecido no es, pues, un fenómeno que obedezca y se explique con arreglo a consideraciones sólo políticas, militares, económicas, sino que es necesario atender también a las cosas que discurren por el campo semántico de lo sin-sentido, de lo incomprensible, de lo impresentable... Terreno difícil, sí, que amerita definiciones como ésta: "[el detenido-desaparecido es] una imagen presente que, congelada en el tiempo, corresponde a un cuerpo ausente que pugna por el espacio que le corresponde. Una no-imagen. Un hueco. Un vacío" (Acuña, 2000).

Semántica del vacíoy de la ausencia; figura de complicada gestión social. Lo es a dos niveles: en uno, somete a tensión a la identidad; en el otro, hace que el lenguaje quiebre. Y es que, dice un ex-detenido-desaparecido, "La desaparición (...) es un atentado a la lógica. Provoca un sentido de absurdo"3. La figura del detenido-desaparecido desconcierta, en efecto, al sentido. Se sitúa, por eso, en el terreno pantanoso de las catástrofes lingüísticas4, de las irrupciones, en el sentido que superan a los instrumentos que dan y permiten entender el sentido e instalan las cosas en lugares ajenos a él. Ausencia, hueco, quiebra. Una catástrofe. Todas estas consideraciones conducen a pensar en cómo se representa socialmente una figura, la del detenido-desaparecido, que bordea, que puede bordear lo factible, lo pensable.

Figura difícil, sí, de ponerla en presencia, de representarla, pues está en el borde de lo factible, de lo pensable. Elizabeth Jelin y Victoria Langland se hacen las preguntas correctas:

La representación del horror y del trauma no es lineal y sencilla. La re-presentación supone la existencia de un algo anterior y externo (la 'presentación' inicial) que será 're'-presentado. ¿Cómo representar entonces los huecos, lo indecible, lo que ya no está? ¿Cómo representar a los detenidos-desaparecidos? (2003: 2).

Propongo hacerlo cuestionando la representación, situándose en sus zonas vacías y pensándola desde ahí. Para representar eso, la tarea se suele encomendar al lenguaje artístico. No deja de ser lógico: las ciencias sociales tienden a buscar el sentido o a dotar de él a lo que no lo tiene; no saben representar el silencio, el horror, lo sublime o lo que resquebraja las coherencias. Menos aún, las catástrofes, lingüísticas o no. Me acercaré a ellas viendo cómo trabajan dos narrativas diferentes: la de lo invisible —que corresponde a situaciones históricas propias de coyunturas de cambio de régimen y a lógicas de la representación que buscan exorcizar el horror, redefinir lo pasado, recuperar lo ocultado— y la narrativa del vacío —que se desarrolla en condiciones en las que es posible asumir la irrepresentabilidad como una de las características de algunos fenómenos sociales—5.

 

2. LA NARRATIVA DE LO INVISIBLE, UN PRIMER PASO HACIA LA REPRESENTACIÓN DEL SIN SENTIDO

Es común que a la salida de las guerras y dictaduras se reivindique la imperiosa necesidad de hacer visible lo que fue invisibilizado. Esta narrativa sostenida sobre la recuperación, sobre el descubrimiento de lo que fue sepultado bajo el olvido, soporta imaginarios propios de los períodos de transición, cuando se redefinen los pactos colectivos y se (des)(re)construyen las memorias (Jelin, 2002; Jelin y Langland, 2003). En efecto, estas narrativas transicionales se esfuerzan en reconstruir la historia en clave de verdad ocultada —antaño— y rescatada —ahora—: "son momentos en los que emergen públicamente relatos y narrativas que estuvieron ocultos y silenciados por mucho tiempo (...). Memorias silenciadas (...), guardadas en la intimidad personal, 'olvidadas' en un olvido 'evasivo' (...) o enterradas en huecos y síntomas traumáticos" (Jelin, 2002: 436). Momentos en los que prima un "mandato de memoria" (Jelin, 2003: 15), que es también un mandato (políticamente necesario, pero analíticamente engañoso) de verdad7.

Es, ciertamente, una lucha por el reconocimiento la que protagoniza la narrativa de lo invisible; tiene un ciclo corto: primero, sentar la existencia de todo un universo silenciado con su propio —aunque peculiar— lenguaje, con su extraña —aunque coherente— lógica; luego, reivindicar su reaparición, su regreso a la escena de la que fue expulsado. Ese universo silenciado se manifestó, según Adriana Bergero, en varios productos culturales paridos en los países del Cono Sur, en el período post-dictaduras8 (Bergero, s/f). En la Argentina y el Chile de los '80 y '90, en el Uruguay de los '90 y de ahora, se fue conformando un lenguaje para pensar lo que se quedó afuera. Fue (es aún) una narrativa de lo invisible que buscó dotar de representación a lo que estuvo al margen, silenciado, olvidado, oprobiado: exilios, márgenes, desapariciones, tormentos... Acaso por eso en la literatura o en el cine de entonces abundan las situaciones encerradas en los "intersticios, [los] sujetos desterrados, sin voz y sin agencialidad [sic] política" (ibídem: 16); los habitantes, en fin, del "back stage de la ciudad inmaculada" (ibídem: 12). Recuérdese si no La noche de los lápices (Olivera, 1986). Corresponde eso, interpreta Bergero, a una suerte de "estado de ánimo colectivo" en el que quedó sumido el Cono Sur post-dictaduras, una suerte de estado postraumático: tras el silencio, la reivindicación. Lenguaje de lo que fue "excluido de los lenguajes institucionales" (ibídem: 4). Lenguaje de lo invisible, el que se habla desde un espacio desajustado, preñado de "sentidos desemantizados" (ibídem).

Dar la voz a las víctimas, hacer patente el horror, hacer visible lo ocultado... Es, en efecto, la retórica propia de las exigencias del primer momento. El tono que se adopta es reivindicativo; la verdad velada es lo que se busca. Se busca, además, situar a las víctimas en el lugar "que les corresponde" en las memorias colectivas, en el lugar justo, lejos del oprobio y del olvido a los que fueron sometidas. Hugo Vezzetti lo explica: se trata —por ejemplo, en la redacción del informe Nunca más (CONADEP, 1987)— de "rescatar simbólicamente a las víctimas que (...) habían sufrido no sólo el criminal despotismo de los poderosos sino el abandono y la indiferencia de la propia sociedad" (Vezzetti, 2000: 13). Los términos que emplea aquel informe remiten, en efecto, a un invisible iluminándose.

También adopta esta narrativa Nelly Richard analizando algunas expresiones artísticas durante el período transicional en Chile. Richard concluye que fue de tal calibre la concentración de memoria bloqueada e invisibilizada en la "zona de acumulación de lo no-dicho" (2000: 29) que lo reprimido retornó, lo invisible se hizo visible y la memoria sujetada se liberó. De ahí, arguye, la necesidad de relatos que luchen contra la invisibilidad, que busquen romper con las consignas del olvido, que pongan a los detenidos-desaparecidos en escena, que restituyan la "notoriedad de presencia que les robó la técnica de la desaparición" (ibídem: 30), que logren que ocupen el sitio que les fue negado, que reivindiquen, en fin, su identidad corrigiendo "la violencia desindividualizadora de la desaparición" (ibídem). Trabajo duro, concluye Nelly Richard; consiste nada menos que en "rearticular una política de la traza donde lo borrado de la representación, lo sumergido en lo irrepresentable, haga sombra en medio de tanta visibilidad satisfecha" (ibídem: 33). Hacer visible lo invisible, pues.

Invitando a lo invisible a pasar al frente del escenario, reconvirtiéndolo, rescatándolo del régimen al que se vio sometido, sacándolo del trastero del olvido, lo así adjetivado es bien cierto que reingresa al estatuto de las cosas-con-sentido. Y bien está. Y lo hace, también es cierto, con los honores de las cosas, fenómenos y personas que han adquirido el derecho al reclamo de justicia. Y bien está también. Es el caso del genocidio de los setenta en el Cono Sur y de los que fueron sus víctimas.

Pero atribuyendo sentido al no-sentido, el no sentido —su rasgo distintivo— se pierde; pero visibilizado, lo invisible deja de serlo. Si los subalternos se centran; si los balbucientes empiezan a hablar claro; si los deslenguados hablan en lenguas oficiales; si los desexiliados o los insiliados se hacen ciudadanos o, en fin, si las tensiones que rodean a la figura del detenido-desaparecido se resuelven, estas peculiares y (desde el punto de vista sociológico) monstruosas entidades serán, es cierto, más fácilmente entendidas, pero, también lo es, serán entendidas con menos rigor: dejarán de ser lo que son.

Hacer visible lo invisible es un acto de justicia política, no hay duda. No tanto que lo sea de "justicia epistémica", pues lleva el fenómeno más allá —o lo deja más acá— de la lógica que le corresponde; visibiliza lo que no puede serlo. Al eliminar de la figura del detenido-desaparecido uno de sus datos característicos —las tensiones que introduce en la representación— no sólo se los convierte en otra cosa, sino que, y sobre todo, se obvia que en esa tensión, en esa pelea con los dispositivos hechos para representar las cosas, está buena parte de su naturaleza.

No puede menos que pensarse, pues, que será necesario dar con otro concepto para pensar de lo impensable. Opto por eso por uno más penetrante que el de "invisible", el de "vacío": algo que es pero no se puede ver, algo que existe, en donde hay cosas, pero cosas que siempre escapan del estatuto que le damos a las cosas y que siempre escapan de los instrumentos que inventamos para pensar las cosas. Un espacio habitable; pero a todas luces irrepresentable.

 

3. LAS NARRATIVAS DEL VACÍO, EN EL CENTRO DE LA CATÁSTROFE LINGÜÍSTICA

Interrogarse por cómo representar el hueco que la desaparición supone, por cómo entender esta figura inabarcable, incomprensible o, mejor, sólo comprensible en su falta de sentido será la forma de abordar, aquí, la respuesta a la pregunta por cómo representar lo irrepresentable. Problema amplio, ciertamente, el que se oculta tras esta interrogante y que toca uno de los retos importantes de las ciencias sociales, es el de pensar en aquello que las elude, que se les resiste, que deserta, que huye de nuestros conceptos para atrapar la realidad. Afronto ese reto con la ayuda del concepto de vacío aplicándolo a la figura del detenido-desaparecido para entender algunas de sus dimensiones: que consiste en una llaga sin cura, una herida abierta, una fisura, una quiebra. Un vacío en el sentido y en el lenguaje.

Lo cierto es que en Occidente —legatarios como somos del horror vacui— nunca nos hemos llevado bien con el vacío, que es, para nosotros, un no-lugar, algo que niega la taxon. Sensorio intransigente el nuestro respecto del vacío: es aquello que porque no está lleno de lo que da sentido no es. Por eso, cuando nos presentamos ante algo que creemos que es vacío lo que tratamos de hacer es llenarlo, de buenas o de malas intenciones, pero siempre de sentido.

Ahora bien: dado que trabajamos así —representando—, ¿cómo plantear nuestra tarea cuando topamos con fenómenos —y la realidad contemporánea está plagada de ellos— que se nos escapan, que encuentran en esa huida su lógica?, ¿cómo trabajar con situaciones extremas, con algunas formas de identidad, con acontecimientos únicos o con el horror de la tortura o, en eso estamos ahora, con la figura del detenido-desaparecido? En otras palabras: ¿cómo decir lo indecible?, ¿cómo representar lo que sabemos que es irrepresentable?, ¿cómo, en fin, hablar del vacío sin llenarlo?

La mayor parte de los intentos que conozco de acercarse a esas zonas fugadas del sentido han caído en el error de anular el rasgo esencial de esas zonas oscuras —su irrepresentabilidad— representándolas9. Pero en ciencias sociales hay, al menos, una excepción: la de Yves Barel (1984), cuya propuesta resumo. Del vacío Barel dijo que se detecta por sus síntomas; sobre todo por uno: la existencia de una ausencia de sentido a ojos de los cuadros naturales de nuestras sociedades del sentido, para los que ya no significan. Es decir: es vacío algo que sabemos que es o que está porque provoca heridas en los instrumentos que deberían —pero que no pueden— dar cuenta de él.

La cuestión se sitúa en el territorio que buscaba: un lugar que aunque existente, es irrepresentable. Ese lugar es el vacío. No es la no existencia de cosas; tampoco es la no existencia de sentidos para las cosas; es el distanciamiento entre las cosas y los sentidos; es la existencia de cosas que rehuyen del sentido. Regresamos —parecería que es el sino de las ciencias sociales— a manos de los físicos, ahora a las de aquellos que dicen que el vacío existe, que el vacío está lleno, pero que su condición de vacío depende de la observación y que la observación directa del vacío es imposible. Lo llena. Como ellos, para saber del vacío sólo podremos hacerlo accediendo a él indirectamente, a través de los síntomas que deja en la realidad visible y teniendo siempre en cuenta las tensiones que introduce en los mecanismos para saber. Si de ciencias humanas hablamos, el vacío apuntará hacia aquellas situaciones, fenómenos, entidades o identidades que, aunque existentes, escapan de nuestros mecanismos para dotar al mundo de sentido. Y siempre lo hacen: si nos acercamos, las llenamos. Y vuelven a escaparse. ¿Cómo pensarlas?

Trabajaré desde ahora con la conjetura de que es el de vacío un concepto que se amolda bien a la actual circunstancia de muchas representaciones sociales del fenómeno del detenido-desaparecido, cuando más o menos canalizadas en términos de verdad y justicia —aunque ni mucho menos cerradas—, las luchas y los debates que se construyeron durante los primeros lustros del período post dictadura, cabe narrar esa figura preguntándose por cuestiones que le son específicas en cuanto a su dificultad de pensarlo, de hablarlo, de representarlo; en cuanto a los problemas que provoca en el lenguaje.

Para aplicar el concepto a la situación que me ocupa, voy a hablar de tres aspectos del vacío; uno —la narrativa de la excepción— se refiere a la lógica que lo conforma; otros —la representación de lo irrepresentable en el arte, primero, y en el testimonio de los sobrevivientes, después— se refieren a las estrategias a seguir para poder hablar de él. Para ilustrar todos esos aspectos acudiré a algunos ejemplos rioplatenses, unos tomados del ámbito de la cultura, otros de mi propio trabajo de campo.

3.1 La "narrativa del chupadero", o del relato de la excepción

Es a Ciorgio Agamben (1998) a quien corresponde el mérito de haber pensado en el Lager, el campo de concentración nazi, como un espacio de vida construido sobre la lógica de la excepción, ese principio por el que la ley se pone fuera de sí misma. La formulación lógica de este principio —acuñada por Carl Schmitt— remite a las cosas que ordenan su propia desobediencia; es decir, aquello que se aplica desaplicándose (ibídem: 30). No se confunda con términos como "caos" o "desorden", pues en la excepción hay regla: la regla es la negación de la Regla.

En la ocurrencia, cuando la excepción se despliega, comparecen dos circunstancias. Primero, comparece una delimitación estricta: la excepción se da, en efecto, en un mundo aparte, un mundo paralelo, un mundo cercado y fuera de la norma. Luego, comparece un lenguaje propio de ese mundo aparte, lenguaje roto, de gramática incómoda, llena de términos que denotan las enormes tensiones que transitan por ese espacio en excepción. Lenguaje tartamudo: la excepción obliga al balbuceo.

Ambas circunstancias marcan los relatos, los pocos, que salieron de los chupaderos, esos trozos de calvario que absorbían a los detenidos-desaparecidos durante las dictaduras del Cono Sur. La máquina represiva sabía que esos espacios estaban regulados por la retirada de la Regla y habló, así, de pozos, lugares profundos, donde se suprimía toda conexión con el exterior, donde el detenido-desaparecido entraba en un lugar cuya cotidianidad transcurría en "los confines más subterráneos de la crueldad y de la locura" (CONADEP, 1987: 59), donde se le "privaba no solamente del mundo exterior al 'Pozo' sino también de toda exterioridad inmediata más allá de su propio cuerpo" (ibídem). Estaban, sí, pero bajo otras reglas: allí, dice un ex detenido-desaparecido "se acabó la ley de la gravedad"; allí, dice otro, "no se aplicaban las reglas de afuera. Se pasaban todos los límites".

Conviven dos mundos: junto a un orden sustentado por la normalidad, otro que se construye en torno a "una red clandestina de campos de concentración que, desde la oscuridad y el secreto, determinaban el verdadero funcionamiento del Estado represor (...). El detenido-desaparecido adquiere el carácter de esa excepción, de esa negación radical que, sin embargo, permanece silencioso como fundamento de lo incluido" (Forster, 2000: 8510). Pilar Calveiro, en el testimonio de su paso por la ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada, el chupadero más conocido, no por eso el más terrible, lo describe bien: "hay la sensación muy clara de que se está en una dimensión que es otra, en un mundo aparte; separado del mundo del afuera, el campo de concentración, dice, es una 'irrealidad real donde rigen otras lógicas" (Calveiro, 1998; citado en Vezzetti, 2000: 16). Dos mundos. El de la excepción es uno. Un mundo secreto, segregado; incluido en éste, pero paralelo, y, por eso, invisible, oscuro. Inaprensible.

A las narrativas que se acercan a ese espacio dantesco, Hugo Vezzetti las califica, con acierto, como "narrativas del chupadero". Y es que, en efecto, son relatos de lógica especial: surgen de la experiencia directa del campo, narran un mundo otro; paralelo, pero ajeno; aquí, pero imposible. Son un "testimonio que pertenece a otro mundo" (ibídem: 14). Y sus relatos son singulares: no hablan de la verdad; tampoco se integran en el terreno de las luchas políticas; tampoco constituyen narrativas de resistencia heroica. Son relatos sobre la dificultad de relatar, relatos que permiten "la posibilidad de pensar un orden de acontecimientos que (...) por tocar los límites del horror se ofrecen como una materia dura, opaca" (ibídem: 16).

La película Garage Olimpo11, de Marco Bechis (Bechis, 1999), es una de las muestras más acabadas de esta narrativa. En ella, la Buenos Aires de 1976 se muestra en dos planos, uno iluminado, otro no; uno de superficie, otro soterrado; uno visible, otro no; uno aparente y otro detenido-desaparecido. No están comunicados. Coexisten, pero tienen distintas lógicas:

La distancia que se toma de la Ciudad de Buenos Aires en los planos aéreos: una ciudad agobiada por el peso de esos encuadres cenitales, muchas veces vacía de personas, otras veces caminada por personas ausentes que pasan frente al portón de Garage Olimpo sin sospechar, o mejor sin preguntarse, qué esconde (...). El sol siempre brilla sobre Buenos Aires (...). Abajo, en el centro de torturas, la oscuridad contrasta fuertemente con la luminosidad del afuera (Callotta, 1998).

El chupadero absorbe la realidad de un plano y la conduce al otro. Y en ese proceso la cambia: la Regla del mundo (visible y aparente) se convierte en negación de la-regla en el otro (invisible y detenido-desaparecido). En ese espacio off malviven, malmueren, los chupados; ahí abajo en el centro de tortura, la oscuridad contrasta con la luminosidad del afuera (Acuña, 2000; Callotta, 1998). Mostrado así, ese espacio torvo se presenta como un territorio de existencia inexistente, donde se hace posible lo imposible; allí se hace real algo —el detenido-desaparecido— que ha sido borrado (Bergero, s/f: 1). Es un Olimpo infame: fuera y dentro del mundo. Un lugar dominado por una lógica imposible. Un vacío. Así testimonia de él una sobreviviente, que relata en estos términos los "paseos" fuera del chupadero donde estaba desaparecida: "Me decía a mí misma que estaba aquí, pero en realidad no era de este mundo". En el mundo On no tendría sentido alguno gritar su condición de detenida-desaparecida, de habitante del mundo Off nadie la vería, era una invisible.

La excepción, esa franja en la que la norma queda suspendida y cuyo orden se define por esa suspensión (Agamben, 2002: 222); ese ámbito reglamentado por la Regla desde la retirada de la Regla, define la lógica del vacío, que es la de los chupaderos, que es también la de sus narrativas, difíciles, pues han de bregar con un problema: dar palabras a algo que hace que el lenguaje se resquebraje12.

3.2 Representar la imposibilidad de representar I: el trabajo del arte ante el detenido-desaparecido

Pero aunque el vacío no pueda ser abordado directamente, sí es posible acercarse a sus síntomas; es decir: representar la imposibilidad misma de representar. La primera forma de afrontar este paradójico ejercicio procede del trabajo del arte cuando, y es frecuente, reconoce el carácter incognoscible, impensable, irrepresentable... de figuras como la del detenido-desaparecido. En esos casos, ante el chupadero, como con el Lager, la pregunta que surge es ¿qué ocurre con la representación cuando cesan sus mecanismos? Ante esos acontecimientos en los límites, que desafían las categorías, se plantea, en efecto, el problema del agotamiento de las estrategias para figurar y pensar las cosas13. Lo que está en juego es el sentido, la palabra, el significado y la posibilidad de contarlo y los límites de todas esas cosas cuando se enfrentan a situaciones catastróficas.

Cabe, en efecto, representar lo irrepresentable representando la imposibilidad de representarlo. Pueden consignarse, dentro de esta apuesta, los muchos intentos de afrontar las paradojas del horror sin desanudarlas y de analizar, representar u homenajear, sin cancelar la complejidad del fenómeno representado u homenajeado. Son, en efecto, muchos14. Selecciono unos pocos, representativos, así lo creo, de tres herramientas de peso para representar lo irrepresentable: la serie quebrada, la identidad en ausencia, la herida abierta.

La serie se quiebra en la exposición del chileno Carlos Altamirano, "Retratos", de la que da cuenta Nelly Richard (2000). Altamirano, describe Richard, muestra una serie continua de fotos actuales que se rompe al intercalar fotocopias, viejas, oscuras con las imágenes de los detenidos-desaparecidos. Richard interpreta: las desapariciones se muestran como huecos en la serie, como vacíos. "En una continuidad fragmentada (... ) la serie es interrumpida regularmente por los retratos en blanco y negro de detenidos-desaparecidos" (ibídem: 30). Los ausentes se hacen presentes pero sin que su condición primera sea superada, pues la textura de la imagen que los representa marca la particularidad de su presencia: "ambigüedad temporal de lo que todavía es y de lo que ya no es (...), algo suspendido entre la vida y la muerte (...), entre pérdida y resto" (ibídem: 31). Las fotos de Altamirano señalan el lugar entre lo que es y lo que no, entre el todavía y el ya no, y marcan que el recuerdo de las identidades desaparecidas sólo se puede trabajar a través de un medio que destituya la presencia (ibídem: 32).

El fotógrafo Marcelo Brodsky hace también de esta ausencia traumática el lugar problemático. En la serie Buena memoria reflexiona sobre su generación mostrando las series que la desaparición, la muerte o el exilio quebró. El origen es una foto de la normalidad de un Colegio Nacional de 1967: un grupo de niños sobre fondo sepia, una promoción de estudiantes de primaria, la del propio Brodsky. Desde ese origen se trazan algunos recorridos vitales, contados por su protagonista, que Brodski fotografía delante de la foto del grupo. Pero otros recorridos no pueden ser narrados, pues han sido quebrados, rotos. Sólo pueden ser marcados por su ausencia. Noventa y ocho alumnos de la escuela son hoy detenidos-desaparecidos.

La serie se quiebra; las ausencias no se llenan. Nunca; devienen entonces lugares de vida, espacios donde habitar y construir identidad. Gestionar la vida en ausencia es algo tan necesario como imposible. Por eso se recurre a herramientas como las que pone en juego Albertina Carri en una de las mejores películas que, a mi conocer y parecer, se han hecho sobre este tema: Los rubios (Carri, 2003). En Los rubios Carri —hija de desaparecidos— reclama otra forma de contar la desaparición forzada de personas; alternativa, pero no sustitutiva de la narrativa heroica, propia de la generación de sus padres. En una lectura demasiado rápida15, el trabajo de Carri puede parecer irreverente hacia la generación que la precede: renuncia al heroísmo, reivindica la informalidad y el azar, reclama la suya como una infancia normal y feliz, no traumática. No creo que sea irrespetuosa. La suya es otra forma de narrar la desaparición: no habla desde el lleno de sentido; proyecta cómo hablar desde el vacío. Ruido, incomodidad, silencio, quiebre, doblez... marcan la película. Carri no se evade del lugar de lo detenido-desaparecido; se queda ahí —en el vacío— y (se) piensa desde ahí:

De algún modo tenía que contar que yo me pongo a pensar en la memoria, en la ausencia, en el vacío, en las ficciones (...) porque claramente a mí me sucedió esto (...). Por otro lado no quería que contar eso fuese imposibilitar al espectador a pensar. A mí me parecía que de lleno decirles 'bueno, miren, a mí me mataron a mis padres cuando tenía 3 años' era como restarle cierta capacidad al espectador. Porque es una cosa que te shockea, lo sé. Digo, convivo con eso16.

De esa identidad construida en ausencia puede servir como ejemplo también el trabajo de 1999 de Julio Pantoja, Los Hijos: Tucumán veinte años después, reseñado por Diana Taylor (2003: 183 y ss)17. Enfrentado a la pregunta de "en qué se diferenciaban, desde lo visual, un grupo de adolescentes que tuvieran sus padres desaparecidos, de otros que no los tuviesen", Pantoja busca la respuesta recurriendo a varios hijos de detenidos-desaparecidos a los que pide que elijan cómo retratarse. Casi todos ellos eligen fotografiarse con marcas de la ausencia, con las fotografías que señalan la permanente y ambigua presencia de sus progenitores desaparecidos ("Mi viejo —dice una de ellas— es color sepia; ¿y el tuyo?"). Fotografías del detenido-desaparecido, una presencia-ausente, una forma patética (un Pathosformel).

Serie quebrada, identidad construida en ausencia. Heridas, en fin. Pero heridas abiertas, que no cierran. Heridas para las que no hay lenguaje que funcione cómodo: no cabe literalidad para dar cuenta de ese dolor sordo y permanente. La construcción del Parque de la Memoria en Buenos Aires, que se está debatiendo desde 1997, y, más concretamente, el proyecto de Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado, apuesta por llevar a piedra las rupturas. Así lo describe Craciela Silvestri:

Se optó por materializar [el monumento] a través de un quiebre profundo y duro, como si la tierra hubiera sufrido un terremoto; los autores sabían que la herida geológica que configuraban con los nombres de cada detenido-desaparecido (...) escuetamente dispuestos, hablaba claramente a una vasta franja de la sociedad, y así (...) la piedra fundamental atravesada por una profunda falla alude a esta decisión. El quiebre utilizado antes en estos monumentos y obras de arte constituye un símbolo ya probado no de reunión, sino de desgarro nunca saldado (...). No pretende cerrar heridas que no pueden cerrarse, ni suplantar en la conclusión a la verdad y la justicia (2000: 21).

"Quiebra", "ruptura", "falla", "herida"...Terrible vocabulario el de este lenguaje. Con parecidos referentes trabaja el memorial a los detenidos-desaparecidos de Montevideo —diseñado por R. Otero y M. Kohen—. Los nombres de los detenidos-desaparecidos se sitúan desordenados en paneles de metacrilato transparentes que parecen crecer de una piedra herida, que brotan directamente del dolor. No es del todo fácil llegar hasta el memorial; tampoco lo es estar allí. No dice nada; muestra que es difícil decir. No parece hacer una interpretación; muestra la dificultad de hacerla. No cierra la representación; la deja abierta, permite que nunca se cierre, que siempre se reinicie. Habla desde el blanco; representa lo irrepresentable sin clausurarlo.

Todos estos ejemplos y muchos otros más se constituyen en soportes de narrativas que no quieren dar sentido a las cosas, sino que buscan representar la imposibilidad de representar. Son narrativas que, desde el arte, apuestan por privilegiar la imposibilidad de contar. Narrativas, cabe decirlo así, que narran la imposibilidad de narrar. Señalan que nuestros marcos interpretativos han alcanzado el límite de lo decible cuando se han enfrentado a hechos que discurren en el límite de lo posible.

Decía el famoso dictum de Theodor Adorno que "no es posible hacer poesía después de Auschwitz" (cf. Mate, 2002, 2003a, 2003b; Friedländer, 1992). Algunos de sus exegetas han querido ver en ese enunciado una apelación moral al silencio o un llamado al desconsuelo. Creo que más que eso era un recordatorio que reclamaba dirigir la reflexión a los límites del lenguaje (Auschwitz —o la figura del detenido-desaparecido— son indecibles, no porque no se deban decir sino porque no hay cómo decirlos) y a la necesidad de reflexionar en cómo superarlos (debe reflexionarse sobre cómo y con qué decir Auschwitz —o la figura del detenido-desaparecido—).

3.3 Representar la imposibilidad de representar II: testimonio y catástrofe lingüística

Primo Levi dio testimonio sobre la "zona gris" del campo de exterminio (1989: 31-62)18, ese espacio "entre la vida y la muerte, entre lo humano y lo no-humano" (Gómez Ramos, 2002: 387), un lugar de "indiferenciación moral" (Mate, 2003a: 232), un universo desierto y vacío, el lugar del resto (Gómez Ramos, 2002: 388), allí donde lo ilocalizable se hace visible (Forster, 2000: 84); un espacio excepcional poblado de "vivos murientes", de "muertos vivientes" (Mate, 2003a: 224) del que es difícil salir y del que, cuando se sale, hace pensar en cómo representar lo excepcional.

Agamben, apoyándose en Levi, analiza las relaciones que se establecen entre dos de los personajes que pueblan la Zona Cris: los hundidos —o "musulmanes", llamados así por la posición que adoptaban a causa del increíble deterioro físico que sufrían, similar a la de los musulmanes en sus rezos— y los salvados —los sobrevivientes del Lager—. Si el campo es un vacío, los sobrevivientes pueden dar cuenta de él, pero sólo relativamente; los hundidos, que sí lo vivieron, no pueden contarlo: han visto a la Gorgona19. Los primeros testifican, representan; los segundos, mudos, son representados. Los primeros están encerrados en el absurdo de un imposible: hablan de algo que bordearon, pero no tocaron. Esa es la que Agamben propone nombrar como "Paradoja de Levi": "El musulmán es el testigo integral" (Agamben, 2002: 85, 157, 172); "yo testimonio por el musulmán" (ibídem: 172). Es decir: quien realmente puede testimoniar no tiene palabra; quien tiene palabra no tiene nada que decir:

El testimonio se presenta aquí como un proceso en el que participan al menos dos sujetos: el primero, el superviviente, puede hablar pero no tiene nada interesante que decir, y el segundo, el que 'ha visto a la Gorgona', el que 'ha tocado fondo', tiene mucho que decir, pero no puede hablar (ibídem: 126).

¿De qué pueden hablar, entonces, los que experimentaron la excepción, el vacío, sólo parcialmente? De la distancia, de la tensión, del hueco que se abre entre el musulmán/detenido-desaparecido (el hecho en su intensidad) y ellos, los testigos (incapaces de la representación total del hecho). En ese hueco se sitúa el testimonio. Es esa tensión lo que expresa el testimonio: "Testimoniar significa entrar en un movimiento vertiginoso en el que (...) quien no dispone de palabras hace hablar al hablante y el que habla lleva en su misma palabra la imposibilidad de hablar" (ibídem).

El testimonio transmite silencio, comunica que no se puede decir, transmite la interrupción del discurso. Crea "la paradoja de un silencio audible" (Zamora, 2 0 00: 188)20. El testimonio es, pues, la tensión entre los hechos y sus representaciones cuando la representación es imposible. De ahí que quepa, para el testimonio, decir que es el discurso que da "expresión lingüística a lo innombrable" (Sucasas, 2002: 333).

El testimonio da fe de la catástrofe de la que sobreviene el vacío: una catástrofe lingüística expresa el hueco en la capacidad de hablar y de contar. Señala hacia el "agujero en la capacidad de la representación psíquica. Faltan las palabras, faltan los recuerdos" (Jelin, 2002: 36). No comunica los hechos, sino el hecho de que aquellos hechos no se pueden comunicar21.

Para lo imposible no hay referencia, no: por mucho que se traduzca en lo objetivo y objetivante de un testimonio que se quiera fiel con lo sucedido, por mucho que se intente conducir lo no inscribible a un marco de racionalización socialmente compartido y con arreglo al cual un hecho aberrante pueda quedar inscrito (por ejemplo, el lenguaje casi siempre lineal de las explicaciones políticas, o el algo más sinuoso pero también trufado de causalidades cómodas de la atribución de perversión moral al represor), seguirá siempre latiendo en quien lo dice una desesperación. Una desesperación que es, primero, la de que lo que cuenta está mal contado ("Hay algo que no es entendible en esta experiencia", "Hay algo imposible de transmitir"); y una desesperación que es también la de estar contando sólo la superficie ("[Contándolo] le vas a quitar todo lo que sentiste cuando lo viviste, como que lo vas a convertir en una cosa, así, material", "La experiencia de lo vivido se puede contar pero creo que hay una partecita que... El contacto con el mal absoluto, con lo que uno podría llamar el mal innombrable, lo inefable. Hay algo que pasa por otro lado, tiene otro registro").

El testimonio es, pues, la fórmula para dar palabras al vacío que la desaparición forzada de personas comporta, pues es el tipo de discurso que habla del vacío y de la imposibilidad de representarlo. No cuenta algo; cuenta la imposibilidad de contar; cuenta una catástrofe lingüística: no describe el vacío, sino la imposibilidad de describir ese vacío. El testimonio señala hacia donde existe un fallo, un hueco, una hendidura en la representación. No lo describe; lo indica y, al hacerlo, permite que lo fáctico se apodere de lo imposible. Con el testimonio, el vacío de la representación se hace accesible. Es su síntoma; indica que hay algo, aunque ese algo no se pueda alcanzar.

 

4. CIERRE: VENCER EL HORROR VACUI SIN ELUDIRLO

Las ciencias sociales, herederas de largas tradiciones del Occidente moderno, son intransigentes respecto del no sentido. Seguramente se explique si atendemos a cuáles son las metáforas que dominan nuestra manera de pensar: estabilidad, duración, firmeza, materialidad, significados plenos, visibilidad... Cumplir con ellas es una exigencia para Ser y sin esos rasgos es difícil entrar en el Mapa de las Cosas con Sentido. En referencia a este modelo, el constitutivo de lo-que-tiene-sentido, se definen las cosas que no son; esto es, aquello que no tiene identidad, que no existe, que no tiene sentido, porque no responde afirmativamente a los interrogatorios que preguntan por los sentidos conocidos. Entre esas cosas que no son están los detenido-desaparecido. También miles de monstruos identitarios, de entidades impensables. No es, pues, un problema puntual; es, diría, el centro del problema de la ciencia social: pensar en lo que huye de nuestros conceptos para atrapar la realidad.

¿Cómo entender esas identidades? Hagamos de nuevo caso al trabajo de esos que la vieja etnografía llamaban los nativos, observemos cómo conforman sus narrativas para acercarse a esos lugares, difíciles, del no sentido. Veremos que, de primera, no caen presos del horror vacui; veremos, luego, que pergeñan conceptos para entenderlos y vivirlos. Dos de ellos son el de lo invisible y el de vacío.

Las narrativas que se asocian al primero, las de lo invisible, denuncian, reclaman, hacen visible, buscan el reconocimiento del lugar que corresponde a las cosas olvidadas en las memorias cuando éstas están en construcción. Sirven para dar sentido y es probable que, allí donde se den estas narrativas, correlacionen bien con tramas sociales propias de épocas de transición, cuando se refundan los mitos colectivos y comparecen imaginarios asociados a situaciones históricas (transición española, post-dictaduras en Argentina, Uruguay o Chile) en las que prima un mandato de memoria y de reconstrucción de la verdad ocultada.

Las segundas narrativas, las del vacío, son más poderosas. Y mucho más difíciles. Si atendemos a su historicidad, seguramente pueda plantearse seriamente la hipótesis de que estas narrativas surgen cuando, superadas o asentadas las reclamaciones de verdad y justicia, la gestión social de lo sin sentido gana en complejidad y matices y se adentra por territorios en los que las preguntas por su representación, por la administración de lo extremo, por el trabajo colectivo sobre lo irrepresentable, cobran enorme importancia: ¿Cómo afrontar acontecimientos como el espanto que comporta la figura del detenido-desaparecido?, ¿cómo decir lo indecible?, ¿cómo representar lo irrepresentable?... Cuando comparecen esos fenómenos, cuando se sobrepasan los límites de la palabra y adviene, por eso, una catástrofe lingüística (el de detenido-desaparecido es sólo un ejemplo), surge la pregunta por lo que acaso sea lo más específico de esos fenómenos: su dificultad de pensarlo, de hablarlo, de representarlo; la pregunta por los problemas que provoca en el lenguaje.

En esa clave, conceptos como vacío demuestran su potencia teórica para pensar la ausencia de sentido. En esa clave, entonces, puede quizás pensarse qué hacer con las ciencias sociales cuando, enfrentadas a esos tormentos, se ven forzadas a repensarse.

 

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Notas

1 Este acercamiento a las resistencias al sentido y a cómo trabajar con ellas desde la sociología prosigue una línea abierta en textos anteriores (Gatti, 1999; 2005; 2006). En ellos fueron tomando forma los conceptos que estructuran la noción fuerte de este trabajo, la de vacío: lo social invisible, la excepción, la irrepresentabilidad... conceptos que resultaron en esas ocasiones útiles para el estudio de algunas formas, precarias, de la identidad colectiva contemporánea. Encaja, pues, este texto en una suerte de programa personal de investigación, si tal cosa cabe en ciencias sociales: el análisis de las consecuencias no intencionadas del proyecto moderno, el estudio de las raíces y salidas para la llamada "crisis de la representación". Siendo así, aunque se ha intentado, no ha sido posible evitar repeticiones, sobre todo, con los trabajos de 2005 y 2006, los más cercanos a éste en fecha y tema. Ya puestos en la tarea de dar cuenta de la arqueología de este trabajo, vale también hablar de las razones de su origen, arbitrario, como todos, pues nace del cruce, azaroso, de tres recorridos: uno académico —haber apoyado la construcción de mi tesis doctoral en sociología sobre los neo-vascos y las "modalidades débiles de la identidad en el País Vasco" en los conceptos de invisibilidad social de ciertas identidades y la naturaleza vacía de los territorios por los que esas identidades se desenvolvían—; otro, llamémosle así, textual —el que por efecto de los misterios de las cadenas de lecturas y publicaciones una investigadora, Adriana Bergero (s/f), haya interpretado que los conceptos de invisibilidad social y de vacío, que ella utilizó a partir de un trabajo anterior (Gatti, 1999), eran herramientas útiles para analizar el régimen de sentido que daba forma a los relatos paridos en situaciones de ausencia de lenguaje y de representación, en situaciones como las que la autora ubicaba en el Cono Sur latinoamericano post-dictaduras— y, por último, un recorrido vital —las, puede decirse así, inquietudes propias de quien es familiar muy directo, extremadamente directo, de varias personas que, aún actualmente, ocupan el trágico e incómodo estatus social y personal de detenidas-desaparecidas—. En la arqueología de este trabajo hay que consignar también la ayuda, lectura, comentarios al paso y/o de peso, de varios amigos que leyeron versiones anteriores de esto: Pablo de Marinis, Eli Imaz y Nacho Irazuzta. No debo olvidar tampoco los puntos de discusión que propone uno de los evaluadores de Confines, útiles, aun estando (o por ello mismo) en desacuerdo con algunos. Aunque él esté en el anonimato, debo agradecerle su académica seriedad.

2 No son ésas, obviamente, las únicas formas que existen de narrar la desaparición forzada de personas; las hay que, por el contrario, defienden la necesidad de emplazar el fenómeno en coordenadas aprehensibles en términos políticos, militares o económicos, en fin, en términos legibles. Pero este texto no pretende analizar el repertorio de narrativas de la desaparición forzada sino sólo las que se concentran en su naturaleza catastrófica. Quien quiera bucear por ahí debe saber que acerca de la irrepresentabilidad de los hechos sociales aberrantes existen, evidentemente, muchas posiciones, y que la mayoría de ellas ha tenido Auschwitz como objeto de atención. En todo caso, creo imprescindible apuntar, desde el comienzo, algo en lo que insistiré posteriormente: que sostener que lo abyecto de un fenómeno (por ejemplo, Auschwitz) deba quedar en el lugar de la absoluta excepcionalidad no equivale, en absoluto, a renunciar a la posibilidad de decirlo sino que, al contrario, invita a decirlo correctamente, invita a decirlo con un lenguaje ajustado a su naturaleza excepcional.

3 Estas citas de ex detenidos-desaparecidos, como otras pocas que vendrán más tarde, proceden de varias fuentes: la trascripción de las reuniones de la Asociación de Ex-Detenidos-Desaparecidos de Argentina, que una de sus miembros puso a mi disposición; las entrevistas a sobrevivientes, recogidas por la Fundación Memoria Abierta de Buenos Aires, y a las que tuve acceso entre agosto y octubre de 2005; las entrevistas mantenidas en esas fechas con ex-de-tenidos-desaparecidos en Argentina y en Uruguay, dentro del desarrollo del proyecto de investigación "Mecanismos sociales de representación del horror. La gestión de la figura del detenido-desaparecido en el Cono Sur latinoamericano (Argentina y Uruguay)", para cuya puesta en práctica disfruté de una estancia de investigación, financiada por mi Universidad, en el Núcleo de Estudios sobre Memoria del IDES, de la ciudad de Buenos Aires. No citaré las entrevistas de acuerdo con las convenciones académicas que en ciencias sociales se establecen a esos efectos, puesto que aparecen aquí sólo como ilustración al paso y que este texto no encuentra en ellas su empiricidad.

4 El concepto de catástrofe lingüística es bueno para hablar de esto de lo que no se puede hablar. Se inspira en dos fuentes. De un lado, en el trabajo de George Steiner y de Alvin Rosenfeld, para los que fenómenos límite de la intensidad de Auschwitz someten al lenguaje a crisis de tal profundidad que para Rosenfeld merecen el contundente diagnostico de "lingüicidio", de "muerte del lenguaje" (recogido en Crierson, 1999: 108). De otro, en la noción de "catástrofe psíquica" de René Käes tal como la trabaja Elizabeth Jelin en Los trabajos de la memoria (2002); es decir, entendido como "el aniquilamiento (o la perversión) de los sistemas imaginarios y simbólicos predispuestos en las instituciones sociales y transgeneracionales.

5 Entiendo por "narrativas" los procesos constructivos y políticos realizados por los agentes mediante la interpretación reflexiva que hacen de su acción. Son procesos performativos, que sostienen marcos generales de sentido y que constituyen la base de las identidades sociales. Las narrativas, entonces, no son relatos sino que refieren a posiciones discursivas e identidades. Hablaré, esencialmente, de dos —la de lo invisible, la del vacío—. Cada una es representativa de distintos mecanismos sociales usados por los agentes para la gestión de la figura del detenido-desaparecido.

6 Las cursivas son mías.

7 Mandato que no se manifiesta, necesariamente, en lo inmediato de la salida de un régimen de silencio. Así, mientras que en Argentina este proceso de búsqueda de vedad comenzó a darse, aunque a trompicones, a la salida misma de la dictadura 1976-1983, en Uruguay las cosas circularon más lentas, aunque menos que lo que lo están haciendo en España, en donde aún hoy, nada menos que rondado la treintena los años pasados desde la muerte de Franco, se sigue construyendo, y no sin polémica, la memoria de la Cuerra Civil y de los muertos, desaparecidos y represaliados durante el franquismo. De lectura muy recomendable, por lo proverbial que resulta, es la nota que firma Joseph Ramoneda (El País, 2 3 de julio de 2006, Madrid) con el título, bien revelador, "El derecho a ser visible".

8 En concreto, el texto de Cabriela Eltit Los visitantes y Estrella distante de Roberto Bolaño, por lo que hace a Chile, y Una casa vacía de Carlos Cerdá, en lo que se refiere a la Argentina.

9 Repaso algunos de esos intentos en Gatti (2005).

10 Las cursivas son mías.

11 El nombre, Garage Olimpo, hace referencia a un chupadero.

12 Algo que no es privativo de esos espacios latinoamericanos. Pues la lógica de la excepción sobrevive: el limbo jurídico inventado por los EE.UU. en su base de Guantánamo, donde viven sujetos que ni son ciudadanos ni son enemigos, sino que son no-ciudadanos (Agamben, 2002: 16); las zonas de espera para emigrantes en los aeropuertos; el tiempo de espera sin cobertura jurídica de varias leyes antiterroristas; las banlieues, periferias urbanas, universo ambivalente plagado de expulsados, de banidos, sujetos que no son ni amigos ni enemigos, ni ciudadanos ni extranjeros (Agier, 1999: 156 y ss)... No es poco.

13 Son quienes han reflexionado sobre la singularidad del Holocausto judío los que han llevado este debate a sus expresiones más radicales. Remito para ampliarlo, aparte de a las fuentes que cito en lo que sigue, al resumen que realiza Reyes Mate (2003b: 51-78), a los textos que él mismo edita en 2002 y, sobre todo, a Friedländer (ed.), 1992. En esta materia, continúa siendo proverbial la Shoah de Claude Lanzmann (1985).

14 Muchos, sí, son los ejemplos que podrían señalarse para referirse a este tipo de trabajo de representación. Algunos recientes se recogen y analizan en Jelin y Langland (comps.) (2003) o en Usubiaga (2003). Un análisis muy lúcido del trabajo del arte cuando se enfrenta al no sentido se lee en Robin (s/f), texto en el que se estudia con una claridad muy poco usual obras como el Museo Judío de Berlín de Daniel Libeskind, o el contramonumento al fascismo de Crez y Shalev, trabajos que se las tienen con lo irrepresentable y que resuelven esa batalla haciendo "surgir en lo visible lo que falta (...), inscribiendo] la falta en el corazón absoluto de la obra; mostra[ndo] el vacío, la ausencia; mostra[ndo] el hueco" (ibídem). Verdaderas escrituras de lo no inscribible.

15 Abundan, pero es ejemplar la que realizó Beatriz Sarlo (2005: 146-151).

16 Entrevista a Albertina Carri publicada en http://www.subjetiva.com.ar/internas/entrevistacarri.htm [acc. 29 junio 2006].

17 Muchas de las fotografías de esta exposición aparecen recogidas en el sitio web de Julio Pantoja, en http://juliopantoja.com.ar/Reportajes/HijosTodos.htm

18 Bauman (1991) recuperó más tarde esta imagen para hablar de la ambivalencia social; Tim Blake Nelson hizo una excelente película —The Grey Zone— donde traslada al espectador la ambivalencia que late en la vida social desplegada en ese ámbito.

19 La Gorgona es la deidad que, en la mitología griega, tenía el poder de hacer morir a quien la mirara. Dice Levi: "No somos nosotros, los supervivientes, los verdaderos testigos (...). Los que hemos sobrevivido somos una minoría anómala (...): somos aquellos que por sus prevaricaciones, o su habilidad o su suerte, no han tocado fondo. Quien lo ha hecho, quien ha visto a la Gorgona, no ha vuelto para contarlo o ha vuelto mudo; son ellos, los 'musulmanes', los hundidos, los testigos integrales (...). Ellos son la regla, nosotros la excepción" (1989: 72-73. Las cursivas son mías).

20 Zamora (2000: 188) recoge el siguiente pasaje del testimonio de Elie Wiesel: "Lo que yo intento hacer es introducir tanto silencio como sea posible. Desearía que mi obra no sea juzgada un día por las palabras que he escrito sino por su peso en silencio; es decir, la incomunicabilidad".

21 Esta afirmación no contraviene aquella otra que dice que el testimonio puede dar cuenta de un hecho; ni niega tampoco su evidente utilidad humana, jurídica y política y hasta, si me apuran, epistémica; menos aún objeta nada a su necesidad para reconstruir verdad, garantizar justicia y conseguir castigo. Pero que lo que el testigo diga sirva para dar cuenta y razón de algunos hechos no quita que para otros hechos o, incluso, para algunas dimensiones especialmente aberrantes de esos mismos hechos, ni la razón ni la cuenta funcionen. Me gustaría poder decir que no-contar-esos-hechos-es-la-sola-manera-de-contarlos, que con esos hechos y dimensiones la palabra se ha peleado sin reconciliación posible; que para ellos no hay poesía, ni lenguaje siquiera; que con ellos la única palabra es la no palabra. Me gustaría también poder argumentar que esta estrategia, que renuncia a las comodidades de la literalidad, es tremendamente valiente. Y profundamente política.

 

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Gabriel Catti es Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, actualmente se encuentra adscrito a la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación en el Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva de la Universidad del País Vasco. Sus principales áreas de investigación son: Sociología de la Identidad (Europa, País Vasco, América Latina); Sociología Política (nacionalismo, movimientos sociales, derechos humanos); representaciones sociales; historia de la sociología. Imparte clases de Teoría Sociológica (segundo ciclo) e Identidad Colectiva (tercer ciclo) en la misma universidad.

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